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Han quedado en el pasado aquellas imágenes idílicas donde el sobrepeso era presentado como signo de bonanza, de salud y de prosperidad. La obesidad era entonces sinónimo de "abundancia de alimentos". Los EUA, un país con gran número de obesos, eran presentados como la expresión positiva de un país desarrollado. Hay quienes atribuyen la obesidad a problemas de analfabetismo, genéticos, producto de la mala información, de la comodidad de la vida sedentaria, etc., etc. La realidad muestra que la pandemia de la obesidad está ligada estrechamente al desarrollo implacable de la miseria mundial.
La crisis es mundial, la obesidad es una de sus consecuencias
Los años 80 nos presentaron aquellas dramáticas imágenes del hambre en África (niños esqueléticos con vientres abultados), los años 80 también se conocen como la "década perdida para América latina", los 90 fueron la explosión del bloque del Este, el fin de los "milagros económicos" en los países en "vías de desarrollo", el nuevo milenio nos ha traído, desde el 2008, la peor crisis en la historia del capitalismo. Más de 40 años de crisis mundial han acarreado desempleo y empeoramiento de las condiciones de vida de millones de trabajadores en el mundo, tanto en los países desarrollados como en los "emergentes". Estas 4 décadas de ataques al salario, de miseria sin fin, han tenido por consecuencia un aumento de precios en los alimentos. Parafraseando al Manifiesto Comunista de Marx y Engels, tenemos que decir que "un fantasma recorre el mundo, el fantasma del hambre". Si bien el hambre planea sobre muchas regiones del planeta, otro fenómeno ligado a una nutrición deficiente y mala empieza a corroer a la población mundial: la obesidad. Hambre y obesidad son dos caras de una misma realidad de miseria.
La crisis mundial del capitalismo viene acompañada por cambios drásticos en la alimentación de los trabajadores. Cuando los revolucionarios denunciamos los ataques a las condiciones de vida y de trabajo del proletariado nos referimos al empeoramiento de su situación: alargamiento de las jornadas laborales, incremento de años para la jubilación, menos seguridad social, menos servicios y, en general, menos salario lo cual redunda en una reducción de todo lo necesario para vivir. Los científicos aún no saben las consecuencias que tendrá en la salud humana tantos años de sometimiento a una alimentación industrializada donde el único interés es la ganancia.
Los alimentos industrializados baratos están saturados de grasas y azúcares y son muy bajos en nutrientes (amen de agentes cancerígenos que muchos de ellos contienen en los conservadores). Después de dos generaciones sometidas a este hábito obligado tenemos niños y adultos obesos. En los últimos 30 años los alimentos calóricos se han abaratado y su consumo ha aumentado (refrescos, panes, etc.). La crisis del capitalismo nos conduce a vivir al límite de la salud, al límite de lo necesario para la reproducción de la fuerza de trabajo. La obesidad no es una "elección", tampoco es una "mala suerte" o resultado mecánico de "malos hábitos", es un producto directo de la pobreza, de la incapacidad de las masas trabajadoras para acceder a una alimentación de calidad. Los trabajadores deben comer mal porque el salario no alcanza para comprar frutas y legumbres frescas, para comprar productos orgánicos o proteínas de alta calidad, para ir a un gimnasio para lo cual los ritmos del trabajo asalariado no dejan tiempo disponible, muchos trabajos no tienen ni siquiera horario para comer y los empleados deben consumir sus alimentos en tiempos de traslados, es decir, bajo estrés y lo más rápido posible. Para muchos obreros sus fuentes calóricas son los refrescos azucarados (¡nulos en nutrientes!). Un fenómeno de los últimos años es el incremento indiscriminado de alimentos llamados "chatarra" o "fast food", una combinación de grasa reciclada con harinas refinadas: llenan el estómago pero su consumo cotidiano acelera la obesidad y con ello se aumenta el riesgo de padecer otras enfermedades degenerativas (hipertensión arterial, diabetes melitus, osteoporosis, cáncer de colon, etc.). La alimentación a la que la crisis condena a la mayor parte de la población mundial está provocando nuevos flagelos contra las clases oprimidos.
Ningún plan de la burguesía revertirá la obesidad mundial
Tanto la OMS, la FAO y la OPS (Organización Panamericana de la Salud) han empezado a poner en marcha planes contra este "síndrome metabólico", como eufemísticamente llama la burguesía a la obesidad. Según la FAO, el año pasado había 53 millones de hambrientos en América Latina y el Caribe, es decir, personas que comerán lo que sea, de mala calidad y en condiciones higiénicas dudosas. Para la OMS hay 300 millones de personas en el mundo con obesidad. En México (que en este año le ha quitado a los EU el primer lugar en obesidad) en los próximos 5 años, la carga financiera que representará el atender a los obesos y las enfermedades que éste cataliza o desencadena será superior a los 100 mil millones de pesos (¡más que el rimbombante "programa de combate a la pobreza"!). ¡Es una contradicción insalvable! Este círculo vicioso es una muestra palpable del atolladero en el que se encuentra esta sociedad basada en la explotación, un ejemplo más de su decadencia.
Países como Guatemala, Bolivia y Ecuador, presentan altos índices de desnutrición infantil (menores de 5 años), Perú presenta un 35% salvo en Lima y Tacna. En México este renglón se disparó en un 77% y el 70% de adultos mayores de 20 años tiene sobrepeso. Los planes de los organismos gubernamentales y "no gubernamentales" tratarán de evitar un gasto enorme al sector salud. La preocupación de la burguesía no está en la salud de las personas. No, la burguesía está preocupada por dos cosas:
-la disminución real de las capacidades productivas de la población que hay que explotar; los niños de hoy serán la fuerza laboral de mañana y su mayoría tendrá problemas de salud. Para el capital no son buenas noticias a nivel de sus capacidades productivas y competitivas. Tendrá una fuerza de trabajo con enormes problemas de sobrepeso;
-los colosales gastos médicos que implicará atender a una población obesa va a reventar los sistemas de salud pública y no habrá plusvalía social capaz de solventar tan tremenda erogación. De por si la infraestructura sanitaria del capitalismo está al límite de su eficacia, una pandemia de obesidad mundial puede colapsar, lenta pero seguramente, los sistemas de salud.
La burguesía no puede humanizar la vida, no puede mejorar las condiciones de existencia de sus explotados. Toda la deshumanización de este sistema (angustia, depresión, atomización del individuo, guerras, hambre, obesidad, etc.) marca la necesidad de su destrucción. Hoy los voceros del capital mundial llaman a "mejorar los hábitos alimenticios", a "bajar de peso" como forma de prevención, a eliminar de las escuelas la comida chatarra... ¡Ni una palabra sobre aumento salarial!, ¡Nada sobre mejorar las condiciones materiales de los oprimidos! Parlotean sobre hábitos, recetas de temporada o males congénitos... Todos esconden la verdadera causa de la degradación alimenticia de la humanidad: una crisis de un sistema que existe sólo para la ganancia.
Marsan / 8-04-10