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Aunque frente al ataque brutal contra los trabajadores de la compañía Luz y Fuerza del Centro, éstos experimentaron una enorme indignación y descontento (ver artículo al respecto en esta edición y las dos anteriores), el Sindicato Mexicano de Electricistas (SME) tenía montada toda una trampa para lograr que los planes del Estado capitalista se cumplieran al pie de la letra. ¡Nada de que el sindicato fue golpeado por el gobierno!, ¡Los sindicatos son los policías del Estado dentro de las filas obreras para hacer aceptar los designios del capital, ya sean “charros” o se hagan llamar “independientes” o democráticos”! Este es el accionar típico de los sindicatos que ya desde principios del siglo XX comienzan a mostrar su carácter antiobrero, un historial que el proletariado debe tener en cuenta para preparar sus luchas futuras:
- Con ocasión de las dos matanzas mundiales los sindicatos impulsan la “unión sagrada” con la burguesía, impidiendo las huelgas y llevando al matadero a los trabajadores; luego, después de la reconstrucción capitalista de posguerra, con la aparición de la crisis y el desarrollo de la lucha, el sabotaje sindical se hace patente;
- Durante la oleada revolucionaria que inició en 1917, los sindicatos se oponen activamente a la lucha revolucionaria. Ante la caducidad de los sindicatos y como producto del auge revolucionario surgen en Rusia, Alemania, Hungría y otros países órganos creados por los propios trabajadores: los consejos obreros.
- Desde 1968 con el resurgimiento de la lucha de clases después de medio siglo de contrarrevolución y durante las oleadas sucesivas de lucha que siguieron hasta 1989, los obreros siempre se han enfrentado a las maniobras y trampas sindicales.
- En la última década, cuando el proletariado hace esfuerzos para reanudar sus luchas de resistencia, invariablemente se ha encontrado de frente contra el sindicato en todas sus variantes (oficiales, democráticos, independientes) que se ha encargado de evitar que la lucha obrera genuina se desarrolle.
En cuanto a México, tan sólo enumeremos los casos más recientes para ilustrar lo que decimos:
- Ahí tenemos desde siempre al sindicato “independiente” de Volkswagen que anualmente aparece cínicamente como el “defensor del empleo” y que, tras sus “radicales” llamados a la huelga, termina por “negociar” en cada ocasión peores condiciones de trabajo para sus afiliados,
- A los sindicatos del IMSS, del ISSSTE, el SNTE o la CNTE que se encargaron de sujetar a los trabajadores para evitar que desplegaran una verdadera lucha contra los despojos a sus pensiones y jubilaciones;
- A los sindicatos de las diferentes universidades, los cuales prestigiándose con el cuento de su independencia han logrado mantener también un férreo aislamiento y control sobre sus agremiados;
- O últimamente el sindicato “independiente” de los trabajadores del Colegio de Bachilleres, el cual sostuvo una huelga de 41 días con el pretexto de defender una cláusula de su contrato colectivo relacionada con las condiciones de jubilación, que al final quedó imprecisa y que anticipa nuevos ataques en ese terreno. El sindicato cumplió su función: los trabajadores desgastados y desmoralizados volvieron al trabajo con las manos vacías.
Estos ejemplos ilustran cómo los sindicatos se las arreglan para montar procesiones que les den prestigio, pero cuidando muy bien que las diferentes huelgas o movilizaciones se mantengan aisladas en cada empresa o sector, e impidiendo que los trabajadores se conozcan, discutan y solidaricen –por ejemplo, mientras las cúpulas sindicales se encargaban de las simulaciones de “unidad” y “solidaridad” (de palabra, claro), los trabajadores de Luz y Fuerza demostraban su coraje en sus consignas, pero se les dejaba aislados en los hechos.
¿Porqué los sindicatos actúan en contra de la lucha proletaria?
Los sindicatos nacieron en el siglo XIX como instrumentos de la lucha reivindicativa de los trabajadores contra el capital, y expresaban un avance en su organización, su unidad y su conciencia. El capitalismo, al ser un sistema en expansión, podía conceder a los trabajadores auténticas mejoras y reformas: la jornada laboral pasó de unas 16-18 horas a principios de siglo a unas 10 horas a finales y a 8 horas en algunos países antes de la guerra de 1914. En ese periodo el proletariado se dotó de organizaciones de masas de tipo sindical que tenían como meta la mejora progresiva de las condiciones de vida de los obreros. En países como México ese periodo de beneficios duró mucho menos por características del movimiento obrero en la región que veremos posteriormente.
La situación anterior se hace imposible en el período histórico de la decadencia del capitalismo que se inicia en el siglo XX: el capitalismo había conquistado el mercado mundial y con ello sus contradicciones se agudizaron mucho más, “el margen de maniobra que poseían los capitales nacionales y que permitía al proletariado llevar una lucha dentro de la sociedad burguesa por la obtención de reformas, queda reducido a la nada. La guerra despiadada que sostienen entre sí los distintos capitales nacionales se traduce en una guerra interna del Capital contra toda mejora de las condiciones de la clase productora” (ver nuestro folleto “Los sindicatos contra la clase obrera”). Pero no sólo eso: la ferocidad con la que los capitales se enfrentan ha llevado al reforzamiento del Estado y a su penetración en todos los ámbitos de la vida del capital, de modo que el capital ha tenido que incorporar a los sindicatos a su estructura. No es que el Estado se entrometa en los sindicatos, los sindicatos son ya parte del aparato de Estado. Por ello decimos que ya no son un instrumento de lucha de la clase obrera. Tampoco se trata de un problema de “lideres charros” a los que habría que desplazar de la dirección sindical para recuperar el carácter de clase de estos organismos, se trata pura y simplemente de que estas estructuras han perdido completamente su esencia obrera y ahora forman parte del Estado y cumplen de lleno funciones de encuadramiento de los trabajadores.
Los sindicatos defienden la economía nacional y la empresa capitalista
Los sindicatos se empeñan en convencer a los trabajadores de que los intereses de la economía nacional y de la empresa se pueden conciliar con los de los trabajadores, cuando en realidad la economía capitalista funciona, no para satisfacer las necesidades humanas, sino para la acumulación capitalista por medio de la explotación de la fuerza de trabajo. Para asegurar que las ganancias no disminuyan, la empresa y el gobierno toman medidas que los sindicatos se encargan de hacer aceptar y que esencialmente consisten en abaratar los costos de la fuerza de trabajo: ellos eliminan los puestos de trabajo de la empresa privada y de la administración pública que no les son rentables; promueven los empleos precarios, la flexibilidad laboral y los “pactos de productividad” cuyo real objetivo es beneficiar al capital; reducen los salarios mediante diversas estrategias, eliminan las llamadas “prestaciones sociales” en la salud, pensiones, subsidios de desempleo, indemnizaciones, etc.
Los sindicatos se oponen a la lucha reivindicativa del proletariado
La lucha reivindicativa en pro de las necesidades humanas: comer, vestir, ofrecer un futuro a los hijos y, en general, procurarse un mínimo de bienestar y de dignidad también, son intereses irrenunciables de la clase obrera independientemente que haya crisis o no, le vaya bien o no a la empresa o a la economía nacional. El bienestar de los trabajadores y sus familias no pueden depender de las vicisitudes del capital y deben desarrollar su lucha reivindicativa precisamente a partir de la ruptura con la visión de defensa de la economía nacional y de salvación de la empresa.
Los sindicatos buscan que los obreros abandonen sus necesidades en pos de las exigencias inhumanas de la reproducción del capital. Por el contrario, la lucha reivindicativa guarda la perspectiva de una sociedad que destruya la lógica capitalista que sacrifica la vida humana en aras de la ganancia. Por eso la lucha reivindicativa contra el aumento de la explotación está vinculada estrechamente a la lucha revolucionaria por la abolición de la explotación. La burguesía lo sabe muy bien, y por ello da a sus sindicatos la tarea de evitar que esas luchas se desarrollen pues llevan contenidas las potencialidades revolucionarias del proletariado.
El espíritu que propagan los sindicatos es la desmoralización, pues saben que la principal debilidad en la clase obrera es la falta de confianza en sí misma. Buscan impedir a cualquier precio que los obreros salgan masivamente a la calle por lo que tratarán siempre de encerrarlos en su lugar de trabajo. Y cuando los obreros se van al paro los sindicatos lo hacen todo para ponerse a la cabeza del movimiento y para asegurarse que siga los cauces que convienen a la burguesía. Dividen a la clase obrera encerrándola en formas de lucha totalmente ineficaces y, sobre todo, limitando toda lucha al taller, a la fábrica o sector, impidiendo su unificación, su extensión y su generalización.
En particular, impiden siempre que los obreros tomen el combate en sus manos ofreciéndoles falsas alternativas de organización y de lucha, adulterando la esencia de las asambleas generales que convierten en meras cajas de resonancia de las directrices sindicalistas. Imponen desde el principio una lucha aislada sin relación con el resto de la clase, y cuando los trabajadores manifiestan inquietudes para buscar la extensión y la unidad con otros sectores, los sindicatos se apresuran a montar el teatro de la “solidaridad” sindical que es la pantomima que ofrecen a cambio de la verdadera solidaridad obrera.
Sí es posible luchar fuera y en contra del sindicato.
Ante las dudas que resiente la clase obrera sobre la posibilidad de luchar fuera de la convocatoria sindical, hay ejemplos históricos muy claros de que no sólo es posible sino necesario para poder avanzar en el combate del proletariado. Tan sólo mencionemos que a finales de los 70, en varios países del mundo los trabajadores comenzaron a cuestionar el encuadramiento sindical comprendiendo que la fábrica se había convertido en una verdadera fortaleza resguardada por los sindicatos y que hacía falta ganar la calle para estar en contacto con otros trabajadores y hacer avanzar la lucha.
Esta dinámica produjo la formidable huelga masiva de los obreros polacos en 1980, que mostró a los ojos del mundo entero la capacidad del proletariado para tomar la lucha en sus manos, para organizarse por sí mismo a través de sus asambleas generales, para extender la lucha en todo el país y dejar planteada además la necesidad de su extensión en el plano internacional; un ejemplo que en esos años constituyó un impulso para la clase obrera de todos los países.
Más recientemente, se han producido por el mundo ejemplos significativos que nos indican el camino adecuado a seguir (ver artículo sobre Luz y Fuerza en este RM) y que son la viva muestra de que es posible desplegar el potencial de organización y combate propios de la clase obrera frente a la ideología burguesa que nos vende la falsa idea de que los trabajadores no pueden hacer nada sin los sindicatos.
RR/diciembre-2009