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El sistema capitalista está sustentado sobre la explotación del trabajo asalariado, la burguesía no podría contar con la producción ni podría tener ganancias sin la explotación de la fuerza de trabajado de los millones de proletarios del mundo. Nunca antes la humanidad había conocido un sistema capaz de desarrollar tal cantidad de riqueza, pero esta riqueza producida no sólo tiene la característica de ser totalmente ajena a su productor verdadero: el trabajador, sino además sucede que cuanto más crece la economía más se precipita a la crisis capitalista. Mientras en las sociedades del pasado la crisis provenía de la escasez, en el capitalismo ésta proviene del exceso, es decir de la sobreproducción. Pero si en el siglo XIX, durante su fase de ascenso, el sistema al crecer podía ofrecer mejoras duraderas a la clase obrera, a partir de la entrada a su fase de decadencia (1914) el capitalismo, al revelar de forma más aguda sus propias contradicciones, no puede ofrecer sino mayor explotación y miseria. Así, la clase obrera en la actualidad se enfrenta a un sistema que lleva cuatro décadas en crisis y no ve la menor posibilidad para que ésta termine. Durante los últimos cuarenta años hemos escuchado discursos que afirman haber encontrado la solución a la crisis: en los «mercados emergentes» (llamadas así a las regiones de menor industrialización), en la apertura comercial (creando zonas comerciales o monetarias especiales), en la liberalización económica (privatizando y creando «nuevos instrumentos» de especulación), y todo estos sueños han tenido el común denominador de estar sostenidos e impulsados por el CRÉDITO, que si bien puede esconder momentáneamente algunos efectos, pronto se convierte en un problema mayor al expandirse la insolvencia.
La crisis iniciada a fines de los sesenta, en vez de encontrar una salida, cada día toma mayor profundidad, por eso la burguesía en sus ansias por salvar sus ganancias agudiza sus ataques en contra de los trabajadores, de manera que en cada proceso de agudización de la crisis se ve avanzar la degradación de vida de los asalariados. Los trabajadores ya lo viven de forma directa al ser víctima (o estar en amenaza constante) del desempleo, así mismo lo sufre con el congelamiento de los salarios, con el incremento de los precios, con la afectación de las jubilaciones y con las intensidad del trabajo que se impone lo mismo en fábricas y minas, que en hospitales, escuelas y oficinas.
¿Intervencionismo o liberalismo?: falsa disyuntiva para los explotados
Hay una serie de secuelas que ponen en evidencia la gravedad de la crisis. Los capitalistas de todos los sectores de la economía amenazan con recortar personal para los próximos años, aunque en la construcción, la industria textil, automotriz y manufacturera ha iniciado ya con los despidos, de la misma manera el salario que se anuncia para 2009 demuestra que se busca congelarlo bajo el estúpido pretexto de que su crecimiento generaría inflación. Este mismo argumento es el que por años han utilizado para no incrementar salarios, y en cambio la inflación para 2008, que el banco central esperaba cerrar en 3%, termina en 6.23% (que además es una cifra maquillada y muy lejos de la realidad), y dada la afectación de la ganancia capitalista, se entiende que se incrementará el próximo año, en tanto que la congelación de salarios (como se ve con el ridículo aumento del salario mínimo en 4.6%, es decir 1.66 puntos porcentuales por debajo de la inflación) y el aumento de precios se vuelve una medida muy utilizada por la burguesía para apropiarse de una masa mayor de la plusvalía que los trabajadores han generado.
Aún cuando las secuelas recesivas se aceleran, la secretaría de Hacienda en México tiene el descaro de negar el avance de la crisis, mientras el mismo gobierno de los EUA reconoce que la recesión empezó desde diciembre de 2007, el gobierno mexicano rechaza que tal situación este presente en México e incluso niega que exista en EUA. Pero si esto lo hace en el discurso, en los hechos, como el conjunto de Estados, se prepara a defender la ganancia de los capitalistas cargando los efectos de la crisis sobre las espaldas de los trabajadores.
La clase dominante siempre negará que su sistema está marcado por la crisis y para ello no sólo utiliza el discurso simplón de fingir que no pasa nada, los efectos mismos que la clase obrera resiente y las quiebras de empresas de todo tipo terminan por mostrar su falsedad, por ello para retinar el engaño utilizan los llamados a la unidad nacional, a ser más productivos, a ser egoístas y a estar dispuestos a aplastar al colega para sobrevivir, un ejemplo claro de este discurso lo encontramos en el llamado de López Obrador cuando en sus «Carta a la opinión pública» (La jornada, 9-09-08) además de convocar a salvar a la economía nacional, dice a los trabajadores con una fingida preocupación: «Esmérate en tu trabajo, porque habrá más competencia y despidos»...
Pero además la burguesía desarrolla ideas falsas para entrampar la reflexión de los trabajadores e impedir que tomen claridad del significado del capitalismo. Así, una de la polémica tramposa que utiliza para encubrir la esencia del capital, es oponer los tipos de política llevados a cabo por el Estado, suponiendo que algunas prácticas son perversas, mientras que otras tienen efectos virtuosos para el colectivo social: de manera que presentan un esquema donde las políticas neoliberales serían la expresión de un «mal gobierno» y por tanto causantes de la crisis, mientras que otras, como las intervencionistas, supondrían que llevan una preocupación por el beneficio colectivo. Pero ese discurso aún cuando puede estar expresando las diferencias entre las fracciones de la clase dominante, tiene como fin el hacer que los trabajadores tomen partido por un tipo de política y olviden así que tanto intervencionistas como liberales son medidas que, dependiendo el momento, ayudan a proteger la ganancia capitalista y a fortalecer las cadenas de dominio del capital sobre la clase trabajadora.
Es falso que exista una diferencia sustantiva entre el intervencionismo y el liberalismo, en ambos tipos de política el Estado se encuentra ordenando y dirigiendo la explotación y opresión, en ambas formas es el Estado el que comanda la actividad económica; un simple ejercicio puede ayudamos, por ejemplo, preguntémonos: ¿Quién dirigió y definió la forma de las privatizaciones? ¿Quién define y lleva a cabo las políticas durante el neoliberalismo? ¿Quién controla y regula el comportamiento de los países a través de los tratados comerciales regionales (como lo es el TLC)? La respuesta es el Estado. Y si se piensa que hay otra razón de actuación durante la aplicación del intervencionismo, preguntémonos nuevamente: ¿Quién se benefició de las nacionalizaciones y estatizaciones? ¿Dejó de existir la explotación con estas políticas?... Es fácil percibir que el Estado aplicando cualquiera de sus políticas tiene como centro de atención salvar la ganancia capitalista y asegurar el sometimiento de los explotados. Por eso el capitalismo de Estado se vuelve la forma que toma el sistema a partir de principios del siglo XX, para buscar su perpetuación.
De manera que si la crisis es expresión del mismo capitalismo, los trabajadores para enfrentarla NO pueden ni deben unirse con la burguesía, ni ser más productivos, sumisos y competir con sus hermanos de clase, la única salida que tienen es la lucha, en la que unifiquen sus fuerzas con todos los trabajadores en activo y en desempleo que sufren los ataques y degradan sus condiciones de vida. Pero para que esta pueda expresar todo su poder deberá de pasar por encima y en contra de los sindicatos y los partidos de la burguesía, de todos los colores y caretas, que buscan encasillar el descontento en la imploración de «mejores» gobernantes o «mejores» políticas. La crisis pone al desnudo que el capitalismo no puede ofrecer sino mayor explotación y miseria, pero también revela de forma más clara que la única salida se encuentra en su destrucción, y el proletariado es la única clase que capaz de hacerlo y sobre sus ruinas construir una verdadera comunidad humana.
Tatlin/Diciembre-2008