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Aunque los revolucionarios actuales distan mucho de compartir todos ellos el análisis de que el capitalismo entró en su fase de declive con el estallido de la Primera Guerra mundial, no era así para quienes tuvieron que reaccionar ante dicho estallido y participaron en los levantamientos revolucionarios subsiguientes. Al contrario, como este artículo quiere demostrar, la mayoría de los marxistas compartían esa idea. Para ellos, además, comprender que se había entrado en un nuevo período histórico era algo indispensable para revivificar el programa comunista y las tácticas resultantes.
En el artículo anterior de esta serie, vimos cómo Rosa Luxemburg previó, mediante su análisis de los mecanismos en que se basaba la expansión imperialista, que las calamidades que estaban sufriendo las regiones precapitalistas del globo, alcanzarían el corazón del sistema, la Europa burguesa. Y como lo subrayó ella en su Folleto de Junius (cuyo título original es La crisis de la socialdemocracia alemana), que redactó en la cárcel en 1915, el estallido de la guerra mundial el año anterior, no sólo fue una catástrofe a causa de la mortandad, la miseria y las destrucciones que descargó sobre la clase obrera de los dos campos beligerantes, sino, además, porque hizo posible la mayor traición de la historia del movimiento obrero: la decisión de las mayoría de los partidos socialdemócratas, hasta entonces faro del internacionalismo, educados en la visión marxista del mundo, de apoyar el esfuerzo de guerra de las clases dominantes de sus respectivos países, de certificar la matanza del proletariado europeo, por muchas proclamas que hubieran hecho contra la guerra adoptadas en cantidad de reuniones de la IIª Internacional y de los partidos que la formaron durante los años anteriores a la guerra.
Fue la muerte de la Internacional; se deshizo en sus diferentes partidos nacionales, de los que amplias partes, la mayoría de las veces sus órganos dirigentes, actuaron como banderines de enganche en interés de sus propias burguesías: se les nombró "social-chovinistas" o "social-patriotas"; y tras ellos arrastraron a la mayoría de los sindicatos. En aquella ignominiosa debacle, otra parte importante de la socialdemocracia, "los centristas", se extravió en todo tipo de confusiones, incapaz de romper definitivamente con los social-patriotas, agarrándose a absurdas ilusiones sobre posibles acuerdos de paz o, como en el caso de Kautsky, al que otrora habían llamado "papa del marxismo", dando a menudo la espalda a la lucha de clases con la excusa de que la Internacional no podía ser sino instrumento de paz y no de guerra. Durante aquel tiempo traumatizante, solo una minoría se mantuvo firme en los principios que toda la Internacional había adoptado, en teoría, en vísperas de la guerra. En primer lugar, la negativa a cesar toda lucha de clases porque ésta pondría en peligro el esfuerzo de guerra de su propia burguesía y, por extensión, la voluntad de utilizar la crisis social acarreada por la guerra como medio para acelerar la caída del sistema capitalista. Sin embargo, ante el ambiente de histeria nacionalista dominante al iniciarse la guerra, "la atmósfera de pogromo" de la que habla Luxemburg en su folleto, incluso los mejores militantes de la izquierda revolucionaria se vieron sumidos en dudas y dificultades. Cuando Lenin se enteró por la edición de Vorwärts, diario del SPD, de que el partido había votado los créditos de guerra en el Reichstag (Parlamento alemán), creyó que era una noticia falsa amañada por la policía política. En el parlamento alemán, el antimilitarista Liebknecht votó en un primer tiempo por los créditos de guerra por disciplina de partido. El extracto siguiente de una carta de Rosa Luxemburg muestra hasta qué punto sentía ella que la oposición de izquierda en la socialdemocracia se había quedado reducida a un puñado de personas: "Quisiera emprender la acción más enérgica contra lo que está ocurriendo en el grupo parlamentario. Por desgracia, encuentro a poca gente dispuesta a ayudarme. (...) Imposible dar con Karl (Liebknecht), pues anda de un lado para otro cual nube en el cielo; Franz (Mehring) muestra poca comprensión por una acción que no sea literaria, la reacción de tu madre (Clara Zetkin) es histérica y totalmente desesperada. Pero a pesar de todo eso, voy a intentarlo todo por hacer algo" ([1]).
Entre los anarquistas reinaba también la confusión cuando no la traición abierta. El venerable anarquista Kropotkin llamó a la defensa de la civilización francesa contra el militarismo alemán (a quienes siguieron su ejemplo se les llamó "anarquistas de trinchera"); y el señuelo del patriotismo fue especialmente atractivo en la CGT francesa. Sin embargo, el anarquismo, a causa precisamente de su carácter heterogéneo, no fue sacudido hasta sus cimientos del mismo modo que lo fue "el partido marxista". Muchos grupos y militantes anarquistas siguieron defendiendo las mismas posiciones internacionalistas que antes ([2]).
El imperialismo: el capitalismo en declive
Evidentemente, los grupos de la antigua izquierda de la socialdemocracia debían empeñarse en la tarea de organizarse y agruparse para llevar a cabo la labor fundamental de propaganda y de agitación, a pesar del fanatismo nacionalista y de la represión estatal. Pero lo que había que hacer ante todo era una revisión teórica, un esfuerzo riguroso para comprender cómo había podido barrer la guerra unos principios defendidos desde hacía tanto tiempo por el movimiento obrero. Tanto más porque era necesario desgarrar el velo "socialista" con el que los traidores disfrazaban su patriotismo, usando palabras o frases de Marx y Engels, seleccionándolas minuciosamente y, sobre todo, sacándolas de su contexto histórico, para justificar su posición de defensa nacional, en Alemania sobre todo, donde había una larga tradición de la corriente marxista que apoyaba movimientos nacionales contra la amenaza reaccionaria del zarismo ruso.
Lenin simbolizó esa necesidad de una investigación completa, ocupando parte de su tiempo en las bibliotecas, al principio de la guerra, en la lectura de Hegel. En el artículo recientemente publicado en The Commune, Kevin Anderson, del estadounidense Marxist Humanist Comittee (Comité Marxista Humanista) defiende la idea de que el estudio de Hegel llevó a Lenin a la conclusión de que la mayoría de la IIª Internacional, incluido su mentor Plejánov (y, por extensión, también él), no habían roto con el materialismo vulgar, y que su desconocimiento de Hegel les había conducido a una falta de dominio de la verdadera dialéctica de la historia ([3]). Y, evidentemente, uno de los principios dialécticos subyacentes de Hegel es que lo que es racional en una época se vuelve irracional en otra. Es evidente que ese fue el método que usó Lenin para replicar a los social-patriotas - Plejánov, sobre todo - que pretendían justificar la guerra refiriéndose a los escritos de Marx y Engels: "Los social-chovinistas rusos (con Plejánov a la cabeza) se remiten a la táctica de Marx con respecto a la guerra de 1870; los alemanes (por el estilo de Lensch, David y Cía.) invocan la declaración de Engels en 1891, sobre el deber de los socialistas alemanes de defender la patria en caso de guerra contra Rusia y Francia coaligadas; (...) Todas estas referencias constituyen una indignante desnaturalización de las ideas de Marx y Engels para complacer a la burguesía y a los oportunistas (...) Quienes invocan hoy la actitud de Marx ante las guerras de la época de la burguesía progresista y olvidan las palabras de Marx, de que "los obreros no tienen patria" - palabras que se refieren precisamente a la época de la burguesía reaccionaria y caduca, a la época de la revolución socialista -, tergiversan desvergonzadamente a Marx y sustituyen el punto de vista socialista por un punto de vista burgués" ([4]).
Ahí está la clave del problema: el capitalismo se había vuelto un sistema reaccionario tal como lo predijo Marx. La guerra lo demostraba y eso implicaba una revolución total de todas las antiguas tácticas del movimiento y una comprensión clara de las características del capitalismo en su crisis de senilidad y, por lo tanto, de las nuevas condiciones a que se enfrentaba la lucha de clases. En las fracciones de izquierda, ese análisis, fundamental, de la evolución del capitalismo, era compartido por todos. Rosa Luxemburg, en su Folleto de Junius, mediante una reinvestigación profunda del fenómeno del imperialismo durante el período que había desembocado en la guerra, retomó lo que Engels había anunciado: la humanidad se vería ante el dilema: socialismo o barbarie; y declaró que ya no era una perspectiva, sino la realidad inmediata: "esta guerra es la barbarie". En ese mismo documento, Luxemburg defendió que en la época de la guerra imperialista desencadenada, la antigua estrategia de apoyo a algunos movimientos de liberación nacional había perdido todo contenido progresista: "En la época del imperialismo desenfrenado ya no pueden existir guerras nacionales. Los intereses nacionales ya no son sino una mistificación cuyo objetivo es poner a las masas trabajadoras al servicio de su enemigo mortal: el imperialismo" ([5]).
Trotski, que escribía en Nashe Slovo, iba evolucionando en las misma dirección, defendiendo que la guerra era el signo de que el Estado nacional mismo se había convertido en una traba para todo progreso humano posterior: "El Estado nacional está superado como marco para el desarrollo de las fuerzas productivas, como base para la lucha de clases y, especialmente, como forma estatal de la dictadura del proletariado" ([6]).
En una obra más conocida, El Imperialismo fase suprema del capitalismo, Lenin - como Luxemburg - reconocía que el conflicto sangriento entre las grandes potencias mundiales significaba que esas potencias ya se habían repartido todo el planeta y que, por eso mismo, el pastel imperialista no podía volverse a repartir sino mediante violentos ajustes de cuentas entre ogros capitalistas: "... el rasgo característico del período que nos ocupa es el reparto definitivo de la Tierra, definitivo no en el sentido de que sea imposible repartirla de nuevo - al contrario, nuevos repartos son posibles e inevitables -, sino en el de que la política colonial de los países capitalistas ha terminado ya la conquista de todas las tierras no ocupadas que había en nuestro planeta. Por vez primera, el mundo se encuentra ya repartido, de modo que lo que en adelante puede efectuarse son únicamente nuevos repartos, es decir, el paso de territorios de un "amo" a otro, y no el paso de un territorio sin amo a un "dueño"" ([7]).
En el mismo libro, Lenin caracteriza la "fase suprema" del capitalismo como la del "parasitismo y declive" o del "capitalismo moribundo". Parasitario porque - especialmente en el caso de Gran Bretaña - veía una tendencia a que la contribución de las naciones industrializadas en la producción de la riqueza global fuera sustituida por una dependencia creciente respecto del capital financiero y de las superganancias extraídas de las colonias (un enfoque que sin duda puede criticarse, pero que contenía un elemento de intuición, como atestigua el hinchamiento actual de la especulación financiera y el avance de la desindustrialización de algunas naciones entre las más fuertes). El declive (que no significa para Lenin estancamiento absoluto del crecimiento) debido a la tendencia del capitalismo a abolir la libre competencia en provecho del monopolio, implicaba la necesidad creciente de que la sociedad burguesa debía dejar el sitio a un modo de producción superior.
El imperialismo... de Lenin sufre de unas cuantas debilidades. Su definición del imperialismo es más una descripción de algunas de sus manifestaciones más visibles ("las cinco características" citadas a menudo por los izquierdistas para demostrar que tal o cual nación, o bloque de naciones no es imperialista) más que un análisis de las raíces del fenómeno en el proceso de acumulación, lo que sí hizo Luxemburg. La visión de Lenin de un centro capitalista avanzado que vive como un parásito de las superganancias sacadas de las colonias (corrompiendo así una franja de la clase obrera, la "aristocracia obrera", que a ésta la llevaría a apoyar los planes imperialistas de la burguesía), dejó abierta una brecha por la que después penetraría la ideología nacionalista bajo la forma de apoyo a los movimientos de "liberación nacional" en las colonias. Además, la fase monopolística (en el sentido de cárteles privados gigantescos) ya había dejado el sitio a una expresión "superior" del declive capitalista: el crecimiento gigantesco del Estado.
Sobre esto, la contribución más importante fue sin duda la de Bujarin, uno de los primeros en demostrar que en la época del "Estado imperialista", la totalidad de la vida política, económica y social ha sido absorbida por el aparato de Estado, con la finalidad primera de llevar a cabo la guerra contra los imperialismos rivales: "Contrariamente a lo que era el Estado en el período del capitalismo industrial, el Estado imperialista se caracteriza por un crecimiento extraordinario de la complejidad de sus funciones y una brusca incursión en la vida económica de la sociedad. Revela una tendencia a acaparar el conjunto de la esfera de la circulación de mercancías. Los tipos intermedios de empresas mixtas serán regulados sencillamente por el Estado, pues, de ese modo, podrá desarrollarse el proceso de centralización. Todos los miembros de las clases dominantes (o, más precisamente, de la clase dominante, pues el capitalismo financiero elimina gradualmente los diferentes subgrupos de las clases dominantes, uniéndolos en una sola camarilla de capitalismo financiero) se convierten en accionistas o socios de una empresa estatal gigantesca. Asegurado ya de antemano del mantenimiento y la defensa de la explotación, el Estado se transforma en una organización explotadora única centralizada, enfrentada directamente al proletariado, objeto de esa explotación. De igual modo, los precios del mercado son decididos por el Estado, asegurando éste a los obreros una ración suficiente para mantener su fuerza de trabajo. Una burocracia jerárquica cumple funciones organizadoras en pleno acuerdo con las autoridades militares cuyo poder se incrementa constantemente. La economía nacional es absorbida por el Estado, edificado al modo militar con un ejército y una armada poderosos y disciplinados. En sus luchas, los obreros tendrán que enfrentarse a todo el poderío de ese monstruoso aparato, pues todo avance en su lucha se topará directamente con el Estado: la lucha económica y la lucha política dejarán de ser dos categorías y la rebelión contra la explotación lo será directamente contra la organización estatal de la burguesía" ([8]).
El capitalismo de Estado totalitario y la economía de guerra acabarían siendo las características fundamentales del siglo que empezaba. A causa de la omnipresencia de ese monstruo capitalista, Bujarin concluía con toda la razón que, desde ahora en adelante, a toda lucha obrera significativa no le quedaba otro remedio que enfrentarse al Estado y que el único camino para que el proletariado vaya hacia adelante era "hacer estallar" el aparato entero, destruir el Estado burgués y sustituirlo por sus propios órganos de poder. Esto significaba el rechazo definitivo de todas las hipótesis sobre la posibilidad de conquistar pacíficamente el Estado existente, cosa que ni Marx ni Engels habían rechazado completamente, incluso después de la experiencia de la Comuna, y que se había convertido en la posición ortodoxa de la IIª Internacional. Pannekoek ya había desarrollado esa posición en 1912 y, cuando Bujarin la retomó, Lenin, al principio, le acusó enérgicamente de caer en el anarquismo. Pero, mientras elaboraba su respuesta y estimulado por la necesidad de comprender la revolución que se estaba desarrollando en Rusia, Lenin se vio de nuevo arrastrado por una dialéctica siempre en movimiento, llegando a la conclusión de que Pannekoek y Bujarin habían tenido razón, conclusión formulada en El Estado y la Revolución, redactada la víspera de la insurrección de Octubre.
En el libro de Bujarin El imperialismo y la economía mundial (1917), hay un nuevo intento para situar el curso hacia la expansión imperialista en las contradicciones económicas definidas por Marx; subraya la presión ejercida por la baja de la cuota de ganancia, pero también reconoce la necesidad de una extensión constante del mercado. Como Luxemburg y Lenin, el objetivo de Bujarin fue demostrar precisamente que el proceso de "globalización" imperialista había creado una economía mundial unificada, el capitalismo había cumplido su misión histórica y, a partir de ahí, ya solo podía entrar en decadencia. Es perfectamente coherente con la perspectiva subrayada por Marx cuando escribía que: "la tarea propia de la sociedad burguesa, es el establecimiento del mercado mundial, al menos en sus grandes líneas y de una producción basada en él" ([9]).
Así, contra los social-patriotas y los centristas que querían volver al statu quo de antes de la guerra, que habían falseado el marxismo para justificar sus apoyos a uno u otro de los campos beligerantes, los marxistas auténticos afirmaron unánimemente que ya no quedaba ni rastro de progresismo en el capitalismo y que su derrocamiento revolucionario se había puesto ya a la orden del día.
La época de la revolución proletaria
Ese mismo problema sobre el período histórico que se estaba viviendo volvió a plantearse en la Rusia de 1917, cumbre de la oleada internacional ascendente, respuesta del proletariado a la guerra. Como la clase obrera rusa, organizada en sóviets, se iba dando cuenta cada día más que el hecho de haberse quitado de encima al zarismo, no había resuelto ninguno de sus problemas fundamentales, las fracciones de derecha y de centro de la socialdemocracia organizaron una campaña contra el llamamiento de los bolcheviques a la revolución proletaria y a que los soviets dieran al traste no sólo con los restos zaristas, sino con toda la burguesía rusa que consideraba la revolución de Febrero como suya propia. La burguesía rusa estaba en esto apoyada por los mencheviques, los cuales retomaban los escritos de Marx para demostrar que el socialismo no podía construirse sino sobre un sistema capitalista plenamente desarrollado: como Rusia era un país muy atrasado, no podía ir más allá de la etapa de una revolución burguesa democrática y los bolcheviques no eran sino una banda de aventureros que querían hacer salto de pértiga con la historia. La respuesta de Lenin en las Tesis de abril fue una vez más coherente con su lectura de Hegel, quien ya en su tiempo había subrayado la necesidad de considerar el movimiento de la historia como un todo. Reflejaba al mismo tiempo su profundo compromiso internacionalista. Era, claro está, totalmente justo que las condiciones de la revolución tuvieran que madurar históricamente, pero la advenimiento de una nueva época histórica no se juzga por el rasero de tal o cual país por separado. El capitalismo, como lo demostró la teoría del imperialismo, era un sistema global y, por lo tanto, su declive y la necesidad de su derrocamiento maduraban también a una escala global: el estallido de la guerra imperialista mundial lo demostraba con creces. No había una Revolución Rusa aislada: la insurrección proletaria en Rusia no sería sino el primer paso hacia una revolución internacional o, como lo dijo Lenin en su discurso, que fue como una bomba, dirigido a los obreros y soldados que acudieron a recibirlo en su retorno del exilio en la estación de Finlandia de Petrogrado: "Estimados camaradas, soldados, marineros y obreros, soy feliz al saludar en vosotros la revolución rusa victoriosa, de saludaros como la vanguardia del ejército proletario mundial... No está lejos la hora en que, siguiendo en llamamiento de nuestro camarada Karl Liebknecht, los pueblos girarán sus armas contra los capitalistas explotadores... La revolución rusa realizada por vosotros ha abierto una nueva época. ¡Viva la revolución socialista mundial!"
Esa comprensión de que el capitalismo había realizado las condiciones necesarias para el advenimiento del socialismo y, a la vez, había entrado en su crisis histórica de senilidad - que son, de hecho, las dos caras de la misma moneda - está también contenida en la frase tan conocida de la Plataforma de la Internacional Comunista (IC) redactada en su Primer Congreso de marzo de 1919: "Ha nacido una nueva época. Época de disgregación del capitalismo, de su hundimiento interno. Época de la revolución comunista del proletariado" ([10]).
Cuando la izquierda revolucionaria internacionalista se reunió en el primer congreso de la IC, la agitación revolucionaria desencadenada por la revolución de Octubre estaba en su punto más culminante. Si bien es cierto que el levantamiento "espartaquista" de enero en Berlín había sido aplastado y Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht brutalmente asesinados, la República de los soviets acababa de formarse en Hungría, en Europa y se producían huelgas de masas en amplias zonas de Norteamérica y de América del Sur. El entusiasmo revolucionario se plasmó entonces en los textos básicos que adoptó dicho Congreso. Como decía el discurso de Rosa Luxemburg en el Congreso de fundación del KPD, el amanecer de una nueva época significaba que la antigua distinción entre programa mínimo y programa máximo había dejado de ser válida, de modo que la tarea de organizarse en el seno del capitalismo mediante la actividad sindical y la participación en el parlamento para obtener reformas significativas había perdido su razón de ser. La crisis histórica del sistema capitalista mundial, plasmada no sólo en la guerra imperialista mundial, sino también en el caos económico y social que dejó dicha guerra tras sí, significaba que la lucha directa por el poder organizado en soviets estaba ahora al orden del día de una manera realista y urgente, y ese programa era válido en todos los países, incluidos los coloniales y semicoloniales. Además, la adopción de ese nuevo programa máximo sólo podría instaurarse mediante la ruptura completa con las organizaciones que habían representado a la clase obrera durante la etapa anterior, pero habían traicionado los intereses de ésta en cuanto tuvieron que pasar por la prueba de la historia, la prueba de la guerra y de la revolución, en 1914 y en 1917. Los reformistas de la socialdemocracia y la burocracia sindical se definían ahora como los lacayos del capital, y no como el ala derecha del movimiento obrero. El debate en el Primer congreso de la joven Internacional estaba abierto a las conclusiones más audaces que se estaban sacando de la experiencia directa del combate revolucionario. Aunque la experiencia rusa siguió un camino, en cierto modo diferente, los bolcheviques estuvieron atentos a los testimonios de la delegados de Alemania, Suiza, Finlandia, Estados Unidos, Gran Bretaña y de muchos otros lugares, que argumentaban que los sindicatos ya no sólo se habían vuelto inútiles, sino que se habían convertido en un obstáculo contrarrevolucionario directo, en engranajes del aparato de Estado, y que los obreros se organizaban cada día más fuera y en contra de ellos mediante la forma de organización de consejos en las fábricas y en los barrios. Y como la lucha de clases se centraba precisamente en los lugares de trabajo y en las calles, esos centros vivos de la lucha de clases y de la conciencia de clase, aparecían en los documentos oficiales de la IC, en contraste evidente con la cáscara vacía del parlamento, instrumento que además de ser algo inadaptado en la lucha por la revolución proletaria, es un instrumento directo de la clase dominante, utilizado para sabotear los consejos obreros, como se había demostrado claramente tanto en la Rusia de 1917 como en la Alemania de 1918. Igualmente, el Manifiesto de la IC era muy parecido a la posición desarrollada por Luxemburg de que las luchas nacionales estaban superadas y que las nuevas naciones se iban a convertir en simples peones de intereses imperialistas rivales. En esa fase, esas conclusiones revolucionarias extremas a la mayoría le parecían el resultado lógico de la apertura del nuevo período ([11]).
Debates en el Tercer congreso
Cuando se acelera la historia, y así fue a partir de 1914, los cambios más dramáticos pueden ocurrir en un año o dos. Cuando la IC se reunió para su Tercer Congreso, en junio-julio de 1921, la esperanza de una extensión inmediata de la revolución, tan presente durante el Primer Congreso, había recibido los golpes más rudos. Rusia había atravesado tres años de una guerra civil agotadora, y aunque los Rojos habían vencido militarmente a los Blancos, el precio pagado fue políticamente mortal: quedaron diezmadas amplias fracciones obreras entre las más avanzadas, el Estado "revolucionario" se había burocratizado hasta el extremo de que los soviets perdieron su control. Los rigores del "comunismo de guerra" y los excesos destructores del terror rojo acabaron por suscitar una revuelta abierta en la clase obrera: en marzo, estallaron huelgas masivas en Petrogrado, seguidas por el levantamiento armado de los marinos y los obreros de Kronstadt que llamaban al renacer de los soviets y a acabar con la militarización del trabajo y de las acciones represivas de la Checa (policía secreta). Pero la dirección bolchevique, amarrada al Estado, sólo vio en ese movimiento la expresión de la contrarrevolución blanca, aplastándolo en sangre y sin piedad. Todo eso era la expresión del aislamiento creciente del bastión ruso. La derrota ocurría después de las derrotas de las repúblicas soviéticas de Hungría y Baviera, las de las huelgas generales de Winnipeg, Seattle, Red Clydeside, a la de las ocupaciones de fábrica en Italia, del levantamiento del Ruhr en Alemania y de muchos otros movimientos de masas.
Cada día más conscientes de su aislamiento, el partido, asido al poder en Rusia, y otros partidos comunistas en otras partes, empezaron a recurrir a medidas desesperadas para extender la revolución, como la marcha del Ejército Rojo sobre Polonia y la Acción de Marzo en Alemania en marzo de 1921 - dos intentos fallidos de forzar el curso de la revolución sin desarrollo masivo de la consciencia de clase y de la organización necesarias para una verdadera toma del poder por la clase obrera. Durante ese tiempo, el sistema capitalista, a pesar de haber quedado desangrado por la guerra y con síntomas de una profunda crisis económica, logró estabilizarse en lo económico y social, gracias, en parte, al nuevo papel desempeñado por Estados Unidos como fuerza motriz industrial y financiera del mundo.
En el seno de la Internacional Comunista, el IIº Congreso ya había vivido el impacto de las derrotas precedentes. Eso se plasmó en la publicación por Lenin del folleto La Enfermedad infantil del comunismo que se distribuyó en el Congreso ([12]). En lugar de abrirse a la experiencia viva del proletariado mundial, la experiencia bolchevique - o una versión particular de ésta - era ahora presentada como modelo universal. Como los bolcheviques habían obtenido cierto éxito en la Duma después de 1905, la táctica del "parlamentarismo revolucionario" se presentaba como si tuviera una validez universal; como los sindicatos se habían formado hacía poco en Rusia y les quedaba algún resto todavía de vida proletaria... los comunistas de todos los países tenían que hacer el máximo por quedarse en los sindicatos reaccionarios e intentar conquistarlos eliminando a los burócratas corruptos. Junto a esta modificación de las tácticas sindical y parlamentaria, en oposición total con las corrientes comunistas de izquierda que las rechazaban, acabó llegando el llamamiento a construir partidos comunistas de masas, incorporando, en gran parte, a organizaciones como el USPD en Alemania y el Partido Socialista en Italia (PSI).
En el año 1921 aparecieron otras manifestaciones de deslizamiento hacia el oportunismo, del sacrificio de los principios y de los objetivos a largo plazo en aras de un éxito a corto plazo y del crecimiento cuantitativo en militantes. En lugar de una denuncia clara de los partidos socialdemócratas como agentes de la burguesía, se nos servía ahora la argucia de la "carta abierta" a esos partidos para "forzar a sus dirigentes a entablar batalla" o, si no lo hacían, quitarles así la careta ante sus miembros obreros. O sea, la adopción de una política de maniobras según la cual las masas tenían que ser en cierto modo engañadas para desarrollar su conciencia. A esas tácticas pronto les iba a seguir la proclamación del "Frente único" y la consigna con menos principios todavía de "Gobierno obrero", especie de coalición parlamentaria entre socialdemócratas y comunistas. Detrás de toda esta carrera por la influencia a toda costa está la necesidad del Estado "soviético" de enfrentarse a un mundo capitalista hostil, de encontrar un modus vivendi con el capitalismo mundial, a costa de un retorno a la práctica de la diplomacia secreta que había sido claramente condenada por el poder soviético en 1917 (en 1922, el Estado "soviético" firmaba un acuerdo secreto con Alemania, a la que incluso abasteció en armas que un año más tarde habrían de servir para aplastar a los obreros comunistas). Todo eso indicaba la aceleración de la trayectoria que se alejaba de la lucha por la revolución y se orientaba hacia la integración en el statu quo capitalista, no todavía definitiva, pero que señalaba ya el camino en la victoria de la contrarrevolución estalinista.
Eso no significaba, ni mucho menos, que toda claridad o debate serio sobre el periodo histórico hubiera desaparecido. Al contrario, los "comunistas de izquierda", reaccionando contra ese curso oportunista, iban a basar con todavía mayor solidez sus argumentos en la idea de que el capitalismo había entrado en un nuevo período: el programa del KAPD de 1920 empezaba por la proclamación de que el capitalismo se encontraba en su crisis histórica y que ponía al proletariado ante la opción "socialismo o barbarie" ([13]); ese mismo año, los argumentos de la Izquierda Italiana contra el parlamentarismo se basan en la idea de que las campañas por las elecciones al parlamento habían sido válidas en el período pasado, pero que la nueva época invalidaba esta práctica anterior. Incluso entre las voces "oficiales" de la Internacional seguía habiendo verdaderas tentativas de comprender las características y las consecuencias del nuevo período.
El Informe y las Tesis sobre la situación mundial presentados por Trotski ante el IIIº Congreso de junio-julio de 1921 ofrecían un análisis muy lúcido de los mecanismos a los que recurría un capitalismo enfermo para asegurar su supervivencia en el nuevo período - especialmente el recurso al crédito y al capital ficticio. Analizando los primeros signos de una reanudación de posguerra, el informe de Trotski sobre la crisis económica mundial y las nuevas tareas de la Internacional Comunista planteaba así las cosas: "¿Cómo se realiza, cómo se explica el boom? En primer término, por causas económicas: las relaciones internacionales han sido reanudadas, aunque en proporciones restringidas, y por todas partes observamos demandas de las mercancías más variadas. En segundo término por causas político-financieras: los gobiernos europeos sintieron un miedo mortal por la crisis que se produciría después de la guerra, y recurrieron a todas las medidas para sostener el boom artificial creado por la guerra durante el período de desmovilización. Los gobiernos continuaron poniendo en circulación papel moneda en gran cantidad, lanzándose en nuevos empréstitos, regulando los beneficios, los salarios y el precio del pan, cubriendo así una parte de los salarios de los obreros desmovilizados, disponiendo de los fondos nacionales, creando una actividad económica artificial en el país. De este modo, durante todo este intervalo, el capital ficticio seguía creciendo, sobre todo en los países cuya industria bajaba" ([14]).
Toda la vida del capitalismo desde entonces no ha hecho sino confirmar ese diagnóstico de un sistema que no puede mantenerse a flote si no es conculcando sus propias leyes económicas. Esos textos procuraban también profundizar en la comprensión de que sin revolución proletaria, el capitalismo desencadenaría sin lugar a dudas nuevas guerras más destructoras todavía (por mucho que las conclusiones que se sacaban de un enfrentamiento inminente entre la antigua potencia británica y la potencia norteamericana distaban mucho de poderse verificar, aunque no les faltaran fundamento). No obstante, la clarificación más importante de ese documento y de otros era la conclusión de que el advenimiento del nuevo período no significaba que la decadencia, la crisis económica abierta y la revolución serían simultáneas - una ambigüedad que puede encontrarse en la fórmula original de la IC en 1919, "Ha nacido una nueva época", que podía interpretarse como que el capitalismo había entrado simultáneamente en una crisis económica "final", y en una fase ininterrumpida de conflictos revolucionarios. Ese avance en la comprensión se plasma quizás más claramente en el texto de Trotski Las enseñanzas del Tercer Congreso y la IC, redactado en julio de 1921. Así empezaba: "Las clases tienen su origen en el proceso de producción. Son capaces de vivir mientras desempeñen el papel necesario en la organización común del trabajo. Las clases se tambalean si sus condiciones de existencia están en contradicción con el desarrollo de la producción, o sea el desarrollo de la economía. En esta situación se encuentra hoy la burguesía. Eso no significa ni mucho menos que la clase que ha perdido sus raíces y que se ha vuelto parásita tenga que desaparecer inmediatamente. Aunque los cimientos de la dominación de clase son la economía, las clases se mantienen gracias a los aparatos y órganos del Estado político: ejércitos, policía, partido, tribunales, prensa, etc. Gracias a esos órganos, la clase dominante puede conservar el poder durante años y años incluso cuando ya se ha vuelto un obstáculo directo para el desarrollo social. Si ese estado de cosas se prolonga por mucho tiempo, la clase dominante puede arrastrar en su caída al país y a la nación que domina... La representación puramente mecánica de la revolución proletaria, que tiene únicamente como punto de partida la ruina constante de la sociedad capitalista, llevaba a algunos grupos de camaradas a la teoría falsa de la iniciativa de unas minorías que haría derrumbarse, gracias a su atrevimiento, "los muros de la pasividad de los proletarios" y los ataques incesantes de la vanguardia del proletariado como nuevo método de combate en las luchas y el empleo de métodos de rebeliones armadas. Ni qué decir tiene que esa especie de teoría de la táctica no tiene nada que ver con el marxismo" ([15]).
Así pues, el inicio del declive no excluía la posibilidad de recuperaciones económicas, ni retrocesos del proletariado. Evidentemente, nadie podía entonces darse cuenta de hasta qué punto las derrotas de 1919-21 habían sido ya decisivas y existía una ardiente necesidad de clarificarse sobre lo que había que hacer entonces, en una nueva época pero no en una situación inmediata de revolución. Un texto separado, Tesis sobre la táctica, adoptado por el Congreso, planteaba con razón la necesidad de que los partidos comunistas participaran en las luchas defensivas para así desarrollar la confianza y la conciencia de la clase obrera, y esto, con el reconocimiento de que la decadencia y la revolución no eran, ni mucho menos, sinónimos, era un rechazo necesario de la "teoría de la ofensiva" que había justificado el método semigolpista de la Acción de Marzo. Esta teoría según la cual, al estar maduras las condiciones objetivas, el partido comunista debía llevar a cabo una ofensiva insurreccional más o menos permanente para empujar las masas a la acción, era sobre todo defendida por la izquierda del partido comunista alemán, por Béla Kun y otros, y no, como se ha dicho a menudo erróneamente, por la izquierda comunista cabalmente hablando, por mucho que el KAPD y otros elementos cercanos no fueran claros sobre este asunto ([16]).
Sobre eso, las intervenciones de las delegaciones del KAPD en el Tercer Congreso son de lo más instructivas. En contradicción con la etiqueta de "sectario" que se le había aplicado en las Tesis sobre la táctica, la actitud del KAPD en el Congreso fue un modelo de la manera responsable con la que una minoría debía comportarse en una organización proletaria. Aunque dispusieron de un tiempo muy restringido para sus intervenciones y tuvieran que soportar las interrupciones y sarcasmos de los defensores de la línea oficialista, el KAPD se consideraba como participante pleno en el desarrollo del Congreso y sus delegados estaban dispuestos a subrayar los puntos de acuerdo cuando los había; no estaban en absoluto interesados en hacer alarde de sus divergencias por sí mismas, que es la esencia misma de la actitud sectaria ([17]). Por ejemplo, en la discusión sobre la situación mundial, algunos delegados del KAPD compartían muchos aspectos del análisis de Trotski, en especial, por ejemplo, la noción de que el capitalismo estaba reconstruyéndose en lo económico y recuperando el control en lo social. Seeman puso, por ejemplo, de relieve la capacidad de la burguesía internacional para dejar de lado temporalmente sus rivalidades interimperialistas para enfrentar el peligro proletario, en Alemania sobre todo.
Lo que eso significa (pues el informe de Trotski y las "Tesis sobre la situación mundial" estaban en gran parte orientadas a rechazar la "teoría de la ofensiva" y a sus partidarios) es que el KAPD no pensaba que una estabilización del capital fuera imposible ni que la lucha debiera ser ofensiva a cada instante. Y eso lo dijo explícitamente en múltiples intervenciones.
Sachs, en su respuesta a la presentación de Trotski sobre la situación económica mundial, dice lo siguiente: "Hemos visto ayer en detalle cómo se imagina el camarada Trotski - y todos los que están aquí creo que están de acuerdo con él - las relaciones entre, por un lado, las pequeñas crisis y los pequeños periodos de auge cíclicos y momentáneos, y, por otro lado, el problema del auge y de la decadencia del capitalismo, considerado en grandes períodos históricos. Estaremos todos de acuerdo en que la gran curva [de la economía] que iba hacia arriba va ahora irresistiblemente hacia abajo y que dentro de esa gran curva, tanto cuando subía como ahora que está bajando, hay oscilaciones" ([18]).
O sea que cualesquiera que hayan sido las ambigüedades del KAPD en su idea sobre "la crisis mortal", no por eso consideraba que la apertura de la decadencia acarreaba un hundimiento repentino y definitivo de la vida económica del capitalismo.
La intervención de Hempel sobre la táctica de la Internacional muestra claramente que la acusación de "sectario" al KAPD por su supuesto rechazo de las luchas defensivas y su pretendido llamamiento a la ofensiva en todo momento era falsa: "Veamos ahora la cuestión de las acciones parciales. Nosotros afirmamos que no rechazamos ninguna acción parcial. Decimos: cada acción, cada combate, puesto que es una acción, debe ser puesto a punto, llevado hacia adelante. No se puede decir: rechazamos este o aquel. El combate que surge de las necesidades económicas de la clase obrera, ese combate debe llevarse hacia delante por todos los medios. Y precisamente en países como Alemania, Inglaterra y los demás países de democracia burguesa que han sufrido durante 40 o 50 años una democracia burguesa y sus efectos, la clase obrera debe ante todo acostumbrarse a las luchas. Las consignas deben corresponder a las acciones parciales. Tomemos un ejemplo: en una empresa, en diferentes empresas, estalla una huelga, englobando a un ámbito pequeño. Ahí la consigna no va a ser, desde luego: lucha por la dictadura del proletariado. Sería algo absurdo. Las consignas deben adaptarse también a las relaciones de fuerza, a lo que puede esperarse en un lugar determinado" ([19]).
Tras muchas de esas intervenciones, había, sin embargo, la insistencia del KAPD en que la IC no iba lo bastante lejos para comprender el nuevo período abierto en la vida del capitalismo y, por lo tanto, en la lucha de clases. Sachs, por ejemplo, tras haber expresado su acuerdo con Trotski sobre la posibilidad de reanudaciones temporales, defendió que "lo que no aparece en estas Tesis... es precisamente el carácter fundamentalmente diferente de nuestra época de decadencia respecto a la anterior de auge del capitalismo considerado en su totalidad" ([20]) lo cual tenía consecuencias en cómo iba a sobrevivir el capitalismo a partir de entonces: "el capital reconstruye su poder destruyendo la economía" ([21]), un enfoque visionario sobre cómo iba a continuar el capitalismo como sistema en el siglo. Hempel, en la discusión sobre la táctica, extrae las consecuencias del nuevo período para las posiciones políticas que los comunistas deben defender, especialmente sobre las cuestiones sindical y parlamentaria en la táctica. Contrariamente a los anarquistas, a los que a menudo se ha asimilado al KAPD, Hempel insiste en que el uso del parlamento y de los sindicatos se justificaba plenamente en el periodo anterior: "... si recordamos las tareas que tenía el viejo movimiento obrero, o mejor dicho, el movimiento obrero anterior a la época de la irrupción de la revolución directa, aquel tenía la tarea, por un lado, mediante las organizaciones políticas de la clase obrera, los partidos, de mandar a delegados al parlamento y a las instituciones que la burguesía y la burocracia habían dejado abiertas a la representación de la clase obrera. Era una de sus tareas. Eso fue provechoso y entonces era justo. Las organizaciones económicas de la clase obrera tenían, por su parte, la tarea de preocuparse por mejorar la situación del proletariado en el seno del capitalismo, por animar a la lucha y negociar cuando la lucha cesaba... ésas eran las tareas de las organizaciones obreras antes de la guerra. Pero llegó la revolución; y aparecieron otras tareas. Las organizaciones obreras no podían limitarse a luchar por aumentos de salarios y satisfacerse con eso; ya no pudieron seguir planteándose - como fin principal - estar representadas en el parlamento y obtener mejoras para la clase obrera" ([22]).
y además: "... tenemos la experiencia constantemente de que todas las organizaciones de trabajadores que toman ese camino, por muy revolucionarios que sean sus discursos, acaban zafándose en las luchas decisivas" ([23]),
y por eso la clase obrera necesitaba crear nuevas organizaciones capaces de expresar la necesidad de la auto-organización del proletariado y de la confrontación directa con el Estado y el capital; esto era válido tanto para las pequeñas luchas defensivas como para las luchas masivas más amplias. En otro lugar, Bergmann define a los sindicatos como engranajes del Estado y muestra que es ilusorio querer conquistarlos: "Básicamente nuestro parecer es que hay que separarse de los viejos sindicatos. No porque tengamos sed destructiva, sino porque hemos comprobado que esas organizaciones se han convertido en el peor sentido de la expresión, en órganos del Estado capitalista para reprimir la revolución" ([24]).
En el mismo sentido, Sachs criticó la regresión hacia la noción de partido de masas y la táctica de la "carta abierta" a los partidos socialdemócratas. Eran regresiones hacia prácticas socialdemócratas y formas de organización superadas o, peor todavía, hacia los partidos socialdemócratas mismos que se habían pasado al enemigo.
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En general, la Historia la escriben los vencedores o, al menos, quienes aparecen como tales. En los años que siguieron al Tercer Congreso, los partidos comunistas oficiales siguieron siendo organizaciones capaces de granjearse la lealtad de millones de obreros, y el KAPD, por su parte, estalló rápidamente en diversas fracciones, pocas de entre las cuales lograron mantener la claridad con la que sus representantes se habían expresado en Moscú en 1921. A partir de entonces, aparecieron en primer plano, sí, errores verdaderamente sectarios, especialmente la decisión precipitada de la tendencia de Essen del KAPD, en torno a Gorter, de fundar una "cuarta internacional" (la KAI o Internacional Comunista Obrera), cuando lo que sí era necesario en una fase de retroceso de la revolución era desarrollar una fracción internacional que combatiera contra la degeneración de la Tercera Internacional. Ese entierro prematuro de la Internacional Comunista vino lógicamente acompañado de un cambio en el análisis de la Revolución de Octubre, que empezó poco a poco a ser considerada como una revolución burguesa. La idea de la tendencia Schröder en la KAI de que en la época de la "crisis mortal", las luchas por el salario eran oportunistas, era también sectaria; otras corrientes empezaron incluso a cuestionar la existencia de un partido político del proletariado, originando lo que se ha dado en llamar "consejismo". Esas expresiones del debilitamiento y la fragmentación más general de la vanguardia revolucionaria eran el producto de una derrota y de una contrarrevolución que se estaban agravando. Al mismo tiempo, el mantenimiento, durante ese período, de los partidos comunistas como organizaciones de masas influyentes era también el resultado de la contrarrevolución burguesa, pero con esa terrible particularidad de que esos partidos se había puesto en la vanguardia de esa contrarrevolución, junto a los carniceros fascistas y democráticos. Por un lado, las posiciones más claras del KAPD y de la Izquierda Italiana, productos de los momentos más álgidos de la revolución y sólidamente amarrados a la teoría del declive del capitalismo, no desaparecieron, en gran parte, gracias al trabajo paciente de los pequeños grupos de revolucionarios, a menudo muy aislados. Cuando las brumas de la contrarrevolución empezaron a disiparse, esas posiciones encontraron una nueva generación de revolucionarios y se convirtieron en adquisiciones fundamentales sobre las cuales el futuro partido de la revolución deberá construirse.
Gerrard
[1]) Carta a Konstantin Zetkin, finales de 1914, citada por J.P. Nettl, en Vida y obra de Rosa Luxemburg (en francés), ed. Maspero, Tomo II, p. 593.
[2]) Sería interesante, sin embargo, investigar más a fondo sobre los intentos actuales en el seno del movimiento anarquista por analizar el significado de la guerra.
[3]) "Lenin's Encounter with Hegel after Eighty Years: A Critical Assessment", https://thecommune.wordpress.com/ideas/lenins-encounter-with-hegel-after....
[4]) V. I. Lenin, El socialismo y la guerra (La actitud del POSDR ante la guerra (1915), https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/1915sogu.htm.
[5]) Capítulo anexo "Tesis sobre las tareas de la socialdemocracia", https://marxists.org/francais/luxembur/junius/rljif.html.
[6]) Nashe Slovo, 4/2/1916, traducido del inglés por nosotros.
[7]) "El reparto del mundo entre las grandes potencias", https://marxists.org/francais/lenin/works/1916/vlimperi/vlimp6.htm.
[8]) Hacia una teoría del Estado imperialista, 1915, traducido del inglés por nosotros.
[9]) Carta de Marx a Engels, 8 de octubre de 1858, traducido de la versión francesa, Editions Sociales, tomo V.
[10]) https://marxists.org/francais/inter_com/1919/ic1_19190300d.htm.
[11]) Para más elementos sobre la discusión del Primer Congreso de la International, ver el artículo de la Revista Internacional no 123 "La teoría de la decadencia en la médula del materialismo histórico - De Marx a la Izquierda Comunista (II)". https://es.internationalism.org/rinte123/decadencia.htm.
[12]) Señalemos que ese documento no quedó sin respuesta ni críticas, por ejemplo la Carta abierta al camarada Lenin de Gorter, en francés e inglés en https://www.marxists.org/francais/gorter/index.htm.
[13]) "La crisis económica mundial, nacida de la guerra mundial, con sus efectos económicos y sociales monstruosos y cuyo conjunto produce una brutal impresión de un campo de ruinas de unas dimensiones descomunales, significa una sola cosa: que ha empezado el crepúsculo de los dioses del orden mundial burgués-capitalista. No se trata hoy de una de esas crisis económicas periódicas, típicas del modo de producción capitalista; es la crisis del capitalismo mismo; convulsas sacudidas del organismo social todo, estallido formidable de los antagonismos de clases de una dureza nunca antes vista, miseria general para amplias capas populares, todo eso es una advertencia fatídica a la sociedad burguesa. Es cada día más evidente que la oposición entre explotadores y explotados no hace más que incrementarse, que la contradicción entre capital y trabajo, de la que toman cada día más conciencia incluso capas sociales hasta ahora indiferentes al proletariado, no puede resolverse. El capitalismo ha hecho la experiencia de su fiasco definitivo; se ha reducido él solo a la nada en la guerra de bandidaje imperialista, ha creado el caos, cuya prolongación insoportable coloca al proletariado ante la alternativa histórica: caída en la barbarie o construcción de un mundo socialista", Programa del Partido Comunista Obrero de Alemania (KAPD), mayo de 1920 (en francés).
[14]) https://www.marxists.org/espanol/trotsky/ceip/economicos/lasituacionmundial.htm#_ftn1.
[15]) Traducido del francés https://marxists.org/francais/trotsky/oeuvres/1921/07/lt19210712.htm
[16]) Por ejemplo, el párrafo introductorio al programa del KAPD, citado en la nota, puede interpretarse fácilmente como si describiera una crisis final y definitiva del capitalismo y, respecto al peligro de golpismo, ciertas actividades del KAPD durante la Acción de Marzo cayeron sin lugar a dudas en esa tendencia: por ejemplo, la alianza con el VKPD en el uso de sus miembros desempleados para intentar arrastrar literalmente por la fuerza a obreros a unirse a la huelga general, y en sus relaciones ambiguas con las fuerzas armadas "independientes" dirigidas por Max Hoelz y otros. Ver también la intervención de Hempel en el Tercer Congreso - en La gauche allemande, en francés, p. 41 -, quien reconoce que la Acción de Marzo no habría podido echar abajo al capitalismo pero insiste también en la necesidad de lanzar una consigna de derrocamiento del gobierno, una posición que parece no tener coherencia, pues para el KAPD, estaba totalmente excluido defender un Gobierno "obrero" del tipo que fuera sin la dictadura del proletariado.
[17]) La actitud de Hempel hacia los anarquistas y los sindicalistas-revolucionarios estaba también exenta de espíritu sectario, subrayando la necesidad de trabajar con todas las expresiones auténticamente revolucionarias de esa corriente (ver La izquierda Alemana, pp. 44-45).
[18]) La Izquierda alemana, p. 21, editado por Invariance, la Vieille Taupe, 1973.
[19]) Ídem., p. 40.
[20]) Ídem., p. 21.
[21]) Ídem., p. 22.
[22]) Ídem., p. 33.
[23]) Ídem., p. 34.
[24]) Ídem., p. 56.