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Publicamos aquí la segunda parte de un texto de orientación que se discutió en la CCI durante el verano de 2001 y fue adoptado por la Conferencia extraordinaria de nuestra organización de marzo de 2002
La primera parte de este texto se publicó en el número anterior de esta Revista internacional
En la primera parte se abordaban los puntos siguientes:
- los efectos de la contrarrevolución sobre la confianza en sí mismo del proletariado y sobre la tradición de solidaridad de sus generaciones actuales.
- los efectos en el seno de la CCI de las debilidades en la confianza y en la solidaridad.
- el papel de la confianza y la solidaridad en el avance de la humanidad
4. La dialéctica de la confianza en sí de la clase obrera: pasado, presente, futuro
Al ser el proletariado la primera clase de la sociedad poseedora de una visión histórica consciente, es comprensible que las bases de su confianza en su misión sean igualmente históricas incorporando en ellas la totalidad del proceso que lo hizo sugir. Por esa razón particularmente, esta confianza se basa, de manera decisiva, en el futuro y por lo tanto en una comprensión teórica. Y es también por eso por lo que el reforzamiento de la teoría es un arma privilegiada para la superación de las debilidades congénitas de la CCI en lo que a esa confianza se refiere. Ésta significa, por definición, confianza en el porvenir. El pasado no puede ser cambiado luego la cuestión de la confianza no puede estar orientada hacia este último.
Toda clase revolucionaria ascendente basa su confianza en su misión histórica, no solamente en su fuerza actual, sino también en sus experiencias, sus realizaciones pasadas y sus objetivos futuros. Sin embargo, la confianza de las clases revolucionarias del pasado, y de la burguesía en particular, estaba arraigada principalmente en el presente -en el poder económico y político que ya habían conquistado en el seno de la sociedad existente. Puesto que el proletariado no podrá nunca poseer un poder así en el seno del capitalismo, tampoco podrá jamás tener tal preponderencia del presente. Sin la capacidad de aprender de su experiencia pasada y sin una claridad y una convicción real respecto a su objetivo como clase, no podrá alcanzar la confianza en sí mismo que necesita para superar la sociedad de clases. Por eso es por lo que el proletariado es, más que cualquiera otra clase antes de ella, una clase histórica en el pleno sentido de la palabra. El pasado, el presente y el futuro son componentes indispensables de la confianza en sí mismo. Por eso no es difícil responder a la pregunta de porque al marxismo, arma científica de la revolución proletaria, sus fundadores le llamaron materialismo histórico o dialéctico.
a) Esa preeminencia del futuro no elimina en absoluto el papel del presente en la dialéctica de la lucha de clases. Precisamente por ser el proletariado una clase explotada necesita desarrollar su lucha colectiva para que la clase en su conjunto tome conciencia de su fuerza real y de su futuro potencial. Esta necesidad, que la clase en su conjunto tome confianza en sí misma, constituye un problema completamente nuevo en la historia de la sociedad de clases. La confianza en sí de las clases revolucionarias del pasado, que eran clases explotadoras, se basaba siempre en una clara jerarquía en el seno de cada una de esas clase y en el seno de la sociedad en su conjunto. También, en la capacidad de mandar y someter a otras partes de la sociedad a su propia voluntad y, por tanto, en el control del aparato productivo y del aparato del Estado. De hecho, es una característica de la burguesía, la cual, incluso en su fase revolucionaria, buscó a otras categorías sociales para que se batieran por ella y una vez en el poder ha ido "delegando" cada vez más sus tareas a servidores a sueldo.
El proletariado no puede delegar su tarea histórica en nadie. Por eso, le incumbe a la clase desarrollar su confianza en sí misma. Por eso también, la confianza en el proletariado es siempre necesariamente una confianza en la clase en su conjunto, jamás en una parte de ella.
Es, para el proletariado, el hecho de ser una clase explotada lo que da un carácter fluctuante a su confianza en sí, incluso inestable, con altibajos en el movimiento general de la lucha de clases. Es más, las organizaciones políticas revolucionarias se ven también afectadas por esos altibajos, al depender en gran parte de ese movimiento la manera con la que se organizan, se agrupan e intervienen en la clase. Y como sabemos, en periodos de profunda derrota, sólo pequeñísimas minorías han sido capaces de conservar su confianza en la clase.
Pero esas fluctuaciones en la confianza no están únicamente relacionadas con los altibajos de la lucha de clases. Como clase explotada que es, el proletariado puede ser víctima de una crisis de confianza en cualquier momento, incluso en el ardor de las luchas revolucionarias. La revolución proletaria "interrumpe constantemente su propio curso, volviendo sobre lo que aparentemente había ya logrado para volver nuevamente a comenzar", etc. En particular, "retrocede sin cesar ante lo inmenso de sus propios objetivos" como lo escribió Marx en El 18 Brumario ....
La revolución rusa de 1917 muestra claramente que no sólo la clase en su conjunto sino igualmente el partido revolucionario pueden verse afectado por tales dudas. De hecho, entre febrero y octubre de 1917, los bolcheviques atravesaron varias crisis de confianza en la capacidad de la clase para cumplir las tareas del momento. Crisis que culminaron en el pánico que se apoderó del comité central del partido bolchevique ante la insurrección.
La revolución rusa es pues la mejor ilustración del hecho que las raíces más profundas de la confianza en el proletariado, contrariamente a las de la burguesía, no pueden jamás arraigar en el presente. Durante esos dramáticos meses fue sobre todo Lenin, quien personificó la confianza inquebrantable en la clase sin la cual ninguna victoria es posible. Y él fue capaz de hacerlo porque no abandonó ni un solo momento el método teórico e histórico propio del marxismo.
La lucha masiva del proletariado es un momento indispensable para el desarrollo de la confianza revolucionaria. Hoy es la piedra angular de toda la situación histórica. Al permitir una reconquista de su identidad de clase, se convierte en una condición previa para que la clase en su conjunto vuelva a asumir las lecciones del pasado y vuelva a desarrollar una perspectiva revolucionaria.
Como con la cuestión sobre la conciencia de clase, a la que está íntimamente ligada, debemos distinguir dos dimensiones de esta confianza: por un lado, la acumulación histórica, teórica, programática y organizativa de la confianza, representada por las organizaciones revolucionarias, y más ampliamente, por el proceso histórico de maduración subterránea en el seno de la clase, y, por otro lado, el grado y la extensión de la confianza en sí misma de la clase en su conjunto, en un momento dado.
b) La contribución del pasado a esta confianza no es menos indispensable. Primero porque la historia contiene pruebas irrefutables del potencial revolucionario de la clase. La burguesía misma, entendiendo la importancia de estas experiencias vividas por su enemigo de clase, ataca constantemente esta herencia; sobre todo la revolución de Octubre de 1917.
Segundo, uno de los factores que dan más seguridad al proletariado tras una derrota, es su capacidad para corregir los errores pasados y extraer las lecciones de la historia. Contrariamente a la revolución burguesa que va de victoria en victoria, la victoria final del proletariado se prepara a través de una serie de derrotas. El proletariado es pues capaz de trasformar sus derrotas pasadas en elementos de confianza en el futuro. Es esta una de las bases principales de la confianza que Bilan mantuvo en lo más hondo de la contrarrevolución. De hecho, cuanto más profunda sea la confianza en la clase con tanta mayor valor podrán los revolucionarios criticar sin piedad las debilidades propias y las de la clase, y cuanta menor sea la necesidad de consolarse más sobria será su lucidez y sin euforias insensatas. Como Rosa lo repitió tantas veces, la tarea de los revolucionarios es decir lo que de verdad es.
Tercero, la continuidad, en particular la capacidad de trasmitir las lecciones de una generación a otra, ha sido siempre fundamental para el desarrollo de la confianza en sí de la humanidad. Los efectos devastadores de la contrarrevolución del siglo XX en el proletariado son la prueba en negativo. Por eso es tanto más importante para nosotros hoy estudiar las lecciones de la historia a fin de trasmitir nuestra propia experiencia y la de toda la clase obrera a las generaciones de revolucionarios que nos sucederán.
c) Pero es la perspectiva futura la que ofrece el fundamento más profundo para nuestra confianza en el proletariado. Eso puede parecer paradójico. ¿Cómo es posible fundamentar la confianza sobre algo que no existe aun? Lo que sí es seguro es que esa perspectiva existe. Existe como objetivo consciente, como construcción teórica, de la misma forma que el edificio que se va a construir existe ya en la mente del arquitecto. Antes incluso de realizarlo en la práctica, el proletariado es el arquitecto del comunismo.
Ya hemos visto que al mismo tiempo que apareció el proletariado como fuerza política independiente en la historia también apareció la perspectiva del comunismo: la propiedad colectiva no de los medios de consumo sino de los medios de producción. Esta idea era el resultado de la separación entre productores y medios de producción a causa del trabajo asalariado y de la socialización del trabajo. En otros términos, fue el producto del proletariado, de su posición en la sociedad capitalista. O, como Engels escribe en el "AntiDühring", la principal contradicción, en el núcleo mismo del capitalismo, está entre dos principios sociales: un principio colectivo, base de la sociedad moderna, representado por el proletariado, y un principio individual, anárquico, anclado en la propiedad privada de los medios de producción, representado por la burguesía.
La perspectiva comunista había surgido antes que la lucha proletaria hubiese revelado su potencial revolucionario. Lo que aquellos acontecimientos clarificaron es que son únicamente las luchas obreras las que pueden llevar al comunismo. Pero la perspectiva ya existía anteriormente. Se basaba sobre todo en las lecciones anteriores y coetáneas del combate proletario. Incluso en los años 1840, cuando Marx y Engels comenzaron a trasformar el socialismo utópico en ciencia, la clase no había dado aun muchas pruebas de su potencia revolucionaria.
Eso quiere decir que desde el principio la teoría por sí misma fue un arma de la lucha de la clase. Y hasta la derrota de la oleada revolucionaria, ya lo hemos dicho, esa visión de su papel histórico fue crucial para darle confianza en su enfrentamiento contra el capital.
Así, al igual que la lucha inmediata y las lecciones del pasado, la teoría revolucionaria es para el proletariado un factor indispensable de confianza, especialmente de su desarrollo en profundidad y, a largo plazo, también de su extensión. Puesto que la revolución no puede ser sino un acto conciente, no será victoriosa hasta que la teoría revolucionaria haya conquistado a las masas.
En la revolución burguesa, la perspectiva fue poco más que una proyección del espíritu de la evolución presente y pasada: la conquista gradual del poder en el seno de la antigua sociedad. Cuando a la burguesía se le ocurrió desarrollar teorías sobre el futuro, estas acabaron apareciendo como falsificaciones groseras cuya tarea principal era inflamar las pasiones revolucionarias. Por muy irrealistas que fueran esas ideas no pusieron en entredicho la causa que servían. Para el proletariado, al contrario, el punto de partida es el futuro. Puesto que no puede construir gradualmente su poder de clase en el seno del capitalismo, la claridad teórica es un arma imprescindible:
"La filosofía idealista clásica ha postulado siempre que la humanidad vive en dos mundos diferentes, el mundo material en el cual domina la necesidad y el del espíritu o de la imaginación en el que reina la libertad. A pesar de la necesidad de rechazar los dos mundos a los que, según Platón o Kant, pertenece la humanidad, es sin embargo correcto que los seres humanos viven simultáneamente en dos mundos diferentes (...) Los dos mundos en los cuales vive la humanidad son el pasado y el futuro. El presente es la frontera entre los dos. Toda su experiencia reside en el pasado (...). Ella no puede cambiar nada de él, todo lo que puede hacer es aceptar su necesidad. Igualmente el mundo de la experiencia, el mundo del conocimiento es también el de la necesidad. La cosa es diferente respecto al futuro. De él no tengo la menor experiencia. Se presenta aparentemente libre ante mí, como un mundo que yo no puedo explorar basándome en el conocimiento sino en el que debo afirmarme por la acción. (...) Actuar quiere decir siempre elegir entre diferentes posibilidades, incluso si es solamente entre elegir o no elegir, lo que significa aceptar y rechazar, defender y atacar. (...) Pero no solamente el sentimiento de libertad es una precondición de la acción, es también un objetivo dado. Si el mundo del pasado está gobernado por las relaciones entre la causa y el efecto (causalidad), el de la acción, el del futuro lo es por la determinación (teleología)". (Karl Kautsky, La concepción materialista de la historia)
Ya antes de Marx, fue Hegel quien resolvió, teóricamente, el problema de la relación entre la necesidad y la libertad, entre el pasado y el futuro. La libertad consiste en hacer lo que es necesario, dice Hegel. En otros términos, no es rebelándose contra las leyes de la evolución del mundo, sino comprendiéndolas y empleándolas para sus propios fines como el hombre incrementará su espacio de libertad. "La necesidad es ciega solamente en la medida en que no es comprendida". (Hegel, Enciclopedia de las ciencias naturales). Es necesario, pues, que el proletariado comprenda las leyes de la evolución de la historia si quiere ser capaz de comprender y de llevar a cabo su misión histórica. Por ello, si la ciencia y con ella la confianza de la burguesía están en gran medida basadas en una comprensión progresiva de las leyes de la naturaleza, la ciencia y la confianza de la clase obrera están basadas, en cambio, en la comprensión dialéctica de la sociedad y de la historia. Como lo mostró MC[1] en una defensa de los clásicos del marxismo sobre este tema (MC, Pasado, presente, futuro), es el futuro el que predomina sobre el pasado y el presente en un movimiento revolucionario al ser aquél, en última instancia, el que determina su dirección. El predominio del presente trae consigo, invariablemente, dudas y vacilaciones que crean una vulnerabilidad enorme a la influencia de la pequeña burguesía, personificación de la indecisión. El predominio del pasado lleva al oportunismo y por tanto a la influencia de la burguesía, bastión de la reacción moderna. En ambos casos es la pérdida de la visión del largo plazo lo que conduce a la pérdida de la dirección revolucionaria. Como dice Marx, "la revolución social del siglo XIX no puede sacar sus versos del pasado, solamente del futuro" (K. Marx, ibid.)
De eso nosotros debemos concluir que el inmediatismo es el principal enemigo de la confianza en sí del proletariado, no solamente porque la ruta hacia el comunismo es larga y tortuosa sino porque además esta confianza radica en la teoría y en el futuro, mientras que el inmediatismo es una capitulación ante al presente, la adoración de los hechos inmediatos. A través de la historia, el inmediatismo ha sido el factor dominante de la desorientación en el movimiento obrero. Ha estado en la raíz de todas las tendencias a colocar "el movimiento por delante del objetivo" como decía Bernstein, y por lo tanto a abandonar los principios de clase. Que tome la forma del oportunismo como fue el caso entre los revisionistas a finales del XIX o entre los trotskistas en los años 1930, o la del aventurerismo como ocurrió con los Independientes en 1919 y con el KPD en 1921 en Alemania; esa impaciencia pequeño burguesa acaba arrastrando siempre a la traición de un futuro por un plato de lentejas, como en la imagen de la Biblia. En la raíz de esa actitud aberrante hay siempre una pérdida de confianza en la clase obrera.
En el ascenso histórico del proletariado, pasado, presente y futuro forman una unidad. Al mismo tiempo cada uno de estos "mundos" nos advierte de un peligro específico. El que concierne al pasado es el de olvidar sus lecciones. El peligro del presente es ser víctima de las apariencias inmediatas, de la imagen superficial de las cosas. El peligro que concierne al futuro es el de descuidar y debilitar los esfuerzos teóricos.
Eso nos recuerda que la defensa y el perfeccionamiento de las armas teóricas de la clase obrera son la tarea específica de las organizaciones revolucionarias, y que estas últimas tienen una responsabilidad particular en la salvaguardia de la confianza histórica en la clase.
5. La confianza, la solidaridad y el espíritu de partido
no son jamás adquisiciones definitivas
Según lo dicho, la claridad y la unidad son los principales cimientos de una acción social basada en la confianza. En el caso de la lucha de clases proletaria internacional, esta unidad no es, evidentemente, más que una tendencia que podrá algún día realizarse en un consejo obrero a escala mundial. Pero políticamente, las organizaciones unitarias que surgen en la lucha son ya expresión de esa tendencia. Incluso fuera de esas expresiones organizadas, la solidaridad obrera -incluso expresándose en un nivel individual- manifiesta también esa unidad. El proletariado es la primera clase en el seno de la cual no hay intereses económicos divergentes; en ese sentido la solidaridad anuncia la naturaleza de la sociedad por la que lucha.
Pero la expresión más importante y permanente de la unidad de clase es la organización revolucionaria y el programa que ella defiende. Como tal, ella es la personificación más desarrollada de la confianza en el proletariado y también la más compleja.
La confianza está en el centro mismo de la construcción y el desarrollo de tal organización. En ésta, la confianza en la misión del proletariado se expresa directamente en el programa político de la clase, en el método marxista, en la capacidad histórica de la clase, en el papel de la organización hacia la clase, en los principios de funcionamiento, en la confianza de los militantes y de las diferentes partes de la organización en sí mismos y en los demás. La unidad de los diferentes principios políticos y organizativos que defiende y la unidad entre las diferentes partes de la organización son, en definitiva, las expresiones más directas de la confianza en la clase: unidad de objetivo y de acción, del objetivo de la clase y de los medios para alcanzarlo.
Los dos aspectos principales de esta confianza son la vida política y la vida organizativa. El primer aspecto se expresa en la lealtad a los principios políticos, pero también en la capacidad para desarrollar la teoría marxista como respuesta a la evolución de la realidad. El segundo aspecto es la lealtad a los principios de funcionamiento proletario y a la capacidad de desarrollar una confianza y una solidaridad reales en el seno de la organización. El resultado de un debilitamiento de la confianza en uno u otro de esos dos niveles será siempre poner en entredicho la unidad, y por lo tanto la existencia misma, de la organización.
A nivel organizativo, la expresión más desarrollada de esa confianza, solidaridad y unidad es lo que Lenin llamó espíritu de partido. En la historia del movimiento obrero hay tres ejemplos célebres de la puesta en marcha de tal espíritu de partido: el partido alemán en los años 1870 y 1880, los bolcheviques a partir de 1903 hasta la revolución y el partido italiano y la fracción que de él surgió tras la oleada revolucionaria. Estos ejemplos nos ayudarán a explicar la naturaleza y la dinámica de ese espíritu de partido y los peligros que lo amenazan.
a) Lo que caracterizó al partido alemán en ese plano es que basó su modo de funcionamiento en los principios organizativos establecidos en la Primera Internacional durante su lucha contra el bakuninismo (y el lassallismo), que esos principios se integraron en todo el partido a través de una serie de luchas organizativas y que durante el combate por la defensa de la organización contra la represión estatal se fue forjando una tradición de solidaridad entre los militantes y entre las diferentes partes de la organización. De hecho, fue durante el periodo "heroico" de clandestinidad cuando el partido alemán desarrolló las tradiciones de defensa sin concesiones de los principios, de estudio teórico y de unidad organizativa que hicieron de él el dirigente natural del movimiento obrero internacional. La solidaridad cotidiana en sus filas fue un potente catalizador de todas esas cualidades. Al cambiar el siglo, sin embargo, el espíritu de partido estaba casi completamente muerto, hasta tal punto de que Rosa Luxemburgo pudo declarar que había más humanidad en una aldea siberiana que en todo el partido alemán (Rosa Luxemburgo, Correspondencia con Klara Zetkin). De hecho, mucho antes de su traición programática, la desaparición de la solidaridad anunciaba la futura traición.
b) Pero el relevo del espíritu de partido fue recogido por los bolcheviques. Ahí nos volvemos a encontrar con las mismas características. Los bolcheviques heredaron sus principios organizativos del partido alemán, los arraigaron en cada sección, en cada miembro a través de una serie de luchas organizativos, forjando una solidaridad viva a través de años de trabajo ilegal. Sin esas cualidades el partido no habría podido pasar la prueba de la revolución. Pese a que entre agosto de 1914 y Octubre de 1917 el partido sufrió una serie de crisis políticas y tuvo que responder repetidamente a la penetración de posiciones abiertamente burguesas en sus filas y en su dirección (el apoyo a la guerra en 1914, por ejemplo, y después de febrero en 1917), la unidad de la organización, su capacidad para clarificar sus divergencias, para corregir sus errores y para intervenir en la clase no se vieron jamás disminuidas.
c) Como sabemos, mucho antes del triunfo final de estalinismo, el espíritu de partido había retrocedido completamente en el partido de Lenin. Pero una vez más la bandera fue recogida, esta vez, por el partido italiano y después por la Fracción, frente a la contrarrevolución estalinista. El partido se convirtió en el heredero de los principios organizativos y de las tradiciones del bolchevismo. Desarrolló su visión de lo que debe ser la vida del partido en la lucha contra el estalinismo y la enriqueció más tarde con la visión y el método de la Fracción. Todo eso ocurrió en las condiciones objetivas más terribles, frente a las que, una vez más, era necesario forjar una solidaridad viva.
Al final de la segunda guerra mundial, la Izquierda italiana, a su vez, abandona los principios organizativos que la habían caracterizado. De hecho, ni el remedo semirreligioso de vida colectiva de partido desarrollado por el bordiguismo de la posguerra, ni el informalismo federalista de Battaglia no tienen nada que ver con la vida organizativa de la Izquierda italiana de los años 20 y 30. En particular, toda la concepción de la Fracción fue abandonada.
Fue la Izquierda comunista de Francia la que acaba recogiendo la herencia de esos principios organizativos y de la lucha por el espíritu de partido. Y a la CCI le incumbe hoy perpetuar y hacer vivir esa herencia.
d) El espíritu de partido no es jamás una adquisición definitiva. Las organizaciones y las corrientes del pasado que lo encarnaron mejor, acabaron todas perdiéndolo completa y definitivamente (...).
En cada uno de los ejemplos dados, las circunstancias en las que desapareció el espíritu de partido fueron muy diferentes. La experiencia de la lenta degeneración de un partido de masas o de la integración de un partido en el aparato de Estado de un bastión obrero aislado no se repetirán probablemente jamás. Sin embargo hay lecciones generales que sacar en cada caso:
- el espíritu de partido desapareció en un momento de cambio histórico: en Alemania, entre el ascenso y la decadencia del capitalismo; en Rusia con el retroceso de la revolución; y en el caso de la Izquierda italiana entre la revolución y la contrarrevolución; hoy, es la entrada en la fase de descomposición lo que amenaza con acabar con el espíritu de partido.
- la ilusión de que las realizaciones pasadas podrían ser definitivas impidió la vigilancia necesaria. La enfermedad infantil de Lenin es un ejemplo perfecto de esta ilusión. Hoy, la sobrestimación de la madurez organizativa de la CCI contiene el mismo peligro.
- fueron el inmediatismo y la impaciencia los que abrieron las puertas al oportunismo programático y organizativo. El ejemplo de la Izquierda italiana es particularmente concluyente al estar históricamente más próximo a nosotros. Fue el deseo de lograr por fin ampliar su influencia y reclutar nuevos miembros lo que empujó a la Izquierda italiana en 1943-45 a abandonar las lecciones de la Fracción y al PCInt bordiguista en 1980-81 a abandonar algunos de sus principios programáticos. Hoy la CCI se ve también confrontada a tentaciones parecidas relacionadas con la evolución de la situación histórica.
- ese abandono ha sido la expresión, a nivel organizativo, de la pérdida de confianza en la clase obrera, pérdida que se ha manifestado inevitablemente también a nivel político (pérdida de la claridad programática). Eso no había ocurrido nunca en la CCI como tal hasta hoy. Pero sí que ocurrió con las diferentes "tendencias" que se separaron de CCI (tales como la FECCI o el "círculo de París" que han acabado negando el análisis de la decadencia).
Durante los últimos meses ha sido sobre todo la simultaneidad de varios factores, tales como el debilitamiento de nuestros esfuerzos teóricos, de la vigilancia, la presencia de cierta euforia por la progresión de la organización y de una ceguera ante nuestros fallos; junto al resurgir del clanismo lo que revela el peligro de la pérdida del espíritu de partido, de degeneración organizativa y de esclerosis teórica. El hecho de que la confianza en nuestras filas haya sido socavada y la incapacidad de dar pasos adelante decisivos para el desarrollo de la solidaridad han sido los factores dominantes en esa tendencia que puede, potencialmente, llevar a la traición programática o a la desaparición de la organización.
6. No hay espíritu de partido sin responsabilidad individual
Tras la lucha de 1993-96 contra el clanismo, comienzan a emerger actitudes de desconfianza hacia aquellas relaciones políticas y sociales de los camaradas que tenían lugar fuera del marco formal de las reuniones y de las actividades planificadas. La amistad, las relaciones amorosas, los lazos y las actividades sociales, los gestos de solidaridad personal, y las discusiones políticas o de otro tipo entre camaradas, se consideraban frecuentemente como un mal necesario; de hecho, como el terreno privilegiado para el desarrollo del clanismo. En oposición a ello, las estructuras formales de nuestras actividades comenzaron a ser consideradas una garantía contra el retorno del clanismo.
Tales reacciones contra el clanismo revelan por sí mismas una asimilación insuficiente de nuestro análisis y nos desarman ante ese peligro. Como lo habíamos dicho, el clanismo surgió, en parte, como respuesta a un problema real de falta de confianza y de solidaridad en nuestras filas. Más aun, la destrucción de relaciones de confianza y solidaridad mutua entre camaradas que existían realmente se debía principalmente al trabajo del clanismo que dinamitó el espíritu de amistad: la amistad real no va dirigida jamás contra una tercera persona y no excluye nunca la crítica mutua. El clanismo destruyó la tradición indispensable de las discusiones políticas y de los lazos sociales entre camaradas convirtiéndolas en "discusiones informales" a espaldas de la organización. Al crecer la atomización y al aniquilar la confianza, al intervenir de forma abusiva e irresponsable en la vida personal de los camaradas, aislándolos incluso de la organización, el clanismo estaba socavando la solidaridad natural que debe expresar el "derecho de vigilancia" de la organización sobre las dificultades personales que los militantes puedan encontrar.
Es imposible combatir el clanismo utilizando sus propias armas. No es la desconfianza en el pleno desarrollo de la vida política y social fuera del simple marco formal de las reuniones de sección sino la verdadera confianza en esta tradición del movimiento obrero lo que nos hace más resistentes al clanismo.
Tras esa desconfianza injustificada hacia la vida "informal" de una organización obrera, reside la utopía pequeño burguesa de una garantía contra el espíritu de círculo que nos puede llevar al dogma ilusorio del catecismo contra el clanismo. Esa manera de hacer acaba transformando los estatutos en leyes rígidas, el "derecho de injerencia" en fiscalización y la solidaridad en vacuo ritual.
Una de las formas con que la pequeña burguesía expresa su miedo del futuro es ese dogmatismo mórbido que ofrece protección contra el peligro de lo imprevisible. Eso es lo que llevó a la "vieja guardia" del partido ruso a acusar constantemente a Lenin de abandonar los principios y las tradiciones del bolchevismo. Es una especie de conservadurismo que corroe el espíritu revolucionario. Nadie está exento de ese peligro, como lo muestra el debate que hubo en la Internacional socialista sobre la cuestión polaca en el que no solamente Wilhelm Liebknecht sino, parcialmente, Engels adoptaron esa actitud cuando Rosa Luxemburgo planteó la necesidad de cuestionar la antigua posición de apoyo a la independencia de Polonia.
En realidad, el clanismo, precisamente porque emana de las capas intermedias, inestables, sin futuro, es no sólo capaz sino que, en realidad, está condenado a adoptar formas y características siempre cambiantes. La historia muestra que el clanismo no toma solamente la forma del informalismo de la bohemia y de las estructuras paralelas tan apreciadas por los desclasados, sino que es igualmente capaz de utilizar las estructuras oficiales de la organización y de darse la apariencia de formalismo y de rutinismo pequeño burgués que necesita para promover su política paralela. Mientras que en una organización en la que el espíritu de partido es débil y el espíritu de contestación fuerte, un clan informal tiene más oportunidad de éxito, en una atmósfera más rigurosa en la que existe una gran confianza en los órganos centrales, la apariencia formal y la adopción de estructuras oficiales puede responder perfectamente a las necesidades del clanismo.
En realidad el clanismo contiene las dos caras de la moneda. Históricamente, está condenado a oscilar entre esos dos polos que en apariencia se excluyen mutuamente. En el caso de la política de Bakunin, nos encontramos los dos aspectos contenidos en una "síntesis superior": la libertad individual anarquista absoluta, proclamada por la Alianza oficial y la confianza y la obediencia ciega exigidas por la Alianza secreta:
«Como los jesuitas pero no en la vía de la servidumbre sino en la de la emancipación del pueblo, cada uno de ellos ha renunciado a su propia voluntad. En el Comité, como en toda la organización, no es el individuo quien piensa, quiere y actúa, sino el todo» escribe Bakunin. Lo que caracteriza esta organización, continúa él, es «la confianza ciega que le brindan las personalidades conocidas y respetadas». (Mijail A. Bakunin, Llamamiento a los oficiales del Ejército ruso)
Las relaciones sociales, que están llamadas a desempeñar un papel en tal tipo de organización están claras: «Todos los sentimientos afectivos, los sentimientos blandengues de parentesco, de amistad, de amor, de gratitud deben ser reprimidos en él por la sola pasión fría por la tarea revolucionaria». (M.A. Bakunin, El catecismo revolucionario.)
Aquí se puede ver claramente que el monolitismo no es una invención del estalinismo sino que está contenido ya en la falta de confianza típica de los clanes en la tarea histórica, la vida colectiva y la solidaridad proletaria. Para nosotros no hay nada nuevo ni sorprendente en eso. Es el miedo pequeño burgués bien conocido a la responsabilidad individual que en nuestros días lleva a muchos seres profundamente individualistas a echarse en los brazos de sectas de lo más variado donde pueden dejar de pensar y de actuar por sí mismos.
Es una ilusión creer que se puede combatir el clanismo sin que los miembros de la organización acepten su responsabilidad individual en el combate. Sería paranoico pensar que la vigilancia "colectiva" podría sustituir la convicción y la vigilancia individuales en este combate. En realidad el clanismo incorpora la falta de confianza en la vida colectiva real y en la posibilidad de la responsabilidad individual real.
¿Cuál es la diferencia entre las discusiones entre camaradas fuera de las reuniones y las "discusiones informales" del clanismo? ¿Es el hecho que las primeras, al contrario que las segundas, serían comunicadas a la organización? Sí, aunque no sea posible dar cuenta formalmente de cada discusión. Fundamentalmente, lo decisivo es la actitud con la que tal discusión se lleva a cabo. Es el espíritu de partido lo que todos nosotros debemos desarrollar porque nadie lo hará por nosotros. Este espíritu de partido será siempre letra muerta si los militantes no pueden aprender a tener confianza unos en los otros. Igualmente no podrá haber solidaridad viva sin una implicación personal de cada militante en ese plano.
Si la lucha contra el espíritu de círculo dependiese exclusivamente de la salud de las estructuras colectivas formales no habría jamás problemas de clanismo en las organizaciones proletarias. Los clanes se desarrollan por el debilitamiento de la vigilancia y del sentido de las responsabilidades a nivel individual. Por eso una parte del Texto de orientación de 1993[2] está dedicado a identificar las actitudes contra las cuales cada camarada debe armarse a sí mismo. Esta responsabilidad individual es indispensable no sólo en la lucha contra el clanismo sino en la lucha para desarrollar positivamente una vida proletaria sana. En una organización proletaria, con militantes así, los militantes han aprendido a pensar por sí mismos y su confianza está arraigada en una comprensión teórica, política y organizativa de la naturaleza de la causa proletaria, no en la lealtad o el miedo a tal o cual camarada del comité central.
«el 'nuevo curso' debe tener el primer resultado de que todos sientan que nadie podrá en adelante aterrorizar al partido. Nuestra juventud no se limitará a repetir nuestras consignas. Debe conquistarlas, asimilarlas. Debe conquistar su propia opinión y su propia imagen y ser capaz de luchar por su opinión con un valor que surge de la convicción profunda y del carácter independiente. ¡Fuera del partido la obediencia pasiva, la orientación mecánica de aquellos ante quienes se es responsable, la despersonalización, los que aplauden, y el arribismo! Un bolchevique no es solamente un ser disciplinado, no, es una persona que va a las raíces de las cosas y forma su propia opinión y la defiende no sólo contra el enemigo sino también en el seno de su propio partido». (.L. Trotski, Nuevo curso.)
Y Trotski añade: «El mayor heroísmo en los asuntos militares y en la revolución es el heroísmo de la veracidad y de la responsabilidad». (L. Trotski, Sobre el rutinismo en el ejército.)
La responsabilidad colectiva y la responsabilidad individual, lejos de excluirse mutuamente, dependen una de la otra y se condicionan mutuamente. Como lo ha explicado Plejánov, la eliminación del papel del individuo en la historia está ligada a un fatalismo incompatible con el marxismo. «Aunque ciertos subjetivistas, en sus esfuerzos por atribuir "al individuo" la mayor importancia en la historia se niegan a reconocer el desarrollo histórico del género humano como un proceso determinado por leyes, algunos de sus adversarios más recientes, en sus intentos por subrayar al máximo las leyes que rigen ese desarrollo, han acabado casi olvidando que la historia la hacen los hombres y que, por lo tanto, la acción de los individuos tiene su importancia». (G.V. Plejanov, El papel del individuo en la historia)
Tal rechazo de la responsabilidad de los individuos está igualmente relacionado con el democratismo pequeño burgués, al deseo de sustituir nuestro principio de "de cada cual según sus medios" por la utopía reaccionaria de la igualación de los miembros de un colectivo. Ese proyecto, ya condenado en el texto de orientación de 1993 no es ningún objetivo de la organización hoy ni de la sociedad comunista futura.
Una de las tareas que tenemos todos, es aprender del ejemplo de todos los grandes revolucionarios (los conocidos y todos los militantes anónimos de nuestra clase) que no han traicionado nuestros principios programáticos y organizativos. Esto no tiene nada que ver con ningún culto de la personalidad. Como Plejánov concluyó en su célebre ensayo sobre el papel del individuo: «No es sólo para "quienes comenzaron", ni para los "grandes" hombres para quienes se abre un amplio campo de actividades. Se abre a todos aquellos que tienen ojos para ver, oídos para escuchar y un corazón para amar a sus semejantes. El concepto de grandeza es relativo. En el sentido moral, todo hombre es grande cuando, por citar el Nuevo Testamento, da su vida por sus amigos».
A modo de conclusión
De esto resulta que, la asimilación y la profundización de las cuestiones que hemos empezado a discutir desde hace más de un año, es hoy nuestra prioridad fundamental.
La tarea de la conciencia es crear el marco político y organizativo que mejor favorezca el desarrollo de la confianza y de la solidaridad. Esta tarea es central en la construcción de la organización, que es un arte o una ciencia entre las más difíciles. En la base de ese trabajo se halla el reforzamiento de la unidad de la organización, el principio más "sagrado" del proletariado. Y, como para toda comunidad colectiva, su condición es la existencia de reglas de comportamiento comunes. Concretamente, los estatutos, los textos de 1981 sobre la función y el funcionamiento, y el de 1993 sobre el tejido organizativo aportan ya los elementos de tal marco. Es necesario volver, repetidamente, a esos textos pero sobre todo cuando la unidad de la organización está en peligro. Ellos deben ser el punto de partida de una vigilancia permanente.
En ese aspecto, la incomprensión principal en nuestras filas es la idea que estas cuestiones son fáciles y simples. Según esa manera de ver bastaría con declarar la confianza para que existiese. Y ya puestos en que la solidaridad es una actividad práctica, bastaría, entonces, con "just go and do it" (hacerla funcionar). ¡Nada más lejos de la verdad! La construcción de la organización es una empresa muy complicada y delicada. Y no hay ningún producto de la cultura humana que sea tan difícil y frágil como la confianza. Ninguna otra es tan difícil de construir ni tan fácil de destruir. Por eso frente a tal o cual falta de confianza hacia tal o cual parte de la organización, la primera cuestión que debemos plantearnos es ¿Qué puede hacerse colectivamente para reducir la desconfianza o, incluso el miedo en nuestras filas? Lo mismo podemos decir de la solidaridad, aunque sea "práctica" y "natural" en la clase obrera, esta clase vive en la sociedad burguesa, rodeada de factores que actúan contra tal solidaridad. Además, la penetración de una ideología extraña arrastra hacia concepciones aberrantes sobre esta cuestión, como fue el caso con la reciente actitud de considerar la negativa a publicar los textos de camaradas como una expresión de solidaridad, o de dar como base válida para un debate sobre la confianza la explicación del origen de ciertas divergencias políticas en la vida personal de camaradas[3].
En particular en la lucha por la confianza, nuestro lema debe ser prudencia y más prudencia.
La teoría marxista es nuestra principal arma en la lucha contra la pérdida de confianza. En general es el medio privilegiado para resistir al inmediatismo y defender una visión a largo plazo. Es la única base posible para una confianza real, científica, en el proletariado y es a la vez la base de la confianza de todas las diferentes partes de la clase en sí mismas y en las demás. Específicamente, sólo una concepción teórica nos permite ir a las raíces más hondas de los problemas organizativos que deben ser tratados como cuestiones teóricas e históricas de pleno derecho. Incluso en ausencia de una tradición viva sobre esta cuestión y en ausencia hasta el presente de la prueba de fuego de la represión, la CCI debe basarse en el estudio del movimiento obrero del pasado, y en el desarrollo voluntario y consciente de una tradición de solidaridad activa y de vida social en sus filas.
Si la historia nos ha hecho particularmente vulnerables a los peligros del clanismo, también nos ha dotado de los medios para superarlos. En particular no debemos olvidar jamás que el carácter internacional de la organización y la creación de comisiones de información son los medios indispensables para restaurar la confianza mutua en los momentos de crisis, cuando esta confianza está maltrecha o perdida.
Liebknecht, el viejo, dijo de Marx que éste trataba la política como un tema de estudio (Wilhelm Liebknecht, Karl Marx). Como hemos dicho, es la prolongación del área de la conciencia a la vida social lo que libera a la humanidad de la anarquía de fuerzas ciegas haciendo posibles la confianza, la solidaridad y la victoria del proletariado. Con el fin de superar las dificultades actuales y resolver las cuestiones planteadas, la CCI debe estudiarlas, ya que, como dice el filósofo "Ignorantia non est argumentum" (la ignorancia no es un argumento) (Spinoza, Ética)
[1] MC es nuestro camparada Marc Chirik, fallecido en 1990. Marc conoció la Revolución de 1917 en Kichinev, Moldavia, su ciudad natal. A los 13 años era ya miembro del partido comunista de Palestina, del ue fue excluido por su desacuerdo con las posiciones de la Internacional comunista sobre la cuestión nacional. Emigrado a Francia, entró en el PCF y acabó siendo excluido junto con todos los oponentes de Izquierda. Fue miembro de la Liga comunista (trotskista) y después dela Unión comunista que abandonó para unierse a la Fracción italiana de la Izquierda comunista internacional (ICI) cuyas posiciones sobre la guerra de España compartía en contra de las de la UC. Durante la IIª guerra mundial y la ocupación alemana en Francia, fue impulsor de la reconstitución de la Fracción italiana de la Izquierda comunista en torno al núcleo de Marsella después de que el Buró internacional de la ICI, animado por Vercesi, hubiera considerado que las fracciones ya no tenían porqué proseguir su labor durante la guerra. En mayo de 1945, Marc se opuso a la autodisolución de la Fracción italiana cuya conferencia decidió la integración individual de sus militantes en el Partito comunista internazionalista (PCInt) que habia sido fundado poco antes. Se unió a la Fracción francesa de la Izquierda comunista que se fundó en 1944, llamada más tarde Izquierda comunista de Francia (GCF). A partir de 1964, en Venezuela, y de 1968 en Francia, MC desepeñó un papel decisivo en la formación de los primeros grupos que iban a engendrar la CCI, a la cual aportó su inestimable experiencia política y organizativa adquirida en las diferentes organizaciones comunistas a las que había pertenecido. Pueden encontrarse otros aspectos de la biografía política de nuestro compañero en el folleto: "La Izquierda comunista de Francia" y en el artículo a él dedicado en la Revista internacional nº 65 y 66.
El texto de MC aquí citado fue una aportación al debate interno de la CCI titulado "Marxismo revolucionario y centrismo en la realidad de hoy y en el debate actual en la CCI", publicado en marzo de 1984.
[2] Se trata del texto "La cuestión del funcionamiento de la organización en la CCI" publicado en la Revista internacional nº 109
[3] Ese pasaje se refiere especialmente a los hechos ya evocados en nuestro artículo "El combate por la defensa de los principios organizativos" (Revista Internacional nº 110) que habla de nuestra Conferencia extraordinaria de marzo de 2002 y las dificultades organizativas que justificaron su celebración: «Nunca ha sido un problema para un órgano central de la CCI que partes de la organización criticasen un texto adoptado por éste. Muy al contrario, la CCI y su órgano central ha insistido siempre en que cualquier divergencia o duda se exprese abiertamente dentro de la organización con objeto de llegar a la mayor clarificación posible. Ante la aparición de desacuerdos la actitud del órgano central ha sido siempre responder a ellos con seriedad. A partir de la primavera del 2000 la mayoría del SI [Secretariado internacional, comisión permanente del órgano central de la CCI] adopta una actitud completamente opuesta. En vez de desarrollar una argumentación seria, adopta una actitud totalmente contraria a la que había mantenido en el pasado. Para esa mayoría, el que una pequeña minoría de camaradas criticara un texto del SI solo podía ser fruto del espíritu contestatario de este camarada, o de los problemas familiares de aquél, o de que aquel otro tendría una enfermedad psíquica. (...). La respuesta a los argumentos que daban los compañeros en desacuerdo no se basaba en oponer otros argumentos sino en denigraciones, justificando no publicar algunas de sus contribuciones diciendo que "iban a alborotar la organización" e incluso que una de los camaradas, afectada por la presión que se ejercía sobre ella, "no soportaría" las críticas que otros militantes de la CCI harían a sus textos. En suma, la mayoría del SI estaba desplegando una política de ahogar el debate de forma totalmente hipócrita en nombre de la "solidaridad"."