Correspondencia con la Unión Comunista Internacionalista de Rusia

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Publicamos aquí un carta recibida del grupo Unión comunista internacionalista (UCI, Rusia) (1). Esta carta es una respuesta a otra carta que habíamos enviado nosotros a ese grupo; contiene numerosas citas de esta carta nuestra que aparecen en letra cursiva.

Queridos camaradas,

Nos disculpamos por no haber contestado antes. Somos un grupo pequeño con un enorme trabajo a cuestas, especialmente en correspondencia y tanto más porque quienes nos escriben del extranjero no lo hacen en ruso.

“En cuanto a la plataforma, parece que hay bastantes puntos de acuerdo sobre posiciones clave: la perspectiva, socialismo o barbarie, la naturaleza capitalista de los regímenes estalinistas, el reconocimiento del carácter proletario de la Revolución rusa de 1917.”

No todo es tan sencillo. En Rusia, en 1917, dos crisis estaban imbricadas: una interna que podía conducir a la revolución burguesa y una crisis a escala internacional que había puesto al orden del día el intento de revolución socialista mundial. Según Lenin, la tarea del proletariado era tomar la iniciativa en ambas revoluciones: ponerse en cabeza de la revolución burguesa en Rusia, y, simultáneamente, apoyándose en esa revolución, extender la revolución socialista a Europa y al resto de países. Por eso consideramos incorrecto plantear la cuestión de la naturaleza de la Revolución rusa sin especificar de cuál de las dos se habla: la interna o la internacional. Pero es cierto que en Rusia, el proletariado estaba en cabeza de ambas.

“De lo que estamos menos seguros es si están ustedes de acuerdo con la CCI sobre el marco histórico que da substancia y coherencia a muchas de esas posiciones: el concepto de decadencia y de declive del capitalismo como sistema social desde 1914”.

Es cierto que no estamos de acuerdo en ese punto. La transicíon de un sistema económico hacia un sistema de más alto nivel es el resultado de un desarrollo del primero y no de su destrucción. Si el viejo ha agotado sus recursos, acarrea una crisis permanente a causa de las fuerza sociales que aspiran a un nuevo sistema. Y eso no es lo que está ocurriendo. Además, desde hace décadas, el capitalismo está desarrollándose de un modo relativamente estable, lo cual no ha traído consigo un desarrollo de la fuerzas revolucionarias, sino todo lo contrario, ha sido su desmoronamiento. El capitalismo se está desarrollando hasta tal grado que no sólo se limita a crear cualitativamente nuevas formas productivas, sino incluso nuevas formas de capitalismo. El estudio de ese desarrollo y de esas nuevas formas permite determinar cuándo sucederá una nueva crisis, como la de 1914-1945, y bajo qué forma se efectuará la transición hacia el socialismo. La teoría de la decadencia niega el desarrollo del capitalismo haciendo así imposible su estudio, dejándonos cual soñadores obnubilados por el radiante porvenir de la humanidad.

Las destrucciones, la guerra y la violencia, por su parte, no son sino parte íntegra del capitalismo, una necesidad de su existencia, tanto en la época de Marx como en el siglo XX.

“Para dar una ilustración precisa del problema que planteamos: en su declaración, ustedes toman posición contra los “frentes comunes” con la burguesía, en base a que todas las fracciones de la burguesía son igualmente reaccionarias. En esto estamos de acuerdo. Pero esta ­posición no siempre fue válida para los marxistas. Hoy el capitalismo es un sistema decadente, o sea un sistema en el que las relaciones sociales se han convertido en obstáculo para el desarrollo de las fuerzas productivas y por lo tanto para el progreso de la humanidad, pero conoció, como los demás sistemas de explotación de clase, una fase ascendente, durante la que representó un progreso con relación al modo de producción anterior. Por eso Marx apoyó a algunas fracciones de la burguesía, los capitalistas del Norte contra los esclavistas del Sur durante la guerra de Secesión norteamericana, el movimiento del Risorgimento en Italia por la unidad nacional contra las viejas clases feudales, etc. Ese apoyo se debía a la comprensión de que el capitalismo no había rematado todavía su misión histórica y las condiciones para la revolución comunista mundial no estaban todavía lo suficientemente maduras”.

Históricamente hablando, en su ­combate contra la burguesía, el partido proletario siempre consideró a todas las fracciones de la burguesía como reaccionarias. Pero no sólo cuando el capitalismo tenía todavía posibilidades de desarrollo se podía decir que tal o cual fracción de la burguesía era progresista, también tenía que ser capaz e cumplir con su tarea histórica. Por eso, precisamente, la burguesía rusa, incapaz de llevar a cabo la revolución burguesa, pudo ser considerada reaccionaria en 1917, aún cuando las transformaciones democráticas y burguesas que podía realizar la Revolución rusa podían ser consideradas progresistas. Nosotros afirmamos que hoy ninguna fracción burguesa es capaz de realizar esas transformaciones sin una guerra mundial que arrastre a la humanidad entera. Por esto es por lo que apoyar a tal o cual fracción no tiene ningún sentido. pero esto no significa que la burguesía ya no tenga tareas que cumplir. La supresión de fronteras y la creación del mercado mundial son tareas burguesas, pero no se puede otorgar la menor ­confianza a la burguesía para llevarlas a cabo. Le incumbirá al proletariado ­realizarlas, utilizando la crisis futura y sirviéndose de ellas para construir el so­cialismo. En resumen: saber si el capitalismo es capaz todavía de realizar tareas históricas y si las fracciones de la burguesía son reaccionarias son dos cuestiones distintas. Por eso deberá el proletariado tomar siempre la iniciativa revolucionaria. Y aunque se trate de tareas burguesas, podrá, mediante la extensión del movimiento (revolucionario), transformarlas en tareas socialistas. Consideramos que este enfoque es ­marxista.

“Según ustedes, las luchas nacionales han sido una fuente considerable de progreso y la exigencia de autodeterminación sigue siendo válida, aunque sólo sea para los obreros de los países capitalistas más poderosos con relación a los países oprimidos por su propio imperialismo: parece pues que, según ustedes, las luchas nacionales habrían perdido su carácter progresista desde el inicio de la ‘globalización’. Esas afirmaciones requieren por parte nuestra una serie de comentarios.

“La noción de decadencia, que es nuestra posición, no la hemos inventado nosotros. Basada en los cimientos del método materialista histórico (especialmente cuando Marx habla de ‘las épocas de revolución social’ en su Prefacio a la Crítica de la economía política) se concretó, para la mayoría de los revolucionarios marxistas, en el estallido de la Iª Guerra mundial, la cual demostró que el capitalismo ya estaba ‘globalizado’, hasta el punto de ser incapaz de superar sus contradicciones internas si no era mediante la guerra imperialista y el autocanibalismo. Esa fue la posición de la Internacional comunista en su congreso fundador, aunque la IC no fue capaz de sacar todas las consecuencias de esa posición, en lo que a cuestión nacional se refiere: las Tesis del Segundo congreso seguían otorgando un papel revolucionario a algunas burguesías sometidas a un régimen colonial. Pero las Fracciones de izquierda de la IC fueron después capacez de sacar las conclusiones de ese análisis, especialmente tras los resultados desastrosos de la política de la IC durante la oleada revolucionaria de 1917-1927. Para la Izquierda italiana en los años 1930, por ejemplo, la experiencia de China en 1927 fue decisiva, pues demostró que todas las fracciones de la burguesía, por muy antiimperialistas que se proclamaran, acabaron aplastando al proletariado cuando éste combatía por sus propios intereses, como había ocurrido cuando el levantamiento de Shanghai en 1927. Para la Izquierda italiana, esta experiencia probó que las tesis del Segundo congreso debían ser rechazadas. Además, ello también fue una confirmación de la pertinencia de las ideas de Rosa Luxemburg sobre la cuestión nacional, contrariamente a las de Lenin: para Luxemburg se había hecho evidente que durante la Iª Guerra mundial, todos los Estados formaban ya inevitablemente parte del sistema imperialista mundial”.

Hay ahí mezcladas toda una serie de cuestiones diferentes. Primero, la política de la Comintern de Stalin y de Bujarin durante la Revolución china de 1925-27 es totalmente diferente a la de Lenin y los bolcheviques que había sido determinante en los primeros años de la Comintern. Para ustedes, si hay tareas burguesas que realizar, se está obligado a apoyar tal o cual fracción. Así hablaban Stalin y los mencheviques. El método de Marx y de Lenin no consistía en negar esas tareas del momento cuando todas las fracciones de la burguesía son reaccionarias, sino cumplirlas mediante la revolución proletaria, intentando efectuar al máximo esas tareas burguesas y siguiendo con las tareas socialistas.

La revolución china dio pruebas de que ese enfoque era correcto, y no el de la Izquierda comunista.

La revolución burguesa triunfó en China, provocando innumerables víctimas. Esta revolución permitió crear el proletariado más numeroso del mundo y desarrollar rápidamente poderosas fuerzas productivas. Ese mismo resultado fue alcanzado por decenas de otras revoluciones en los países de Oriente. No tiene sentido negar su papel históricamente progresista: gracias a ello, nuestra revolución dispone de bases sólidas en muchos países del mundo que, en 1914, eran esencialmente agrícolas.

¿Qué ha cambiado desde que se inició la “globalización”? Las revoluciones nacionales no están al orden del día. Según ustedes, ya hace mucho tiempo que el capitalismo tiene un carácter global. Sí, podemos decir que posee ese carácter desde sus orígenes, desde la época de los grandes descubrimientos. Pero el nivel de “globalización” era cualitativamente diferente. Hasto los años 1980, las revoluciones nacionales podían asegurar un crecimiento de las fuerzas productivas, por eso había que apoyarlas e intentar, en lo posible, transferir su dirección a manos del proletariado revolucionario. Y era así porque existía una posibilidad objetiva de desarrollo bajo el impulso del Estado nacional. Ahora esa fase de desarrollo nacional ha quedado finalmente superada… Y esto es válido para cualquier Estado, incluso los más avanzados. Por eso es por lo que las reformas emprendidas por Reagan o Thatcher, que en años como 1950-60 hubieran desembocado en crisis terribles, dieron, relativa y temporalmente, resultados positivos, pues esas reformas llevaron la economía de esos países hacia una mayor “globalización” (en el sentido moderno de la palabra).

Ahora, el combate nacional ha perdido su carácter progresista pues ha ­agotado su tarea histórica: el Estado nacional, incluso con una revolución triunfante bajo la dirección del proletariado, ya no ofrece un marco para un desarrollo futuro. Esto no significa, sin embargo, que por todas partes las tareas burguesas hayan desaparecido. Quedan paises con regímenes feudales, todavía quedan naciones oprimidas. Pero no es una revolución nacional la que pueda acabar con esa situación. Ha quedado cerrado el capítulo de las revoluciones nacionales para el proletariado de los países atrasados, ya no pueden producir ningún resultado si no desembocan directa o indirectamente en la revolución internacional proletaria. Por eso es por lo que decimos que con el inicio de la globalización, las revoluciones nacionales han perdido todo significado progresista.

De igual modo, el apoyo a un movimiento de liberación nacional no tiene sentido, tanto hoy como ayer, si no es arrancando el combate contra la opresión nacional de las manos de la burguesía transfiriéndolo a las del proletariado. O sea, transformando un movimiento de independencia nacional en un momento de la revolución social mundial. Esto no se puede hacer si no se reconoce el derecho de las naciones a la autodeterminación, o sea si no se reconoce la necesidad de llevar a su término las tareas históricas de la burguesía. Si no, abandonaremos al proletariado sometido a su burguesía nacional.

El enfoque leninista de este problema produjo un amplio interés por el ­marxismo entre gran número de habitantes de los países atrasados, por la manera correcta con la que planteó la cuestión nacional. Y no fue culpa de los bolcheviques si la burocracia estalinista se apoderó de la Comintern. Únicamente la revolución en los países occidentales hubiera podido impedirlo, pero no pudo realizarse porque el capitalismo no había agotado todas sus posibilidades históricas. Las dos guerras mundiales le permitieron acallar sus contradicciones.

Ahora que esas contradicciones se han incrementado, para entender por qué van a desembocar en nuevas crisis, es necesario estudiar el desarrollo del capitalismo en lugar de contentarse con ir ­repitiendo que está en declive y en descomposición. En Rusia, esa tesis provoca las peores burlas, tras años y años durante los cuales la burocracia estalinista no cesó de rompernos los tímpanos con lo del capitalismo en “putrefacción”.

“Apoyar a una nación contra otra significa apoyar a un bloque imperialista contra otro, y eso lo prueban todas las guerras de liberación nacional del siglo XX. Lo que la Izquierda italiana expresó claramente, es que eso se aplica tanto a las burguesías coloniales, a las fracciones capitalistas que intentan crear un nuevo Estado ‘independiente’: no podían esperar alcanzar esa meta más que sometiéndose a unos poderes imperialistas que ya se habían repartido el planeta. Como ustedes lo dicen en su plataforma, el siglo XX no ha sido sino una cadena incesante de guerras imperialistas para la dominación del planeta: para nosotros es a la vez la confirmación más patente de que el capitalismo es un sistema mundial senil y reaccionario y, también, que todas las luchas ‘nacionales’ están enteramente integradas en el juego imperialista global”.

Aquí también: 1) “las guerras continuas” han acompañado al capitalismo en todas y cada una de las fases de su desarrollo y no son una prueba ni de su progreso ni de su declive; 2) el incremento de fuerzas productivas y de la cantidad de proletarios en los países del Tercer mundo han demostrado inequívocamente el carácter progresista de las revoluciones nacionales burguesas hasta mediados de los años 70; 3) el objetivo del apoyo a esos movimientos no era “apoyar a una nación contra otra”, sino atraer hacia el partido de la revolución a los obreros y, en primer término, favorecer el desarrollo del proletariado en esos países.

“Rosa Luxemburg criticó sin concesiones la consigna de ‘autodeterminación nacional’ incluso antes de la 1ª Guerra mundial, avanzando el argumento de que era una ilusión de la democracia burguesa: en todo Estado capitalista, no es ni el ‘pueblo’ quien se ‘autodetermina’, ni la ‘na­ción’, sino únicamente la clase capitalista. Para Marx y Engels no era ningún secreto que cuando llamaban a la independencia nacional, sólo era para apoyar el desarrollo del modo de producción capitalista, en un tiempo en el que el capitalismo tenía todavía un papel progresista que desempeñar”.

Ni más ni menos que Marx, nosotros tampoco ocultamos el hecho de que las revoluciones nacionales sólo desde el punto de vista del desarrollo del capitalismo tienen un carácter progresista (…)

Saludos fraternos

ICU

 

1) Para la presentación de este grupo, véase la Revista internacional nº 111, “Presentación de la edición rusa del folleto sobre la decadencia. La decadencia, un concepto fundamental del ­marxismo”.

NUESTRA RESPUESTA

En una serie de artículos, escritos a principio de los años 90, para defender la idea de que el capitalismo es un sistema social en declive, destacábamos la idea siguiente:

“... a medida que el capitalismo se va hundiendo más y más en su decadencia, a medida que va apareciendo de forma cada vez más evidente su avanzada descomposición, la burguesía tiene más necesidad de negar la realidad y prometer un futuro radiante para su sistema social. Tal es la esencia de las campañas ideológicas que actualmente acompañan al hundimiento irreversible del estalinismo: la única esperanza, el único futuro, es el del capitalismo...” (“La dominación real del capital y las confusiones reales del medio proletario”, Revista internacional nº 60, 1990).

En modo alguno puede sorprendernos que la burguesía niegue el hundimiento irreversible de sus sistema social; cuanto más próxima está su muerte, más niega la evidencia para refugiarse en los fantasmas de su pasado. Como todas las clases explotadoras de la historia, la burguesía no puede reconocer la verdad de su sistema social y menos aún cuando sus días, históricamente hablando, están contados. Y, si alguno de sus representantes llegara a admitir alguna vez que existe una sociedad más allá del capitalismo, sería para rememorar un pasado mítico, o por el contrario, para imaginar un futuro mesiánico, muy lejos ambos de la realidad.

Algo bien distinto debíamos esperar de aquellos que dicen hablar en nombre del proletariado explotado y que esperan y defienden la perspectiva de la revolución comunista. Sin embargo, jamás debemos subestimar el poder ideológico del sistema dominante y, su capacidad para dificultar y entorpecer todo esfuerzo dirigido a conseguir una comprensión lúcida y clara de la situación histórica real y de las perspectivas para el orden mundial actual. Hay infinidad de ejemplos de todos aquellos que han perdido de vista las premisas teóricas fundamentales del movimiento comunista, tal y como Marx y Engels las formularon por primera vez de un modo científico, de todos aquellos que han perdido confianza en la afirmación de que el capitalismo, al igual que todos los demás sistemas sociales que lo han precedido, no es más que una fase transitoria en la evolución de la historia de la humanidad, llamada a desaparecer como resultado de sus propias e intrínsecas contradicciones internas. Este fenómeno lo hemos observado a lo largo de los años 80 y de una forma mucho más explícita lo estamos viendo hoy, como subrayábamos en la primera parte de este artículo publicado en la Revista internacional nº 111. Cuanto más se hunde el capitalismo, cuanto más se hunde en una fase de desintegración completa, vemos a aquellos que desde el medio revolucionario o en su entorno, se pierden en todas direcciones, en busca de un “nuevo” descubrimiento “teórico” cualquiera para esconder esa horrible realidad. ¿Se descompone el capita­lismo?, No, qué va, ¡se está reestruc­turando!; ¿el capitalismo en un ato­lladero?, ¿e Internet entonces, la globalización, los dragones asiáticos..., qué son?.

En el contexto de este ambiente general de confusión, están surgiendo las nuevas corrientes proletarias en Rusia y en lo que antes fue la Unión de Repúblicas socialistas soviéticas (URSS). Como demostramos en la primera parte de este artículo, a pesar de sus diferencias, todas estas corrientes tienen en común la dificultad para aceptar las premisas sobre las que se fundó la Internacional comunista y que son los cimientos, la base, para el trabajo de la Izquierda comunista, es decir, la idea de que el capitalismo mundial está en una etapa de declive histórico o decadencia, desde después de la Primera Guerra mundial.

Como igualmente señalamos en el citado artículo, nos centraremos en los argumentos  de los camaradas de la Unión comunista internacional (UCI) en esta discusión. Y para empezar, he aquí los argumentos que avanzan para negar la noción de decadencia:

“... La transición hacia una forma económica superior es el resultado del desarrollo de la forma anterior, y no de su destrucción. Si la antigua forma se hubiera agotado, se sucederían constantes crisis sociales y las fuerzas sociales que las protagonizaran aspirarían a conseguir imponer la nueva forma. Esta no ocurre. Es más, durante varias décadas, el capitalismo ha conocido una estabilidad relativa en su desarrollo, etapa en la que las fuerzas revolucionarias no sólo no han crecido, sino que por el contrario se han reducido... Y (el capitalismo) se ha desarrollado realmente, no sólo creando nuevas formas productivas cualitativas, además ha creado nuevas formas de capitalismo. El estudio de este desarrollo nos puede dar la respuesta sobre cuándo se producirá una nueva crisis, similar a la crisis de 1914-45, y a partir de ello, cuáles pueden ser las formas de transición al socialismo. La teoría de la decadencia niega el desarrollo del capitalismo y hace imposible su estudio, relegándonos al papel de simples charlatanes que tienen fe en un brillante futuro para la humanidad...” (Carta a la CCI, 20 de febrero de 2002).

Sin duda alguna, los camaradas tienen muy presente en estos argumentos el espíritu de Marx en su famoso Prefacio a la Crítica de la economía política en el que trata de las condiciones materiales de la transición de un modo de producción a otro, cuando afirma que:

“... jamás una sociedad expira antes de que se hayan desarrollado todas las fuerzas productivas que contiene en su seno; jamás pueden llegar relaciones de producción superior, antes de que se hayan reunido las condiciones materiales para su existencia en el seno mismo de la vieja sociedad...”.

Naturalmente que nosotros estamos de acuerdo en este tema con los argumentos que planteó Marx, pero entendemos que su análisis no puede llevarnos a decir que no puede surgir una nueva sociedad en tanto que no se hayan desarrollado todas las últimas innovaciones técnicas o económicas de la vieja sociedad. Tal visión podría ser quizás com­patible con el análisis de modos de ­producción anteriores al capitalismo, sociedades en las que el desarrollo de los descubrimientos técnicos se producía de un modo extremadamente lento; sin embargo, esto es difícilmente aplicable al capitalismo, en la medida en que este no puede vivir sin un desarrollo constante, casi cotidiano, de su infraestructura tecnológica. El problema en este punto es que la UCI se refiere a este pasaje sin haber asimilado la parte que lo precede, en la que Marx subraya las precondiciones de la apertura de un periodo de revolución social, que es la clave de nuestra comprensión de la decadencia del capitalismo, de la época de la guerra o la revolución, como señaló explícitamente la Internacional Comunista. Nos referimos al pasaje en el que Marx dice:

“...Al llegar a una determinada fase de su desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes, o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social...” (Contribución a la Crítica de la economía política, Carlos Marx, Ediciones Estudio, pag. 9).

Las formas de desarrollo se convierten en trabas; en la visión dinámica que le es propia al marxismo, esto no significa que la sociedad llegue a un estancamiento completo sino que la posibilidad de su desarrollo se convierte cada vez más en algo caótico, irracional y catastrófico para la humanidad. De hecho, nosotros hemos rechazado en múltiples ocasiones la visión según la cual la decadencia representaría un freno total al desarrollo de las fuerzas productivas. En nuestro folleto La Decadencia del capitalismo, escrito en su primera versión a principios de los años 70, dedicamos un capítulo entero a esta cuestión. Refutando las afirmaciones de Trotski en los años 30, según las cuales “las fuerzas productivas habrían dejado de crecer”, nosotros afirmamos que:

... Según Marx, el período de decadencia de una sociedad no puede caracterizarse por el cese total y permanente del crecimiento de las fuerzas productivas, sino por el aminoramiento definitivo de ese crecimiento. Es cierto que se producen bloqueos absolutos del crecimiento de las fuerzas productivas durante las fases de decadencia. Pero sólo surgen momentáneamente, pues en el sistema capitalista no puede haber vida económica sin acumulación creciente y permanente del capital. Esos bloqueos son las convulsiones violentas que marcan con regularidad el proceso de decadencia... Por lo tanto, lo que caracteriza la decadencia de una forma social determinada desde un punto de vista económico es:

–  un aminoramiento de hecho del crecimiento de las fuerzas productivas si se tiene en cuenta el ritmo que habría sido técnica y objetivamente posible si no hubiera sido por el freno impuesto por las antiguas relaciones de producción mantenidas. Ese freno debe tener un carácter inevitable, irreversible. Ese freno no está provocado más que por ese mantenimiento de las relaciones de producción que son la base de la sociedad. La diferencia de velocidad resultante en el desarrollo de las fuerzas productivas no hace sino aumentar, apareciendo por lo tanto cada vez más claramente a las clases sociales.

–  La aparición de crisis cada vez más importantes en profundidad y amplitud. Esas crisis y bloqueos momentáneos alimentan, además, las condiciones subjetivas necesarias para llevar a cabo un cambio social. Es durante esas crisis, cuando, primero, el poder de la clase dominante se debilita y, segundo, por la necesidad objetiva cada día mayor de intervenir, la clase revolucionaria encuentra las bases de su unidad y de su fuerza...”

Además, en el artículo “El estudio de El Capital y los fundamentos del comunismo” de la Revista internacional  nº 75, demostramos que nuestra concepción no era diferente de la que Marx desarrolló en las Grundrisse cuando escribía :

“... Desde un punto de vista ideal, la disolución de una forma de conciencia determinada sería suficiente para acabar con una época entera. Desde un punto de vista real, ese límite de la conciencia corresponde a un determinado grado de desarrollo de las fuerzas productivas materiales y por tanto de determinada riqueza. A decir verdad, el desarrollo no se produce sobre la antigua base, sino con el desarrollo de esa misma base. El desarrollo de esta base en sí misma (el florecimiento que en ella se produce; es siempre esta misma base, es la misma planta la que florece; por ello se marchita tras la floración y a continuación de la floración) es el punto en el que ella por sí misma ha sido desarrollada hasta tomar la forma en la que es compatible con el desarrollo máximo de las fuerzas productivas y por tanto, también, con el desarrollo más rico de los individuos. Cuando se alcanza este punto, la continuación de este desarrollo aparece como un declive y el nuevo desarrollo comienza sobre una nueva base...”.

Más que ningún otro sistema social anterior, el capitalismo es sinónimo de “crecimiento económico”, pero contrariamente a lo que nos cuentan los charlatanes de la burguesía, crecimiento y progreso no son lo mismo: el crecimiento del capitalismo en su período de descomposición se asemeja al desarrollo de un tumor maligno más que al desarrollo de un cuerpo sano que pasa progresivamente de la infancia a la edad adulta.

Las condiciones materiales de un desarrollo “sano” del capitalismo desaparecieron a principios del siglo XX cuando el capitalismo estableció, efectivamente, una economía mundial y puso así los fundamentos para la transición al comunismo. Esto no significa que el capitalismo se haya deshecho de todos los restos de los modos de producción y de las clases precapitalistas, que haya agotado definitivamente hasta el último mercado precapitalista, ni que haya efectuado la transición final de la dominación formal a la dominación real de la fuerza de trabajo en todos y cada uno de los rincones del planeta. Lo que significa es que, a partir de ese momento histórico, el capitalismo, globalmente, puede cada vez menos invadir lo que Marx llamaba “los dominios periféricos” de expansión y, está obligado a crecer a través de un autocanibalismo creciente y haciendo trampas con sus propias leyes económicas. Ya hemos dedicado, en muchas ocasiones, numerosas páginas a esas formas de “desarrollo de la decadencia” y nos limitamos ahora a resumirlas brevemente:

•   La organización de “monopolios capitalistas de Estado” gigantescos a nivel nacional, e incluso a nivel internacional a través de la formación de bloques imperialistas, que tienen por función regular y controlar el mercado y, por tanto, impedir que las operaciones “normales” de la competencia capitalista no alcancen su nivel máximo y que no exploten en gigantescas crisis abiertas de sobreproducción similares al “modelo” de 1929.

•   El recurso (en gran parte determinado por la intervención del capitalismo de Estado) al crédito y a los grandes déficits presupuestarios, que ya no actúan como estímulos para el desarrollo de nuevos mercados sino como sustitutivos del mercado real. Sobre esta base sólo es posible un crecimiento basado en la especulación y en la artificialidad que abre la vía a “ajustes” cada vez más devastadores tales como el hundimiento de los tigres y los dragones asiáticos, o lo que está sucediendo actualmente en Estados Unidos tras el crecimiento “delirante”, y drogado de los años 90.

El militarismo y la guerra como modo de vida para el sistema- no solo en tanto que nuevo mercado artificial que se convierte cada vez más en un pesado fardo para la economía mundial –sino como el único medio que tienen los Estados para defender su economía nacional ante las embestidas de sus rivales. Los camaradas de la UCI podrían respondernos que el capitalismo ha sido siempre un sistema guerrero, pero como también hemos explicado en un artículo de nuestra serie “Comprender la decadencia del capitalismo” (ver en particular la parte Vª en el artículo de la Revista internacional nº 54) , hay una diferencia cualitativa entre las guerras en el período de ascendencia del capitalismo –que eran generalmente de corta duración, se desarrollaban a escala local, implicaban sobre todo a ejércitos profesionales y abrían nuevas posibilidades de expansión–  y las guerras en su período de declive, que han tomado un carácter casi permanente, se orientan cada vez más a la matanza sin discriminación de millones de personas de la llamada “población civil”, y que han precipitado la riqueza producida por la humanidad durante siglos a un abismo sin fondo. Las guerras del capitalismo pusieron, antaño, la base para el establecimiento de una economía mundial y por tanto para la transición al comunismo; pero desde entonces, lejos de poner las bases del futuro progreso social, están amenazando con cada día mayor brutalidad la supervivencia de la humanidad.

El despilfarro gigantesco de fuerza de trabajo humano que representa la guerra y la producción de guerra ilustra también otro aspecto del capitalismo en su fase de senilidad: el enorme peso de los gastos y las actividades no productivas, no únicamente en la esfera militar, sino también por la necesidad de desarrollar y mantener un enorme aparato de burocracia, de marketing, etc. En el libro oficial de plusmarcas del capitalismo, todas las esferas de actividad son definidas como expresiones de “crecimiento”, pero en realidad, no hacen más que testimoniar el grado que ha alcanzado el capitalismo como obstáculo al desarrollo de las fuerzas de producción humanas, desarrollo necesario y posible en nuestros días.

Otra expresión del “desarrollo pero en el declive”, que no podía siquiera vislumbrarse en la época de Marx lo constituye la amenaza ecológica que el ciego curso de la acumulación capitalista hace pesar a la base misma de la vida en el planeta. Si bien es cierto que esta cuestión se ha hecho evidente sólo a lo largo de estas últimas décadas, está íntimamente relacionada con la cuestión de la decadencia. El estrechamiento histórico del mercado mundial ha obligado a todos los Estados al saqueo y a poner en peligro los recursos naturales. Este proceso se fue acumulando a lo largo de todo el siglo XX, aunque no llegara a alcanzar abiertamente la violencia que observamos hoy en día. En su tiempo, una revolución triunfante como la de 1917-23 no hubiera tenido que enfrentarse al inmenso problema planteado hoy por los destrozos del entorno natural que provoca el crecimiento enfermizo del capitalismo. A este nivel, es más que evidente de forma inmediata que el capitalismo es el cáncer del planeta.

¿Cuando terminó la época de las revoluciones burguesas?

De acuerdo con los escritos de Marx sobre la Comuna de París, Lenin consideraba que 1871 marcaba el fin del período de las revoluciones burguesas en los principales centros del capitalismo mundial. Igualmente esas mismas fechas marcaban, según él, los inicios de la fase de expansión imperialista a partir de tales centros.

Durante el último tercio del siglo XIX, el movimiento marxista consideraba que las revoluciones burguesas estaban a la orden del día en las regiones dominadas por las potencias coloniales. Esta era una visión perfectamente válida en aquella época; sin embargo, a finales del citado siglo, era cada vez más evidente que la misma dinámica de la expansión imperialista, que quería que las colonias no se desarrollaran más que para servir de mercados pasivos proveedores de materias primas, inhibía el desarrollo de nuevos estados nacionales independientes, y por tanto de una ­burguesía revolucionaria. Esta cuestión fue objeto de debates particularmente arduos en el seno del movimiento revolucionario en Rusia. En sus escritos sobre las comunas de campesinos rusos, Marx expresó su esperanza de que una revolución mundial triunfante pudiera evitar a Rusia la necesidad de pasar por el purgatorio del desarrollo capitalista. Más tarde, como resultaba evidente que el capital imperialista no iba a abandonar a Rusia a su propio destino, el centro del problema se desplazó hacia los problemas inherentes de la burguesía rusa. Los mencheviques interpretaron el método marxista de forma muy rígida y mecánica, afirmando que el proletariado debía prepararse a apoyar a la burguesía en el inevitable revolución burguesa que se anunciaba. Los bolcheviques, por otra parte, reconocían que la burguesía rusa adolecía de capacidad para desarrollar su revolución y concluían que esta tarea debía ser tomada a cargo por el proletariado y el campesinado (de ahí la formula de “dictadura democrática”). De hecho, era la posición de Trotski la que más se aproximaba a la realidad, ya que no planteaba las cosas en términos nacionales e inmediatos sino en un marco más global e histórico, que tenía como punto de partida el reconocimiento de que el capitalismo, como un todo, estaba entrando en la época de la revolución socialista mundial. La clase obrera en el poder no se podía limitar a las tareas de la burguesía sino que estaría obligada a desarrollar una “revolución permanente”, y a extender la revolución a escala mundial, marco en el que debía tomar su carácter socialista.

En las Tesis de Abril de 1917, Lenin se adhirió prácticamente a esa posición, superando las objeciones de los bolcheviques conservadores (que habían flir­teado con el menchevismo y con la ­burguesía) según los cuales Lenin abandonaba así, erróneamente, la perspectiva de la “dictadura democrática”. En 1919 la Internacional comunista se forma sobre la idea de que el capitalismo había entrado en su fase de declive histórico, y que era la época de la revolución comunista mundial. Si bien es cierto que la IC afirmaba que la emancipación de las masas colonizadas dependía del éxito de la revolución mundial, la IC no fue capaz de llevar esta afirmación hasta su conclusión lógica: la época de las luchas de liberación nacional se había terminado –hecho que sí afirmó, entre otros, Rosa Luxemburgo. Posteriormente fueron todos los intentos desastrosos de los bolcheviques de forjar alianzas con la burguesía supuestamente “antiimperialista” de regiones tales como Turquía, del antiguo imperio zarista, y sobre todo China, lo que llevó a la Izquierda comunista (a la Fracción italiana en particular) a poner en entredicho las Tesis de la IC sobre la cuestión nacional, tesis que contenían la idea de la posibilidad de alianzas temporales entre la clase obrera y la burguesía colonial. Las Izquierdas comunistas habían visto que cada una de estas “alianzas” terminaban en una masacre para la clase obrera y para los comunistas perpetradas por la burguesía colonial, que a tal fin, no dudaba en ponerse a las ordenes de tal o cual bandido imperialista.

La UCI, en su Plataforma, dice que existe políticamente gracias al trabajo de las fracciones de la Izquierda Comunista que rompieron con la IC en degeneración (ver para más detalle el artículo sobre este tema en Word Revolution nº 254, publicación en Gran Bretaña de la CCI). Sin embargo, en nuestra opinión, la UCI defiende la visión “oficial” de la IC contra las de la Izquierda:

“...la política del Comiterm de Stalin y de Bujarin durante la revolución china de 1925-27 difiere completamente de la de Lenin y los Bolcheviques que prevaleció durante los primeros años del Cominterm. Vosotros argumentáis que si existen todavía tareas burguesas que realizar, deberíamos sostener a tal o cual fracción de la burguesía. Los mencheviques y los estalinistas decían lo mismo... El método de Marx y de Lenin no consiste en rechazar las tareas del momento cuando todas las fracciones de la burguesía son igualmente reaccionarias, y en cumplir estas tareas con el método de la revolución proletaria, intentando realizar las tareas de la burguesía con la mayor profundidad y cumpliendo las tareas socialistas. La revolución china demostró que esa tesis era correcta y no la de las Izquierdas. La revolución de todos modos triunfó en China, aunque es cierto que al precio de un enorme número de víctimas. Esta revolución hizo posible la creación del proletariado más numeroso del mundo, un proletariado potente, que desarrolló las fuerzas productivas rápidamente. El mismo resultado se alcanzó por muchas otras revoluciones en los países del Este. No vemos por tanto ninguna razón para negar su papel históricamente progresivo: gracias a ellas, nuestra revolución tiene una sólida base de clase en muchos países del mundo que en 1914 eran completamente agrícolas...”.

Estamos totalmente de acuerdo en que la posición de Lenin, posición recogida en las “Tesis sobre la cuestión nacional y colonial” del 2º Congreso de la Internacional comunista celebrado en 1920, no es en modo alguno la posición de Stalin en 1927. En particular, las Tesis de 1920 insisten en la necesidad para el proletariado de ser estrictamente independiente incluso frente las fuerzas “nacionalistas revolucionarias”; Stalin, en cambio, llamó a los obreros insurrectos de Shangai a entregar sus armas a los carniceros del Kuomintang. Pero como hemos desarrollado en nuestra serie de artículos sobre los orígenes del maoismo (ver Revista internacional nos 81, 84, 94), esa experiencia no sólo confirma que la camarilla de Stalin había abandonado la defensa de la revolución proletaria por los intereses del Estado nacional ruso, además demuestra la futilidad de andar buscando un sector de la burguesía colonial que no se vendería inmediatamente a un bandido imperialista con tal de aplastar a la clase obrera. Los sectores “nacionalistas revolucionarios” o “anti-imperialistas” de la burguesía colonial, sencillamente, no existen. No podía ser de otra forma en una época histórica –la decadencia del modo de producción capitalista– en la que no hay la menor posible coincidencia entre los intereses de las dos principales clases de la sociedad.

La UCI y la “revolución burguesa” en China

La posición de la UCI sobre China contiene, en nuestra opinión, una profunda ambigüedad. De un lado, la UCI dice que en Rusia en 1917, la burguesía era ya reaccionaria, razón por la cual el proletariado debía tomar a cargo las tareas de la revolución burguesa; por otra parte, según su visión, en China y en la “decena de otros” países del Este no especificados, parece que la revolución burguesa podría desarrollarse. ¿Significa esto que la burguesía de esos países era aún progresista después de 1917?, ¿Acaso esto quiere decir –en el caso de China en particular–, que la fracción que cumplió la “revolución burguesa” –el maoismo– tenía algo de proletario, como afirman los trotskistas?. La UCI tiene que clarificar de forma nítida esta cuestión.

En cualquier caso debemos analizar si lo que ocurrió en China, corresponde a la comprensión marxista de lo que es una revolución burguesa. Desde el punto de vista del marxismo, las revoluciones burguesas fueron un factor de progreso histórico porque eliminaban los restos del viejo modo de producción feudal y ponían las bases de la futura revolución del proletariado. Este proceso tenía dos dimensiones fundamentales:

•   A nivel más material, la revolución burguesa derrumbó las barreras feudales que bloqueaban el desarrollo de las fuerzas productivas y la expansión del mercado mundial. La formación de nuevos Estados era una expresión de progreso en ese sentido: es decir que hizo saltar los límites feudales, creando las bases de la construcción de una economía mundial.

•   El desarrollo de las fuerzas productivas supone, ciertamente, el desarrollo material del proletariado. Pero lo que también supone una clave para la revolución burguesa es que creó el marco político para el desarrollo “ideo­lógico” de la clase obrera, su capacidad para identificarse y organizarse en tanto que clase distinta en el seno de la sociedad capitalista y, al fin y al cabo, contra ella.

La supuesta revolución china de 1949 no tiene nada que ver con todo eso. Para empezar, no fue el producto de una economía mundial en expansión sino de una economía que había llegado a un atolladero histórico. Esto puede comprobarse directamente cuando se comprende que nació no de una lucha contra el feudalismo o el despotismo asiático, sino de una lucha a muerte entre diferentes bandas de la burguesía, todas ellas ligadas de uno u otro modo a las grandes potencias imperialistas que dominaban el mundo. La “revolución china” fue el fruto de los conflictos imperialistas que arruinaron a China durante los años 30 y sobre todo de su punto culminante, la Segunda Guerra mundial imperialista. El hecho de que en diferentes momentos las fracciones chinas en lucha tuvieran diferentes apoyos imperialistas (el maoismo, por ejemplo, fue apoyado por Estados Unidos durante la Segunda Guerra mundial y por la URSS durante la “Guerra Fria”), no cambia para nada el fondo de la cuestión. De igual modo que el hecho de que durante un breve período en los años 60 la burguesía china adoptara una posición imperialista “independiente” no significa que habría “jóvenes burguesías” que podrían escapar de la lógica del imperialismo en la época histórica actual. Es más bien lo contrario: el hecho de que China, con sus inmensos territorios y sus recursos enormes, no fuera capaz de crear un mercado “independiente” más que por un breve período confirma ampliamente los análisis de Rosa Luxemburg en su Folleto de Junius:  en la época abierta tras la Primera Guerra mundial, ninguna nación puede “quedarse al margen” del imperialismo ya que vivimos una época en la que la dominación del imperialismo sobre el planeta en su conjunto no puede ser superada más que por la revolución comunista mundial.

El desarrollo económico de China recoge todas las características del “desarrollo en decadencia” : no se produce como parte de un mercado mundial en expansión, sino como la tentativa de desarrollo autárquico en una economía mundial que había alcanzado los limites fundamentales de su capacidad para extenderse. Por eso, como en la Rusia estalinista, el peso y la preponderancia del sector militar, de la industria pesada en detrimento de la producción de bienes de consumo, y de una burocracia de Estado enorme, se han desarrollado como un cáncer. A partir de ahí, también podemos comprender las convulsiones periódicas que “el gran paso adelante” y la “revolución cultural” con los que la clase dominante intentó movilizar tras ella a la población con sus campañas ideológicas para intensificar la explotación y la sumisión ideológica al Estado. Esas campañas fueron una respuesta desesperada al estancamiento y al retraso crónico de la economía: prueba de ello, la exigencia del Estado durante “el gran paso adelante” de poner en funcionamiento un alto horno en cada pueblo, que sólo podía funcionar recogiendo los restos de metal que pudieran encontrarse.

Naturalmente que la clase obrera china es más numerosa hoy que lo que lo era en 1914. Pero para juzgar si esto es un factor de progreso para la humanidad, debemos considerar la situación del proletariado a nivel mundial y no sólo a escala nacional. Y lo que vemos a nivel mundial, es que el capitalismo se ha mostrado incapaz de integrar a la mayor parte de la población del mundo en el seno de la clase obrera. En términos de porcentaje de la población mundial, la clase obrera sigue siendo una minoría.

El progreso para el proletariado chino en el siglo pasado lo hubiera representado el triunfo de la revolución mundial de 1917-27, que le hubiera permitido un desarrollo equilibrado y armonioso de la industria y la agricultura a escala mundial, y no las luchas frenéticas e innecesarias históricamente de cada economía nacional para sobrevivir en un mercado mundial sobresaturado. En lugar de ello, la clase obrera china ha pasado la mayor parte del siglo sojuzgada por la bota odiosa del estalinismo. Lejos de ser el producto de una revolución burguesa tardía, el estalinismo es la expresión clásica de la contrarrevolución burguesa, la horrible revancha tomada por el capital después de que el proletariado hubiera intentado, fracasando, derribar su dominación. El hecho de que se haya levantado sobre una mentira brutal – su pretensión de representar a la revolución comunista – es en sí mismo una expresión típica de un modo de producción decadente: en su fase de ascenso, en su fase de confianza en si mismo, el capitalismo no tenía ninguna necesidad de vestirse con el ropaje de su enemigo mortal. Es más, esta mentira ha tenido un efecto terriblemente negativo en la capacidad de la clase obrera –a escala mundial y en particular en los países dominados por el estalinismo– para comprender la verdadera perspectiva comunista. Cuando consideramos el terrible tributo de represión y de masacres que el estalinismo ha hecho pagar a la clase obrera –la cantidad de todos los que han fallecido o han sido asesinados en las prisiones maoistas y en los ­campos de concentración es aún hoy desconocido, pero se pueden contar por millones– es evidente que la supuesta “revolución burguesa” en China fracasó completamente en el cumplimiento de los objetivos que las auténticas revoluciones burguesas consiguieron cumplir en los siglos XVIII y XIX: un marco político que permitiera desarrollar al proletariado su confianza en sí y su conciencia de ser una clase opuesta a la burguesía. El estalinismo fue un desastre completo para el proletariado mundial; incluso tras su muerte, sigue hoy envenenado su conciencia gracias a las campañas de la burguesía que identifican la muerte del estalinismo con el fin del comunismo. Como todas las supuestas “revoluciones nacionales” del siglo XX, la de China fue una expresión más de que el capitalismo no está poniendo las bases para la construcción del comunismo, sino que, por el contrario, las está destruyendo cada día más.

Los comunistas y la cuestión nacional : no hay lugar para la ambigüedad

Según la UCI, los comunistas podían, en cierto sentido, apoyar las revoluciones nacionales en los años 80; ahora con la llegada de la globalización eso ya no sería posible:

“... ¿que ha cambiado a partir de la globalización?. La posibilidad de la revolución nacional ha desaparecido. Hasta los años 80, las revoluciones nacionales aún podían garantizar el crecimiento de las fuerzas productivas, y por tanto aún debían ser apoyadas, intentando si ello fuera posible transferir su gestión en manos del proletariado revolucionario... Actualmente, esta etapa histórica para el desarrollo nacional ha llegado a su fin...”.

El primer punto que queremos comentar sobre esta posición es que, si la Izquierda comunista hubiera defendido esta posición hasta 1989, hoy no existiría la Izquierda comunista. Hasta la muerte de la Internacional comunista a finales de los años 20, la Izquierda comunista fue la única corriente política que se opuso de manera consecuente contra la movilización del proletariado en la guerra imperialista, sobre todo cuando estas guerras se desarrollaban en nombre de una revolución burguesa cualquiera tardía o de la lucha “contra el imperialismo”. A partir de los casos de España y de China en los años 30, pasando por la Segunda Guerra mundial, y en todos los conflictos locales que marcaron con su sello la “Guerra Fría” (Corea, Vietnam, Oriente Medio, etc.) la Izquierda comunista, sola, mantuvo el internacionalismo proletario, rechazando el apoyo a todos los Estados o fracciones en conflicto, llamando a la clase obrera a defender sus intereses de clase contra los llamamientos a disolverse en el frente militar del capital. La consecuencia terrible por haber abandonado esas posiciones quedó perfectamente ilustrada en carne viva por la implosión de la corriente bordiguista al inicio de los años 80: sus ambiguedades sobre la cuestión nacional abrieron la puerta a la penetración de fracciones nacionalistas que intentaron arrastrar a la principal organización bordiguista hacia el apoyo de la OLP (Organización de liberación de Palestina) y a Estados como Siria en la guerra de Oriente Medio. Hubo resistencia por parte de los elementos proletarios de la organización, pero ésta pagó un alto precio en pérdida de energías militantes y la consecuente explosión de la corriente entera. Los nacionalistas consiguieron ganar, anexionar esa corriente histórica de la izquierda italiana al ala izquierda del capital, es decir al lado de los trotskistas y los estalinistas. Si los antepasados políticos de otros grupos, tales como la CCI o el BIPR, hubieran seguido por ese camino de apoyo a las supuestas “revoluciones nacionales”, hubieran sufrido la misma suerte y ya no habría organizaciones de la corriente de la izquierda comunista con las que podrían ponerse en contacto los nuevos grupos que surgen en Rusia.

En segundo lugar, nos parece que, si bien los camaradas de la UCI concluyen que finalmente ha llegado el momento de defender una verdadera posición ­proletaria independiente sobre los movimientos nacionales, los camaradas si­guen siendo prisioneros de fórmulas que en el mejor de los casos son ambiguas y, en el peor, pueden desembocar en traición abierta de los principios de clase. Por ejemplo, plantean todavía la posibilidad de transferir la lucha nacional de la burguesía al proletariado, apegándose todavía al lema de la “autodeterminación” nacional:

“... por lo que respecta al apoyo a los movimientos de independencia nacional, la única orientación aquí, a la vez de ayer y para hoy, es la de arrancar la lucha contra la opresión nacional de manos de la burguesía y ponerla en manos de la clase obrera. Esto no puede realizarse si no se reconocen los derechos a la autodeterminación, es decir, si no se reconoce la necesidad de llevar hasta sus últimas consecuencias las tareas históricas de la burguesía. De otro modo, dejaríamos al proletariado nacional bajo la dirección de la burguesía nacional...”.

La clase obrera no puede tomar a su cargo la lucha por la liberación nacional, ni siquiera para defender sus intereses de clase, pues se se encuentra en oposición frontal a la burguesía nacional y a todas sus ambiciones. Por lo que respecta a la autodeterminación, los camaradas reconocen que es imposible en las condiciones actuales, aunque consideren que esto solo es así desde finales de los años 80. Argumentan a favor de un llamamiento planteado en términos muy similares a los que utilizó Lenin –como medio de evitar “crear antagonismos” o de ofender a los proletarios de los países más atrasados– para sustraerlos a las influencias de la  burguesía. Camaradas, el comunismo no puede evitar ser ofensivo hacia los sentimientos nacionalistas que aún quedan en el seno de la clase obrera. Si razonaramos así, los comunistas deberían evitar criticar la religión porque muchos obreros están aún bajo la influencia de la ideología religiosa. Evidentemente, nosotros no provocamos o insultamos a los obreros porque tengan ideas confusas. Pero como se decía en el Manifiesto comunista, los comunistas se niegan a esconder sus ideas. Si la liberación nacional y el derecho a la autodeterminación nacional son imposibles, debemos decirlo entonces con las palabras y de la forma más clara posible.

La aparición de grupos como la UCI es una aportación importante para el proletariado mundial. Pero sus ambigüedades sobre la cuestión nacional son muy graves y hacen peligrar su capacidad de supervivencia como expresión política de la clase obrera. La historia ha demostrado que hay un profundo antagonismo entre el proletariado y la guerra imperialista, y que por ello cualquier ambigüedad sobre la cuestión nacional puede llevar a traicionar los intereses internacionalistas de la clase obrera. Por tanto, les invitamos a reflexionar en profundidad sobre los textos y todas las contribuciones que la Izquierda comunista ha producido sobre esta cuestión vital.

CDW

1) Los camaradas de otro grupo ruso, el Grupo de los colectivistas proletarios revolucionarios, parecen defender la misma posición cuando afirman que la revolución comunista solo será posible cuando el capitalismo haya desarrollado los microchips electrónicos. Volveremos en otra ocasión sobre este argumento.

2) Hemos desarrollado este punto en la serie de artículos de la serie “Comprender la decadencia del capitalismo”; ver en particular la Revista internacional nos 55 y 56.

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