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Crisis económica mundial
El capital alemán con el agua al cuello
Este texto está extraído de un Informe sobre la situación en Alemania, realizado por Weltrevolution, la sección de la CCI en ese país. Aunque trate la situación allí, la verdad es que traduce la situación generalizada de crisis capitalista que atraviesan todos los países del mundo. La economía alemana, antaño ejemplo de la «buena salud» del capitalismo que la propaganda burguesa nos refregaba continuamente, se ha convertido en un símbolo del hundimiento del sistema. Ese bastión esencial del capitalismo, que hace apenas unos años parecía de lo más sólido, cae hoy en la crisis más grave desde los años 30. Con ello se hacen patentes tanto la gravedad actual de la crisis económica mundial, como también la perspectiva de futuras tormentas que han de estremecer el conjunto del edificio económico capitalista. Ya no hay modelos de capitalismo en «buen estado de salud» que la burguesía pueda vendernos para hacernos creíble la ilusión de que para salir de la crisis, sería suficiente con aplicar una gestión rigurosa. La situación en Alemania muestra hoy que, incluso los países que se han distinguido por una gestión económica «intachable», y en los que los explotadores han felicitado a los obreros por su disciplina, no escapan sin embargo a la crisis. Quedan así ridiculizados los constantes llamamientos al rigor por parte de la clase dominante. Ninguna política económica de la burguesía puede solucionar la quiebra generalizada del sistema capitalista. Los sacrificios que en todas partes se imponen al proletariado no anuncian un futuro mejor, sino un crecimiento de la miseria sin que en el horizonte se perfile ninguna solución, ni siquiera en los países más industrializados.
La aceleración brutal de la crisis
La recesión en USA de finales de los años 80, aunque eclipsada por el hundimiento del Este y la celebración por parte de los medios de comunicación del «triunfo de la economía de mercado», no ha sido algo simplemente coyuntural, sino de una gran significación histórica. Tras el hundimiento definitivo del Tercer Mundo y del Este, llegaba el turno de la caída de uno de los tres principales motores de la economía mundial, paralizado por una montaña de deudas. Después, 1992 se ha revelado como un año verdaderamente histórico con el desplome económico, oficial y espectacular, de los dos gigantes que quedaban: Japón y Alemania.
Tras el «boom» puntual que produjo la unificación, ni siquiera el endeudamiento ha impedido la entrada de Alemania en la recesión. Esto significa que, como en USA, esta recesión es de una importancia sin precedentes. El incremento de la deuda pública impide a Alemania financiar una salida de su marasmo actual. Con ello no sólo se certifica su entrada oficial en la recesión, sino también su fracaso como polo de crecimiento de la economía mundial y como pilar de la estabilidad económica en Europa.
La burguesía alemana es la última y más espectacular víctima de la explosión del caos económico y de la crisis incontrolable.
La recesión en Alemania
En comparación con el boom de los tres últimos años, la economía alemana se hundió, literalmente, durante el tercer trimestre de 1992. El crecimiento anual del Producto nacional bruto (PNB), que a finales de 1990 se situaba en un 5 %, ha caído de repente a cerca de un 1 %, para los seis primeros meses de 1993. Si se preveía un crecimiento del 7 % en la ex RDA, la realidad depara un crecimiento negativo. Los pedidos de bienes y servicios han caído un 8 % en los últimos seis meses. La producción de un sector tan vital como el de maquina-herramientas cayó un 20 % en 1991 y un 25 % en 1992. La producción industrial total bajó el año pasado y se espera un descenso del 2 % para éste. La producción textil ha caído un 12 %. La exportación, motor tradicional de la economía alemana, habitualmente capaz de hacerla salir de los baches anteriores, ya no es ahora capaz de engendrar el menor efecto positivo, dada la restricción de exportaciones debidas a la recesión mundial y el crecimiento de la importaciones por las necesidades de la unificación. La balanza de pagos, que en 1989 presentaba un superávit de más de 57 mil millones de dólares, ha alcanzado en 1992 un déficit récord de 25 mil millones de dólares. La devaluación durante el pasado otoño de las divisas británica, italiana, española, portuguesa, sueca y noruega, ha hecho que en pocos días, las mercancías alemanas hayan pasado a ser casi unos 15 % más caras. El número de quiebras de empresas, aumentó el pasado año casi un 30 %. La industria automovilística ha planificado para este año una reducción de la producción de cerca del 7 %. Otras industrias básicas como el acero, la química, la electrónica y la mecánica prevén recortes similares. Uno de los más importantes productores de acero y maquinaria –Klöckner– está al borde de la bancarrota.
La consecuencia de todo ello es una brutal escalada de despidos. Así la Volkswagen, que prevé para este año una caída de las ventas de un 20 %, pretende despedir este año a 12 500 trabajadores, uno de cada diez empleados. La Daimler Benz (Mercedes, AEG, DASA Aeroespacial) despedirá a 11 800 obreros este año, y pretende liquidar 40 mil puestos de trabajo de aquí a 1996. Igualmente, en Correos-Telecomunicaciones (13 500 despidos), Veba (7000), MAN (4500), Lufthansa (6000), Siemens (4000), etc.
La cifra oficial del paro a finales de 1992 era de 3 126 000 trabajadores, el 6,6 % en Alemania occidental y del 13,5 % en la ex RDA (1,1 millones de obreros). Casi 650 mil trabajadores están empleados a tiempo parcial en el Oeste y 233 mil en el Este. En lo que fue la RDA, en estos tres últimos años, se han eliminado 4 millones de puestos de trabajo y cerca de medio millón de trabajadores se encuentra realizando cursos de reciclaje del Estado. Y esto no es más que el principio. Incluso las predicciones oficiales, prevén tres millones y medio de parados a finales de este año, en el conjunto de Alemania. En la parte oriental, para mantener el nivel de empleo actual, la producción de bienes y servicios debería aumentar este año un imposible 100 %. Según datos oficiales, en las ciudades alemanas faltan tres millones de viviendas, mientras 4,2 millones de personas viven por debajo del nivel del salario mínimo (es decir casi cincuenta veces más que en 1970). Según las previsiones de organizaciones semioficiales, el paro alcanzará este año la cifra de cinco millones y medio de trabajadores, y eso sin incluir a las 1,7 millones de personas que están haciendo cursos de aprendizaje en las nuevas regiones del Este, con contratos de creación de trabajo, en trabajo a tiempo parcial o jubilaciones anticipadas (que por sí solas cuestan 50 mil millones de marcos).
La explosión del endeudamiento
Cuando Kohl llegó a la cancillería en 1982, la deuda pública ascendía a 615 mil millones de marcos, el 39 % del PNB, es decir 10 mil marcos por habitante. Hoy, la deuda alcanza los 21 mil marcos por habitante, más del 42 % del Producto nacional bruto, y se espera que pronto supere el 50 % del PNB. Para devolver esta deuda, cada alemán debería trabajar sin cobrar seis meses. La deuda pública se sitúa hoy en 1,7 billones de marcos y se prevé que a finales de siglo supere los dos billones y medio de marcos. Ha habido que esperar cuarenta años para que en 1990 el Estado alemán se endeudara con un primer billón de marcos. El segundo billón se espera para finales de 1994, o 1995 como más tarde. El Estado alemán sustrae en impuestos 1,4 millones de marcos por minuto. En esa misma fracción de tiempo contrae nuevas deudas por valor de 217 mil marcos.
Las banca bajo control estatal (Kreditanstalt für Wiederaufbau, Deutsche Ausgleichsbank, Berliner Industriebank), han prestado mas de cien mil millones de marcos a las empresas de Alemania del Este de 1989 a 1991. La mayor parte de esos prestamos jamás se cobrarán, lo mismo que los 41 mil millones de marcos prestados a Rusia. En muy poco tiempo los enormes recursos financieros acumulados durante décadas, que hicieron de Alemania no sólo la potencia más solvente, sino la primera prestataria de capitales en los mercados mundiales, se han fundido como la nieve al sol. Los instrumentos esenciales para el control de la economía se han despilfarrado. Y la recesión va a agravar esta situación. Por cada 1 % de crecimiento del PNB que se pierde, la administración central deja de ingresar 10 mil millones de marcos y la de las regiones, municipios... 20 mil millones, sólo a causa de la disminución de entradas por impuestos. Y eso que los impuestos y las cotizaciones sociales han alcanzado un nivel récord. De cada dos marcos de ingresos, uno va al Estado o a los llamados «fondos sociales». A esto hay que añadir los nuevos impuestos: un brutal aumento del precio de la gasolina y una tasa especial para financiar la reconstrucción del Este. La parte del presupuesto federal destinada a pagar los intereses de la deuda, que en 1970 era el 18 %, pasó al 42 % en 1990. Para 1995 se espera que supere el 50 %.
El hundimiento de la economía alemana, la reducción de sus mercados, su ocaso como poder financiero internacional, constituyen una catástrofe flagrante, no sólo para Alemania sino para el mundo entero y más particularmente para la economía europea.
El caos económico, el capitalismo de Estado y la política económica
Es difícil encontrar un ejemplo más claro de cómo cada vez resulta más incontrolable la crisis económica mundial, que la política a la que se ve forzada la burguesía más potente de Europa. Una política que agrava la crisis y que le obliga a abandonar los principios a los que parecía más aferrada. Por ejemplo, la política inflacionista de endeudamiento público que financia un consumo improductivo, y que va a la par con un crecimiento constante de la masa monetaria en circulación -una política lanzada cuando la unificación con la RDA y que ha seguido después-. El aumento del índice de precios, tradicionalmente entre los más bajos de los países desarrollados, tiende a estar ahora entre los más altos, en torno al 4 y al 5 % incluso. Y si han conseguido frenarla ahí, ha sido gracias a la implacable política antiinflacionista de los tipos de interés del Busdenbank. La clásica política antiinflacionista alemana de los últimos cuarenta años (tanto la estabilidad de los precios, como la autonomía del Bundesbank, figuran en la Constitución) reflejaba no sólo los intereses económicos inmediatos, sino toda una «filosofía» política nacida de las experiencias de la gran inflación de 1923, del desastre económico de 1929, y de las inclinaciones típicas del «carácter alemán» al orden, la estabilidad y la seguridad. Mientras que en los países anglosajones se considera que los altos tipos de interés son la principal barrera a la expansión económica, la «escuela alemana» afirma que lo que pone en aprietos a las empresas rentables no son los tipos de interés sino la inflación. Igualmente, la fe profundamente enraizada en las ventajas de un «marco fuerte» se sustenta en la tesis de que las ventajas de la devaluación para la exportación quedan contrarrestadas por la inflación que resulta de unas importaciones más caras. El hecho de que sea precisamente Alemania la que, más que otros países, practique una política inflacionista, es revelador de la pérdida de control sobre la crisis.
Lo mismo puede decirse de las convulsiones del SME (Sistema monetario europeo) que constituyen una verdadera catástrofe para los intereses alemanes. Para la industria alemana resultan cruciales unas relaciones estables entre las distintas divisas, puesto que tanto las grandes como las pequeñas industrias alemanas, no sólo exportan principalmente a los países de la Comunidad europea, sino que también realizan en ellos una parte de su producción. Sin esa estabilidad es imposible un cálculo de los precios, y la vida económica se ha mucho mas difícil. A ese nivel, el SME constituía todo un éxito para Alemania, ya que le hacía quedar más al margen de las fluctuaciones y las manipulaciones del dólar. Pero ni siquiera el Bundesbank con sus enormes reservas de divisas, fue capaz de hacer frente a un movimiento especulativo que movió diariamente entre 500 mil millones y 1 billón de dólares en el mercado de divisas. Alemania como potencia económica que opera a escala mundial, es más vulnerable frente a la fragilización de los mercados, incluido el financiero y el monetario. Y sin embargo, se ve igualmente forzada a llevar una política nacional que socava los cimientos de esos mercados.
La unificación y el papel del Estado
En USA con Clinton, en Japón, o en la Comunidad Europea con las propuestas de Delors..., las políticas de una más brutal y mas abierta intervención del Estado a través de financiación de obras públicas y programas de infraestructuras (que muchas veces ignoran las necesidades reales del mercado) vuelven a estar en boga en los países industrializados. Este cambio se acompaña también con el giro ideológico correspondiente. Las mistificaciones del liberalismo, del «laissez faire» de los años 80, especialmente desarrollados en los países anglosajones por Reagan y Thatcher, han sido abandonadas. Pero es que esa «nueva» política económica tampoco constituye una solución, ni siquiera un paliativo a medio plazo. Son simplemente la prueba de que la burguesía no va a suicidarse y se prepara para retrasar la gran catástrofe aunque ello implique que esa catástrofe será finalmente más dramática. El bestial nivel alcanzado tanto por las deudas como por la sobreproducción hacen imposible cualquier estímulo real a la economía capitalista.
El fiasco de tales políticas queda perfectamente ilustrado en el país que, por razones particulares, se vio obligado a poner antes en marcha tales políticas: Alemania. A través de su programa de reconstrucción del Este, Alemania ha destinado cada año decenas de billones de marcos a sus regiones orientales. El resultado está a la vista: explosión de la deuda, regreso de la inflación, despilfarro de reservas, déficit de la balanza de pagos y, finalmente, la recesión.
Pero si bien Alemania fue precursora de este movimiento de «más Estado», sus objetivos y motivaciones no son los mismos que en USA o Japón. En éstos la principal preocupación es la de detener la caída de la actividad económica, mientras que en Alemania no debemos perder de vista que el principal objetivo de esta política era de orden político (unificación, estabilización, extensión del poder del Estado alemán...). Por ello tiene una dinámica distinta a la política anunciada por ejemplo por Clinton en USA. De un lado en Alemania esas inversiones pueden ser «rentables» desde un punto de vista político aunque supongan importantes pérdidas económicas. Pero también implica que la burguesía alemana no puede dar marcha atrás a esta política aunque le resulte demasiado cara, como es efectivamente el caso, ni incluso ante el peligro de bancarrota. La burguesía alemana ha calculado mal, a nivel económico, el precio de la reunificación; ha subestimado tanto el coste general como el nivel de degradación de la industria de Alemania del Este. No preveía un hundimiento tan rápido de los mercados de exportación de la ex RDA en el Este. De hecho ha modificado su estrategia y el territorio de la ex RDA debe ser transformado en un trampolín para la conquista de los mercados del Oeste. Y esto no será posible si no consigue una ventaja en la competencia con sus rivales, especialmente los de la Comunidad Europea. Los tres pilares de esta estrategia son los siguientes:
• El programa de desarrollo de las infraestructuras del Estado. – En una época en que los métodos de producción y la tecnología son cada vez más uniformes, la infraestructura (los transportes, comunicaciones...) puede proporcionar una ventaja decisiva frente a los competidores. No cabe duda sobre la determinación de la burguesía alemana de equipar a las provincias del Este con la infraestructura mas moderna de Europa, de avanzar este programa a toda marcha, de finalizarlo antes de fin de siglo... si el capital alemán no se hunde antes.
• El bajo nivel de los salarios. – Según los acuerdos firmados, los salarios del Este deberían igualarse muy pronto con los del Oeste. Sin embargo, los sindicatos han pactado un acuerdo no oficial, por el que se mantiene el bajo nivel de los salarios en aquellas empresas que luchan por su supervivencia (o sea el 80 % del total).
• Las inversiones por razones políticas. – La anterior política económica hacia el Este partía de la base de que el Estado ponía las infraestructuras y las medidas económicas, mientras que los capitalistas privados ponían las inversiones. Sin embargo estos no han «cumplido» porque se han atenido a eso que se llama «economía de mercado». El resultado ha sido que nadie ha querido comprar la industria de la RDA que, en lo sustancial, ha desaparecido en la más rápida y espectacular desindustrialización de la historia. Al final deberá ser el Estado quien emprenda las inversiones directas a largo plazo, que los inversores privados han tenido pavor a realizar.
Los ataques contra la clase obrera
Toda la política del gobierno Kohl consistía en llevar a término la unificación sin lanzar brutales ataques contra la población, de forma que no desfalleciera el entusiasmo nacional. Pero eso ha conducido a un crecimiento masivo del endeudamiento en vez de un ataque masivo a los trabajadores. Hasta los impuestos especiales de «solidaridad con el Este» sobre los salarios fueron anulados. En los primeros momentos, la unificación se acompañó de impuestos y tributos especiales en el Oeste, pero se daban en un momento en que había un boom económico y un relativo descenso del paro.
Pero ahora asistimos a un giro total de la situación. El boom de la unificación ha quedado en agua de borrajas por la recesión mundial, y la deuda ha llegado a ser tan gigantesca que amenaza la estabilidad no sólo de Alemania, sino del mundo entero. Los altos tipos de interés alemanes amenazan el sistema monetario, y también otros sistemas de estabilización de Europa, de los que la propia Alemania depende. Y ahora que resulta evidente que nada puede detener el despegue del endeudamiento, llega el momento en que toda la población, y especialmente la clase obrera deberá pagar, directa y brutalmente, a través de ataques masivos, frontales y generalizados. Ya empezaron sobre los salarios en 1992, que en general han registrado subidas inferiores a la inflación, gracias a la maniobra de la lucha en el sector público.
Este ataque a los salarios va a continuar, ya que los sindicatos no cesan de proclamar su voluntad de moderación y su sentido de la responsabilidad en este sentido. El segundo frente de ataques es, sin duda, la explosión del paro, del trabajo a tiempo parcial, los despidos masivos, más particularmente en los sectores clave de la economía. Lo que ha estado sucediendo en el Este durante los últimos tres años, va a tomar un desarrollo nuevo y brutal en el Oeste. Se preparan ya suspensiones de empleo y «sacrificios particulares», incluso en el sector público. Last but not least (por último y no por ello menos importante): el gobierno ha preparado un gigantesco programa de recortes en los servicios sociales. No se conocen todavía los detalles de dicho plan, pero se habla de una reducción, para «empezar», del 3 % , en subsidios de paro, de vivienda, de prestaciones familiares.
Aunque no tengamos datos concretos, podemos sin embargo estar seguros de que 1993 significará un cambio cualitativo en las condiciones de vida del proletariado, una avalancha de ataques como no se han conocido desde la IIª Guerra mundial, a una escala, como mínimo, comparable a la de otros países de Europa Occidental.
Las condiciones de los obreros en el Este
Durante los últimos tres años, a nivel de despidos y del paro, los obreros de la ex-Alemania del Este han sido los más golpeados de Europa Occidental. La expulsión de 4 millones de personas (sobre una población de 17 millones) fuera del proceso de producción en un plazo tan corto, sobrepasa las dimensiones de la crisis económica mundial de los años 30. Esto se ha acompañado con un proceso de pauperización absoluta en particular entre las personas de edad o enfermas; de lumpenización, sobre todo entre los jóvenes; y, de manera general, con un desarrollo de la inseguridad.
Para los que todavía tienen un empleo o los que realizan cursos de formación, el nivel de ingresos a aumentado de manera relativa, siguiendo la política de reunificación que prevé al cabo la igualdad de sueldos entre Este y Oeste. Pero esos aumentos, que atañen a una parte solamente de los trabajadores (sobre todo los hombres, a condición que no sean jóvenes o viejos, y que no estén enfermos) quedan cortos frente a la meta de la igualdad de sueldos. En términos reales, se estima que el salario de los obreros del Este equivale a la mitad de los del Oeste. Además, la patronal acaba de anunciar que no podrá respetar los aumentos previstos en los contratos firmados con los sindicatos el año pasado, por causa de marasmo económico. Cuatro años después del derrumbe del muro de Berlín, los obreros de la ex-Alemania del Este siguen siendo extranjeros mal pagados en «su patria».
Como a menudo durante la historia del capitalismo decadente, Alemania constituye un lugar privilegiado de explosión de las contradicciones que desgarran al capitalismo mundial. La economía más «sana» del planeta sufre hoy las tormentas destructoras de la recesión económica mundial, del endeudamiento sin límites, de la perdida de control sobre la máquina económica, de la anarquía financiera y monetaria internacional. Y, como en todos los países, la clase dominante responde con el reforzamiento de su aparato de Estado y con inauditos ataques contra la clase obrera.
Más allá de las especificidades debidas a la reunificación, el problema en Alemania no es una cuestión alemana sino la de la bancarrota del capitalismo mundial.