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¿Es la guerra imperialista una solución
a la crisis de los ciclos de acumulación del capitalismo?
El futuro Partido comunista mundial, la nueva Internacional, se constituirá sobre posiciones políticas que superen los errores, insuficiencias o cuestiones no resueltas, del anterior partido, la Internacional Comunista. Por esa razón es vital que prosiga el debate sobre las posiciones de base de las organizaciones que se reivindican de la Izquierda comunista. Entre esas posiciones, consideramos fundamental la noción de decadencia del capitalismo. Hemos demostrado, en los números precedentes de la Revista Internacional que la ignorancia de esta noción por parte de la corriente bordiguista la lleva a aberraciones teóricas sobre la cuestión de la guerra imperialista y, por consiguiente, a un desarme político de la clase obrera[1].
Abordamos en este artículo las posiciones del Partito comunista internazionalista y de la Communist Workers’ Organisation (CWO), que forman el Buró internacional para el partido revolucionario (BIPR)[2], organizaciones que sí defienden claramente la necesidad de la Revolución comunista y la fundamentan en el análisis de que el capitalismo, desde la Iª Guerra mundial, ha entrado en su fase de decadencia.
Sin embargo, aún distinguiéndose así de los grupos bordiguistas que rechazan la noción de decadencia del capitalismo, tanto Battaglia Comunista (BC) como el BIPR, defienden toda una serie de análisis que suponen, a nuestro juicio, una relativización o incluso, una negación, de la noción de decadencia del capitalismo.
En este artículo, examinaremos una serie de argumentos que defienden esas organizaciones sobre el papel de las guerras mundiales y sobre la naturaleza del imperialismo, que, a nuestro juicio, les dificultan para defender hasta al fondo y hasta el final, en todas sus implicaciones, la posición comunista sobre la decadencia del capitalismo.
La naturaleza de la guerra imperialista
El BIPR explica la guerra imperialista generalizada, fenómeno esencial del capitalismo decadente, de la manera siguiente: «Y de la misma forma que en el siglo XIX las crisis del capitalismo conducían a la devaluación del capital existente (por medio de las quiebras), abriendo así un nuevo ciclo de acumulación fundado sobre la concentración y la fusión, en el siglo XX, las crisis del imperialismo mundial no pueden resolverse más que por una devaluación comparativamente más grande todavia del capital existente, por la quiebra económica de países enteros. Tal es precisamente la función de la guerra mundial. Como ocurrió en 1914 y 1939, es la “solución” inexorable del imperialismo a la crisis de la economía mundial»[3].
Esta visión de la «función económica de la guerra mundial», «quiebra económica de países enteros» por analogía con las quiebras del siglo pasado, significa, de hecho, concebir la guerra imperialista como «solución» que encuentra el capitalismo para relanzar «un nuevo ciclo de acumulación» lo que significa atribuir a la guerra mundial una racionalidad económica.
Las guerras del siglo pasado tenían esa racionalidad: permitían, en el caso de las guerras nacionales (como la italiana o la franco-prusiana) constituir grandes unidades nacionales que significaban un avance real en el desarrollo del capitalismo, y, en el caso de las guerras coloniales, extender las relaciones de producción capitalistas a las más remotas regiones del globo, contribuyendo a la formación del mercado mundial.
No ocurre lo mismo en el siglo XX, en la época de decadencia del capitalismo. La guerra imperialista no tiene una racionalidad económica. Aunque la «función económica» de la guerra mundial de destrucción de capital puede parecerse a lo que ocurría en el siglo pasado, son sólo apariencias. Como lo presiente confusamente el BIPR escribiendo la palabra «solución», así entre comillas, la función de la guerra en el siglo XX es radicalmente diferente. No es ni mucho menos una solución a una crisis cíclica «que abriría un nuevo ciclo de acumulación», sino que es la expresión más aguda de la crisis permanente del capitalismo, expresa la tendencia al caos y a la desintegración que se ha apoderado del capitalismo mundial y es, más aún, un potente acelerador de esa tendencia.
Los últimos 80 años han confirmado plenamente este análisis. Las guerras imperialistas son la expresión más acabada del engranaje infernal de caos y desintegración en el que está atrapado el capitalismo en su época de decadencia. Ya no se trata de un ciclo que pasa de una fase de expansión a una fase de crisis, de guerras nacionales y coloniales, para desembocar en un nueva expansión que expresa el desarrollo global del modo de producción capitalista, sino de un ciclo que pasa de la crisis a la guerra imperialista generalizada por el reparto del mercado mundial, y luego de la reconstrucción de la posguerra a una nueva crisis más amplia, como así ha ocurrido en dos ocasiones en este siglo.
La naturaleza de la reconstrucción tras la IIª Guerra mundial
Para el BIPR «el capitalismo ha vivido, desde luego, las dos crisis precedentes (se refiere a la Iª y la IIª Guerra mundial) de una manera dramática, pero tenía todavía por delante márgenes suficientemente vastos donde obtener un desarrollo ulterior incluso en el marco general de la decadencia»[4].
El BIPR se da cuenta de la gravedad de las destrucciones, de los sufrimientos, que causan las guerras imperialistas y por eso dicen que son algo «dramático». Pero también las guerras en el período ascendente eran «dramáticas»: causaban destrucciones, hambre, sufrimientos incontables. El capitalismo nació como decía Marx «en el lodo y en la sangre».
Sin embargo, hay una diferencia abismal entre las guerras del período ascendente y las guerras del período decadente: en las primeras «el capitalismo tenía aún márgenes suficientemente vastos de desarrollo» por decirlo en palabras del BIPR, en las segundas esos márgenes se han reducido dramáticamente y no ofrecen un campo suficiente para la acumulación de capital.
Ahí reside la diferencia esencial entre las guerras de uno y otro período, entre ascendencia y decadencia del capitalismo. Por tanto, pensar que tras la Iª y la IIª Guerra mundial, el capitalismo «tenía aún márgenes suficientemente vastos de desarrollo» es echar por tierra la esencia del período decadente del capitalismo.
Es evidente que este análisis sobre los «márgenes de desarrollo del capitalismo» en la decadencia está muy ligado a las explicaciones del BIPR sobre la crisis basadas únicamente en la teoría de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, sin tener en cuenta la teoría desarrollada por Rosa Luxemburgo sobre la saturación del mercado mundial; sin embargo, sin entrar aquí en esta discusión, un simple balance de la reconstrucción que siguió a la IIª Guerra mundial desmiente esos pretendidos «márgenes de desarrollo».
Según las apariencias tras el cataclismo de la guerra, en 1945 la economía mundial no solo habría «vuelto a la normalidad» sino que incluso habría superado los niveles de crecimiento precedentes. Sin embargo, no podemos deslumbrarnos ante las cifras apabullantes de crecimiento que dan las estadísticas. Dejando de lado el problema de la manipulación de las mismas por los gobiernos y los agentes económicos, fenómeno que existe pero que es totalmente secundario para el caso que nos ocupa, tenemos la obligación de analizar la naturaleza y la composición de ese crecimiento.
Si procedemos a ese análisis vemos que una parte importante del mismo la componen, por una parte, la producción de armas y los gastos de defensa, y, por otra, toda una serie de gastos (burocracia estatal, marketing y publicidad, medios de «comunicación») que son totalmente improductivos desde el punto de vista de la producción global.
Empecemos por la cuestión del armamento. A diferencia del periodo posterior a la Iª Guerra mundial, en 1945, los ejércitos no se desmovilizan totalmente y los gastos de armamento aumentan de forma prácticamente ininterrumpida hasta finales de los años 80.
Los gastos militares representaban para USA antes del derrumbe de la URSS un 10% del producto nacional bruto. En esta última constituían un 20-25%, en los países de la Unión Europea alcanzan actualmente un 3-4%, en países del «Tercer mundo» llegan en muchos casos al 25 %.
La producción de armamentos aumenta en un primer momento el volumen de producción, sin embargo, en la medida en que esos valores creados no «vuelven» al proceso productivo sino que su destino es o la destrucción, o la oxidación abarrotando cuarteles o silos nucleares, a la larga representan una esterilización, la destrucción de una parte de la producción global: con la producción de armas y los gastos militares «una parte cada vez más grande de esta producción va a productos que no aparecen en el ciclo siguiente. El producto deja la esfera de la producción y ya no vuelve a ella. Un tractor vuelve a la producción bajo la forma de gavillas de trigo, un tanque no»[5].
Del mismo modo, el período de posguerra significó un incremento formidable de los gastos improductivos: el Estado ha desarrollado una inmensa burocracia, las empresas han seguido la pauta aumentando de forma desproporcionada los sistema de control y administración de la producción, la comercialización de los productos, ante las dificultades de su venta en el mercado, ha tomado proporciones cada vez más grandes hasta el extremo de representar hasta el 50 % del precio de las mercancías. Las estadísticas capitalistas atribuyen a esta masa formidable de gastos un signo positivo, contabilizándolos como «sector terciario». Sin embargo, esa masa creciente de gastos improductivos constituye más bien una sustracción para el capital global. «En cuanto las relaciones de producción capitalistas dejan de ser portadoras de un desarrollo de las fuerzas productivas para convertirse en estorbos de ese mismo desarrollo, todos los “gastos accesorios” que ocasionan se convierten en un simple derroche. Es importante darse cuenta que esta inflación de gastos accesorios ha sido un fenómeno inevitable que le ha venido impuesto al capitalismo con tanta violencia como sus contradicciones. La historia de las naciones capitalistas del último medio siglo está llena de “políticas de austeridad”, de intentos de dar marcha atrás, de luchas contra la expansión intolerable de los gastos del Estado, de los gastos improductivos en general... Todas esas tentativas se transforman sistemáticamente en fracasos... (pues) cuanto mayores son las dificultades que se presentan al capitalismo, más tiene que desarrollar los gastos accesorios. Este círculo vicioso, esta gangrena que va consumiendo al sistema no es más que uno de los síntomas de una sola enfermedad: la decadencia»[6].
Una vez vista la naturaleza del crecimiento tras la IIª Carnicería imperialista, veamos ahora su distribución en las distintas áreas del capitalismo mundial.
Empezando por la ex-URSS y los países que constituyeron su bloque, una porción nada despreciable de la «reconstrucción» en la URSS consistió en el traslado de fábricas enteras desde Checoslovaquia, Polonia, Hungría, la ex-RDA, Manchuria etc. al territorio de la URSS, con lo que no tenemos globalmente un verdadero crecimiento sino un simple cambio de ubicación geográfica.
Por otro lado, como hemos puesto en evidencia desde hace años[7], la economía de los regímenes estalinistas producía mercancías de una calidad más que dudosa, de tal forma que en una gran proporción eran inservibles. Sobre el papel la producción ha podido crecer a niveles «formidables» y los compañeros del BIPR se lo creen a pies juntillas[8], pero en realidad, el crecimiento ha sido en gran parte ficticio.
Referente a los países salidos de las sucesivas oleadas de «descolonización», en el artículo «Naciones nacidas muertas»[9] pusimos en evidencia el fraude de esas «tasas de crecimiento mayores que en el mundo industrializado». Hoy podemos ver que un gran número de esos países ha entrado en un proceso acelerado de caos y descomposición, de hambre, epidemias, destrucciones y guerras. En estos países la guerra imperialista como modo de vida permanente del capitalismo decadente se ha impuesto desde el principio como una plaga devastadora constituyendo un terreno de enfrentamiento permanente de las grandes potencias con la complicidad activa de las burguesías locales.
Desde un punto de vista estrictamente económico la inmensa mayoría de esos países está atascada desde hace más de un decenio en una situación de marasmo total. Y hoy, por ejemplo, las «altísimas» tasas de crecimiento de los famosos «cuatro dragones asiáticos» no deben engañarnos. Esos países se han hecho un pequeño hueco en el mercado mundial a base de vender a precios irrisorios ciertos productos de consumo y algunos elementos auxiliares de la industria electrónica. Esos precios salen, por una parte, de la sobreexplotación de la mano de obra[10], y, sobre todo, del recurso sistemático a los créditos estatales a la exportación y al dumping (venta por debajo del valor).
Estos países no pueden escapar, como los demás, a una ley implacable que opera sobre todas las naciones que han llegado demasiado tarde al mercado mundial: «la ley de la oferta y la demanda va en contra de cualquier desarrollo de nuevos países. En un mundo en donde los mercados se hallan saturados, la oferta supera a la demanda y los precios están determinados por los costes de producción más bajos. Por esto, los países que tienen los costes de producción más elevados se ven obligados a vender sus mercancías con beneficios reducidos cuando no lo hacen con pérdidas. Esto reduce su tasa de acumulación a un nivel bajísimo y, aún con una mano de obra muy barata, no consiguen realizar las inversiones necesarias para la adquisición masiva de una tecnología moderna, lo que por consiguiente ensancha aún más la zanja que separa a esos países de las grandes potencias industriales»[11].
En cuanto a los países industrializados es cierto que han experimentado entre 1945 y 1967, un auténtico crecimiento económico (del que debe descontarse el volumen enorme de los gastos militares e improductivos).
Sin embargo debemos hacer como mínimo dos precisiones. En primer lugar «algunas tasas de crecimiento alcanzadas desde la IIª Guerra mundial se acercan, y a veces superan, las de la fase ascendente del capitalismo antes de 1913. Así ocurre con países como Francia y Japón... no es ni mucho menos el caso de la primera potencia industrial, los USA (la mitad de la producción mundial a finales de los 50) cuya tasa de crecimiento anual medio entre 1957-65 era del 4,6% contra el 6,9% de media entre 1850-1880»[12]. Abundando más, nuestro folleto pone en evidencia que la producción mundial entre 1913 y 1959 (incluyendo la fabricación de armamentos) creció un 250%, en cambio si lo hubiera hecho al ritmo medio de 1880-90, período de apogeo del capitalismo, habría crecido un 450%[13].
En segundo lugar, el crecimiento de estos países se ha hecho a expensas del empobrecimiento creciente del resto del mundo. Durante los años 70 el sistema de créditos masivos a los países del «tercer mundo» por parte de los grandes países industrializados para que absorbieran sus enormes stocks de mercancías invendibles, dio la apariencia de un «gran crecimiento» en toda la economía mundial. La crisis de la deuda que estalló desde 1982 deshinchó este enorme globo poniendo en evidencia un problema gravísimo para el capital: «durante años una buena parte de la producción mundial no se ha vendido sino que, sencillamente, se ha regalado. Esta producción, que puede corresponder a bienes realmente fabricados, no es pues una producción de valor, que es lo único que interesa al capitalismo. No ha permitido una auténtica acumulación de capital. El capital global se ha reproducido sobre bases cada vez más exiguas. O sea que, considerado como un todo, el capitalismo no se ha enriquecido, al contrario se ha empobrecido»[14].
Es significativo que tras la crisis de la deuda en el Tercer mundo cuyo período álgido fue 1982-85, la «solución» haya sido el endeudamiento masivo de Estados Unidos que entre 1982 a 1988 pasó de ser un país acreedor a convertirse en el primer deudor mundial.
Esto muestra el callejón sin salida en el que se encuentra el capitalismo allí donde es más fuerte: en las grandes metrópolis industrializadas de Occidente.
Desde ese punto de vista la explicación que da Battaglia comunista de la crisis de la deuda americana es errónea y encierra una fuerte subestimación: «pero la verdadera palanca que se utilizó para drenar riquezas desde todos los rincones de la tierra hacia Estados Unidos fue la política de elevación de las tasas de interés». Esta política la caracteriza BC como «apropiación de plusvalía mediante el control de la renta financiera» señalando que «de la expansión de las ganancias por medio de la expansión de la producción industrial se ha pasado a la expansión de las ganancias mediante la expansión de la renta financiera»[15].
BC debería plantearse por qué se pasa de «la expansión de las ganancias por medio de la expansión industrial» a «la expansión de las ganancias mediante la expansión de la renta financiera» y la respuesta es evidente: mientras en los años 60 todavía era posible una expansión industrial para los grandes países capitalistas, mientras en los 70 los créditos masivos a los países del «Tercer mundo» y del Este permitieron mantener a flote esa «expansión», en los 80 esos grifos se habían cerrado definitivamente y fueron los EEUU los que con sus gastos inmensos en armamento aportaron una nueva huida hacia adelante.
Por eso BC se confunde conceptuando como «lucha por la renta financiera» el proceso de endeudamiento masivo de Estados Unidos y se incapacita para comprender la situación de los años 90 donde las posibilidades de un endeudamiento de las proporciones en que USA lo hizo en los años 80 ya no existen y con ellos el capitalismo «más desarrollado» se ha cerrado otras de sus puertas falsas frente a la crisis[16].
La relación entre guerra imperialista y crisis capitalista
Para los compañeros del BIPR la guerra «se pone al orden del día de la historia cuando las contradicciones del proceso de acumulación del capital se desarrollan hasta determinar una sobreproducción de capital y una caída de la tasa de ganancia»[17]. Históricamente, y sólo desde este punto de vista, esa posición es justa. La era del imperialismo, la guerra imperialista generalizada, nace de la situación de callejón sin salida en que se encuentra el capitalismo en su fase de decadencia donde no puede proseguir su acumulación debido a la penuria de nuevos mercados que le permitían hasta entonces expandir sus relaciones de producción.
BC intenta demostrar, a partir de una serie de datos sobre desempleo antes de la Iª Guerra mundial, y sobre el desempleo y la utilización de la capacidad productiva antes de la IIª que «los datos (...) muestran sin equívocos el lazo estrecho que existe entre el curso del ciclo económico y las dos guerras mundiales»[18].
Además de que esos datos quedan limitados a EEUU, remitimos aquí sin repetirla a la argumentación que desarrolla nuestra serie de la Revista Internacional (nº 77 y 78) antes citada en respuesta a Programa Comunista que enuncia la misma idea. El desencadenamiento de la guerra requiere, además de las condiciones económicas, una condición decisiva: el alistamiento del proletariado en los grandes países industrializados para la guerra imperialista. Sin esa condición, aunque existan todas las condiciones «objetivas», la guerra no puede desencadenarse.
Aquí no vamos a entrar en esa posición fundamental que BC niega[19].Digamos sencillamente que ese lazo mecánico entre guerra y crisis económica que el BIPR pretenden establecer (coincidiendo en esta posición con el bordiguismo que rechaza la noción de decadencia), entraña una seria subestimación del problema de la guerra en el capitalismo decadente.
Rosa Luxemburgo en su libro sobre la acumulación de capital subraya que «cuanto más violentamente acabe el capitalismo con la existencia de capas no capitalistas, fuera y dentro de casa, y cuanto más rebaje las condiciones de vida de todas las capas trabajadoras, tanto más transformará la historia de la acumulación de capital en el mundo en una cadena ininterrumpida de catástrofes y convulsiones políticas y sociales, que, junto con las catástrofes periódicas económicas que se presentan bajo la forma de crisis, harán imposible la prosecución de la acumulación y harán imprescindible la rebelión de la clase obrera internacional contra el régimen capitalista»[20].
En general la guerra y la crisis económica no son fenómenos vinculados de una manera mecánica. En el capitalismo ascendente, la guerra está al servicio de la economía. En el capitalismo decadente es lo contrario: al surgir de la crisis histórica del capitalismo, la guerra imperialista tiene su propia dinámica y se transforma progresivamente en el modo de vida mismo del capitalismo decadente. La guerra, el militarismo, la producción de armamentos, tienden a poner a su servicio la actividad económica, provocando deformaciones monstruosas de las propias leyes de la acumulación capitalista y generando convulsiones suplementarias en la esfera económica.
Esto es lo que planteó con lucidez en IIº congreso de la Internacional comunista: «la guerra provocó una evolución en el capitalismo... le acostumbró, como si se tratara de actos sin importancia, a reducir al hambre mediante el bloqueo de países enteros, a bombardear e incendiar ciudades y pueblos pacíficos, a infectar las fuentes y los ríos arrojando cultivos de cólera, a transportar dinamita en valijas diplomáticas, a emitir billetes de banco falsos imitando a los del enemigo, a emplear la corrupción, el espionaje y el contrabando en proporciones hasta ahora inusitadas. Los medios de acción aplicados en la guerra siguieron en vigor en el mundo comercial luego de ser firmada la paz. Las operaciones comerciales de cierta importancia se efectúan bajo la égida del Estado. Este se ha convertido en algo semejante a una asociación de malhechores armados hasta los dientes»[21].
La naturaleza de los «ciclos de acumulación» en la decadencia capitalista
Según BC «cada vez que el sistema no puede contrarrestar mediante un impulso antagónico las causas que provocan la caída de la tasa de ganancia se plantean entonces dos órdenes de problemas: a) la destrucción del capital en exceso; b) la extensión del dominio imperialista sobre el mercado internacional»[22].
Aclaremos antes que nada que los compañeros van con un siglo de retraso: la cuestión de «la extensión del dominio imperialista sobre el mundo» se empezó a plantear de forma cada vez más aguda en la última década del siglo pasado. Desde 1914 ya no se plantea esa cuestión por la sencilla razón de que todo el mundo está envuelto, y bien envuelto, en las redes sangrientas del imperialismo. La cuestión que se repite y agrava desde 1914 no es la extensión del imperialismo sino el reparto del mundo entre los distintos buitres imperialistas.
La otra «misión» que BC asigna a la guerra imperialista -«la destrucción del capital en exceso»- tiende a equiparar las periódicas destrucciones de fuerzas productivas que se producían en el siglo XIX como consecuencia de las crisis cíclicas del sistema con las destrucciones causadas por las guerras imperialistas de este siglo. Cierto que BC reconoce una diferencia cualitativa entre esas destrucciones: «mientras entonces se trataba del coste doloroso de una desarrollo ‘necesario’ de las fuerzas productivas, hoy estamos en presencia de una obra de devastación sistemática proyectada a escala planetaria. Hoy en el sentido económico, mañana en el sentido físico, hundiendo a la humanidad en el abismo de la guerra»[23]. Pero BC no va hasta el final, persistiendo en relativizar esa diferencia e insistiendo en la identidad de funcionamiento del capitalismo en su fase ascendente y en su fase de decadencia: «toda la historia del capitalismo es una carrera sin fin hacia un equilibrio imposible, solo las crisis, que quieren decir hambre, paro, guerra y muerte para los trabajadores, son los momentos a través de los cuales las relaciones de producción crean de nuevo las condiciones para un ulterior ciclo de acumulación que tendrá como línea de llegada otra crisis todavía más profunda y más vasta»[24].
Es cierto que tanto en el capitalismo ascendente como en el decadente el sistema no puede librarse de crisis periódicas que le llevan al bloqueo y la parálisis, sin embargo, constatar eso nos deja en el terreno de los economistas burgueses que nos confortan repitiendo «después de una recesión viene una recuperación y asi sucesivamente».
Cierto que BC no recoge esas adormideras y señala claramente la necesidad de destruir el capitalismo y hacer la revolución, sin embargo sigua encerrada en el esquema del «ciclo de la acumulación».
En realidad:
- las crisis cíclicas del período ascendente son diferentes de las crisis del período decadente;
- que la raíz de la guerra imperialista no se sitúa en la crisis de cada ciclo de acumulación, no es una especie de dilema que se reproduce cada vez que un ciclo de acumulación entra en crisis, sino que se inscribe en una situación histórica permanente que domina toda la decadencia capitalista.
Mientras que en el período ascendente las crisis eran de corta duración y sobrevenían de manera bastante regular cada 7-10 años, en los 80 años transcurridos desde 1914 hemos tenido, limitándonos exclusivamente a los grandes países industrializados:
- 10 años de guerras imperialistas (1914-18 y 1939-45) con 80 millones de muertos;
- ¡46 años de crisis abierta!: 1918-22, 1929-39, 1945-50, 1967-94 (no tomamos en cuenta los cortos momentos entre 1929-39 y 1967-94 de «recuperación drogada» que se han intercalado entre ellos);
- únicamente 24 años (apenas la cuarta parte del período) de recuperación económica: 1922-29 y 1950-67.
Todo esto muestra que el simple esquema de la acumulación no basta para explicar la realidad del capitalismo decadente y entorpece la comprensión de sus fenómenos.
Aunque BC reconoce el fenómeno del capitalismo de Estado, esencial en la decadencia, no saca todas sus consecuencias[25]. Porque una característica esencial de la decadencia y que afecta de forma decisiva a la manifestación de las «crisis cíclicas» es la intervención masiva del Estado (estrechamente vinculada a la formación de una economía de guerra) mediante toda una serie de mecanismos que los economistas llaman «política económica». Esta intervención altera profundamente la ley del valor provocando deformaciones monstruosas en el conjunto de la economía mundial que agravan y agudizan sistemáticamente las contradicciones del sistema, conduciendo a convulsiones brutales no sólo en el aparato económico sino en todas las esferas de la sociedad.
Así pues el peso permanente de la guerra en toda la vida social y, por otro lado, el capitalismo de Estado, transforman radicalmente la sustancia y la dinámica de los ciclos económicos: «Las coyunturas ya no están determinadas por la relación entre la capacidad de producción y el tamaño del mercado existente en un momento dado, sino por causas esencialmente políticas... En este marco no son de ningún modo los problemas de amortización del capital los que determinan la duración de las fases del desarrollo económico, sino, en gran parte, la amplitud de las destrucciones sufridas durante la guerra anterior... Al contrario del siglo pasado la amplitud de las recesiones en el siglo XX está limitada por medidas artificiales instauradas por los Estados y sus instituciones de investigación para retrasar la crisis general... con toda una serie de medidas políticas que tienden a romper con el estricto funcionamiento económico del capitalismo»[26].
El problema de la guerra no se puede situar en la dinámica de «los ciclos de acumulación» que, por otra parte, BC ensancha a su antojo para el período de decadencia identificándolos con los ciclos «crisis-guerra-reconstrucción», cuando, como hemos visto, estos ciclos no tienen una naturaleza estrictamente económica.
Rosa Luxemburgo aclara que «es, sin embargo, muy importante determinar de antemano que si bien la periodicidad de coyunturas de prosperidad y de crisis representa un elemento importante de la reproducción, no constituye el problema de la reproducción capitalista en su esencia. Las alternativas periódicas de coyuntura o de prosperidad y de crisis son las formas específicas que adopta el movimiento en el sistema económico pero no el movimiento mismo»[27].
El problema de la guerra en el capitalismo decadente, hay que situarlo fuera de las estrictas oscilaciones del ciclo económico, fuera de los vaivenes y coyunturas de la cuota de ganancia.
«En esta era, no solamente la burguesía no puede desarrollar más las fuerzas productivas, sino que sólo subsiste a condición de lanzarse a la destrucción aniquilando las riquezas acumuladas, fruto del trabajo social de los siglos pasados. La guerra imperialista generalizada es la manifestación principal de este proceso de descomposición y destrucción en el cual ha entrado la sociedad capitalista»[28].
El BIPR, atados de pies y manos por sus teorías sobre los ciclos de acumulación según la tendencia decreciente de la tasa o cuota de ganancia, explica la guerra a través del burdo «determinismo económico» de las crisis de los ciclos de acumulación.
Está claro que nosotros como marxistas sabemos muy bien que «la infraestructura económica determina toda la superestructura de la sociedad», pero no lo entendemos de una forma abstracta como un calco que hay que aplicar mecánicamente a cada situación, sino desde un punto de vista histórico-mundial y por ello comprendemos que el capitalismo decadente cuyo marasmo y caos tiene un origen económico, los ha agravado de tal forma que no se pueden comprender limitados a un estricto economicismo.
«El otro aspecto de la acumulación de capital se realiza entre el capital y las formas de producción no capitalistas. Este proceso se desarrolla en la escena mundial. Aqui reinan, como métodos, la política colonial, el sistema de empréstitos internacionales, la política de intereses privados, la guerra. Aparecen aquí, sin disimulo, la violencia, el engaño, la opresión, la rapiña. Por eso cuesta trabajo descubrir las leyes severas del proceso económico en esta confusión de actos políticos de violencia, y en esta lucha de fuerzas.
La teoría burguesa liberal no abarca más que un aspecto: el dominio de la “competencia pacífica”, de las maravillas técnicas y del puro tráfico de mercancías. Aparte está el otro dominio económico del capital: el campo de las estrepitosas violencias consideradas como manifestaciones más o menos casuales de la “política exterior”»[29].
El BIPR denuncia con rigor la barbarie del capitalismo, las consecuencias catastróficas de sus políticas, de sus guerras. Sin embargo, no acaban de tener, como debe corresponder a una teoría consecuente de la decadencia, una visión unitaria y global de la guerra y de la evolución económica. La ceguera y la irresponsabilidad que implica esa debilidad se ponen de manifiesto en esta formulación: «Desde las primeras manifestaciones de la crisis económica mundial nuestro partido ha sostenido que la salida era obligatoria. La alternativa que se plantea es neta: o superación burguesa de la crisis a través de la guerra mundial hacia un capitalismo monopolista concentrado ulteriormente en las manos de un pequeño número de grupos de potencias, o revolución proletaria»[30].
El BIPR no es demasiado consciente de lo que significaría una tercera Guerra mundial: pura y simplemente la aniquilación completa del planeta. Incluso hoy, cuando el hundimiento de la URSS y la desaparición posterior del bloque occidental, hace difícil la reconstitución de nuevos bloques, los riesgos de destrucción de la humanidad bajo la forma de una sucesión caótica de guerras locales siguen siendo gravísimos.
El grado de putrefacción del capitalismo, la gravedad de sus contradicciones ha alcanzado tal nivel, que en esas condiciones una IIIª Guerra mundial conduciría a la destrucción de la humanidad.
Es una burda ensoñación, un juego ridículo con esquemas y «teorías» que no responden a la realidad histórica, suponer que tras una IIIª Guerra mundial aparecería «un capitalismo monopolista concentrado en un pequeño número de potencias». Eso es ciencia-ficción... pero anclada lamentablemente en fenómenos de finales del siglo pasado.
El debate entre los revolucionarios debe partir del nivel más elevado alcanzado por anterior partido, la Internacional comunista, la cual dijo muy claramente a la salida de la Primera Guerra mundial:
«Las contradicciones del régimen capitalista se revelaron a la humanidad una vez finalizada la guerra bajo la forma de sufrimientos físicos: el hambre, el frío, las enfermedades epidémicas y un recrudecimiento de la barbarie. Así es dirimida la vieja querella académica de los socialistas sobre la teoría de la pauperización y del paso progresivo del capitalismo al socialismo ... Ahora ya no se trata solamente de la pauperización social sino de un empobrecimiento fisiológico, biológico, que se presenta ante nosotros en toda su odiosa realidad»[31].
El final de la IIª Guerra mundial confirmó, llevándolo mucho más lejos, este análisis crucial de la IC; la vida capitalista desde entonces, en la «paz» como en la guerra, ha agravado a niveles que los revolucionarios de entonces no podían imaginar, las tendencias que predijeron. ¿A qué viene andar jugando con hipótesis ridículas sobre un «capitalismo monopolista» después de una IIIª Guerra mundial?. La alternativa no es «revolución proletaria o guerra para alumbrar un capitalismo monopolista» sino revolución proletaria o destrucción de la humanidad.
Adalen 1-9-1994
[1] Ver en Revista internacional nº 77 y 78 nuestra polémica con Programa comunista sobre su rechazo de la noción de decadencia.
[2] El Partito comunista internazionalista (PCInt) publica el periódico Battaglia Comunista (BC) y la revista teórica Prometeo. La Comunist workers organisation (CWO) publica el periódico Workers’ Voice. La Communist Review es publicada conjuntamente por ambas organizaciones, con artículos del BIPR como tal y traducciones de artículos de Prometeo.
[3]“Crisis del capitalismo y perspectivas del BIPR” en Comunist Review nº 4, otoño 1985.
[4]Communist Review nº 1, página 22, “Crisis e imperialismo”.
[5] Internationalisme nº 46, órgano de la Gauche communiste de France, verano 1952.
[6] De nuestro folleto La decadencia del capitalismo, página 28.
[7] Ver “La crisis económica en la RDA” en Revista Internacional nº 22, otoño 1980. Ver igualmente “La crisis en los países del Este” Revista Internacional nº 23.
[8] En 1988, cuando habían evidencias aplastantes del caos y el derrumbe de la economía soviética, nos decían que “en los años 70 las tasas de crecimiento de Rusia eran todavía el doble que las de occidente e iguales a las de Japón. Incluso en la crisis de principios de los 80 la tasa rusa de crecimiento era un 2-3% más grande que la de cualquier potencia occidental. En esos años Rusia ha alcanzado ampliamente la capacidad militar USA, ha sobrepasado su tecnología espacial y puede acometer los proyectos de construcción más grandes desde 1945” (Communist Review nº 6 p. 10).
[9] Revista Internacional nº 69, 3ª parte de nuestra serie “Balance de 70 años de liberación nacional”.
[10] Hay que subrayar la importancia que tiene en China el trabajo forzado prácticamente gratuito de los presos. Un estudio de Asian-Watch (organización americana de “defensa de los derechos humanos”) ha revelado la existencia de esos gulaguis chinos que emplean a 20 millones de trabajadores. En esos “campos de reeducación” se hacen trabajos subcontratados para empresas occidentales (francesas, americanas etc.). Los fallos de calidad que detectan los contratistas occidentales son inmediatamente repercutidos al preso causante del “error” mediante castigos brutales delante de todos sus compañeros.
[11] Revista Internacional nº 23, página 34, artículo “El proletariado en el capitalismo decadente”.
[12] La decadencia del capitalismo, p. 17.
[13] Ídem.
[14] Revista Internacional nº 59 “La situación internacional” p. 10.
[15] Prometeo nº 6 “Los Estados Unidos y el dominio del mundo”.
[16] BC, puesto a especular sobre su teoría de la “lucha por el reparto de la renta financiera”, se mete en terreno peligroso afirmando que aquella “siendo una forma de apropiación parásita, el control de la renta excluye la posibilidad de la redistribución de la riqueza entre las diferentes categorías y clases sociales por medio del crecimiento de la producción y la circulación de mercancías” (op. cit., nota 21). ¿Desde cuándo el incremento de la producción y la distribución de mercancías tiende a redistribuir la riqueza social?. Nosotros, como marxistas, teníamos entendido que el crecimiento de la producción capitalista tiende a “redistribuir” la riqueza en beneficio de los capitalistas y en perjuicio de los obreros, pero BC descubre lo contrario cayendo en el terreno de la izquierda del Capital y los sindicatos que piden inversiones “para que haya trabajo y bienestar”. Ante semejante “teoría” habría que recordar lo que le dijo Marx al ciudadano Weston en Salario, precio y ganancia: “El ciudadano Weston se olvida de que la sopera de la que comen los obreros contiene todo el producto del trabajo nacional y que lo que les impide sacar de ella una ración mayor no es la pequeñez de la sopera ni la escasez de su contenido sino sencillamente el reducido tamaño de sus cucharas”.
[17]Prometeo nº 6, diciembre 1993, p. 25, artículo “Los Estados Unidos y el dominio del mundo”.
[18] Del artículo “Crisis e imperialismo” publicado en la Communist Review nº 1.
[19] Ver Revista Internacional nº 36, artículo “La visión de BC del curso histórico”.
[20] Rosa Luxemburgo. La Acumulación de capital, p. 389.
[21] El mundo capitalista y la Internacional comunista, manifiesto del IIº Congreso.
[22] Prometeo nº 6, diciembre 1993, artículo “Los Estados Unidos y el dominio del mundo” p. 25.
[23] En Battaglia Communista nº 10 (octubre 1993).
[24] IIª Conferencia de los grupos de la Izquierda comunista, Textos Preparatorios, volumen Iº, “Sobre la teoría de las crisis en general”, contribución del PCInt-BC p. 9.
[25] De manera explicita, BC identifica capitalismo decadente con “capitalismo de los monopolios”: “Es precisamente en esta fase histórica cuando el capitalismo entra en su fase decadente. La libre concurrencia exasperada por la caída de la tasa de ganancias crea su contrario, el monopolio, que es la forma de organización que el capitalismo se da para contener la amenaza de una ulterior caída de la ganancia” (IIª Conferencia Internacional, texto citado página 9). Los monopolios sobreviven en la decadencia pero no constituyen ni de lejos lo esencial de la misma. Esta visión está muy ligada a la teoría del imperialismo y a la insistencia de BC sobre el “reparto de la renta financiera”. Debe quedar claro que esa teoría dificulta comprender a fondo la tendencia universal (no solo en los países estalinistas) al capitalismo de Estado.
[26] “La lucha del proletariado en el capitalismo decadente” Revista Internacional nº 23 p. 35.
[27] Rosa Luxemburgo. La acumulación de capital, p. 17.
[28] “Notre réponse [a Vercesi]” (Nuestra respuesta a Vercesi), texto de la Gauche communiste de France publicado en el Bulletin international de discussion de la Fracción italiana de Izquierda comunista, nº 5, mayo 1944.
[29] Rosa Luxemburgo, La acumulación de capital, p. 351
[30] Communist Review nº 1, artículo “Crisis e imperialismo” p. 24.
[31] “Manifiesto de la Internacional comunista a todos los proletarios del mundo”, Primer congreso de la IC, marzo 1919.