Crisis económica - Una «recuperación» sin empleos

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Crisis económica

Una «recuperación» sin empleos

Aparentemente casi todos los indicadores estadísticos de la economía son claros: la economía mundial está por fin saliendo de la peor recesión desde la IIª Guerra. La producción aumenta, vuelven las ganancias. El saneamiento parece haber dado resultados. Y sin embargo, ningún gobierno se atreve a cantar victoria, todos llaman a más sacrificios, todos se mantienen muy prudentes y, sobre todo, todos dicen que de cualquier modo, en lo que a desempleo se refiere, o sea lo esencial, no habrá nada verdaderamente bueno que esperar. [1]

¿Que podrá ser una «reactivación» que no crea empleos o que sólo crea empleos precarios? Durante los dos últimos años, en los países anglosajones, los que según se dice habrían salido primeros de la recesión abierta que empezó a finales de los 80, la «reactivación» se ha concretado sobre todo en una modernización extrema del aparato productivo en las empresas que sobrevivieron al desastre. Estas lo han hecho a costa de reestructuraciones violentas que han acarreado despidos masivos y enormes gastos para sustituir el trabajo vivo por trabajo muerto, el de las máquinas. El aumento de la producción que las estadísticas han registrado en los últimos meses, es, en lo esencial, no un aumento de la cantidad de trabajadores integrados, sino de una mayor productividad de los trabajadores con empleo. Este aumento de la productividad, que ya es del 80 % de la subida de producción en Canadá por ejemplo, uno de los países más avanzados en la «recuperación» se debe esencialmente a las elevadas inversiones para modernizar la maquinaria, las comunicaciones, desarrollar la automatización, y no la apertura de nuevas fábricas. En Estados Unidos son las inversiones en bienes de equipo, principalmente en informática, lo que explica lo esencial del crecimiento en los últimos años. La inversión en construcción no residencial ha quedado prácticamente estancada. Lo cual quiere decir que se modernizan las fábricas existentes pero que no se construyen nuevas.

Una recuperación «Mickey mouse»

Actualmente en Gran Bretaña, donde el gobierno no para de cacarear sus estadísticas que reseñan una baja constante del desempleo, unos 6 millones de personas trabajan una media de 14,8 horas por semana únicamente. Ese tipo de empleos tan precarios como mal pagados, es de los que desinflan las estadísticas del paro. Los trabajadores británicos los llaman los «Mickey mouse jobs».

Siguen, mientras tanto, los programas de reestructuración de las grandes empresas: 1000 empleos suprimidos en una de las mayores eléctricas de Gran Bretaña, 2500 en la segunda empresa de telecomunicaciones.

En Francia la SNCF (Compañía nacional de ferrocarriles) anuncia para 1995, 4800 su presiones de puestos de trabajo, Renault 1735, Citroen, 1180. En Alemania, el gigante Siemens anuncia que suprimirá, «cuando menos», 12000 empleos en 1994-95, tras los 21000 ya suprimidos en 1993.

La insuficiencia de mercados

Para cada empresa incrementar su producción es una condición de supervivencia. Globalmente, esta competencia despiadada se plasma en importantes aumentos de productividad. pero eso plantea el problema de los mercados suficientes para poder dar salida a una producción cada vez mayor que las empresas son capaces de crear con el mismo número de trabajadores. Si los mercados son insuficientes, la supresión de puestos de trabajo es inevitable.

«Hay que conseguir entre 5 y 6% de productividad por año, y mientras el mercado no progrese más deprisa, los puestos desaparecerán». Así resumían los industriales franceses del automóvil su situación a finales del año 1994[2].

La deuda pública ¿Cómo «hacer progresar el mercado»?

En el nº 78 de la Revista internacional, explicábamos cómo, frente a la crisis abierta de los años 1980, los gobiernos recurrieron de forma masiva a la deuda pública. Esto permite, en efecto, financiar gastos que ayudan a crear mercados «solventes» para una economía que carece cruelmente de ellos pues no puede crear salidas mercantiles espontáneamente. El salto que dio el incremento de ese endeudamiento en los principales países industriales [3] es en parte la base del restablecimiento de los beneficios.

La deuda pública permite a capitales «ociosos», que tienen cada vez mayores dificultades para rentabilizarse, que lo hagan en Bonos del Estado, asegurándose un rendimiento conveniente y seguro. El capitalista puede sacar su plusvalía no ya del resultado de su propio trabajo de gerente del capital, sino del trabajo del Estado como recaudador de impuestos[4].

El mecanismo de la deuda pública se traduce en una transferencia de valores de los bolsillos de una parte de capitalistas y de los trabajadores hacia los de los poseedores de Bonos de la deuda pública, transferencia que toma el camino de los impuestos y después el de los intereses pagados a cuenta de la deuda. Es lo que Marx llamaba «capital ficticio».

Los efectos estimulantes del endeudamiento público son aleatorios; lo que sí es seguro, en cambio, son los peligros que acumula para el futuro [5]. La «recuperación» actual costará muy cara mañana a nivel financiero.

Para los proletarios, eso quiere decir que el incremento de la explotación en los lugares de trabajo deberá añadirse al aumento del peso de la extorsión fiscal. El Estado está obligado a recaudar una masa cada vez mayor de impuestos para rembolsar el capital y los intereses de la deuda.

Destruir capital para mantener su rentabilidad

Cuando la economía capitalista funciona de manera sana, el aumento o el mantenimiento de las ganancias es el resultado del incremento de los trabajadores explotados, así como de la capacidad para extraer de ellos una mayor cantidad de plusvalía. Cuando la economía capitalista vive en una fase de enfermedad crónica, a pesar del reforzamiento de la explotación y de la productividad, la insuficiencia de los mercados le impide mantener sus ganancias, mantener su rentabilidad sin reducir el número de explotados, sin destruir capital.

Aún cuando el capitalismo saca sus beneficios de la explotación del trabajo, se encuentra en la situación «absurda» de pagar a desempleados, a obreros que no trabajan, así como a campesinos para que dejen de producir y dejen sus tierras en barbecho.

Los gastos sociales de «mantenimiento de los ingresos» alcanzan hasta el 10 % de la producción anual de los países industrializados. Desde el enfoque del capital es un «pecado mortal», una aberración, es despilfarrar, destruir capital. Con toda la sinceridad del capitalista convencido, el nuevo portavoz de los republicanos de la Cámara de representantes de Estados Unidos, Newt Gingrich, ha lanzado su campaña contra todas «las ayudas del gobierno a los pobres».

Pero el enfoque del capital es el de un sistema senil, que se está autodestruyendo en convulsiones que arrastran al mundo a la desesperanza y a una barbarie sin fin. Lo aberrante no es que el Estado burgués tire unas cuantas migajas a personas que no trabajan, sino que existan personas que no puedan participar en el proceso productivo ahora que la gangrena de la miseria material se está extendiendo cada día más por el planeta.

Es el capitalismo lo que se ha convertido en aberración histórica. La actual «recuperación» sin empleos es una confirmación más. El único «saneamiento» posible de la organización «económica» de la sociedad es la destrucción del capitalismo mismo, la instauración de una sociedad en la que el objetivo de la producción no sea la ganancia, la rentabilidad del capital, sino la satisfacción pura y simple de las necesidades humanas.

RV
27 de diciembre de 1994

 

«Es evidente que la economía política no considera al proletario más que como trabajador: éste es el que, no teniendo ni capital ni rentas, vive únicamente de su trabajo, de un trabajo abstracto y monótono. La economía política puede así afirmar que, al igual que una bestia de carga cualquiera, el proletario merece ganar lo suficiente para poder trabajar. Cuando no trabaja, no lo considera como un ser humano; esta consideración, se la deja a la justicia criminal, a los médicos, a la religión, a las estadísticas, a la política, a la caridad pública.»

Marx, Esbozo de una crítica de la economía política.

 

25 años de incremento del desempleo

Desde hace ya un cuarto de siglo, desde finales de los años 60, la plaga del paro no ha cesado de aumentar e intensificarse en el mundo entero. Ese aumento se ha hecho de manera más o menos regular, con bruscas aceleraciones y algún que otro retroceso, pero la tendencia general al alza se ha confirmado recesión tras recesión.

Los datos presentados en estos gráficos son las cifras oficiales del desempleo. Infravaloran ampliamente la realidad, puesto que no tienen en cuenta a los parados en «cursillos de formación», ni a los jóvenes que participan en programas de trabajo apenas remunerados, ni a los trabajadores en «prejubilación», ni a los trabajadores obligados a venderse «a tiempo parcial», cada vez más numerosos, ni a aquéllos que los expertos llaman «trabajadores desanimados», o sea los parados a quienes ya no le quedan energías para seguir buscando un empleo.

Esas curvas, además, no dan cuenta de los aspectos cualitativos del desempleo. No muestran que entre los desempleados, la proporción de los de «larga duración» aumenta siempre, o que los subsidios de desempleo son cada vez más bajos, de menor duración y más difíciles de obtener.

No sólo la cantidad de parados ha aumentado durante más de 25 años, sino que además la situación del desempleado se ha vuelto cada vez más insoportable.

El desempleo masivo y crónico se ha ido haciendo parte íntegra de la vida de los hombres de finales de este siglo XX. Y así, el paro lo que ha hecho es destruir el poco sentido que el capitalismo podía darle a la vida. Se prohíbe a los jóvenes entrar en el mundo de los adultos y uno se hace «viejo» más rápidamente. La falta de porvenir histórico del capitalismo toma la forma de la angustia sin esperanzas en los individuos.

El que el desempleo se haya vuelto crónico y masivo es la prueba más indiscutible de la quiebra histórica del capitalismo como modo de organización de la sociedad.

1. Las previsiones oficiales de la OCDE anuncian una disminución de la tasa de desempleo en 1995 y 1996. Pero el nivel de esos descensos es ridículo: 0,3 % en Italia (11,3 % de desempleo oficial en 1994, 11 % previsto en 1996); 0,5 % en Estados Unidos (6,1 a 5,6 %); 0,7 en Europa occidental (de 11,6 a 10,9 %); en Japón no se prevé ninguna disminución.

 

[1] Las previsiones oficiales de la OCDE anuncian una disminución de la tasa de desempleo en 1995 y 1996. Pero el nivel de esos descensos es ridículo: 0,3 % en Italia (11,3 % de desempleo oficial en 1994, 11 % previsto en 1996); 0,5 % en Estados Unidos (6,1 a 5,6 %); 0,7 en Europa occidental (de 11,6 a 10,9 %); en Japón no se prevé ninguna disminución.

[2] Diario francés Libération, 16/12/94.

[3] Entre 1989 y 1994, la deuda pública, medida en % del producto interior bruto anual, pasó del 53 al 65 % en Estados Unidos, del 57 al 73 % en Europa; ese porcentaje alcanzó en 1994 el 123% en un país como Italia, 142 % en Bélgica.

[4] Esta evolución de la clase dominante hacia un cuerpo parásito que vive a expensas de su Estado es típico de las sociedades decadentes. En el Bajo imperio romano, como en el feudalismo decadente, ese fenómeno fue uno de los principales factores del desarrollo masivo de la corrupción.

[5] Ver «Hacia una nueva tormenta financiera», Revista internacional nº 78.

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