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XIº congreso de la CCI
Resolución sobre la situación internacional
1. El reconocimiento de los comunistas del carácter históricamente limitado del modo de producción capitalista, de la crisis irreversible en la que está sumido hoy este sistema, constituye la base de granito sobre la que se funda la perspectiva revolucionaria del combate del proletariado. Por eso, todas las tentativas, como las que vemos actualmente, de la burguesía y sus agentes para acreditar que la economía mundial está «saliendo de la crisis» o que ciertas economías nacionales «emergentes» podrán tomar el relevo de los viejos sectores económicos extenuados, son un ataque en regla contra la conciencia proletaria.
2. Los discursos oficiales sobre la «recuperación» prestan mucha atención a la evolución de los índices de la producción industrial o al restablecimiento de los beneficios de las empresas. Si efectivamente, en particular en los países anglosajones, hemos asistido recientemente a tales fenómenos, importa poner en evidencia las bases sobre las que se fundan:
– la recuperación de las ganancias resulta a menudo, particularmente para muchas de las grandes empresas, de beneficios especulativos; y tiene como contrapartida una nueva alza súbita de los déficits públicos; en fin, es consecuencia de que las empresas eliminan las «ramas muertas», es decir, sus sectores menos productivos;
– el progreso de la producción industrial resulta en buena medida de un aumento muy importante de la productividad del trabajo basado en una utilización masiva de la automatización y de la informática.
Por estas razones, una de las características esenciales de la «recuperación» actual es que no ha sido capaz de crear empleos, de hacer retroceder el desempleo significativamente, ni el trabajo precario, que al contrario, se ha extendido más, puesto que el capital vela permanentemente por guardar las manos libres para poder tirar a la calle, en cualquier momento, la fuerza de trabajo excedentaria.
3. Si el desempleo constituye antes que nada un ataque contra la clase obrera, un factor brutal de desarrollo de la miseria y de la exclusión, también es un índice de primer plano de la quiebra del capitalismo. El capital vive de la explotación del trabajo vivo: que se deseche una proporción considerable de la fuerza de trabajo es, más aún que el entierro de partes enteras del aparato industrial, una verdadera automutilación del capital, que da cuenta de la quiebra definitiva del modo de producción capitalista, cuya función histórica era precisamente extender el trabajo asalariado a escala mundial. Esta quiebra definitiva del capitalismo se ve ilustrada igualmente en el endeudamiento dramático de los Estados, que en el curso de los últimos años se ha disparado: entre 1989 y 1994, la deuda pública ha pasado del 53 % al 65 % del producto interior bruto en Estados Unidos, del 57 al 73 % en Europa, hasta llegar al 142 % en el caso de Bélgica. De hecho, los Estados capitalistas están en suspensión de pagos. Si estuvieran sometidos a las mismas leyes que las empresas privadas, ya se habrían declarado oficialmente en quiebra. Esta situación no es, ni más ni menos, que la plasmación de que el capitalismo de Estado es la única respuesta que el sistema puede oponer a su propio callejón sin salida, pero se trata de una respuesta que de ninguna manera es una solución y que no puede servir eternamente.
4. las tasas de crecimiento, en algunos casos de dos cifras, de las famosas «economías emergentes» no contradicen la constatación de la quiebra general de la economía mundial. Resultan de un aflujo masivo de capitales atraídos por el coste increíblemente bajo de la fuerza de trabajo en esos países, de una explotación feroz de los proletarios, de lo que la burguesía púdicamente llama «deslocalizaciones». Esto significa que ese desarrollo económico tiene que acabar afectando la producción de los países más avanzados, cuyos Estados, cada vez más, se indignan contra las «prácticas comerciales desleales» de estos países «emergentes». Además, los rendimientos espectaculares que se regodean en presentar, recubren a menudo una ruina de sectores enteros de la economía de esos países: el «milagro económico» de China significa más de 250 millones de desempleados para el año 2000. En fin, el reciente hundimiento financiero de otro país «ejemplar», México, cuya moneda ha perdido la mitad de su valor de un día para otro, que ha necesitado la inyección urgente de casi 50mil millones de dólares de créditos (con mucho la mayor operación de «salvamento» de la historia del capitalismo) resume la realidad del espejismo que constituye la «emergencia» de ciertos países del tercer mundo. Las economías «emergentes» no son la nueva esperanza de la economía mundial. Sólo son manifestaciones, tan frágiles como aberrantes, de un sistema desquiciado. Y desde luego esta realidad no se pone en entredicho por la situación de los países de Europa del Este, cuya economía se pensaba, aún hasta hace poco, que iba a desarrollarse bajo el sol del liberalismo. Si algunos países (como Polonia) consiguen por el momento salir del paso, el caos que se despliega sobre la economía de Rusia (caída de casi 30 % de la producción en 2 años, más de 2000 % de aumento de los precios para este mismo período) viene a ilustrar de forma impresionante hasta qué punto mentían los discursos que habíamos escuchado en 1989. Hasta tal punto es catastrófico el estado de la economía rusa que la Mafia, que controla una buena parte de sus engranajes, no aparece como un parásito, como es el caso en ciertos países occidentales, sino como uno de los pilares que aseguran un mínimo de estabilidad.
5. En fin, el estado de quiebra potencial en el que se encuentra el capitalismo, el hecho de que no puede vivir eternamente de hipotecas sobre el porvenir, intentando sortear la saturación general y definitiva de los mercados huyendo hacia adelante con el endeudamiento, hace pender amenazas cada vez más fuertes sobre el conjunto del sistema financiero mundial. El sobresalto provocado por la quiebra del banco británico Barings, consecuencia de las acrobacias de un «golden boy», la perturbación que ha seguido al anuncio de la crisis del peso mexicano, sin parangón con el peso de la economía de México en la economía mundial, son índices indiscutibles de la verdadera angustia que atenaza a la clase dominante ante la perspectiva de una «auténtica catástrofe mundial» de sus finanzas, según las palabras del director del FMI. Pero esta catástrofe financiera en realidad revela la catástrofe en la que se hunde el propio modo de producción capitalista y que precipita al mundo entero en las convulsiones más considerables de su historia.
6. El terreno en el que se manifiestan más cruelmente estas convulsiones es el de los enfrentamientos imperialistas. Apenas han trascurrido cinco años desde el hundimiento del bloque del Este, desde las promesas de un «nuevo orden mundial» que hicieron los dirigentes de los principales países de Occidente, y nunca antes el desorden de las relaciones entre Estados ha sido tan flagrante. El «orden de Yalta», si bien se basaba en la amenaza de un enfrentamiento terrorífico entre superpotencias nucleares, y aunque esas dos superpotencias no habían parado de enfrentarse por medio de países interpuestos, contenía un cierto factor «de orden», precisamente. En ausencia de la posibilidad de una nueva guerra mundial, puesto que el proletariado de los países centrales no está alistado, los dos guardianes del mundo procuraban mantener en un marco «aceptable» los enfrentamientos imperialistas. Precisaban esencialmente evitar que sembraran el caos y las destrucciones en los países avanzados, y particularmente en el terreno principal de las dos guerras mundiales: Europa. Este edificio ha saltado en pedazos. Con los sangrientos enfrentamientos en ex-Yugoslavia, Europa ha dejado de ser un «santuario». Al mismo tiempo, esos enfrentamientos han puesto en evidencia lo difícil que es a partir de ahora que se establezca un nuevo «equilibrio», un nuevo «reparto del mundo» después del de Yalta.
7. Si el hundimiento del bloque del Este era en gran medida imprevisible, la desaparición de su rival del Oeste no lo era en absoluto. Había que tener la estupidez de la FECCI y no comprender nada del marxismo para pensar que podría mantenerse un solo bloque. Fundamentalmente todas las burguesías son rivales unas de otras. Esto se ve claramente en el terreno comercial, donde domina «la guerra de todos contra todos». Las alianzas diplomáticas y militares son la concreción del hecho de que ninguna burguesía puede hacer prevalecer sus intereses estratégicos sola en su rincón contra todas las demás. El adversario común es el único cemento de tales alianzas, y no una supuesta «amistad entre los pueblos», que hoy podemos ver hasta qué punto son elásticas y mentirosas, cuando los enemigos de ayer (como Rusia y Estados Unidos) descubren una repentina «amistad», y las amistades que duraban varias décadas (como la de Alemania y Estados Unidos) dan lugar a disputas. En este sentido, si los acontecimientos de 1989 significaron el fin del reparto del mundo surgido de la Segunda Guerra mundial, mostrando la incapacidad definitiva de Rusia para dirigir un bloque imperialista, suponían la tendencia a la reconstitución de nuevas constelaciones imperialistas. Sin embargo, si la potencia económica de Alemania y su localización geográfica la designaban como el único país que podía suceder a Rusia en el papel de líder de un eventual futuro bloque opuesto a Estados Unidos, su situación militar dista mucho de permitirle desde ahora realizar tal ambición. Y en ausencia de una fórmula de recambio de los alineamientos imperialistas que pueda suceder a los que han sido barridos por las sacudidas de 1989, el escenario mundial está sometido como nunca antes lo había estado, debido a la gravedad sin precedentes de la crisis económica que atiza las tensiones militares, al desencadenamiento del «cada uno a la suya», de un caos que agrava la descomposición general del modo de producción capitalista.
8. Así, la situación resultante del fin de los dos bloques de la «guerra fría» está dominada por dos tendencias contradictorias –de un lado, el desorden, la inestabilidad de las alianzas entre Estados y del otro el proceso de reconstitución de dos nuevos bloques– pero que sin embargo no son complementarias, puesto que la segunda agrava la primera. La historia de estos últimos años lo ilustra de manera clara:
– la crisis y la guerra del Golfo del 90-91, promovidas por Estados Unidos, son parte de la tentativa del gendarme americano de mantener su tutela sobre sus antiguos aliados de la guerra fría, tutela que éstos últimos están abocados a poner en cuestión con el fin de la amenaza soviética;
– la guerra en Yugoslavia es el resultado directo de la afirmación de las nuevas ambiciones de Alemania, principal instigadora de la secesión eslovena y croata, que atiza las brasas en la región;
– la continuación de esta guerra siembra la discordia tanto en la pareja franco-alemana, asociada en el liderazgo de la Unión europea (que constituye una primera piedra del edificio de un potencial nuevo bloque imperialista), como en la pareja anglo-americana, la más antigua y fiel que haya conocido el siglo XX.
9.Mas aún que los picotazos entre el gallo francés y el águila alemana, la amplitud de las infidelidades actuales en el matrimonio que ya dura desde hace 80 años entre la pérfida Albion y el tío Sam es un índice irrefutable del estado de caos en el que se encuentra hoy el sistema de las relaciones internacionales. Si, después de 1989, la burguesía británica se había mostrado en un primer momento como el aliado más fiel de su consorte americano, particularmente cuando la guerra del Golfo, las pocas ventajas que había sacado de esta fidelidad, así como la defensa de sus intereses específicos en el Mediterráneo y en los Balcanes, que le dictan una política proserbia, le han llevado a tomar distancias considerables con su aliado y a sabotear sistemáticamente la política americana de apoyo a Bosnia. La burguesía británica ha conseguido, con esta política, poner en marcha una sólida alianza táctica con la francesa, con vistas a acentuar la discordia entre Francia y Alemania, a lo que se presta gustoso el capital francés inquieto ante una Alemania «crecida». Esta nueva situación se ha plasmado, sobre todo, en una intensificación de la cooperación militar entre las burguesías británica y francesa, por ejemplo en el proyecto de constitución de una unidad aérea común y, especialmente, en el acuerdo de creación de una fuerza interafricana de «mantenimiento de la paz y prevención de crisis en Africa», lo que supone un cambio espectacular en la actitud británica que antes apoyó la política de USA en Ruanda, encaminada a acabar con la influencia francesa en este país.
10.Esta evolución de la actitud de Gran Bretaña hacia su gran aliado –cuyo disgusto pudo comprobarse por la acogida que Clinton dispensó el 17 de Marzo a Jerry Addams, líder del Sinn Fein irlandés– es uno de los acontecimientos más importantes de los últimos tiempos en la escena mundial. Revela el fracaso que representa para los Estados Unidos la evolución de la situación en la ex-Yugoslavia, donde la ocupación directa del terreno por tropas británicas y francesas bajo el uniforme de UNPROFOR, ha contribuido en gran medida a frustrar las tentativas norteamericanas de tomar posición firme en esta región, a través de su aliado bosnio. Muestra también que la primera potencia mundial, encuentra cada vez mayores dificultades para jugar su papel de gendarme mundial, papel éste que cada vez soportan menos las demás burguesías que tratan, por su parte, de exorcizar un pasado en el que la amenaza soviética les forzaba a someterse a los dictados de Washington.
Asistimos hoy a un importante debilitamiento, casi una crisis, del liderazgo de USA, que se va confirmando poco a poco en todas partes, y cuya imagen paradigmática sería la vergonzosa retirada de sus marines de Somalia, dos años después de su espectacular (y «retransmitido») desembarco. Este debilitamiento del liderazgo USA permite explicar también, por qué otras potencias osan incordiarle incluso en su «patio trasero» latinoamericano, como se ve en:
– las tentativas de las burguesías francesa y española de promover una «transición democrática» en Cuba CON Castro, y no SIN él como pretende el «tio Sam»;
– el acercamiento de la burguesía peruana al Japón, confirmado con la reciente reelección de Fujimori;
– el apoyo de la burguesía europea, especialmente a través de la Iglesia, a la guerrilla zapatista de Chiapas en México.
11. Este importante debilitamiento del liderazgo USA expresa en realidad que la tendencia dominante, hoy por hoy, no es tanto la constitución de un nuevo bloque sino más bien el «cada uno a la suya». A la primera potencia mundial, dotada de una aplastante superioridad militar, le resulta mucho más difícil dominar una situación marcada por una inestabilidad general, con precarias alianzas en todos los rincones del planeta, que la disciplina forzosa de los Estados impuesta por la amenaza de los mastodontes imperialistas y del Apocalipsis nuclear. En tal situación de inestabilidad, a cada potencia le es más fácil crearle problemas al adversario, saboteando alianzas que le eclipsarían, que desarrollar por su parte sólidas alianzas con que asegurar una estabilidad en sus dominios. Esta situación favorece, evidentemente, el juego de las potencias de 2º orden, por cuanto a éstas les resulta aún más fácil incordiar que mantener el orden. Tal realidad se ve además acentuada por el hundimiento de la sociedad capitalista en la descomposición generalizada. Por ello, hasta los mismos Estados Unidos recurren a menudo a este tipo de políticas. Sólo así puede explicarse, por ejemplo, el apoyo americano a la reciente ofensiva turca contra los nacionalistas kurdos en el norte de Irak, ofensiva que el aliado tradicional de Turquía –Alemania– ha considerado como una condenable provocación. No se trata tanto de una especie de cambio de alianzas entre Turquía y Alemania, sino de ir poniendo piedras (¡y de que tamaño!) en el camino de esa alianza, lo que revela además la importancia de un país como Turquía para ambos jerifaltes imperialistas. También resulta significativo de la actual situación mundial, que USA se vea obligado a emplear en Argelia armas que, como el terrorismo y el integrismo islámico, fueron antaño más propias de Ghaddafi o Jomeini.
Con todo, en estas prácticas desestabilizadoras recíprocas, los Estados Unidos y los demás países no parten de una «igualdad de oportunidades». Y así, mientras la diplomacia norteamericana puede permitirse intervenir en el juego político interno de países como Italia (en apoyo de Berlusconi), España (atizando escándalos como el de los GAL), Bélgica (caso Augusta) o Gran Bretaña (oposición de los «euroescépticos» a Major), sus rivales no pueden hacer lo mismo con USA. En ese sentido, los problemas que puedan surgir en el seno de la burguesía americana ante sus fracasos, o sus debates internos sobre opciones estratégicas delicadas (por ejemplo su alianza con Rusia), no tienen nada que ver con las convulsiones políticas que pueden afectar a otros países. Así por ejemplo, las «disensiones» aireadas con ocasión del envío de 30 mil marines a Haití, no significan divergencias reales sino fundamentalmente un reparto de tareas entre diferentes facciones de la burguesía, que acentúa las ilusiones democráticas y que han facilitado la consecución de una mayoría republicana en el Congreso, tal y como querían los sectores dominantes de la burguesía.
12. A pesar de su enorme superioridad militar y aunque no pueda utilizarla al mismo nivel que en el pasado, aún cuando se vean obligados a recortar algo sus gastos de defensa habida cuenta del déficit presupuestario, los Estados Unidos no renuncian en absoluto a continuar modernizando su arsenal en busca de armas cada vez más sofisticadas, prosiguiendo especialmente el proyecto de la «guerra de las galaxias». Emplear la fuerza bruta o amenazar con ello, constituye prácticamente el único medio de que dispone la potencia norteamericana para hacer respetar su autoridad. Que esta carta se demuestre impotente para frenar el caos, o que lo agrave aún más, como se vio tras la guerra del Golfo o más recientemente en Somalia, no hace más que confirmar el carácter insuperable de las contradicciones que asaltan al capitalismo mundial. Que potencias como China y Japón –rivales de USA en el sureste asiático y en el Pacífico– refuercen considerablemente su potencial militar, sólo puede empujar a Estados Unidos a desarrollar su armamento, y a emplearlo.
13. El caos sangriento en las relaciones imperialistas que hoy caracteriza la situación mundial, encuentra su máximo exponente en los países de la periferia; pero el ejemplo de la ex-Yugoslavia a sólo algunos centenares de kilómetros de las grandes concentraciones industriales de Europa, pone de manifiesto como ese caos se acerca a los países centrales. A las decenas de miles de muertos provocados por las matanzas en Argelia estos últimos años, al millón de cadáveres de las masacres de Ruanda, hay que sumar los cientos de miles de muertos en Croacia y Bosnia. De hecho hoy se cuentan por decenas las zonas de enfrentamientos sangrientos en África, Asia, América Latina, Europa, mostrando el indescriptible caos que el capitalismo en descomposición engendra en la sociedad. En ese sentido el hecho de que las masacres perpetradas por el Ejército ruso en Chechenia (para intentar frenar el estallido de Rusia consiguiente a la dislocación de la antigua URSS), hayan suscitado una complicidad prácticamente generalizada, revela la inquietud que asalta a la clase dominante ante la perspectiva de intensificación de ese caos.
Hay que afirmarlo claramente: sólo la destrucción del capitalismo por el proletariado, puede impedir que ese creciente caos aboque a la destrucción de la humanidad.
14. Hoy, más que nunca, la lucha del proletariado es la única esperanza de porvenir para la sociedad humana. Esta lucha que resurgió con fuerza a finales de los años 60 (poniendo fin a la más terrible contrarrevolución vivida por la clase obrera), ha sufrido un considerable retroceso con el hundimiento de los regímenes estalinistas y las campañas ideológicas que lo acompañaron, así como con acontecimientos (guerra del Golfo, conflicto en Yugoslavia...) que le sucedieron. Este retroceso que afectó de forma masiva al proletariado, tanto en el plano de la combatividad como en el de la conciencia, no desmintió sin embargo, tal y como explicó la CCI en aquellos mismos momentos, el curso histórico hacia los enfrentamientos de clase. Las luchas que el proletariado ha desarrollado en los últimos años han venido a confirmar lo anterior: la capacidad del proletariado para retomar, sobre todo después de 1992, el camino de la lucha de clases, confirmando así que no se ha invertido el curso histórico; y también las enormes dificultades que ha encontrado en ese camino, dada la extensión y la profundidad de ese retroceso. Estas luchas obreras se desarrollan de forma sinuosa, con avances y retrocesos, en un movimiento con altibajos.
15. Los movimientos masivos del otoño de 1992 en Italia, los de Alemania en 1993 y tantos otros ejemplos, mostraron como crecía el potencial de combatividad en las filas obreras. Después, esta combatividad se ha expresado más lentamente, con largos momentos de adormecimiento, pero no se ha visto desmentida. Las masivas movilizaciones del otoño de 1994 en Italia, la serie de huelgas en el sector público en Francia en la primavera de 1995 son, entre otras, manifestaciones de esa combatividad. Sin embargo es necesario reseñar, que la tendencia al desbordamiento de los sindicatos que se vio en Italia en 1992 no se ha visto confirmada en 1994, cuando la manifestación «monstruo» de Roma ha sido por el contrario, una obra maestra de control sindical. De igual manera, la tendencia a la unificación espontánea de los obreros en la calle que apareció en otoño de 1993 en el Ruhr (Alemania), ha dejado paso a maniobras sindicales de gran envergadura, como la «huelga» de la metalurgia de principios de 1995, perfectamente dominada por la burguesía. También las recientes huelgas en Francia, más bien «jornadas de movilización» sindicales, han constituido un éxito para éstos.
16. Las dificultades que hoy experimenta la clase obrera para avanzar en su terreno son resultado, además de la profundidad del retroceso sufrido en 1989, de toda una serie de obstáculos suplementarios promovidos o aprovechados por la clase enemiga. Debemos enmarcar estas dificultades en el peso negativo que ejerce la descomposición general del capitalismo sobre las conciencias obreras, socavando la con fianza del proletariado en sí mismo y en la perspectiva de su lucha.
Más concretamente el paro masivo y permanente que hoy se desarrolla, si bien es un signo indiscutible de la quiebra del capitalismo, tiene como principal efecto provocar un fuerte desánimo y desesperación en sectores importantes de la clase obrera, algunos de los cuáles se ven condenados a la exclusión social y casi a la lumpenización. Este desempleo sirve, también, como instrumento de chantaje y represión de la burguesía contra aquellos sectores que todavía conservan un trabajo. De igual modo, los discursos sobre la «recuperación» y algunas estadísticas positivas (beneficios, tasas de crecimiento...) de las economías de los países más importantes, son ampliamente aprovechados por los sindicatos para desarrollar sus discursos sindicales de que «los patronos pueden pagar». Estos discursos son especialmente peligrosos, por cuanto amplifican las ilusiones reformistas de los trabajadores, haciéndolos con ello más vulnerables al encuadramiento sindical, y además porque encierran la idea de que si los patronos «no pudieran pagar», luchar no serviría para nada, con lo que se desarrolla un factor suplementario de división (amén de entre empleados y parados), entre diferentes sectores obreros que trabajan en ramos afectados de manera desigual por los efectos de la crisis.
17. Estos obstáculos han permitido a los sindicatos hacerse con el dominio de la combatividad obrera, canalizándola hacia «acciones» enteramente controladas por ellos. Sin embargo las actuales maniobras de los sindicatos tienen además, y por encima de otros, un sentido preventivo tratando de reforzar su control sobre los trabajadores antes de que la combatividad de estos vaya más lejos, como resultado, lógicamente, de su creciente cólera ante los ataques cada vez más brutales de la crisis.
También es necesario destacar el cambio recientemente operado en ciertos discursos de la burguesía. Mientras en los primeros años tras el hundimiento del bloque del Este, lo dominante eran las campañas sobre «la muerte del comunismo», «la imposibilidad de la revolución»..., hoy se vuelven a poner de moda discursos favorables al «marxismo», a la «revolución» al «comunismo», y no sólo por parte de los izquierdistas. Se trata también de una medida preventiva de la burguesía, destinada a desviar la reflexión de la clase obrera, que tenderá a desarrollarse ante la quiebra cada vez más evidente del modo de producción capitalista. Incumbe a los revolucionarios en su intervención, denunciar con el mayor vigor tanto las maniobras canallescas de los sindicatos, como esos discursos aparentemente «revolucionarios». Les incumbe propugnar la verdadera perspectiva de la revolución proletaria y del comunismo, como única salida capaz de salvar a la humanidad y como resultado último de los combates obreros.