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Durante el mes de abril, la CCI ha celebrado su 11º Congreso Internacional. Dado que las organizaciones comunistas son una parte del proletariado, un producto histórico del mismo a la vez que parte integrante y factor activo del combate por su emancipación, el Congreso, que es la instancia suprema de la organización, es un hecho de primera importancia para la clase obrera. Por ello, los comunistas deben rendir cuentas de este momento esencial de la vida de la organización. Durante varios días, delegaciones de 12 países ([1]) representando a más de 1500 millones de habitantes, a las mayores concentraciones proletarias del mundo (Europa Occidental y América del Norte) han debatido, sacado enseñanzas, trazado orientaciones sobre las cuestiones esenciales que confrontaba nuestra organización.
El orden del día del Congreso comprendía esencialmente dos puntos: las actividades y el funcionamiento de nuestra organización y la situación internacional ([2]). Sin embargo, ha sido el primer punto el que ha ocupado la mayor parte de las sesiones y suscitado los debates más apasionados. Esto es debido a que la CCI debía enfrentar dificultades organizativas muy importantes que necesitaban una movilización especial de todas las secciones y de todos los militantes.
Los problemas de organización
en la historia del movimiento obrero...
La experiencia histórica de las organizaciones revolucionarias del proletariado demuestra que las cuestiones que afectan a su funcionamiento son cuestiones políticas en su totalidad y merecen la máxima atención y la mayor profundidad.
Los ejemplos de esta importancia de la cuestión organizativa son numerosos en el movimiento obrero pero podemos evocar de manera especial los de la AIT (Asociación internacional de los trabajadores, llamada igualmente Primera internacional) y el del IIºCongreso del Partido obrero socialdemócrata de Rusia (POSDR) celebrado en 1903.
La AIT había sido fundada en septiembre de 1864 en Londres por iniciativa de cierto número de obreros franceses e ingleses. La AIT dio desde el principio una estructura de centralización, el Consejo central, el cual, tras el Congreso de Ginebra de 1866, pasó a llamarse Consejo general. En el seno de este órgano Marx desempeñará un papel principal puesto que será encargado de redactar un gran número de sus textos fundamentales, tales como el Llamamiento inaugural, sus Estatutos así como los dos Llamamientos sobre la Comuna de París (La Guerra civil en Francia) de mayo 1871. Rápidamente, la AIT (la Internacional, como le llamaban los obreros) se convirtió en una “potencia” en los países avanzados (en primer lugar, en los de Europa occidental). Hasta la Comuna de Paris fue capaz de agrupar a un número creciente de obreros y fue un factor primordial en el desarrollo de dos armas esenciales del proletariado: su organización y su conciencia. Por esto, será atacada de forma cada vez más encarnizada por la burguesía: calumnias en la prensa, infiltración de soplones, persecución contra sus miembros etc. Sin embargo, lo que le hará correr el mayor peligro son los ataques procedentes de sus propios miembros y los que se dirigieron contra el modo de organización de la Internacional.
En el momento mismo de la fundación de la AIT, los estatutos provisionales que se dio, fueron traducidos por sus secciones parisinas, fuertemente influenciadas por las concepciones federalistas de Prudhon, en un sentido que atenuaba considerablemente el carácter centralizado de la Internacional. Sin embargo, los ataques más peligrosos vendrán más tarde cuando entrará en sus filas la «Alianza de la Democracia socialista», fundada por Bakunin y que iba a encontrar un terreno fértil en sectores importantes de la Internacional dadas las debilidades importantes que pesaban todavía sobre ella, resultado de la inmadurez del proletariado en esa época, el cual no había podido desgajarse de los vestigios de la etapa precedente de su desarrollo.
«La primera fase de la lucha del proletariado contra la burguesía está marcada por el movimiento sectario. Este tiene su razón de ser en una época en la que el proletariado no está bastante desarrollado para actuar como clase. Pensadores individuales hacen la crítica de los antagonismos sociales y dan soluciones fantásticas que la masa de obreros no tiene otra cosa que hacer sino aceptarlas, propagarlas y ponerlas en práctica. Por su misma naturaleza, las sectas formadas por estos iniciadores son abstencionistas, extrañas a toda acción real, a la política, a las huelgas, a las coaliciones, en una palabra, a todo movimiento de conjunto. La masa del proletariado es indiferente o incluso hostil a su propaganda... Estas sectas, palancas del movimiento en sus orígenes, lo obstaculizan desde el momento en que las supera, con ello se convierten en reaccionarias... En fin, estamos ante la infancia del movimiento obrero, de la misma forma que la astrología o la alquimía son la infancia de la ciencia. Para que fuera posible la fundación de la Internacional era necesario que el proletariado hubiera superado esta fase.
Frente a las organizaciones fantasiosas y antagonistas de las sectas, la Internacional es la organización real y militante de los proletarios en todos los países, vinculados entre sí por la lucha común contra los capitalistas, los terratenientes y su poder de clase organizado en el Estado. Así, los Estatutos de la Internacional no reconocen sino a las simples sociedades obreras, que persiguen todas el mismo objetivo y que aceptan todas el mismo programa, el cual se limita a trazar los grandes rasgos del movimiento proletario y encomienda la elaboración teórica al impulso dado por las necesidades de la lucha práctica y el intercambio de ideas que se hace en sus secciones, admitiendo indistintamente todas las convicciones socialistas en sus órganos y sus congresos.
De la misma forma que, en toda nueva fase histórica, los viejos errores reaparecen un instante para desaparecer a continuación, la Internacional ha visto renacer en su seno secciones sectarias» (Las pretendidas escisiones en la Internacional, capítulo IV, circular del Consejo general del 5 de marzo de 1872).
Esta debilidad estaba mucho más acentuada en los sectores más atrasados del proletariado europeo, allí donde apenas estaba saliendo del artesanado y el campesinado, particularmente en los países latinos. Estas debilidades fueron aprovechadas por Bakunin, el cual había entrado en la Internacional en 1868 después del fracaso de la Liga por la paz y la libertad (de la cual era uno de los principales animadores y que agrupaba a republicanos burgueses). El instrumento de las operaciones de Bakunin fue la Alianza de la democracia socialista la cual había sido fundada dentro de la Liga por la paz y la libertad. La Alianza era a la vez una sociedad pública y secreta que se proponía en realidad formar una internacional dentro de la Internacional. Su estructura secreta y la concertación que permitía entre sus miembros deberían asegurarle el «copo» de un máximo de secciones de la AIT, aquellas donde las concepciones anarquistas tenían más eco. En sí, la existencia en la AIT de varias corrientes de pensamiento no era un problema ([3]). En cambio, las acciones de la Alianza, que pretendía sustituir la organización oficial de la Internacional, fueron un grave factor de desorganización de la misma y le hicieron correr un peligro mortal. La Alianza intentó tomar el control de la Internacional con ocasión del Congreso de Basilea en septiembre de 1869. Con este objetivo, sus miembros, y muy especialmente Bakunin y Guillaume, apoyaron con fervor una resolución administrativa que reforzaba los poderes del Consejo general. Sin embargo, al fracasar en este empeño, la Alianza, que se había dado estatutos secretos basados en una centralización extrema ([4]), comenzó a hacer campaña contra la «dictadura» del Consejo general, pretendiendo reducirlo al papel de un«Buró de correspondencia y estadísticas» (según los propios términos de los aliancistas) o un buzón de correos (según la respuesta de Marx). Contra el principio de centralización, que expresa la unidad del proletariado, la Alianza preconizaba el «federalismo», la «completa autonomía de las secciones» y el carácter no obligatorio de las decisiones de los Congresos. Lo que pretendía con esto era hacer lo que le diera la gana en aquellas secciones que controlaba. Era la puerta abierta a la desorganización de la AIT.
Frente a este peligro se enfrentó el Congreso de La Haya de 1872, el cual debatió la cuestión de la Alianza sobre la base de un informe de una Comisión de encuesta y finalmente decidió la expulsión de Bakunin y Guillaume, principal responsable de la federación jurasiana de la AIT, que estaba bajo el control completo de la Alianza. El Congreso fue a la vez el punto culminante de la AIT (fue el único Congreso al que Marx asistió, lo que da idea de la importancia que le atribuía) y su canto de cisne, dado el aplastamiento de la Comuna de París y la desmoralización que había provocado en el proletariado. Marx y Engels eran conscientes de esta realidad. Por ello, además de medidas que tenían por objetivo sustraer a la AIT del control de la Alianza, propusieron que el Consejo general se instalara en Nueva York, alejado de los conflictos que dividían cada vez más la AIT. Esto fue un medio para permitirle una «muerte suave» (sancionada por la Conferencia de Filadelfia de julio 1876) sin que su prestigio fuera recuperado por los intrigantes bakuninistas.
Estos últimos, y tras ellos los anarquistas que han perpetuado esta leyenda, pretendían que el Consejo general habría obtenido la exclusión de Bakunin y Guillaume a causa de diferencias en la manera de plantear la cuestión del Estado ([5]). También han explicado el conflicto entre Marx y Bakunin por razones de personalidad. En suma, Marx habría querido resolver mediante medidas administrativas un desacuerdo que comportaba cuestiones teóricas generales. Nada más falso.
En el Congreso de La Haya no se tomó ninguna medida contra los miembros de la delegación española que compartían la visión de Bakunin, que habían pertenecido a la Alianza, pero que aseguraron haber dejado de formar parte de ella. Igualmente, la AIT «anti-autoritaria» que se formó después del Congreso de La Haya con las secciones que rechazaron sus decisiones, no estaba formada únicamente por anarquistas sino que junto a ellos, estaban los lasallianos alemanes, grandes defensores del «socialismo de Estado», según los propios términos de Marx. En realidad, la verdadera lucha dentro de la AIT era entre los que preconizaban la unidad del movimiento obrero (y en consecuencia el carácter obligatorio de las decisiones de los Congresos) y los que reivindicaban el derecho a hacer cada cual lo que le diera la gana, cada cual en su rincón, considerando los Congresos como simples asambleas donde «se podían intercambiar puntos de vista» pero sin tomar decisiones. Con este modo de organización informal, la Alianza podía asegurar de manera secreta la verdadera centralización de todas las federaciones, como lo había reconocido explícitamente Bakunin en numerosas correspondencias. La puesta en práctica de las concepciones «anti-autoritarias» de la Alianza era la mejor forma de entregar la AIT a las intrigas y el poder oculto e incontrolado de la Alianza y de los aventureros que la dirigían.
El IIº Congreso del POSDR fue la ocasión de un enfrentamiento similar entre los defensores de una concepción proletaria de la organización revolucionaria y los partidarios de una concepción pequeño burguesa.
Existen semejanzas entre la situación del movimiento obrero de Europa occidental en tiempos de la AIT y la del movimiento en Rusia a principios de siglo. En ambos casos estamos ante una etapa de infancia de aquél, explicándose el desfase temporal por el retraso del desarrollo industrial de Rusia. La AIT tuvo como vocación reunir en una organización única las diferentes sociedades obreras que hacía surgir el desarrollo del proletariado. Igualmente, el IIº Congreso del POSDR tenía como objetivo realizar una unificación de los diferentes comités, grupos y círculos que, reclamándose de la socialdemocracia, se habían desarrollado en Rusia y en el exilio. Entre estas organizaciones no existía prácticamente ningún lazo formal tras la desaparición del Comité central que había salido del primer Congreso de 1897. En el IIº Congreso asistimos a una confrontación entre una concepción de la organización representante del pasado del movimiento, la de los mencheviques, y una concepción que expresa las nuevas exigencias, la de los bolcheviques:
«Bajo el nombre de “minoría” se han agrupado en el partido, elementos heterogéneos unidos por el deseo, consciente o no, de mantener las relaciones de círculo, las formas de organización anteriores del Partido. Algunos militantes eminentes de los antiguos círculos más influyentes, al carecer del hábito de las restricciones en materia de organización que deben autoimponerse en razón de la disciplina de partido, se inclinan a confundir mecánicamente los intereses generales del partido con sus intereses de círculo, que, efectivamente, en el período de los círculos podían coincidir» (Lenin, Un paso adelante, dos atrás).
De una manera que se confirmó posteriormente (cuando se produce la revolución de 1905 pero más acentuadamente en 1917 durante la cual los mencheviques se ponen de parte de la burguesía), la postura de los mencheviques estaba determinada por la penetración, en la socialdemocracia rusa, de la influencia de ideologías burguesas y pequeño burguesas. En particular, como anota Lenin: “El grueso de la oposición ha sido formado por los elementos intelectuales de nuestro partido”, los cuales han sido uno de los vectores de las concepciones pequeño burguesas en materia de organización. Por ello, estos elementos «izan de la forma más natural el estandarte de la revuelta contra las restricciones indispensables que exige la organización y ellos erigen su anarquismo espontáneo en principio de lucha, calificando erróneamente este anarquismo como reivindicación en favor de la tolerancia” (Lenin, Un paso adelante, dos atrás). Y de hecho, existen muchas semejanzas entre el comportamiento de los mencheviques y el de los anarquistas en la AIT (en varias ocasiones, Lenin habla del «anarquismo de gran señor» de los mencheviques).
De esta forma, como los anarquistas cuando el Congreso de La Haya, los mencheviques se niegan a reconocer las decisiones del IIº Congreso afirmando que el Congreso «no es una divinidad» y que sus decisiones «no son sacrosantas». En particular, de la misma forma que los bakuninistas entran en guerra contra el principio de centralización y la «dictadura del Consejo general» una vez que han fracasado en su tentativa de hacerse con él, una de las razones por las que los mencheviques, después del Congreso, comienzan a rechazar la centralización reside en que algunos de ellos fueron separados de los órganos centrales que fueron nombrados por aquél. Encontramos igualmente semejanzas en la forma en que los mencheviques hacen campaña contra la «dictadura personal» de Lenin, contra su «puño de hierro», que sigue los pasos de las acusaciones de Bakunin contra la «dictadura» de Marx y el Consejo general.
«Cuando se considera la conducta de los amigos de Martov tras el Congreso solo puedo decirse que es una tentativa insensata, indigna de un miembro del partido, de romper el Partido... ¿Por qué? Porque únicamente está descontento de la composición de los órganos centrales, pues objetivamente es únicamente esta cuestión la que nos separa. Las apreciaciones subjetivas tales como ofensa, insulto, expulsión, separación, mancha en la reputación etc. no son más que el fruto de una imaginación enferma y de un orgullo herido. Esta imaginación enferma y este amor propio herido llevan derechos a los cotilleos más vergonzosos: sin haber conocido la actividad de los nuevos centros, ni haberlos visto en acción, se van extendiendo por ahí rumores sobre “carencias”, sobre el “guante de hierro” de Ivan Ivanovitch, sobre la “violencia” de Ivan Ivanovitch... A la socialdemocracia rusa le queda una última y difícil etapa que franquear, del espíritu de círculo al espíritu de partido; de la mentalidad pequeño burguesa a la conciencia de su deber revolucionario; de los cotilleos y la presión de los círculos considerados como medios de acción, a la disciplina» («Relación del IIº Congreso del POSDR», Obras completas, tomo 7).
Con el ejemplo de la AIT y del IIº Congreso del POSDR podemos ver toda la importancia de las cuestiones ligadas al modo de organización de las formaciones revolucionarias. En efecto, en torno a estas cuestiones se produjo una decantación decisiva, antes que sobre otras materias, entre la corriente proletaria y las corrientes pequeño burguesas y burguesas. Esto se deriva del hecho que uno de los canales privilegiados a través de los cuales se infiltra en el seno de estas formaciones las ideologías de clases extrañas al proletariado, burguesía y pequeña burguesía, es precisamente el del modo de funcionamiento.
La historia del movimiento obrero está llena de otros ejemplos de este tipo. Si hemos evocado únicamente los dos anteriores es evidentemente por una cuestión de espacio, pero también porque existen similitudes importantes, como veremos más lejos, entre las circunstancias históricas de la constitución de la AIT y el POSDR y las de la CCI.
... y de la CCI
La CCI se ha visto obligada, varias veces, a centrar su atención en este tipo de cuestión. Fue el caso, por ejemplo, en su Conferencia de fundación, en enero 1975, donde examinó la cuestión de la centralización internacional (ver el «Informe sobre las cuestiones de organización de nuestra corriente», publicado en nuestra Revista internacional, nº 1). Un año después, en el momento de su Primer congreso, nuestra organización retomaba el problema con la adopción de los Estatutos (ver el artículo «Los Estatutos de las organizaciones revolucionarias del proletariado», Revista internacional, nº 5). En fin, la CCI, en enero 1982, dedicó una Conferencia internacional extraordinaria a esta cuestión en respuesta a la crisis sufrida en 1981 ([6]). Frente a la clase obrera y su medio revolucionario, la CCI no ocultó las dificultades padecidas a principios de los 80. Así, la resolución de actividades del Vº Congreso, citada en la Revista internacional nº 34-35, decía: «Desde su IV° Congreso (1981), la CCI ha conocido la crisis más grave de su existencia. Una crisis que, mucho más allá de las peripecias particulares del “asunto Chenier”([7]), ha sacudido a la organización en profundidad, la ha hecho casi estallar, ha provocado directa o indirectamente, la salida de cuarenta militantes, ha reducido a la mitad de sus efectivos su segunda sección territorial. Una crisis que se ha traducido por una ceguera, una desorientación, que la CCI no había conocido desde su fundación. Una crisis que ha necesitado, para ser superada, la movilización de medios excepcionales: la celebración de una Conferencia internacional extraordinaria, la discusión y la adopción de textos de orientación de base sobre la función y el funcionamiento de la organización revolucionaria, así como la adopción de nuevos Estatutos».
Esta actitud de transparencia respecto a las dificultades encontradas por nuestra organización no correspondía, en manera alguna, a un «exhibicionismo» por nuestra parte. La experiencia de las organizaciones comunistas es parte integrante de la experiencia de la clase obrera. Por ello, un gran revolucionario como Lenin dedicó un libro entero, Un paso adelante, dos atrás, a sacar las lecciones políticas del IIº Congreso del POSDR. Dando cuenta de su vida organizativa, la CCI no hace otra cosa que asumir su responsabilidad frente a la clase obrera.
Evidentemente la puesta en evidencia por parte de las organizaciones revolucionarias de sus problemas y discusiones internas es un plato favorito para todas las tentativas de denigración que buscan sus adversarios. Es el caso, también y muy particularmente, de la CCI. Desde luego, no va a ser en la prensa burguesa donde encontremos manifestaciones de alegría cuando exponemos nuestras dificultades, dado que nuestra organización es demasiado modesta en tamaño e influencia en las masas obrera para que los centros de propaganda burguesa tengan interés en hablar de ella para intentar desacreditarla. Para la burguesía es preferible construir un muro de silencio alrededor de las posiciones y la existencia de las organizaciones revolucionarias. Por esto el trabajo de denigrarlas y de sabotaje de su intervención, es tomado a cargo por toda una serie de grupos y de elementos parásitos cuya función es alejar de las posiciones de clase a los elementos que se aproximan a ellas, asquearlos frente a toda participación en el trabajo difícil de desarrollo de un medio político proletario.
El conjunto de grupos comunistas ha tenido que encarar los estragos provocados por los parásitos; le incumbe, sin embargo, a la CCI, al ser la organización más importante del medio político proletario, prestar una particular atención al mundillo parásito. En este se encuentran grupos constituidos tales como el Grupo comunista internacionalista (GCI) y sus escisiones (tales como Contre le courant), el difunto Grupo Boletín comunista (CBG) o la ex-Fracción externa de la CCI, que se han constituido todos ellos a partir de escisiones de la CCI. Sin embargo, el parasitismo no se limita a estos grupos. Es acarreado por elementos desorganizados o que se agrupan de vez en cuando en círculos efímeros cuya preocupación principal consiste en hacer circular toda clase de cotilleos a propósito de nuestra organización. Estos elementos son, a menudo, antiguos militantes que cediendo a la presión de la ideología pequeño burguesa, no han tenido la fuerza de mantener su compromiso con la organización, se han sentido frustrados de que ella no haya «reconocido sus méritos» a la altura de la imagen que se hacen de sí mismos o que no han podido soportar las críticas de las que han sido objeto. También se trata de antiguos simpatizantes que la organización no ha querido integrar porque juzgaba que no tenían la claridad suficiente o porque han renunciado a integrarse por miedo a perder su «individualidad» dentro de un marco colectivo (son los casos del Colectivo comunista Alptraum de México o de Komunist Kranti en India). En todos esos casos se trata de elementos cuya frustración resultante de su cobardía, de su flojera y de su impotencia, se transforma en hostilidad sistemática hacia la organización. Estos elementos son absolutamente incapaces de construir algo. En cambio, son muy eficaces con su pequeña agitación y sus charlatanerías porteriles para desacreditar y destruir lo que la organización intenta construir.
Sin embargo, no son los chanchullos del parasitismo lo que va a impedir a la CCI hacer conocer al conjunto del medio político proletario las enseñanzas de su propia experiencia. En 1904, Lenin escribía en el Prefacio de su libro Un paso adelante dos pasos atrás:
«Ellos (nuestros adversarios) exultan y gesticulan a la vista de nuestras discusiones: evidentemente, se esforzarán, para aprovecharlas para sus fines, por agitar tales o cuales pasajes de mi folleto dedicados a los fallos y lagunas de nuestro Partido. Los socialdemócratas rusos están suficientemente curtidos en la batalla como para dejarse molestar por esos alfilerazos, para continuar, pese a todo, su trabajo de autocrítica y continuar desvelando sin cortapisas sus propias lagunas que serán rellenadas necesariamente y sin falta por el crecimiento del movimiento obrero. ¡Que nuestros señores adversarios intenten al menos ofrecernos la verdadera situación de sus “partidos”! Si así fuera, la imagen no se asemejaría ni de lejos a la que presentan las Actas de nuestro IIº Congreso!» (Lenin, Obras completas, tomo 7).
Exactamente con el mismo estado de ánimo damos conocimiento a nuestros lectores de amplios extractos de la Resolución adoptada por nuestro XIº Congreso. Esto no es una manifestación de debilidad de la CCI sino todo lo contrario: es un testimonio de su fuerza.
Los problemas afrontados por la CCI en el último período
« El XI° Congreso de la CCI lo afirma claramente: la CCI estaba en una situación de crisis latente, mucho más profunda que la que había sacudido a la organización a principios de los años 80, una crisis que, de no identificar sus raíces, podía haberse llevado por medio la organización» («Resolución de actividades», punto 1).
«- la Conferencia extraordinaria de enero del 1982, destinada a remontar la pendiente después de la crisis de 1981, no fue capaz de ir hasta el final en el análisis de las debilidades que afectaban a la CCI;
- más aún: la CCI no integró plenamente las adquisiciones de esta conferencia...;
- el reforzamiento de la presión destructiva de la descomposición del capitalismo que pesa sobre la clase y sobre sus organizaciones comunistas.
En este sentido, la única manera para la CCI de poder enfrentar eficazmente el peligro mortal que la amenazaba consistía:
- en la identificación de la importancia de este peligro...;
- en una movilización del conjunto de la CCI, de sus militantes, de las secciones y de los órganos centrales, en torno a la prioridad de la defensa de la organización;
- en la reapropiación de las adquisiciones de la Conferencia de 1982;
- en una profundización de estas adquisiciones» (ídem, punto 2).
El combate por el enderezamiento de la CCI comenzó en otoño de 1993 mediante la discusión en toda la organización de un Texto de orientación que recordaba y actualizaba las enseñanzas de 1982, a la vez que profundizaba sobre el origen histórico de nuestras debilidades. En el centro de nuestra posición habían las preocupaciones siguientes: la reapropiación de nuestras adquisiciones y las del conjunto del movimiento obrero, la continuidad con sus combates y particularmente con su lucha contra la penetración en su seno de las ideologías extrañas, burguesa y pequeño burguesa.
«El marco de comprensión que se ha dado la CCI para sacar a luz el origen de sus debilidades se inscribe en el combate histórico del marxismo en contra de la influencia de las ideologías pequeño burguesas que lastran al proletariado. De forma más precisa, se refería al combate del Consejo general de la AIT contra la acción de Bakunin y su fieles, así como el de Lenin y los bolcheviques contra las concepciones oportunistas y anarquizantes de los mencheviques aparecidas en el IIº Congreso del POSDR y después del mismo. Notablemente, importaba que la organización inscribiera en el centro de sus preocupaciones, como lo hacen los bolcheviques a partir de 1903, la lucha contra el espíritu de círculo por el espíritu de partido. Esta prioridad en el combate venía dada por la naturaleza de las debilidades que pesaban sobre la organización, debido a su origen en los círculos aparecidos tras el ímpetu dado por la reanudación histórica del proletariado a finales de los años 60; círculos fundamentalmente marcados por el peso de las afinidades, de las concepciones contestatarias, individualistas, en una palabra, concepciones anarquizantes, particularmente influenciadas por las revueltas estudiantiles que acompañaron, contaminándola, la recuperación proletaria. En este sentido, la constatación del peso especialmente fuerte del espíritu de círculo en nuestros orígenes formaba parte integrante del análisis general elaborado desde hace mucho tiempo y que situaba la base de nuestras debilidades en la ruptura orgánica de las organizaciones comunistas producida por la contrarrevolución que se abatió sobre la clase obrera desde finales de los años 20. Sin embargo, esta constatación nos permitía ir más lejos que las constataciones precedentes y atacar con más profundidad la raíz de nuestras dificultades. Nos permitía, notablemente, comprender el fenómeno, ya constatado en el pasado pero insuficientemente elucidado, de la formación de clanes dentro de la organización: estos clanes eran en realidad el resultado del pudrimiento del espíritu de círculo que se ha mantenido mucho más allá del período en que los círculos habían sido una etapa inevitable de la reconstrucción de la vanguardia comunista. Por ello, los clanes se habían convertido, a su vez, en el factor activo y el mejor garante de mantenimiento masivo del espíritu de círculo dentro de la organización» (ídem, punto4).
Aquí, la resolución hace referencia a un punto del Texto de orientación de otoño 1993 que pone de relieve la cuestión siguiente:
«Efectivamente, uno de los peores peligros que amenazan la organización permanentemente, que dañan a su unidad hasta poder destruirla, es la constitución, deliberada o no, de clanes. Cuando domina una dinámica de clanes, las preocupaciones no parten de un real acuerdo político sino de los lazos de amistad, de fidelidad, de la convergencia de intereses “personales” específicos o de las frustraciones compartidas. A menudo, semejante dinámica, en la medida en que no se funda sobre una real convergencia política, se acompaña de la existencia de gurús, o “jefes de banda”, garantes de la unidad del clan, y que pueden establecer su poder bien a partir de un carisma particular, que puede ahogar las capacidades políticas y de juicio de otros militantes, bien del hecho que son presentados, o ellos mismos se presentan, como “víctimas” de tal o cual política de la organización. Cuando semejante dinámica aparece, los miembros o los simpatizantes del clan no se determinan en su comportamiento o en las decisiones que toman, en función de una elección consciente y razonada basada sobre los intereses generales de la organización, sino en función del punto de vista de los intereses del clan que tienden a plantearse como contradictorios con los del resto de la organización».
Este análisis se basa sobre los precedentes históricos del movimiento obrero (por ejemplo, la actitud de los antiguos redactores del Iskra, agrupados en torno a Martov y que, descontentos por las decisiones adoptadas por el IIº Congreso del POSDR, habían formado la fracción de los mencheviques), pero también sobre precedentes en la historia de la CCI. No podemos entrar en los detalles pero podemos afirmar que las «tendencias» que ha conocido la CCI (la que escisionó en 1978 para formar el Grupo comunista internacionalista, la tendencia Chenier en 1981 y la tendencia que dejó la CCI en el VIº Congreso para formar la Fracción externa de la CCI) correspondían más bien a dinámicas de clan que a auténticas tendencias basadas en una orientación positiva alternativa. En efecto, el motor principal de estas «tendencias» no eran las divergencias que sus miembros pudieran tener respecto a las orientaciones de la organización (estas divergencias eran extremadamente heterogéneas como la ha demostrado la trayectoria ulterior de estas «tendencias»), sino un agrupamiento de descontentos y de frustraciones contra los órganos centrales, y unas fidelidades personales hacia elementos que se consideraban «perseguidos» o insuficientemente reconocidos.
El enderezamiento de la CCI
Si la existencia de clanes dentro de la organización no tenía el mismo carácter espectacular que en el pasado, era, sin embargo, un factor que minaba sorda aunque dramáticamente el tejido de la organización. En particular, el conjunto de la CCI (incluidos los camaradas implicados) ha puesto en evidencia que tenía enfrente a un clan que ocupaba un lugar preponderante en la organización y que, aunque no era un simple «producto orgánico de las debilidades de la CCI», sí que había «concentrado y cristalizado un gran número de características destructoras que afectaban a la organización y cuyo denominador común era el anarquismo (visión de la organización como suma de individuos, enfoque “psicologizante” y por afinidades de las relaciones políticas entre militantes y de las cuestiones de funcionamiento, desprecio u hostilidad hacia las concepciones políticas marxistas en materia de organización)» (punto 5 de la Resolución de actividades).
Por esto: «La comprensión de la CCI del fenómeno de los clanes y de su papel particularmente deletéreo le ha permitido apuntar cantidad de malos funcionamientos que afectaba a la mayoría de sus secciones territoriales (...). Le ha permitido igualmente comprender los orígenes de la pérdida, señalada por el Informe de actividades del Xº Congreso, del “espíritu de agrupamiento” que había caracterizado los primeros años de la CCI» (Resolución de actividades, punto 5).
Finalmente, tras varios días de debates, muy animados, con una fuerte implicación de todas las delegaciones y una profunda unidad entre ellas, el XIº Congreso de la CCI ha podido alcanzar las conclusiones siguientes:
«El Congreso constata el éxito global del combate emprendido por la CCI en otoño del 93 (...), el enderezamiento, a menudo espectacular, de secciones entre las más afectadas por las dificultades organizativas en 1993 (...), las profundizaciones procedentes de numerosas partes de la CCI (...), estos hechos confirman la plena validez del combate llevado, su método, tanto a nivel teórico como sobre los aspectos concretos (...). El congreso señala en particular las contribuciones realizadas por la organización sobre la comprensión de una serie de cuestiones que han confrontado y confrontan las organizaciones de la clase: avances sobre el conocimiento del combate de Marx y el Consejo general contra la Alianza, del combate de Lenin y los bolcheviques contra los mencheviques, del fenómeno del aventurismo político en el movimiento obrero (representado por figuras como Bakunin y Lasalle), llevado a cabo por elementos desclasados que no trabajan a priori para los servicios del Estado capitalista pero que, en la práctica, son mucho más peligrosos que los agentes infiltrados por aquél» (ídem, punto 10).
«Basándose en estos elementos, el XI° Congreso constata, pues, que la CCI está hoy más fuerte que cuando el precedente Congreso, que está incomparablemente mejor armada para asumir sus responsabilidades frente a los futuros combates de la clase, aunque esté todavía en convalecencia» (ídem, punto 11).
Constatar este resultado positivo del combate llevado por la organización no ha creado sin embargo ningún sentimiento de euforia en el Congreso. La CCI ha aprendido a desconfiar de los arrebatos que son más tributarios de la penetración en las filas comunistas de la impaciencia pequeño burguesa que de una postura proletaria. El combate que llevan las organizaciones y los militantes comunistas es un combate a largo plazo, paciente, a menudo oscuro, y el verdadero entusiasmo que llevan consigo los militantes no se mide a través de impulsos eufóricos sino por la capacidad de mantenerse, contra viento y marea, de resistir frente a la presión deletérea que la ideología de la clase enemiga hace pesar sobre sus mentes. Por ello, la constatación del éxito que ha coronado el combate de nuestra organización en el último período no nos ha conducido al más mínimo triunfalismo:
«Eso no significa que el combate que hemos llevado a cabo tenga que acabarse (...). La CCI deberá proseguirlo con una vigilancia de cada momento, con la determinación de identificar cada debilidad y encararla inmediatamente. (...) En realidad, la historia del movimiento obrero, incluida la CCI, nos enseña, y el debate lo ha confirmado ampliamente, que el combate por la defensa de la organización es permanente, no admite pausas. En particular, la CCI debe guardar en mente que el combate llevado por los bolcheviques por el espíritu de partido contra el espíritu de círculo ha proseguido durante muchos años. Lo mismo sucede en nuestra organización que debe velar para desenmascarar y eliminar toda desmoralización, todo sentimiento de impotencia, resultante de la duración del combate» (ídem, punto 13).
Antes de concluir esta parte sobre las cuestiones organizativas que han sido discutidas en el Congreso, debemos precisar que los debates llevados durante año y medio en la CCI no han dado lugar a ninguna escisión (contrariamente a lo que ocurrió en el VIº Congreso o en 1981). Esto ha sido así porque el conjunto de la organización se ha puesto de acuerdo sobre el marco teórico que se dio para comprender las dificultades que encontraba. La ausencia de divergencias sobre este marco general ha permitido que no se cristalizara una «tendencia» o incluso una «minoría» que teorizara sus particularidades. En gran parte, las discusiones se han focalizado sobre cómo convenía concretar este marco en el funcionamiento cotidiano de la CCI manteniendo sin embargo la preocupación de vincular estas concreciones a la experiencia histórica del movimiento obrero. El que no haya habido escisión es un testimonio de la fuerza de la CCI, de su mayor madurez, de la voluntad manifestada por la inmensa mayoría de sus militantes de llevar resueltamente el combate por su defensa, por recuperar su tejido organizativo, por superar el espíritu de círculo y todas las concepciones anarquizantes que consideran la organización como una suma de individuos o de pequeños grupos afines.
Las perspectivas de la situación internacional
La organización comunista no existe evidentemente para sí misma, no es un espectador sino un actor de las luchas de la clase obrera, su defensa intransigente trata justamente de permitirle mantener su papel.
Con este objetivo el Congreso ha dedicado una parte de sus debates al examen de la situación internacional. Ha discutido y adoptado varios informes sobre esta cuestión así como una Resolución que los sintetiza y que se publica en este mismo número de la Revista internacional. Por ello no nos vamos a extender sobre este aspecto de los trabajos del Congreso. Nos limitaremos a evocar aquí el último de los 3 aspectos de la situación internacional (evolución de la crisis económica, conflictos imperialistas, relaciones de fuerza entre las clases) que han sido discutidos en el Congreso.
La Resolución afirma claramente que:
«Más que nunca, la lucha del proletariado es la única esperanza de porvenir para la sociedad humana» (punto 14).
Sin embargo, el Congreso ha confirmado lo que la CCI anunció desde el otoño de 1989: «Esta lucha, que surgió con fuerza a finales de los años 60, acabando con la contrarrevolución más terrible que haya vivido la clase obrera, ha sufrido un retroceso considerable con el hundimiento de los regímenes estalinistas, las campañas ideológicas que le han acompañado y el conjunto de acontecimientos ulteriores (guerras del Golfo y en la ex-Yugoslavia)» (ídem). Esencialmente por esta razón hoy: «Las luchas obreras se desarrollan de una manera sinuosa, con avances y retrocesos, en un movimiento de altibajos» (ídem).
Sin embargo, la burguesía es muy consciente de que la agravación de sus ataques contra la clase obrera va a impulsar nuevos combates cada vez más conscientes. La burguesía se prepara para ellos, desarrollando una serie de maniobras sindicales a la vez que confía a algunos de sus agentes el cuidado de renovar los discursos sobre la «revolución», el «comunismo» o el «marxismo». Por ello «les incumbe a los revolucionarios, en su intervención, denunciar con el mayor vigor tanto las maniobras canallescas de los sindicatos como esos discursos aparentemente revolucionarios. Les incumbe propugnar la perspectiva de la revolución proletaria y el comunismo como única salida capaz de salvar la humanidad y como resultado último de los combates obreros» (punto 17).
Después de haber reconstituido y reunido sus fuerzas, la CCI está de nuevo dispuesta, tras su XIº Congreso, a asumir esa responsabilidad.
[1] Alemania, Bélgica, Estados Unidos, España, Francia, Gran Bretaña, India, Italia, México, Holanda, Suecia, Venezuela.
[2] Estaba previsto igualmente un examen del medio político proletario que constituye una preocupación permanente de nuestra organización. Sin embargo, por falta de tiempo este punto ha sido suprimido, aunque ello no significa en forma alguna que abandonemos esta cuestión. Al contrario, al haber superado nuestras propias dificultades de organización estamos en condiciones de aportar nuestra mejor contribución al desarrollo del conjunto del medio revolucionario.
[3] «Al encontrarse en situaciones diferentes de desarrollo según los países en que viven, las secciones de la clase obrera, sus opiniones teóricas, al reflejar el movimiento real, son necesariamente diferentes. Sin embargo, la comunidad de acción realizada por la Asociación internacional de trabajadores, el intercambio de ideas facilitado por la publicidad hecha por los órganos de las varias secciones nacionales, y por fin las discusiones directas en los congresos generales, no podrán sino engendrar gradualmente un programa teórico común» (Respuesta del Consejo general a la solicitud de afiliación de la Alianza, 9 de marzo de 1869). Se ha de precisar que la Alianza ya había planteado su afiliación con estatutos en que estaba previsto que se dotaba de una estructura internacional paralela a la de la AIT (con un Comité central propio y la celebración de un Congreso en locales separados cuando los Congresos de la AIT). El Consejo general había rechazado tal afiliación basándose en que los estatutos de la Alianza eran contrarios a los de la AIT. Precisaba que estaba dispuesto en afiliar las secciones de la Alianza si ésta renunciaba a su estructura internacional. La Alianza había aceptado estas condiciones pero se había mantenido en conformidad con sus estatutos secretos.
[4] En un «Llamamiento a los oficiales del Ejército ruso», Bakunin hace la apología de la organización secreta «que alimenta su fuerza por la disciplina, la devoción y abnegación de sus miembros, y por la obedencia absoluta a un Comité único que lo conoce todo y no es conocido de nadie».
[5] Los anarquistas llaman a la abolición del Estado inmediatamente. Es una petición de principios: el marxismo ha puesto en evidencia que el Estado se mantendrá, claro está con formas diferentes a las del Estado capitalista, hasta la desaparición total de las clases sociales.
[6] Ver sobre este tema los artículos siguientes: «La crisis del medio revolucionario», «Informe sobre la estructura y el funcionamiento de la organización de revolucionarios», publicados respectivamente en la Revista Internacional, números 28, 33 y 34-35.
[7] Chenier, explotando la falta de vigilancia de nuestra organización, se hizo miembro de nuestra sección en Francia en 1978. Desde 1980, emprendió un trabajo subterráneo dirigido a la destrucción de nuestra organización. Para hacerlo, explotó, muy hábilmente, tanto la falta de rigor organizativo de la CCI como las tensiones existentes en la sección en Gran Bretaña. Esta situación había conducido a la formación de dos clanes antagónicos en esta sección, bloqueando su trabajo y desembocando en la pérdida de la mitad de la sección así como a numerosas dimisiones en otras secciones. Chenier fue excluido de la CCI en septiembre de 1981 y publicamos en nuestra prensa un comunicado poniendo en guardia al medio político proletario contra este elemento. Más tarde, Chenier ha comenzado su carrera en el sindicalismo, el Partido socialista y el aparato del Estado, para el cual trabajaba, muy probablemente, desde hacía mucho tiempo.