Submitted by Revista Interna... on
Conflictos imperialistas
Triunfo del desorden y crisis del liderazgo americano
Desde los acontecimientos del sur de Líbano de la primavera pasada, las tensiones interimperialistas no han cesado de acumularse en Oriente Medio. Así, una vez más, han quedado desmentidos todos los discursos de los «especialistas» de la burguesía sobre el advenimiento de una «era de paz» en esa región, que es uno de los principales polvorines imperialistas. Esa zona, que fue una baza de la mayor importancia en los enfrentamientos entre los dos bloques durante 40 años, es el centro de una lucha encarnizada entre las grandes potencias imperialistas que componían el bloque del Oeste. Detrás del incremento de las tensiones imperialistas está el creciente cuestionamiento de la primera potencia mundial en uno de sus principales cotos, cuestionamiento al que incluso se dedican sus aliados más próximos.
La primera potencia mundial cuestionada en su coto de Oriente Medio
La enérgica política aplicada por EEUU desde hace varios años para reforzar su dominio en todo Oriente Medio, quitando de en medio a todos sus rivales, ha conocido un serio patinazo con la llegada de Netanyahu en Israel; y eso, después de que Washington no cesara de afirmar su apoyo al candidato laborista Shimon Peres (Clinton se había comprometido personalmente en estas elecciones como nunca antes lo hiciera ningún presidente norteamericano). Las consecuencias de ese fallo electoral no han tardado en hacerse notar. Contrariamente a Peres, quien controlaba plenamente el Partido laborista, Netanyahu parece incapaz de controlar su propio partido, el Likud. Eso quedó de manifiesto en la cacofonía organizada cuando la formación de su gobierno y también en la puesta en cuarentena a la que se ha sometido a D. Levy, responsable de Relaciones exteriores. De hecho, Netanyahu está sometido a la presión de las fracciones más duras y arcaicas del Likud y del líder de éstas, A. Sharon. Fue éste quien denunció violentamente las ingerencias americanas en las elecciones israelíes. Ingerencias que, según él, reducían a «Israel al rango de simple república bananera». Sharon afirmaba así abiertamente la voluntad de algunos sectores de la burguesía israelí de alcanzar mayor autonomía respecto al omnipresente tutor norteamericano. Pero hoy, esas fracciones están empujando a la política de «cuanto peor, mejor», cuestionando todo el «proceso de paz» impuesto por el padrino americano con el acuerdo del tándem Rabin/Peres, ya sea contra los palestinos, haciendo nuevas implantaciones de población que el gobierno laborista había congelado, ya sea respecto a Siria en el tema del Golán. Son esas fracciones las que lo han hecho todo por retrasar el encuentro, previsto desde hacía tiempo, entre Arafat y Netanyahu y que, una vez realizado, lo han hecho todo por vaciarlo de todo sentido. Esta política acabará poniendo rápidamente en difícil postura al adelantado de EEUU que es Arafat, y acabará siendo incapaz de mantener el control de sus tropas si no es levantando la voz (lo cual ha empezado ya a hacer), yendo así hacia un nuevo estado de beligerancia con Israel. De igual modo, todos los esfuerzos desplegados por EEUU, alternando una de cal y otra de arena, para que Siria se metiera de lleno en su «proceso de paz», esfuerzos que empezaban a dar fruto, se encuentran ahora puestos en entredicho por la nueva intransigencia israelí.
La llegada al poder del Likud tiene también consecuencias en el otro gran aliado de Estados Unidos en la región, en el país que, después de Israel, es el gran beneficiario de la ayuda estadounidense en Oriente Medio, o sea Egipto; y eso en unos momentos en los que ese país clave del «mundo árabe» está siendo objeto, desde hace ya algún tiempo, de tentativas de acercamiento por parte de los rivales europeos de la primera potencia mundial ([1]). Desde la invasión israelí en el Sur de Líbano, Egipto intenta desmarcarse de la política americana reforzando sus lazos con Francia y Alemania, denunciando con cada vez mayor fuerza la política de Israel, país al que está, sin embargo, vinculado por un acuerdo de paz.
Pero sin duda, uno de los síntomas más espectaculares de la nueva situación imperialista que está surgiendo en la región es la evolución de la política de Arabia Saudí, que ha servido de cuartel general a los ejércitos estadounidenses durante la guerra del Golfo, respecto a su tutor. Sean quienes hayan sido sus verdaderos mandatarios, el atentado cometido en Dahran contra las tropas US iba directamente contra la presencia militar norteamericana, expresando ya un claro debilitamiento del dominio de la primera potencia mundial en una de sus principales fortalezas de Oriente Medio. Si a ello se añade el recibimiento especialmente cálido a la visita de Chirac, jefe de un Estado, el francés, que está en cabeza del cuestionamiento del liderazgo norteamericano, puede medirse la importancia de la degradación de la situación norteamericana en lo que hasta hace poco era un Estado sometido en cuerpo y alma a los dictados de Washington. Parece evidente que el abrumador dominio de EEUU resulta cada día menos soportable para ciertas fracciones de la clase dominante saudí, las cuales intentan, mediante el acercamiento a algunos países europeos, librarse un poco de aquél. El hecho de que sea el príncipe Abdalá, sucesor designado al trono, quien dirija esas fracciones demuestra la fuerza de la actual tendencia antiamericana.
El que aliados tan sometidos y dependientes de Estados Unidos, como Israel o Arabia Saudí, expresen sus reticencias a seguir los dictados del «Tío Sam», que no vacilen en estrechar lazos con los principales cuestionadores del «orden americano», o sea Francia, Gran Bretaña y Alemania ([2]), significa claramente que las relaciones de fuerza interimperialistas en lo que hasta hace poco era un coto privado de la primera potencia están viviendo cambios importantes.
En 1995, si bien los Estados Unidos estaban enfrentados a una situación difícil en la antigua Yugoslavia, en cambio reinaban por completo en Oriente Medio. Habían conseguido, mediante la guerra del Golfo, poner fuera de juego en la región a las potencias europeas. Francia vio su presencia en Líbano reducida a nada y a la vez perdía su influencia en Irak. Gran Bretaña, por su parte, no recibía la menor recompensa por su fidelidad y su participación activa en la guerra del Golfo, no otorgándole Washington sino unas cuantas ridículas migajas en la reconstrucción de Kuwait. A Europa, en las negociaciones israelo-palestinas, EE.UU. le ofreció un miserable banquillo, mientras él dirigía la orquesta. Esta situación ha durado más o menos hasta el show de Clinton en la cumbre de Sharm el Sheij. Pero desde entonces, Europa ha logrado abrir una cuña en la región, primero con discreción, luego abiertamente aprovechándose del fiasco de la operación israelí en el Sur de Líbano y explotando hábilmente las dificultades de la primera potencia mundial. A ésta, en efecto, le está costando cada vez más presionar no sólo ya a los consabidos recalcitrantes al «orden americano», como Siria, sino incluso a algunos de los más sólidos aliados, como Arabia Saudí.
El que eso se produzca en ese coto privado de caza tan esencial como lo es Oriente Medio en la salvaguardia del liderazgo de la superpotencia norteamericana es un síntoma claro de las dificultades que ésta tiene para conservar su estatuto en el ruedo imperialista mundial. El que Europa consiga volverse a meter en el juego medioriental, retando así a EE.UU. en una de las zonas del mundo que este país controlaba con más firmeza, es expresión del indudable debilitamiento de la primera potencia mundial.
El liderazgo estadounidense zarandeado en el ruedo mundial
El revés sufrido en Oriente Medio por el gendarme norteamericano debe ser tanto más subrayado porque se produce sólo unos meses después de su victoriosa contraofensiva en la ex Yugoslavia. Una contraofensiva destinada ante todo a meter seriamente en cintura a sus ex aliados europeos que se habían lanzado a la rebelión abierta. En el nº 85 de esta Revista, aún poniendo de relieve el retroceso sufrido por el tándem franco-británico en esa ocasión, también subrayaba los límites de ese éxito americano afirmando que las burguesías europeas, obligadas a retroceder en la ex Yugoslavia, buscarían otro terreno en donde dar cumplida respuesta al imperialismo americano. Este pronóstico ha quedado plenamente confirmado por lo sucedido en los últimos meses en Oriente Medio. Aunque EE.UU. conserva globalmente el control de la situación en lo que fue Yugoslavia (sin que ello impida que, también el los Balcanes, tengan que enfrentarse a las maniobras subterráneas de los europeos), puede verse actualmente que en Oriente Medio el dominio, que hasta hoy ejercía por completo, es cada vez más puesto en entredicho.
Pero no sólo es en Oriente Medio donde la primera potencia mundial se ve enfrentada al cuestionamiento de su liderazgo. Puede afirmarse que el pulso feroz que se están echando las grandes potencias imperialistas, expresión principal de un sistema moribundo, se está produciendo en el planeta entero. Por todas partes Estados Unidos está enfrentándose a los intentos más o menos patentes de cuestionamiento de su liderazgo.
En el Magreb, los intentos de EEUU para echar fuera o al menos reducir lo más posible la influencia del imperialismo francés se enfrenta a serias dificultades y por ahora parecen más bien estar fracasando. En Argelia, la constelación islamista, ampliamente utilizada por Estados Unidos para desestabilizar el poder local y el imperialismo francés, está en crisis abierta. Los atentados recientes del GIA deben considerarse más como actos de desesperación de un movimiento a punto de estallar que como expresión de una fuerza real. El hecho de que el principal proveedor de fondos de las fracciones islamistas, Arabia Saudí, sea cada día más reticente para seguir financiándolas, debilita tanto más los medios de presión estadounidenses. Aunque la situación dista mucho de estabilizarse en Argelia, la fracción en el poder con el apoyo del ejército y del padrino francés ha reforzado claramente sus posiciones desde la reelección del siniestro Zerual. Al mismo tiempo, Francia ha conseguido estrechar sus lazos con Túnez y Marruecos, aún cuando este país en particular había sido muy sensible, en los últimos años, a los cantos de sirena norteamericanos.
En el África negra, Estados Unidos, después del éxito en Ruanda en donde consiguió expulsar a la camarilla vinculada a Francia, se ve hoy enfrentado a una situación mucho más difícil. Si el imperialismo francés ha reforzado su credibilidad interviniendo con fuerza en Centroáfrica, el imperialismo USA, en cambio, ha sufrido un revés en Liberia, en donde ha tenido que abandonar a sus protegidos. Estados Unidos ha intentado recuperar la iniciativa en Burundi, procurando repetir lo que habían conseguido en Ruanda; pero también ahí se han enfrentado a una vigorosa réplica de Francia, la cual ha fomentado, con la ayuda de Bélgica, el golpe de Estado del general Buyoya, haciendo caduca la «fuerza africana de interposición» que EEUU intentaba organizar bajo su control. Cabe subrayar que, en gran parte, esos éxitos conseguidos por el imperialismo francés, el cual hasta hace poco se veía acorralado por la presión estadounidense, se deben en gran parte a su estrecha colaboración con la otra antigua gran potencia colonial africana, Gran Bretaña. Estados Unidos no sólo ha perdido el apoyo de ésta, sino que la tiene ahora en contra.
En cuanto a otra baza importante en la batalla entre las grandes potencias europeas y la primera potencia mundial, o sea Turquía, también aquí se encuentra EEUU con dificultades. Ese Estado tiene una importancia estratégica de primer orden en la encrucijada entre Europa, el Caucaso y Oriente Medio. Turquía es un aliado histórico de Alemania, pero tiene sólidos vínculos con Estados Unidos, especialmente a través de su ejército, formado en gran parte por ese país cuando existían los bloques. Para Washington hacer caer a Turquía en su campo, alejándola de Bonn, sería una victoria muy importante. Aunque la reciente alianza militar entre Turquía e Israel parece corresponder a los intereses americanos, las principales orientaciones del nuevo gobierno turco, o sea una coalición entre los islamistas y la ex Primera ministra turca T. Ciller, marcan, al contrario, una distanciación para con la política americana. No sólo Turquía sigue apoyando la rebelión chechena contra Rusia, aliada de Estados Unidos, lo cual hace el juego de Alemania ([3]), sino que incluso acaba de hacer un verdadero corte de mangas a Washington firmando importantes acuerdos con dos Estados especialmente expuestos a las amenazas estadounidenses, Irán e Irak.
En Asia, el liderazgo de la primera potencia mundial también es cuestionado. China no falla una ocasión para afirmar sus propias prerrogativas imperialistas incluso cuando éstas son antagónicas a las de EE.UU. Japón, por su parte, manifiesta también pretensiones hacia una mayor autonomía con relación a Washington. Periódicamente se producen manifestaciones contra las bases norteamericanas y el gobierno japonés se declara favorable a establecer vínculos políticos más estrechos con Europa. Hasta un país como Tailandia, baluarte del imperialismo americano, tiende a tomar sus distancias para con éste, dejando de dar su apoyo a los jemeres rojos, mercenarios de Estados Unidos, facilitando así los intentos de Francia por volver a recuperar su influencia en Camboya.
Muy significativas también de la crisis del liderazgo americano son las actuales incursiones de europeos y japoneses en lo que siempre ha sido el coto de caza más privado de Estados Unidos: su patio trasero latinoamericano. Cierto es que esas incursiones no están poniendo en peligro los intereses estadounidenses en la zona; tampoco pueden ser comparadas a otras maniobras de desestabilización, a menudo exitosas, llevadas a cabo en otras regiones del mundo, pero es significativo que ese santuario norteamericano, prácticamente inviolado, sea hoy objeto de la codicia de sus competidores imperialistas. Es una ruptura histórica en el dominio absoluto que ejercía la primera potencia mundial en Latinoamérica desde la aplicación de la «doctrina Monroe». Contra todos los intentos por mantener bajo la batuta estadounidense al continente americano, hay países como México, Perú o Colombia, a los que hay que añadir a Canadá, que no vacilan en poner en entredicho algunas decisiones de EE.UU. contrarias a sus intereses. Recientemente, México logró arrastrar a casi todos los Estados latinoamericanos en una cruzada contra la ley Helms-Burton promulgada por Estados Unidos para reforzar el embargo económico contra Cuba y sancionar a las empresas que se saltaran el embargo. Europa y Japón se han apresurado en explotar esas tensiones ocasionadas por las amenazas de esa ley. El excelente recibimiento reservado al presidente colombiano Samper durante su viaje a Europa, cuando EE.UU. lo está haciendo todo por hacerlo caer, es una ilustración más de lo anterior. El diario francés Le Monde escribía, por ejemplo, lo siguiente: «Mientras que hasta hoy, los USA ignoraban olímpicamente al Grupo de Río (asociación que agrupa a varios países del sur del continente), la presencia en Cochabamba (ciudad donde se reunía el grupo) de M. Albright, embajadora de Estados Unidos en la ONU, ha sido especialmente notada. Según algunos observadores, es el diálogo político entablado entre los países del Grupo de Río y la Unión Europea y, luego, con Japón, lo que explica el cambio de actitud de USA...»
Desaparición de los bloques imperialistas
y triunfo de la tendencia de «cada uno por su cuenta»
¿Cómo explicar ese debilitamiento de la superpotencia norteamericana y los cuestionamientos de su liderazgo cuando Estados Unidos sigue siendo la primera potencia económica del planeta y, sobre todo, dispone de una superioridad militar absoluta sobre todos sus rivales imperialistas? A diferencia de la URSS, Estados Unidos no se desmoronó cuando desaparecieron los bloques que habían regido el planeta desde Yalta. Pero esta nueva situación ha afectado profundamente a la única superpotencia mundial que ha permanecido. Ya dábamos en el número 86 de esta Revista las razones de esa situación, en la «Resolución sobre la situación internacional» del XIIº Congreso de Révolution internationale.
En ella decíamos, poniendo de relieve que el retorno de EE.UU. después de su éxito yugoslavo no significaba ni mucho menos que hubiera superado las amenazas que se ciernen sobre su liderazgo: «Estas amenazas provienen fundamentalmente (...) del hecho de que hoy falta la condición principal para una verdadera solidez y estabilidad de las alianzas entre Estados burgueses en la arena imperialista, o sea, que no existe un enemigo común que amenace su seguridad. Puede que las diferentes potencias del ex bloque occidental se vean obligadas a someterse, golpe a golpe, a los dictados de Washington, pero lo que descartan es mantener una fidelidad duradera. Al contrario, todas las ocasiones son buenas para sabotear, en cuanto pueden, las orientaciones y las disposiciones impuestas por EE.UU.»
Los golpes de ariete dados estos últimos meses al liderazgo de Washington confirman ese análisis. La ausencia de enemigo común hace que las demostraciones de fuerza estadounidenses sean cada vez menos eficaces. Por ejemplo, «Tempestad del desierto», a pesar de los enormes medios políticos, diplomáticos y militares utilizados por EE.UU. para imponer su «nuevo orden», sólo logró frenar las veleidades de independencia de sus «aliados» durante un año. El estallido de la guerra en Yugoslavia durante el verano del 92 confirmaba el fracaso de la «pax americana». Ni siquiera el éxito alcanzado por EE.UU. a finales del 95 en la ex Yugoslavia ha podido impedir que la rebelión se extienda ya en la primavera del 96. En cierto modo, cuanto más hace alarde de su fuerza Estados Unidos, más determinación parecen tener los cuestionadores del «orden americano», arrastrando incluso tras ellos a los más dóciles ante los dictados norteamericanos. Así cuando Clinton quiere arrastrar a Europa en una cruzada contra Irán en nombre del antiterrorismo, Francia, Gran Bretaña y Alemania se niegan. De igual modo, cuando pretende castigar a los Estados que comercien con Cuba, Irán o Libia, el único resultado obtenido es la indignación general, incluso en Latinoamérica, contra EE.UU. Esta actitud agresiva tiene también consecuencias en un país de la importancia de Italia, que se balancea entre Estados Unidos y Europa. Las sanciones infligidas por Washington a grandes empresas italianas por sus estrechas relaciones con Libia no harán sino reforzar las tendencias proeuropeas de Italia.
Esta situación es expresión de la encrucijada en que se encuentra la primera potencia mundial:
- o no hace nada, renunciando a usar la fuerza (que es su único medio de presión hoy) y eso sería dejar cancha libre a sus competidores,
- o intenta afirmar su superioridad para imponerse como gendarme del mundo mediante una política agresiva (que es lo que parece tender a hacer cada vez más), lo cual se vuelve contra ella, aislándola más todavía y reforzando la rabia anti-USA por el mundo.
Sin embargo, debido a la irracionalidad profunda de las relaciones interimperialistas en la fase de decadencia del sistema capitalista, característica agudizada en la fase actual de descomposición acelerada, a Estados Unidos sólo le queda usar la fuerza para intentar preservar su estatuto en el ruedo imperialista. Así se le ve recurrir cada día más a la guerra comercial, la cual no es ya sólo expresión de la competencia feroz que desgarra un mundo capitalista empantanado en el infierno sin fin de su crisis, sino que es un arma para defender sus prerrogativas imperialistas frente a todos aquellos que ponen en entredicho su liderazgo. Pero frente a un cuestionamiento de tal amplitud, la guerra comercial no basta, de modo que la primera potencia mundial se ve obligada a volver a hacer oír el ruido de las armas como es testimonio la última intervención en Irak.
Al lanzar 44 misiles de crucero sobre Irak, en respuesta a la incursión de tropas en Kurdistán, Estados Unidos han mostrado su determinación en defender sus posiciones en Oriente Medio y, más allá, recordar que mantendrán su liderazgo en el mundo a toda costa. Pero los límites de esta nueva demostración de fuerza aparecen de inmediato:
- los medios utilizados no son más que una réplica muy reducida de los de «Tempestad del desierto»;
- pero también, por el hecho de que este nuevo «castigo» que Estados Unidos quiere infligir a Irak ha obtenido muy pocos apoyos en la región y en el mundo.
El gobierno turco se ha negado a que EE.UU. utilice las fuerzas basadas en su país y Arabia Saudí no permitió que los aviones americanos despegaran de su territorio para bombardear Irak, incluso ha pedido a Washington que cese su operación. Los países árabes en su mayoría han criticado abiertamente esta intervención militar. Moscú y Pekín han condenado claramente la iniciativa norteamericana y Francia, seguida por España e Italia, ha marcado claramente su desaprobación. Puede apreciarse hasta qué punto está lejos la unanimidad que EE.UU. había conseguido imponer durante la Guerra del Golfo. Una situación así es reveladora del debilitamiento sufrido por el liderazgo de Washington desde aquel entonces. La burguesía norteamericana, sin ninguna duda, habría deseado hacer una demostración de fuerza mucho más evidente; y no solo en Irak, sino también, por ejemplo, contra el poder de Teherán. Pero sin el apoyo suficiente, incluso en la región, EE.UU. está obligado a hacer hablar las armas aunque sea en tono menor y con un impacto obligatoriamente reducido.
Sin embargo, aunque esta operación en Irak sea de alcance limitado, no se deben subestimar los beneficios que de ella va a sacar Estados Unidos. Junto a la reafirmación barata de su superioridad absoluta en el plano militar, sobre todo en este coto de caza que para él es Oriente Medio, lo que sobre todo ha conseguido es sembrar la división entre sus principales rivales de Europa. Estos habían conseguido recientemente oponer un frente común ante Clinton y sus dictados sobre la política que llevar a cabo respecto a Irán, Libia o Cuba. El que Gran Bretaña haya apoyado la intervención llevada a cabo en Irak, hasta el punto de que Major “saluda la valentía de EE.UU.”, el que Alemania parezca compartir esa posición, mientras que Francia, apoyada por Roma y Madrid, ponga en entredicho los bombardeos, ha sido evidentemente una buena pedrada lanzada al tejado de la Unión europea. El hecho de que Bonn y París no estén, una vez más, en la misma longitud de onda no es algo nuevo. Las divergencias entre ambos lados del Rin no han cesado de acumularse desde 1995. Pero no es lo mismo en lo que se refiere a la cuña metida entre el imperialismo francés y el británico en esta ocasión. Desde la guerra en la ex Yugoslavia, Francia y Gran Bretaña no han cesado de reforzar su cooperación (han firmado últimamente un acuerdo militar de gran importancia, al que se ha asociado Alemania, para la construcción conjunta de misiles de crucero) y su «amistad» hasta el punto de que la aviación inglesa ha participado en el desfile militar del último 14 de julio en París. Con ese proyecto, Londres expresaba muy claramente su voluntad de romper con una larga tradición de cooperación y de dependencia militar respecto a Washington. El apoyo dado por Londres a la intervención americana en Irak, ¿significa que la “pérfida Albión” está cediendo por fin ante las múltiples presiones de EE.UU. para que “vuelva a casa”, volviendo a ser la fiel teniente del “Tío Sam”?. Ni mucho menos, pues ese apoyo no es un acto de sumisión ante el padrino norteamericano, sino la defensa de los intereses particulares del imperialismo inglés en Oriente Medio y en particular en Irak. Después de haber sido un protectorado británico, ese país fue distanciándose progresivamente de la influencia de Londres, especialmente desde la llegada al poder de Sadam Husein. Francia, en cambio, iba adquiriendo posiciones sólidas; posiciones que quedaron reducidas a su mínima expresión tras la Guerra del Golfo, pero qua ahora está volviendo a reconquistar gracias al debilitamiento del liderazgo USA en Oriente Medio. En esas condiciones, la única esperanza de Gran Bretaña de recobrar una influencia en la zona reside en el derrocamiento del carnicero de Bagdad. Por eso es por lo que Londres se ha encontrado siempre en la misma línea dura que Washington sobre las Resoluciones de la ONU respecto a Irak, mientras que París, al contrario, no ha cesado de abogar por la reducción del embargo sobre Irak impuesto por el gendarme americano.
Aunque la tendencia de «cada cual por su cuenta» es general y está minando el liderazgo norteamericano, también se manifiesta entre quienes la cuestionan, y fragiliza todas las alianzas imperialistas, sea cual sea su relativa solidez, a imagen de la existente entre Londres y París; son mucho más variables que las que prevalecían en el tiempo en el que la presencia de un enemigo común permitía la existencia de bloques. Estados Unidos, aunque sea la principal víctima de esta nueva situación histórica generada por la descomposición del sistema, no puede sino intentar sacar ventaja de aquella tendencia que rige el conjunto de las relaciones interimperialistas. Así lo han hecho ya en la ex Yugoslavia, no vacilando en establecer una alianza táctica con su rival más peligroso, Alemania, e intentan hoy llevar a cabo la misma maniobra con relación al tándem franco-británico. A pesar de sus límites, el golpe asestado a la «unidad» franco-británica ha sido un éxito indudable para Clinton y la clase política estadounidense no se ha engañado al dar un apoyo unánime a la operación en Irak.
Sin embargo ese éxito americano es de un alcance muy limitado y no podrá frenar verdaderamente la tendencia del «cada cual por su cuenta» que está minando en profundidad el liderazgo de la primera potencia mundial, ni resolver el atolladero en el que se encuentra EE.UU. En cierto sentido, por mucho que EE.UU. conserve, gracias a su poderío económico y financiero, una fuerza que nunca fue la del lider del bloque del Este, puede establecerse sin embargo un paralelo entre la situación actual de EE.UU. y la de la difunta URSS en tiempos del bloque del Este. Como ésta, para mantener su dominio, de lo único de lo que dispone prácticamente es del uso repetido de la fuerza bruta y eso siempre ha expresado una debilidad histórica. La agudización del «cada cual por su cuenta» y el atolladero en el que se encuentra el gendarme del mundo son la expresión del atolladero histórico del modo de producción capitalista. En ese contexto, las tensiones imperialistas entre las grandes potencias no pueden sino ir incrementándose, llevar la destrucción y la muerte a zonas cada vez más amplias del planeta y agravar todavía más el espantoso caos que ya es lo cotidiano en continentes enteros. Una sola fuerza es capaz de oponerse a esa siniestra extensión de la barbarie, desarrollando sus luchas y poniendo en entredicho el sistema capitalista mundial hasta sus cimientos: el proletariado.
RN
9 de septiembre de 1996
[1] Las relaciones entre Francia y Egipto son particularmente calurosas y Kohl, por su parte, fue recibido con mucha consideración en su viaje. En cuanto al secretario general de la ONU, Boutros-Ghali, a quien EE.UU. quiere a toda costa sustituir, no cesó durante toda la guerra en Yugoslavia de entorpecer la acción norteamericana y defender las orientaciones profrancesas.
[2] El hecho de que un encuentro entre los emisarios de los gobiernos israelí y egipcio haya tenido lugar en París no es ninguna casualidad; esto certifica la reintroducción de Francia en Oriente Medio y también la voluntad israelí de dirigir un mensaje a EE.UU.: si este país se dedica a ejercer presiones demasiado fuertes sobre el nuevo gobierno, éste no vacilará en buscar apoyos entre los rivales europeos para resistir a estas presiones.
[3] Alemania está obligada a ser prudente frente al peligro de propagación del increíble caos ruso, pero el hecho de que Polonia y la República checa sean más «estables» representa para ella una «zona-tampón», una especie de dique frente al peligro, lo cual la deja más libre para intentar realizar su objetivo histórico, el acceso a Oriente Medio, apoyándose en Irán y en Turquía; y para hacer presión sobre Rusia para que ésta relaje sus vínculos con EE.UU. La muy democrática Alemania se alimenta pues del caos ruso para defender sus apetitos imperialistas.