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En el artículo precedente, explicábamos cómo los revolucionarios en Alemania se vieron confrontados a la cuestión de la construcción de la organización ante la traición de la socialdemocracia: llevar primero la lucha hasta el final dentro del antiguo Partido, llevar a cabo un duro trabajo de Fracción, y por fin, cuando este trabajo ya no era posible, preparar la construcción de un nuevo Partido. Ese fue el método responsable que adoptaron los espartaquistas con relación al SPD y que los llevó después a adherirse mayoritariamente al USPD centrista que acababa de formarse, al contrario de la Izquierda de Bremen que exigía la fundación inmediata del Partido. En este artículo vamos a tratar de la fundación del KPD y de las dificultades organizativas en la construcción de este nuevo Partido.
El fracaso de la tentativa de los Linksradikale de fundación del Partido
El 5 de mayo de 1917, los Radicales de izquierda de Bremen y Hamburgo reprocharon a los espartaquistas que hubieran renunciado a su independencia organizativa al integrarse en el USPD. Ellos opinaban en cambio que «ha llegado el momento de la fundación de una organización de la izquierda radical en el Partido socialista internacional de Alemania (Internationale Sozialistische Partei Deutschlands)».
Durante el verano, los Radicales de izquierda organizaron encuentros de preparación para la constitución de un nuevo partido. La Conferencia de fundación quedó fijada para el 25 de agosto en Berlín. Para entonces sólo 13 delegados habían conseguido llegar (de los cuales 5 son de Berlín), pero la policia es más rápida y disuelve la Conferencia, lo que demuestra que no basta la voluntad, sino que debe disponerse de recursos organizativos suficientes. «No basta, precisamente, con enarbolar "el estandarte de la pureza". El deber es llevarlo a las masas para ganárselas» declaró R. Luxemburgo en el periódico ‘Der Kampf’ de Duisburgo. El 2 de septiembre se produjo otra tentativa. Esta vez la organización se llamaba Internationaler Sozialisticher Arbeiterbund. Sus estatutos preveían que cada sección conservase su autonomía, y defendían que «la división en organizaciones políticas y económicas está superada históricamente». Este es un nuevo indicador de la gran confusión que reinaba en temas de organización. No es cierto que la Izquierda de Bremen fuera el grupo más claro ni política ni prácticamente, en los movimientos revolucionarios de Alemania. El grupo que se formó en Dresde en torno a O. Rühle, y otras corrientes, empezaron a desarrollar sus ideas hostiles a la organización política. El futuro comunismo de consejos seguía madurando. Aunque los comunistas de consejos no se dotaran de formas de organización políticas, su voz tenía un gran alcance en la clase. Mientras los espartaquistas encontraban un eco cada vez mayor, la Izquierda de Bremen quedó reducida a un pequeño grupo, y tanto ella como el ISD no superaron nunca el estado de círculo restringido.
Aunque el balance de su año y medio de trabajo de la Líga en el USPD no hubiera dado los frutos esperados, contrariamente a lo que afirmaba el ISD al principio, aquélla nunca abandonó su independencia, desarrollando una intervención activa en las filas del USPD.
Bien sea con ocasión de las polémicas en torno a las negociaciones de Brest-Litovsk desde diciembre de 1917, o cuando en enero de 1918 se desató una gigantesca oleada de huelgas en las que paró un millón de trabajadores y en las que aparecieron los consejos obreros en Alemania, la Liga espartaquista estaba cada vez más en primera fila.
Precisamente en el momento en el que el capital alemán, encabritado, se disponía a enviar más carne de cañon a las trincheras[1], la Liga espartaquista se refuerza en su organización. Editaba 8 publicaciones con tiradas que iban desde los 25 mil a los 100 mil ejemplares. Todo ello, además, en un momento en el que casi toda la dirección espartaquista se encontraba en la cárcel[2].
Aún cuando la Izquierda de Bremen hubiera aspirado a fundar un partido independiente, la Liga espartaquista no adoptó una actitud sectaria, sino que continuó trabajando por el reagrupamiento de las fuerzas revolucionarias en Alemania.
El 7 de octubre de 1918, el grupo Spartakus convocó una conferencia nacional en la que participaron delegados de varios grupos locales de los Linksradikale. En ella, se sacó un balance negativo del trabajo efectuado en el seno del USPD, y se decidió una colaboración entre los Espartaquistas y los demás Radicales de izquierda, sin que estos últimos entraran en el USPD. Sin embargo, la Conferencia no destacó como hubiera sido necesario - habida cuenta del ascenso del movimiento revolucionario - la exigencia de la formación de un partido independiente. Lenin ya destacó la importancia de «... la mayor desgracia de Europa, el peor peligro para ella es que no existe un partido revolucionario (...) Es verdad que un potente movimiento revolucionario de las masas puede subsanar esta carencia, pero este hecho no deja de ser una gran desgracia y un gran peligro»[3].
La intervención de los Espartaquistas en las luchas revolucionarias
Cuando estallaron las luchas revolucionarias en noviembre de 1918, los Espartaquistas desarrollaron una actividad heroica. El contenido de su intervención en las luchas era de una gran calidad. Poniendo por delante la necesidad de referirse a la clase obrera de Rusia, desenmascarando sin vacilar las maniobras y el sabotaje de la burguesía, reconociendo el papel de los consejos obreros y la necesidad, tras el fin de la guerra, de que el movimiento se plantee a otro nivel donde pueda reforzarse gracias a la presión ejercida desde las fábricas. Por motivos de espacio no podemos abordar esa intervención más en detalle. Los Espartaquistas pese a tener una gran fuerza en cuanto al contenido político, no tenían una influencia determinante en las filas obreras durante las luchas. Para ser un verdadero partido no basta con tener posiciones justas, es necesario tener también una capacidad de influencia sobre la clase obrera. Tener la capacidad de dirigir el movimiento, como el buen timonel su barco, para encaminado por la buena vía. Los Espartaquistas que hicieron un enorme trabajo de propaganda durante el conflicto, cuando estallaron las luchas eran tan solo un grupo deslavazado al que faltaba una trama organizativa tupida...
A esto se añade como factor suplementario de dificultad su pertenencia, aún, al USPD. Muchos obreros no distinguían claramente entre los Centristas y los Espartaquistas. El SPD mismo saca provecho de esta situación confusa para utilizar en beneficio propio la indispensable «unidad» de los partidos obreros. El desarrollo organizativo sólo se acelera tras el estallido de las luchas. El 11 de noviembre de 1918, el grupo Spartakus se transforma en Liga Spartakus con una Central de 12 miembros. Mientras que el SPD disponía, él solo, de más de cien periódicos y podía sustentar sus actividades contrarrevolucionarias en un amplio aparato sindical y de funcionarios, durante la decisiva semana del 11 al 18 de noviembre de 1918, los Espartaquistas están sin prensa, Die Rote Fahne[4] no puede salir. Se ven obligados a ocupar los locales de un periódico burgués. El SPD hace entonces todo lo posible para impedir que se imprima Die Rote Fahne en la imprenta que habían ocupado. Die Rote Fahne solo logra reaparecer tras la ocupación de una segunda imprenta. Los Espartaquistas, tras no haber logrado la mayoría necesaria para convocar un congreso extraordinario del USPD, deciden fundar un partido independiente. El ISD, que mientras tanto transforma su nombre en IKD, celebra su primera Conferencia nacional el 24 de diciembre en Berlín; en ella participan delegados de Wasserkante, Renania, Sajonia, Baviera, Wurtemberg y Berlín. Radek, durante esa Conferencia, empuja a la fusión del IKD y los Espartaquistas. Entre el 30 de diciembre de 1918 y el 1 de enero de 1919 se funda el KPD basado en el agrupamiento del IKD y de los Espartaquistas.
La fundación del KPD
El primer punto del orden del día es el balance del trabajo realizado en el seno del USPD. El 29 de noviembre, Rosa Luxemburgo ya había sacado como conclusión que en un período de ascenso de la lucha de clases «en la revolución ya no hay sitio para un partido de ambigüedades y medidas a medias»[5]. Los partidos centristas, como el USPD, en situaciones revolucionarias están llamados a estallar.
«Hemos pertenecido al USPD para sacar de él todo lo que fuera posible, para hacer que avanzasen los elementos más valiosos del USPD, radicalizarlos para, de esta forma, lograr nuestro objetivo mediante un proceso de disociación a través del cual ganar la mayor cantidad posible de fuerzas revolucionarias para juntarlas en un Partido proletario revolucionario, unido y unitario (...) El resultado fue extraordinariamente pobre. [Desde entonces, el USPD] sirve de taparrabos a los Ebert-Scheidemann. Ellos, sin duda, han borrado en las masas la percepción de la diferencia entre la política del USPD y la de los socialistas mayoritarios (...) Hoy es hora de que todos los elementos proletarios revolucionarios den la espalda al USPD para construir un nuevo partido, autónomo, con un programa claro, con objetivos firmes, con una táctica unitaria, con la más alta determinación y resolución revolucionaria, concebido como un potente instrumento para el triunfo de la revolución social que comienza»[6].
La tarea del momento era la de agrupar a las fuerzas revolucionarias en el KPD y la de delimitarse lo más claramente respecto a los centristas.
Rosa Luxemburgo, en su «Informe sobre el programa y la situación política» da prueba de la mayor claridad poniendo en guardia contra la subestimación de las dificultades del momento: «Tal y como os lo describo, todo este proceso parece ser más lento de lo que se podía pensar en un primer momento. Creo que para nosotros es bueno que veamos las cosas tal como son, que veamos claramente todas las dificultades, todas las complicaciones de esta revolución. Y espero que, como yo, ninguno de vosotros verá paralizado su ardor y su energía por la comprensión de las dificultades y las necesidades que se abren ante nosotros».
Además, subraya con insistencia la importancia del papel del partido en el movimiento que se está desarrollando: «La actual revolución, que está solo en su comienzo, tiene ante sí enormes perspectivas pero también problemas de dimensión histórica y universal, ha de contar con un faro fiable que a cada nuevo paso de la lucha, ante cada victoria o ante cada derrota, le indique sin error el camino para lograr su objetivo supremo, la revolución socialista mundial, que es el camino de la lucha intransigente por el poder del proletariado por la liberación de la humanidad del yugo del capital. En el actual enfrentamiento entre esos dos mundos, ser el faro que indica la dirección a seguir, ser la palanca proletaria socialista de la revolución, es la tarea específica de la Liga Spartakus»[7]. «Debemos enseñar a las masas que el consejo obrero y de soldados debe ser en todas partes la palanca de la inversión de la máquina del Estado, que debe asumir todas las fuerzas de acción y dirigirlas hacia la transformación socialista. Incluso las masas obreras ya organizadas en consejos obreros y de soldados están a mil leguas de los deberes que han de cumplir excepto, naturalmente, pequeñas minorías de proletarios que tienen una clara conciencia»[8]. Lenin, que recibe en diciembre el programa de los espartaquistas «¿Que quiere la Liga Spartakus?», lo considera la piedra angular para la fundación de la Internacional Comunista: «En esta perspectiva debemos (...) formular los puntos de principios para la plataforma (creo que podemos: a) retomar la teoría y la practica del bolchevismo; b) más ampliamente " ¿Que quiere la Liga Spartakus?"). Con a+ b, quedan suficientemente claros los principios fundamentales de la plataforma»[9].
La cuestión organizativa en el Congreso
La composición de las delegaciones (83 representantes de 46 secciones) refleja la total inmadurez de la organización, pues la mayoría de los delegados no tenía un mandato preciso. Al lado de la vieja línea de obreros revolucionarios del Partido, que antes de la guerra habían pertenecido a la izquierda radical en torno a Rosa Luxemburgo, se encuentran ahora jóvenes obreros que durante la guerra se encargan de la pro-paganda y la acción revolucionaria pero que tienen muy poca experiencia política, soldados marcados por los sufrimientos y privaciones de la guerra, pacifistas que habían combatido con coraje contra la guerra empujados hacia la izquierda por la represión y que veían en el movimiento obrero radical un terreno favorable para sus ideas, artistas e intelectuales portados por los vientos revolucionarios, elementos que toda revolución pone súbitamente en movimiento.
La lucha contra la guerra había incorporado diversas fuerzas a un mismo frente. Al mismo tiempo la represión había llevado a numerosos dirigentes a la cárcel, incluso gran cantidad de obreros miembros experimentados del Partido habían muerto, en cambio había muchos elementos jóvenes y radicalizados pero sin ninguna experiencia organizativa. Eso muestra que la guerra no proporciona obligatoriamente las condiciones más favorables para la construcción del partido. Respecto a la cuestión organizativa había, en el KPD, un ala marxista representada por Rosa Luxemburgo y Leo Jogisches, un ala hostil a la organización que luego dará lugar a la corriente comunista de los consejos, y por último un ala activista representada por K. Liebknecht, vacilante sobre las cuestiones organizativas.
El Congreso iba a dejar patente el abismo existente entre, por un lado, la claridad programática (a pesar de las importantes divergencias existentes) que Rosa Luxemburgo expresa en su discurso sobre el programa, y, por otro lado, las debilidades en lo que a concepciones organizativas se refiere.
Las debilidades en las cuestiones organizativas
De entrada, las cuestiones organizativas solo ocupan una pequeña parte del Congreso de fundación, además en el momento de la discusión varios delegados han abandonado ya la sala. El propio informe al Congreso, redactado por Eberlein, describe las debilidades del KPD sobre esta cuestión. Eberlein, como presentador, comienza por hacer un balance de trabajo realizado hasta entonces por los revolucionarios. «Las antiguas organizaciones eran "asociaciones electorales" (Wahlvereine) tanto por su nombre como por sus actividades. La nueva organización no debe ser un club electoral, sino una organización política de combate. (...) Las organizaciones socialdemócratas son "Wahlvereine". Toda su organización reposa en la preparación y la agitación para las elecciones, en realidad solo había algo de vida en la organización durante los períodos de preparación de las elecciones o durante éstas. El resto del tiempo la organización estaba apagada»[10].
Esta apreciación de la vida política antes de la guerra en el seno del SPD refleja la extinción de la vida política por la gangrena del reformismo. La orientación exclusiva hacia las elecciones parlamentarias vacía de toda vida política a las organizaciones locales. Esta fijación sobre la actividad respecto al parlamento, el cretinismo parlamentario y las ataduras a la democracia burguesa que conlleva, podía provocar la peligrosa ilusión de que el eje esencial del combate del Partido sería su actividad en el Parlamento. Solo a partir del comienzo de la guerra, cuando la fracción parlamentaria en el Reichstag traiciona, se produce la reflexión en numerosas secciones locales.
Sin embargo, durante la guerra «(...) hemos tenido que llevar una actividad ilegal, y a causa de esta actividad ilegal no hemos podido construir una organización sólida» (Eberlein). De hecho, Liebknecht durante el período entre el verano de 1915 y octubre de 1918 o estuvo movilizado en el ejercito o encarcelado para prohibirle la «libre expresión de sus opiniones» e impedirle todo contacto con los demás camaradas. Rosa Luxemburgo estuvo presa durante tres años y cuatro meses; L. Jogisches a partir de 1918. La mayoría de los miembros de la Central formada en 1916 está entre rejas a partir de 1917. Muchos de ellos no saldrán de la cárcel hasta la víspera del estallido de las luchas revolucionarias de finales de 1918. Aunque la burguesía no pudo hacer callar a Spartakus, sí logró asestar un severo golpe a la construcción del partido privando de su dirección a un movimiento organizativamente inacabado. Si bien es cierto que las condiciones de ilegalidad y represión son una traba importante para la formación de un partido revolucionario, eso no debe ocultarnos el hecho de que existía en el seno de las fuerzas revolucionarias una subestimación grave sobre la necesidad de construir una nueva organización que pesaba en muchas partes. Eberlein pone de relieve esta debilidad cuando afirma: «Todos sabéis que somos optimistas porque las próximas semanas y meses nos traerán una situación en la cual las discusiones sobre todo esto serán ya inútiles. Por tanto, dado el poco tiempo de que disponemos, no quiero haceroslo perder (...) Hoy estamos en plena lucha política y, por eso, no podemos perder tiempo en nimiedades sobre los párrafos (...) En estos días, no podemos ni debemos poner el acento en las pequeñas insistencias organizativas. En la medida de lo posible, queremos dejar que tratéis estas cuestiones en vuestras secciones locales en las semanas y meses próximos (...) (Contando con más miembros convencidos) prestos a lanzarse a la acción en los próximos días y que orientan todo su espíritu a la acción en el período próximo, superaremos fácilmente los pequeños problemas organizativos y de forma de organización»[11] .
Naturalmente, todo es urgente, todo es acuciante en la hoguera revolucionaria, el tiempo desempeña un papel esencial. Por eso es deseable, en realidad necesario, que la clarificación de las cuestiones organizativas sean ya adquisiciones previas. Aunque la mayoría de los delegados esperaba en las siguientes semanas la aceleración del combate revolucionario, muchos de ellos que desarrollaban una desconfianza hacia la organización tenían la idea de que los propios acontecimientos convertirían al partido en superfluo.
En el mismo sentido, la declaración de Eberlein no solo muestra impaciencia, sino una subestimación dramática de la cuestión organizativa: «Durante cuatro años no hemos tenido tiempo para pensar en cómo queremos organizarnos. En estos cuatro años pasados hemos debido confrontarnos a acontecimientos nuevos y tomar decisiones en función de ellos, sin preguntarnos si éramos capaces de elaborar unos estatutos organizativos»[12].
Como señala Lenin, es cierto que los Espartaquistas «han cumplido un trabajo sistemático de propaganda revolucionaria en condiciones de lo más difíciles» pero también es cierto que hubo un peligro que no supieron evitar. Una organización revolucionaria no debe «sacrificarse» por su intervención en la clase, es decir que su intervención, por muy necesaria que sea, no debe conducir a la parálisis de las actividades organizativas mismas. Un grupo revolucionario puede, en condiciones tan dramáticas como las de la guerra, intervenir heroica e intensamente. Pero si, en el momento de auge de las luchas, no dispone de un tejido organizativo sólido, todos los sacrificios anteriores de años de intervención se habrán perdido. La construcción de una trama organizativa, la clarificación de la función y del funcionamiento, la elaboración de reglas organizativas (estatutos) son la clave de bóveda del desarrollo, del funcionamiento y de la intervención de la organización en la clase. La intervención en la clase no puede dar realmente sus frutos si se hace en detrimento de la construcción de la organización.
La defensa y la construcción de la organización es una responsabilidad permanente de los revolucionarios tanto en los períodos de reflujo profundo como en los de pleno desarrollo de la lucha de clases.
Al mismo tiempo, un ala del KPD reacciona como gato escaldado por la experiencia vivida en el SPD. El SPD había hecho surgir, en efecto, un aparato burocrático tentacular que permitió a la dirección del Partido, en el proceso de degeneración oportunista, obstaculizar cada vez más las iniciativas locales. Una parte del KPD, por miedo a verse ahogada por la nueva Central, se hace la abanderada del federalismo. Eberlein se suma a ese coro: «En esta forma de organización es necesario que el conjunto de la organización deje la mayor libertad posible a las diversas secciones, que no vengan directrices esquemáticas desde las alturas. (...) También pensamos que hay que abandonar el viejo sistema de subordinación de las organizaciones locales, las diferentes organizaciones de fábrica deben tener una autonomía total. (...) Han de contar con la posibilidad de entrar en acción sin que la central dé las instrucciones»[13].
La aparición de un ala hostil a la centralización, que hará surgir una corriente comunista de consejos, supondrá un retroceso en la historia organizativa del movimiento revolucionario.
Respecto a la prensa es lo mismo: «Pensamos que la cuestión de la prensa tampoco puede relegarse a una instancia central, las organizaciones locales deben poder crear su propio periódico (...). Algunos camaradas nos han atacado (la Central) y les respondemos: "Vosotros sacáis un periódico ¿qué vamos ha hacer con él? Si no podemos utilizarlo, sacaremos nuestro propio periódico”»[14].
Esta falta de confianza en la organización, y sobre todo en la centralización, se ve sobre todo en los antiguos «linksradikale» de Bremen[15]. Partiendo de la comprensión justa de que el KPD no puede ser una simple continuidad, sin ruptura, con el antiguo SPD, empiezan a caer en la tendencia opuesta de negar toda continuidad: «No tenemos ninguna necesidad de bucear en los antiguos estatutos para seleccionar lo que nos seguiría siendo útil»[16].
Estas declaraciones de Eberlein ponen de relieve la heterogeneidad del KPD, recién fundado, sobre la cuestión organizativa.
Respecto a la cuestión organizativa, el ala marxista es minoritaria
Solo el ala que agrupa a Rosa Luxemburgo y L. Jogisches interviene de forma marxista resuelta ante el Congreso. En el polo opuesto directo está el ala de los comunistas de consejos, hostil a la organización, que subestima ampliamente el papel de las organizaciones políticas en la clase y rechaza, sobre todo, la centralización y empuja a instaurar la total autonomía de las secciones locales. Rühle es su representante principal[17]. Otra ala, sin una alternativa clara, se reúne en torno a K. Liebknecht y se caracteriza por su enorme combatividad. Pero para actuar como partido la simple voluntad de luchar es ampliamente insuficiente; en cambio son indispensables la claridad programatica y la solidez organizativa. El ala entorno a Liebknecht orienta sus actividades, casi en exclusiva, a la intervención en la clase. Esto queda patente cuando el 23 de octubre es liberado de la cárcel. A su llegada a Berlín, en la estación de Anhalt, le esperan cerca de 20 000 obreros. Sus primeras actividades son ir a las puertas de las fábricas para hacer agitación entre los obreros. Mientras que en octubre de 1918 sube la temperatura en las filas obreras, la obligación más imperiosa para los revolucionarios no es solo intervenir sino emplear todas sus fuerzas para construir la organización, más aún puesto que los espartaquistas son aún un cuerpo organizativo laxo, sin estructuras sólidas. Esta actitud de Liebknecht se diferencia claramente de la de Lenin. Cuando Lenin llega a la estación de Petrogrado en abril de 1917 y es acogido triunfalmente, ante todo da a conocer sus Tesis de Abril y pone su empeño en que el Partido bolchevique salga de su crisis y se arme con un programa claro llamando a convocar un Congreso extraordinario. Por el contrario, la preocupación principal de Liebknecht no es la organización y su construcción. Por otra parte, parece desarrollar una concepción de la organización en la cual el militante revolucionario ha de ser obligatoriamente un héroe, un individuo preeminente, y no es capaz de ver que una organización proletaria vive, sobre todo, de su fuerza colectiva. En continuidad con esa visión errónea de la organización, su actitud es con frecuencia la de embarcarse en acciones por su cuenta y riesgo. R. Luxemburgo se queja con frecuencia: «Karl va siempre de un lado a otro, corriendo de un mitin obrero a otro, normalmente no viene más que a una reunión de la redacción de Die Rote Fahne; y es casi imposible hacer que asista a las reuniones de la organización». Es la viva imagen del luchador solitario. No logra entender que su principal contribución está en participar al reforzamiento de la organización.
El peso del pasado
La tradición parlamentaria había corroído durante años al SPD. Las ilusiones creadas por el predominio de la actividad parlamentario-reformista fomentaron la idea de que la lucha en el marco del parlamento burgués era el arma principal de la clase obrera, en lugar de considerarla como una herramienta transitoria para aprovechar las contradicciones entre las diferentes fracciones de la clase dominante, corno un medio para obtener del capital concesiones momentáneas. "Adormecido" por el parlamentarismo, el SPD tendía a medir la fuerza de la lucha en función de los votos obtenidos por el Partido en el parlamento burgués. Esta es una de las principales diferencias entre las condiciones de lucha de los bolcheviques y de la Izquierda alemana. Los bolcheviques tienen la experiencia de 1905, intervienen en condiciones de represión e ilegalidad, pero también en el Parlamento ruso, a través de un grupo restringido de diputados, y su centro de gravedad no está en la lucha parlamentaria y sindical. Mientras que el SPD se ha convertido en un potente partido de masas, roído por el oportunismo, el Partido bolchevique es relativamente pequeño y ha resistido mejor el oportunismo, a pesar de las crisis que ha sufrido. No es casual que el ala marxista en materia de organización, con Rosa Luxemburgo y Leo Jogisches, procediera de la parte polaco-lituana del SDKPiL, es decir, de una fracción del movimiento revolucionario que poseía la experiencia directa de las luchas de 1905 y que no se había empantanado en la ciénaga parlamentaria.
La construcción del Partido solo puede lograrse internacionalmente
Finalmente, el Congreso muestra aún otra debilidad del movimiento revolucionario. Mientras que la burguesía alemana cuenta con la ayuda de las burguesías de los países con los que antes estaba en guerra, mientras que el capital se une a nivel internacional para luchar contra la clase obrera revolucionaria (contra el joven poder obrero en Rusia se unen veintiún ejércitos blancos para luchar en la guerra civil), los revolucionarios van a la zaga en lo tocante a su unificación. De un lado, por el peso de las concepciones heredadas de la IIa Internacional. Los partidos de la IIa Internacional están construidos de modo federalista. La concepción federalista desarrolla tendencias centrífugas en la organización, impidiendo plantear la cuestión organizativa a escala internacional y centralizada. El ala izquierda tuvo que combatir separadamente, uno a uno, en los diferentes partidos de la IIa Internacional.
«Esta labor fraccional de Lenin se realiza exclusivamente en el seno del partido ruso, sin tratar de llevarla a escala internacional. Para convencerse de ello basta leer sus intervenciones en los diversos congresos, y podernos afirmar que este trabajo es completamente desconocido fuera de las esferas rusas»[18].
Tanto es así, que K. Radek es el único delegado extranjero que asiste al Congreso de fundación. Y si lo hace es gracias a una buena dosis de maña y de suerte que le permite atravesar la tupida red de controles establecidos por el gobierno del SPD. El Congreso habría tenido un aspecto muy diferente de haber asistido los dirigentes del movimiento revolucionario como Lenin y Trotsky de Rusia, Bordiga de Italia o Gorter y Pannekoek de Holanda.
Hoy podemos y debemos sacar la lección de que no puede haber construcción del partido en un país si los revolucionarios no emprenden esa misma tarea simultáneamente de forma internacional y centralizada.
El paralelismo con la tarea de la clase obrera es muy claro: el comunismo no puede construirse aislado en un solo país. La consecuencia cae por su peso: la construcción del Partido exige que se realice en el plano internacional.
Con el KPD nace un nuevo partido, muy heterogéneo en su composición, dividido en el plano programático y con un ala marxista en materia de organización minoritaria. Está ya muy expandida entre numerosos delegados la desconfianza hacia la organización y, sobre todo, en la centralización. El KPD no cuenta aún con suficiente proyección e influencia en las masas obreras como para marcar el movimiento con su sello.
La experiencia del KPD muestra que hoy el partido debe ser construido sobre un sólido armazón organizativo. La elaboración de los principios organizativos, funcionar de acuerdo con el espíritu de partido, no se logra por decreto, es el resultado de años de práctica basada en esos principios. La construcción de la organización requiere mucho tiempo y mucha perseverancia. Por eso es necesario que los revolucionarios de hoy saquen las lecciones de las debilidades de los revolucionarios en Alemania.
DV
[1] Entre marzo y noviembre de 1918 las perdidas alemanas en el frente Oeste son de cerca de 200 000 muertos, 450 000 prisioneros o
desaparecidos y 860 000 heridos
[2] Tras la detención de K. Liebknecht a principios del verano de 1916, el 4 de junio de 1916 el ala de izquierda de la socialdemocracia celebra una conferencia. Se forma un Comité de acción, compuesto de cinco miembros, Duncker, Meyer, Mehring, entre otros, y presidido por ¡Otto Ruhle!, para reconstruir las relaciones entre los grupos revolucionarios que la represión había roto. El que la centralización y la construcción de la organización, vía presidencia del Comité, se dejara en manos de un camarada como O. Ruhle que ya entonces mostraba ciertas reticencias sobre la importancia de la organización política revolucionaria, demuestra la precaria situación en que se encon-traban los Spartakistas debido a la represión
[3] Lenin, artículo aparecido en Pravda el 11 de octubre de 1918
[4] Die Rothe Fahne, La Bandera Roja, periódico central de la Liga Espartaquista
[5] Rosa Luxemburgo, «El Congreso del Partido de los socialistas independientes», Die Rote Fahne n, 14
[6] K. Liebknecht, «Proceso verbal del Congreso de fundación del KPD».
[7] Rosa Luxemburgo, «La Conferencia nacional de la Liga Spartakus», Die Rote Fahne ny 43, 29 de diciembre de 1918
[8] Rosa Luxemburgo, «Discurso sobre el programa y la situación política», 30 de diciembre de 1918
[9] Lenin, diciembre de 1918, Correspondencia, Tomo 5
[10] Informe de Eberlein sobre la cuestión de la organización para el Congreso de fundación del KPD.
[11] Idem
[12] Ídem
[13] Ídem
[14] Ídem
[15] P. Frolich, miembro durante la guerra de la izquierda de Bremen y elegido para la Central en el Congreso de fundación, pensaba que «... las organizaciones locales deben disponer, para todas sus acciones, del derecho a la total autodeterminación, se trata por tanto del derecho a la autodeterminación para el resto del trabajo del Partido, en el marco del programa y las resoluciones adoptadas en el Congreso» (11 de enero de 1919, Der Kommunist). J. Knief, miembro de la Izquierda de Bremen defiende la siguiente concepción: «Sin negar la necesidad de una Central, los comunistas (de la IKD) exigimos, de acuerdo con la situación actual, la mayor autonomía y libertad de movimientos para las secciones locales y regionales» (Arbeiterpolitik rr 10, 1917)
[16] ídem
[17] J. Borchardt proclama en 1917: «Lo que pretendemos es la abolición de cualquier forma de dirección del movimiento obrero. Para Ilegar al socialismo lo que necesitamos es la democracia pura entre los camaradas, es decir, igualdad de derechos y autonomía, libre arbitrio y medios para la acción personal de cada individuo. No necesitamos jefes, sino únicamente órganos ejecutivos que, en vez de imponer su voluntad a los camaradas, actúen solamente como simples mandatarios de ellos» (Arbeiterpolitik n, 10, 1917).
[18] G. Mammone, Bilan n°24, «La fracción en los partidos socialistas de la II, Internacional».