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Conferencias de Moscú
Los comienzos del debate proletario en Rusia
confirman la perspectiva revolucionaria marxista
Tras el desmoronamiento de los regímenes estalinistas en Europa del Este, se constituyó un «Comité para el estudio del legado de León Trotski» que ha celebrado algunas conferencias en Rusia sobre diferentes aspectos del trabajo de este gran marxista revolucionario. Estudiando sus contribuciones llega a verse claro que el propio Trotski no fue ni el único, ni siquiera el más resuelto representante de la Oposición de Izquierdas «trotskista», sino que existieron otras corrientes de oposición, tanto dentro como fuera de Rusia, situadas mucho más a la izquierda que el propio Trotski. Entre estas destaca, sobre todo, otra corriente diferente dentro de la lucha proletaria contra el estalinismo: la Izquierda comunista, cuyos representantes siguen existiendo hoy.
A petición de miembros rusos del citado Comité, nuestra organización, la Corriente comunista internacional, fue invitada a participar en la conferencia celebrada en Moscú en 1996 destinada a analizar el libro de Trotski La Revolución traicionada. La CCI propuso entonces que también se invitara a otros grupos de la Izquierda comunista, pero éstos o bien no pudieron acudir –como le sucedió al Buró internacional por el partido revolucionario (BIPR)– o bien se negaron a hacerlo, como fue el caso de los «bordiguistas», debido a su arraigado sectarismo. Sin embargo la nuestra no fue la única expresión proletaria en esa Conferencia, como se demuestra en el texto que publicamos más lejos en este mismo número de la Revista Internacional, que fue presentado por un miembro ruso del Comité organizador de la Conferencia y en el que critica la negativa de Trotski a reconocer el carácter capitalista de la Rusia estalinista ([1]).
Un año más tarde, además, la presencia de grupos de la Izquierda comunista en la Conferencia de 1997 dedicada esta vez a Trotski y la revolución de Octubre, quedó enormemente reforzada por la participación, además de la CCI, de otro representante del medio proletario: la Communist Workers Organisation (CWO: Organización obrera comunista) que junto a Battaglia comunista forma el anteriormente mencionado BIPR.
El legado de Trotski y las tareas actuales
Las Conferencias sobre el legado de Trotski han sido una respuesta a acontecimientos de importancia histórica y mundial: el desmoronamiento de los regímenes estalinistas, del bloque del Este (y con ellos de todo el orden de Yalta que sucedió a la IIª Guerra mundial), y de la propia Unión soviética. La burda identificación que quiere hacer la burguesía entre estalinismo y comunismo obliga a las minorías proletarias que tratan de volver a encontrar las posiciones de clase y que rechazan tal identificación, a preguntarse: ¿qué corrientes políticas de la historia del movimiento obrero se opusieron, en nombre del comunismo, a la contrarrevolución estalinista?, y ¿qué parte de este legado puede servir de base a la actividad revolucionaria en nuestros días?.
De los miles de elementos revolucionarios que, a escala internacional, aparecieron impulsados por las luchas obreras masivas en 1968 y después, muchos de ellos desaparecieron sin dejar rastro, precisamente porque no consiguieron arraigarse en las posiciones y las tradiciones del movimiento obrero del pasado, puesto que la mayoría de ellos estuvieron marcados por la impaciencia y por una confianza en la «espontaneidad» de las luchas obreras, en detrimento de un trabajo teórico y de organización a largo plazo. Y si bien las condiciones para el desarrollo de minorías revolucionarias en la fase abierta por los acontecimientos de 1989 son, en muchos aspectos, mucho más difíciles (sobre todo por la falta del estímulo inmediato de las luchas obreras masivas que sí tuvo la generación posterior al 68), el hecho de que estos elementos proletarios se vean hoy abocados a buscar y a arraigarse en las tradiciones revolucionarias del pasado para poder resistir a la campaña burguesa sobre «la muerte del comunismo», abre la perspectiva de un redescubrimiento más amplio y más profundo del gran legado marxista de la Izquierda comunista.
En la propia Rusia, centro y principal víctima de la contrarrevolución estalinista, sólo desde que se produjo el derrumbe del estalinismo ha sido posible el surgimiento de una nueva generación de revolucionarios, casi 30 años después de que ese mismo proceso comenzara en Occidente. Es más, los efectos devastadores a escala mundial de ese medio siglo de larga contrarrevolución (destrucción de los vínculos orgánicos con las generaciones revolucionarias del pasado, enterramiento de la verdadera historia de ese movimiento bajo montañas de cadáveres y de mentiras...) pesan aún con especial dureza en el país de la revolución de Octubre. La actual emergencia de esos elementos proletarios en Rusia confirma, hoy, lo que el resurgimiento de las luchas obreras a finales de los años 60, no sólo en Occidente sino también en Polonia, Rumania, China, e incluso en la propia Rusia, habían mostrado ya: el final de la contrarrevolución estalinista. Pero si allí es especialmente difícil redescubrir la verdadera historia del movimiento obrero, resulta igualmente inevitable que en un país, en el que rara es la familia obrera que no ha perdido algún miembro víctima del terror estalinista, la búsqueda de la verdad histórica sea el punto de partida. Y aunque, desde la «perestroika», la «rehabilitación» de las víctimas del estalinismo se ha convertido en uno de las consignas favoritas de la oposición burguesa y pequeño burguesa disidentes, para los representantes de la clase obrera se plantea una tarea radicalmente diferente: la restauración de la tradición revolucionaria de de los mejores elementos, enemigos acérrimos y víctimas del estalinismo.
No es casualidad, pues, que las primeras tentativas de los revolucionarios por definir y debatir los intereses de su clase, y de establecer contactos con las organizaciones de la Izquierda comunista más allá de sus fronteras, estén relacionados con el legado histórico de la lucha obrera contra el estalinismo, y más particularmente con la herencia de Trotski, ya que entre todos los líderes de la oposición contra la degeneración de la revolución rusa y la Internacional comunista, Trotski es, con mucho, el más conocido. Su papel en la fundación de la IIIª Internacional, en la propia revolución de Octubre, y en la guerra civil ocurrida después, fue tan importante (comparable al del propio Lenin) que ni siquiera en la misma URSS, la burguesía estalinista consiguió borrar su nombre de los libros de historia o de la memoria colectiva del proletariado. Pero resulta también inevitable que el legado de Trotski se convierta en objeto de una confrontación política, entre clases; ya que Trotski, el combativo defensor del marxismo, fue también el fundador de una corriente política que, tras un proceso general de degeneración oportunista, acabó traicionando a la clase obrera al abandonar el internacionalismo proletario de Lenin y participar activamente en la Segunda Guerra mundial imperialista. La corriente trotskista que nació de esa traición se ha convertido en una fracción de la burguesía, con un programa claramente definido (la estatalización) para el capital nacional, con una política internacional burguesa (generalmente de apoyo al «imperialismo soviético» y el bloque del Este), y una tarea específica de sabotaje «radical» de las luchas obreras y de la reflexión marxista en los elementos que nacen del proceso de toma de conciencia del proletariado. No hay una, sino dos herencias de Trotski: el legado proletario del propio Trotski, y la tradición burguesa del «apoyo crítico» al estalinismo.
Los antagonismos en las Conferencias sobre el legado de Trotski
Por ello, desde sus inicios, el Comité Trotski no constituyó una verdadera unidad de intereses y de posiciones, sino que contenía en su interior dos tendencias completamente antagónicas. La primera de ellas es una tendencia burguesa, representada por miembros de las organizaciones trotskistas, así como algunos historiadores que simpatizan con su causa, principalmente procedentes de Occidente, y que buscan implantarse en Rusia, enviando incluso a algunos de sus miembros a vivir allí. Y por mucho que justifiquen su participación en las Conferencias pretendiendo servir la causa de la investigación científica, su verdadera intención es la falsificación de la historia (una «especialidad» del estalinismo, que sin embargo no es exclusiva de éste). Su objetivo es claro: presentar a la Oposición de izquierdas como la única corriente proletaria que se enfrentó al estalinismo, a Trotski como el único representante de la Oposición de izquierdas, y a los trotskistas actuales como los verdaderos herederos del legado de Trotski. Para conseguir tal falsificación se ven obligados a silenciar muchas de las contribuciones que, en la lucha contra el estalinismo, realizó la propia Oposición de izquierdas, incluso algunas de las que hizo el propio Trotski. En definitiva, falsifican el legado del mismísimo Trotski transformándolo, como siempre han hecho los trotskistas burgueses, en un icono inofensivo, un personaje de culto cuyos errores políticos pasan a convertirse en dogmas incuestionables, liquidando el espíritu crítico, la actitud revolucionaria, la lealtad al proletariado que caracterizó el marxismo de Trotski. En una palabra: desvirtuaban a Trotski del mismo modo que los estalinistas desvirtúan a Lenin, de tal manera que Trotski es asesinado dos veces: por los agentes de Stalin en México y por los trotskistas que tratan de liquidar la tradición revolucionaria que representa.
La segunda tendencia que aparece, tanto en el Comité como en las Conferencias, es una tendencia proletaria, opuesta casi desde el principio a estas falsificaciones de los trotskistas. Aunque debido a la contrarrevolución estalinista, esta tendencia no puede partir de posiciones programáticas totalmente definidas, ya muestra su raíz proletaria al interesarse en descubrir completamente, sin tabúes ni componendas, la verdadera historia de la lucha proletaria contra el estalinismo, poniendo encima de la mesa las diferentes aportaciones de esa lucha, para que puedan ser discutidas y criticadas abierta y francamente. Estos elementos insisten, especialmente, en que la tarea de las Conferencias no es la implantación del trotskismo en Rusia, sino examinar críticamente el legado de Trotski, comparándolo con otras contribuciones proletarias. Esta postura proletaria en el Comité, representada en particular por el autor de la contribución que publicamos en esta Revista internacional, encuentra dos bases de apoyo: una, la de jóvenes elementos anarcosindicalistas que se han volcado en un proceso de investigación del legado no sólo del anarquismo sino también de la Izquierda comunista; por otro lado la de algunos historiadores rusos que, aunque actualmente no estén comprometidos en actividad política alguna, siguen siendo leales a las mejores tradiciones de fidelidad al objetivo de la búsqueda de la verdad histórica. Es muy significativo que estos historiadores vean algunas de las maniobras de los trotskistas para silenciar, tanto en el Comité como en las Conferencias, las voces de los revolucionarios, como una reedición del mismo tipo de «presiones» estalinistas que ellos sufrieron antes en la URSS.
Es evidente que sabotear los primeros pasos de la clarificación proletaria en Rusia, y establecer una presencia trotskista allí para impedir una verdadera reapropiación de las lecciones de la lucha proletaria en ese país, es un objetivo muy importante para la burguesía. Para el trotskismo (y para la izquierda del capital en general), que durante décadas defendió a la URSS aún cuando su presencia y su prensa estuvieran allí prohibidas, implantarse en Rusia e impedir un verdadero debate en el proletariado es indispensable para mantener su imagen de genuinos y únicos herederos de la Revolución de Octubre ([2]).
Durante la perestroika, el PC estalinista empezó a permitir el acceso a los archivos históricos de Rusia. Esta medida, parte de la política de Gorbachov para ganarse a la opinión pública en su lucha contra las resistencias de la burocracia estatal a sus «reformas», se reveló en seguida como un síntoma de la pérdida de control y de la descomposición general del régimen estalinista. Tan pronto Yeltsin se hizo con el poder, reinstauró una política mucho más restrictiva de acceso a los archivos del Estado, en particular los concernientes a la Izquierda comunista y los de la oposición situada más a la izquierda de Trotski. Es lógico, pues aunque el gobierno de Yeltsin haya reintroducido la propiedad privada capitalista, junto a la ya existente propiedad estatal capitalista, ha entendido mucho mejor que Gorbachov, que todo cuestionamiento de sus predecesores (de Stalin a Brezhnev), y toda reivindicación de la lucha proletaria contra el Estado de la URSS, sólo puede conducir a minar su propia autoridad.
Por otro lado, hay sectores de la actual burguesía rusa que quieren explotar la imagen iconizada y falsificada por la burguesía de Trotski, como una especie de apoyo «crítico» a una Nomenklatura escasamente democratizada, con objeto de lavar su propia imagen. De ahí la presencia en la conferencia de disidentes del Partido estalinista, e incluso de un ex miembro del Comité Central de Zuganov. Y ¡qué curioso! a diferencia de la rabia que los trotskistas manifestaron contra la Izquierda comunista, la presencia de esos estalinistas, herederos de los asesinos de Trotski, no les molestó lo más mínimo.
La Conferencia de 1996 sobre el texto La Revolución traicionada
Este célebre estudio de Trotski sobre la naturaleza de la URSS bajo Stalin, en el que afirmó que «algunas conquistas de la Revolución de Octubre» aún existían en 1936, fue explotado por los trotskistas en la Conferencia de 1996 para «demostrar» que un «Estado obrero degenerado» con «elementos de economía socialista» existió allí ¡hasta los años 90!.
A mediados de los años 30, y a pesar del aplastamiento del proletariado alemán en 1933, Trotski fue incapaz de comprender que el período histórico era de derrota y contrarrevolución. Por el contrario, sobreestimó la fuerza de la oposición obrera rusa, tanto dentro como fuera del PC estalinizado, y creyó que la revolución mundial había comenzado ya y que reinstauraría el poder de la Oposición en el partido. El último párrafo de su libro señala: «En la península Ibérica, en Francia, en Bélgica, se está decidiendo el futuro de la Unión Soviética», y concluía que únicamente la victoria de la revolución en esos países podría entonces «salvar al primer estado obrero para el futuro socialista». Sin embargo, aunque los acontecimientos de España, Francia y Bélgica acabaron en una completa victoria de la contrarrevolución y en la movilización del proletariado de Europa Occidental para la Guerra mundial imperialista; aunque esta guerra y el terror que la precedió causaron la liquidación física definitiva de los últimos reductos de la oposición obrera organizada en Rusia y la total victoria de la contrarrevolución, no sólo en Rusia sino también en China y en el conjunto de Europa del Este, los trotskistas actuales convierten los errores de Trotski en un dogma religioso, de tal manera que la presunta «restauración del capitalismo» por parte de Yeltsin habría terminado por confirmar completamente las predicciones del «profeta Trotski».
Contra esta canonización burguesa de los errores de Trotski, la declaración de la CCI citó el comienzo de La Revolución traicionada, en la que Trotski afirmaba: «No hay necesidad de discutir con los refinados economistas burgueses: el socialismo ha demostrado que es capaz de vencer, y lo ha hecho no desde las páginas de El Capital, sino en un escenario económico que abarca una sexta parte del planeta; no a través del lenguaje de la dialéctica, sino a través del lenguaje del hierro, el cemento y la electricidad». Si tal cosa hubiera sido cierta, la desintegración de las economías estalinistas debería llevarnos a admitir la superioridad del capitalismo sobre el «socialismo», una conclusión que agradaría sobremanera a la burguesía mundial. De hecho, hacia el final de sus días, desesperado y atrapado por su errónea definición de la URSS, el propio Trotski empezó a tomar en consideración la hipótesis del «fracaso histórico del socialismo».
No es casualidad que una parte muy importante de la argumentación contenida en La Revolución traicionada esté destinada a tratar de negar que la Rusia de Stalin fuera capitalismo de Estado, una posición ésta, que defendían con cada vez más claridad no sólo desde las filas de la Izquierda comunista, sino desde dentro de la propia Oposición de izquierdas, tanto en Rusia como fuera de ella. La contribución del compañero G de Moscú, que aquí reproducimos, es una refutación fundamentada, desde una posición marxista revolucionaria, de la tesis de Trotski sobre la naturaleza de la URSS. Esta contribución no sólo demuestra el carácter capitalista de Estado de la Rusia estalinista, sino que también permite ver las principales debilidades de Trotski en su comprensión de la degeneración del Octubre rojo. Trotski esperaba que la contrarrevolución procediera del campesinado, y por ello veía en los bujarinistas (y no en los estalinistas) el principal peligro en los años 20. De ahí que considerara, en un primer momento, la ruptura de Stalin con Bujarin, como un movimiento hacia una política revolucionaria. Sin embargo no veía lo que, de verdad, era el principal instrumento de la contrarrevolución desde «dentro»: el propio Estado «soviético» que había aniquilado los consejos obreros. De hecho tal debilidad ya había quedado de manifiesto en el debate de Trotski con Lenin a propósito de la cuestión sindical. Mientras éste defendía el derecho de los trabajadores a luchar contra «su propio Estado», aquél lo negaba. Mientras Trotski mantenía una fe ciega en el «Estado obrero» Lenin señaló, ya en 1921, que ese Estado también representaba a otras clases antagónicas con el proletariado y que estaba «deformado burocráticamente». A esto debemos añadir otra importante incomprensión de Trotski: su creencia en las «conquistas económicas» y la posibilidad de que supusieran, como mínimo, un principio de transformación socialista en un sólo país, lo que, sin duda, contribuyó a preparar el camino a la traición del trotskismo que apoyó al imperialismo ruso en la IIª Guerra mundial.
Este debate no tenía nada de académico, ya que en la Conferencia los trotskistas llamaban a defender las «conquistas socialistas que aún persisten» en lucha contra el «capitalismo privado», una lucha que, según ellos, aún no está del todo resuelta. A través de este llamamiento lo que los trotskistas pretenden es que los obreros rusos se dejen la vida defendiendo los intereses de la parte de la Nomenklatura estalinista que ha salido perdiendo con el desplome de su régimen. Otro tanto sucede cuando presentan las guerras en la antigua Yugoslavia como instrumentos de la «restauración del capitalismo» en ese país. Con ello tratan de ocultar el carácter imperialista de ese conflicto, y por tanto llaman a los trabajadores a que apoyen al bando que se autoproclama «anticapitalista» (generalmente la fracción serbia prorusa que, a su vez, es apoyada por los imperialismos francés e inglés). En el foro abierto con el que se clausuró la Conferencia, la CCI intervino para denunciar el carácter imperialista de la URSS, de las guerras de Yugoslavia y Chechenia, y de la izquierda del Capital. Pero no fuimos la única voz que se alzó en defensa del internacionalismo proletario. Uno de los jóvenes anarquistas rusos intervino igualmente en primer lugar denunciando las maniobras de la rama rusa de la «Tendencia militante» trotskista y su colaboración con formaciones no sólo de izquierdas sino también de derechas; pero, sobre todo, este compañero denunció el carácter imperialista de la IIª Guerra mundial y de la participación de Rusia en ella, en la que probablemente haya sido la primera –y por ende histórica– declaración pública internacionalista de este tipo, por parte de una nueva generación de revolucionarios en Rusia.
La Conferencia de 1997 a propósito de Trotski y la Revolución de Octubre
Esta Conferencia estuvo fundamentalmente marcada por una confrontación mucho más abierta entre el trotskismo y la Izquierda comunista. La presencia de ésta resultó enormemente reforzada por la asistencia y la combativa intervención de la CWO, como también por una nueva contribución del compañero G que no sólo recordaba la existencia en Rusia de formaciones de la Izquierda comunista (como el Grupo obrero comunista de Gabriel Miasnikov) que se opusieron, mucho antes y mucho más resueltamente que Trotski, a la degeneración estalinista; sino que también demostró, basándose en una documentada investigación histórica, la existencia en el seno de la propia Oposición de Izquierdas de un amplio malestar e incluso una hostilidad abierta frente a la timidez y las vacilaciones políticas de Trotski en un momento en el que, en realidad, se trataba de llamar a una revolución social que derribara a la burguesía estalinista.
La CWO y la CCI recordaron cómo la Internacional comunista había sido, esencialmente, fundada por los bolcheviques y la Izquierda comunista para extender la revolución mundial; cómo los miembros más conocidos de la Izquierda comunista holandesa (Pannekoek y Gorter) recibieron por parte de Lenin y Trotski el encargo de formar, en Amsterdam, el Buró de la Internacional para Europa Occidental; y cómo los principales partidos comunistas fueron fundados por comunistas de izquierda: el KPD por los espartaquistas y la izquierda de Bremen; el partido italiano por los camaradas en torno a Bordiga... Es más, la Comintern fue fundada, en 1919, basándose en las posiciones de la Izquierda comunista.
El Manifiesto del Congreso de fundación, escrito por Trotski, es la expresión más clara de esto que decimos, puesto que muestra cómo, en la época del decadente capitalismo de Estado, los sindicatos, la lucha parlamentaria, la liberación nacional y la defensa de la democracia burguesa ya no tienen sentido; que la Socialdemocracia se había convertido en el ala izquierda de la burguesía. Y si, contrariamente a la Izquierda comunista, Lenin y Trotski no siguieron fieles a esas posiciones, se debió, fundamentalmente, a que se enredaron en la defensa de los intereses del Estado de transición que surgió en Rusia después de 1917. Esto explica que la Izquierda comunista sea la verdadera defensora del gran legado revolucionario de Lenin y Trotski desde 1905 y 1917, como quedó totalmente demostrado cuando, ante la IIª Guerra mundial, la Izquierda comunista siguió siendo fiel a los postulados internacionalistas de Lenin, mientras que el trotskismo traicionaba al proletariado.
La CWO y la CCI defendieron la gigantesca contribución de Rosa Luxemburgo al marxismo, en contra de lo señalado por el neotrotskista británico Hillil Tiktin, el cual para tratar de desalentar a los militantes rusos de un estudio de los trabajos de aquella, se atrevió a decir que Luxemburg había muerto «porque carecía de concepción sobre el partido», como si ella misma fuera «culpable» de su asesinato por la contrarrevolución socialdemócrata ([3]).
Esta Conferencia dejó claro, sobre todo a los compañeros rusos, cómo el trotskismo es incapaz de tolerar la voz del proletariado. Durante la Conferencia trataron, repetidamente, de impedir las presentaciones y las intervenciones de la CWO y de la CCI. Después de la Conferencia pretendieron excluir a los «enemigos del trotskismo» de futuros encuentros, así como que se expulsara del Buró de organización de la Conferencia, a todos los miembros rusos que defendieran la participación de corrientes políticas no trotskistas en las Conferencias. Ya antes habían saboteado la publicación, en ruso, de las contribuciones de la CCI a la Conferencia de 1996, con el pretexto de que «carecían de interés científico».
Perspectivas
Es preciso insitir en la importancia internacional e histórica de este lento y difícil desarrollo de las posiciones de clase en el país de la revolución de Octubre. Es evidente que el desarrollo de ese proceso de clarificación tropieza con enormes obstáculos y peligros. Como consecuencia, sobre todo, del más de medio siglo de contrarrevolución estalinista que se ha sentido allí con especial virulencia, pero también de la manifestación extrema de la crisis capitalista que allí se vive, los elementos proletarios en búsqueda en Rusia, son aún inexpertos, se encuentran todavía aislados, y siguen privados de gran parte de la verdadera historia del proletariado y del movimiento marxista. Se enfrentan, además, a enormes dificultades materiales, con los consiguientes peligros de impaciencia y de desmoralización. A todo ello debe añadirse la certeza de que la izquierda del capital va a tratar, con todas sus fuerzas, de sabotear ese proceso, por el peligro que para ellos representa.
La verdadera tarea de los revolucionarios en la Rusia de hoy, tras décadas de la más terrible contrarrevolución que haya conocido la historia –que no sólo ha aniquilado dos generaciones de revolucionarios proletarios, sino que les ha «robado» la historia de su propia clase–, es la de una clarificación política. El desarrollo de una perspectiva revolucionaria para el proletariado, sólo puede concebirse actualmente como una tarea muy difícil y a largo plazo. El proletariado no precisa revolucionarios que desaparezcan enseguida, sino organizaciones capaces de desarrollar un trabajo y una perspectiva históricos. Por ello incumbe a los revolucionarios, desarrollar, sobre todo, un máximo de claridad y firmeza en la defensa de las posiciones proletarias y las verdaderas tradiciones de la clase obrera.
La CCI se compromete a seguir apoyando todos los esfuerzos que vayan en esa dirección. En particular animamos a los camaradas rusos a que estudien las contribuciones de la Izquierda comunista, que ellos mismos ya reconocen como una genuina e importante expresión de la lucha histórica de nuestra clase.
En nuestra opinión, el tipo de Conferencias que se ha desarrollado hasta ahora, ha sido un momento importante para el debate y la confrontación; pero ya han producido un proceso de neta decantación, de manera que ya no es posible continuar esa clarificación en presencia del tipo de sabotaje y de falsificaciones que hemos visto por parte de los trotskistas. Creemos, sin embargo, que ese proceso de clarificación puede y debe continuar y que sólo puede llevarse a cabo en un marco internacional.
Ese proceso beneficiará no sólo a los revolucionarios en Rusia sino al conjunto del proletariado. El texto que publicamos a continuación es una clara demostración de la riqueza de tales contribuciones ([4]).
Kr
[1] Ver artículo siguiente en esta Revista: «La clase no identificada: la burocracia soviética según León Trotski».
[2] Así vimos al trotskista francés Krivine llegar a Moscú con un equipo de Arte –el canal francoalemán de TV–, y acudir a muy pocas sesiones de la Conferencia, lo justo para salir en pantalla.
[3] Los trotskistas (como los estalinistas) mienten. Que la revolución alemana fracasara porque Rosa Luxemburg, supuestamente, hubiese subestimado la necesidad del partido o no se hubiese preocupado por formarlo a tiempo, no fue la posición de Trotski, quien en cambio, sí dio una explicación marxista a la tardanza y la debilidad de la vanguardia política alemana de aquel entonces:
«La Historia muestra al mundo, de nuevo, una de sus contradicciones dialécticas: como la clase obrera alemana ha dedicado gran parte de sus energías, en el período anterior, a construcción de una organización independiente, destacando por ello en la IIª Internacional tanto el partido como el aparato sindical; y precisamente a causa de ello, en una nueva época, en el momento de su transición a la fase de lucha abierta por el poder, la clase obrera alemana manifiesta encontrarse en una posición muy vulnerable en el terreno organizativo» (Trotsky, «Una revolución progresiva», en Los cinco primeros años de la Internacional Comunista, traducido del inglés por nosotros).
La verdad es que el trabajo de fracción desarrollado por Luxemburgo y la Liga Spartacus dentro del partido alemán, para enfrentarse a la traición de sus dirigentes y para preparar el futuro partido de clase, es uno de los combates más encarnizados y tenaces por el partido de clase que se hayan visto en la Historia, y se sitúa, también, en la mejor tradición del trabajo de fracción de Lenin.
[4] Estamos de acuerdo, en líneas generales, con el análisis y los argumentos principales desarrollados en ese texto. Hay cosas, sin embargo, que no compartimos. Nos parece falsa, por ejemplo, la idea de que la clase obrera, en Rusia a principios de los años 1990, haya contribuido activamente en la abolición de la propiedad nacionalizada de la propiedad y del aparato estatal «comunista». En manera alguna, la clase obrera, como clase, ha sido agente de los cambios que han afectado a los países «socialistas» en esos años. El que una mayoría de obreros, víctimas de las ilusiones democráticas, se haya dejado llevar tras los objetivos de la fracción «liberal» de la burguesía contra la fracción estalinista no significa en absoluto que fuera la clase obrera la que actuara. Las guerras imperialistas han alistado a decenas de miles de obreros. Eso no significa, sin embargo, que la clase obrera haya contribuido activamente en las matanzas. Cuando se manifestó como clase, en 1917 en Rusia y en 1918 en Alemania, por ejemplo, lo hizo para luchar contra la guerra y ponerle fin. Dicho lo cual, a pesar de alguna que otra formulación discutible, este texto es excelente y como tal lo saludamos.