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Crisis económica
De la crisis de los «países emergentes» asiáticos
al nuevo descalabro de la economía mundial
Publicamos más adelante el informe sobre la crisis adoptado en el XIIº Congreso de la CCI. Este informe fue redactado en enero de 1997 y su discusión en toda nuestra organización sirvió para adoptar en dicho Congreso la Resolución sobre la situación internacional que nuestros lectores han podido leer en el nº 90 de esta Revista. Desde que se redactaron esos documentos, el desarrollo de la crisis económica del capital ha quedado dramáticamente ilustrada por los sobresaltos financieros que han afectado primero a los ya no tan fieros «dragones» asiáticos a partir de 1997, para acabar por extenderse a todas las plazas financieras del mundo, desde América Latina hasta la Europa del Este, desde Brasil a Rusia, pasando por las grandes potencias industriales, Estados Unidos, Europa occidental y, sobre todo, Japón.
La teoría marxista contra las mentiras y la ceguera de los economistas burgueses
Esos dos documentos son capaces de anunciar la crisis abierta de los países asiáticos y, sobre todo, explicar sus razones fundamentales. No vamos ahora a ponernos a darnos autobombo porque se haya realizado, y de qué manera, lo que habíamos previsto en un tiempo tan corto. El que esas previsiones se hayan realizado tan rápidamente no es lo más importante. Aunque se hubieran verificado más tarde, la validez del análisis seguiría siendo la misma.
Es también, a nuestro parecer, secundario el hecho de que esas previsiones se hayan confirmado exactamente en los países asiáticos, pues lo único que estos expresan es la tendencia general que había quedado tan patente en México en 1994-95 o ahora mismo en Brasil o Rusia. Lo que importa es subrayar la verificación, tarde o temprano, de una tendencia que únicamente el marxismo es capaz de entender y de prever. Sea cual sea la zona o la rapidez de su concreción, viene a confirmar la validez, la seriedad y la superioridad de la teoría marxista sobre todas las sandeces, a menudo incomprensibles y siempre parciales y contradictorias, que nos sirven los economistas, los periodistas especializados, y los políticos de la burguesía.
Para cualquiera que se distancie un poco de los temas sucesivos de propaganda desarrollados por los medios, ya sea para ocultar la realidad del atolladero económico ya sea para tranquilizar a la gente ante las crisis abiertas, se quedará asombrado de la multitud de explicaciones diversas y contradictorias que da la burguesía a la evolución económica catastrófica desde finales de los años 60, o sea desde el final del período de reconstrucción de después de la Segunda Guerra mundial.
¿Qué queda de las explicaciones de la crisis, cuyas causas sería «la excesiva rigidez del sistema monetario»? ([1]) ahora que la anarquía en los tipos de cambio se ha convertido en factor de la inestabilidad económica mundial? ¿Qué queda de las tonterías sobre las «crisis petroleras»? ([2]) ahora que el precio del petróleo se ahoga en la sobreproducción? ¿Qué se hizo de los discursos sobre el «liberalismo» y los «milagros de la economía de mercado» ([3]) cuando el hundimiento económico está ocurriendo en medio de la guerra comercial más salvaje por un mercado mundial que se encoge a gran velocidad? ¿De qué sirven las explicaciones basadas en el descubrimiento tardío de «los peligros del endeudamiento» cuando ese endeudamiento suicida era el único medio de prolongar la supervivencia de una economía agonizante? ([4])
En cambio, el marxismo ha mantenido durante todos estos años, y ante cada nueva manifestación de la crisis, la misma explicación desarrollándola y precisándola cuando era necesario. Esa explicación sigue siendo la del «Informe» que publicamos más adelante. Ha sido retomada, defendida, desarrollada y precisada en la prensa revolucionaria y especialmente en nuestras publicaciones. La explicación marxista es histórica, continua y coherente.
«El sistema burgués se ha vuelto demasiado limitado para contener las riquezas creadas en su seno (...) Cada crisis destruye regularmente no sólo una masa de productos ya creados, sino además una gran parte de las propias fuerzas productivas existentes. Una epidemia que en cualquier otra época hubiese parecido absurda se abate sobre la sociedad, – la epidemia de la sobreproducción. (...) ¿Cómo podrá la burguesía superar esas crisis? Por un lado destruyendo por la violencia una masa de fuerzas productivas; por otro conquistando nuevos mercados y explotando más a fondo los antiguos. ¿Y en qué acaba todo eso? En la prepararación de crisis más generales y más espectaculares y en la disminución de los medios para prevenirlas.» ([5])
Esas características y esas tendencias definidas por Marx y Engels se han verificado a lo largo de la historia del capitalismo. Y se han reforzado incluso en el período de decadencia. Este período significa que se han acabado los «nuevos» mercados y se han agotado los antiguos. Característica dominante del capitalismo a lo largo del siglo XX, la tendencia a la destrucción masiva se ha ido agravando constantemente, y en especial durante las guerras mundiales. Durante este siglo se ha podido observar que el crédito se ha convertido en «El medio específico de hacer estallar (...) la contradicción entre la capacidad de extensión, la tendencia a la expansión de la producción por un lado y, por el otro, la capacidad limitada de consumo». Pero, para preparar «las crisis más generales y espectaculares» anunciadas por el Manifiesto, el crédito «en su calidad de factor de producción [contribuye] a provocar la sobreproducción; y como factor de intercambio, no hace, durante la crisis, sino colaborar en la destrucción radical de las fuerzas productivas que él mismo ha puesto en marcha» ([6]).
La caída de las Bolsas y de las monedas con la bancarrota de los países asiáticos ilustran a la vez el callejón sin salida del capitalismo –que se plasma en la sobreproducción mencionada en el Manifiesto y por el uso ilimitado del crédito– y la sima sin fin de la catástrofe económica y social en la que está cayendo el planeta entero. Confirma lo que afirmamos sobre la incapacidad, si no es la nulidad más completa, de los propagandistas y economistas burgueses. Confirma lo que afirmamos sobre la clarividencia y la validez del método marxista de análisis y de comprensión de la realidad social, sobre la crisis irreversible e insoluble del modo de producción capitalista. Baste con unas cuantas citas para ilustrar nuestro desprecio sin remisión por los charlatanes del capitalismo:
¿Tailandia? «Un Eldorado...un mercado en efervescencia» ([7]), ¿Malasia? «Un éxito insolente» ([8]), «una verdadera locomotora [que] pronto formará parte de las quince primeras potencias económicas mundiales» ([9]); el país proyecta «convertirse, como Singapur, en paraíso high tech» ([10]); «explosiva Malasia de amplias, muy amplias, miras (...) la plaza asiática más feliz» ([11]). «El milagro asiático no ha terminado» insiste, en febrero de 1997, un... experto ([12]).
Podríamos haber ido a buscar otras «perlas» del estilo y todavía más sabrosas. Son incontables y todas con el mismo sentido: negar u ocultar la realidad irreversible de la crisis. Podría pensarse que ya no volvería otro Bush a prometernos «la era de paz y prosperidad» que iba a traernos la caída del bloque del Este; que ya no volvería a haber otro Chirac que nos anunciara la «salida del túnel» como así lo hizo en... ¡1976! No, sigue existiendo evidentemente la legión de consoladores que nos aseguran que «la base de la economía sigue siendo buena» (Clinton) y que «la corrección [la caída de las Bolsas mundiales] es saludable» según Greenspan (presidente de la Reserva Federal Americana) o, también según éste último, que «las perturbaciones recientes en los mercados financieros podrían traer beneficios a largo plazo para la economía americana» y que «esto no es el fin del boom del crecimiento en Asia» ([13]). Sin embargo, este último empezaba a corregir sus propósitos optimistas quince días más tarde ante la evidencia de los hechos y la multiplicación de las bajas y de las quiebras, especialmente las que afectan a Corea del Sur y a Japón: «la crisis asiática tendrá consecuencias nada desdeñables». Aunque es cierto que las declaraciones que se hacen en lo más álgido de la caída de los mercados bursátiles tienen el objetivo inmediato de tranquilizarlos y evitar el pánico, eso no quita de que también pongan de manifiesto la ceguera y la impotencia de sus autores.
¡Qué mejor desmentido que la bancarrota asiática a todas las afirmaciones triunfantes sobre el modo de producción capitalista! ¡Qué mejor desmentido a las estruendosas declaraciones sobre el éxito de esos tan traidos y llevados «países emergentes»! ¡Qué mejor mentís a los supuestos méritos de la sumisión, de la disciplina, del sentido de sacrificio en aras de la economía nacional, de los salarios bajos y de la «flexibilidad» de la clase obrera de esos países como fuente de prosperidad y de éxito para todos!
La bancarrota asiática, producto de la crisis histórica
del modo de producción capitalista
Desde el mes de julio, los «tigres» y los «dragones» asiáticos se han ido hundiendo. El 27 de octubre, en una semana, la Bolsa de Hongkong había perdido 18%, la de Kuala Lumpur (Malasia) 12,9%, la de Singapur 11,5%, la de Manila (Filipinas) 9,9 %, la de Bangkok (Tailandia) 6 %, Yakarta (Indonesia) 5,8 %, Seúl (Corea) 2,4 %, Tokio 0,6 %. Desde hace un año, y siguiendo ese mismo orden de países, las caídas han sido: 22 %, 44%, 26,9 %, 41,4 %, 41 %, 23 %, 18,5 %, 12% ([14]). Desde entonces y por ahora, la caída sigue.
De inmediato, Wall Street y las Bolsas europeas, en contra de las declaraciones calmantes sobre la ausencia de repercusiones para la economía mundial, sufren un violento crash. Sólo la intervención de gobiernos y de bancos centrales y el reglamento bursátil (cortes automáticos de las cotizaciones cuando éstas bajan demasiado rápido) han permitido atajar el pánico. En cambio, los países sudamericanos veían espantados cómo también a ellos se les hundían las Bolsas y cómo eran atacadas sus monedas. Las peores inquietudes se centraban en Brasil. El mismo fenómeno se ha verificado también en los países europeos del antiguo bloque del Este, «países emergentes» también: Budapest bajaba un 16 %, Varsovia 20 %, Moscú 40 %. También aquí, como en Asia y Latinoamérica, la caída bursátil ha venido acompañada de debilitamiento de la moneda local.
«Los expertos temen que Europa del Este conozca una crisis financiera como la de Asia [lo cual sería] una de las amenazas principales contra la recuperación de las economías de la Unión Europea» ([15]). Los medios presentan las cosas como si el peligro de recesión viniera de la periferia. En realidad, la recesión golpea al capitalismo entero desde hace ya una década: «Pues, dejando de lado la euforia mundializante, es sin duda el estancamiento lo que, desde el crash de 1987, define mejor la situación de todas las regiones del planeta» (15). En realidad, la quiebra del capitalismo no tiene su origen en los países de la periferia, sino en el modo de producción mismo. El epicentro de la crisis está en los países centrales del capitalismo, en los países industrializados. Al final del período de reconstrucción de la posguerra mundial, a finales de los años 60, fueron los grandes centros industriales del mundo los afectados por el retorno de la crisis abierta. La burguesía utilizó entonces a fondo el endeudamiento interno y externo para crear artificialmente los mercados que le faltaban. A partir de los años 70 se asistió a una explosión de la deuda que desembocaría primero en la quiebra de los países sudamericanos y después en el desmoronamiento de los países de capitalismo de Estado de tipo estalinista de Europa del Este. Les toca ahora a los países asiáticos. La quiebra y la recesión, repelidos en un primer tiempo hacia la peri-feria del capitalismo, vuelven ahora con fuerza multiplicada hacia los países centrales cuando ya éstos han abusado del mecanismo de la deuda: los Estados Unidos están superendeudados y ningún país de Europa logra respetar de verdad los criterios de Maastricht.
Las cosas se están, pues, acelerando en esta crisis financiera. Le toca ahora, y con qué brutalidad, a Corea del Sur, undécima potencia económica mundial. Su sistema bancario está en quiebra total. Los cierres de bancos y empresas se multiplican y los despidos se cuentan ya por miles. Y eso sólo es el principio. La segunda potencia económica mundial, Japón, «se ha vuelto el país débil de la economía mundial» ([16]). También en este país empiezan los cierres de empresa y los despidos se disparan. ¿Dónde quedan aquellas declaraciones triunfales y definitivas sobre los «modelos» coreano y japonés?
¿Y qué es de las lamentables explicaciones frente a la multiplicación de los hundimientos bursátiles desde el verano?. Primero, la burguesía intentó explicarnos que el hundimiento de Tailandia era un fenómeno local... lo cual quedó desmentido por los hechos ; que era una crisis de crecimiento para los países asiáticos; que se trataba de un saneamiento necesario de la burbuja especulativa sin incidencia alguna sobre la economía real... afirmación inmediatamente desmentida por la quiebra de cantidad de establecimientos financieros fuertemente endeudados, por el cierre de decenas de empresas tan endeudadas como aquéllos, por la adopción de planes drásticos de austeridad que anuncian recesión, despidos y mayor empobrecimiento de la población.
El endeudamiento generalizado del capitalismo
¿Cuáles son los mecanismos de base de esos fenómenos? La economía mundial, especialmente durante las dos últimas décadas, funciona basada en el endeudamiento, en la deuda masiva. Especialmente, el desarrollo de las llamadas economías emergentes del Sureste asiático, al igual que las suramericanas o las de Europa del Este, se basan sobre todo en las inversiones de capitales extranjeros. Por ejemplo, Corea tiene una deuda de 160 mil millones de dólares cuya mitad deberá rembolsar en 1998 ahora que su moneda se ha hundido en un 20 %. O sea que esa enorme deuda nunca será reembolsada. Vamos a dejar de lado aquí el estado de la deuda de los países asiáticos –deudas gigantescas al igual que las de los demás «países emergentes» del mundo, con unas cantidades que ya no significan nada– y cuyas monedas tienden a la baja respecto del dólar. En su mayoría, tampoco serán reembolsadas esas deudas nunca. Esas deudas, púdicamente llamadas «dudosas», se han perdido para los países industrializados, lo cual agrava todavía más... su propia montaña de deudas ([17]).
¿Qué respuesta da la burguesía a sus quiebras colosales que corren el riesgo de provocar la bancarrota brutal y total del sistema financiero mundial a causa del endeudamiento general? Pues, ¡más deudas todavía! El FMI, el Banco mundial, los bancos centrales de los países más ricos se han puesto a escote para prestar 57 mil millones de dólares a Corea después de haber entregado 17 mil millones a Tailandia y 23 a Indonesia. Y estos nuevos préstamos se añaden a los anteriores «y ya se perfila el riesgo de hundimiento del sistema bancario japonés, acribillado de créditos dudosos, cuando no irrecuperables; y, entre éstos, los 300 mil millones de $ de préstamos otorgados a diez países del Sureste asiático y a Hong Kong. Y si Japón cede, serán Estados Unidos y Europa quienes se encontrarán en primera línea de fuego» ([18]).
En efecto, Japón está en el centro de la crisis financiera. Posee enormes deudas no reembolsables cuyo monto es más o menos equivalente –300 mil millones de $– al de sus activos en bonos del Tesoro estadounidense. Al mismo tiempo, la agravación del déficit del Estado, en estos últimos años, ha incrementado su endeudamiento general. Ni que decir tiene que, a pesar de la «política keynesiana» empleada, o sea el incremento de la deuda pública, la economía japonesa no ha conocido el más mínimo relanzamiento. En cambio, sí que se han multiplicado las quiebras de grandes instituciones financieras, ampliamente endeudadas. Para evitar una bancarrota total de tipo coreano, el Estado japonés ha echado mano de la cartera... agravando todavía más su déficit y su deuda. Y si Japón se encuentra escaso de dinero fresco –que es lo que está pasando– la burguesía mundial se inquieta y empieza a ceder al pánico: «El primer acreedor del planeta, el que financia sin contar desde hace años el déficit de la balanza de pagos norteamericana, ¿podrá seguir desempeñando ese papel con una economía enferma, corroída por deudas podridas y un sistema financiero exsangüe? La película de terror sería que las instituciones financieras niponas se pusieran a retirar en masa sus activos en obligaciones americanas» ([19]). Se cerraría entonces el grifo de la financiación de la economía estadounidense, o sea una brutal recesión abierta. La crisis económica repelida hacia la periferia del capitalismo en los años 70 con el uso masivo del crédito regresa ahora a golpear a los países centrales. Y lo peor de estos golpes está por llegar.
Es difícil decir hoy si esos préstamos suplementarios van a calmar la tempestad, dejando para más tarde la quiebra general, o si ha llegado la hora de saldar cuentas. En el momento en que escribimos esto, parece cada vez menos probable que los 57 mil millones de $ reunidos por el FMI para Corea sean suficientes para atajar la desbandada. Los gritos de socorro son tan fuertes que los fondos del FMI, recientemente incrementados por las grandes potencias, son ya insuficientes y esa institución ya está pensando seriamente en... ¡pedir préstamos! Sin embargo, independientemente de la salida puntual de esta crisis financiera, la tendencia sigue siendo la misma, una tendencia que se refuerza con la crisis económica misma. En el mejor de los casos se pospone el problema y las consecuencias serán todavía peores.
La crisis del capitalismo es irreversible
El incremento ilimitado del crédito es la ilustración de la saturación de los mercados: la actividad económica se mantiene basada en la deuda, o sea en un mercado creado artificialmente. Hoy, la trampa estalla. La saturación del mercado mundial ha impedido a esos «países emergentes» vender todo lo que necesitarían vender. La crisis actual va a hacer caer las ventas todavía más y agravar la guerra comercial. Una idea nos la dan las presiones estadounidenses sobre Japón para que no deje caer el yen y abra su mercado interior, y las condiciones impuestas a Corea por el FMI (al igual que a los demás países «ayudados»). La quiebra de Asia y la recesión que va a afectar a todos esos países, así como su mayor agresividad comercial, van a afectar a todos los países desarrollados que ya están calculando la caída del crecimiento que van a sufrir.
En eso también, la burguesía se ve finalmente obligada a reconocer los hechos e incluso, a veces, levantar un poco el velo con que tapa la realidad –en este caso, la de la saturación de los mercados– que el marxismo ha puesto de relieve sin tregua: «El Wall Steet Journal ha señalado, en agosto último, que numerosos sectores industriales estaban desde ahora enfrentados a un riesgo olvidado desde hace mucho tiempo: demasiada producción potencial y pocos compradores» cuando «según un artículo publicado el primero de octubre en el New York Times, la sobreproducción acecha hoy no sólo a América, sino al mundo entero. El “global gut” (la saturación global) sería incluso el origen profundo de la crisis asiática» ([20]).
Recurrir al crédito generalizado frente a la sobreproducción y la saturación de los mercados, lo único que consigue es posponer sus límites en el tiempo, volviéndose a su vez factor agravante de los mercados, como así lo ha explicado la teoría marxista. Incluso en el caso de que los créditos otorgados por el FMI, (sin comparación con los que otorgaba antes: más de 100 mil millones de $ en total hasta hoy) bastasen para calmar las cosas, la factura seguirá sin pagar, aumentada encima por esos nuevos préstamos. El callejón económico del capitalismo sigue sin salida. Y las consecuencias para la humanidad serán catastróficas. Ya antes de esta crisis, que va a echar a otros millones suplementarios de obreros al paro, a la miseria, a agravar más todavía las condiciones de vida de millones de individuos, la Organización internacional del trabajo (OIT) señalaba que «el desempleo afectará a cerca de mil millones de personas en el mundo, o sea casi la tercera parte de la población activa» ([21]). Ya antes de esta crisis, la UNICEF afirmaba que cuarenta mil niños mueren de hambre cada día en el mundo. El atolladero económico, político e histórico del modo de producción capitalista hace cada día más infernal la vida cotidiana de millones de personas, un infierno de explotación, de miseria, de hambrunas, de guerras y matanzas, de descomposición social. Los últimos hechos van a acelerar la caída en la barbarie en todos los continentes, en todos los países, ricos o pobres.
Esos acontecimientos dramáticos anuncian una agravación brutal de las condiciones de vida de la población mundial. Significan deterioro todavía más cruel de la situación ya miserable de la clase obrera, tenga ésta o no tenga trabajo, sea de países pobres, de Latinoamérica, del Este de Europa o de Asia, o sea de los países industrializados, de los batallones centrales del proletariado mundial, de Japón, de Norteamérica o de Europa occidental. La catástrofe que se está verificando ante nosotros y cuyos efectos están justo empezando a manifestarse en despidos masivos en varios países, entre ellos Corea y Japón, incita a una respuesta por parte del proletariado. El proletariado mundial deberá recordar los «modelos» japonés y coreano, citados como ejemplo durante más de una década para justificar los ataques contra sus condiciones de vida y de trabajo, y echarle a la cara de la clase dominante y de sus Estados: los sacrificios y la sumisión no llevan a la prosperidad sino a más sacrificios y más miseria todavía. Al único sitio adonde el mundo capitalista lleva a la humanidad es al desastre. Le incumbe al proletariado dar la respuesta mediante la lucha masiva y unificada contra los sacrificios y contra la existencia misma del capitalismo.
RL, 7 de diciembre de 1997
[1] Cuando Nixon decidió dejar que flotara el dólar en 1971.
[2] Como causa de la crisis en los años 70.
[3] Tema de moda en los años 80 bajo la dirección de Reagan y Thatcher.
[4] Revista internacional nº 69, marzo de 1992.
[5] Manifiesto de Partido comunista, 1848.
[6] Rosa Luxemburg, Reforma social o revolución, 1898.
[7] Investir (Francia) 3/02/97.
[8] Les Echos (Francia) 14/04/97.
[9] Usine nouvelle (Francia) 2/05/97.
[10] Far Eastern Economic Review (GB), 24/10/96.
[11] Wall Street Journal (USA), 12/07/96.
[12] «De Jardine Felming Investment Management» (Option Finance, nº 437), citados por le Monde diplomatique, 30/10/97.
[13] International Herald Tribune, 30/10/97.
[14] Cifras de Courrier international, 30/10/97.
[15] Le Monde, 14/11/97.
[16] Le Monde diplomatique, 12/95.
[17] Sobre el endeudamiento de los países industrializados, ver Revista Internacional nos 76, 77, 87.
[18] Le Monde diplomatique, 12/97.
[19] Le Monde, 26/11/97.16.
[20] Le Monde, 11/11/97.
[21] Le Monde diplomatique, 12/95.