Berlín, 1948 - En 1948, el puente aéreo de Berlín oculta los crímenes del imperialismo «aliado»

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En varias ocasiones hemos denunciado en nuestra prensa las matanzas de las «grandes democracias» y hemos puesto de relieve la responsabilidad tanto de los «aliados» como la de los «nazis» en el holocausto (Revista internacional, nos 66 y 89).

Al contrario de lo que proclama la propaganda engañosa de la burguesía –repitiendo sin descanso que la Segunda Guerra mundial fue une combate entre las «fuerzas del bien» «democráticas y humanistas», en contra del «mal absoluto» nazi y totalitario–, aquélla no fue sino en enfrentamiento sangriento entre intereses imperialistas rivales y antagónicos tan bárbaros y asesinos unos como otros.

En cuanto se acabó la guerra y fue vencida Alemania, fueron las tendencias naturales del capitalismo decadente y las nuevas rivalidades imperialistas entre «aliados» las que impusieron hambruna y terror a las poblaciones europeas, y en primer lugar a la población alemana. Y contrariamente a lo que pretende hoy la propaganda de las burguesías occidentales, tal política no se debió únicamente al estalinismo.

El episodio del puente aéreo a Berlín en 1948 fue una aceleración brutal de los antagonismos imperialistas que surgieron entre los bloques que se constituyeron entre la Rusia estalinista por un lado y Estados Unidos por el otro. Y significó un cambio en la política de éstos respecto a Alemania. Muy lejos de ser la expresión de su humanismo, el puente aéreo de los occidentales a Berlín no fue sino la de su contraofensiva ante las aspiraciones imperialistas rusas. De paso, les permitió ocultar la política de terror, de hambruna organizada, de deportaciones masivas y detenciones en campos de trabajo que impusieron a la población alemana en la posguerra.

No es de extrañar si los vencedores demócratas de la Segunda Guerra mundial –las burguesías norteamericana, británica y francesa–, se han aprovechado de la oportunidad y celebran el cincuenta aniversario del puente aéreo de Berlín que empezó el 26 de junio de 1948. Según la propaganda actual, este acontecimiento no solo demostró el supuesto humanismo de las grandes democracias occidentales y su compasión hacia una nación destruida, sino que dio además la señal de la resistencia contra las amenazas del totalitarismo ruso. Durante más de un año, más de 2,3 millones de toneladas de abastecimientos de socorro fueron transportados por 277 728 vuelos americanos y británicos a Berlín Oeste aislado por el bloqueo del imperialismo ruso. Según la prensa y los políticos, esta misma «pasión» por la paz, la libertad y la dignidad humana que se manifestó supuestamente en esa situación histórica, ¡seguiría hoy animando el corazón de los imperialismos occidentales!.

¡Nada puede ser tan ajeno a la verdad histórica!. Basta para convencerse de ello con analizar la historia de estos pasados cincuenta años, que multiplican las pruebas de su barbarie sanguinaria, o el mismo episodio del puente aéreo a Berlín y su significado real. En realidad, el puente aéreo no fue esencialmente sino un cambio en la política imperialista norteamericana: contrariamente a lo que se decidió en la conferencia de Postdam en 1945, Alemania ya no tenía que ser desindustrializada y transformada en país agrícola sino ser reconstruida y servir de baluarte, contra el bloque del Este, al bloque imperialista occidental nuevamente constituido. Nada tiene que ver la compasión con semejante cambio de política por parte del imperialismo occidental. Al contrario, lo que motivó esta orientación no fue sino la presión creciente de la hegemonía rusa que amenazaba con extenderse hacia Europa del Oeste, tras el marasmo económico y político que reinaba en dicha Europa tras las matanzas y destrucciones masivas de la Segunda Guerra mundial. Así es como el puente aéreo, al dar de comer a gran parte de la población hambrienta, sirvió de propaganda para hacerle olvidar la miseria negra de los años anteriores y aceptar la nueva orientación a las poblaciones alemanas y europeas occidentales que iban a ser rehenes de la guerra fría en gestación. Gracias a estos vuelos «humanitarios» de abastecimiento sobre Berlín, tres grupos de bombarderos norteamericanos B-29 pudieron ser basados en Europa, colocando a su alcance los objetivos rusos...

Sin embargo, la celebración del puente aéreo ha sido este año relativamente discreta, a pesar de la visita especial a Berlín del presidente norteamericano Clinton. Una de las explicaciones posibles de la discreción de la campaña en torno a este particular aniversario está en que una celebración más ruidosa hubiese planteado preguntas embarazosas sobre la verdadera política de los Aliados, en particular occidentales, con respecto al proletariado alemán durante e inmediatamente tras la Segunda Guerra mundial. Esas preguntas hubiesen podido revelar la enorme hipocresía de las «democracias», tanto como sus propios «crímenes contra la humanidad». También hubiese permitido hacer resaltar las posiciones de la Izquierda comunista, quien fue la primera en denunciar y sigue denunciando todas las manifestaciones de la barbarie del capitalismo decadente, sea democrática como estalinista o fascista.

Ha demostrado a menudo la CCI ([1]), junto con las demás tendencias de la Izquierda comunista, hasta qué punto los crímenes del imperialismo aliado durante la Segunda Guerra mundial no eran menos odiosos que los de los imperialismos fascistas. Fueron el fruto del capitalismo a cierto nivel de su declive histórico. Basta con considerar los bombardeos masivos de las principales ciudades alemanas o japonesas a finales de la guerra para saber lo que es en realidad el filantropismo de los aliados: una patraña gigantesca. Los bombardeos de todos los centros de alta densidad de población en Alemania no sirvieron para destruir objetivos militares, ni siquiera económicos. La dislocación de la economía alemana a finales de la guerra no fue llevada a cabo por esos bombardeos, sino por la destrucción del sistema de transportes ([2]). En realidad, semejantes bombardeos no tenían como objetivo específico más que diezmar y aterrorizar a la clase obrera e impedir que un movimiento revolucionario se desarrollase a partir del caos de la derrota, como así había ocurrido en 1918.

Sin embargo, 1945, «año cero», no fue el final de la pesadilla: «La conferencia de Postdam de 1945 y los acuerdos interaliados de marzo de 1946 formularon las decisiones concretas (...) de reducir las capacidades industriales alemanas hasta un nivel bajo, y de dar a la agricultura una mayor prioridad. Para eliminar toda capacidad de hacer una guerra a la economía alemana, se decidió prohibir totalmente la producción por Alemania de productos estratégicos tales como aluminio, caucho y benceno sintéticos. Además, Alemania estaba en la obligación de reducir sus capacidades siderúrgicas hasta un 50 % del nivel de 1929, y el equipamiento superfluo debía ser desmontado y transportado a los países vencedores, tanto del Este como del Oeste» ([3]).

No resulta muy difícil imaginarse cuáles fueron las decisiones concretas tomadas con respecto al bienestar de la población: «Tras la capitulación de mayo del 45, escuelas y universidades estaban cerradas, como también lo estaban las emisoras de radio, los periódicos, la Cruz roja nacional y Correos. También fue despojada Alemania de gran cantidad de su carbón, de sus territorios en el Este (que constituían 25 % de sus tierras cultivables), de sus patentes industriales, bosques, reservas de oro y de la mayor parte de su fuerza de trabajo. Los Aliados saquearon y destruyeron fábricas, oficinas, laboratorios y talleres (...). A partir del 8 de mayo, fecha de la capitulación al Oeste, los prisioneros alemanes e italianos en Canadá, Estados Unidos y Reino Unido, que hasta entonces eran alimentados en conformidad con la Convención de Ginebra, fueron de golpe sometidos a raciones muy reducidas. (...) Se impidió a las agencias de socorro internacionales mandar comida desde el extranjero; los trenes de la Cruz roja cargados de comida fueron reexpedidos a Suiza; se les negó a todos los gobiernos el permiso de mandar sustentos a los civiles alemanes; se redujo brutalmente la producción de abono; y, especialmente en la zona francesa, se confiscaron los alimentos. La flota pesquera se quedó en puerto, cuando la gente se estaba muriendo de hambre» ([4]).

Las potencias ocupantes rusa, británica, francesa y norteamericana transformaron efectivamente a Alemania en un enorme campo de la muerte. Las democracias occidentales capturaron al 73 % de todos los prisioneros de guerra alemanes en sus zonas de ocupación. Murieron muchos más Alemanes tras la guerra que durante las batallas, bombardeos masivos y campos de concentración de la guerra. Como resultado de la política del imperialismo aliado, entre 1945 y 1950 perecieron entre nueve y trece millones. Semejante genocidio tuvo tres fuentes principales:

  • primero entre los 13,3 millones de Alemanes de origen que fueron expulsados de las regiones orientales de Alemania, de Polonia, Checoslovaquia, Hungría, etc., según los Acuerdos de Postdam; esta depuración étnica fue tan inhumana que no llegaron a destino –tras las nuevas fronteras alemanas de la posguerra–, más que 7,3 millones de ellos; los demás desaparecieron en las peores circunstancias;
  • luego, entre los prisioneros de guerra alemanes que murieron debido al hambre y a las enfermedades en los campos aliados: entre 1,5 y 2 millones;
  • por fin, entre la población en general que no tenía para sobrevivir más que raciones de 1000 calorías cotidianas, lo que no garantizaba sino una larga hambruna y epidemias –más de 5,7 millones murieron de enfermedades.

El número preciso de semejante barbarie sigue siendo un secreto de los imperialismos «democráticos». La propia burguesía alemana sigue escondiendo hoy en día hechos que sólo pueden ser descubiertos por investigaciones independientes, y que ponen de relieve las incoherencias de las cifras oficiales. Por ejemplo, se calcula el número de civiles muertos en aquel entonces, entre otros medios, partiendo de la enorme carencia de población registrada por el censo en Alemania en 1950. Sin embargo el papel de las democracias occidentales durante esta oleada de exterminación se aclaró tras el hundimiento del imperio «soviético» y el acceso a los archivos rusos. Gran parte de las atrocidades de que acusaban a la URSS en la propaganda de los occidentales se deben en realidad a éstos mismos. Por ejemplo, se constata que la mayor parte de los prisioneros de guerra murieron en los campos de las potencias occidentales. Los fallecimientos o no se registraban o se escondían en otras secciones. La dimensión de la matanza no tiene que sorprender si consideramos las condiciones de detención: abandonados sin comida ni techo, su número incrementado sin parar por los enfermos expulsados de los hospitales, hasta ocurrió que los ametrallasen por gusto; el simple hecho por parte de la población civil de darles de comer fue decretado «delito de muerte».

La amplitud de la hambruna en la población civil, de la cual 7,5 millones estaba sin techo tras la guerra, puede ser calculada partiendo de las raciones concedidas por los ocupantes occidentales. En la zona francesa, la de peores condiciones, la ración oficial en 1947 era de 450 calorías cotidianas, o sea la mitad de la que sufrían los detenidos del infame campo de concentración de Belsen.

La burguesía occidental sigue presentando aquel período como un periodo de reajuste para la población alemana, tras los horrores inevitables de la Segunda Guerra mundial, al ser las privaciones la consecuencia natural del desbarajuste de la posguerra. El argumento de la burguesía es que, de todos modos, la población alemana se merecía semejante trato por haber empezado la guerra y como castigo por los crímenes de guerra del régimen nazi. Este argumento asqueroso es particularmente hipócrita por muchas razones. La primera es que la destrucción total del imperialismo alemán ya era un objetivo de guerra para los Aliados antes de que se decidiera utilizar la «gran coartada» de Auschwitz para justificarla. El segundo es que los que fueron directamente responsables de la subida al poder del nacionalsocialismo y de sus ambiciones imperialistas –los grandes capitalistas alemanes– salieron relativamente indemnes de la guerra y de sus consecuencias. A pesar de que varias personalidades fueron ajusticiadas tras el juicio de Nuremberg, la mayoría de funcionarios y patrones de la era nazi ocupó puestos en el nuevo Estado instalado por los Aliados ([5]). Los proletarios alemanes, los que más sufrieron la política de los Aliados en la posguerra, no tenían la menor responsabilidad en la instalación del régimen nazi, sino que, al contrario, habían sido sus primeras víctimas.

Las burguesías aliadas, que ya habían ayudado a la represión de Hitler contra la clase obrera en 1933, castigaron a ésta además durante y tras la guerra no por vengarse de Hitler, sino para exorcizar el espectro de la revolución alemana que los obsesionaba desde la primera posguerra.

Cuando se alcanzó ese objetivo criminal y cuando el imperialismo norteamericano se dio cuenta de que el agotamiento de Europa tras la guerra hacía correr el riesgo de una dominación del imperialismo ruso en todo el continente, se modificó entonces la política elaborada en Potsdam.

La reconstrucción de Europa del Oeste necesitaba la resurrección de la economía alemana. Entonces la riqueza de Estados Unidos, aumentada además por el saqueo de Alemania, pudo ser canalizada por el plan Marshall para ayudar a reconstruir el bastión europeo de lo que acabaría siendo el bloque del Oeste. El puente aéreo de Berlín en 1948 fue el símbolo de este cambio de estrategia.

Bajo sus formas fascista o estalinista, los crímenes del imperialismo son bien conocidos. Cuando lo sean para la clase obrera los del imperialismo democrático, entonces será más claramente evidente para el proletariado la posibilidad de su misión histórica.

No hay por qué extrañarse si la burguesía quiere asimilar fraudulentamente la denuncia hecha por la Izquierda comunista sobre este tema con las mentiras de la ultraderecha y de los «negacionistas».

La burguesía quiere esconder que el genocidio, lejos de ser una excepción aberrante provocada por locos satánicos, es hoy en día la regla general de la historia del capitalismo decadente.

Como


[1] Revista internacional n° 83, «Hiroshima y Nagasaki o las mentiras de la burguesía»; Revista internacional no 88, «El antifascismo justifica la barbarie»; Revista internacional no 89, «La corresponsabilidad de los aliados como de los nazis en el Holocausto».

[2] Según The strategic air war against Germany 1939-45, the official report of the British bombing survey unit, que acaba de ser publicado.

[3] Herman Van der Wee, Prosperity and upheaval, Pelican 1987.

[4] James Bacque, Crimes and mercies, the fate of German civilians under allied occupation 1945-50, Warner Books.

[5] Vease Tom Bower, Blind eye to murder.

 

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