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1. De los 15 países que integran la Unión europea, 13 tienen hoy gobiernos socialdemócratas o gobiernos en los cuales los socialdemócratas participan (España e Irlanda son las únicas excepciones). Esta realidad ha sido objeto obviamente de análisis tanto por parte de periodistas de la burguesía como por algunos grupos revolucionarios. Así, para un «especialista» francés en política internacional como Alexandre Adler, «las izquierdas europeas tienen al menos un objetivo común: la preservación del Estado providencia, la defensa de una seguridad común europea» (Courrier international, n° 417). De igual modo, le Prolétaire de finales de octubre dedicó un artículo a este tema, arguyendo correctamente que la preponderancia actual de la socialdemocracia en la mayoría de los países corresponde a una política internacional deliberada y coordinada de la burguesía contra la clase obrera. Sin embargo, ambos, tanto en los comentarios de la burguesía como en el artículo de Le Prolétaire, es imposible ver lo específico de esta política comparada con la de periodos anteriores desde finales de los 60.
Se trata de un problema de comprensión de las causas de un fenómeno político que estamos presenciando a escala europea, e incluso a escala mundial (con los demócratas a la cabeza del ejecutivo en Estados Unidos). Dicho esto, aún antes de ir a las causas, tenemos que responder a una pregunta: ¿Podemos decir que el innegable hecho de que los partidos socialdemócratas tengan una posición hegemónica en casi todos los países de Europa occidental es el resultado de un fenómeno general con causas comunes para todos los países o es más bien una convergencia circunstancial de una serie de situaciones específicas y particulares en cada país?
2. El marxismo se diferencia del método empírico en que no saca sus conclusiones sólo de los hechos observados en un momento dado, sino que interpreta e integra estos hechos en una visión global e histórica de la realidad social. Dicho esto, como método vivo que es, el marxismo examina permanentemente esa realidad, y nunca teme criticar los análisis que ha elaborado previamente:
– ya sea porque se hayan revelado erróneos (el método marxista nunca se ha pretendido infalible);
– ya porque han surgido nuevas condiciones históricas, que hacen caducos los análisis anteriores.
De ninguna manera debe verse al método marxista como un dogma inmutable al cual la realidad tendría que sujetarse. Tal concepción del marxismo es la de los bordiguistas (o del FOR, el cual negaba la realidad de la crisis porque no correspondía a sus esquemas). No es el método que la CCI ha heredado de Bilan y el conjunto de la Izquierda comunista. Aunque el método marxista evita a toda costa el limitarse a los hechos inmediatos y rechaza supeditarse a las «evidencias» cacareadas por los ideólogos de la clase dominante, está siempre obligado, sin embargo, a tener en cuenta los hechos. Ante el fenómeno de la presencia masiva de la izquierda a la cabeza de los países de Europa, podemos obviamente encontrar dentro de cada país razones específicas que favorecen esa disposición particular de las fuerzas políticas. Por ejemplo, hemos atribuido el retorno de la izquierda al gobierno en Francia en 1997 a la extrema debilidad política y a las divisiones dentro de la derecha. Similarmente, vimos que las consideraciones de política exterior desempeñaron un papel importante en la formación del gobierno de izquierda en Italia (contra el «polo» de Berlusconi favorable a una alianza con Estados Unidos) o en el Reino Unido (donde los conservadores estaban profundamente divididos con respecto a la Unión europea y a Estados Unidos).
Sin embargo, tratar de derivar la situación política actual en Europa de la simple suma de situaciones particulares en diferentes países sería un ejercicio estéril contrario al espíritu marxista. De hecho, en el método marxista, ciertas circunstancias cuantitativas llegan a transformarse en una nueva cualidad.
Cuando consideramos que nunca, desde que se unieron al campo burgués, han estado tantos partidos de izquierda en el gobierno de manera simultánea (aún si todos ellos han estado en un tiempo u otro), cuando vemos también que en países tan importantes como Inglaterra y Alemania (donde la burguesía usualmente posee un fuerte control sobre su aparato político) la izquierda ha sido deliberadamente colocada en el gobierno por la burguesía, tenemos que considerar que esto es una nueva «cualidad», la cual no puede ser reducida a una mera superposición de «casos particulares» ([1]).
Y no razonamos otra manera cuando pusimos de relieve el fenómeno de la «izquierda en la oposición» a finales de los 70. Así, el texto adoptado por el IIIer congreso de la CCI, que proporcionaba el marco para nuestro análisis de la izquierda en la oposición, empezaba tomando en cuenta el hecho de que, en la mayoría de los países de Europa, la izquierda había sido separada del poder:
«Basta con observar muy rápidamente la situación para ver que... la llegada de la izquierda al poder no sólo no se ha verificado, sino que la izquierda ha sido en los últimos años sistemáticamente separada del poder en la mayoría de la países de Europa. Baste citar a Portugal, Italia, España, los países escandinavos, Francia, Bélgica, Inglaterra así como a Israel, para darse cuenta de ello. Existen prácticamente sólo dos países en Europa donde la izquierda permanece todavía en el poder: Alemania y Austria» («En la oposición como en el gobierno la “izquierda” contra los trabajadores», Revista internacional nº 18).
3. En los análisis de la causas de la llegada de la izquierda al gobierno en este o aquél país europeo, tenemos que tomar en cuenta algunos factores específicos (por ejemplo, en el caso de Francia, la extrema debilidad de «la derecha más estúpida del mundo», como se suele decir en ese país). Sin embargo, es vital que los revolucionarios sean capaces de dar una respuesta global a un fenómeno global, para dar una respuesta lo más completa posible. Eso fue lo que la CCI hizo en 1979, en su IIIer congreso, con respecto a la izquierda en la oposición y la mejor manera de realizar este trabajo es recordar con qué método analizamos ese fenómeno en aquel tiempo:
«Con la aparición de la crisis y los primeros signos de la lucha obrera, la “izquierda en el poder” fue la respuesta más adecuada del capitalismo en esos primeros años (…) de igual modo que una izquierda, presentándose como candidata al gobernar, realizaba efectivamente la tarea de contener, desmovilizar y paralizar al proletariado con todas sus mistificaciones sobre el “cambio” y el electoralismo.
La izquierda se tenía que mantener en esa posición, y lo hizo, durante el mayor tiempo posible, para cumplir esa función. No se trata, pues, por nuestra parte, de que hubiéramos cometido algún error en el pasado, sino de algo diferente y más sustancial que ha ocurrido en el alineamiento de las fuerzas políticas de la burguesía. Cometeríamos un serio error si no reconociéramos ese cambio a tiempo y continuáramos repitiendo el peligro de la “izquierda en el poder”. Antes de continuar el examen de por qué este cambio ha tenido lugar y lo que significa, debemos insistir particularmente en que no estamos hablando de un fenómeno circunstancial, limitado a este o aquél país, sino a un fenómeno general, válido a corto plazo y posiblemente a medio plazo para todos los países del mundo occidental.
Tras haber cumplido efectivamente su tarea de desmovilizar a los trabajadores durante estos años pasados, la izquierda, en el poder o encaminándose hacia el poder, no puede seguir cumpliendo esa tarea sino es colocándose en la oposición. Existen muchas razones para ese cambio, tenemos las condiciones específicas de varios países, pero estas son razones secundarias. Las principales razones son el debilitamiento de las mistificaciones de la izquierda, de la izquierda en el poder, y la gradual desilusión de las masas trabajadoras. La reciente reanudación y radicalización de la lucha obrera lo confirman.
Recordemos los tres criterios que hacíamos en análisis y discusiones anteriores como condiciones para la llegada de la izquierda al poder:
1. La necesidad de fortalecer las medidas de capitalismo de Estado,
2. Una integración más estrecha dentro del bloque imperialista occidental sometido al capital estadounidense;
3. encuadramiento efectivo de la clase obrera e inmovilización de sus luchas.
La izquierda reunía esas tres condiciones con más eficacia, y Estados Unidos, líder del bloque, apoyaron su llegada al poder, aunque con evidentes reservas hacia los PC (...) Pero mientras que Estados Unidos mantenían su desconfianza hacia los PC, daban, en cambio, su apoyo total al mantenimiento o al acceso de los socialistas al poder, allí donde era posible...
Volvamos a los criterios sobre la izquierda en el poder. Cuando los examinamos más de cerca, podemos ver que aunque la izquierda los cumple muy bien, no son todos patrimonio exclusivo de la izquierda. Los dos primeros, las medidas de capitalismo de Estado y la integración a un bloque, pueden ser cumplidos fácilmente, si la situación lo requiere, por otras fuerzas políticas de la burguesía: partidos de centro e incluso de derechas ([2]) (...) En cambio, el tercer criterio, el encuadramiento de la lucha obrera, es propiedad exclusiva de la izquierda, es su función específica, su razón de ser.
La izquierda no puede cumplir su función solamente, ni siquiera generalmente, cuando está en el poder... En regla general, la participación de la izquierda en el poder es absolutamente necesaria en dos situaciones precisas:
1. en la Unión sagrada para desviar a los trabajadores hacia la defensa nacional en la preparación directa de la guerra,
2. y en una situación revolucionaria para frenar el movimiento hacia la revolución.
Fuera de estas dos situaciones extremas cuando la izquierda no puede evitar exponerse abiertamente como defensor incondicional del régimen burgués enfrentándose directamente por la violencia a la clase obrera, debe tratar siempre de evitar que aparezca su verdadera identidad, su función capitalista, y mantener la mistificación de que su política está destinada a defender los intereses de la clase obrera (...) Así, aún si la izquierda como cualquier otro partido burgués aspira «legítimamente» al gobierno, hay que hacer notar una importante diferencia entre estos partidos y los demás de la burguesía en cuanto a su participación en el poder. Esto se debe a que aquellos partidos se proclaman partidos “obreros” y por ello están obligados a presentarse con caretas y fraseología “anticapitalistas”, como lobos disfrazados de corderitos. Su estancia en el poder los lleva en una situación ambivalente, más difícil que para la mayoría de los partidos francamente burgueses. Un partido abiertamente burgués hace en el poder lo que abiertamente dice que va a hacer: la defensa del capital, y no se desprestigia al hacer políticas antiobreras. Es exactamente el mismo en la oposición que en el gobierno. Es muy diferente para los partidos de izquierda, pues deben tener una fraseología obrera y una práctica capitalista, un lenguaje en oposición y una práctica opuesta cuando están en el gobierno (...)
Después de una explosión de descontento social y convulsiones que habían sorprendido a la burguesía, y que pudieron ser neutralizadas mediante la “izquierda en el poder”, la profundización de la crisis, las ilusiones en la izquierda empezaron a debilitarse, la lucha de clases empezó a reavivarse. Llegó a ser necesario para la izquierda estar en la oposición y radicalizar su fraseología, para ser capaz de controlar el resurgir de la lucha. Obviamente esto no podía ser algo absoluto y definitivo, pero hoy por hoy y para el futuro inmediato es un fenómeno general» ([3]) (idem).
4. El texto de 1979 como podemos comprobar, nos recuerda que es necesario examinar el fenómeno del desarrollo de las fuerzas políticas a la cabeza del Estado burgués desde tres ángulos diferentes:
– la necesidad de la burguesía de enfrentar la crisis económica,
– las imperativos imperialistas de cada burguesía nacional,
– la política hacia el proletariado.
También ese texto afirmaba que este último aspecto es, en última instancia, el más importante en el periodo histórico abierto por el resurgir proletario a finales de los 60.
En nuestros esfuerzos por entender la situación actual, la CCI tomó este factor en cuenta en enero de 1990, en el momento del desmoronamiento del bloque del Este y el retroceso en la conciencia que provocó en la clase obrera: «esto es por lo que, en particular, tenemos que adaptar los análisis de la CCI de la izquierda en la oposición. Esta fue una carta necesaria de la burguesía a finales de los 70 y durante los 80 debido a la dinámica general de la clase hacia el incremento de los combates y del desarrollo de la conciencia, y su creciente rechazo de las mistificaciones democráticas, electorales y sindicales (...) Por el contrario, el presente reflujo de la clase significa que por un tiempo esta estrategia no será una prioridad para la burguesía» (Revista internacional nº 61).
Sin embargo, lo que en esa época fue visto como una posibilidad está hoy imponiéndose como una regla casi general (aún más general que la de izquierda en la oposición durante los 80). Tras haber visto la posibilidad del fenómeno, es importante entender sus causas, teniendo en cuenta los tres factores mencionados arriba.
5. La búsqueda de las causas de la hegemonía de la izquierda en Europa debe estar basada en una consideración de las características específicas del periodo actual. Este trabajo se ha hecho en los tres informes sobre la situación internacional presentado al Congreso, y este no es el lugar para volver a los detalles. Sin embargo, es importante comparar la situación actual con la de los 70 cuando la izquierda jugó la baza de la izquierda en el gobierno o en dirección al gobierno.
En el plano económico, los años 70 fueron los primeros años de la crisis abierta del capitalismo. De hecho, fue principalmente después de la recesión de 1974 cuando la burguesía llegó a ser consciente de la gravedad de la situación. Sin embargo, a pesar de la violencia de las convulsiones de aquel periodo, la clase dominante todavía se agarraba a la ilusión de que podía haber una solución. Atribuyendo sus dificultades al alza de los precios del petróleo posterior a la guerra de Yom Kippur en 1973, esperaba superar los problemas mediante la estabilización de los precios del crudo e instalando nuevas fuentes de energía. También contaba con un relanzamiento alimentado con créditos considerables (los «petrodólares») otorgados a los países del Tercer mundo. Finalmente imaginó que las nuevas medidas de capitalismo de Estado de tipo neokeynesiano permitirían estabilizar los mecanismos de la economía en cada país.
En el plano de los conflictos imperialistas, hubo una agravación, debido en gran parte a un desarrollo de la crisis económica, aún si esa agravación fue menor que la ocurrida a principios de los 80. La necesidad de una disciplina mayor dentro de cada bloque fue un elemento importante en la política burguesa (así en un país como Francia, la subida al poder de Giscard d’Estaing en 1974 puso fin a las veleidades de «independencia», típicas del periodo gaullista).
En el plano de la lucha de clases, este periodo se caracterizó por la muy fuerte combatividad que se desarrolló en todos los países, tras la oleada de mayo 68 en Francia y el «mayo rampante» en Italia de 1969; una combatividad que inicialmente había tomado por sorpresa a la burguesía.
En esos tres aspectos, la situación hoy es muy diferente de la que fue en los 70. En el plano económico, la burguesía ha perdido, en gran parte, sus ilusiones sobre la «salida» de la crisis. A pesar de las campañas del periodo reciente sobre los beneficios de la «globalización», ya no pretende retornar a los «treinta gloriosos» años del período de reconstrucción, aunque todavía espere limitar los estragos de la crisis. E incluso esta última esperanza ha quedado severamente minada desde el verano de 1997 con el hundimiento de los «dragones» y «tigres» de Asia, seguido por la caída de Rusia y Brasil en 1998.
En lo que a conflictos imperialistas se refiere, la situación se ha alterado radicalmente: hoy ya no existen bloques imperialistas. Sin embargo, los enfrentamientos militares no han sido superados. Al contrario se han agudizado, multiplicado, acercándose cada vez más a los países centrales, especialmente las metrópolis de Europa occidental. También han estado marcados por una tendencia a la cada vez mayor participación directa de las grandes potencias, mientras que, en los años 70, en cambio, hubo cierto rechazo por parte de las grandes potencias a participar directamente, particularmente Estados Unidos, que se retiraba de Vietnam.
En el plano de las luchas obreras, el período actual está marcado por el retroceso de la combatividad y de la conciencia provocado por los acontecimientos de finales de los 80 (desmoronamiento del bloque del Este y de los regímenes «socialistas») y principios de los 90 (guerra en el Golfo, guerra en Yugoslavia etc.), aunque sí están apareciendo tendencias al resurgir de la combatividad y hay una profunda fermentación política en una, todavía, pequeña minoría.
Finalmente, es importante subrayar el nuevo factor que influye en la vida de la sociedad de hoy y que no existía en los años 70: la entrada en la fase de descomposición del período de decadencia del capitalismo.
6. Este último factor debe tenerse en cuenta si queremos entender el fenómeno actual de la izquierda en el poder. La descomposición afecta a toda la sociedad y en primer lugar a la clase dominante. Este fenómeno es particularmente espectacular en los países de la periferia y constituye un factor de inestabilidad creciente que frecuentemente alimenta enfrentamientos imperialistas. Hemos demostrado que en los países más desarrollados, la clase dominante está mucho mejor preparada para controlar los efectos de la descomposición pero no puede protegerse completamente de ellos. Uno de los ejemplos más espectaculares es sin duda la bufonada del «Monicagate» en el seno de la primera burguesía del mundo, que aunque debía servir para la reorientación de la política imperialista americana, al mismo tiempo ha acarreado una pérdida de su autoridad.
Entre los diferentes partidos burgueses, no todos los sectores están afectados por la descomposición de la misma manera. Todos los partidos burgueses, obviamente, tienen la misión de preservar, a corto y largo plazo, los intereses del capital nacional. Sin embargo, en el espectro de partidos, los que generalmente tienen una clara conciencia de sus responsabilidades, son los de izquierda, pues están menos atados a los intereses inmediatos de este o aquel sector capitalista, y también porque la burguesía en ocasiones ya les ha dado un papel dirigente en momentos decisivos de la sociedad (guerras mundiales y sobre todo, en períodos revolucionarios). Evidentemente, los partidos de izquierda están sometidos a los efectos de la descomposición, corrupción, escándalos, una tendencia a la escisión. De cualquier manera, el ejemplo de países como Italia o Francia muestra que por sus características, los partidos de izquierda están menos afectados que los de derechas. En todo caso, uno de los elementos que nos permite explicar la llegada de partidos de izquierda al gobierno en varios países es que esos partidos están más capacitados para resistir a los efectos de la descomposición y tienen una gran cohesión (esto es también válido para un país como Gran Bretaña donde los conservadores están mucho más divididos que los laboristas) ([4]).
Otro factor que permite explicar los «éxitos» actuales de la izquierda, relacionado con el problema de la descomposición es la necesidad de dar brillo a la mistificación democrática y electoral. El desmoronamiento de los regímenes estalinistas fue un factor importante en el resurgir de estas mistificaciones, particularmente entre los obreros que, mientras existió un sistema que se presentaba como diferente del capitalismo, podía alimentar la esperanza de que había una alternativa al capitalismo (aún si tenían pocas ilusiones sobre los llamados países socialistas). De cualquier manera, la guerra del Golfo del 91 fue un golpe contra las ilusiones democráticas. Más aun, el desencanto hacia los valores tradicionales de la sociedad, un rasgo característico de la descomposición, y que se expresa especialmente en la atomización y la tendencia a «cada uno para sí», iba a tener obligatoriamente consecuencias sobre las clásicas instituciones del Estado capitalista, y, en particular, los mecanismos democráticos y electorales. Y ha sido precisamente la victoria electoral de la izquierda en países donde, en conformidad con las necesidades de la burguesía, la derecha había gobernado durante un largo período (especialmente en países importantes como Alemania y Reino Unido) un factor muy importante en la restauración de las mistificaciones electoralistas.
7. El aspecto de los conflictos imperialistas (que también está vinculado a la descomposición: el derrumbe del bloque del Este y la tendencia a «cada uno para sí» a nivel internacional) es otro factor importante en la llegada de la izquierda al gobierno en muchos de países. Ya hemos visto que la necesaria reorientación de la diplomacia italiana, en detrimento de la alianza con EE.UU., fue un elemento central en la quiebra y desaparición de la Democracia cristiana, al igual que la caída del «polo» Berlusconi, más favorable a los EE.UU. Hemos visto también que la mayor homogeneidad de los laboristas en Gran Bretaña hacia la Unión Europea, fue una de las claves para la elección de Blair por la burguesía británica. Finalmente, la llegada al gobierno alemán de los sectores políticos más alejados del hitlerismo, y que incluso se habían hecho un traje de «pacifistas» (los socialdemócratas y sobre todo los Verdes) ha sido la mejor tapadera para las ambiciones imperialistas de un país que a largo plazo es el principal rival de Estados Unidos. Sin embargo, hay otro elemento que debe tenerse en consideración y que se aplica a países como Francia donde no hay diferencia entre la izquierda y la derecha en política internacional. Se trata de la necesidad, para cada burguesía de los países centrales, de participar cada día más en los conflictos bélicos que azotan el mundo y de la naturaleza misma de esos conflictos, frecuentemente presentados como horribles masacres de poblaciones civiles, frente a las cuales, la «comunidad internacional» debe aplicar la «ley» y enviar sus «misiones humanitarias». Desde 1990, casi todas las intervenciones militares de las grandes potencias (y particularmente en Yugoslavia) se han puesto ese disfraz humanitario y no el de los «intereses nacionales». Y para llevar a cabo guerras «humanitarias», está claro que la izquierda está mejor situada que la derecha (aunque ésta pueda también hacer esa faena), dado que su especialidad es precisamente la defensa de «los derechos humanos» ([5]).
8. En cuanto a la gestión de la crisis económica, también hay elementos que van a favor de la izquierda en el gobierno en la mayoría de los países. En particular, tenemos el fracaso patente de las políticas ultraliberales, de las que Thatcher y Reagan fueron los más notables representantes. Obviamente, la burguesía no tiene otra elección sino continuar los ataques económicos contra la clase obrera. Tampoco volverá atrás en sus privatizaciones, las cuales le han permitido:
– aliviar los déficits presupuestarios del Estado,
– hacer más rentables cierta cantidad de actividades,
– evitar la politización inmediata de conflictos sociales en situaciones en las que el propio Estado es el patrón.
Dicho lo cual, el fracaso de las políticas ultraliberales (plasmada claramente en la crisis asiática) da argumentos a quienes abogan por una mayor intervención del Estado. Esto es válido a nivel del discurso ideológico: la burguesía tiene que aparentar estar corrigiendo lo que elle misma presenta como resultado de sus errores – la agravación de la crisis – para impedir que ésta favorezca el desarrollo de la conciencia en el proletariado. Pero es igualmente válido a nivel de la política real: la burguesía esta tomando conciencia de los «excesos» de la política ultraliberal. En la medida en que la derecha ha estado fuertemente marcada por esta política del «menos Estado», la izquierda es, por el momento, la mejor situada para organizar tales cambios (aunque también la derecha puede tomar este tipo de medidas como vimos con Giscard d’Estaing en Francia en los años 70; e incluso si hoy es un hombre de derechas, Aznar en España, quien se identifica con la política del partido laborista de Blair). La izquierda no podrá restablecer el «Estado del bienestar» pero quiere dar la impresión de no traicionar completamente su programa restableciendo una mayor intervención del Estado en la economía.
Además, el fracaso de la «globalización a ultranza», que se concretó en la crisis asiática, es otro factor adicional que lleva agua al molino de la izquierda. Cuando la crisis abierta a principios de los 70, la burguesía entendió que no podía repetir los errores que agravaron la crisis en los años 30. Por ejemplo, a pesar de todas las tendencias en esta dirección, fue necesario combatir la tentación del repliegue de cada país en la autarquía y el proteccionismo, lo cual hubiera dado un golpe fatal al comercio mundial. Esto es por lo que la Comunidad económica europea pudo proseguir su desarrollo hasta desembocar en la Unión europea e instaurar el euro. Por eso también se instauró la Organización mundial del comercio para limitar los aranceles y favorecer los intercambios internacionales. Sin embargo, esa política de apertura de los mercados ha sido un factor importante en la explosión de la especulación financiera (que es el «deporte» favorito de los capitalistas en períodos de crisis cuando hay pocas oportunidades de ganancias en actividades productivas), peligro que quedó patente con la crisis asiática. Aunque la izquierda ni ha puesto ni pondrá nunca en tela de juicio lo esencial de la política de la derecha, sí está a favor de una mayor regulación de los movimientos financieros internacionales (una fórmula sería, por ejemplo, la «tasa Tobin»), que permita limitar los excesos de la globalización. Y al hacer eso, lo que hace es crear una especie de «cordón sanitario» en torno a los países más desarrollados, limitando al máximo los efectos de las convulsiones que golpean a los países de la periferia.
9. La necesidad de enfrentar el desarrollo de la lucha de clases es un factor esencial en la llegada de la izquierda al gobierno en el período actual. Pero antes de determinar las razones de ello, debemos ver las diferencias entre la situación actual y la situación en los años 70 en ese aspecto. En los 70, el argumento, ante las masas obreras, para la izquierda en el gobierno era:
– hay que hacer una política económica radicalmente diferente de la de la derecha, una política socialista que volverá a incentivar la economía y «hará pagar a los ricos» ([6]);
– para no comprometer esta política o permitir a la izquierda ganar las elecciones, hay que limitar las luchas sociales.
Para decirlo claramente, la «alternativa de izquierdas» tenía la función de canalizar el descontento y la combatividad de los obreros hacia las urnas.
Hoy, los diferentes partidos de izquierda que han llegado al gobierno tras ganar las elecciones, ya no usan, ni mucho menos, el lenguaje «obrero» que usaban en los 70. Los ejemplos más patentes son Blair, el apóstol de la tercera vía, y Schroeder el hombre del «nuevo centro». De hecho, no se trata de canalizar una débil combatividad hacia las urnas sino asegurar que en el gobierno, la izquierda no va a tener un lenguaje muy diferente del de la campaña electoral, desprestigiándose así rápidamente como en los 70 (por ejemplo, el partido laborista de Gran Bretaña llegó al poder tras la huelga de los mineros de 1974 teniendo que dejarlo en 1979 enfrentado a un nivel excepcional de combatividad). El que la izquierda tenga una cara mucho más «burguesa» que en los 70 es un reflejo del bajo nivel de combatividad de la clase obrera hoy. Esto permite a la izquierda sustituir a la derecha sin sobresaltos. Sin embargo, la generalización de los gobiernos de izquierda en los países más avanzados no es solo un fenómeno «por defecto» relacionado con la debilidad de la clase obrera. También desempeña un papel «positivo» para la burguesía ante a su enemigo mortal. Y esto tanto a medio como a corto plazo.
A medio plazo, la alternancia no solo ha vuelto a dar prestigio al proceso electoral, sino que ha permitido a los partidos de la derecha recuperar fuerzas en la oposición ([7]); así serán más capaces de asumir su papel cuando sea necesario volver a poner a la izquierda en la oposición con una derecha «dura» en el poder ([8]).
En lo inmediato, el lenguaje «moderado» de la izquierda para hacer pasar sus ataques hace posible evitar explosiones de combatividad favorecidas por las provocaciones y el lenguaje duro de una derecha del estilo de Thatcher, por ejemplo. Y este es efectivamente uno de los objetivos más importantes de la burguesía. Como lo hemos mostrado, el desarrollo de la lucha es una de las condiciones esenciales que permitirá a la clase obrera recuperar el terreno perdido con la caída del bloque del Este y recuperar su conciencia. Por eso, la burguesía hoy está tratando de ganar el mayor tiempo posible, aun si sabe que no podrá jugar durante mucho tiempo esa baza.
10. Así pues, los diferentes factores que hoy motivan que la burguesía juegue la baza de la izquierda en el gobierno son: la gestión de la crisis, los conflictos imperialistas y la política frente a la amenaza proletaria. Y entre esos tres factores, es este último el de mayor importancia. Es tanto más importante porque en lo que se refiere a la «gestión de la crisis», lo esencial de la política de la izquierda es su capacidad para tener un lenguaje diferente al de una derecha que acaba de dejar el gobierno y no tanto las medidas concretas que haya de tomar y que la derecha podría también adoptar. O sea que es su función ideológica la que le da toda su valía a la izquierda en la gestión de la crisis, una función ideológica dirigida a toda la sociedad, pero sobre todo a la fuerza principal que se enfrenta a la burguesía, el proletariado.
De igual modo, en lo referente a los conflictos imperialistas, lo esencial que la izquierda puede aportar a la política belicista de la burguesía, proporcionándole el disfraz «humanitario» más atractivo, pertenece a su discurso y a sus mentiras ideológicas, los cuales también se dirigen a la sociedad entera, pero fundamentalmente a la clase obrera, única fuerza capaz de ser un obstáculo a la guerra imperialista.
El papel esencial que, al fin y al cabo, desempeña el factor «hacer frente a la amenaza proletaria» en la política actual llevada por la burguesía de poner a sus izquierdas en los gobiernos, es una nueva ilustración del análisis desarrollado por la CCI desde hace más de treinta años: la relación de fuerzas general entre las clases, el curso histórico, no es favorable a la burguesía (contrarrevolución, curso hacia la guerra mundial), sino al proletariado (salida de la contrarrevolución, curso hacia enfrentamientos de clase). El proletariado ha sufrido un retroceso con el hundimiento de los regímenes estalinistas y las campañas incesantes sobre la «muerte del comunismo», pero este retroceso no ha puesto en entredicho, en lo esencial, el curso histórico.
11. La presencia masiva de los partidos de izquierda en los gobiernos europeos es un aspecto muy significativo de la situación actual. Esta baza no la juega cada una de las burguesías nacionales en su rincón. Ya durante los años 70, cuando la baza de la izquierda en o hacia el poder fue jugada por la burguesía europea, tenía el apoyo del presidente demócrata de Estados Unidos, Carter. En los años 80, la baza de la izquierda en la oposición y de una derecha «dura» encontró en Ronald Reagan (tanto como en Thatcher) su representante más eminente. En aquella época, la burguesía elaboraba sus políticas a nivel del bloque occidental. Hoy los bloques han desaparecido y las tensiones se han ido agudizado constantemente entre Estados Unidos y bastantes Estados europeos. En todo caso, enfrentadas a la crisis y a la lucha de clases, a las principales burguesías del mundo les interesa seguir coordinando sus políticas. Así, el 21 de septiembre en Nueva York hubo una cumbre del «centro izquierda internacional» en la que Tony Blair enalteció el «centro radical» y Romano Prodi el «Olivo mundial» ([9]). Bill Clinton, por su parte, expresó su júbilo de ver la «tercera vía» extendiéndose por el mundo ([10]). Sin embargo, estas expresiones de entusiasmo de los principales líderes de la burguesía no pueden ocultar la gravedad de la situación mundial que es lo que realmente se oculta detrás de la estrategia actual de la burguesía.
Es probable que la burguesía mantenga esa estrategia durante algún tiempo. Es especialmente vital que los partidos de derechas recobren su fuerza y cohesión, lo que eventualmente les permitirá ocupar su lugar en la cumbre del Estado. Además, el hecho de que la subida al gobierno de la izquierda en bastantes países (y particularmente en Gran Bretaña y Alemania) haya ocurrido «en frío», en un clima de débil combatividad de la clase obrera (al contrario de lo que ocurrió en Gran Bretaña en 1974 por ejemplo), con un programa electoral muy cercano a lo que tienen que realizar efectivamente, significa que la burguesía tiene la intención de jugar esa baza durante bastante tiempo. De hecho, uno de los elementos decisivos que determinará el momento de regreso de la derecha, será el retorno de las luchas masivas del proletariado al ruedo social.
En espera de ese momento, cuando todavía el descontento se siga expresando de manera limitada y sobre todo aislada, le incumbe a la «izquierda de la izquierda» canalizar el descontento. Como ya hemos visto, la burguesía no puede dejar el terreno social totalmente indefenso. Por eso estamos viendo cierto fortalecimiento de los izquierdistas (en Francia, en particular). Por eso, en ciertos países, los partidos de izquierda en el gobierno han procurado guardar distancias con los sindicatos para que éstos puedan así usar un lenguaje más «atrevido». De cualquier manera, el hecho de que en Italia todo un sector de Rifondazione Comunista haya decidido apoyar al gobierno y que en Francia la CGT haya decidido en su último congreso adoptar una política más «moderada» muestra que no hay urgencias, en ese aspecto, para la clase dominante.
[1] Cabe señalar que en Suecia, en donde la socialdemocracia, en las últimas elecciones, ha obtenido su peor resultado desde 1928, la burguesía ha puesto, a pesar de todo, a ese partido, con el apoyo del partido estalinista, para dirigir los asuntos del Estado.
[2] Esta es una idea que la CCI ha desarrollado en numerosas ocasiones «se puede ver que los partidos de izquierda no son los únicos representantes de la tendencia general hacia el capitalismo de estado, que en períodos de crisis esta tendencia se expresa fuertemente, que cualquier tendencia política que esté en el poder, no puede evitar tomar medidas de nacionalización, única diferencia entre derecha e izquierda es cómo alistar al proletariado: la zanahoria o el palo» (Révolution internationale n° 9, 1974). Como podemos ver, el análisis que desarrollamos en el tercer Congreso no cayó del cielo sino que fue desarrollado a partir del marco que habíamos desarrollado cinco años antes.
[3] La posibilidad para un partido de izquierdas de representar mejor su papel quedándose en la oposición que yendo al gobierno no es tampoco una idea nueva en la CCI. Cinco años antes escribíamos sobre España: «[El PCE] se ve cada día más desbordado en las luchas actuales y… corre el riesgo, en caso de que ocupe puestos de gobierno, no poder controlar la clase, lo cual es su función; su eficacia antiobrera sería mucho mayor quedándose en la oposición» (Révolution internationale nº 11, publicación de la CCI en Francia, septiembre de 1974).
[4] Es importante subrayar, sin embargo, lo que ya se afirma antes: la descomposición afecta de manera muy diferente a la burguesía según que se trate de un país avanzado o de un país atrasado. En los países de antigua burguesía, su aparato político, incluidos sus sectores de derecha más vulnerables, es capaz, en general, de controlar la situación, evitando convulsiones que sí afectan a los países del Tercer mundo o a algunos países del antiguo imperio soviético.
[5] Después de haber redactado este texto, la guerra en Yugoslavia ha venido a dar una ilustración patente de esa idea. Los bombardeos de la OTAN se han presentado como «humanitarios» y con ellos se protegería a la población albanokosovar contra los desmanes de Milosevic. Todos los días, el espectáculo televisivo de la tragedia de los refugiados albanokosovares venía a reforzar la repugnante tesis de la «guerra humanitaria». En esta campaña ideológica guerrera, esta izquierda de la izquierda que son los Verdes se ha ilustrado muy notablemente pues es el líder de los Verdes alemanes, Joshka Fischer, quien dirige la diplomacia de guerra alemana en nombre de los ideales «pacifistas» y «humanitarios» de los que tanto hacía gala en el pasado. Y en Francia, mientras que el Partido socialista dudaba sobre la intervención terrestre, han sido los Verdes quienes, en nombre de la «urgencia humanitaria» llamaban a tal intervención. La izquierda de hoy vuelve a encontrar el tono de sus antepasados de los años 30 cuando reclamaban «armas para España» y que no querían dejar a nadie la primera fila en la propaganda belicista en nombre del antifascismo.
[6] Era la época en que Mitterrand (¡y no un izquierdista cualquiera!) hablaba en sus discursos electorales de «ruptura con el capitalismo».
[7] En general, las «curas de oposición» son una buena terapia para fuerzas burguesas gastadas por una larga presencia en el poder. Sin embargo, esto no es válido en todos los países. Por ejemplo, el retorno a la oposición de la derecha francesa tras el fracaso electoral de la primavera de 1997, ha sido para ella una nueva catástrofe. Este aparato político burgués no ha cesado de mostrar sus incoherencias y sus divisiones, cosa que no habría podido hacer si se hubiera mantenido en el poder. Es cierto que se trata, según se dice en Francia, «de la derecha más estúpida del mundo». A este respecto, es difícil aceptar lo que da a entender le Prolétaire en un artículo sobre el tema: si Chirac decidió unas elecciones anticipadas en 1997 fue, deliberadamente, para dejar que el Partido socialista ocupara el gobierno. Cierto es que la burguesía es maquiavélica, pero tiene sus límites. Y Chirac, que ya de por sí es bastante «limitado», no habría deseado la derrota de su partido, derrota que ha hecho de éste un actor secundario en la política del país.
[8] [Nota añadida tras el Congreso de la CCI]. Las elecciones europeas de junio de 1999, en las que se ha visto en la mayoría de los países (especialmente en Alemania y Gran Bretaña) una subida muy sensible de las derechas, han sido la prueba de que la cura de oposición empieza a sentarle bien a ese sector del aparato político de la burguesía. El notorio ejemplo contrario es, evidentemente, el de Francia en donde esas elecciones han sido un nuevo varapalo para las derechas, no ya en cuanto a la cantidad de votos, sino en sus disensiones, que han alcanzado niveles grotescos.
[9] La coalición de centro izquierda que gobierna Italia se llama «el Olivo».
[10] Cabe señalar que la baza de la izquierda en el gobierno que hoy está jugando la burguesía en los países más avanzados tiene cierto eco, sin olvidar las peculiaridades locales, en algunos países de la periferia. La reciente elección de Chávez, ex coronel golpista, en Venezuela, por ejemplo, con el apoyo de la «Izquierda revolucionaria» (MIR) y de los estalinistas (PCV), en detrimento de la derecha (Copei) y de la Socialdemocracia (AD), muy desprestigiada, se aparenta a la fórmula «izquierda en el gobierno». De igual modo, estamos hoy asistiendo en México al auge del partido de izquierdas PRD de Cárdenas (hijo de un antiguo presidente), el cual ya hoy se ha apoderado del municipio de la capital a costa del PRI (en el poder desde hace ochenta años) y que ha obtenido recientemente el apoyo discreto del propio Clinton.