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Este trabajo responde a la invitación para que se defienda el análisis de la economía hecho por la CCI, invitación que aparece en las páginas de Revolutionary Perspectives, revista de Communist Workers Organisation (CWO, Organización de Trabadores Comunistas, en Gran Bretaña)[1]. No es nuestra intención penetrar aquí en la compleja red de confusiones y de falsas concepciones que constituyen tal “crítica” de la CWO respecto al análisis económico de Rosa Luxemburgo y de la CCI. En efecto, respuestas más detalladas a los temas presentados aparecerán en futuros números de la REVISTA INTERNACIONAL. En esta oportunidad, nos concentraremos solamente en las principales acusaciones lanzadas por CWO contra la CCI y contra la “economía luxemburguista” en general.
La ley del valor
Existe antes que nada la afirmación que constantemente reaparece en los textos de CWO, de que la teoría de Luxemburgo relacionada con la saturación del mercado, “abandona el marxismo y la teoría del valor”. Es posible que CWO crea que repitiendo tan asombrosa afirmación una y otra vez, pueda ésta convertirse en verdad. Sin embargo, el lenguaje autoritario con el cual CWO descarta a Luxemburgo del campo del marxismo no puede esconder el verdadero significado de estas alegaciones: la profunda falta de compresión de parte de CWO, respecto a la “teoría del valor” y de su papel dentro del análisis económico marxista.
CWO alega que Luxemburgo “abandonó la teoría del valor al afirmar que la caída de la cuota de ganancia no puede ser la causa de la crisis capitalista”[2]. El hecho es que tanto la inevitabilidad de la crisis como la necesidad histórica del socialismo deben ser explicados no simplemente por éstas o aquélla tendencia de la producción capitalista, (como lo es la caída de la cuota de ganancia), sino más bien por medio de la comprensión marxista de la producción del valor en sí.
La determinación del valor de las mercancías según el tiempo de trabajo contenido dentro de ellas, no es una determinación específica del marxismo. Es bien conocido que tal concepción constituyó uno de los rasgos centrales del trabajo de los más importantes economistas clásicos burgueses, hasta llegar al propio Ricardo. Pero la concepción marxista del valor es totalmente lo contrario de lo que señalan los economistas burgueses. Para estos últimos, el sistema capitalista de producción de mercancías, y el intercambio de las mercancías de acuerdo a su valor, representa nada menos que una relación social armónica reveladora de la igualdad de la humanidad, mediante el cambio entre individuos libres, del producto del trabajo humano. La producción del valor, por lo tanto, asegura la justa distribución de la riqueza de la humanidad. Bajo este criterio está la idea de que la producción del valor es la forma natural adoptada por el trabajo humano. Como dijo Luxemburgo, “del mismo modo en que la araña fabrica la tela a partir de su propio cuerpo, del mismo modo el hombre trabajador (según los economistas burgueses) produce valor”. La producción de valores de cambio (de mercancías para la venta en el mercado) es vista como idéntica a la producción de valores de uso (producción para la satisfacción de las necesidades humanas). Del mismo modo en que las sociedades del pasado están basadas en la producción del valor, asimismo lo estarán las del futuro.
Contra la visión burguesa no sólo de la “libertad, igualdad y fraternidad”, sino también de la “eternidad” de la sociedad capitalista, la comprensión marxista de la producción del valor está basada en la contradicción entre la producción de valor de cambio y la producción de valor de uso. Según el marxismo, la producción del valor de cambio no es una forma natural ni eterna de la producción humana. Es una forma histórica específica de producción que caracteriza a una sociedad cuyo fin es la producción por sí misma. Por lo tanto una producción opuesta y a expensas de la satisfacción directa de las necesidades humanas. La producción de valor de cambio, en la forma de producción generalizada de mercancías, es entonces un mecanismo no de intercambio igual sino necesariamente de intercambio desigual. Su función no es otra sino la expropiación del valor producido por la clase trabajadora (y también del valor que en diferente escala obtienen los pequeños capitalistas y los productores independientes, la pequeña burguesía) para llevar a cabo la acumulación de capital: la restricción del consumo a favor del desarrollo de los medios de producción.
Esto corresponde a las necesidades de la humanidad en una etapa determinada de su desarrollo. Pero hay cierto punto en el que la producción de valor de cambio, o sea, la concentración de las energías de la humanidad hacia un único fin, el desarrollo de los medios de producción, establece más y más restricciones sociales a la utilización racional de los medios de producción. Esto debe dar curso a una nueva sociedad: al socialismo, que es la producción directa para las necesidades humanas, en donde la abundancia potencial creada por el capitalismo es transformada en una realidad social: el bienestar material de la humanidad como un todo.
Pero no solamente la necesidad histórica del socialismo, sino también los medios por los cuales ésta debe de ser lograda, son aspectos fundamentales que se derivan directamente de la teoría marxista del valor: si el fin de la producción de valor es la restricción del consumo a favor del desarrollo de los medios de producción, entonces el medio como eso se logra no puede ser otro que el de la explotación de la clase trabajadora. En la concepción burguesa del valor, el intercambio de las mercancías permitiría a toda la humanidad beneficiarse del desarrollo de las fuerzas productivas. Marx demostró que lo opuesto es la realidad dentro del capitalismo, es decir que es la relación social y económica fundamental, la relación trabajo-capital, en la cual la fuerza de trabajo es convertida en mercancía, la relación que condiciona el permanente empobrecimiento de la clase trabajadoras. A medida que aumenta el desarrollo de las fuerzas productivas, también aumenta la explotación de la clase obrera, y tanto mayor es la limitación de que ésta pueda disfrutar de la abundancia potencial que es creada por el mismo proceso. La contradicción entre valor de uso y valor de cambio, entre el potencial material de la producción capitalista y las restricciones sociales para la realización de tal condición, se expresa en el incremento de los antagonismos de clase y, sobre todo, en la lucha entre el productor de la riqueza, el proletariado, y el representante del capital, la burguesía. La necesidad objetiva del socialismo se expresa en la necesidad subjetiva del proletariado para tomar control de los medios de producción de las manos de la burguesía. Sólo el proletariado, mediante su propia emancipación, pues liberar a la humanidad.
La “teoría marxista del valor” no es principalmente un modelo económico de la acumulación capitalista, sino antes que nada, una crítica social e histórica del capitalismo. En efecto, sólo el marxismo permite la elaboración de modelos de este tipo. Pero los principios socialistas no se derivan de tal modelo. Al contrario, tal modelo sólo puede derivarse de un análisis cuya premisa es el entendimiento de la necesidad histórica del socialismo, implícita en la teoría marxista del valor.
¿Cómo definimos entonces un análisis del valor en términos marxistas?. Los principios básicos de la teoría marxista del valor se encuentran, no en los análisis detallados que se presentan, por ejemplo, en El Capital Vol. III, sino en el programa revolucionario del proletariado establecido por Marx y Engels en el Manifiesto Comunista: estos son, ante todo, la naturaleza histórica transitoria del capitalismo y la necesidad histórica del socialismo a escala mundial y también la naturaleza revolucionaria de la clase obrera.
La teoría de «la cuota decreciente de ganancia» como crítica abstracta
Definir el análisis del valor, tal como lo hace CWO, en términos de un modelo económico basado en la abstracción de un aspecto parcial del desarrollo capitalista (la tendencia decreciente de la cuota de ganancia) no es otra cosa sino arrancar del marxismo su contenido revolucionario. Porque sustituye la crítica socio-histórica del capitalismo, incluida en la teoría marxista del valor, por una crítica puramente económica. La interacción de las clases sociales es sustituida por una interacción de categorías económicas, que por sí mismas no explican ni la necesidad histórica del socialismo, ni la naturaleza revolucionaria de la clase obrera.
La comprensión de Marx de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia se basa en la premisa de que el trabajo es la fuente de todo valor. La inversión capitalista se divide en dos categorías: capital variable, esto es, fuerza de trabajo humano; y, capital constante, o sea, materias primas, maquinarias y cualquier otro capital fijo. En efecto, mientras que el valor del capital constante simplemente se transfiere a las mercancías producidas, el capital variable crea un valor adicional que es lo que constituye la ganancia del capitalista. Sin embargo, con el desarrollo del mismo capitalismo; la composición orgánica del capital (la relación entre capital constante y variable) tiende a crecer, y por lo tanto la cuota de ganancia (relación de la ganancia con el total del capital invertido) tiende a disminuir. Al tanto que la productividad del trabajo aumenta con el desarrollo de la industria, una mayor proporción de la inversión capitalista es dirigido cada vez más hacia materias primas y maquinarias cada vez más sofisticadas. Con ello, el componente productor de valor incluido en la misma inversión, la fuerza de trabajo humano, disminuye en proporción.
En Revolutinary Perspectives (RP) N° 8, CWO intenta demostrar, siguiendo el análisis de Grossman y Mattick, que hay un punto en el que el valor global “del capital constante será tan grande que la plusvalía producida será insuficiente para realizar mayores inversiones”[3]. Este es el centro de todos los análisis que, como los de CWO, tratan de comprender la crisis capitalista únicamente en términos de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia. Tal análisis admite que la mencionada tendencia puede y de hecho confronta al capitalista individual con inmensos problemas, pero al mismo tiempo insiste en que tal aspecto es secundario respecto al problema principal de la rentabilidad del capital global. Como dice Mattick en su comentario del trabajo de Grossman, el cual es la base del análisis de CWO, “para comprender la acción de la ley del valor y de la acumulación tenemos primero que dejar de lado a los movimientos individuales y externos y considerar la acumulación desde el punto de vista del capital total ”[4].
Según este análisis, tal como lo sugiere la cita de RP, la causa de la crisis no es otra que la escasez absoluta de plusvalía a escala mundial. Esto demuestra, de una vez, las consecuencias de abstraerse del mundo real del desarrollo capitalista, así como también las de ver al capitalismo sólo en términos de relaciones entre categorías económicas abstractas, como capital constante y variable. El capitalista individual, en el mundo real, necesita cierta masa de plusvalía para invertir, si es que su inversión va a producir ganancias al nivel requerido de rentabilidad. Pero el nivel de rentabilidad y la masa de plusvalía requerida están enteramente determinados por la lucha competitiva con los demás capitalistas individuales. Si el capitalista no puede producir a niveles de productividad equivalentes o mayores que los de sus competidores, se ve abocado a su segura extinción. Con el desarrollo de la industria, la cuota de ganancia tiende a disminuir, mientras que la masa de plusvalía requerida para la inversión a niveles competitivos de rentabilidad aumenta constantemente. Sin embargo, si uno no toma en cuenta la lucha competitiva, ¿Cómo es posible determinar el punto en el que el capital global es incapaz de producir “suficiente” plusvalía para invertir al nivel requerido de rentabilidad?. En un mundo teórico capitalista, vacío de toda competencia, esta pregunta se vuelve un sin sentido: porque el factor que determina el “nivel requerido de rentabilidad”, la misma lucha competitiva, se encuentra ausente.
Dentro de este modelo abstracto de acumulación capitalista, Grossman supone que el nivel requerido de rentabilidad para el capital global, es aquél que permite al capital constante un crecimiento anual del 10% y, respecto al capital variable, de un 5% . Cuando la tasa de ganancia cae por debajo del 10%, tal crecimiento se vuelve imposible y por tanto, según Grossman, la crisis comienza.
Es evidente que una vez que la cuota de ganancia cae muy por debajo del 10% es imposible que se incremente el capital constante en un 10% y el capital variable en un 5% . No necesitamos una tabla estadística para comprenderlo. Pero la razón por la que tal situación presentaría un problema sin solución para el capital global, es un asunto que queda oscuro. A pesar del impresionante manejo estadístico de Grossman, éste no llega a demostrar en absoluto cual sería la terrible calamidad del capitalismo, en el caso de que el capital constante creciera sólo en un 9% y el capital variable en un 4%. Ni tampoco si los datos fueran un 8% y 3% o incluso un 3% y 1%...
Los datos incluidos en las tablas de Grosaman son, evidentemente, pura ficción. Sin embargo, sus tablas intentan explicar las “Leyes internas del capitalismo” al pretender demostrar que cuando la cuota de ganancia global y, por tanto, la de acumulación caen por debajo de un determinado nivel, todo el proceso de producción se interrumpe, y comienza todo un período de convulsiones económicas.
Por otro lado, según Mattick, existen dos razones por las cuales la caída de la cuota de acumulación lleva a la crisis del capital global. Primero y ante todo, porque causa desempleo: si la cuota de crecimiento del capital variable cae por debajo de un nivel determinado, ésta no puede seguir el ritmo de crecimiento de la población. Segundo, porque si la cuota de crecimiento del capital constante cae también por debajo de cierto nivel, “el aparato productivo no podrá renovarse ni expandirse de forma que mantenga el ritmo del progreso técnico”[5]. Esta obsesión con las categorías económicas conduce finalmente a la conclusión de que la causa de la crisis capitalista es una incapacidad técnica para satisfacer las necesidades de acumulación permanente y por lo tanto, para satisfacer las necesidades de la humanidad. Nada está más lejos del análisis de Marx, que ve la crisis en términos de las contradicciones sociales que surgen de un capitalismo técnicamente incapaz de satisfacer dichas necesidades.
En el nivel abstracto y global, divorciado de la realidad social del capitalismo, la cuota decreciente de ganancia no es una condición que por sí misma presente una amenaza para el capitalismo. La caída de la cuota de ganancia y, por tanto, de la cuota de acumulación, en términos de valores de cambio, simplemente refleja el crecimiento de la productividad del trabajo. Esto significa que a pesar de que la riqueza social crece cada vez con mayor rapidez, en términos de valores de uso (por ej. los elementos materiales de producción y consumo), éste crecimiento depende cada vez menos del aumento de trabajadores empleados, puesto que el trabajo humano es la única fuente de valor, la plusvalía extraída de la clase obrera, tanto como las cuotas de ganancia y acumulación tienden a caer, pese al crecimiento continuo de bienes materiales. La última consecuencia de esta tendencia es la de la producción automatizada en la que se excluye al trabajador del proceso productivo. Al llegar a este punto, no obstante el fantástico crecimiento de la producción de mercancías, la cuota de acumulación será sencillamente ZERO, esto es, la producción se estancará en términos de valores de cambio. Claro, este punto hipotético nunca será alcanzado. Pero nos sirve para demostrar el hecho de que la caída de la cuota de ganancia revela, no la incapacidad del capitalismo para producir suficiente plusvalía, sino más bien el hecho de que el crecimiento de la producción depende cada vez menos de la extracción de la plusvalía. Expresa, en otras palabras, la tendencia del modo de producción capitalista “Hacia el desarrollo absoluto de las fuerzas productivas sin tomar en cuenta el valor ni la plusvalía que éstas contengan” (Marx, El Capital, vol. 3).
Baste esto para contestar a la supuesta incapacidad del aparato productivo “para mantener el ritmo del progreso técnico”. Si esta tendencia fuera la única “contradicción” del capitalismo, éste podría, mediante la distribución racional de plusvalía, continuar para siempre a pesar de la cuota decreciente de ganancia. El capitalismo contaría también con una capacidad siempre creciente para satisfacer las necesidades de la humanidad; y esto tanto en términos de abundancia de mercancías como respecto al bienestar físico de la humanidad. En tal situación, por tanto, el “crecimiento del desempleo” representaría nada menos que el aumento del tiempo de ocio, ya que el capitalismo se hubiera liberado de la necesidad del explotar trabajo humano en la producción de mercancías. ¡Y esto sería valido aunque la cuota de ganancia fuera de un 10% en términos globales, de un 5%, 1% y aun menos¡ En este sentido, Luxemburgo estaba perfectamente en lo correcto cuando dijo que ” … queda aun tiempo para que se derrumbe, por este camino (la cuota decreciente de ganancia), el rendimiento del capitalista; algo así como lo que queda hasta la extinción del sol” (R. Luxemburgo, “Una Anticrítica”).
De hecho, esta distribución racional de plusvalía es, en términos generales, el objetivo de la economía keynesiana; un análisis que se basa explícitamente en el reconocimiento de la cuota decreciente de ganancia:
“Según Keynes, el estancamiento del capital expresa la incapacidad o falta de voluntad del capitalista para aceptar una rentabilidad decreciente ….. Keynes llegó finalmente a la conclusión de que el deber de planificar el volumen corriente de inversión no puede dejarse con confianza en manos privadas …” (Mattick, “Marx y Keynes”).
Keynes no vio por qué la caída de la rentabilidad plantearía problemas insolubles al capitalismo. Sin embargo, la visión burguesa de Keynes no le permitió comprender cómo las bases sociales mismas del capitalismo impiden el tipo de distribución racional de plusvalía que él defendía. El objetivo del capitalismo tal como Marx lo afirmó no es otro sino el de “preservar la autoexpansión del capital existente y el de promover esta autoexpansión al más alto nivel posible” (Marx , ob. Cit.). Lo que importa, por lo tanto, no es la distribución racional de la plusvalía a nivel global, sino los intentos de cada capital individual de potenciar al máximo su propia plusvalía. El origen de la crisis debe buscarse no principalmente en la relación global entre el capital constante y el variable, sino en la relación social entre los capitales individuales, cuya lucha competitiva por la plusvalía les impide finalmente la realización de la plusvalía a escala global.
CWO, al tiempo que se obsesiona con la tendencia abstracta, y de hecho ficticia, hacia una escasez absoluta de plusvalía a nivel global, busca minimizar la lucha competitiva entre capitales individuales. En su lugar, CWO da énfasis a los diversos mecanismos que, como el crédito y los préstamos internacionales, permiten que el capitalismo mitigue en cierta forma los más duros efectos de la lucha competitiva[6]. Esa preocupación respecto a un posible desarrollo de un capital “supranacional”, que trasciende el marco del Estado es, como veremos, un rasgo común de los análisis que se basan exclusivamente en la cuota decreciente de ganancia y, al mismo tiempo, en la tendencia hacia la centralización del capital. Esta concepción lleva a creer que el hundimiento inevitable del capitalismo (determinado por la cuota decreciente de ganancia) se producirá en un futuro incierto y oscuro, al tanto que ignora, o niega, los principales factores que en el mundo real de la acumulación capitalista impulsan al sistema hacia la crisis y la decadencia: la lucha competitiva entre los capitales individuales.
La teoría de «la cuota decreciente de ganancia» como crítica histórica
El capital individual puede ser un gran “trust” así como una moderna economía de Estado capitalista. Hoy en día, parecería que con la integración de las diferentes economías nacionales en las amplias economías de los bloques imperialistas, se pueda ver surgir una unidad capitalista que trascienda la economía nacional. Pero en realidad, este fenómeno representa no tanto el surgimiento de una economía internacional planificada en el interior de los bloques imperialistas, sino más bien las relaciones de fuerza entre los diferentes capitales nacionales de cada bloque, y también, la dominación económica y militar de las dos economías más poderosas, esto es, URSS y EEUU. En todo caso, el hecho es que la centralización del capital a nivel de la nación, y aun a nivel del bloque imperialista, no representa en sentido alguno un movimiento hacia una real economía supranacional; todo lo contrario, teniendo en cuenta que los antagonismos imperialistas se proyectan hacia una escala de destrucción de enormes proporciones, tal tendencia representa la incapacidad del capitalismo para transformarse en una economía mundial unificada. Es esta incapacidad la que en último análisis conduce a la destrucción del capitalismo.
En este sentido, lo que Luxemburgo escribió en “¿Qué es la Economía Política?” tiene tanto valor o más en la época actual: “Mientras las innumerables partes - y una empresa privada actual, aun la más gigantesca, es sólo un fragmento de los grandes conjuntos de la economía que se extiende a lo largo de toda la tierra -, mientras que las partes están organizadas del modo más estricto, el conjunto de la llamada “economía política”, es decir de la economía mundial capitalista, es absolutamente inorgánico. En el conjunto, que se enrosca sobre océanos y continentes, no se hace valer ningún plan, ninguna conciencia, ninguna regulación; sólo la acción de fuerzas desconocidas e indómitas desarrolla con el destino económico de los hombres su caprichoso juego. Es cierto que un prepotente soberano gobierna hoy a la humanidad laboriosa: el capital. Pero la forma en que gobierna no es el despotismo, sino la anarquía. “(R. Luxemburgo, “¿Qué es la Economía Política?)
En el desarrollo histórico de esta “anarquía”, es posible determinar una tendencia constante: desde la absorción de los capitales individuales por los grandes “trusts” en la lucha competitiva, hasta la fusión de éstos en monopolios nacionales y la consolidación progresiva de todos los capitales nacionales en un solo capital estatal defendido por el poder militar del Estado. Al mismo tiempo que esto tomaba cuerpo, el capitalismo invadía todos los rincones lejanos del planeta, destruía las antiguas relaciones sociales precapitalistas y las reemplazaba con las suyas propias. En vísperas de la primera Guerra Mundial, los capitales “maduros” de Europa y América se habían repartido totalmente el mundo entre sí. La lucha de los poderes coloniales por controlar el mercado mundial y la competencia económica dio nacimiento a esa monstruosa criatura: la guerra imperialista.
Desde 1914 la era de crisis permanente y de guerra imperialista los poderes imperialistas más débiles quedaron destruidos en el holocausto de la guerra y hoy el capitalismo ya llegó a la culminación de su desarrollo: el enfrentamiento entre los dos principales poderes imperialistas y de los Estados guardianes que se agrupan alrededor de los bloques rivales. Mientras que el potencial productivo de la humanidad es más grande que nunca, los medios de producción están dedicados al desarrollo de nuevos y terribles medios de destrucción. No hay duda de que media humanidad se hunde cada vez más en el hambre y la necesidad. Para la clase obrera, incluso la miserable compensación alcanzada en forma de “bienes de consumo” por los largos años de crisis abierta y de guerra, por la siempre creciente intensidad de explotación, por la inseguridad continua de su diaria existencia y por la inhumanidad del trabajo bajo el capitalismo, incluso, pues, esa miserable compensación se pierde progresivamente a la vez que el desempleo y la austeridad se van poniendo al orden del día. La conclusión lógica de la anarquía de la producción capitalista acaba siendo la destrucción de la propia humanidad. ¿De qué manera pueden los revolucionarios y la clase obrera en general comprender este desarrollo y la situación en la que se encuentran hoy en día? Seguramente no a través de la estéril erudición de Hilferding, o de las tablas matemáticas de Grossman, ni siquiera en las certidumbres de CWO de que nuestro día llegará cuando la cuota de ganancia descienda a tal o cual nivel, aun cuando se diga que claro, “aun estamos muy lejos de tal situación”. ¡Sólo se comprenderá gracias al análisis histórico vivo de Rosa Luxemburgo! Cualesquiera que hayan sido los errores en el análisis de Rosa Luxemburgo, tiene este el gran mérito de basarse en la comprensión del análisis marxista; porque un análisis basado en la teoría marxista del valor es sobre todo un análisis social e histórico. Porque las leyes generales del desarrollo capitalista que fueron elaboradas por Marx no son el desarrollo del capitalismo en sí mismo, sino más bien un marco para comprender tal desarrollo en el mundo real. Un análisis que se encierra dentro de los límites estrechos de las categorías económicas es tan inadecuado para entender el desarrollo del capitalismo como lo es también para entender la general e histórica necesidad del socialismo.
Para ilustrar lo dicho basta tomar sólo un rasgo del capitalismo moderno, la característica más importante del capitalismo moderno para la clase obrera: la diferencia cualitativa entre las crisis de crecimiento del capitalismo del siglo pasado y las crisis de decadencia del capitalismo del siglo XX. Claro está, esto no surge de diferentes cuotas globales de ganancia durante esos dos períodos, sino de las diferentes condiciones históricas en que las crisis ocurren.
Evidentemente, un análisis basado en la tendencia de la cuota decreciente de ganancia no impide, por si mismo, un análisis histórico de este tipo. Es posible ver esta preocupación por el desarrollo histórico del capitalismo y por las restricciones sociales del desarrollo capitalista, en uno de los mejores análisis que siendo contemporáneo al de Rosa, se basaron en la mencionada tendencia, el de Bujarin, en su “Economía Mundial e Imperialismo”:
“Existe una creciente discrepancia entre las bases de la economía que se han vuelto mundiales, y la peculiar estructura de clases sociales de la sociedad, una estructura en la cual la clase dirigente, la burguesía, se encuentra dividida en grupos “nacionales” con intereses económicos contradictorios, grupos que, siendo opuestos al proletariado mundial, compiten entre si por dividirse la plusvalía que han creado a escala mundial…
El desarrollo de las fuerzas productivas se mueve dentro de los límites estrechos de las fronteras estatales al mismo tiempo que aquéllas ya han sobrepasado tales límites. En estas condiciones es inevitable que surja el conflicto, el cual, dada la propia existencia del capitalismo, se resuelve mediante la extensión de las fronteras estatales por medio de luchas sangrientas, una resolución que incluye la posibilidad de nuevos y mayores conflictos…
La competencia alcanza la más alta y última etapa concebible de su desarrollo. Ahora es una competencia de estados-trusts capitalistas dentro del mercado mundial. La competencia es reducida al mínimo dentro de las fronteras de las economías “nacionales”. Sólo para ensancharse en proporciones colosales, en una forma que hubiera sido imposible en épocas precedentes”.
En el análisis de CWO, y también en los de Mattick y Grossman, en los cuales las condiciones históricas del desarrollo capitalista son sólo un elemento periférico, constituyen claramente una regresión del análisis histórico y social realizado por Bujarin, el cual está, en fin de cuentas, muy cerca de la culminación de la anarquía de la producción capitalista en “¿Qué es la economía política?”. A pesar de todo, en el análisis de Bujarin se descubre cierta insuficiencia. Bujarin concibe la guerra imperialista como producto inevitable del desarrollo capitalista. Pero es también, hasta cierto punto, vista como una parte del proceso de desarrollo capitalista, una continuación de la expansión progresiva del capitalismo en el siglo XIX:
“La guerra sirve para la reproducción de determinadas relaciones de producción. La guerra de conquista sirve para reproducir estas relaciones en una escala mayor…La guerra (imperialista) no puede detener el curso general del capital mundial, sino que, al contrario, es la expresión de una expansión al máximo del proceso de centralización … La guerra recuerda, por su influencia económica, en muchos aspectos, las crisis industriales, de las que se distingue, desde luego, por una mayor intensidad en las conmociones y estragos que produce”. (Subrayado nuestro, Bujarin ibid)
En el análisis de Bujarin, la guerra constituye la tradicional crisis cíclica del capitalismo, expandida e intensificada a la enésima potencia. Pero la guerra imperialista es mucho más que eso: al contrario, ésta refleja la imposibilidad histórica del desarrollo capitalista. La Primera Guerra Mundial no fue simplemente una nueva forma histórica de la crisis cíclica; la guerra inauguró una nueva era de crisis permanente en la cual la guerra no es simplemente el resultado lógico del desarrollo capitalista, sino la única alternativa posible a la revolución proletaria.
Es posible percibir el error de Bujarin repitiéndose en el análisis de CWO: “Cada crisis conduce (mediante la guerra) a la devaluación del capital constante, lo que eleva la cuota de ganancia y permite que el ciclo de reconstrucción (el “boom”, depresión-guerra) se repita de nuevo”[7]. Para CWO, por lo tanto, las crisis del capitalismo decadente son vistas en términos económicos como si fueran las crisis cíclicas del capitalismo en ascendencia, pero repetidas a un más alto nivel.
Observemos este punto más de cerca. Si de hecho este fuera el caso, se encontraría que las mismas características aparecen tanto en los períodos de reconstrucción que siguen a las guerras mundiales, como en los de expansión económica que siguen a las crisis cíclicas del siglo pasado. Los niveles de producción, por ejemplo, han aumentado considerablemente, al menos en el período que le sigue a la Segunda Guerra Mundial. Y esto es porque la productividad del trabajo ha continuado creciendo durante el período de decadencia; el desarrollo técnico de los medios de producción no ha parado ni un instante, esto no podría ocurrir a menos que la producción capitalista llegara a detenerse por completo. Lo mismo puede decirse del proceso de concentración del capital, el cual ha seguido sin interrupción desde el primer día del capitalismo hasta hoy.
El hecho es que la producción capitalista no llega a un paro total con el inicio de la decadencia. Esta continúa y continuará hasta que la sociedad capitalista sea destruida por el proletariado. Tenemos que dar cuenta de la forma específica que adopta la producción capitalista durante este período de decadencia en ausencia de una revolución proletaria tal como, el carácter cíclico de las crisis, guerra-reconstrucción etc, y en particular, debemos dar cuenta del período de rápida producción creciente que tomó forma tras la Segunda Guerra Mundial. Pero antes que nada, nuestro análisis tiene que dar cuenta de la imposibilidad de cualquier desarrollo capitalista progresivo a lo largo del período de decadencia capitalista, no sólo durante las guerras y las crisis, sino también en los períodos de reconstrucción.
Para clarificar lo dicho, es necesario observar las más importantes características del período de expansión capitalista durante el siglo XIX:
1. Ante todo el crecimiento cuantitativo del proletariado: la absorción de una creciente proporción de la población mundial en el trabajo asalariado.
2. La emergencia de nuevos poderes capitalistas, como los EEUU, Rusia y Japón;
3. El crecimiento del comercio mundial, en el sentido de que las economías no capitalistas y las “jóvenes” economías capitalistas desempeñaban un papel de importancia creciente.
En resumen, el desarrollo del capitalismo en el siglo XIX, se expresaba en la internacionalización del capital: cada vez más la población mundial era integrada dentro del proceso del desarrollo de los medios de producción impulsado y creado por las relaciones de producción capitalistas. Es por esta razón que el movimiento revolucionario en el siglo XIX apoyó la lucha por establecer relaciones capitalistas de producción en las áreas subdesarrolladas, no solo en los países coloniales, sino también en países como Alemania, Italia y Rusia, en los cuales las arcaicas condiciones sociales y políticas amenazaban con frenar el propio proceso de desarrollo capitalista.
Podemos ver que en el capitalismo decadente, ninguna de estas características está presente[8]:
1) En las áreas desarrolladas el incremento del proletariado no ha ido parejo con el incremento de la población. En algunas áreas como Rusia, Italia y Japón, estratos no capitalistas han sido absorbidos en el proletariado. Sin embargo, este crecimiento ha sido insignificante comparado con la tendencia global hacia la exclusión de amplios sectores de la población mundial, de todo tipo de actividad económica. Esta tendencia se expresa en el incremento histórico sin precedentes de la penuria y la hambruna de masas durante los últimos 60 años.
2) Ningún nuevo poder capitalista ha surgido durante este período. Claro, algún que otro desarrollo industrial ha tomado cuerpo en los países subdesarrollados. Pero en general, el abismo económico entre las viejas economías capitalistas y las economías del “tercer-mundo”, aun los más afortunados en recursos naturales como China, ha ido aumentado constantemente. Por ejemplo, como lo demostramos en la “Decadencia del Capitalismo” “desde 1950-60 (punto culminante de la reconstrucción mundial) en Asía, África, y en América Latina, el número de nuevos asalariados por cada 100 habitantes era 9 veces menor que en los países desarrollados”
3) Paralelo a este fenómeno, tenemos que la parte en el comercio mundial de los países subdesarrollados no ha crecido, sino que ha tendido a bajar desde 1914.
Desde el punto de vista de la internacionalización de la producción capitalista, por lo tanto, el período transcurrido desde 1914 ha sido de estancamiento económico. Esta forma de ver el desarrollo capitalista tiene mucho más sentido, ya que lo importante es comprender por qué el desarrollo económico se ha limitado casi enteramente a un pequeño grupo de naciones que ya eran economías de peso antes de 1914 y de igual manera, pero en términos más generales, comprender la gran diferencia entre los niveles de acumulación que hubiesen sido posibles durante este período de tener únicamente en cuenta la cuota global de ganancia y los niveles que han sido alcanzados de verdad. Basta con considerar el grado en que las fuerzas productivas han sido dedicadas a diversas formas de producción de desperdicios (armamento, propaganda, planificación del desuso de material industrial…) que no contribuyen a la acumulación de capital. O también considerar la inmensa reserva de potencial productivo “escondido”, potencial que se manifiesta durante las guerras mundiales. Todo ello para tener una idea de la magnitud de aquella diferencia.
Si es que la guerra imperialista, tal como sostiene CWO, al elevar la cuota de ganancia, ofrece las condiciones para un nuevo período de desarrollo capitalista, ¿por qué es que todas las características de desarrollo capitalista progresivo han estado ausentes desde 1918? Si por otro lado, CWO reconoce, como es el caso, el cambio cuantitativo en la naturaleza del desarrollo capitalista desde 1914, ¿cuáles son las causas económicas que explican ese fenómeno?.
Ya hemos demostrado que la tendencia decreciente de la cuota de ganancia, considerada como tendencia abstracta y global, no puede explicar las limitaciones históricas del desarrollo capitalista, como tampoco lo puede el análisis histórico presentado por los defensores de la “teoría de la cuota decreciente de ganancia”. Pues ésta ve al capitalismo decadente como continuación de las crisis cíclicas del siglo XIX, excepto que la competencia ya no se da entre capitalistas individuales, sino entre economías estatales rivales. Este análisis no puede explicar la restricción del desarrollo económico desde 1914. De hecho, una vez que hemos rechazado la errónea concepción de que la crisis es causada por una escasez absoluta de plusvalía, resulta muy claro que un análisis basado en la tendencia de la cuota decreciente de ganancia, nos lleva exactamente a una conclusión opuesta: la guerra debería, como Bujarin explica, conducir a un nuevo período de vigoroso crecimiento económico, a la creación de nuevas economías capitalistas desarrolladas, y a la integración de vastos sectores de los estratos no proletarizados a la producción capitalista. En el trabajo que Bujarin hiciera más tarde, El imperialismo y la acumulación de capital, se revela explícitamente la conclusión lógica de su anterior análisis: la visión del capitalismo dinámico de posguerra que “demuestra las asombrosas maravillas del progreso tecnológico” se la utiliza para justificar el abandono de la política revolucionaria por parte de la deteriorada III Internacional. CWO, que no quiere admitir que ésa es también la conclusión lógica de su análisis, sostiene por su parte que las “lamentables conclusiones políticas” de Bujarin son inconsecuentes respecto a su análisis económico. No obstante, fue Lenin quien había demostrado claramente las peligrosas consecuencias políticas de este tipo de análisis, en su introducción a la Economía mundial y el Imperialismo de Bujarin:
“¿Se puede, sin embargo, negar que una nueva fase del capitalismo después del imperialismo, a saber, una fase de superimperialismo, sea un abstracto concebible? No. Teóricamente puede imaginarse una fase semejante. Pero quien se atuviera en la práctica a tal concepción sería un oportunista que pretende ignorar los más graves problemas de la actualidad para soñar con problemas menos graves que se plantearían en el porvenir. En teoría, ello significa que en lugar de apoyarse en la evolución, tal como se presenta actualmente, se separa deliberadamente de ella para soñar. Está fuera de duda que la evolución tiende a la creación de un trust único, mundial comprendiendo a todas las industrias y a todos los Estados, sin excepción.”
Es aquí donde Lenin expresa la insuficiencia teórica de la “ortodoxa” economía marxista contemporánea la misma que estuvo a la base del análisis del mismo Lenin y Bujarin para explicar la realidad política que tenía que encarar el proletariado: la decadencia del capitalismo y la nueva era de guerras y revoluciones. Ofrecer una explicación teórica y económica de esta realidad política, fue la tarea que se impuso Rosa Luxemburgo en La Acumulación del capital. Pero ello requirió un análisis que tomaba en cuenta otra contradicción fundamental de la producción capitalista: la contradicción del mercado.
El análisis de Rosa Luxemburgo
A medida que el capitalismo desarrolla las fuerzas productivas, la clase obrera sólo puede consumir una proporción cada vez menor de la creciente producción de mercancía. En los términos más sencillos, ésta es la “teoría del mercado” en que Luxemburgo basa su análisis. En este sentido, el análisis de Rosa surge directamente del concepto marxista de la producción del valor que hemos señalado al comienzo de este texto, que el “problema del mercado” se desprende directamente de la característica fundamental de la producción capitalista: “la restricción del consumo en función del desarrollo de los medios de producción”.
Ya hemos demostrado en otro lugar que “el problema del mercado” juega un papel importante en la teoría marxista[9]. De hecho, los dos aspectos de la crisis capitalista son reflejo de una misma tendencia subyacente: el aumento de la composición orgánica del capital. Ello no sólo conduce a la tendencia a disminuir de la cuota de ganancia, sino que también tiende a la contracción del mercado. Y esto, porque la clase obrera sólo puede consumir mercancías en proporción al valor total de sus salarios, y porque el crecimiento de la productividad del trabajo (o sea, el aumento de la composición orgánica del capital) significa que el total de los salarios equivale a una proporción siempre decreciente de la producción total.
Sin embargo, estas dos tendencias no son, al principio, problemas insolubles para el capitalismo. La baja de la cuota de ganancia dio impulso para la eliminación de los capitalismos atrasados y de poca entidad y su sustitución por capitales de cota elevada y alta tecnología. Este proceso compensaría la caída de la cuota de ganancia permitiendo una mayor masa de ganancias. La contracción del “mercado interno”, por otro lado, promovió la extensión “geográfica” del capitalismo. La búsqueda de nuevos mercados, a su vez, trajo consigo la destrucción de áreas precapitalista de producción y la apertura de nuevas áreas para el desarrollo del capitalismo.
Las dos tendencias están claramente interrelacionadas[10]. La caída de la cuota de ganancia impone a todo capitalista la necesidad de reducir los salarios de la fuerza de trabajo en lo máximo posible. Esta medida restringe aún más el mercado interno del capitalismo como un todo, impulsando su expansión hacia áreas externas de producción no capitalista. La saturación del mercado impone a cada capital la necesidad de vender sus mercancías a los precios más bajo posibles, lo que profundiza más el problema de la rentabilidad y estimula la concentración y racionalización del capital existente. En conjunto, estas tendencias son los rasgos característicos del capitalismo en su fase ascendente: el rápido desarrollo tecnológico de los medios de producción, y al mismo tiempo, la rápida expansión de las relaciones capitalistas de producción hacia los rincones más lejanos del globo.
No tenemos espacio aquí para describir el papel desempeñado por los mercados no capitalistas en el desarrollo del capitalismo. La importancia central de éstas áreas se basa en la oportunidad que ofrecieron al capitalismo para entrar en una relación de intercambio (de mercancías de todo tipo por materias primas estratégicas para la continua acumulación) con determinadas economías que, al no producir en base a la rentabilidad, ofrecieron una salida al excedente capitalista, sin poner en peligro al mercado interno. Es importante comprender que el capitalismo no pudo utilizar a cualquier comunidad campesina o tribal como “tercer comprador” de sus excedentes de mercancías. Sólo economías bien desarrolladas como India, China o Egipto, que podían ofrecer bienes en intercambio por el excedente capitalista, pudieron cumplir ese papel. Pero ese proceso (como lo demuestra Rosa Luxemburgo en la Sección Tercera de La Acumulación del capital) condujo inevitablemente a la transformación de estas economías en economías capitalistas, que ya no podían ofrecer una salida para la producción de excedentes de las metrópolis capitalistas. Al contrario, esas nuevas economías burguesas dependían a su vez de una mayor extensión del mercado para poder sobrevivir. Fue en esas circunstancias que el capitalismo prestó atención a las regiones no exploradas del mundo, como lo era África. Pero los nuevos mercados creados por la lucha colonial para captar tales territorios económicos fueron verdaderamente insignificantes, en comparación con los mercados que se requerían para un rápido crecimiento del capitalismo mundial.
Según Rosa Luxemburgo, es entonces cuando deja de haber áreas significantes de producción no capitalista capaces de ofrecer nuevos mercados que compensaran la contracción del mercado capitalista existente, que el período ascendente del desarrollo capitalista llega a su final y que comienza el período de decadencia o de crisis permanente. Las dos tendencias que habían dado el impulso necesario para la acumulación capitalista se vuelven círculo vicioso, que constituye una barrera al propio proceso de acumulación capitalista. La búsqueda de nuevos mercados se vuelve feroz lucha competitiva en la cual los capitalistas individuales se ven forzados a disminuir su margen de ganancias a un mínimo, de tal manera que puedan competir en un mercado mundial que se encoge. La producción rentable se hace cada vez más difícil, no sólo para los capitales más atrasados e ineficientes, sino para todos los capitales, cualesquiera que fueran sus niveles de productividad. Los salarios son brutalmente reducidos en la búsqueda de rentabilidad. Pero al tiempo que los salarios bajan y que la inversión declina, los mercados se contraen en relación creciente, reduciéndose más y más la posibilidad de producción rentable.
Los dos principales aspectos de nuestro análisis, que han sido resumidos arriba, son:
1) que es la saturación del mercado mundial la condición que constituye el punto histórico de división entre el período de ascendencia y el de decadencia del desarrollo capitalista;
2) que la crisis permanente del capitalismo decadente no puede ser entendida sin tomar en cuenta los dos aspectos interrelacionados de la crisis: la saturación del mercado y la tendencia decreciente de la cuota de ganancia.
Se podría decir que, sencillamente, todas las contradicciones causadas por la baja de la cuota de ganancia podrían ser resueltas por el alza de la cuota de explotación, como así lo explica Mattick cuando dice que “no existe una situación en la que la explotación no pueda ser aumentada lo suficiente para compensar la tendencia decreciente de la tasa de ganancia”[11]. Sí, podría ser así, si no fuera porque la crisis resultante a nivel del mercado agudiza aún más el problema de la rentabilidad.
Negar que la sobreproducción es una contradicción inherente al capitalismo significa, en efecto, proclamar la inmortalidad del sistema. Lo irónico es que este punto es presentado por Grossman, al escribir sobre Say, el economista burgués:
“La teoría de los mercados de Say, esto es, la doctrina de que cualquier oferta es simultáneamente una demanda y, consecuentemente, que toda la producción, al producir una oferta crea una demanda, condujo a la conclusión de que un equilibrio entre la oferta y la demanda es posible en cualquier momento. Pero esto implica la posibilidad de una acumulación de capital y de una expansión de la producción sin límites, ya que no existen obstáculos para el pleno empleo de los factores de producción”.(Grossman; Marx, la Economía política clásica y el problema de la dinámica, Segunda parte, en Capital and Class, N° 3).
Por otra parte, el problema del mercado puede ser resuelto por medio del incremento de la inversión, a fin de absorber lo que de otra manera serían excedentes invendibles. Al respecto Mattick mantiene que: “Mientras exista una demanda adecuada y continua para los bienes de capital, no hay razón para que las mercancías que entran al mercado no puedan ser vendidas”[12]. Podría ser así, no fuera porque la tendencia decreciente de ganancia impone a la nueva inversión aún más el problema del mercado.
Esta interrelación entre los dos aspectos de la crisis está implícita en el análisis de Luxemburgo. Porque a pesar de la afirmación que hace CWO de que Luxemburgo no toma en cuenta a la tendencia de la cuota decreciente de ganancia, todo su análisis se basa en la restricción del mercado causado por el aumento de la composición orgánica del capital (y por tanto en el descenso de la cuota de ganancia). Los diagramas de Marx de la reproducción ampliada (acumulación de capital), que se incluyen en el “Capital”, Vol. II, demuestran que cada año, toda la plusvalía producida en términos de bienes de producción y de consumo, es reabsorbida como nuevos elementos de la producción (capital constante y variable). Es en base a estos diagramas que CWO y otros afirman que no hay problemas de mercado mientras que la acumulación continúa a un ritmo suficiente. Pero estos diagramas no toman en consideración el aumento de la composición orgánica del capital. Luxemburgo demuestra que cuando se tiene en cuenta este aspecto, es el propio proceso de acumulación el que al reducir constantemente el capital variable en relación al capital constante crea el problema de la sobreproducción.
La permanente necesidad de reducir los gastos de capital variable significa que las nuevas inversiones, lejos de resolver el problema existente a nivel del marcado (al realizar la plusvalía existente), agrava el problema a una escala aún mayor.
CWO sostiene que Luxemburgo abandona a Marx y a la teoría del valor al “andar buscando fuera de la relación valor-trabajo, fuera del dominio de la suprema ley del valor, para encontrar sus famosos mercados saturados y sus fracasados consumidores…”[13]. Debe estar ya muy claro en vista de lo que hemos argumentado arriba, de que estas afirmación es o una mala interpretación o una deliberada falsificación de lo que Luxemburgo dijo. La expansión del capitalismo a las áreas precapitalistas de su periferia existió como una solución al problema de la saturación del mercado en las áreas existentes de producción capitalista. Fue mediante la extensión geográfica del capitalismo que nuevos mercados fueron creados para compensar la contracción del mercado interno.
En esto Luxemburgo siguió las propias concepciones de Marx, tal como ya lo hemos demostrado en el trabajo titulado: “Marxismo y Teoría de la Crisis” en la “Revista Internacional” N° 13. En donde Luxemburgo va más allá de Marx, es en la determinación de los límites históricos de este proceso de “expansión de los campos externos de producción”. De esta manera, ella también determina los límites históricos de la propia acumulación capitalista, esto es, la coyuntura histórica en la cual la tendencia de la cuota decreciente de ganancia y la contracción del mercado deja de ser un impulso al desarrollo capitalista. Coyuntura que, por tanto, transforma a esos aspectos gemelos de la crisis mortal en dos aspectos que condenan al capitalismo a un ciclo cada vez más profundo de baja de rentabilidad y de contracción de mercado. Su resultado ofrece una única alternativa: guerra o revolución, barbarie o socialismo.
Las teorías económicas y la lucha por el socialismo
Cuando CWO afirma que el análisis económico de Rosa Luxemburgo lleva a conclusiones políticas muy serias, que conducen eventualmente a posiciones “anticomunistas”, nosotros contestamos simplemente que ella ofreció no solo la primera, sino la más clara explicación económica para el más importante tema político que encara el proletariado desde hace 60 años: la decadencia histórica y global del capitalismo. La defensa de todas las posiciones defendidas por las minorías revolucionarias del presente depende de un claro entendimiento de la decadencia como realidad permanente del capitalismo contemporáneo.
Ninguno de los análisis que se basan únicamente en la cuota decreciente de ganancia han podido hasta el momento dar cuenta de esa realidad. Las tablas matemáticas de Grossman pretenden demostrar como, eventualmente, el momento tan esperado llegará, en el cual el capitalismo será incapaz de funcionar debido a una escasez absoluta de plusvalía. Pero Grossman ha sido totalmente incapaz de relacionar este modelo abstracto con el mundo real, en el cual otras fuerzas ya impulsaron al capitalismo a una época de decadencia irreversible. Mattick, quien en discusiones con la CCI ha mantenido que la crisis final del capitalismo podría no ocurrir antes de otros mil años, ha admitido finalmente en sus últimos trabajos (por ej. en su “Crítica a Marcuse”), que sus análisis económicos no llevan a ninguna conclusión definitiva sobre el futuro del capitalismo. Además, tanto Mattick como Grossman, mantienen que las economías de capitalismo de Estado de Rusia y China, son inmunes a los efectos de la crisis; Grossman fue un fervoroso partidario de la Rusia estalinista hasta el final de sus días. CWO, a pesar de su comprensión política de la decadencia, como fenómeno tanto global como permanente, tiene un análisis económico que, al mismo tiempo, deja el hundimiento del capitalismo para un futuro indefinido. Esto conduce a lo absurdo, a posiciones contradictorias que sostienen que el capitalismo es decadente y, sin embargo, “el final del capitalismo no está a la vista”[14].
No tenemos más espacio en este texto para seguir discutiendo los serios peligros políticos que acompañan a esa subestimación de la profundidad de la crisis presente. Todo esto nos recuerda extrañamente a los críticos contemporáneos de Rosa Luxemburgo. Los “pequeños expertos de Dresde” del marxismo ortodoxo del siglo XIX, quienes a medida que el capitalismo se echaba de cabeza a la Primera Guerra Mundial, especulaban sobre la posibilidad de una era de “capitalismo pacífico”.
Y se adherían a la ortodoxia marxista manteniendo que “eventualmente, algún día en el futuro, el capitalismo se derrumbará a causa de la caída de la cuota de ganancia”.
Claro está, no todos los que adhieren a la teoría de la cuota decreciente de ganancia siguen a aquellos renegados en las filas de la contrarrevolución. Como hemos demostrado, un análisis político correcto no surge directamente de un análisis económico; éste depende, al contrario, de mantener una firme comprensión de las premisas fundamentales del marxismo: la necesidad histórica del socialismo y la naturaleza revolucionaria de la clase obrera. Así mismo, los intereses de clase del proletariado no se derivan de un análisis económico, sino directamente de la experiencia y de las lecciones de la lucha de clases. Fue sobre esta base que Lenin y Bujarin pudieron, a pesar de las limitaciones de sus análisis económicos, defender los intereses de proletariado mundial en 1914. Por otro lado, un análisis “luxemburguista” no garantiza por si mismo la adhesión a posiciones políticas revolucionarias: dos “luxemburguistas” de la posguerra, por ejemplo, Sternberg y Lucien Laurant, fueron, políticamente, partidarios de la Social Democracia contrarrevolucionaria.
Pero si nosotros rechazamos la relación mecanicista entre el análisis económico y las posiciones políticas, ello no significa que veamos en el estudio de la economía una simple “añadidura decorativa de marxismo”, tal como lo afirma CWO. Todo lo contrario, reconocemos que un análisis económico coherente es un factor vital en la conciencia proletaria: al soldar las lecciones de la experiencia proletaria en una sola visión unificada del mundo, el proletariado podrá comprender y por tanto confrontar con mayor decisión, los numerosos problemas con que topará en el largo camino hacia el comunismo.
Claro, nosotros tenemos mucho que recorrer, antes de que podamos comprender todo el desarrollo del capitalismo desde 1914, y particularmente desde 1945. Como dijimos al comienzo del texto, estos temas serán abordados en el futuro, en esta “Revista Internacional”. Pero aquí volvemos a afirmar, en base a las razones expuestas arriba, que sólo un análisis “luxemburguista” puede dar una explicación coherente de la realidad política que enfrenta el proletariado de hoy.
Para resumir, rechazamos el análisis de CWO que se basa exclusivamente en la tendencia a disminuir de la tasa de ganancia, porque:
- es un análisis parcial que no puede por si mismo dar cuenta de las fuerzas económicas que llevan al colapso del capitalismo. Como teoría abstracta, lleva lógicamente a la conclusión de que la producción capitalista puede seguir indefinidamente;
- como consecuencia de lo anterior, aquélla conduce a una seria subestimación e incluso a la negación de la profundidad y consecuencias de la crisis presente.
Sugerimos seriamente a los compañeros de CWO que abandonen los intentos de demostrar lo lejos que estamos del final del capitalismo, que se separen por un momento de las páginas de “El Capital”, vol. III y de los análisis abstractos de Grossman y Mattick, y que en su lugar presten atención a la presente crisis que se está desenvolviendo en el mundo que rodea, que capten las implicaciones políticas de la crisis para la lucha del proletariado y el movimiento revolucionario.
Por nuestra parte, nos proponemos continuar el importante trabajo de análisis económico. Y en particular, nos hemos fijado las dos tareas siguientes:
- desarrollar nuestro análisis del capitalismo desde 1914 y particularmente desde 1945, a fin de situar la crisis actual dentro del marco de la crisis permanente del capitalismo desde 1914;
- desenmascarar a todas esas teorías, que han surgido tanto dentro como fuera del campo proletario, que niegan la realidad de la crisis contemporánea, posponen la crisis del capitalismo a un futuro lejano o afirman que las contradicciones del capitalismo pueden ser resueltas en el marco de las economías capitalistas de Estado o del “Estado Obrero”.
Y tomamos como guía la comprensión marxista de la economía que señalaba Rosa en 1916:
“En la teoría de Marx, la economía política halló su culminación, pero también su liquidación como ciencia. La continuación sólo será - aparte de ciertos desarrollos de detalle de la teoría marxista - la transposición de esta teoría a la acción, es decir la lucha del proletariado internacional por la realización del ordenamiento económico socialista. El fin de la economía política como ciencia entraña pues un hecho histórico mundial: la traducción a la práctica de una economía mundial organizada de acuerdo con un plan. El último capítulo de la teoría económica es la revolución social del proletariado mundial”. Rosa Luxemburgo: ¿Qué es la economía política?
R. Weyden