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En un artículo anterior (Revista internacional nº 108) describimos la emergencia de las fracciones de izquierda que combatieron la degeneración de los antiguos partidos obreros, especialmente la del SPD (Partido socialdemócrata de Alemania), el cual había apoyado el esfuerzo de guerra de su capital nacional en 1914, la del Partido comunista ruso y de la Tercera internacional a medida que se transformaban en instrumentos del Estado ruso con la derrota gradual de la Revolución de octubre. En este proceso, la tarea de las fracciones era luchar para reconquistar la organización para las posiciones centrales del programa proletario, contra su abandono por la derecha oportunista y la traición total de la dirección que controla la mayoría de la organización. Para salvaguardar la organización como instrumento de lucha de la clase y salvar el máximo de militantes, una preocupación esencial de las fracciones de izquierda era la de quedarse el mayor tiempo posible en el partido. Sin embargo, el proceso de degeneración política venía inevitablemente acompañado de una modificación profunda del modo de funcionamiento de los partidos mismos, de las relaciones entre militantes y el conjunto de la organización. Esta situación planteó irremediablemente a las fracciones la cuestión de la ruptura de la disciplina de partido para poder cumplir la tarea de preparación del nuevo partido del proletariado.
Ahora bien, en el movimiento obrero, la izquierda ha defendido siempre el respeto riguroso de las reglas de la organización y de la disciplina en su seno. Romper la disciplina de partido no era algo que se planteaba a la ligera, sino que, al contrario requería un gran sentido de las responsabilidades, una evaluación profunda de lo que está en juego y de las perspectivas para el porvenir de la organización del proletariado y para el proletariado mismo.
EL OBJETIVO de este artículo es examinar cómo se planteó el problema de la disciplina en la historia de la organización de la clase obrera, especialmente cómo fue tratada por las izquierdas en los grandes partidos obreros, los de la IIª y IIIª Internacional, por las fracciones de izquierda que lucharon en esos partidos para defender la línea revolucionaria durante la degeneración de éstos y, en fin, en la izquierda comunista internacional de la que nosotros, como la mayoría de las demás organizaciones del medio proletario de hoy, somos herederos. Para ello, es necesario tratar la cuestión más general de cómo se plantea la disciplina en la sociedad de clases, especialmente en el seno de la burguesía y en el proletariado.
Disciplina y conciencia
Es una evidencia afirmar la necesidad de reglas comunes para la organizar cualquier actividad humana, ya sea a nivel de una pequeña colectividad o a escala de toda la sociedad. La diferencia entre el comunismo y las demás sociedades de clase anteriores no es que el comunismo estará menos organizado (al contrario, será la primera comunidad humana organizada a escala planetaria), sino que la organización social no será impuesta a una clase explotada por, y en provecho de, una clase explotadora. "Al gobierno de los hombres, decía Marx, le sucederá la administración de las cosas". En cambio, mientras vivamos en una sociedad de clases, "el gobierno de los hombres" no es algo neutral. En el capitalismo, la disciplina en la fábrica o en la oficina la impone la clase dominante sobre la clase explotada, garantizada, en última instancia por el Estado a través de sus leyes sobre el trabajo y gracias a la fuerza armada. La burguesía pretende hacernos creer que el Estado y su disciplina están por encima de la sociedad, independientemente de las clases, que todos somos iguales ante la disciplina de la ley. El marxismo denunció de inmediato esa mentira, demostrando que ningún aspecto de la organización o del comportamiento social debe considerarse ajeno a su estatuto y a su función en la sociedad de clases. Como lo escribió Lenin:
"…los conceptos "democracia en general" y "dictadura en general", sin plantear la cuestión de qué clase (…) es una descarada mofa de la teoría principal del socialismo (…) Porque en ningún país capitalista civilizado existe la "democracia en general", pues lo que existe en ellos es únicamente la democracia burguesa" (1).
Es de igual modo un sinsentido hablar de "disciplina" en sí: hay que identificar la naturaleza de clase de la disciplina que se considera. En la sociedad capitalista la libertad en sí (en apariencia, lo contrario de la disciplina) es un engaño, pues la humanidad, por un lado, sigue viviendo sometida a la necesidad y no es, por lo tanto, libre de elegir y además, la conciencia humana está inevitablemente mistificada por la falsa conciencia de la ideología dominante. La libertad no es hacer lo que uno quiere, sino alcanzar la conciencia más completa posible de lo que es necesario hacer. Como lo escribió Engels en Anti-Düring:
"Así pues, la libertad de la voluntad no es otra cosa que la facultad para decidir con conocimiento de causa. Cuanto más libre es el juicio de un hombre sobre un tema determinado tanto mayor es la necesidad que determina el contenido de ese juicio; mientras que la incertidumbre que se basa en la ignorancia, que aparentemente escoge de manera arbitraria entre varias posibilidades de decisión diversas y contradictorias, lo único que expresa es su ausencia de libertad, su sumisión al objeto al que precisamente debería someter".
El objetivo de la teoría marxista -el materialismo histórico y dialéctico- es precisamente permitir al proletariado adquirir ese "conocimiento de las causas" de la sociedad burguesa. Sólo así podrá la clase revolucionaria quebrar la disciplina de la clase enemiga, imponer la suya propia, su dictadura, sobre la sociedad y, al hacerlo, poner las bases para la creación de la primera sociedad humana libre: libre porque, por primera vez, la humanidad entera dominará conscientemente a la vez el mundo natural y su propia organización social.
El marxismo siempre combatió la influencia de la rebelión pequeño burguesa que se infiltra en el movimiento obrero, la idea típica del anarquismo según la cual bastaría con oponer a la disciplina burguesa la "no disciplina", una especie de pretendida "indisciplina proletaria". Para el obrero la experiencia de la disciplina burguesa la vive como algo que le es ajeno, contrario a sus intereses, una disciplina impuesta desde arriba para hacer respetar el poder y los intereses de la clase dominante. Sin embargo, a diferencia de la pequeña burguesía, la cual lo único que es capaz de hacer es rebelarse sin ir más lejos, la clase obrera es capaz de comprender la disciplina impuesta por el capitalismo en su doble naturaleza: por un lado, su vertiente opresiva, expresión de la dominación de clase de la hurguesía que se apropia de manera privada del fruto del trabajo del proletariado; por otro, un aspecto potencialmente revolucionario al ser un componente esencial del proceso colectivo del trabajo, impuesto por el capital al proletariado, proceso que es una condición fundamental de la socialización de la producción a escala planetaria. Eso es precisamente lo que expresa Lenin en Un paso adelante, dos pasos atrás cuando trata este tema con el único enfoque posible para un marxista: considerando la "disciplina" no como una categoría abstracta en sí, sino como factor de organización, determinado por su pertenencia de clase:
"Precisamente la fábrica, que a algunos les parece sólo un espantajo, representa la forma superior de cooperación capitalista que ha unificado y disciplinado al proletariado, que le ha enseñado a organizarse y lo ha colocado a la cabeza de todos los demás sectores de la población trabajadora y explotada. Precisamente el marxismo, como ideología del proletariado instruido por el capitalismo, ha enseñado y enseña a los intelectuales vacilantes la diferencia que existe entre el factor de explotación de la fábrica (disciplina fundada en el miedo a la muerte por hambre) y su factor organizador (disciplina fundada en el trabajo en común, unificado por las condiciones en que se realiza la producción, altamente desarrollada desde el punto de vista técnico). La disciplina y la organización, que tan difícilmente adquiere el intelectual burgués, son asimiladas con singular facilidad por el proletariado, gracias precisamente a esta "escuela" de la fábrica. El miedo mortal a esta escuela, la completa incomprensión de su valor organizador, caracterizan precisamente los métodos del pensamiento que reflejan las condiciones de vida pequeño burguesas".
Es evidente que Lenin no quiere idealizar la disciplina impuesta a los obreros por la burguesía (2), pero lo que sí quiere mostrar es cómo las condiciones de su existencia determinan la actitud de la clase obrera hacia las cuestiones de disciplina, así como hacia otros aspectos de su autoactividad. Las condiciones de su existencia demuestran al obrero que forma parte de un proceso de producción colectivo y que solo puede defender sus intereses contra la clase dominante mediante la acción colectiva. La gran diferencia entre la disciplina de la burguesía y la del proletariado es: mientras que la de aquélla es una disciplina impuesta por una clase explotadora detentora de todos los poderes del aparato de Estado para mantener su propia dominación, la segunda es básicamente la autodisciplina de una clase explotada para oponer una resistencia colectiva a la explotación y acabar por derrocarla del todo. La disciplina que reclama el proletariado es una disciplina voluntaria, consciente, animada por la compresión de los objetivos de su lucha. Mientras que la disciplina burguesa es ciega y opresiva, la del proletariado es liberadora y consciente. Por ello, la disciplina no podrá nunca servir para sustituir el desarrollo de la conciencia en el proletariado entero, la conciencia de los fines de su lucha y de los medios para alcanzarlos.
Y eso que es válido para el conjunto de la clase obrera, lo es también para sus organizaciones revolucionarias. Existen, sin embargo, diferencias. Mientras que la disciplina de la clase obrera, su unidad de acción, su centralización son la expresión directa de su naturaleza colectiva y organizada, de su propio ser de clase revolucionaria, la disciplina en el seno de sus organizaciones se basa en el compromiso de cada uno de sus miembros para respetar las reglas de la organización y el más alto grado de desarrollo de la conciencia a que corresponden esas reglas. Ninguna organización revolucionaria podrá servirse de la disciplina para sustituir esa conciencia proletaria. De igual modo que la clase obrera nunca podrá avanzar en su combate contra la burguesía y por el comunismo sin desarrollar una conciencia cada vez más profunda y extensa de las necesidades de la lucha y del camino a seguir, tampoco las organizaciones podrán servirse de la disciplina para sustituir el debate más extenso en su seno.
Y así ocurrió con la Gauche communiste de France (GCF), la cual hizo una polémica contra la disciplina impuesta, sin debate, sobre sus propios militantes por parte del Partido comunista internacionalista para imponer la política de la dirección de participar en las elecciones de la Italia de 1946.
"El socialismo sólo será posible como acto consciente de la clase obrera (…) No se impone el socialismo a garrotazos. Y no porque el palo sea un medio inmoral (…) sino porque no contiene el más mínimo factor de conciencia. (…) La organización y la acción concertada comunistas no tienen otra base que la conciencia de los militantes que las animan. Cuanto mayor, más diáfana es esa conciencia tanto más fuerte es la organización, y tanto más concertada y eficaz es su acción.
"Lenin denunció con vehemencia en múltiples ocasiones el recurrir a la 'disciplina libremente consentida' como una estaca de la burocracia. Cuando empleaba el término de disciplina, Lenin lo entendía -y así lo dijo varias veces- en el sentido de la voluntad de acción organizada, basada en la convicción revolucionaria de cada militante".
No es casualidad si el artículo se reivindica de Lenin, el Lenin de Un paso adelante, dos pasos atrás. La organización que publica este artículo en 1947 es la misma que dos años antes supo reaccionar con la mayor firmeza en sus propias filas contra aquellos que ponían en peligro "la voluntad de acción organizada" (véase más lejos).
En el seno de la organización comunista, la disciplina proletaria es pues algo inseparable de la discusión, de la crítica sin tregua, a la vez de la sociedad capitalista y de sus propios errores y los de la clase obrera. Vamos ahora a interesarnos por la manera con que las izquierdas lucharon por la disciplina de partido en el seno de la IIª y la IIIª Internacionales.
El revisionismo del SPD contra la disciplina del partido
Durante las dos décadas que precedieron la Primera Guerra mundial, el SPD, mascarón de proa de la IIª Internacional, fue el escenario de un enfrentamiento entre la izquierda y la derecha oportunista, revisionista. Ésta estaba personificada en el plano ideológico en las teorías revisionistas de Eduard Bernstein, surgiendo con dos formas relacionadas entre sí, pero diferenciadas: por un lado, la tendencia de las fracciones parlamentarias a tomar iniciativas independientemente del conjunto del partido; por otro lado, la negativa por parte de los dirigentes sindicales a vincularse a las decisiones del partido. En Reforma social o revolución (publicado por primera vez en 1899), Rosa Luxemburg ponía de relieve el desarrollo del oportunismo práctico que había preparado el terreno a la teoría oportunista de Bernstein:
"Si se tiene en cuenta una serie de manifestaciones esporádicas (por ejemplo, la famosa cuestión de la subvención acordada a las compañías marítimas), las tendencias oportunistas dentro de nuestro movimiento remontan a hace bastante tiempo. Pero será sólo en 1890 cuando se vea perfilarse una tendencia declarada y única en ese sentido, tras la abolición de las leyes de excepción contra los socialistas, cuando la socialdemocracia hubo reconquistado el terreno de la legalidad. El socialismo de Estado al modo de Vollmar, la votación del presupuesto en Baviera, el socialismo agrario en Alemania del Sur, los proyectos de Heine tendentes a establecer una política de mercaderías, las opiniones de Schippel sobre la política aduanera y la milicia: son esas otros tantos jalones en el camino de la práctica oportunista".
Sin entrar en más detalles sobre esos ejemplos, es significativo que el "socialismo de Estado" al modo de Vollmar se plasmara, en particular, en el voto favorable por el SPD bávaro a los presupuestos del Land (parlamento) bávaro, explícitamente en contra de la decisión de la mayoría del partido. Contra la negativa de la derecha oportunista de respetar las decisiones de la mayoría y del congreso del partido, la izquierda pidió que se reforzara la centralización del partido, especialmente el Parteivorstand (centro ejecutivo) y la subordinación de las fracciones parlamentarias al partido en su conjunto. Parece evidente que Rosa Luxemburg tenía en mente la experiencia de esa lucha en la respuesta a Lenin de 1904 sobre Las cuestiones de organización en la socialdemocracia rusa:
"en ese caso [el alemán] una aplicación más rigurosa de la idea de centralismo en la constitución y una aplicación más estricta de la disciplina de partido puede ser sin duda alguna una barrera útil contra la corriente oportunista (…). Una revisión de ese tipo de la constitución del partido alemán se ha vuelto hoy necesaria. Pero incluso en este caso, la constitución del partido no podrá ser considerada como una especie de arma que sería ella sola suficiente contra el oportunismo, sino simplemente sería como un medio externo mediante el cual podría ejercerse la influencia decisiva de la mayoría proletaria-revolucionaria actual. Cuando falta una mayoría así, la constitución escrita más rigurosa no puede actuar en su lugar".
Es así evidente que la izquierda era favorable a la defensa más intransigente de la disciplina y de la centralización del partido y al respeto de los estatutos (3). De hecho, del mismo modo que aquí expresa su preocupación de defender el partido alemán mediante una disciplina rigurosa, Rosa Luxemburg, desde finales del siglo XIX no cesó de batirse por el respeto, por parte de todos los partidos de la IIª Internacional, de las decisiones tomadas por sus Congresos (4).
1914: golpe de Estado en el seno mismo del Partido
Durante el período que precedió a la Primera Guerra mundial, la izquierda luchó por una disciplina fiel a los principios revolucionarios. Podemos pues imaginar fácilmente el terrible dilema ante el que se encontraron Karl Liebknecht y otros diputados de izquierda en el Parlamento, el 4 de agosto de 1914, cuando la mayoría de la fracción parlamentaria del SPD anunció que iba a votar los créditos de guerra requeridos por el gobierno del Káiser: o romper con el internacionalismo proletario votando a favor de los créditos de guerra, o votar como minoría contra la guerra y, por ello, romper la disciplina del partido. Lo que Liebknecht y sus camaradas fueron incapaces de comprender en esos momentos críticos es que, por haber traicionado los principios más fundamentales al haber abandonado el internacionalismo proletario con el apoyo al esfuerzo de guerra de la clase dominante, al haber roto con las decisiones de los congresos del partido y de la Internacional, fue la dirección de la Socialdemocracia la que abandonaba la disciplina del partido. A partir de aquí, la izquierda no podía seguir planteando el problema de la misma manera. Al aliarse con el Estado burgués, la fracción parlamentaria del SPD realizó un auténtico golpe de Estado en el seno del Partido, se apoderó de una autoridad a la que no tenía derecho, pero que impuso gracias a la potencia armada del Estado capitalista. Para Rosa Luxemburg: "La disciplina respecto al partido en su totalidad, es decir a su programa, pasa antes que cualquier disciplina de cuerpo y solo aquella puede servir de justificación a ésta, del mismo modo que es su límite natural". Fue la dirección, y no la izquierda, la que perpetró, desde el inicio de la guerra, violaciones sin fin a la disciplina del partido por su apoyo al Estado, "violaciones de la disciplina que consisten en que órganos sectoriales del partido traicionan por propia iniciativa la voluntad del conjunto, es decir del programa, en lugar de servirlo" (5). Y para asegurarse que la masa de militantes no pueda poner en entredicho la decisión de la dirección, el 5 de agosto (o sea el día siguiente de la votación de los créditos de guerra), el congreso del partido fue postergado hasta que terminara la guerra (6). El desarrollo de una oposición en el seno del SPD demostraría las razones de ese aplazamiento.
En los años siguientes, la izquierda del SPD, manteniéndose fiel al internacionalismo proletario, se vio enfrentada a una disciplina auténticamente burguesa en el seno del partido mismo. Inevitablemente la actividad del grupo Spartakus rompió la disciplina tal como la interpretaba ahora la dirección de un SPD aliado del Estado (7). La cuestión ahora ya no era cómo mantener la disciplina y la unidad de la organización del proletariado, sino cómo evitar dar a la dirección pretextos disciplinarios para expulsar a la izquierda del partido y aislar a militantes cuya resistencia a la guerra comenzaba a hacerse presente, expresándose inevitablemente como una resistencia al golpe de Estado de la dirección.
Un ejemplo de esta dificultad es la del desacuerdo surgido en el seno de Spartakus (8) sobre el pago de las cuotas al centro del SPD por las secciones locales. Era una cuestión verdaderamente difícil: el dinero -las cuotas de los militantes- es el "nervio de la guerra" para una organización de la clase obrera. Sin embargo, en 1916, era evidente que la dirección del SPD desviaba en realidad los fondos de organización de la lucha no hacia la guerra de clases del proletariado, sino hacia la guerra imperialista de la burguesía. En esas condiciones, Spartakus apeló a los militantes locales a "dejar de pagar las cuotas a la dirección del partido, pues ésta usa vuestro dinero, duramente ganado, para apoyar una política y publicar textos que quieren transformaros en paciente carne de cañón del imperialismo, todo ello con la finalidad de prolongar la matanza" (9).
Para una nueva Internacional, una disciplina internacional
Desde que se inició el combate de la izquierda contra la traición de 1914 se planteó la cuestión de crear una nueva Internacional. Si para ciertos revolucionarios como Otto Rühle (10), la traición total del SPD y su utilización feroz de la disciplina mecánica impuesta en colaboración con el Estado eran la prueba definitiva de que todos los partidos políticos estaban inevitablemente condenados a convertirse en monstruos burocráticos y a traicionar a la clase obrera, cualquiera que fuera su programa, no fue esa la conclusión sacada por la mayoría de la izquierda. Al contrario, se trataba de entablar una batalla por la construcción de una nueva Internacional y la victoria de la revolución proletaria iniciada en Petrogrado en octubre de 1917. Para Rosa Luxemburg, como lo explica Frölich:
"El movimiento obrero debía romper con quienes se habían entregado al imperialismo; había que crear una nueva Internacional, una Internacional de más altura que la que acababa de desmoronarse", poseedora de una idea homogénea de los intereses y de las tareas del proletariado, de una táctica coherente, y de una capacidad de intervención en tiempo de paz como en tiempo de guerra. Se daba la mayor importancia a la disciplina internacional: "El centro de gravedad de la organización de clase del proletariado está en la Internacional. La Internacional decide en tiempos de paz sobre la táctica que deben adoptar las secciones nacionales en lo que concierne al militarismo, la política colonial (…) etc., y además del conjunto de la táctica que adoptar en caso de guerra. La obligación de aplicar las resoluciones de la Internacional prevalece ante toda otra obligación de la organización (…) La patria de los proletarios, en cuya defensa debe quedar todo subordinado, es la Internacional socialista" (11).
Cuando en junio de 1920, se reunieron los delegados en Moscú para el IIº Congreso de la Internacional comunista, la guerra civil seguía causando estragos en Rusia y los revolucionarios del mundo entero estaban en pleno combate contra la burguesía y los social-traidores, o sea, los viejos partidos que habían traicionado a la clase obrera con su apoyo a la guerra.
Estaban también confrontados a las oscilaciones de las corrientes "centristas" que dudaban todavía en romper los vínculos con los viejos métodos socialistas o, al menos en el caso de muchos dirigentes, con sus viejos amigos que habían permanecido en la socialdemocracia corrupta. Los centristas tampoco estaban listos para romper radicalmente con las viejas tácticas legalistas. En una situación así, los comunistas, y en particular el ala izquierda, estaban decididos a que la nueva Internacional no repitiera los errores de la antigua en materia de disciplina. Dejaría de haber autonomía para los particularismos de los partidos nacionales, que sólo habían servido de taparrabos del chovinismo en la antigua Internacional (12), como tampoco se toleraría el arribismo pequeño burgués cuyos intereses eran llevar a cabo una carrera parlamentaria personal. La Internacional comunista debía ser una organización de combate, la dirección del proletariado en su lucha mundial decisiva por el derrocamiento del capitalismo y la toma del poder político. Esta determinación se plasmó en las 21 condiciones de adhesión a la Internacional, adoptadas por el Congreso. Citemos, por ejemplo, el punto 12:
"Los Partidos que pertenecen a la Internacional comunista deben edificarse sobre el principio de la centralización democrática. En la época actual de guerra civil encarnizada, el Partido comunista sólo podrá cumplir su función si está organizado de la manera más centralizada, si en él se admite una disciplina de hierro rayana en la disciplina militar y si su organismo central cuenta con amplios poderes, ejerce una autoridad indiscutible, se beneficia de la confianza unánime de los militantes".
Las 21 condiciones fueron reforzadas por los estatutos de la organización que establecían claramente que la Internacional debía ser un partido mundial y centralizado. Según el punto 9 de los estatutos: "El Comité Ejecutivo (órgano central internacional) de la Internacional comunista tiene derecho a exigir a los Partidos afiliados que sean excluidos grupos o individuos que hubieran infringido la disciplina proletaria; puede exigir la exclusión de Partidos que hayan violado las decisiones del Congreso mundial".
La izquierda compartía totalmente esa determinación, como lo ilustra con creces el hecho de que fuera Bordiga, dirigente de la izquierda del Partido socialista italiano, el que propuso la nº 21 (13):
"Los adherentes al Partido que rechacen las condiciones y las tesis establecidas por la Internacional comunista deben ser excluidos del Partido. Y lo mismo para los delegados al Congreso extraordinario".
Degeneración del Partido y pérdida de la disciplina proletaria
La trágica degeneración de la Internacional comunista fue paralela al retroceso a la oleada revolucionaria de 1917. La clase obrera rusa quedó desangrada por la guerra civil, la revuelta de Cronstadt fue aplastada, la revolución derrotada en todos los países centrales de Europa (Alemania, Italia, Hungría), sin ni siquiera conseguir desarrollarse en Francia o Gran Bretaña y la propia Internacional estaba dominada por el Estado ruso dirigido ya por Stalin y su policía política (la GPU). El año 1925 iba a ser el de la "bolchevización": la Internacional quedó reducida al papel de instrumento entre las manos del capitalismo de Estado ruso. A medida que la contrarrevolución ganaba la Internacional, la disciplina proletaria iba cediendo el terreno a la disciplina de la estaca burguesa.
Semejante degeneración, inevitablemente, tuvo que enfrentarse a una fuerte oposición por parte de los comunistas de izquierda, a la vez dentro de Rusia (Oposición de izquierda de Trotski, el grupo obrero de Miasnikov, el grupo "Centralismo democrático", etc.) y en el seno de la Internacional misma, especialmente por parte de la izquierda del PC italiano agrupada en torno a Bordiga (14). Una vez más, como durante la guerra de 1914, la izquierda se encontró enfrentada a la cuestión de la disciplina del partido, una disciplina que, en Rusia al menos, se identificaba con la GPU de Stalin, la cárcel y los campos de concentración. Pero la Internacional no era el Estado ruso, y la izquierda italiana estaba decidida a luchar, mientras fuera posible, para arrancarla de las manos de la derecha, preservándola para la clase obrera. Lo que no estaba dispuesta a hacer era llevar a cabo el combate negando los principios mismos por los que había luchado en el IIº Congreso. Más concretamente, Bordiga y la izquierda de la IC no estaban dispuestas a abandonar la disciplina de un partido centralizado a sus adversarios. En marzo-abril de 1925, el ala izquierda del partido italiano hizo un primer intento para trabajar como grupo organizado formando el "Comité de entendimiento":
"En cuanto se anunció el Congreso, un Comité de entendimiento se creó espontáneamente para así evitar las reacciones desordenadas de los militantes y de los grupos, que habrían llevado a la disgregación, y para canalizar la acción de todos los camaradas de la Izquierda en la línea común y responsable, en los estrictos límites de la disciplina, estando garantizados los derechos de todos en la constitución del partido. La dirección (15) echó mano de estos hechos para utilizarlos en su plan de agitación que presentaba a los camaradas de la Izquierda como fraccionistas y escisionistas a quienes se prohibió defenderse y contra los cuales se obtuvieron votos de los comités federales mediante presiones ejercidas desde arriba" (Tesis de Lyón, 1926) (16).
La dirección de la Internacional exigió la disolución del Comité de entendimiento y la izquierda se sometió a esta decisión aún protestando:
"Acusados de fraccionismo y de escisionismo, sacrificaremos nuestras opiniones por la unidad del partido ejecutando una orden que nosotros consideramos injusta y ruinosa para el partido. Demostraremos así que la Izquierda italiana es quizás la única corriente que considera la disciplina como algo serio con lo que no hay que regatear. Nosotros reafirmamos todas nuestras posiciones anteriores y todos nuestros actos. Negamos que el Comité de Entendimiento haya sido una maniobra para hacer una escisión en el partido y constituir una fracción en su seno y protestamos una vez más contra la campaña organizada con esas bases sin darnos siquiera el derecho de defendernos y engañando escandalosamente al partido. No obstante, ya que la dirección piensa que la disolución del Comité de entendimiento alejará el fraccionismo y, aún siendo nosotros de parecer contrario, obedeceremos. Pero dejamos a la dirección la entera responsabilidad de la evolución de la situación interior del Partido y de las reacciones determinadas por la manera con la que la dirección ha administrado la vida interior" (ídem).
Cuando Karl Korsch, excluido poco antes del KPD (17), escribió a Bordiga en 1926 para proponer una acción común entre la izquierda italiana y el grupo Kommunistische Politik, éste lo rechazó. Vale la pena citar dos de las razones que da. Por un lado, consideraba que la base teórica para tomar tal posición no había quedado establecida todavía:
"Creo, en general, que la prioridad de hoy debe ser, más que la organización y la maniobra, un trabajo de elaboración de una ideología política de la izquierda internacional, basada en las experiencias elocuentes que la IC ha atravesado. Como este punto dista mucho de ser alcanzado, toda iniciativa internacional parece difícil".
Por otro lado, la unidad y la centralización internacional de la Internacional no era algo que pudiera abandonarse a la ligera:
"No debemos favorecer nosotros la escisión en los partidos y en la Internacional. Debemos permitir que la experiencia de la disciplina artificial y mecánica alcance sus límites, respetando esa disciplina en todas sus absurdeces de leguleyo mientras sea posible, sin renunciar nunca a nuestra critica política e ideológica y sin solidarizarnos nunca con la orientación dominante".
La lucha de la Izquierda italiana contra la degeneración de la Internacional primero y después para extraer todas las lecciones de esa degeneración y de la derrota de la revolución rusa fue algo esencial para la creación del medio político proletario de hoy. Las principales corrientes existentes hoy, incluida la CCI, son descendientes directos de aquella lucha y, para nosotros, es indiscutible que la defensa de la disciplina proletaria en el seno de la Internacional que la Izquierda italiana llevó a cabo forma parte íntegra de la herencia que nos ha legado. La disciplina proletaria de la Internacional fue algo esencial para desmarcarse de los social-traidores, pues permitió definir lo que era y lo que no era aceptable en el seno de las organizaciones de la clase obrera. Sin embargo, como decía Bordiga, la disciplina proletaria es algo totalmente ajeno a la disciplina impuesta a las clases explotadas por el Estado capitalista.
La cuestión de la disciplina en la Fracción de izquierda
A partir del momento en que ya no pudo seguir trabando en la Internacional al haber sido excluida por la dirección estalinista, la Fracción de izquierda italiana adoptó su propia forma organizativa (en torno a la publicación Bilan), sacando para ello las lecciones de sus luchas por la Internacional y en el seno de ésta.
Y la primera lección fue la insistencia sobre la discusión "sin ostracismos", como decía Bilan, para así hacer surgir todas las lecciones de la inmensa experiencia de la oleada revolucionaria que siguió a Octubre de 1917. Pero también las fracciones de izquierda estaban enfrentadas a crisis en su seno cuando, precisamente, fallaba "la voluntad de acción organizada, basada en la convicción revolucionaria de cada militante" por parte de minorías en el seno de la organización. ¿Cómo hacer pues cuando el marco mismo que permite esa acción organizada es zarandeado por algunos de sus propios militantes? La primera de las crisis que vamos a tratar surge en 1936, cuando una importante minoría de Bilan rechazó la posición de la mayoría según la cual el enfrentamiento que estaba ocurriendo en España no se realizaba en el terreno de la revolución proletaria, sino en el de la guerra imperialista. La minoría exigió el derecho de tomar las armas para defender la "revolución" española y, a pesar del veto de la Comisión ejecutiva (CE) de Bilan, 26 miembros de la minoría se fueron a Barcelona en donde crearon una nueva sección. Ésta se negó a pagar sus cuotas, integró a nuevos miembros con la base de la participación en el frente militar en España y exigió el reconocimiento a la vez de la sección de Barcelona y de los nuevos militantes recién integrados como condición previa para continuar su actividad en el seno de la organización (18).
La manera con la que la izquierda italiana trató el problema de la disciplina en sus propias filas era coherente con su idea de la organización y de las relaciones de los militantes con ella. Y así la CE "ha decidido no forzar la discusión. El objetivo es permitir que organización se beneficie de las contribuciones de los camaradas que están imposibilitados para intervenir activamente en ella y, también porque la evolución permitirá una mejor clarificación de las divergencias fundamentales surgidas en los debates" (19). Habida cuenta de la importancia de las divergencias, la CE sabía que la escisión era casi inevitable y consideró que la prioridad era la de la clarificación programática. Para que ésta fuera posible, estaba dispuesta a dejar de lado ciertas violaciones de los estatutos por parte de la minoría para que ésta no tuviera pretextos para abandonar la organización y esquivar así la confrontación sobre temas de fondo. Llegó incluso a aceptar el impago de las cuotas por la minoría. Cuando la minoría de la Fracción constituyó un "Comité de coordinación" (CC) para negociar con la mayoría y pedir el inmediato reconocimiento de la sección de Barcelona (anunciando incluso que consideraría la negativa al reconocimiento de la sección como una exclusión de la minoría), la CE empezó negándose:
"La CE se ha basado en un criterio elemental y de principio de la vida de la organización cuando decidió no reconocer el grupo de Barcelona. Y por eso consideramos que ni siquiera fueron discutidas por el Comité de coordinación y que fueron comunicadas en nuestro precedente comunicado. No se decidió ninguna exclusión contra los miembros de la Fracción y por eso resulta incomprensible la decisión del Comité de Coordinación cuando considera como excluido al conjunto de la minoría si el grupo de Barcelona no es reconocido" (20).
A causa de la amenaza de escisión esgrimida por la minoría, la CE decidió reconocer la sección de Barcelona. Se negó, sin embargo, a reconocer a los militantes recién integrados en la sección, por el hecho de haber entrado con una base de lo más confuso y sin haber dado, además, su acuerdo con los textos fundamentales de la Fracción. Así, "la CE, basándose en el mismo criterio, es decir que la escisión debía hacerse sobre cuestiones de principio, de ninguna manera sobre cuestiones particulares de tendencia y menos aún sobre cuestiones de organización…" (21).
Esta determinación en mantener el debate político no tuvo el menor eco. La minoría se negó a asistir al congreso de la Fracción, organizado para discutir las posiciones presentes, se negó a dar a conocer a la CE sus propios documentos políticos y tomó contacto con el grupo antifascista "Giustizia e Libertà". Por consiguiente:
"En estas condiciones, la C.E. hace constar que la evolución de la minoría es la prueba patente de que ya no se la puede considerar como una tendencia de la organización sino como resultado de la maniobra del Frente Popular en el seno de la Fracción. En consecuencia, no se puede plantear un problema de escisión política de la organización. Por otra parte, teniendo en cuenta que la minoría se combina con fuerzas enemigas de la Fracción y claramente contrarrevolucionarias (…) a la vez que proclama inútil discutir con la Fracción, la C.E. decide la expulsión por indignidad política de todos los camaradas que se solidaricen con la carta del Comité de coordinación del 25 de noviembre de 1936 y deja quince días a los compañeros de la minoría para que se pronuncien definitivamente. (22)
En defensa de la disciplina organizativa
La Izquierda italiana habría de sufrir otra crisis cuando estalló la guerra mundial, pues la Fracción se disolvió siguiendo la idea, defendida por Vercesi, de que el proletariado desaparecía como clase en período de guerra. Una parte de sus miembros, sin embargo, reconstruiría la Fracción durante la guerra en torno al núcleo de Marsella. Se constituyó, paralelamente, la Fracción francesa de la Izquierda comunista (FFGC). En 1945 estalló una nueva crisis. Acababa de ser fundado en Italia el nuevo Partito Comunista Internazionalista por los miembros de la Izquierda italiana que habían pasado la guerra en las cárceles de Mussolini. La Fracción italiana decidió disolverse e ingresar individualmente en las filas del partido. La FFGC criticó duramente esa decisión, estimando que las bases para formar un nuevo partido en Italia no eran claras y que la disolución de la Fracción daba la espalda a toda la labor cumplida antes y durante la guerra por la Fracción italiana en el exilio. Marco, de la Fracción italiana, y la FFGC rechazaron la liquidación de la Fracción. Una parte de la FFGC, sin embargo, adoptó las posiciones de la mayoría de la Fracción italiana. Pero, en lugar de defender esa posición política en el seno de la organización, esos militantes prefirieron orquestar una campaña de calumnias dentro y fuera de la FFGC, campaña dirigida sobre todo contra Marco. Al no haber podido hacer volver a esos camaradas al terreno de la disciplina organizativa, una asamblea general de la FFGC tuvo que acabar adoptando una resolución (17/06/1945) (23) sancionándolos:
"La Asamblea general reafirma la posición de principio de que las escisiones y las exclusiones no pueden servir de medio para resolver un debate político, mientras las divergencias no lo sean sobre las bases programáticas y de principio. Al contrario, cuando las medidas organizativas intervienen en el debate político lo único que hacen es embrollar los problemas, impidiendo la plena maduración de las tendencias, que es lo único que permite al conjunto del movimiento sacar las conclusiones y fortalecer, a través de la lucha política, el acervo ideológico de la fracción. De esta posición de principios no se deduce ni mucho menos que la elaboración política pueda realizarse de cualquier manera. La elaboración política sólo puede concebirse mediante el respeto de las reglas elementales de la organización y con el trabajo fraterno y colectivo en interés de la clase y de la organización (…)
"Primero, esos dos elementos se esquivan para explicarse ante el conjunto de los camaradas y públicamente en nuestro órgano Internationalisme, para luego publicar un comunicado con la firma de "un grupo de militantes de P", en el cual se expanden en ataques injuriosos y en calumnias (…)
"Y es así como esos dos han roto abierta y públicamente los últimos lazos que les unían a la fracción de la GCF. (…)
"La actividad de Al y de F ha demostrado a la vez su incompatibilidad con su presencia en la organización y su ruptura pública al situarse fuera de ella (…) Tras constatar esos hechos, la organización los sanciona y suspende de organización a los camaradas Al y F por un año (…) la asamblea les pide que devuelvan inmediatamente el material de la organización que conservan…
Lo que con eso subraya la Fracción no es únicamente que la organización tiene derecho a esperar de sus miembros un comportamiento acorde con sus principios, sino algo más fundamental todavía: que el desarrollo del debate, y por lo tanto de la conciencia, no es posible sin el respeto de las reglas comunes a todos.
Los estatutos de la organización: acordes con el propio ser del proletariado
En un artículo publicado en 1999, desarrollamos nuestra visión sobre el papel de los estatutos en la vida de una organización revolucionaria:
"Y en eso también nos mantenemos fieles al método y las enseñanzas de Lenin en materia de organización. El combate político por establecer reglas precisas en las relaciones organizativas, o sea los estatutos, es algo fundamental. Al igual que el combate por que se respeten, claro está. Sin éste, las grandes declaraciones sobre el partido no son más que fantasmadas. (…)
"(…) el aporte de Lenin concierne también y especialmente los debates internos, el deber -y no sólo el simple derecho- de expresión de toda divergencia en el marco de la organización ante la organización en su conjunto; y una vez zanjados los debates y tomadas las decisiones por el congreso (órgano soberano, verdadera asamblea general de la organización) las partes y los militantes se subordinan al todo. Contrariamente a la idea, extendida a mansalva, de un Lenin dictatorial, que habría intentado a toda costa ahogar los debates y la vida política en la organización, en realidad no cesa de oponerse a la idea menchevique que veía el congreso como "un registrador, un controlador, pero no un creador" (Trotski en Informe de la delegación siberiana). (…)
"Los estatutos de la organización revolucionaria no son meras medidas excepcionales o protecciones. Son la concreción de los principios organizativos propios a las vanguardias políticas del proletariado. Producto de estos principios, son a la vez un arma de combate contra el oportunismo en materia de organización y los fundamentos en los que va a construirse y levantarse la organización revolucionaria. Son la expresión de su unidad, de su centralización, de su vida política y organizativa, como también de su carácter de clase. Son la regla y el espíritu que han de guiar cotidianamente a los militantes en su relación con la organización, en su relación con los demás militantes, en las tareas que les son confiadas, en sus derechos y deberes, en su vida cotidiana personal que no puede estar en contradicción ni con su actividad militante ni tampoco con los principios comunistas". (24)
Esa especial insistencia en nuestros estatutos sobre el marco que no sólo debe permitir sino animar el debate más amplio en el seno de la organización viene en gran parte de la experiencia de las izquierdas que combatieron la degeneración de los antiguos partidos obreros. Hay, sin embargo, un aspecto en el que nos hemos quedado retrasados en comparación con nuestros predecesores: el problema de cómo tratar no el debate sino la calumnia y la provocación en el seno de la organización. Las organizaciones del pasado sabían, a partir de su experiencia amarga y repetida, que el Estado burgués es experto en infiltrar a agentes provocadores y que el papel del provocador no era sólo espiar a los revolucionarios y denunciarlos ante el aparato represivo del Estado, sino también ir sembrando semillas de desconfianza autodestructora y de sospechas entre los revolucionarios mismos. También sabían que esa desconfianza no tenía que ser forzosamente la labor de un provocador, sino que también podía ser el fruto de celos, frustraciones y resentimientos que son parte de la vida de la sociedad capitalista y contra los cuales los revolucionarios no están inmunizados. Como lo demostramos en los artículos publicados en nuestra prensa territorial, esta cuestión era, pues, un elemento clave de los estatutos de las organizaciones proletarias anteriores; no sólo la provocación sino también la acusación de provocación a un militante eran tratadas con la mayor seriedad (25).
A las fuerzas ciegas de la economía y al poder represivo del Estado burgués, el proletariado opone la fuerza consciente y organizada de una clase revolucionaria mundial. A la disciplina de plomo que impone la burguesía, el proletariado opone una disciplina voluntaria y consciente porque es para él un elemento indispensable de su unidad y de su capacidad para organizarse.
Cuando se comprometen en una organización comunista, los militantes aceptan la disciplina que viene del reconocimiento de lo que es necesario hacer por la causa de la revolución proletaria y de la liberación de la humanidad del yugo milenario de la explotación de clase. Pero no es ni mucho menos porque se comprometen a respetar las reglas comunes de acción por lo que los militantes comunistas deberían abandonar todo sentido crítico hacia su clase y hacia su organización. Muy al contrario: el espíritu crítico, que es responsabilidad de cada militante, es indispensable para la propia existencia de la organización, pues sin él ésta acabaría siendo un cuenco vacío cuyas palabras revolucionarias no serían sino la careta de una práctica oportunista. Por eso es por lo que las izquierdas en el seno de una IC degenerante combatieron hasta el final el uso de una disciplina administrativa para acallar las divergencias políticas.
No lo hicieron, sin embargo, en nombre de no se sabe qué "libertad de pensamiento", "derecho a la crítica" u otras quimeras anarquistas o burguesas. Como lo hemos visto a lo largo de este artículo, en regla general la ruptura de la disciplina no fue cosa de la izquierda, sino de las tendencias oportunistas, una expresión de la penetración de ideas burguesas o pequeño burguesas en la organización. Los militantes de izquierda, en general, Lenin, Rosa Luxemburg, Bordiga y demás, eran los más determinados en respetar y hacer respetar las decisiones de la organización, de sus congresos, de sus órganos centrales, y a luchar por sus principios, se tratara de posiciones programáticas o de las reglas de funcionamiento y de comportamiento.
Como hemos visto a través de los ejemplos de las fracciones de izquierda en el SPD alemán y la Internacional comunista, la degeneración de una organización pone a los militantes de izquierda ante un dilema terrible: romper o no romper con la disciplina organizativa para mantenerse fiel a "la disciplina hacia el partido en su totalidad, o sea hacia su programa" como decía Rosa Luxemburg. La clase obrera tiene derecho a exigir a sus fracciones de izquierda que sepan tomar una decisión con la mayor seriedad. Romper la disciplina de la organización no es algo que pueda tomarse a la ligera, pues la autodisciplina es algo central en la unidad de la organización y en la confianza mutua que debe unir a los camaradas en su lucha por el comunismo.
Jens.