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Presentación del texto del GPRC (1)
“¿Por qué sigue el capitalismo dominando el mundo 80 años después de la Revolución de octubre?”. Para contestar a esta pregunta, es necesario según el GPRC utilizar el método del materialismo histórico y plantearse otra pregunta: “Estaba suficientemente avanzado el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas de la humanidad (particularmente en los países más desarrollados) a finales del siglo xix y principios del xx para permitir a los proletarios la organización del control de la producción, de la distribución y del intercambio por el conjunto de la sociedad?”.
En otras palabras, ¿estaba suficientemente “disciplinado, unificado y organizado” el proletariado por el proceso de producción capitalista antes del siglo XX como para hacerlo capaz no solo de expropiar a los expropiadores, arrancándoles los medios de producción, sino también de “hacerse cargo de éstos, organizar el dominio de la economía sin perder el control sobre los que dirigen, sin dejarles transformarse en nuevos explotadores”.
El GPRC nos invita a entender las características, determinadas por el proceso de producción, de la clase obrera del siglo XIX y primeros del siglo XX: “ejerce el trabajo asociado”, pero “para poder dirigir el proceso del trabajo en una fábrica como un todo, alguien tiene que estar por encima de los trabajadores y dirigirlos”. En otras palabras, “a pesar de que las relaciones entre trabajadores en el proceso de organización del trabajo estén inmersas en una economía dominada por el maquinismo, éste no domina las relaciones de los trabajadores entre ellos”. Estas relaciones están caracterizadas ante todo “no por la existencia de contactos entre obreros, sino por el aislamiento de éstos (...). La manufactura, y más tarde la industria basada en el maquinismo, exige la cooperación entre obreros en el proceso de trabajo, pero no por ello se unen en un todo colectivo (...). Y cuando unos obreros no están unidos en un colectivo, no pueden elaborar juntos decisiones que les permitan controlar el proceso de producción. Quizás lo pudieran si tuvieran la posibilidad de controlar a sus dirigentes, elegirlos y cambiarlos, si esas elecciones no fueran sino un disfraz que disimula las maniobras de los líderes ante sus subordinados”.
“El proletariado industrial del siglo XIX y XX era incapaz de autoorganizarse en todas las estructuras de la sociedad sin pasar por mediadores o jefes; esa incapacidad está en los orígenes del desarrollo de una burocracia obrera de sindicatos reformistas (socialdemócratas, estalinistas, anarquistas, etc.). Este mismo factor explica por qué los proletarios han dejado casi siempre que esa burocracia los traicione”.
Para el GPRC, así se plantea el problema de base: “Cuantas más personas están en un grupo, más les es difícil comunicar entre ellas (...). Para superar ese obstáculo, son necesarios medios técnicos que permitan a numerosas personas recibir la misma información, intercambiársela y tomar decisiones comunes en tan poco tiempo como el que les es necesario hacerlo a unas pocas sin medios técnicos. Durante el siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, el desarrollo de las fuerzas productivas no permitía todavía dar esos medios a las personas. Y sin estos medios, el control del poder y el gobierno por los obreros mismos no es posible más que a una escala de empresas muy pequeñas “.
El GPRC cita a Lenin, en El Estado y la revolución: “Los obreros, tras haber conquistado el poder político, romperán el viejo aparato burocrático, lo destrozarán hasta sus cimientos, lo desmantelarán por completo y lo reemplazarán por un nuevo aparato que se compondrá de esos mismos obreros y empleados. Para impedirles burocratizarse, habrán de tomarse las medidas minuciosamente estudiadas por Marx y Engels: 1. elegibilidad y revocabilidad en cualquier momento; 2. sueldo que no superior al de cualquier obrero; 3. aprobación inmediata de medidas para que todos cumplan con funciones de control y de vigilancia, que todos sean durante cierto tiempo “burócratas”, de modo que así nadie pueda convertirse en “burócrata”.” Pero para el GPRC, por correctas que fuesen estas medidas, éstas no podían realizarse en las condiciones de desarrollo de las fuerzas productivas en tiempos de la Revolución rusa. La situación cambia con la segunda mitad del siglo XX, debido al nivel cualitativamente nuevo del desarrollo de las fuerzas productivas que permiten en particular la informatización de la producción: rapidez de tratamiento de un volumen importante de informaciones procedentes de la gran masa de los obreros, repercusión para cada uno de ellos del análisis de las informaciones tratadas, repetición de ese proceso tantas veces como sea necesario para desembocar finalmente en una síntesis de las opiniones individuales y poder elaborar la decisión final.
“El ordenador es lo que puede unificar en un todo colectivo a los trabajadores que ejercen el trabajo asociado”. Cuanto más informatizado esté su trabajo más fácil les es tomar decisiones colectivas y más fácil les es controlar a unos dirigentes que siguen siendo necesarios para coordinar acciones y decisiones, en caso en que el colectivo no pueda hacerlo por sí mismo.
“Cuando la humanidad entre de nuevo en un período de grandes enfrentamientos sociales parecidos a los de la primera mitad del siglo XX, muchas cosas se repetirán, la doblez de muchos dirigentes obreros y de organizaciones abusará de la confianza que les tengan los obreros. Las causas objetivas de ese fenómeno existente en la primera mitad del siglo XX, siguen existiendo hoy y no pueden ser compensadas por ningún estudio de las lecciones de la historia”.
“La informatización por sí misma puede crear el socialismo. La revolución proletaria mundial es necesaria a la transición de la humanidad al socialismo. Pero la revolución no podrá ser mundial y socialista sino en la época de los ordenadores y de la informática. Esa es la dialéctica de la transición al socialismo”.
Respuesta de la CCI
La pregunta que se plantea la GPRC es vital: “¿Por qué sigue el capitalismo dominando el mundo 80 años después de la Revolución de octubre?”. Y para contestarle el único método que tenemos a nuestro alcance es el del materialismo histórico (2).
Al ser su objetivo sustituir unas relaciones de producción basadas en la escasez por unas relaciones de producción basadas en la abundancia, la revolución proletaria solo es, en efecto, posible si el capitalismo ha desarrollado suficientemente las fuerzas productivas para crear las condiciones materiales de la transformación de la sociedad. Se trata de la primera condición para la revolución proletaria, siendo la segunda el desarrollo de una crisis abierta de la sociedad burguesa que demuestre de manera patente que las relaciones de producción capitalistas han de ser sustituidas por otras relaciones de producción.
Los revolucionarios han dedicado siempre la mayor atención a la evolución de la vida del capitalismo para así evaluar si el nivel alcanzado por el desarrollo de las fuerzas productivas y las contradicciones insuperables que de ello se derivan permiten o no la victoria de la revolución comunista. En 1852, Marx y Engels reconocieron que aún no se habían alcanzado las condiciones para la victoria de la revolución proletaria cuando estallaron los acontecimientos revolucionarios de 1848, y que el capitalismo debía seguir desarrollándose para permitirla. En 1864, pensaban que había sonado la hora de la revolución cuando participaron en el nacimiento de la Asociación internacional de trabajadores, pero se dieron rápidamente cuenta, antes incluso de la Comuna de París en 1871, de que el proletariado no estaba maduro todavía debido a que el capitalismo seguía poseyendo una economía con un gran potencial de desarrollo.
Así pues, las dos revoluciones que se habían intentado hasta entonces, la de 1848 y la Comuna, habían fracasado porque no existían todavía las condiciones materiales de la victoria del proletariado. Esas condiciones iban a aparecer durante el período siguiente, el cual permitió que el capitalismo conociera el período de desarrollo más importante de su historia. A finales del siglo XIX, las viejas naciones burguesas ya se habían repartido el conjunto del mundo no capitalista. En adelante, el acceso para cada una de ellas a nuevos mercados y nuevos territorios las enfrentaría por los de sus rivales. Mientras se multiplicaban las tensiones que implicaban ocultadamente a las grandes potencias se asistió a un incremento considerable de sus armamentos. Ese auge de las tensiones imperialistas y del militarismo preparó las condiciones del estallido de la Primera Guerra mundial pero también de las condiciones de la crisis revolucionaria de la sociedad. La primera degollina imperialista mundial del 1914-18, así como la oleada revolucionaria que surgió en 1917 en reacción contra aquella barbarie, demostraron que desde entonces existían ya las condiciones objetivas de la revolución. Para la vanguardia proletaria de la oleada revolucionaria mundial del 1917-23, la Primera Guerra mundial significó la quiebra histórica del capitalismo y la entrada en su fase de decadencia, poniendo en evidencia que la única alternativa posible para la sociedad era o el socialismo o la barbarie.
A pesar de ese cambio evidente en la situación mundial, el GPRC considera que en aquel entonces el sistema capitalista seguía teniendo un papel progresista para la maduración de las condiciones de la revolución. Considera que aún era necesario que su desarrollo permitiese el invento de los ordenadores y la generalización de su uso, únicos instrumentos capaces de oponerse a la tendencia de los dirigentes a traicionar los obreros, tendencia responsable del fracaso de la Revolución rusa. Gracias a estos formidables progresos tecnológicos, que permiten “sintetizar” la opinión de numerosos obreros, éstos podrán arreglárselas sin representantes, dirigentes para tomar las decisiones. Esto nos dice el GPRC. Antes de contestar a este sorprendente análisis del fracaso de la Revolución rusa, hemos de señalar un problema de método debido precisamente a una aplicación inadaptada del materialismo histórico.
Los ochenta y pico años transcurridos desde el fracaso de la oleada revolucionaria mundial no solo han demostrado que la prolongación de la agonía del capitalismo no ha creado para nada unas condiciones materiales mejores para la revolución, sino, al contrario, las bases materiales para la sociedad comunista incluso se han debilitado, como lo está demostrando la situación actual de caos y descomposición generalizada al planeta entero. El proletariado revolucionario podrá aprovechar plenamente para la revolución y la liberación de la especie humana, muchos inventos hechos bajo el capitalismo, muchos de ellos realizados en su fase decadente. Así es para los ordenadores y muchas cosas más. Sin embargo, por importantes que sean esos inventos, su existencia no puede ocultar la dinámica real del capitalismo decadente que nos lleva a la ruina de la civilización. Si la primera oleada revolucionaria mundial hubiese logrado vencer a la burguesía a escala mundial también habría evitado a la humanidad conocer la peor era de barbarie que jamás conoció en su historia. Y además estamos también seguros de que habrían surgido otros inventos que habrían permitido al ser humano emanciparse del reino de la necesidad. Comparados con ellos, los ordenadores actuales parecerían herramientas prehistóricas.
La experiencia viva de la revolución en toda su amplitud desmiente las tesis del GPRC sobre la tendencia ineluctable a la traición de los jefes. Durante su fase ascendente, los consejos obreros demostraron que eran el órgano por excelencia que permitía al proletariado, por su sistema de delegados elegidos y revocables, desarrollar su lucha tanto en el plano económico como en el político, que eran ellos el “medio por fin revelado de la dictadura del proletariado”. El movimiento hizo surgir dirigentes proletarios en sus filas, que expresaban o defendían con valor y abnegación, los intereses generales del proletariado. En cuanto al partido, fue capaz de ponerse en la vanguardia de la revolución, guiarla hacia la victoria en Rusia, haciendo todo lo que pudo por la extensión de la revolución mundial y en particular allí donde era determinante, en Alemania.
La oleada revolucionaria mundial refluyó debido a una serie de derrotas decisivas del proletariado, entre las que fue determinante el aplastamiento de la insurrección de enero de 1919 en Berlín. Aislada y agotada por la guerra civil, la Revolución rusa no podía sino debilitarse y así ocurrió efectivamente con la extinción del poder de los consejos obreros y de cualquier forma de vida proletaria en ellos, con la ascensión del estalinismo en Rusia, y especialmente en las filas del Partido bolchevique en el poder. Durante ese giro contrarrevolucionario, traicionaron muchos revolucionarios y muchos obreros que habían sido elegidos a puestos de responsabilidad en el Estado se transformaron en fieles defensores de la burocracia, cuando no en miembros de ella.
Las traiciones a la causa obrera por jefes proletarios, por organizaciones que hasta entonces habían sido proletarias, no es algo específico del período de reflujo de la oleada revolucionaria mundial, sino un factor del combate histórico de la clase obrera. Son la consecuencia de un oportunismo creciente hacia la ideología de la clase dominante ante la que se acaba capitulando. Esta tendencia, no obstante, no es inevitable y no depende en absoluto de la posibilidad que tenga o deje de tener el proletariado para utilizar ordenadores. Depende de la relación de fuerzas entre las clases, como lo demuestran tanto la oleada revolucionaria como su reflujo, y también de la lucha política intransigente que son capaces de desarrollar los revolucionarios contra todo tipo de concesiones a la ideología burguesa.
Las tareas que el proletariado, y en su seno las minorías revolucionarias, tuvo que encarar a principios del siglo XX fueron titánicas. Tuvieron que luchar contra el oportunismo creciente en la Segunda internacional, un oportunismo que acarreó la traición de la mayoría de los partidos que la constituían y su paso al campo de la burguesía en el momento decisivo de la guerra imperialista mundial. Y, al mismo tiempo, los revolucionarios que siguieron fieles al marxismo y al combate histórico de su clase tuvieron que entender y hacer comprender al proletariado nada menos que las implicaciones para la lucha de clases del cambio de período, con la entrada del capitalismo en su fase de decadencia. La causa de la derrota de la oleada revolucionaria se debió en gran parte a que la clase obrera no tomó entonces ampliamente conciencia, y con todas sus consecuencias, de que sus antiguos partidos pasados al enemigo eran ya la avanzadilla de la reacción contra la revolución, que los sindicatos se habían transformado en órganos del Estado capitalista en las filas obreras. También se debió a que el partido mundial de la revolución, la Internacional comunista, nació demasiado tarde. No son pues las condiciones objetivas de la revolución las que no estaban suficientemente maduras, sino las condiciones subjetivas. De ahí la importancia, hoy también, del combate político para que se difundan al máximo las lecciones sacadas por generaciones y generaciones de revolucionarios, las lecciones de lo que sigue siendo la mayor experiencia revolucionaria del proletariado.
Y, precisamente, la pesada cargada de la jerarquía en el cerebro de los vivos no podrá ser combatida fuera de la lucha por la abolición de las clases y no desaparecerá totalmente sino con la instauración de una sociedad comunista. La división del trabajo no es una característica propia de las sociedades divididas en clases. Ya existió en las sociedades de comunismo primitivo y seguirá existiendo en la sociedad de comunismo evolucionado. No es la división del trabajo lo que origina la jerarquía, sino que es la sociedad dividida en clases lo que imprime a la división del trabajo su carácter jerárquico, como medio para dividir a los explotados y dominar la sociedad. El problema que plantea la contribución del GPRC es precisamente que al polarizarse en las cuestiones de jerarquía en sí, sin considerar para nada los antagonismos de clase, se coloca fuera del campo de la lucha política.
En realidad, el GPRC busca desesperadamente una solución técnica a un problema que es fundamentalmente político y al que la experiencia vivida por la clase obrera ya dio la solución antes incluso de la oleada revolucionaria de 1917-23, con el surgimiento de los soviets en 1905. Las discusiones en las asambleas no tienen como meta la de despejar “democráticamente” una opinión intermedia que sea la síntesis de las opiniones individuales de los obreros. Al contrario, son el medio inevitable del debate y de la lucha política que permite la clarificación de las masas todavía influidas por las fracciones de izquierda e izquierdistas de la burguesía. Para tomar decisiones, elegir delegados, cada cual no se determina aislado, sentado delante de su ordenador, sino a mano alzada en asambleas ante sus compañeros de lucha. Así viven y funcionan las asambleas, materializando los diferentes niveles de centralización de la lucha, hasta el más alto de ellos. La receta del GPRC es la antítesis de ese tipo de organización unitaria de la clase obrera y no puede llevarnos más que a la negación de los valores que debe desarrollar el proletariado en su lucha: la confianza de unos compañeros de lucha de quienes el delegado elegido es a priori especialmente digno; la actividad creadora por medio de la discusión colectiva y contradictoria. De hecho, el GPRC confunde dos nociones: la conciencia y el conocimiento. Para que los obreros tomen conciencia, necesitan ciertos conocimientos: en particular, han de conocer el mundo en el que están luchando, el enemigo al que combaten con sus diferentes rostros (burguesía oficial, Estado, fuerzas de represión, sindicatos y partidos de izquierdas), las metas y los medios de la lucha. Pero la conciencia no se puede reducir al conocimiento: un especialista universitario en historia, economía o sociología conoce, en general, sobre estos temas muchas más cosas que un obrero consciente revolucionario. Pero sus prejuicios de clase, su adhesión a los ideales de la clase dominante, le impiden poner sus conocimientos al servicio de una verdadera conciencia. En el mismo sentido, no es la suma de conocimientos lo que permite a los obreros tomar conciencia, sino su capacidad para quitarse de encima el dominio de la ideología dominante. Y esta capacidad no se conquista delante de una pantalla de ordenador capaz de dar todas las estadísticas del mundo, todas las síntesis posibles e imaginables. Se conquista gracias a la experiencia de clase, presente y pasada, de la acción y de los debates colectivos. La contribución específica de los ordenadores es mínima en ese aspecto, muy por debajo de lo que contribuía la prensa de que disponía la clase obrera en el siglo XIX.
El GPRC afirma que es inútil recurrir a las lecciones de la historia para entender la derrota de la Revolución rusa. Lo último que le puede ocurrir al proletariado sería renunciar a las lecciones esenciales que nos ha dejado la Revolución rusa (3), en particular en lo referente a las condiciones de su degeneración, por ser esas lecciones una contribución esencial para poder vencer al capitalismo en la próxima oleada revolucionaria:
– aislada en un bastión proletario, la revolución está condenada a muerte a más o menos corto plazo;
– el Estado del período de transición –semi-Estado– que inevitablemente surge tras el derrocamiento de la burguesía, tiene un papel de garante de la cohesión de la sociedad en la que siguen existiendo antagonismos de clase (4). No es pues una emanación del proletariado y por eso no puede ser un instrumento de la marcha hacia el comunismo, papel que sigue estando exclusivamente en manos de la clase obrera organizada en consejos obreros y de su partido de vanguardia. En los períodos de reflujo de la lucha de clases, además, ese Estado tiende a expresar plenamente su carácter reaccionario intrínseco contra los intereses de la revolución;
– por esto la identificación de los consejos obreros con el Estado no puede conducir sino a la pérdida de la autonomía de clase del proletariado;
– del mismo modo, la identificación del partido con el Estado no puede sino producir la corrupción de su función de vanguardia política del proletariado, transformándose en gestor del Estado. Tal situación fue la que llevó al Partido bolchevique a tomar la iniciativa de la represión de Kronstadt, verdadera tragedia para el proletariado, y a ser progresivamente la encarnación de la contrarrevolución en marcha.
CCI, octubre del 2004
1) Grupo de Colectivistas proletarios revolucionarios. El texto del GPRC está publicado en ruso y en inglés el sitio del foro: russia.internationalist-forum.org
2 Ya hemos dedicado un artículo a esta cuestión: “Al inicio del siglo xxi, ¿por qué el proletariado no ha acabado aún con el capitalismo?”, publicado en las Revista internacional nos 103 y 104.
3) Una de las mayores expresiones de la réplica proletaria a la contrarrevolución fue la publicación en los años 30 de la revista Bilan, órgano de la Izquierda comunista de Italia, cuya principal actividad fue precisamente la de sacar las lecciones de la primera oleada revolucionaria mundial. Las posiciones programáticas de la CCI, en gran parte, son el producto de ese trabajo. La CCI ha publicado numerosos artículos de su Revista internacional sobre la Revolución rusa, en particular en los nos 71, 72, 75, 89, 90, 91 y 92.
4) Véase nuestro folleto El Estado en el período de transición.