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En su reunión plenaria del otoño de 2003, el órgano central de la CCI puso de relieve la existencia de un giro en la evolución de la lucha de clases internacional: “Las movilizaciones a gran escala en la primavera de 2003 en Francia y Austria han significado un giro en la lucha de clases desde 1989. Son el primer paso significativo en la recuperación de la combatividad obrera tras el período más largo de reflujo desde 1968.” El informe adoptado en esta reunión plenaria resaltaba, sin embargo, que “Tanto a escala internacional como en cada país, la combatividad sigue siendo todavía (…) embrionaria y muy heterogénea “ y dicho informe proseguía afirmando que: “Más en general, hay que saber distinguir entre unas situaciones en las que, por decirlo de alguna manera, el mundo se despierta un buen día siendo diferente, y los cambios imperceptibles a primera vista para la gente en general, un poco parecido al cambio casi invisible entre la marea entrante y la marea saliente. La evolución actual es, sin la menor duda, de este segundo tipo. Las recientes movilizaciones contra los ataques al sistema de pensiones no han significado en manera alguna un cambio inmediato y espectacular de la situación...”
Ocho meses después de que nuestra organización adoptara esas perspectivas, cabe preguntarse en qué medida se han verificado. Ese es el objetivo de esta resolución.
1.Algo sí se confirma: la ausencia de “un cambio inmediato y espectacular de la situación” pues desde las luchas de la primavera de 2003 en varios países de Europa, en Francia especialmente, no ha vuelto a haber movimientos masivos o relevantes de la lucha de clases. No ha habido, pues, algo decisivo que venga a confirmar la idea de que las luchas del año 2003 fueron un giro, un viraje en la evolución de la relación de fuerzas entre las clases. Por consiguiente, no es observando la situación de las luchas obreras durante el año pasado como podremos basar la validez de nuestro análisis, sino que es el conjunto de elementos de la situación histórica lo que determina la fase actual de la lucha de clases. Este examen se basa, de hecho, en nuestro marco de análisis del período histórico actual.
2.En esta resolución, presentaremos de una manera sucinta los elementos determinantes de la situación de la lucha de clases:
• la situación mundial en su conjunto estuvo marcada, a partir de finales de los años 60, por la salida de la contrarrevolución que había aplastado al proletariado desde los años 20. La reanudación histórica de las luchas obreras, marcada, entre otros acontecimientos, por la huelga general en Francia de mayo de 1968, el “otoño caliente italiano” del 69, el “cordobazo” en Argentina aquel mismo año, las huelgas del invierno de 70-71 en Polonia, etc., abrió un curso a los enfrentamientos de clase: ante la agravación de la crisis económica, la burguesía era incapaz de llevar a cabo su “clásica” solución, la guerra mundial, debido a que la clase explotada había dejado de desfilar tras las banderas de sus explotadores.
• Ese curso histórico a los enfrentamientos de clase, y no a la guerra mundial, se ha mantenido al no haber sufrido el proletariado una derrota directa, ni derrota ideológica profunda que lleve a un alistamiento tras las banderas burguesas como las de la democracia o el antifascismo.
• Sin embargo, esta reanudación histórica encontró una serie de dificultades, especialmente a lo largo de los años 80, a causa, evidentemente, de las maniobras desplegadas por la burguesía frente a la clase obrera pero también a causa de la ruptura orgánica sufrida por la vanguardia comunista a consecuencia de la contrarrevolución (ausencia y retraso en el surgimiento del partido de clase, carencia en la politización de las luchas). Uno de los factores de las dificultades crecientes de la clase obrera es la agravación de la descomposición de la sociedad capitalista moribunda.
• Fue precisamente la expresión más espectacular de la descomposición, o sea el desmoronamiento de los regímenes pretendidamente “socialistas” y del bloque del Este a finales de los años 80, lo que originó un retroceso importante de la conciencia en el conjunto de la clase obrera por el impacto de las campañas sobre la “muerte del comunismo” que aquel desmoronamiento permitió.
• Ese retroceso de la clase se agravó todavía más a principios de los 90 por toda una serie de acontecimientos que han acentuado el sentimiento de impotencia de la clase obrera:
– la crisis y la guerra del Golfo en 1990-91;
– la guerra en Yugoslavia a partir de 1991;
– otras múltiples guerras y matanzas en muchos otros lugares (Kosovo, Ruanda, Timor, etc.) con la participación frecuente de las grandes potencias en nombre de los “principios humanitarios”.
• El empleo masivo de justificaciones humanitarias (como en Kosovo en 1999) utilizando las expresiones más brutales de la descomposición (como “la purificación étnica”) fue un factor suplementario de desconcierto para la clase obrera, especialmente en los países avanzados, invitada a aplaudir las aventuras militares de sus gobernantes.
• Los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos permitieron a la burguesía de los países avanzados echar una nueva capa de patrañas sobre el tema de la “amenaza terrorista”, del “combate necesario” contra esa amenaza, lo que permitió justificar, en particular, la guerra de Afganistán de finales de 2001 y la de Irak en 2003.
• Por otra parte, lo que habría podido ser después de 1989 un antídoto contra las campañas sobre la “quiebra del comunismo” y la “superioridad del capitalismo liberal”, o sea la agravación de la crisis económica, tuvo un respiro durante los años 90 (que se concretó en cierto retroceso del desempleo); por ello las ilusiones creadas por aquellas campañas se mantuvieron durante esos años con la ayuda de la propaganda incesante sobre los “fabulosos éxitos “ de los “dragones” y “tigres” asiáticos y en torno a la “revolución de las nuevas tecnologías”.
• En fin, el acceso de los partidos de izquierda al gobierno en la gran mayoría de los países europeos en la segunda mitad de los años 90 (favorecida tanto por el retroceso de la conciencia y de la combatividad de la clase obrera como por la calma relativa en la agravación de la crisis económica, permitió a la clase dominante (y ese era su objetivo esencial) proseguir con una serie de ataques económicos contra la clase obrera a la vez que se ahorraba sus movilizaciones masivas, que son una de las condiciones para que le vuelva la confianza en sí misma.
3.Con todos esos elementos podemos basar la existencia verdadera de un giro en la relación de fuerzas entre las clases. Podemos ya hacernos una primera idea de ese giro con la simple observación y comparación entre situaciones en dos momentos importantes de la lucha de clases durante la última década, en uno de los países que desde 1968 (pero también ya durante el siglo xix) ha sido una especie de “laboratorio” de la lucha de clases y de las maniobras de la burguesía para frenarla, o sea, Francia. Esos dos momentos importantes son las luchas del otoño de 1995, especialmente en el sector transportes, contra el “plan Juppé” de reforma de la Seguridad social y, últimamente, las huelgas de la primavera de 2003 en el sector público contra la reforma de las jubilaciones que imponía en ese sector una mayor duración en años de trabajo y una baja de las pensiones.
Como ya la CCI lo subrayó entonces, las luchas de 1995 se debieron a una maniobra elaborada por diferentes sectores de la burguesía cuyo objetivo principal, en un período en que la situación económica no imponía ataques violentos inmediatos, era acicalar la agrietada fachada de los sindicatos para que estos pudieran encuadrar mejor y sabotear las luchas venideras del proletariado.
En cambio, las huelgas de la primavera de 2003 vinieron tras un ataque masivo contra la clase obrera que se le hizo necesario a la burguesía ante la agravación de la crisis capitalista. En esas luchas del año pasado, los sindicatos no intervinieron para limpiarse la cara sino para sabotear lo mejor posible el movimiento haciendo posible que se acabara en una mortificante derrota de la clase obrera.
A pesar de las diferencias, esos dos episodios de la lucha de clases, tienen características comunes: al ataque principal, que afecta a todos los sectores de la clase obrera (en 1995, el “plan Juppé” de reforma de la Seguridad social; en 2003: la reforma de las jubilaciones en el sector público) le acompaña un ataque específico contra un sector particular (en 1995 la reforma del régimen de jubilaciones de los ferroviarios, en 2003 la “descentralización” de varios sectores de Educación), sector particular que, al manifestar una combatividad mayor y más masiva, aparece como la punta de lanza del movimiento. Tras varias semanas de huelga, las “concesiones” hechas en relación con esos ataques específicos, permitieron que se reanudara el trabajo más fácilmente en esos sectores, lo cual habría de favorecer la reanudación general, ya que “la vanguardia” misma cesó la lucha. En diciembre de 1995, fue el abandono del proyecto de reforma del régimen de jubilación de los ferroviarios lo que llevó a estos a parar el movimiento: en 2003, el “retroceso” del gobierno en las medidas de “descentralización” de cierto personal de los establecimientos escolares contribuyó a la reanudación del trabajo en el sector educativo.
No fue sin embargo en el mismo ambiente en que se realizó la vuelta al trabajo en esos dos episodios:
• en diciembre del 95, a pesar de que se mantuvo el “plan Juppé” (que había obtenido además el apoyo de uno de los principales sindicatos franceses, la CFDT) lo que prevaleció fue un sentimiento de “victoria”: en al menos una cuestión, la del régimen de jubilaciones de los ferroviarios, el gobierno retiró el proyecto;
• a finales de la primavera de 2003, en cambio, las pocas concesiones acordadas sobre el estatuto de algunas categorías del personal de Educación no fueron, ni mucho menos, consideradas como una victoria (sobre todo porque los batallones más numerosos, o sea los docentes, no estaban directamente afectados por esas medidas y su anulación), sino, sencillamente, que el gobierno no iba a ceder en nada más, y ese sentimiento de derrota se vio acentuado más todavía tras el anuncio por parte de las autoridades de que las jornadas de huelga serían íntegramente deducidas de los salarios, contrariamente a lo que hasta entonces solía ocurrir en el sector público.
Si establecemos un balance global de esos dos episodios de la lucha de clases, puede hacerse resaltar los siguientes puntos:
• en 1995, el sentimiento de victoria, ampliamente extendido en la clase obrera, favoreció notablemente la recuperación de credibilidad de los sindicatos (fenómeno no limitado a Francia, sino de la mayoría de los países de Europa, especialmente Bélgica y Alemania, donde hubo maniobras de la burguesía parecidas a las de Francia, como así lo dijimos en nuestra prensa);
• en 2003, el fuerte sentimiento de derrota resultante de las huelgas de primavera (en Francia, pero también en otros países como Austria) no acarreó un desprestigio importante de los sindicatos, que no tuvieron que quitarse la careta, apareciendo incluso, en algunas circunstancias, como más “combativos que la base”. Sin embargo, ese sentimiento de derrota anuncia un proceso en el que los sindicatos van a ir desplumándose, en el que la multiplicación de sus maniobras permitirá poner en evidencia que bajo su dirección las luchas siempre salen derrotadas y que el único sentido de su juego es el de la derrota.
Por todo eso, las perspectivas para el desarrollo de las luchas y de la conciencia del proletariado son mucho mejores después de 2003 que después de 1995, pues:
• lo peor para la clase obrera no es la derrota clara, sino el sentimiento de victoria tras una derrota ocultada pero real: fue ese sentimiento de “victoria” (contra el fascismo y por la defensa de la “patria socialista”) el veneno más eficaz para hundir y mantener al proletariado en la contrarrevolución durante cuatro décadas en medio del siglo XX;
• el instrumento principal de control de la clase obrera y del sabotaje de las luchas, el sindicato, ha entrado en un proceso de debilitamiento.
4.La existencia de un giro en las luchas y en la conciencia de clase puede comprobarse de manera empírica mediante el simple examen de las diferencias entre la situación de 2003 y la de 1995, pero se planeta entonces la pregunta siguiente: ¿por qué ese giro ocurre ahora y no hace cinco años por ejemplo?
A esa pregunta podemos ya darle una respuesta simple: por las mismas razones que el movimiento altermundialista empezaba apenas a despuntar hace cinco años, en cambio, hoy, se ha convertido en una verdadera institución cuyas manifestaciones movilizan a cientos de miles de personas y la solícita atención de todos los medios de comunicación.
Siendo más concretos y precisos podemos dar los siguientes elementos de respuesta:
• Tras el enorme impacto de las campañas sobre la “muerte del comunismo” desde finales de los años 80, un impacto a la medida de la enorme importancia de un acontecimiento como fue el desmoronamiento interno de unos regímenes que se presentaron (y fueron presentados) durante más de medio siglo como “socialistas”, “obreros”, “anticapitalistas”, se necesitaba cierto tiempo, como mínimo una década en este caso, para que se evaporaran las brumas, el desconcierto resultante de esas campañas, para que se redujese el impacto de los “argumentos” en ellas utilizados Se necesitaron cuatro décadas para que el proletariado mundial pudiera salir de la contrarrevolución, se ha necesitado la cuarta parte de ese tiempo para que se levante de los golpes recibidos tras la muerte de la avanzadilla de esa misma contrarrevolución, el estalinismo, cuyo “cadáver putrefacto ha seguido envenenando la atmósfera que respira [el proletariado]”, como escribíamos en 1989.
• Sobre todo debía desparecer el impacto provocado por la idea, cuyo promotor fue Bush padre, de que el desmoronamiento de los regímenes “socialistas” y del bloque del Este iba a permitir la eclosión de un “nuevo orden mundial”. Semejante idea empezó quedar brutalmente malparada ya a partir de 1990-91 por la crisis y la guerra del Golfo y después por la guerra en Yugoslavia que se prolongó hasta 1999 con la ofensiva en Kosovo. Después vinieron los atentados del 11 de septiembre y ahora la guerra de Irak, al mismo tiempo que la situación empeora constantemente en Israel y Palestina. Día tras día, se hace más evidente que la clase dominante ya no puede ni poner fin a sus enfrentamientos imperialistas y al caos mundial ni a la crisis económica que es la base de aquellos.
• Precisamente en los últimos tiempos, sobre todo desde el inicio del siglo XXI, ha vuelto a aparecer como una evidencia la crisis económica del capitalismo, tras las ilusiones de los años 90 sobre la “recuperación”, los “dragones” o “la revolución de las nuevas tecnologías”. Al mismo tiempo, el nuevo escalón de la crisis ha llevado a la clase dominante a intensificar la violencia de sus ataques económicos contra la clase obrera, a generalizar esos ataques.
• Sin embargo, la violencia y el carácter cada vez más sistemático de los ataques contra la clase obrera no han provocado hasta ahora una respuesta masiva o espectacular por parte de ésta, ni siquiera una respuesta de una amplitud comparable a las de 2003. En otras palabras, ¿por qué el “giro” de 2003 ha aparecido como una “inflexión” y no como un surgimiento explosivo (como, por ejemplo, el que hubo en 1968 y durante los años siguientes)?
5.A esa pregunta hay diferentes niveles de respuesta. Primero, como ya lo hemos puesto de relieve en muchas ocasiones, fue lenta la manera con la que se desarrolló la reanudación histórica del proletariado: por ejemplo, entre el primer acontecimiento de importancia de esa reanudación histórica, la huelga general en Francia de mayo de 1968 y su punto álgido, o sea, hoy por hoy, las huelgas en Polonia del verano de 1980, pasaron más de 12 años. De igual modo, entre la caída de muro de Berlín en noviembre de 1989 y las huelgas de la primavera de 2003, han pasado 13 años y medio, o sea más tiempo que entre el principio de la primera revolución en Rusia, en enero de 1905 y la revolución de Octubre de 1917.
La CCI ya ha analizado las causas de la lentitud de ese desarrollo si se le compara con el que precedió a la revolución de 1917: hoy la lucha de clases surge a partir de la crisis económica y no de la guerra imperialista, una crisis cuyo ritmo puede frenar la burguesía y esto lo ha demostrado en muchas ocasiones.
También ha puesto la CCI de relieve otros factores que han contribuido en el aminoramiento del ritmo del desarrollo de la lucha y de la conciencia del proletariado, factores debidos a la ruptura orgánica resultante de la contrarrevolución (y que han ido retrasando la formación del partido) a la descomposición del capitalismo, sobre todo la tendencia a la desesperanza, a la huida ciega hacia adelante y al repliegue en sí mismo que afectan al proletariado.
Además, para comprender la lentitud de ese proceso debe tenerse en cuenta el impacto de la propia crisis, sobre todo porque se concreta en un incremento del desempleo, factor importante de inhibición de la clase obrera, especialmente en sus nuevas generaciones, las cuales, aunque suelen ser tradicionalmente las más combativas, están a menudo hoy hundidas en el desempleo antes incluso de haber podido hacer la experiencia del trabajo asociado y de la solidaridad entre trabajadores. Cuando la situación de desempleo tiene la forma de despidos masivos contiene todavía una carga explosiva por muy difícil que sea la forma clásica de la huelga, la cual, en caso de cierre de empresas, es ineficaz por definición. En cambio, cuando el aumento del desempleo es el simple resultado de la no-sustitución de las jubilaciones, como hoy ocurre muy a menudo, los obreros que no logran encontrar empleo se encuentran muy a menudo desamparados.
La CCI ha insistido muchas veces en que el incremento ineluctable del desempleo es una de las expresiones más patentes de la quiebra definitiva del modo de producción capitalista, pues una de las funciones históricas esenciales del sistema era extender el trabajo asalariado al mundo entero y masivamente. Sin embargo, en lo inmediato, el desempleo es sobre todo un factor de desmoralización de la clase obrera, de inhibición de sus luchas. Solo será en una etapa mucho más avanzada del movimiento de la clase cuando el carácter subversivo de ese fenómeno podrá convertirse en factor de desarrollo de su lucha y de su conciencia, o sea, cuando la perspectiva del derrocamiento del capitalismo haya vuelto a aparecer, aunque no sea masivamente pero sí de manera significativa, como algo posible en las filas del proletariado.
6.Esa es precisamente una de las causas del ritmo lento del desarrollo de las luchas obreras hoy, de la debilidad relativa de las réplicas de la clase obrera a los ataques cada día más duros del capitalismo: el sentimiento, muy confuso todavía pero que acabará emergiendo cada día más en los tiempos venideros, de que no hay solución alguna a las contradicciones que hoy minan el capitalismo, ya sea en el plano económico como en otros aspectos de su crisis histórica: la permanencia de enfrentamientos bélicos, el auge del caos y de la barbarie cuyo carácter imparable queda patente cada día que pasa.
Esa vacilación del proletariado ante la amplitud de su tarea ya fue señalada por Marx y el marxismo desde mediados del siglo XIX (en El 18 de brumario de Luis Bonaparte en particular). Es eso lo que explica en parte la paradoja de la situación actual: por un lado, las luchas encuentran grandes dificultades para extenderse a pesar de la violencia de los ataques que debe soportar la clase obrera. Por otro lado, se observa que se va confirmando, en el seno de la clase, un proceso de reflexión profunda, aunque hoy todavía subterráneo, lo cual se plasma, entre otras cosas, en algo que se confirma más y más: la aparición de toda una serie de elementos y grupos, jóvenes muchas veces, que se acercan a posiciones de la Izquierda comunista.
En ese contexto, debemos pronunciarnos claramente sobre el alcance de dos aspectos de la situación actual que influyen en la pasividad relativa del proletariado:
• el impacto de las derrotas sufridas en los últimos tiempos. La burguesía ha hecho todo lo posible, sobre todo con declaraciones arrogantes, para que esas derrotas acarreen la mayor desmoralización posible;
• el chantaje permanente con las “deslocalizaciones” para que los obreros de los países desarrollados acepten sacrificios considerables.
Durante un tiempo, esos factores van a servir a “la paz social” en beneficio de la burguesía, y esta va a explotar al máximo ese “filón”. Pero cuando suene la hora de las luchas masivas, pues a las masas obreras no les quedará otro remedio, ante la amplitud de los ataques, entonces la acumulación de humillaciones soportadas por los obreros, el enorme sentimiento de impotencia y humillación, todo ese ambiente de “cada uno para sí” que habrá emponzoñado el ambiente durante años, se convertirán en lo contrario, en la voluntad de no seguir aguantando, la búsqueda determinada de la solidaridad de clase, entre sectores, entre regiones y países, el acceso a una nueva perspectiva, la de la unidad mundial del proletariado para el derrocamiento del capitalismo
CCI, junio de 2004