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Si tuviéramos que caracterizar con un vicio a cada época de la historia humana, el del capitalismo sería, sin lugar a dudas, el de la hipocresía de la clase dominante. El gran conquistador mongol, Gengis Khan, mandaba que se hicieran pirámides de calaveras tras haber conquistado una ciudad rebelde, pero nunca pretendió con ello que estaba haciendo el bien de los habitantes. Ha habido que esperar a la democracia burguesa y capitalista para oír declarar que la guerra era “humanitaria” y que había que bombardear a las poblaciones civiles para aportar… la paz y la prosperidad a esas mismas poblaciones.
Tsunami: el bluf de la ayuda humanitaria
El maremoto de diciembre de 2004 anegaba las costas del océano Índico cuando estábamos sacando el número precedente de esta Revista. Y al no haber podido incluir una toma de posición cobre un acontecimiento tan significativo de nuestros tiempos, lo hacemos ahora y aquí en este número (1). Ya en 1902, hace poco más de 100 años, la gran revolucionaria Rosa Luxemburg denunció la hipocresía de las grandes potencias que llegaron con su “ayuda humanitaria” para aliviar a la población damnificada por la erupción del volcán de la isla de Martinica, unas grandes potencias que nunca han vacilado en aplastar a cualquier población para extender su dominio por el ancho mundo (2). Cuando se ve hoy la reacción de las grandes potencias ante la catástrofe ocurrida en Asia meridional a finales de 2004, hay que constatar que las cosas no han cambiado si no es para peor.
Hoy sabemos que la cantidad de muertos causados directamente por el maremoto ha sido superior a las 300 000 personas, por lo general entre las más pobres, por no mencionar a los cientos de miles sin techo. Una hecatombe de tales proporciones no era, ni mucho menos, una “fatalidad”. Es evidente que no vamos a acusar al capitalismo de haber originado el terremoto que ocasionó el gigantesco maremoto. Lo que sí se le puede achacar es, en cambio, la incuria total, la criminal irresponsabilidad de los gobiernos de esa región del mundo y la de sus compinches occidentales que han desembocado en esta enorme catástrofe humana (3).
Todos sabían que esa región del globo está muy expuesta a los temblores de tierra:
“Los expertos locales, sabían, sin embargo, que se estaba fraguando un drama. En diciembre, en una reunión de físicos en Yakarta, unos sismólogos indonesios evocaron el tema ante un experto francés. Eran perfectamente conscientes del peligro de los tsunamis pues en la región hay terremotos constantemente” (del diario francés Libération, 31/12/04).
Y no solo lo sabían sino que además, el ex director del Centro internacional de información sobre los tsunamis de Hawai, George Pararas-Carayannis, había avisado sobre un sismo de gran intensidad que se había producido 2 días antes de la catástrofe del 26 de diciembre.
“El océano Índico dispone de infraestructuras de base para medir los terremotos y para las comunicaciones. Nadie tenía por qué hacerse el sorprendido, puesto que un terremoto de magnitud 8,1 se había producido el 24 de diciembre. Eso debería haber alertado a las autoridades. Pero lo que falta es ante todo voluntad política por parte de los países afectados y una coordinación internacional a la medida de lo que se está construyendo en el Pacífico” (Libération, 28/12/04).
Nadie tenía por qué hacerse el sorprendido, y, sin embargo, ocurrió lo peor, a pesar de poseer cantidad de informaciones sobre la catástrofe que se estaba preparando y gracias a ellas haber podido actuar y evitar semejante matanza.
No es negligencia, no. Es un comportamiento criminal que pone de relieve el insondable desprecio que la clase dominante tiene por la población y el proletariado, principales víctimas de la política burguesa de los gobiernos locales.
De hecho hoy ya ha sido reconocido de forma oficial que si no se dio la alerta fue por temor a que…afectara al sector turístico. O sea, por defender unos sórdidos intereses económicos y financieros, fueron sacrificadas decenas de miles de seres humanos.
Esa irresponsabilidad de los gobiernos es una nueva ilustración del modo de vida de la clase de tiburones que gestiona la actividad productiva de la sociedad. Los Estados burgueses están dispuestos a sacrificar las vidas humanas que sean necesarias con tal de preservar la explotación y las ganancias capitalistas.
El profundo cinismo de la clase capitalista, el desastre que para la humanidad significa la pervivencia de ese sistema de explotación y de muerte, es todavía más evidente si comparamos el coste de un sistema de detección de tsunamis y las gigantescas cantidades gastadas en armamento, y eso solo para los países limítrofes del océano Índico y en “vías de desarrollo”: la cantidad de los 20-30 millones de dólares que se estiman necesarios para instalar un sistema de balizas de alarma en la región es la misma que la de la compra de uno solo de los 16 aviones Hawk-309 comprados al Reino Unido por Indonesia en los años 90. Si se observan los presupuestos destinados a los ejércitos indios (19 mil millones de dólares), indonesios (1,3 mil millones de dólares) esrilanqueses (540 millones de dólares – Sri Lanka es el más pequeño y el más pobre de los tres países), parece como una evidencia la realidad de un sistema económico que gasta sin freno para sembrar la muerte, y que, en cambio, es de lo más tacaño cuando se trata de proteger la vida de las poblaciones.
Ha habido nuevas víctimas recientemente tras el nuevo seísmo que ha golpeado la región de la isla indonesia de Nias. La elevada cantidad de muertos y heridos se debe a los materiales de construcción de las viviendas hechas de bloques de hormigón mucho menos resistentes a los temblores de tierra que la madera con la que se hacían tradicionalmente las casas de la región. Lo que pasa es que el hormigón sale barato y, en cambio, la madera es cara, pues la exportación de esta materia hacia los países desarrollados es una fuente muy importante de ingresos para capitalistas, mafiosos y militares indonesios. Con este nuevo desastre el retorno de la prensa occidental a la zona, con objeto de mostrarnos la labor “tan buena” que hacen las ONG allí presentes, también nos revela cuál ha sido el resultado concreto de las grandes declaraciones de solidaridad gubernamental que siguieron al maremoto de diciembre de 2004.
Primero, en cuanto a las donaciones prometidas por los gobiernos occidentales, la comparación entre los gastos en armamento y el dinero destinado a operaciones de socorro es todavía más chirriante que para los países limítrofes del océano Índico: Estados Unidos, que al principio se comprometió a entregar 35 millones de dólares de ayuda (“es lo nos gastamos en Irak cada mañana antes del desayuno” como dijo el senador norteamericano Patrick Leahy), tiene previsto un presupuesto militar para 2005-2006 de 500 000 millones de dólares, y eso sin contar los gastos de las guerras en Afganistán e Irak. E incluso sobre ese lamentable nivel de ayuda, ya dijimos que la burguesía occidental hace muchas promesas, pero racanea a la hora de la verdad:
“recordemos que esa “comunidad internacional” de bandidos capitalistas prometió 115 millones de dólares tras el seísmo que sacudió Irán en diciembre de 2003 y Teherán solo ha recibido hasta hoy 17 millones. Lo mismo ocurrió en Liberia: prometieron 1000 millones de $ y sólo se recogieron 70” (4).
El Asian Development Bank anuncia hoy que faltan 4000 millones de $ del dinero prometido y según la BBC,
“El ministro de Exteriores esrilanqués, Lakshman Kadirgamar, ha dicho que su país todavía no había recibido nada de lo prometido por los gobiernos”.
En Banda Aceh, sigue sin haber agua potable para la población. Paradójicamente los refugiados en sus improvisados campamentos son los únicos que pueden beneficiarse de los esfuerzos muy insuficientes de las ONG. En Sri Lanka, los refugiados de la región de Trincomalee (por poner un ejemplo) siguen viviendo en tiendas, sufren de varicela y diarreas; 65% de la flota pesquera, de la que depende gran parte de la población de la isla, quedó destruida por el tsunami y sin la menor sustitución.
La prensa, como siempre a las órdenes, nos explica, por activa y por pasiva, que las dificultades de una operación de socorro de gran envergadura son inevitables. Es muy instructivo comparar esas “dificultades” para socorrer a unas poblaciones desamparadas (algo que no aporta el menor beneficio al capital), con la capacidad logística impresionante desplegada por los ejércitos norteamericanos en la operación Desert Storm: recuérdese que la preparación para el asalto a Irak duró seis meses. Durante ese tiempo, según un artículo publicado por el Army Magazine (5),
”El 22º Support Command recibió más de 12 447 vehículos oruga, 102 697 vehículos de ruedas, 3.700 millones de litros de carburante y 24 toneladas de correo durante ese corto período. Entre las innovaciones en relación con las guerras anteriores, pudo verse el uso de navíos de carga rápida, de transportes de contenedores ultramodernos, un sistema eficaz de carburante estándar y una gestión automática de la información”.
O sea que cada vez que nos vengan con la monserga de las “dificultades logísticas” de las operaciones humanitarias, recordemos lo que el capitalismo es capaz de hacer cuando se trata de defender sus intereses imperialistas.
Además, ni siquiera esas miserables cantidades y recursos se han enviado allá gratis, pues la burguesía no se gasta un duro sin contrapartida. Si los Estados occidentales han mandado allá helicópteros, portaviones y vehículos anfibios, es porque cuentan con sacar provecho para su influencia imperialista en la zona. Así lo dijo sin tapujos Condoleezza Rice ante el senado de EEUU cuando fue confirmada como Secretaria de Estado (6):
“Estoy de acuerdo para decir que el tsunami ha sido una magnífica ocasión para mostrar la compasión no sólo del gobierno sino también del pueblo norteamericano, y pienso que nos ha proporcionado muchas ventajas” (7).
De igual modo, la decisión del gobierno indio de rechazar toda ayuda occidental se debió a su deseo de “jugar en el patio de los mayores” y afirmarse como potencia imperialista regional.
La democracia para ocultar la barbarie
Si solo nos dedicáramos a hacer constar esas obscenas diferencias entre lo que gasta la burguesía para sembrar la muerte y las condiciones de vida cada día más miserables de la inmensa mayoría de la población mundial, no iríamos mucho más allá que todas esas buenas conciencias defensoras de la democracia, las ONG de todo tipo.
Pero ya las propias grandes potencias son también ardientes defensoras de la democracia, y sus informaciones televisivas no se privan de darnos todo tipo de razones para tener esperanzas en un mundo mejor, gracias a la irresistible extensión de la democracia. Tras las elecciones en Afganistán, la población ha votado por vez primera en Irak, y Bush jr. ha podido saludar “el admirable valor de esas gentes que desafiaron las amenazas de muerte para ir a las urnas y decir “no” al terrorismo”. En Ucrania, la “revolución naranja” siguió el ejemplo de Georgia, sustituyendo un gobierno corrupto y prorruso por el “heroico” Yúshenko. En Líbano, la juventud movilizada exige que se haga la verdad sobre el asesinato del opositor Rafik Hariri, y que las tropas sirias salgan del país. En Palestina, las elecciones han dado un mandato claro a Mahmud Abbas para que ponga fin al terrorismo y concluya una paz con Israel. En fin, en Kirguizistán una “revolución de los tulipanes” ha barrido al ya ex presidente Akaiev. Estaríamos por lo visto ante una verdadera marea democrática de “poder del pueblo”, portador, al fin, del “nuevo orden mundial” que nos prometieron tras la caída del muro de Berlín en 1989.
Pero basta con rascar un poco para darse cuenta de que tales perspectivas no son nada halagüeñas.
En Irak primero, las elecciones lo único que han hecho es dejar patente hasta qué punto sigue la lucha por el poder entre las diferentes fracciones de la burguesía iraquí, con sus agrias negociaciones entre shiíes y kurdos por el reparto de poder y el grado de autonomía acordado a la zona kurda del país. Aunque momentáneamente han llegado a un acuerdo sobre algunas poltronas gubernamentales, solo ha sido porque han dejado para más tarde el espinoso problema de Kirkuk, rica localidad petrolera del norte de Irak, objeto de todos los deseos de suníes y kurdos y que sigue siendo escenario de enfrentamientos ultraviolentos. Cabe preguntarse hasta qué punto se han tomado en serio los dirigentes kurdos las elecciones iraquíes, cuando, el mismo día, organizaron un “sondeo” según el cual 95% de los kurdos desean un Kurdistán independiente.
“La autodeterminación es el derecho natural de nuestro pueblo y éste tiene derecho a expresar sus deseos”, dijo el dirigente kurdo y “cuando llegue el momento ese deseo se hará realidad” (8).
La situación de los kurdos está preñada de amenazas para la estabilidad de la región, pues cualquier intento por su parte de afirmar su independencia sería percibido como un peligro inmediato por dos potencias limítrofes en las que viven minorías kurdas importantes: Turquía e Irán.
Las elecciones iraquíes han sido un golpe mediático favorable a Estados Unidos, que ha debilitado considerablemente las resistencias de las potencias rivales, Francia especialmente, en la región. En cambio, el gobierno de Bush no está muy encantado por la perspectiva de un Estado iraquí dominado por los shiíes, aliados de Irán, y por lo tanto, indirectamente, de Siria y de sus secuaces en Líbano, el partido Hizbolá. En este contexto debe comprenderse el asesinato de Rafik Hariri, poderoso dirigente y hombre de negocios de Líbano.
Toda la prensa occidental –americana y francesa, sobre todo– ha señalado a Siria. Sin embargo, todos los comentaristas están de acuerdo en decir que, primero, Hariri no tenía nada de un opositor (fue Primer ministro bajo la tutela siria durante 10 años), y, segundo, que el país que menos se aprovecha del crimen es precisamente Siria, obligada ahora a anunciar la retirada total de sus tropas para el 30 de abril (9). Los que, en cambio, sí sacan tajada de la situación son, por un lado, Israel que ve debilitarse la influencia de Hizbolá y, por otro, Estados Unidos, que han echado mano de la situación para meter en cintura al régimen sirio. ¿Quiere eso decir que la “revolución democrática” que ha provocado esa retirada habría conquistado una nueva zona de paz y de prosperidad? Ni mucho menos cuando se comprueba que los “oponentes” de hoy (el dirigente druso Walid Jumblat, por ejemplo) no son ni más ni menos que señores de la guerra de ayer, actores del conflicto que llenó de sangre el país entre 1975 y 1990; ya ha habido varios ataques con bomba en algunas regiones cristianas de Líbano, mientras que Hizbolá (con sus 20 000 hombres armados) organiza manifestaciones masivas.
También, la dimisión forzada del presidente kirguiz, Akaiev, lo único que anuncia será más miseria e inestabilidad. Este país, entre los más pobres de Asia central, que alberga ya bases militares rusa y norteamericana, está siendo cada día más objeto de las apetencias de China. Es, además, uno de los principales lugares de paso para la droga. En tales condiciones, la reciente solución “democrática” no es más que una etapa en los ajustes de cuentas entre grandes potencias mediante intermediarios.
Dos veces en el siglo xx, las rivalidades imperialistas ensangrentaron el planeta en las espantosas carnicerías de las dos guerras mundiales, por no hablar de las guerras incesantes que desde 1945 enfrentaron a los dos grandes bloques imperialistas que salieron victoriosos de la Segunda Guerra mundial hasta la caída del bloque ruso en 1989. Tras cada matanza, la clase dominante nos ha jurado que esta vez iba a ser la última: la guerra de 1914-18 era “la última de las últimas”, la de 1939-45 iba a abrir un nuevo período de reconstrucción y de libertad garantizadas por las Naciones Unidas, el final de la Guerra fría, en 1989 iba a iniciar un “nuevo orden mundial” de paz y de prosperidad. En caso de que la clase obrera se hiciera preguntas hoy sobre las ventajas de ese “nuevo orden” (de guerra y de miseria), en los años 2004 y 2005 han visto y van a seguir viendo, las fastuosas celebraciones de los triunfos de la democracia (del Desembarco en Normandía en junio de 1944), así como las conmemoraciones de los horrores del nazismo (ceremonias sobre la liberación de los campos de concentración). Se puede suponer que la burguesía democrática e hipócrita hará menos ruido sobre los 20 millones de muertos en los gulags rusos cuando la URSS era su aliada contra Hitler, y sobre los 340 000 muertos de Hiroshima y Nagasaki cuando la mayor democracia del mundo utilizó, la única vez en la historia, el arma monstruosa, la bomba atómica contra un país ya derrotado (10).
Ni que decir tiene la poca confianza que nos inspira esa clase burguesa para aportarnos la paz y la prosperidad que nos promete. Al contrario:
“Enlodada, deshonrada, embarrada en sangre, ávida de riqueza: así se presenta la sociedad burguesa, así es ella. No es cuando, tan pulida y honrada, presume de cultura y de filosofía, de moral y de orden, de paz y derecho, sino cuando se parece a una alimaña salvaje, cuando se agita en el aquelarre de la anarquía, cuando echa su aliento apestoso sobre la civilización y la humanidad, entonces sí que aparece en toda su desnudez, tal como de verdad es” (11).
Contra ese aquelarre macabro, solo el proletariado puede hacer surgir una verdadera oposición capaz de poner fin a la guerra porque solo él acabará con el capitalismo promotor de la guerra.
Solo la clase obrera podrá ofrecer una solución
Al final de la guerra del Vietnam, el ejército de Estados Unidos había perdido su capacidad de combate. Los soldados –reclutas la mayoría de ellos– se negaban a menudo a ir al frente, matando incluso a los oficiales que se propasaban en su empeño. Aquella desmoralización no se debió a una derrota militar, sino a que, contrariamente a 1939-45, la burguesía norteamericana no había logrado hacer que la clase obrera se adhiriera a sus proyectos imperialistas.
Antes de lanzar la invasión de Irak, los matachines del Pentágono estaban convencidos de que el “síndrome del Vietnam” estaba superado. Y, sin embargo, sigue habiendo un rechazo por parte de los obreros en uniforme para entregar sus vidas por las aventuras militares de su burguesía: desde el inicio de la guerra en Irak, unos 5500 soldados han desertado, a la vez que faltan unos 5000 hombres al plan de alistamiento del ejército de reserva (que proporciona la mitad de las tropas): ese total de 10 500 hombres es casi 8 % de la fuerza presente Irak de 135 000 hombres.
Como tal, esa resistencia pasiva no es una perspectiva con futuro. Pero el viejo topo de la conciencia obrera sigue abriéndose camino y el lento despertar de la resistencia del proletariado a la degradación de sus condiciones de vida es portador no sólo de resistencia, sino de demolición de este viejo mundo en putrefacción, acabando de una vez por todas con las guerras, la miseria y la hipocresía que son su consecuencia.
Jens, 9 de abril de 2005
1Ver la declaración de la CCI publicada en nuestro web: (https://fr.internationalism.org/ri/353_Tsunami)
2Disponible en inglés en el sitio https://www. marxists.org/archive/luxemburg/1902/05/15.htm
3Hasta la erupción del Monte Pelado en Martinica, los “peritos” gubernamentales aseguraban que el volcán no era ningún peligro para la población.
5Revista oficial de la Asociación del ejército americano. Ver https://www.ausa.org/www/armymag.nsf/
6O sea ministra de Relaciones exteriores.
7Agencia France Presse, 18/01/2005, ver: https://www.commondreams.org/headlines05/0118-08.htm
8Citado en Al Yazira: https://english.aljazeera.net/NR/exeres/350DA932-63C9-4666-9014-2209F872...
9Hasta hoy, la única conclusión clara de la investigación de Naciones Unidas es que el asesinato exigía la obligada participación de alguno de los servicios secretos que actúan en la zona, o sea, los israelíes, los franceses, los sirios o los estadounidenses. Tampoco se puede excluir la simple tesis de la incompetencia de los servicios secretos sirios.
10No es una ironía de la historia, sino que está en la naturaleza misma del capitalismo, el que el nuevo Estado, que utiliza sin cesar el horror que provoca el holocausto, sea, a su vez, él también abiertamente racista (Israel se basa en el pueblo y la religión judías) y esté preparando, mediante el “muro de seguridad”, la creación de un nuevo y gigantesco campo de concentración en Gaza. Como muy bien lo expresa Arnon Soffer, uno de los ideólogos de la política de Sharon: “Cuando 2,5 millones de personas viven encerradas en Gaza, eso acaba siendo una catástrofe humanitaria. Esa gente acabará volviéndose más bestial que lo que ahora es gracias a la ayuda de un fundamentalismo islamista desquiciado. La presión en la frontera va a volverse espantosa. Habrá una guerra terrible. Por eso, si queremos seguir en vida, deberemos matar, matar y matar más. Todos los días, cada día” (citado en Counterpunch: https://www.counterpunch.org/makdisi01262005.html).
11Rosa Luxemburg, Folleto de Junius.