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En el artículo anterior de esta serie ([1]), hemos demostrado que la capacidad de la burguesía para prevenir la extensión internacional de la revolución, y el reflujo de la oleada de luchas, provocó una reacción oportunista de la Internacional comunista. Esta tendencia oportunista encontró la resistencia de las fuerzas que luego se llamarían Izquierda comunista. Si ya la consigna del IIº Congreso: “ir a las masas”, que fue rechazada por los grupos de la Izquierda comunista, concentró el debate en 1920, el IIIº Congreso de la Internacional comunista, celebrado en 1921, fue un momento esencial de la batalla de la Izquierda comunista en los primeros momentos de la sumisión de los intereses de la revolución mundial a los intereses del Estado ruso.
La contribución del KAPD ([2])
En el IIIº Congreso mundial de la Internacional comunista (IC), el KAPD intervino por primera vez directamente en los debates, desarrollando una crítica global a la postura de la IC. Tanto en sus intervenciones sobre “La crisis económica y las nuevas tareas de la IC”, como ante el “Informe de actividad del Comité ejecutivo de la Internacional comunista sobre la cuestión de la táctica y sobre la cuestión sindical” y, sobre todo, en sus intervenciones respecto a la situación en Rusia, el KAPD defendió siempre el papel dirigente de los revolucionarios que, contrariamente a las concepciones de la mayoría de la IC, no podían formar, ya en esa época, partidos de masas.
Y si los delegados italianos defendieron heroicamente en 1920 su posición minoritaria sobre el parlamentarismo frente al punto de vista de la IC, en ese IIIer Congreso no dijeron casi nada sobre el desarrollo de la situación en Rusia ni sobre las relaciones entre el Gobierno soviético y la IC. Correspondió pues al KAPD el mérito de suscitar esta cuestión en el IIIer Congreso.
Antes de abordar con más detalle las posiciones y la actitud del KAPD, queremos destacar que no tenía una homogeneidad completa frente al nuevo período y al rápido desarrollo de los acontecimientos. El KAPD tuvo la audacia de empezar a plantear las lecciones del nuevo período histórico sobre la cuestión parlamentaria y sindical, y comprendió que ya no era posible mantener un partido de masas. Pero, a pesar de toda esta audacia programática, al KAPD le faltó en cierta medida prudencia, circunspección, así como atención y rigor político para evaluar la relación de fuerzas entre las clases, e igualmente sobre la cuestión organizativa. Sin poner en práctica todos los medios de lucha para defender la organización, tendía a tomar decisiones precipitadas sobre cuestiones organizativas.
No nos debe extrañar que el KAPD compartiera muchas de las confusiones del movimiento revolucionario de aquella época. Al igual que los bolcheviques, los militantes del KAPD también pensaban que era el partido quien debía tomar el poder. Según el KAPD, el estado postinsurreccional debería ser un Estado-Consejo.
En el IIIer congreso, su delegación intervino sobre la relación entre el Estado y el Partido en los siguientes términos: “No nos olvidamos, ni por un momento, de las dificultades a las que se enfrenta el poder soviético debido al retraso de la revolución mundial. Pero también constatamos el peligro que, de esas dificultades, pueda surgir una contradicción, aparente o real, entre los intereses del proletariado revolucionario internacional y los intereses actuales de la Rusia soviética” ([3]).
“Pero la separación política y organizativa de la IIIª Internacional respecto al sistema de la política del Estado ruso, es un objetivo por el que hay que trabajar si queremos volver a encontrar las condiciones de la revolución en Europa occidental” (Actas del Congreso, traducidas del inglés por nosotros).
En el IIIer Congreso, el KAPD tendió a subestimar las consecuencias del éxito de la burguesía para prevenir la extensión de la oleada revolucionaria. En vez de ver las implicaciones del retroceso de la extensión de la revolución internacional, en lugar de retomar la argumentación de Rosa Luxemburgo que, ya en 1917, comprendió que “En Rusia el problema sólo podía ser planteado, no se podía resolver” y que sólo podría serlo internacionalmente; en lugar de basarse en el llamamiento de la Spartacusbund –noviembre de 1918– que advertía “si las clases dominantes de nuestros países consiguen estrangular la revolución proletaria en Alemania y en Rusia, entonces se volverán contra vosotros con mayor fuerza si cabe (...). En Alemania madura la revolución social pero el socialismo sólo puede ser alcanzado por el proletariado mundial” (traducido por nosotros). En vez de eso, el KAPD no prestó suficiente atención a las desastrosas consecuencias del fracaso de la extensión de la revolución. En su lugar, tiende a ver las raíces del problema en Rusia misma.
“La idea luminosa de la Internacional comunista está y sigue estando viva. Pero ya no está asociada a la existencia de la Rusia soviética. La estrella de la Rusia soviética ha perdido mucho de su fulgor ante los ojos de los obreros revolucionarios, hasta el extremo de que la Rusia soviética se ha convertido, cada vez más, en un Estado campesino, pequeño burgués y antiproletario. No nos gusta decir esto. Pero debemos saber que una comprensión nítida incluso de los hechos más duros, una franqueza implacable sobre esos hechos, es la única condición para poder ofrecer la atmósfera que la revolución necesita para seguir estando viva (...).
Debemos comprender que los comunistas rusos no tenían más elección que establecer una dictadura de partido, que era el único organismo disciplinado que funcionaba firmemente en el país, habida cuenta de las condiciones del mismo, de la composición de la población y del contexto de la situación internacional. Debemos comprender que la toma del poder por los bolcheviques fue absolutamente correcta a pesar de todas las dificultades y que son los obreros de Europa Occidental y de Europa Central los que tienen la principal responsabilidad de que hoy la Rusia soviética, dado que no puede contar con las fuerzas revolucionarias de otros países, tenga que apoyarse en las fuerzas capitalistas de Europa y de América (...)
Y como la Rusia soviética no tiene otra opción que la de contar con las fuerzas capitalistas en la política económica interna y externa ¿cuánto tiempo podrá la Rusia soviética seguir siendo lo que es? ¿cuánto tiempo y cómo seguirá siendo el partido comunista ruso, el mismo partido comunista que fue? ¿podrá seguir siéndolo permaneciendo como partido en el poder? Y, si para seguir siendo un partido comunista, ya no puede seguir siendo un partido en el poder, ¿cómo podrá ser el desarrollo futuro de Rusia?” (“Gobierno y Tercera Internacional”, Kommunistische Arbeiterzeitung, otoño de 1921, traducido por nosotros).
Aunque el KAPD era consciente de los peligros que amenazaban a la clase obrera no sabía explicarlos con total claridad. En vez de subrayar que la energía vital de la revolución (la actividad de los soviets) se estaba agotando porque la revolución estaba cada vez más aislada, y que eso reforzaba al Estado a expensas de la clase obrera (desarmando a los soviets, asfixiando las iniciativas obreras, con un Partido bolchevique cada vez mas absorbido por el Estado), el KAPD se inclinaba por una explicación determinista rayana en el fatalismo.
Afirmando, como hacía el KAPD, que los comunistas rusos no tenían más opción que establecer una dictadura de partido, “habida cuenta de las condiciones del país, de la composición de la población y del contexto de la situación internacional”, resulta imposible comprender cómo la clase obrera en Rusia, organizada en soviets, fue capaz de tomar el poder en octubre de 1917. La idea del ascenso de un “Estado campesino pequeño burgués” supone, también, una distorsión de la realidad, que subestima el peligro del retroceso de la extensión internacional de la revolución y el ascenso del capitalismo de Estado. Estas ideas, formuladas en este texto como una primera tentativa de explicación, serían más tarde afirmadas como explicación teórica acabada por parte de los comunistas de consejos.
La CCI ha demostrado lo erróneo y alejado del marxismo de las posiciones consejistas sobre el desarrollo de Rusia ([4]).
Estamos muy especialmente:
- en contra de la teoría de la “revolución doble” que apareció en ciertos sectores del KAPD en 1921, cuando comenzó a retroceder la oleada revolucionaria y nacía el capitalismo de Estado. Según esta teoría, en Rusia tuvo lugar una revolución proletaria en los centros industriales al mismo tiempo que una revolución campesina democrática en las zonas agrarias;
- en contra del fatalismo que subyace en la idea de que la revolución en Rusia tenía que sucumbir por necesidad, dado el peso del campesinado, así como la visión de que los bolcheviques estaban predestinados a degenerar desde el principio;
- en contra de la separación entre diferentes áreas geográficas (teoría del meridiano) según la cual había condiciones y posibilidades diferentes en Rusia y en Europa Occidental;
- en contra del error en la consideración de las relaciones comerciales con el Oeste, pues abre la puerta a la ilusión de que podría abolirse inmediatamente el dinero en un solo país y que “era posible mantener” o “construir” el socialismo en un solo país a largo plazo.
Vamos ahora a abordar el debate que tuvo lugar en ese momento, entrando más en detalle en las posiciones del KAPD, para demostrar hasta qué punto los grupos de la Izquierda comunista buscaban una clarificación.
El creciente conflicto entre el Estado ruso
y los intereses de la revolución mundial
En un momento en que la IC apoyaba incondicionalmente la política exterior del Estado ruso, la delegación del KAPD puso el dedo en la llaga: “Recordemos el impacto propagandístico de las notas diplomáticas de la Rusia soviética, cuando el Gobierno obrero y campesino no se plegaba a la necesidad de firmar acuerdos comerciales, ni a las cláusulas de los acuerdos ya firmados. El movimiento revolucionario en Asia, que es una gran esperanza para todos nosotros y una necesidad para la revolución mundial, no puede ser apoyado por la Rusia soviética ni oficial ni oficiosamente. Los agentes ingleses en Afganistán, en Persia y en Turquía trabajan de manera muy inteligente y cada avance revolucionario de Rusia sabotea la realización de los acuerdos comerciales. En esta situación ¿quién debe dirigir la política exterior de la Rusia soviética? ¿quién debe tomar las decisiones? ¿los representantes comerciales rusos en Inglaterra, Alemania, América, Suecia, etc.? Sean o no comunistas estos tienen que llevar a cabo una política de acuerdos.
Y en lo referente a la situación en Rusia los efectos son similares sino aún más peligrosos. En realidad el poder político está hoy en manos del Partido comunista (y no en la de los Soviets) (...) mientras las escasas masas revolucionarias del partido sienten que sus iniciativas encuentran trabas y ven las tácticas maniobreras con crecientes sospechas, sobre todo el enorme aparato de funcionarios. Estos ganan cada vez mas influencia y se suman al Partido comunista no porque se trate de un partido comunista sino por que es un partido de gobierno”.
Mientras que la mayoría de delegados apoyaba cada vez más, y sin crítica alguna, al Partido bolchevique que se integraba más y más en el aparato de Estado, la delegación del KAPD tuvo el valor de señalar la contradicción entre por un lado la clase obrera, y por otro el Partido y el Estado.
“ El Partido comunista Ruso (PCR) ha socavado la iniciativa de los trabajadores revolucionarios y la socavará aún más, ya que debe acomodarse al capital más que antes. A pesar de todas las medidas de precaución, ha empezado a cambiar de naturaleza ya que sigue siendo un partido de gobierno. De hecho ya no puede impedir que las bases económicas en la que se apoya como partido de gobierno, se encuentren cada vez más destruidas, por lo que las bases de su poder político se estrechan también más.
Lo que sucederá en Rusia y lo que le puede suceder al desarrollo revolucionario en el mundo entero, cuando el Partido ruso deje de ser un partido de gobierno, difícilmente puede ser previsto. Ya las cosas van en una dirección en que, si no estallan levantamientos revolucionarios en Europa que lo contrarresten, habrá que plantearse seriamente la siguiente pregunta: ¿No sería mejor abandonar el poder del Estado en Rusia en interés de la revolución proletaria, en lugar de aferrarse a él?.
El mismo PCR, que se encuentra hoy en esa situación crítica frente a su papel como comunista y frente a su papel como partido de gobierno, es también el partido dirigente de la IIIª Internacional. Aquí está el trágico dilema de esta cuestión. La IIIª Internacional ha quedado atrapada de tal forma que su aliento revolucionario se ha agotado. Bajo la influencia decisiva de Lenin, los camaradas rusos no pueden contrarrestar, en la IIIª Internacional, el peso de la política de retroceso del Estado ruso. En realidad se esfuerzan en poner en concordancia la política de la Internacional con esa pendiente regresiva (...). La IIIª Internacional es hoy, un instrumento de la política de los reformistas subordinados al Gobierno soviético.
Indudablemente Lenin, Bujarin, etc., son verdaderos revolucionarios de corazón, pero se han convertido, como todo el Comité central del Partido, en agentes de la autoridad del Estado y están inevitablemente sometidos a la ley del desarrollo de una politica necesariamente conservadora...” (Kommunistische Arbeiterzeitung, “La política de Moscú”, otoño de 1921, traducido por nosotros).
En el Congreso extraordinario del KAPD que tuvo lugar inmediatamente después – septiembre de 1921 – Goldstein decía lo siguiente: “¿Podrá el PCR conciliar esas dos contradicciones, de una manera u otra a largo plazo? Hoy el PCR tiene una doble naturaleza. Por un lado debe representar los intereses de Rusia como Estado ya que es, todavía, un partido de gobierno en Rusia. Por otro lado debe y quiere representar los intereses de la lucha de clases internacional”.
Los comunistas de izquierda alemanes tenían toda la razón al destacar el papel del Estado ruso en la degeneración oportunista de la Internacional comunista, y al explicar que era necesario defender los intereses de la revolución mundial contra los intereses del Estado ruso. Sin embargo, en realidad, como ya dijimos antes, la primera y principal razón del rumbo oportunista de la Internacional no estaba en el papel jugado por el Estado ruso, sino en el fracaso de la extensión de la revolución a los países occidentales y el consiguiente retroceso de la lucha de clases internacional. Así, mientras el KAPD tendía a culpar fundamentalmente al PCR por ese oportunismo, lo cierto es que la adaptación sin principios a las ilusiones socialdemócratas de las masas afectaba a todos los partidos obreros de la época. De hecho, bastante antes que los comunistas rusos, la dirección del KPD, que en ese momento desconfiaba de la política de la IC, fue la primera en imponer ese rumbo oportunista, tras la derrota de la insurrección de Berlín de enero 1919, excluyendo del partido a la Izquierda (precisamente lo que luego sería el KAPD).
En realidad, las debilidades del KAPD fueron sobre todo el producto de la desorientación provocada por la derrota y el reflujo subsiguiente del movimiento revolucionario, especialmente en Alemania. Privada de la autoridad de su dirección revolucionaria asesinada por la socialdemocracia en 1919, reaccionando con impaciencia frente a un retroceso de la revolución que tardó mucho tiempo en reconocer, partiendo de una
insuficiente asimilación de las tradiciones organizativas del movimiento obrero…, la Izquierda comunista alemana, una de las expresiones políticas mas claras y mas decididas de la oleada revolucionaria ascendente, fue incapaz (al contrario que la Izquierda comunista italiana) de hacer frente a la derrota de la revolución. Pero ¿qué factores agravaron estas debilidades del KAPD?.
Las debilidades del KAPD sobre la cuestión organizativa
Para analizar las razones de las debilidades en el KAPD sobre la cuestión organizativa, debemos volver atrás.
Hay que recordar que, a causa de la falsa idea sobre organización en el KPD, la Central de éste, dirigida por Paul Levi, expulsó –por sus posiciones sobre las cuestiones sindical y parlamentaria– a la mayoría del partido, en el congreso celebrado en octubre 1919. Tras su expulsión, esta mayoría fundó el KAPD en abril de 1920, tras las gigantescas luchas obreras que siguieron al “golpe de Kapp”. Esta escisión precipitada en los comunistas alemanes, provocaría un debilitamiento fatal para la clase obrera. Lo trágico es que esa corriente de izquierda expulsada del KPD “heredará” esa misma concepción errónea.
Pudimos ver una ilustración de esta debilidad cuando, unos meses más tarde, los delegados al IIº Congreso de la IC, Otto Rühle y P. Merges, se retiraron del congreso y “desertaron”. Un año más tarde y ante el ultimátum que les planteó el IIIer Congreso de la IC (integrarse en el partido resultante de la fusión entre el KPD y los Socialistas Independientes de Izquierda –el VKPD–, o ser expulsados), el KAPD mostró de nuevo sus flaquezas en la defensa de la organización, prefiriendo la exclusión. Esta expulsión provocó hostilidad y rencor en las filas del KAPD contra la IC.
Todo esto iba a debilitar la capacidad de las fuerzas recién nacidas de la Izquierda comunista para trabajar conjuntamente. La corriente holandesa y alemana de la Izquierda comunista no consiguió oponerse a la enorme presión del Partido bolchevique, y no pudo construir, junto a la Izquierda italiana agrupada en torno a Bordiga, una resistencia común en el seno de la IC contra su creciente oportunismo. Además, en ese mismo momento, el KAPD tendía a precipitarse tomando toda una serie de orientaciones imprudentes.
¿Cómo reaccionar frente al peligro de degeneración de la IC? ¿Huir o combatir?
“En lo sucesivo, la Rusia soviética ya no será un factor de la revolución mundial sino que se convertirá en un bastión de la contrarrevolución internacional.
El proletariado ruso ha perdido ya el control sobre el Estado.
Esto significa que el gobierno soviético no tiene más salida que convertirse en el defensor de los intereses de la burguesía internacional... El gobierno soviético sólo puede convertirse en un gobierno contra la clase obrera después de haber pasado abiertamente al campo de la burguesía. El gobierno soviético es el Partido comunista de Rusia. Por consiguiente, el PCR se ha convertido en enemigo de la clase obrera, pues al ser el gobierno soviético debe defender los intereses de la burguesía a expensas del proletariado. Esto no durará mucho tiempo y el PCR deberá sufrir una escisión.
No pasará mucho tiempo antes de que el gobierno soviético se vea forzado a mostrar su verdadera cara como Estado burgués nacional. La Rusia soviética ya no es un Estado proletario revolucionario o, para ser más precisos, la Rusia soviética ya no tiene la posibilidad de transformarse en un Estado proletario revolucionario.
Pues sólo la victoria del proletariado alemán mediante la conquista del poder político, habría podido evitar al proletariado ruso su destino actual, habría podido salvarle de la miseria y la represión de su propio gobierno soviético. Unicamente una revolución en Alemania y una revolución en Europa Occidental habría podido dar una salida favorable de los obreros rusos en la lucha de clases entre los obreros y los campesinos rusos.
El IIIer Congreso ha sometido la revolución proletaria mundial a los intereses de la revolución burguesa en un solo país. El órgano supremo de la Internacional proletaria la ha puesto al servicio de un Estado burgués. La autonomía de la Tercera internacional ha quedado pues suprimida y sometida a la dependencia directa de la burguesía.
La Tercera internacional está hoy perdida para la revolución proletaria mundial. Al igual que la Segunda internacional, la Tercera internacional está hoy en manos de la burguesía.
En consecuencia, la IIIª Internacional demostrará su utilidad cada vez que sea necesario defender el Estado burgués de Rusia. Pero fracasará siempre que sea necesario apoyar la revolución proletaria mundial. Sus actividades serán una cadena de traición continua de la revolución proletaria mundial.
La Tercera internacional está ya perdida para la revolución proletaria mundial.
Después de haber sido la vanguardia de la revolución proletaria mundial, la Tercera internacional se ha convertido en su enemigo mas acérrimo (...) A causa de una desastrosa confusión entre la dirección del Estado – cuyo original carácter proletario se ha transformado en los últimos años en realmente burgués – y la dirección de la Internacional proletaria en las manos de un mismo órgano; la IIIª Internacional ha fracasado en su tarea originaria. Enfrentada a la disyuntiva entre una política de Estado burgués y la revolución proletaria mundial, los comunistas rusos han escogido lo primero, y han puesto a la Tercera internacional a su servicio” (Kommunistische Arbeiterzeitung, “El gobierno soviético y la Tercera internacional a remolque de la burguesía internacional”, agosto de 1921, traducido por nosotros).
Y si el KAPD tenía razón en denunciar el creciente oportunismo de la IC ya que, precisamente, había sido capaz de detectar el peligro de estrangulamiento de la organización por los tentáculos del Estado ruso al punto de poder convertirse en su instrumento; cometió, no obstante, el error de considerar estos peligros como inexorables, como un proceso terminado e irreversible. Es cierto que la relación de fuerzas ya se había invertido en 1921, y que la oleada revolucionaria estaba ya en su reflujo, pero el KAPD manifestó una peligrosa impaciencia y una enorme subestimación de la necesidad de desarrollar una lucha perseverante y tenaz para defender la Internacional. Esas ideas de base del KAPD sobre la IC: “instrumento de la política de los reformistas subordinados al gobierno soviético”, “que situando al KOMINTERN ([5]) a su lado, lo han colocado en manos de la burguesía”, “la IIIª Internacional se ha perdido para la revolución proletaria mundial. Después de haber sido la vanguardia de la revolución proletaria, se ha convertido en su enemigo más acérrimo”,… resultaban, en aquellos momentos, exageradas por prematuras, e hicieron que en el KAPD arraigara el sentimiento de que la batalla por ganar la Internacional había que darla por perdida.
Que el KAPD pudiera presentir lo que los hechos posteriores confirmarían, no obsta para que critiquemos su errónea estimación del nivel de las tendencias oportunistas y su valoración equivocada de la fase de degeneración en la que se encontraba la IC. Errores que le llevaron a rechazar, sin reflexionar con profundidad, la necesidad y la posibilidad de desarrollar la lucha contra el oportunismo en el seno de la IC.
Podemos comprender la reacción de cólera y rencor que sintió el KAPD ante el ultimátum del IIIer Congreso mundial, pero esto no debe ocultarnos lo que resulta más importante: esos compañeros se retiraron precipitadamente de la batalla y no cumplieron su deber de defender la Internacional.
Una vez más resulta trágico constatar que errores o una insuficiente incomprensión de las cuestiones organizativas, tienen consecuencias desastrosas y debilitan la eficacia de posiciones políticas correctas en otros ámbitos. Esto pone igualmente de relieve hasta qué punto una correcta posición sobre la organización política, puede ser decisiva para la supervivencia de una organización.
Podemos ver otro ejemplo de estas debilidades en la actitud de la delegación del KAPD en el IIIer Congreso. Mientras la delegación del KAPD al IIº Congreso mundial había abandonado “sin luchar”, la delegación en el IIIer Congreso sí hizo escuchar su voz como minoría, llamando, a continuación, a celebrar un Congreso extraordinario del KAPD.
La delegación del KAPD se quejó de que el IIIer Congreso comenzaba poniendo trabas al desarrollo del debate, tergiversando sus posiciones, limitando el tiempo de uso de la palabra, cambiando los órdenes del día y seleccionando la participación en las discusiones (en su balance informó de cómo fue excluida de los debates del Comité ejecutivo de la Internacional que se reunió durante el congreso para debatir los estatutos del KAPD). Sin embargo, la delegación del KAPD renunció a tomar la palabra en las sesiones plenarias que debatieron los estatutos, ya que en su opinión “quería evitar ser un participante, a su pesar, en una comedia”, por lo que se retiró del debate protestando pero sin proponer alternativas.
En vez de comprender que la degeneración de una organización es un proceso en el que es indispensable desarrollar una larga lucha que debe evitar siempre la precipitación, es decir desarrollar una lucha a largo plazo como hizo la Izquierda italiana, el KAPD condenó altiva y precipitadamente a la Internacional en lugar de desarrollar la lucha en su seno. La delegación declaró al Comintern y al PCR “perdidos para el proletariado”. Es verdad que el peso agobiante del PCR tuvo un papel determinante en los errores del KAPD en las tareas que le hubieran permitido reagrupar a otras delegaciones para formar una fracción. Debido a esa actitud y, aunque hubo contactos ocasionales y esporádicos, no pudo encontrar ninguna línea de trabajo común con los delegados italianos que manifestaban una disposición a luchar contra el oportunismo creciente en la IC, como pudo verse por ejemplo en su denuncia de la cuestión parlamentaria.
La expulsión del KAPD de la IC supuso un debilitamiento de la posición de la Izquierda italiana en el IVº Congreso, en el que el Partido comunista de Italia, bajo la dirección de Bordiga, fue obligado a fusionarse con el Partido socialista italiano. Así, las Izquierdas comunistas “alemana” e “italiana” se encontraron siempre aisladas en su lucha contra el oportunismo en el seno de la IC e incapaces de desarrollar una lucha común. Pero la corriente reagrupada en torno a Bordiga sí comprendió la necesidad de librar un combate político tenaz por la organización política. Este hecho se ve, por ejemplo, en la actitud de Bordiga que decidió retirar su Manifiesto de ruptura con la IC en 1923, pues comprendía con profundidad la necesidad de seguir combatiendo en el seno de la IC y del Partido italiano.
La Conferencia extraordinaria del KAPD de septiembre de 1921 apenas abordó un estudio de la relación de fuerzas entre las clases a nivel mundial.
Es verdad que el Partido (como dijo Reichenbanch en la Conferencia) vivía “en un momento en el que factores externos, factores debidos al (peso del) capital, o la confusión y falta de claridad en la clase, frenan el impulso de la revolución hasta el punto de hacer creer que la revolución decae y que el partido de combate que es portador de la idea de la revolución verá reducidos sus efectivos. Sin embargo esto no entraña su desaparición”, pero el KAPD no extrajo las conclusiones necesarias sobre las tareas inmediatas de la organización.
La mayoría de la organización creía que la revolución era posible de manera inmediata. La simple voluntad parecía más fuerte e importante que una evaluación de la relación de fuerzas. Por ello una parte del KAPD se lanzó a la aventura de fundar la Internacional comunista obrera (KAI) en la primavera de 1922.
Esta incapacidad para comprender el reflujo de la lucha de clases tuvo, finalmente, un papel decisivo en la incapacidad del KAPD para sobrevivir como organización cuando las luchas entraron en un período de retroceso, cuando apareció la contrarrevolución imponiendo nuevas condiciones.
Las respuestas erróneas de Rusia: la incapacidad de los comunistas para sacar las lecciones correctas
Mientras que el KAPD, a pesar de sus limitaciones y errores, tuvo sin embargo el mérito de plantear crudamente el problema del conflicto creciente entre el Estado ruso y la clase obrera y la IC, aún cuando no pudiera aportar las respuestas adecuadas al problema suscitado; los comunistas en Rusia se encontraron de hecho con enormes dificultades para comprender la naturaleza misma del conflicto.
Habida cuenta de la creciente integración del partido en el aparato del Estado, apenas pudieron vislumbrar más que una visión muy limitada del problema. La actitud de Lenin que sintetizó muy claramente las lecciones del marxismo sobre la cuestión del Estado en su libro El Estado y la Revolución, y que al mismo tiempo formó parte de la dirección estatal tras Octubre de 1917, ponía al desnudo las contradicciones y dificultades crecientes.
Hoy en día, la propaganda burguesa se esfuerza en presentar a Lenin como el padre del capitalismo de Estado totalitario ruso. Pero la verdad es que Lenin, por su brillante intuición revolucionaria, fue, de todos los comunistas rusos de entonces, quién más lejos llegó en la comprensión de que el Estado transitorio que apareció tras la revolución de Octubre no representaba verdaderamente los intereses y la política del proletariado. Lenin concluyó que la clase obrera debía seguir luchando para imponer su política al Estado y que, por ello, debía tener derecho a defenderse del Estado.
En la XIª Conferencia del Partido en marzo de 1922, Lenin observó, con gran preocupación, que: “Un año ha transcurrido ya desde que el Estado está en nuestras manos, pero ¿actúa el Estado de acuerdo a lo que queremos? No, la máquina se escapa de las manos de quienes la conducen. Podría decirse que alguien guía la máquina, pero que ésta sigue una dirección contraria a la que le indica el conductor, pareciendo en cambio dirigida por una mano oculta” ([6]).
Lenin defendió esta preocupación sobre todo contra Trotski durante el debate que en 1921 hubo sobre los sindicatos. Y aunque aparentemente la discusión concernía al papel de los sindicatos en la dictadura del proletariado, lo que de verdad se discutía era si la clase obrera tenía o no derecho a desarrollar su propia política de clase para defenderse del Estado tradicional. Según Trotski y dado que el Estado era, por definición, un Estado obrero, la idea de que el proletariado pudiera defenderse contra ese Estado resultaba absurda. Por tanto, Trotski, al que al menos ha de otorgársele el mérito de defender la lógica de su posición hasta las últimas consecuencias, defendía abiertamente la militarización del trabajo. Por su parte Lenin, aunque aún no comprendía con total claridad que el Estado no era un Estado de los obreros (esta posición fue desarrollada y defendida por Bilan en los años 30) sí insistía, en cambio, en la necesidad de que los obreros se defendieran, por sí mismos, contra el Estado.
Aunque Lenin defendiera correctamente esta posición, lo cierto es que los comunistas rusos fueron incapaces de llegar a una verdadera clarificación sobre la cuestión. El mismo Lenin, como otros tantos comunistas de la época, seguía viendo en el enorme peso de la pequeña burguesía en Rusia, y no tanto en el Estado burocratizado, la principal fuente potencial de la contrarrevolución.
“En la actualidad, el enemigo no es el que solía serlo en el pasado. El enemigo no está tanto en los ejércitos blancos, sino en el macilento transcurrir cotidiano de la economía de un país dominado por pequeños campesinos y con la gran industria destruida. El enemigo es el elemento pequeño burgués, mientras el proletariado se ve fragmentado, diezmado, exhausto. Las “fuerzas” de la clase obrera no son ilimitadas (…) El aflujo de nuevas fuerzas obreras es débil, a menudo muy débil (…) Aún tendremos que asumir el inevitable descenso en el crecimiento de nuevas fuerzas de la clase obrera” ([7]).
El reflujo de la lucha de clases: oxígeno para el capitalismo de Estado
Tras las derrotas que a escala internacional había sufrido la clase obrera en 1920, empeoraron considerablemente las condiciones para la lucha de la clase obrera en Rusia. Cada vez más y más aislados, los obreros en Rusia debían enfrentarse a un Estado dirigido por el Partido bolchevique que imponía, como se vio en Cronstadt, la violencia contra los obreros de forma sistemática. El aplastamiento de la revuelta de Cronstadt reforzó aún más a los sectores del partido que propugnaban un fortalecimiento del Estado a expensas de la clase obrera. Esas fuerzas eran las mismas que trataban de encadenar la IC al Estado ruso.
El Estado ruso fue así asimilándose al papel que desempeñaban los demás Estados capitalistas.
Ya en la primavera de 1921 la burguesía alemana había entrado en contacto con Moscú para explorar, mediante negociaciones secretas, la posibilidad de rearmar el ejército alemán (tras la firma de la Paz de Versalles) y modernizar la industria armamentística rusa una vez acabada la guerra civil. La industria pesada alemana que se había modernizado durante la Iª Guerra mundial estaba deseosa de cooperar con Rusia. Los planes consistían en que la Albatrosswerke fabricara aviones, Blöhm y Voss submarinos, y que Krupp fabricara munición y fusiles, al mismo tiempo que el ejército alemán adiestrara a los oficiales del Ejercito rojo. A cambio, las tropas alemanas podrían hacer prácticas en territorio ruso.
A finales de 1921 cuando ve la luz el proyecto soviético de una conferencia general para establecer relaciones entre la Rusia soviética y el mundo capitalista (en la que debían participar Estados Unidos y todas las potencias europeas) esas negociaciones secretas entre Rusia y Alemania se encuentran ya muy avanzadas. Obviamente quien lleva esas negociaciones por parte rusa no es la IC, sino los dirigentes del aparato del Estado. En la Conferencia de Génova, Chicherin, dirigente de la delegación rusa, ofrece los vastos recursos inexplotados de Rusia, a cambio de que los capitales occidentales cooperen en su explotación y puesta en funcionamiento. Mientras se terminaba la Conferencia de Génova, Alemania y Rusia sellaban ya por su cuenta, en Rapallo, un acuerdo secreto, que como señala E.H. Carr suponía que “por primera vez en un asunto diplomático, la Rusia soviética y la Republica de Weimar se reconocían mutuamente” ([8]). Pero Rapallo fue mucho más que eso. A diferencia del tratado de Brest-Litovsk, firmado en el invierno de 1917-18, tras la ofensiva alemana contra Rusia, y con objeto de salvaguardar el bastión proletario del imperialismo germánico, tratado aceptado después de un gran debate abierto en el seno del Partido bolchevique, Rapallo no respondía a ese mismo principio. El tratado firmado en Rapallo por representantes del Estado ruso, no sólo contenía acuerdos secretos sino que tal acuerdo no fue ni siquiera mencionado en el IVº Congreso mundial de noviembre de 1922.
Las instrucciones de la IC al PC turco y persa “para que apoyaran el movimiento de liberación nacional en Turquía (y en Persia)”, condujeron, en realidad, a una situación en que las respectivas burguesías nacionales pudieron masacrar a su antojo a la clase obrera. Lo que prevalecía, ante todo, eran los intereses del Estado ruso de mantener buenas relaciones con esos Estados. La IC fue sometida, paso a paso, a los intereses de la política exterior rusa. Mientras que en 1919, en la época de fundación de la IC, la orientación global era la de destruir los Estados capitalistas, a partir de 1921 la orientación era estabilizar el Estado ruso. La revolución mundial que había fracasado en su extensión, había cedido suficiente espacio al Estado ruso, y éste reivindicaba su posición.
En la Conferencia común de “Partidos obreros” que se celebró en Berlín a principios de abril de 1922, y a la que la IC invitó a los partidos de la IIª Internacional y de la Internacional “Dos y media”, la delegación de la IC se preocupó, sobre todo, de obtener apoyos para el reconocimiento de la Rusia soviética, y establecer relaciones comerciales entre Rusia y Occidente que ayudaran a reconstruirla. Mientras en 1919 se denunciaba a la IIª Internacional como carnicero de la clase obrera, y en 1921 el IIº Congreso establecía las “21 condiciones” de admisión para así delimitarse y combatir contra la IIª Internacional…, ahora la delegación de la IC se sentaba en la misma mesa que los partidos de la IIª Internacional, en nombre del Estado ruso. Resulta ya evidente que el Estado ruso no estaba interesado en la extensión de la revolución mundial sino en su propio fortalecimiento. Y cuanto más se ponía la IC a remolque de ese Estado, más le volvía la espalda al internacionalismo.
El crecimiento canceroso del aparato de Estado en Rusia
Esa voluntad del Estado ruso por ser “reconocido” por los demás Estados, se acompañó de un fortalecimiento del aparato del Estado en la misma Rusia.
A medida que se aceleran la degeneración y la integración creciente del partido en el Estado, se acelera también la concentración del poder en un círculo cada vez más reducido y concentrado de “fuerzas dirigentes” y la dictadura creciente del Estado sobre la clase obrera como resultado de tenaces y sistemáticos esfuerzos de esas fuerzas por expandir y reforzar el aparato del Estado a costa de la vida misma de la clase obrera.
En abril de 1922, el XIº Congreso del Partido nombra secretario general a Stalin. Desde ese momento Stalin ocupa, simultáneamente, tres puestos importantes: la cabeza de la Comisaría del pueblo para la cuestión nacional, la de la Inspección obrera y campesina, y es, además, miembro del Politburó (Buró político). Como secretario general, Stalin puede rápidamente hacerse con las riendas del Partido, arreglándoselas para que el Politburó dependa totalmente de él. Ya con anterioridad, en marzo de 1921, en el Xº Congreso del Partido bolchevique se había hecho con el control de las “actividades de depuración” ([9]), y ya poco antes, algunos miembros del “grupo de Oposición obrera” habían pedido al Comité ejecutivo de la Internacional comunista que “denunciara la falta de autonomía e iniciativa de los obreros, así como el combate contra aquellos miembros que tienen opiniones divergentes. (...) Las fuerzas unidas del partido y de la burocracia sindical se aprovechan de su poder y de su posición, lo que abre una brecha en el principio de la democracia obrera” (citado por Rosmer, traducido por nosotros). Pero la presión ejercida por el PCR sobre el Comité ejecutivo hizo que éste desestimara la queja de la “Oposición obrera”.
En vez de que las secciones locales tuvieran la iniciativa de nombrar a los delegados del partido, y a medida que el partido se integra en el Estado, esa elección recae cada vez más en el partido, es decir en el Estado. En ese partido cada vez escasean más las decisiones y votaciones sobre una base territorial, pues el poder de decisión está, cada vez más, en manos del Secretario general y del Buró de organización dominado por Stalin. Todos los delegados del XIIº congreso del Partido (abril de 1923) fueron nombrados por la dirección.
Si resaltamos aquí el papel de Stalin no es porque queramos reducir el problema del Estado a su sola persona, limitando y subestimando entonces el peligro derivado de la existencia misma de ese Estado. Lo que nos interesa es destacar cómo ese Estado surgido tras la insurrección de Octubre de 1917, que iba absorbiendo al Partido bolchevique en sus estructuras, y que extendía sus tentáculos sobre la IC, se fue convirtiendo en el centro de la contrarrevolución. Como también es verdad que esa contrarrevolución no es una actividad anónima y pasiva, fruto de fuerzas desconocidas e invisibles, sino que toma cuerpo concretamente en el partido y en el aparato del Estado. Stalin, Secretario general, era una fuerza importante que manejaba los hilos del partido a diferentes niveles: en el Buró político y en las provincias; que debía su poder a todas las fuerzas que luchaban contra los restos revolucionarios dentro del partido.
En el seno del Partido bolchevique, este proceso de degeneración provocó resistencias y convulsiones que hemos analizado, más detalladamente, en la Revista Internacional nº 8 y 9.
A pesar de las confusiones que hemos citado anteriormente, Lenin se convirtió en uno de los oponentes más determinados al aparato del Estado. Tras sufrir un primer ataque cerebral en mayo de 1922 y un segundo el 9 de marzo de 1923, redactó un documento –conocido más tarde como su testamento– en el que pedía la sustitución de Stalin como Secretario general. Y aunque Lenin había trabajado con Stalin durante años, rompió con él y quiso implicarse en un combate político contra Stalin. Sin embargo, Lenin tendido en su cama, luchando contra su propia agonía, no pudo conseguir jamás que su ruptura y su declaración fueran publicadas en la prensa del Partido, que ya por entonces estaba férreamente controlada por el Secretario general, es decir por el mismísimo Stalin.
En esos mismos momentos, y no por casualidad, Kamenev, Zinoviev y Stalin, defendían la típica concepción burguesa sobre la necesidad de encontrar un “sucesor” a Lenin. Según ellos la nueva dirección debía estar constituida por el triunvirato que ellos mismos formaban. Ni que decir tiene que en un organismo colectivo proletario jamás se plantea esa cuestión de los “sucesores”. Con ese trasfondo de la sórdida lucha de ese triunvirato por hacerse con el poder en el partido, apareció en el seno de éste un grupo de oposición a esa tendencia que publicó la “Plataforma de los 46” en el verano de 1923, criticando el estrangulamiento de la vida proletaria en un partido que, por vez primera desde Octubre de 1917 se había negado a hacer un llamamiento a favor de la revolución mundial con ocasión del 1º de Mayo de 1922. En el verano de 1923 un cierto número de huelgas estallaron en Rusia, particularmente en Moscú.
En el momento en que el Estado reforzó su posición en Rusia y hizo todo lo posible para ser reconocido por los otros Estados capitalistas, el proceso de degeneración de la IC, tras el giro oportunista del IIIer Congreso, se aceleró bajo esa presión del Estado ruso.
El 4º Congreso mundial: la sumisión al Estado ruso
En diciembre de 1921, el Comité ejecutivo de la IC adoptó la política del “Frente único”, presentándola para su aprobación al IVº Congreso de la IC (noviembre de 1922). Con ella, la IC tiró por los suelos los principios de sus Iº y IIº Congresos, en los que tanto se había insistido en la necesidad de una decantación, lo más neta posible, en su combate contra la socialdemocracia.
Para justificar esta política, la IC explicaba que en la relación de fuerzas entre burguesía y proletariado “las grandes masas proletarias han perdido su fe en la capacidad de conseguir el poder en un futuro previsible. Están orientadas hacia una política defensiva (...), por tanto la conquista del poder, como tarea inmediata, no está al orden del dia” ([10]). Por ello, según la IC, era necesario unirse a los obreros que aún estaban bajo la influencia de la socialdemocracia: “La consigna del IIIer Congreso: “ir a las masas”, es hoy más válida que nunca (…) La táctica del frente único ofrece la posibilidad de que los comunistas luchen junto a todos los trabajadores pertenecientes a otros partidos o grupos (…) En determinadas circunstancias, los comunistas deben estar preparados para trabajar con partidos obreros no comunistas y con otras organizaciones obreras para poder formar un gobierno de los trabajadores” (“Tésis sobre la táctica de la IC”, IVº Congreso).
El Partido comunista alemán (KPD) fue el primero que apostó por esta táctica, como veremos en un próximo artículo de esta serie.
En la IC, este nuevo paso oportunista que empujaba a los obreros en los brazos de la Socialdemocracia encontró una firme resistencia por parte de la Izquierda italiana. Ya en Marzo de 1922, una vez adoptadas las tesis sobre el “frente único” Bordiga escribía en Il Comunista: “Respecto al gobierno obrero, preguntamos: ¿por qué queremos aliarnos con los socialdemócratas? ¿para hacer lo único que ellos saben, pueden y quieren hacer, o para pedirles que hagan lo que no saben, no pueden, ni quieren hacer? ¿es que se quiere que les digamos a los socialdemócratas que estamos dispuestos a colaborar con ellos incluso en el Parlamento o en ese gobierno que han bautizado como “obrero”? En ese caso, es decir si se nos pide que elaboremos, en nombre del Partido comunista, un proyecto de gobierno obrero en el que deben participar comunistas y socialistas, y presentar este gobierno a las masas como un “gobierno antiburgués”, nosotros respondemos asumiendo plenamente la responsabilidad de nuestra respuesta, que tal actitud se opone a todos los principios fundamentales del comunismo. Aceptar esa fórmula política significaría, en efecto, simplemente pisotear nuestra bandera, sobre la que está escrito: no puede existir gobierno proletario que no se haya basado en una victoria revolucionaria del proletariado” ([11]).
En el IVº Congreso mundial, el PC de Italia defendió que “el Partido comunista no aceptará, por tanto, formar parte de organismos comunes con diferentes organizaciones políticas (...) (el Partido) evitará igualmente aparecer como copartícipe de declaraciones comunes con otros partidos políticos, siempre que estas declaraciones contradigan en parte su programa y sean presentadas al proletariado como el resultado de negociaciones para encontrar una línea común de acción. (...) Hablar de Gobierno obrero (...) significa negar, en la práctica, el programa político comunista, es decir la necesidad de preparar a las masas en la lucha por la dictadura” ([12]).
Pero tras la expulsión del KAPD de la IC en el otoño de 1921, silenciada ya la voz más crítica contra la degeneración de la IC, una vez más, la Izquierda Italiana tuvo que defender en solitario sus posiciones de Izquierda comunista. En ese mismo momento, aparecía un nuevo factor agravante: en octubre de 1922, las tropas de Mussolini tomaron el poder en Italia, lo que dificultó enormemente las condiciones de la acción de los revolucionarios. El Partido italiano en torno a Bordiga tuvo que tomar posición ante el ascenso del fascismo. “Absorbida” por esta cuestión, la Izquierda italiana difícilmente podía tomar posición sobre la degeneración en curso de la IC y del Partido bolchevique.
Al mismo tiempo el IVº Congreso ponía las bases para la sumisión futura de la IC a los intereses del Estado ruso. Amalgamando los intereses del Estado ruso con los de la IC, el presidente de ésta, Zinoviev, afirmaba a propósito de la estabilización del capitalismo y el fin de los ataques contra Rusia: “podemos afirmar, ya ahora, sin ningún tipo de exageración, que la Internacional comunista ha sobrevivido a sus momentos más difíciles y que se ha consolidado, hasta tal punto, que ya no teme los ataques de la reacción mundial” (citado en La Revolución bolchevique de E.H. Carr).
Y, puesto que la perspectiva de la conquista del poder no era inmediatamente factible, el IVº Congreso mundial plantea como orientación no sólo la táctica del frente único, sino la exigencia de que la clase obrera se concentre en apoyar y defender a Rusia. La resolución sobre la revolución rusa pone de relieve hasta qué punto el enfoque de los análisis de la IC eran las necesidades del Estado ruso y no las de la clase obrera internacional, por lo que la construcción de Rusia pasaba a ocupar el primer plano: “El IVº Congreso mundial de la Internacional comunista expresa su más profunda gratitud y más alta admiración al pueblo trabajador de la Rusia de los soviets (...) pueblo que ha sido capaz de defender, hasta hoy en día, las conquistas de la revolución contra todos los enemigos del interior y del exterior defendiendo las conquistas de la revolución (...) El IVº Congreso mundial constata, con enorme satisfacción, que el primer estado obrero del mundo (…) ha demostrado sobradamente su fuerza y capacidad de desarrollo. El Estado soviético ha sido capaz de salir fortalecido de los horrores de la guerra civil. El IVº Congreso mundial constata con satisfacción que la política de la Rusia de los soviets ha asegurado y reforzado la condición más importante para la instauración y el desarrollo de la sociedad comunista: el régimen de los soviets, es decir la dictadura del proletariado. Porque sólo esa dictadura (…) puede garantizar la desaparición del capitalismo y abre la vía a la consecución del comunismo.
¡Fuera las manos de la Rusia de los soviets! ¡Reconocimiento de la Rusia soviética! Cada fortalecimiento de la Rusia soviética equivale a un debilitamiento de la burguesía mundial” (“Resolución sobre la revolución rusa”, IVº Congreso de la IC).
El grado de control de la IC por parte del Estado ruso, seis meses después de Rapallo, quedó igualmente en evidencia cuando, con el telón de fondo de un incremento de las tensiones imperialistas, se consideró la posibilidad de que Rusia estableciera un bloque militar con otro Estado capitalista. Por mucho que la IC presentara tal alianza destinada a la destrucción de un régimen burgués, lo cierto es que estaba concebida al servicio del Estado ruso: “Afirmo que ya somos bastante fuertes para concluir una alianza con una burguesía con objeto de que ese Estado burgués nos sirva para derrocar a otra burguesía (...) Si estableciéramos una alianza militar con otro Estado burgués, sería deber de los camaradas de todos los países, contribuir a la victoria de los dos aliados” ([13]).
Pocos meses más tarde la IC y el KPD alemán plantearon la perspectiva de una alianza entre la “oprimida nación alemana” y Rusia. En la confrontación entre Alemania y los países vencedores de la Iª Guerra mundial, la IC y el Estado ruso tomaron posición a favor de Alemania, presentándola como una víctima de los intereses imperialistas franceses.
En enero de 1922 en el “Ier Congreso de los trabajadores de Extremo Oriente”, la IC ya había definido como orientación central la necesidad de una cooperación entre los comunistas y los “revolucionarios no comunistas”. Y el IVº Congreso mundial insistió en sus tesis sobre la táctica en “el apoyo, al máximo de nuestras posibilidades, a los movimientos nacionalistas revolucionarios que se orienten contra el imperialismo”, al mismo tiempo que rechazaba enérgicamente “la resistencia de los comunistas de las colonias a integrarse en la lucha contra la opresión imperialista, con el pretexto de una supuesta “defensa” de los intereses autónomos del proletariado, que supone el peor tipo de oportunismo, y que únicamente puede revertir en el desprestigio de la revolución proletaria en Oriente” (“Orientaciones generales sobre la cuestión de Oriente”).
De esa manera, la IC, a lo único que contribuía era a un mayor debilitamiento y desorientación de la clase obrera.
Una vez alcanzado ya el punto culminante de la oleada revolucionaria en 1919, e iniciándose ya el reflujo que siguió al fracaso de la extensión internacional de la revolución, y una vez que el Estado ruso consiguió reforzar su posición y someter la Internacional comunista a sus intereses, la burguesía mundial se sintió lo suficientemente fuerte, a escala internacional, como para planear un golpe definitivo a los sectores de la clase obrera que seguían mostrándose más combativos, o sea, el proletariado en Alemania. Examinaremos, pues, los acontecimientos de 1923 en Alemania en un próximo artículo.
DV
[1] Revista internacional, nº 95, 1998.
[2] Ver artículo en esta misma revista sobre el programa del KAPD.
[3] En La Revolución bolchevique de E. H. Carr, capítulo sobre el repliegue de la IC.
[4] Ver nuestros artículos de la Revista internacional nº 12 y 13, nuestro folleto sobre la Revolución rusa y nuestro libro sobre la Izquierda holandesa).
[5] Comintern es la abreviatura de la Internacional comunista o Tercera internacional.
[6] Lenin en la XIª Conferencia del Partido, 1922, traducido por nosotros.
[7] Nuevos tiempos, viejos errores con formas nuevas, Lenin, agosto de 1921.
[8] En La Revolución bolchevique de E.H. Carr.
[9] Aún cuando el número de miembros del Partido bolchevique aumentó en 1920-21 hasta alcanzar los 600 mil, casi 150 mil de ellos fueron expulsados. Obviamente no se expulsó únicamente a arribistas, sino también a muchos obreros. La “comisión de depuraciones”, dirigida por Stalin, era uno de los organismos más poderosos de Rusia.
[10] Intervención de Radek citada por E.H. Carr en La revolución bolchevique.
[11] Il Comunista, 26 de marzo de 1922, “La defensa de la continuidad del programa comunista”, Ediciones Programa comunista.
[12] “Tesis sobre la táctica de la Internacional comunista”, presentadas por el PC de Italia al IVº Congreso mundial, 22 de noviembre de 1922, Ediciones Programme.
[13] Intervención de Bujarin en el IVo Congreso, citado por E.H. Carr en La revolución bolchevique.