Veinticinco años después de Mayo del 68 - Comprender Mayo

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Los acontecimientos de mayo de 1968 han tenido como consecuencia el suscitar una actividad literaria excepcionalmente abundante. Libros, folletos, compilaciones de toda clase se sucedieron con ritmo acelerado y tiradas muy elevadas.

Las editoriales –siempre detrás de la «última moda»– se han movilizado para explotar a fondo el inmenso interés provocado en las masas por todo lo que concierne a estos acontecimientos. Para eso, encontraron sin dificultades, periodistas, publicistas, profesores, intelectuales, artistas, hombres de letras, fotógrafos de todo tipo, quienes, como todo el mundo sabe, abundan en este país y están siempre en busca de un buen negocio.

No podemos sino sentir náuseas ante esta recuperación desenfrenada.

No obstante, en la masa de combatientes de mayo, el interés despertado a lo largo de la lucha, lejos de cesar con los combates callejeros, no hizo sino ampliarse y profundizarse. La búsqueda, la discusión, la confrontación siguen. Por no haber sido espectadores, ni contestatarios de ocasión, por haberse encontrado bruscamente comprometidos en unos combates de alcance histórico, estas masas, tras su propia sorpresa, no pueden dejar de interrogarse sobre las raíces profundas de esta explosión social que fue su propia obra, sobre su significado, sobre las perspectivas que esta explosión ha abierto en un futuro a la vez inmediato y lejano. Las masas intentan entender, intentan tomar consciencia de su propia acción.

De hecho, nosotros creemos poder decir que difícilmente encontraremos en los libros profusamente publicados, el reflejo de esa inquietud y de los interrogantes de parte de la gente. Este reflejo y esta inquietud aparece más bien en pequeñas publicaciones, en revistas a menudo efímeras, hojas ciclostiladas de toda clase de grupos, de comités de acción de barrio y de fábrica que han sobrevivido después de mayo, en reuniones con a menudo discusiones inevitablemente confusas. A través y a pesar de esta confusión se ha seguido haciendo un trabajo serio de clarificación de los problemas suscitados en mayo.

Después de varios meses de eclipse y de silencio, dedicados probablemente a la elaboración de sus trabajos, acaba de intervenir en este debate el grupo Internacional situacionista, publicando un libro en Gallimard, Enragés y situacionistas en el movimiento de las ocupaciones (en español en la editorial Castellote).

Se podía esperar por parte de un grupo que tuvo efectivamente parte activa en los combates, una contribución a la profundización en el análisis del significado de mayo, aún más cuando el retraso de varios meses les ofrecía mejores posibilidades. Tendríamos el derecho de exigir y de constatar que el libro no responde a sus promesas. Aparte del vocabulario que les es propio: «espectáculo», «sociedad de consumo», «crítica de la vida cotidiana», etc., podemos deplorar que en su libro hayan cedido a la moda, complaciéndose en rellenarlo de fotos, de imágenes y de tiras de comics.

Se puede pensar lo que se quiera de los comics como medio de propaganda y agitación revolucionaria. Se sabe que los situacionistas gustan particularmente de esta forma de expresión, que son los comics y los «bocadillos». Pretenden haber descubierto en la «recuperación» el arma moderna de la propaganda subversiva, y ven en eso el signo distintivo de su superioridad en relación con otros grupos que se han quedado con los métodos «anticuados» de la prensa revolucionaria «tradicional», con artículos «fastidiosos» y hojas de intervención ciclostiladas.

Hay algo cierto en la constatación de que los artículos de la prensa de los grupúsculos son a menudo densos, largos y aburridos. Pero esta constatación no debería convertirse en argumento para una actividad de diversión. El capitalismo ya se encarga ampliamente de esta tarea que consiste sin cesar, en descubrir todo tipo de actividades culturales (sic) para los jóvenes, el ocio organizado y el deporte. No es sólo una cuestión de contenido, sino también de un método apropiado que corresponde a una meta bien precisa: la «recuperación» de la reflexión.

La clase obrera no necesita que la diviertan. Necesita sobre todo comprender y pensar. Los comics, los lemas y los juegos de palabras son sólo un mero uso. Por un lado adoptan para sí, un lenguaje filosófico, una terminología particularmente rebuscada, oscura y esotérica, reservada a «pensadores intelectuales», y por otro, para la gran masa infantil de obreros, algunas imágenes acompañadas de frases simples son suficientes.

Hay que guardarse, cuando se denuncia por todas partes el espectáculo, de no caer en lo espectacular. Desgraciadamente es un poco por ahí donde peca el libro sobre mayo en cuestión. Otro rasgo característico del libro es su aspecto descriptivo de los acontecimientos día a día, cuando habría sido necesario un análisis situado en un contexto histórico y que destacara su profunda significación. Señalemos también, que es sobre todo la acción de los «enragés» y de los situacionistas la que se describe más que los acontecimientos mismos, cosa que, por otro lado, anuncia el título. Sobrestimado el papel jugado por alguna personalidad de los «enragés», haciendo un verdadero panegírico de si mismo, se tiene el sentimiento de que no eran ellos quienes estaban en el movimiento de las ocupaciones, sino que es el movimiento de mayo el que estaba aquí para destacar el alto valor revolucionario de los «enragés» y los situacionistas. Una persona que no haya vivido mayo y que ignorando todo ello se documente a través de este libro tendrá una curiosa idea de lo que fue. De creerles, los situacionistas hubiesen ocupado un lugar preponderante, y esto desde el principio, en los acontecimientos, lo que revela una buena dosis de imaginación, y es realmente «confundir sus sueños con la realidad». Llevado a sus justas proporciones, el papel jugado por los situacionistas ha sido seguramente inferior al de numerosos grupos y grupúsculos, y en cualquier caso, no superior. Someter a la crítica el comportamiento, las ideas, las posiciones de otros grupos –lo que hubiese sido interesante, pero no lo hacen– minimizar (véase en las pp. 179 a 181 de la edición francesa, con qué desprecio y cuán superficialmente hacen la «crítica» de otros grupos «consejistas») o incluso no decir nada de la actividad y del papel de los demás, es un proceder dudoso para destacar su propia grandeza, y que no lleva a nada.

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El libro (o lo que queda, deducción hecha de los comics, fotos, canciones, pintadas y otras reproducciones) comienza por una constatación básicamente justa: Mayo había sorprendido un poco a todo el mundo y en particular a los grupos revolucionarios o pretendidos como tales. A todos los grupos y corrientes, salvo evidentemente los situacionistas, quienes «sabían y mostraban la posibilidad y la inminencia de un nuevo resurgir revolucionario». Para el grupo situacionista, gracias a la «crítica revolucionaria que convierte en movimiento práctico su propia teoría, deducida de él y llevada a la coherencia que persigue, ciertamente, nada era más previsible, nada estaba más previsto que la nueva época de lucha de clases...».

Se sabe desde hace mucho que no existe ningún código contra la presunción y la pretensión, manía muy extendida en el movimiento revolucionario –sobre todo desde el «triunfo» del leninismo– y de la que el bordiguismo es una manifestación ejemplar; tampoco discutiremos esta pretensión con los situacionistas y nos contentaremos simplemente con tomar acta, encogiendo los hombros, sólo preguntando: ¿dónde y cuando, con base en qué datos, los situacionistas previeron los sucesos de Mayo?

Cuando afirman que habían «previsto muy exactamente desde hace años la explosión actual y sus consecuencias», confunden visiblemente una afirmación general con un análisis preciso del momento. Desde hace más de 150 años, desde que existe un movimiento revolucionario del proletariado, existe la previsión «de que un día, inevitablemente llegará la explosión revolucionaria». Para un grupo que pretende no sólo tener una teoría coherente sino también «aportar su crítica revolucionaria al movimiento práctico», una previsión de este tipo es muy insuficiente. Para que no quede simplemente como una frase retórica «aportar su crítica al movimiento práctico» debe significar el análisis de la situación concreta, de sus límites y posibilidades reales. Este análisis, no lo han hecho los situacionistas antes, y si juzgamos a partir de su libro, aún no lo han hecho, pues cuando hablan de un nuevo periodo de resurgir de las luchas revolucionarias su demostración se refiere sobre todo a generalidades abstractas. Y aún cuando se refieren a las luchas de estos últimos años no hacen sino constatar un hecho empírico. Por sí misma, esta constatación no va más allá del testimonio de la continuidad de la lucha de clases, y no indica el sentido de su evolución ni de la posibilidad de desembocar e inaugurar un periodo histórico de luchas revolucionarias sobre todo a escala internacional, cómo puede y debe ser una revolución socialista. Aún una explosión de una significación revolucionaria tan formidable como La Comuna de París, no significa la apertura de una era revolucionaria en la historia, porque al contrario fue seguida de un largo periodo de estabilización y expansión del capitalismo, empujando como consecuencia al movimiento obrero hacia el reformismo.

 Al menos que consideremos como los anarquistas que todo es posible siempre y que basta con querer para poder, estamos llamados a entender que el movimiento obrero no sigue una curva continuamente ascendente sino que está hecho de periodos de ascenso y retroceso y está determinado objetivamente y en primer lugar por el estado de desarrollo del capitalismo y de las contradicciones inherentes a este sistema.

 La I.S. define la actualidad como «el presente retorno de la revolución». ¿Sobre qué basa esta definición? Esta es su explicación:

  1. «La teoría crítica elaborada y extendida por la I.S. constataba ampliamente (...) que el proletariado no estaba abolido» (es verdaderamente curioso que la I.S. constate ampliamente lo que todos los obreros y los revolucionarios sabían sin necesitar recurrir a la I.S.).
  2. «... que el capitalismo continúa desarrollando sus alienaciones» (¿quién lo hubiera dudado?).
  3. «... Que en todas partes donde existe este antagonismo (como si este antagonismo pudiera no existir en el capitalismo en todas partes) «la cuestión social existente desde hace más de un siglo sigue presente» (¡vaya descubrimiento!).
  4. «... que este antagonismo existe en todo el planeta» (¡otro descubrimiento!).
  5. «La I.S. explica la profundización y la concentración de las alienaciones por el retraso de la revolución» (evidentemente...).
  6. «Este retraso proviene manifiestamente de la derrota internacional del proletariado tras la contrarrevolución rusa» (he aquí otra verdad, proclamada por los revolucionarios desde hace al menos 40 años).
  7. Por otra parte, «la I.S. sabía (...) que la emancipación chocaba en todo y siempre con las organizaciones burocráticas».
  8. Los situacionistas constatan que la falsificación permanente necesaria para la supervivencia de estos aparatos burocráticos era una pieza maestra de la falsificación generalizada de la sociedad moderna.
  9. Y finalmente «habían también reconocido estar empeñados en alcanzar las nuevas formas (¿?) de subversión cuyos primeros signos se acumulaban».
  10. Y es por ello que «los situacionistas sabían y mostraban la posibilidad y la inminencia de un nuevo comienzo de la revolución».

Hemos reproducido estos largos extractos para mostrar lo más exactamente posible lo que, siguiendo sus propias palabras, los situacionistas «sabían». Como se puede ver este saber se reduce a generalidades que miles y miles de revolucionarios conocen hace mucho tiempo, y si estas generalidades bastan para la afirmación del proyecto revolucionario, no tienen nada que pueda ser considerado como una demostración de «la inminencia de un nuevo comienzo de la revolución». La «teoría elaborada» por los situacionistas se reduce pues, a una simple profesión de fe y nada más.

Y es que la revolución socialista y su inminencia no podían ser reducidas a algunos «descubrimientos» verbales como la sociedad de consumo, el espectáculo, la vida cotidiana, que muestran con nuevas palabras las nociones conocidas de la sociedad capitalista de explotación de las masas trabajadoras, con todo lo que ella comporta en todos los dominios de la vida social, de deformaciones y alienaciones humanas.

Admitiendo que nos encontremos ante un nuevo comienzo de la revolución, cómo explicar según la I.S. que se haya debido esperar justo el tiempo que nos separa de la victoria de la contrarrevolución rusa, o sea: ¿50 años?. ¿por qué no 30 o 70?. O una cosa u otra: o el resurgir del curso revolucionario está determinado fundamentalmente por las condiciones objetivas y entonces hay que explicitarlas –lo que no hace la I.S.–  o bien este resurgir es únicamente producto de una voluntad subjetiva acumulada y afirmada un buen día, y no puede ser más que constatable, pero no previsible, puesto que ningún criterio sabría fijar de antemano su grado de maduración.

En estas condiciones la previsión de la cual se envanece la I.S. resultaría más fruto de un don adivinatorio que de un saber. Cuando Trotski escribía en 1936 «la revolución ha comenzado en Francia», se equivocaba rotundamente; sin embargo su afirmación reposaba sobre un análisis mucho más serio que el de la I.S., pues se refería a datos de la crisis económica que sacudía al mundo entero. Pero la «previsión» de la I.S., se parecería más bien a las afirmaciones de Molotov inaugurando el tercer periodo de la I.C. (Internacional comunista) a comienzos de 1929, anunciando la gran noticia de que el mundo había entrado con los dos pies en el periodo revolucionario. El parentesco entre los dos consiste en la gratuidad de sus afirmaciones respectivas, pues el análisis económico, efectivamente indispensable como punto de partida de todo análisis de un periodo dado, bastaría para determinar el carácter revolucionario o no de las luchas de ese periodo; y es así que, apoyándose en la crisis económica mundial de 1929, cree poder anunciar la inminencia de la revolución. La I.S. por el contrario cree suficiente con ignorar y querer ignorar todo lo que se refiera a la idea misma de unas condiciones objetivas y necesarias, de donde viene su aversión profunda en lo que concierne a los análisis económicos de la sociedad capitalista moderna.

Toda la atención se encuentra así dirigida hacía las manifestaciones más aparentes de las alienaciones sociales, y se descuida la visión de las fuentes que las hacen nacer y las nutren. Debemos reafirmar que tal crítica centrada esencialmente en manifestaciones superficiales, por radical que sea, quedaría forzosamente circunscrita, limitada, tanto en la teoría como en la práctica.

El capitalismo produce necesariamente las alienaciones que le son propias en su existencia y para su supervivencia, y no es en sus manifestaciones donde se encuentra el motor de su empobrecimiento. Si el capitalismo, en sus raíces, es decir, como sistema económico, sigue siendo viable, ninguna voluntad sabría destruirlo.

«Nunca una sociedad muere antes de que se hayan desarrollado todas las fuerzas productivas que lleva en su seno» (Marx, Introducción a la crítica de la economía política). Es pues en estas raíces donde la crítica teórica radical debe encontrar las posibilidades de su superación revolucionaria.

«Llegado a un cierto grado de su desarrollo, las fuerzas productoras materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción... comienza entonces una era de revolución social» (Marx, ídem). Esta contradicción de la que habla Marx se manifiesta en trastornos económicos, como las crisis, las guerras imperialistas y las convulsiones sociales. Todos los pensadores marxistas han insistido en que para que se pueda hablar de un periodo revolucionario «no basta con que los obreros no quieran seguir como antes sino que hace falta que los capitalistas no puedan continuar como hasta entonces». Y he aquí que la I.S. pretende ser casi la única expresión teórica organizada de la práctica revolucionaria hoy, pelea exactamente en el sentido contrario. Las raras veces en que sobrepasando su aversión, aborda en el libro los temas económicos, es para demostrar que el nuevo comienzo de la revolución se opera, no sólo independientemente de las bases económicas de la sociedad sino en un capitalismo económicamente floreciente. «No se podía observar ninguna tendencia a la crisis económica (p. 25)... La erupción revolucionaria no vino de una crisis económica... lo que fue atacado frontalmente en Mayo es la economía capitalista funcionando bien» (subrayado en el texto, p. 29).

Lo que se empeña en demostrar evidentemente aquí es que la crisis revolucionaria y la crisis económica de la sociedad son dos cosas completamente separadas, pudiendo evolucionar y evolucionando de hecho cada una en un sentido propio, sin relación entre ellas. se piensa poder apoyar ese «gran descubrimiento» teórico en los hechos, y se grita triunfalmente: ¡«No se podía observar ninguna tendencia a la crisis económica»!.

¿Ninguna tendencia? ¿De verdad?

Al final de 1967 la situación económica en Francia empieza a dar señales de deterioro. El paro amenazante, empieza a preocupar cada día más. A comienzo de 1968 el número total de parados sobrepasa los 500 000. No es ya un fenómeno local.

Alcanza a todas las regiones. En París el número de parados crece lenta pero constantemente. La prensa se llena de artículos que tratan con gravedad el miedo al paro en diversos ambientes. Se hacen regulaciones de empleo temporales en muchas fábricas provocando la reacción de los obreros. Varias huelgas esporádicas estallan con la cuestión del mantenimiento del empleo y del pleno empleo como causa directa. Son sobre todo los jóvenes los afectados en primer lugar y no llegan a integrarse a la producción. La recesión en el empleo afecta todavía más a la incorporación en el mercado de trabajo de esta generación fruto de la explosión demográfica inmediatamente posterior a la IIa Guerra mundial. Un sentimiento de inseguridad en el mañana se desarrolla entre los obreros y sobre todo, entre los jóvenes. Este sentimiento es aún más vivo por cuanto que era prácticamente desconocido por los obreros en Francia desde la guerra.

Al mismo tiempo con el desempleo y bajo su presión directa, los salarios tienden a la baja y el nivel de vida de las masas se deteriora. El gobierno y la patronal aprovechan naturalmente la situación para atacar y agravar las condiciones de vida de los obreros (ver por ejemplo, los decretos sobre la Seguridad social).

Cada vez más, las masas sienten que es el fin de la hermosa prosperidad. La indiferencia y el «pasotismo» tan característicos y tan resaltados en los obreros a lo largo de los últimos 10-15 años, deja el lugar a una inquietud sorda y creciente.

Es seguramente, menos fácil observar este lento ascenso de la inquietud y descontento entre los obreros que acciones espectaculares en una facultad. No obstante, no se puede seguir ignorando esto después de la explosión de Mayo, a menos que creamos que diez millones de obreros hayan sido contagiados de la noche a la mañana por el Espíritu santo del Antiespectáculo. Más bien hay que admitir que tal explosión masiva se basa en una larga acumulación de descontento real de su situación económica laboral, directamente sensible en las masas, aunque un observador superficial no percibiese nada. No se debe, tampoco atribuir exclusivamente a la política canallesca de los sindicatos y otros estalinistas las reivindicaciones económicas.

Es evidente que los sindicatos, el P.C., acudiendo en auxilio del gobierno jugaron a fondo la carta reivindicativa como una barrera contra un posible desbordamiento revolucionario de la huelga sobre un plano social global. Pero no es el papel de los organismos del Estado capitalista lo que discutimos aquí. Este es su papel y no se puede reprochar que lo jueguen a fondo. Pero el hecho de que hayan logrado controlar fácilmente a la gran masa de obreros en huelga en un terreno meramente reivindicativo prueba que las masas entraron en la lucha esencialmente dominadas y preocupadas por una situación cada días más amenazadora para ellas. Si la tarea de los revolucionarios es descubrir las posibilidades radicales contenidas en la lucha misma de las masas y participar activamente en su eclosión, es sobre todo necesario no ignorar las preocupaciones inmediatas que las hacen entrar en lucha.

A pesar de las fanfarronadas de los medios oficiales, la situación económica preocupa cada vez más al mundo de los negocios, baste como testigo la prensa económica de comienzos de año. Lo que inquieta no es tanto la situación en Francia, que ocupa en ese momento un lugar privilegiado, como el hecho de que esta situación se inscriba en un contexto de desaceleración a escala mundial, como consecuencia de la cual no faltarían repercusiones en Francia. En todos los países industriales, en Europa y en USA, el paro se desarrolla y las perspectivas económicas se tornan sombrías. Inglaterra a pesar de la multiplicación de medidas para salvaguardar el equilibrio, se ve finalmente obligada a fines de 1967 a devaluar la libra esterlina, arrastrando tras ella las devaluaciones en otros países. El gobierno Wilson proclama un programa de austeridad excepcional: reducción masiva de los gastos públicos, incluido el militar –retirada de las tropas británicas en Asia–, congelación de los salarios, reducción del consumo interno y de las importaciones, esfuerzo por aumentar las exportaciones. El primero de enero de 1968 le toca a Johnson dar la señal de alarma y anunciar severas medidas indispensables para salvar el equilibrio económico. En marzo estalla la crisis financiera del dólar. La prensa económica, cada día más pesimista evoca cada vez más el espectro de la crisis de 1929 y muchos temen consecuencias mucho más graves. El tipo de interés sube en todos los países. En todos los sitios la Bolsa sufre trastornos y en todos los países una sola consigna: reducción de los gastos y el consumo, aumento de todas las exportaciones a toda costa y reducción de las importaciones a lo estrictamente necesario. Paralelamente el mismo deterioro se manifiesta en el Este, dentro del bloque ruso, lo que explica la tendencia de países como Checoslovaquia y Rumania, a separarse del control soviético y buscar mercados en el exterior.

Este es el fondo de la situación económica antes de Mayo

Por supuesto no se trata de una crisis económica abierta, en primer lugar porque sólo es el principio, y en segundo lugar porque en el capitalismo actual el Estado dispone de todo un arsenal de medios que le permiten intervenir con el fin de paliar y parcialmente determinar momentáneamente las manifestaciones más chocantes de la crisis. No obstante es necesario destacar los siguientes puntos:

  1. Durante los 20 años que siguieron a la IIa Guerra, la economía capitalista vivió sobre la base de la reconstrucción de las ruinas resultantes de la guerra, de un expolio desvergonzado de los países subdesarrollados, los cuales a través de la farsa de guerras de liberación y ayudas a su reconstrucción en estados independientes, fueron explotados hasta el punto de ser reducidos a la miseria y al hambre; de una producción creciente de armamentos: la economía de guerra.
  2. Estas tres fuentes de la prosperidad y del pleno empleo en estos últimos 20años tienden hacia el agotamiento. El aparato productivo se encuentra ante un mercado cada vez más saturado y la economía capitalista se vuelve a encontrar exactamente ante la misma situación y frente a los mismos problemas insolubles que en 1929, e incluso agravados.
  3. La interrelación entre las economías del conjunto de los países está más acentuada en 1929: aquí la repercusión mayor y más inmediata de toda perturbación en una economía nacional sobre la economía de los otros países y su generalización.
  4. La crisis de 1929 estalló después de pesadas derrotas del proletariado internacional, la victoria de la contrarrevolución rusa completamente por su mistificación del «socialismo» en Rusia y el mito de la lucha antifascista. Es gracias a estas circunstancias históricas particulares que la crisis de 1929, que no era coyuntural sino una manifestación violenta de una crisis crónica del capitalismo decadente, pudo desarrollarse y prolongarse muchos años para desembocar finalmente en la guerra social generalizada. Este ya no es el caso de hoy.

El capitalismo dispone cada vez de menos temas de mistificación capaces de movilizar a las masas y llevarlas a la masacre. El mito ruso se derrumba, el falso dilema democracia-totalitarismo se desgasta. En estas condiciones la crisis aparece desde sus primeras manifestaciones tal como es. Desde sus primeros síntomas verá surgir en todos los países reacciones cada vez más violentas de las masas. Por eso la crisis económica de hoy no podrá desarrollarse plenamente, sino que se transformará desde sus primeras señales en crisis social, pudiendo ésta aparecer para algunos independiente, suspendida de alguna manera en el aire, sin relación con la situación económica, la cual no obstante la condiciona.

Para captar bien esta realidad no hay, evidentemente, que observarla con ojos de niño, y sobre todo no buscar la relación causa-efecto de una manera estrecha, inmediata y limitada, en un plano local, de países o sectores aislados. Es globalmente, a escala mundial, que aparecen claramente los fundamentos de la realidad y de las determinaciones últimas de su evolución. Visto así, el movimiento de los estudiantes que luchan en todas las ciudades del mundo aparece en su significación profunda y limitada.

Si los combates de los estudiantes, en Mayo, pudieron servir como detonante del vasto movimiento de las ocupaciones de fábricas, es porque, con toda su especificidad propia, no eran sino las señales precursoras de una situación que se agravaba en el corazón de la sociedad, es decir, en la producción y en las relaciones de producción.

Mayo del 68 aparece en todo su significado por haber sido una de las primeras y más importantes reacciones de la masa de los trabajadores contra una situación económica mundial en deterioro.

Es consecuentemente un error decir como el autor del libro, «la erupción revolucionaria no vino de una crisis económica sino al contrario contribuye a crear una situación de crisis en la economía» y «esta economía una vez perturbada por las fuerzas negativas de su superación histórica debe funcionar peor» (p. 209).

Así decididamente, pone las cosas al revés: las crisis económicas no son el producto necesario de las contradicciones inherentes al sistema capitalista de producción, como nos enseñó Marx, sino por el contrario, son sólo los obreros a través de sus luchas los que producen crisis dentro de una economía que «funciona bien». Es lo que no dejan de repetirnos todo el tiempo la patronal y los apologistas del capitalismo; Es lo que retomará De Gaulle, en noviembre, explicando la crisis del franco por culpa de los «enragés» de Mayo.

Es en suma la sustitución la economía política de la burguesía por la teoría económica del marxismo. No es sorprendente que con tal visión, el autor explique todo este inmenso movimiento que fue Mayo como la obra de una minoría decidida y exaltada: «La agitación desencadenada en enero de 1968 en Nanterre por cuatro o cinco revolucionarios que iban a constituir el grupo de los “enragés”, debía conllevar en cinco meses, una semi-liquidación del Estado». Y más lejos, «jamás una agitación llevada a cabo por un número tan pequeño, y en tan poco tiempo, había tenido tales consecuencias».

Entonces, donde para los situacionistas, el problema de la revolución se expone en términos de «conllevar», y no será así más que con acciones ejemplares, se plantea para nosotros en términos de un movimiento espontáneo de masas del proletariado, llevadas forzosamente a sublevarse contra un sistema económico desconcertado y en declive, que no les ofrece en lo sucesivo más que la miseria creciente y la destrucción, además de la explotación.

Sobre esta base de granito, nosotros cimentamos la perspectiva revolucionaria de clase y nuestra convicción de su realización.

Marc

(Revolution internationale no 2, 1969)

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