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Publicamos aquí unos extractos del libro de A. Stinas, revolucionario comunista de Grecia([1]). Estos extractos son una denuncia de la resistencia antifascista de la Segunda Guerra mundial. Son una crítica sin compromisos de lo que han sido y siguen siendo la plasmación de tres mentiras especialmente destructoras para el proletariado: la «defensa de la URSS», el nacionalismo y el «antifascismo democrático».
La explosión de los nacionalismos en lo que fue la URSS y su imperio en Europa del Este, así como el desarrollo de las gigantescas campañas ideológicas «antifascistas» en los países de Europa occidental ponen muy de relieve la actualidad de estas líneas que fueron escritas a finales de los años 40([2]).
Es hoy cada día más difícil para el orden establecido, el justificar ideológicamente su dominación. Se lo impide el desastre que sus propias leyes están engendrando. Pero frente a la única fuerza capaz de derribar ese orden e instaurar otro tipo de sociedad, frente al proletariado, la clase dominante todavía dispone de armas ideológicas capaces de dividir a su enemigo y mantenerlo sometido a las fracciones nacionales del capital. El nacionalismo y el antifascismo forman hoy la primera línea del arsenal contrarrevolucionario de la burguesía.
A. Stinas recoge en estos extractos el análisis de Rosa Luxemburgo sobre la cuestión nacional, recordando que en el capitalismo, tras haber alcanzado su fase imperialista, «... la nación ha cumplido su misión histórica. Las guerras de liberación nacional y las revoluciones burguesas han dejado tener de ahora en adelante el menor sentido». A partir de esos cimientos, Stinas denuncia y destruye los argumentos de todos aquellos que llamaban a participar en la «resistencia antifascista» durante la Segunda Guerra mundial, so pretexto de que la propia dinámica de esa resistencia, «popular» y «antifascista», podía llevar a la revolución.
Stinas y la UCI (Unión comunista internacionalista) forman parte de aquel puñado de revolucionarios que, durante la Segunda Guerra mundial, supieron mantenerse contra la avasalladora corriente de todos nacionalismos, negándose a apoyar la «democracia» contra el fascismo y a abandonar el internacionalismo proletario en nombre de la «defensa de la URSS»(3[3]).
Poco conocidos, incluso en el medio revolucionario, en parte a causa de que sus textos están escritos en griego, no está de más dar aquí algunos elementos de su historia.
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Stinas pertenecía a la generación de comunistas que conocieron el gran período de la oleada revolucionaria internacional que logró poner fin a la Primera Guerra mundial.
Se mantuvo fiel durante toda su vida a las esperanzas que había abierto el Octubre revolucionario de 1917 y por la revolución alemana de 1919. Miembro del Partido comunista griego (en una época en que estos partidos no se habían pasado al campo capitalista) hasta su expulsión en 1931, fue después miembro de la Oposición leninista, que publicaba el semanario Bandera del Comunismo y que se reivindicaba de Trotski, símbolo internacional de la resistencia al estalinismo.
En 1933, Hindenburg da el poder a Hitler. El fascismo se convierte en Alemania en régimen oficial. Stinas sostiene que la victoria del fascismo significa la muerte de la Internacional comunista, del mismo modo que el 4 de agosto de 1914 había rubricado la muerte de la IIª Internacional, que sus secciones se han perdido para la clase obrera definitivamente y sin posible retorno, y de haber sido órganos de lucha en sus orígenes se han transformado en enemigas del proletariado. El deber de los revolucionarios en el mundo entero es pues formar nuevos partidos revolucionarios, fuera de la Internacional y contra ella.
Un fuerte debate provoca una crisis en la organización trotskista; Stinas se va de ella tras haber estado en minoría. En 1935, se unió a un grupo, El Bolchevique, que acabaría formando una nueva organización, basada en un marxismo renovado, llamada Unión comunista internacionalista. La UCI era entonces la única sección reconocida en Grecia de la Liga comunista internacionalista (LCI) (la IVª Internacional se constituiría en 1938).
La UCI, ya desde 1937, había rechazado la consigna, básica en la IVª Internacional, de «defensa de la URSS». Stinas y sus camaradas no adoptaron esa posición al cabo de un debate sobre la naturaleza social de la URSS, sino después de un examen crítico de las consignas y de la política ante la inminencia de la guerra. La UCI quería suprimir todos los aspectos de su programa a través de los cuales pudiera infiltrarse el socialpatriotismo so pretexto de defensa de la URSS.
Durante la segunda guerra imperialista, Stinas, como internacionalista intransigente que era, se mantuvo fiel a los principios del marxismo revolucionario tales como habían sido formulados por Lenin y Rosa Luxemburg y que se habían aplicado durante la Primera Guerra mundial.
La UCI era, desde 1934, la única sección de la corriente trotskista en Grecia. Durante todos los años de la guerra y de la ocupación, aislada de los demás países, estuvo convencida de que todos los trotskistas luchaban como ella, con las mismas ideas y contra la corriente.
Las primeras informaciones sobre las posturas de la Internacional trotskista dejaron boquiabiertos a Stinas y a sus compañeros. La lectura del folleto Los trotskistas en la lucha contra los nazis era la prueba fehaciente de que los trotskistas habían combatido a los alemanes como cualquier buen patriota. Después se enterarían de la vergonzosa actitud de la organización trotskista de Estados Unidos, el Socialist Workers Party (Partido Socialista de los Trabajadores) y de su dirigente Cannon.
La IVª Internacional durante la guerra, o sea en esas circunstancias que ponen a prueba a la organizaciones de la clase obrera, se había derrumbado. Sus secciones, unas abiertamente con lo de la «defensa de la patria», las otras con lo de la «defensa de la URSS», habían pasado al servicio de sus burguesías respectivas, contribuyendo, a su nivel, en la carnicería.
En 1947, la UCI rompió todos los lazos políticos y organizativos con la IVª Internacional. En los años siguientes, que fueron el peor período contrarrevolucionario en el plano político, en una época en la que los grupos revolucionarios eran minúsculas minorías y en que muchos de quienes se mantuvieron fieles a los principios de base del internacionalismo proletario y de la Revolución de Octubre estaban completamente aislados, Stinas será el principal representante en Grecia de la corriente Socialismo o Barbarie. Esta corriente, que no llegó nunca a esclarecer la naturaleza plenamente capitalista de las relaciones sociales en la URSS, desarrollando la teoría de una especie de segundo sistema de explotación basado en una nueva división entre «dirigentes» y «dirigidos», se fue separando cada vez más del marxismo para acabar dislocándose en los 60. Al final de su vida, Stinas dejó de dedicarse a una verdadera actividad política organizada, aproximándose a los anarquistas. Murió en 1987.
CR
Marxismo y nación
La nación es un producto de la historia, como lo fue la tribu, la familia o la ciudad-Estado (la polis). Ha desempeñado un papel histórico necesario y deberá desaparecer una vez cumplido éste.
La clase portadora de esa organización social es la burguesía. El Estado nacional se confunde con el Estado de la burguesía, e históricamente, la obra progresista de la nación y la del capitalismo se confunden: crear, mediante el desarrollo de las fuerzas productivas, las condiciones materiales del socialismo.
Esa obra progresista ha llegado a su fin en la época del imperialismo, la época de las grandes potencias imperialistas, con sus antagonismos y sus guerras.
La nación ha cumplido su misión histórica. Las guerras de liberación nacional y las revoluciones burguesas han dejado tener de ahora en adelante el menor sentido.
La que ahora está al orden del día es la revolución proletaria. Ésta ni engendra naciones ni las mantiene, sino que lo que promulga es la abolición de ellas, de sus fronteras, uniendo a los pueblos de la tierra en una comunidad mundial.
Hoy, defender la nación y la patria no es ni más ni menos que defender el imperialismo, defender el sistema social que provoca las guerras, que no puede vivir sin guerras y que arrastra a la humanidad al caos y la barbarie. Y eso es tan cierto para las grandes potencias imperialistas como para las pequeñas naciones, cuyas clases dirigentes son y no pueden ser otra cosa que los cómplices y socios de las grandes potencias.
«El socialismo es ahora la única esperanza de la humanidad. Por encima de las murallas del mundo capitalista que se están al fin desmoronando, brillan en letras de fuego las palabras del Manifiesto comunista: socialismo o caída en la barbarie» (Rosa Luxemburg, 1918).
El socialismo es cosa de los obreros del mundo entero, y el terreno de su construcción es la del mundo entero. La lucha por derrocar al capitalismo y por edificar el socialismo une a los obreros del mundo entero. La geografía les reparte las tareas: el enemigo inmediato de los obreros de cada país es su propia clase dirigente. Ése es su sector en el frente internacional de lucha de los obreros para derribar al capitalismo mundial.
Si las masas trabajadoras de cada país no toman conciencia de que forman una parte de una clase mundial, nunca podrán emprender el camino de su emancipación social.
No es el sentimentalismo lo que hace que la lucha por el socialismo en un país determinado sea parte íntegra de la lucha por la sociedad socialista mundial, sino la imposibilidad del socialismo en un solo país. El único «socialismo» de colores nacionales y de ideología nacional que haya producido la historia es el de Hitler, y el único «comunismo» nacional es el de Stalin.
Lucha dentro del país contra la clase dirigente y solidaridad con las masas trabajadoras del mundo entero son, en nuestra época, los dos principios fundamentales del movimiento de las masas populares por su liberación económica, política y social. Eso es tan válido en la «paz» como en la guerra.
La guerra entre los pueblos es fratricida. La única guerra justa es la de los pueblos que confraternizan por encima de las naciones y de las fronteras contra sus explotadores.
La tarea de los revolucionarios, en tiempos de «paz» como en tiempos de guerra, es ayudar a las masas a que tomen conciencia de los fines y de los medios de su movimiento, a que se deshagan de sus burocracias políticas y sindicales, a que hagan propios sus propios asuntos, a que no pongan su confianza en ninguna otra «dirección» sino es a los órganos ejecutivos que ellas han elegido y que pueden revocar en cualquier momento, a adquirir la conciencia de su propia responsabilidad política, y ante todo a emanciparse intelectualmente de la mitología nacional y patriótica.
Son los principios del marxismo revolucionario tal como Rosa Luxemburgo los formuló y aplicó en la práctica y que guiaron su política y su acción en la Primera Guerra mundial. Esos principios son los que han guiado nuestra política y nuestra acción en la Segunda Guerra mundial.
La resistencia antifascista: un apéndice del imperialismo
El «movimiento de resistencia», o sea la lucha contra los alemanes en todas sus formas, desde el sabotaje a la guerra de partisanos, en los países ocupados, no puede ser considerado fuera del contexto de la guerra imperialista de la que ese movimiento forma plenamente parte. Su carácter progresista o reaccionario no puede estar determinado ni por la participación de las masas, ni por sus objetivos antifascistas ni por la opresión del imperialismo alemán, sino en función del carácter o reaccionario o progresista de la guerra.
Tanto el ELAS como el EDES([4]) eran ejércitos que continuaron, en el interior del país, la guerra contra los alemanes y los italianos. Eso es lo único que determina estrictamente nuestra postura para con ellos. Participar en el movimiento de resistencia, sean cuales sean las consignas y las justificaciones, significa participar en la guerra.
Independientemente de las disposiciones de las masas y de las intenciones de su dirección, ese movimiento, debido a la guerra que ha llevado a cabo en las condiciones de la Segunda matanza imperialista, es el órgano y el apéndice del campo imperialista aliado.
(...)
El patriotismo de las masas y su actitud ante la guerra, tan contraria a sus intereses históricos, son fenómenos muy conocidos desde la guerra precedente, y Trotski, en cantidad de textos, había advertido sin cesar del peligro de que los revolucionarios se dejaran sorprender, se dejaran arrastrar por la corriente. El deber de los revolucionarios internacionalistas es defender contra la corriente los intereses históricos del proletariado. Aquellos fenómenos no sólo se explican por los medios técnicos utilizados, la propaganda, la prensa, la radio, los desfiles, la atmósfera de exaltación creada al principio de la guerra, sino también por el estado de ánimo de las masas resultante de la evolución política anterior, de las derrotas de la clase obrera, de su desánimo, de la ruina de su confianza en su propia fuerza y en los medios de acción de la lucha, de la dispersión del movimiento internacional y de la política oportunista llevada a cabo por los partidos.
No existe ninguna ley histórica que fije un plazo en el cual las masas, arrastradas primero a la guerra, acabarían por recuperarse. Son las condiciones políticas concretas las que despiertan la conciencia de clase. Las consecuencias horribles de la guerra para las masas hacen desaparecer el entusiasmo patriótico. Con el aumento del descontento, su oposición a los imperialismos y a sus propios dirigentes, agentes de esos imperialismos, aumenta día tras día y despierta su conciencia de clase. Las dificultades de la clase dirigente aumentan, la situación evoluciona hacia una ruptura de la unidad interior, hacia el desmoronamiento del frente interior, hacia la revolución. Los revolucionarios internacionalistas contribuyen a la aceleración de los ritmos de ese proceso objetivo por la lucha intransigente contra todas las organizaciones patrióticas y socialpatrióticas, abiertas o encubiertas, por la aplicación consecuente de la política de derrotismo revolucionario.
Las consecuencias de la guerra, en las condiciones de la Ocupación, han tenido una influencia muy diferente en la psicología de las masas y en sus relaciones con la burguesía. Su conciencia de clase se ha desmoronado en el odio nacionalista, constantemente reforzado por la conducta bestial de los alemanes, la confusión ha ido en aumento, la idea de la nación y de su destino se han puesto por encima de las diferencias sociales, la unión nacional ha salido reforzada, y las masas han quedado sometidas más todavía a su burguesía, representada por las organizaciones de resistencia nacional. El proletariado industrial, quebrado por las derrotas anteriores, disminuido su peso específico, se ha encontrado preso de esta espantosa situación durante toda la duración de la guerra.
Si la cólera y el levantamiento de las masas contra el imperialismo alemán en los países ocupados eran «justas», los de las masas alemanas contra el imperialismo aliado, contra los bombardeos salvajes de los barrios obreros también lo serían. Pero esas cóleras justificadas, reforzada con todos los medios por los partidos de la burguesía de todo matiz, sirve únicamente a los imperialismos, quienes las explotan y utilizan en interés propio. La tarea de los revolucionarios que se han mantenido contra la corriente es la de dirigir esa cólera contra «su» burguesía. Únicamente el descontento contra nuestra «propia» burguesía podrá hacerse fuerza histórica, medio para que la humanidad acabe de una vez por todas con las guerras y las destrucciones.
Cuando el revolucionario, en la guerra, sólo hace alusión a la opresión del imperialismo «enemigo» en su propio país, se convierte en víctima de la mentalidad nacionalista obtusa y de la lógica socialpatriota, cortando así los lazos que unen al puñado de obreros revolucionarios que se han mantenido fieles a su estandarte en los diferentes países, en medio de este infierno en el que el capitalismo en descomposición ha sumido a la humanidad.
(...)
La lucha contra los nazis en los países ocupados por Alemania ha sido un engaño, uno de los medios utilizados por el imperialismo aliado para mantener a las masas encadenadas a su máquina de guerra. La lucha contra los nazis hubiera debido ser la tarea del proletariado alemán. Pero sólo habría sido posible si los obreros de todos los países hubieran combatido contra su propia burguesía. El obrero de los países ocupados que combatía a los nazis lo hacía por cuenta de sus explotadores, no por la suya, y quienes lo arrastraron y animaron a esta guerra eran, fueran cuales fueran sus intenciones y justificaciones, agentes de los imperialistas. El llamamiento a los soldados alemanes para que confraternizaran con los obreros de los países ocupados en la lucha común contra los nazis era, para el soldado alemán, un artificio engañoso del imperialismo aliado. Sólo el ejemplo de la lucha del proletariado griego contra su «propia» burguesía, lo cual, en las condiciones de la Ocupación, significaba luchar contra las organizaciones nacionalistas, hubiera podido despertar la conciencia de clase de los obreros alemanes militarizados y hacer posible la confraternización, y la lucha del proletariado alemán contra Hitler. La hipocresía y el engaño son medios tan indispensables para llevar a cabo la guerra como los tanques, los aviones o los cañones. La guerra no es posible sin haber antes convencido a las masas. Y para convencerlas, primero tienen ellas que creerse que luchan por la defensa de sus bienes. Eso es lo que buscan las promesas de «libertad, prosperidad, aplastamiento del fascismo, reformas socialistas, república popular, defensa de la URSS». Esta labor es la especialidad de los partidos «obreros», que utilizan su autoridad, su influencia, sus lazos con las masas trabajadoras y las tradiciones del movimiento obrero para éstas que se dejen engañar y aplastar mejor.
Por muchas ilusiones que las masas tengan puestas en la guerra, sin las cuales ésta es imposible, no la van a transformar en algo progresista, y únicamente los más hipócritas socialpatriotas podrán abusar de esas ilusiones para justificarla. Todas las promesas, todas las proclamas, todas las consignas de los PS y de los PC en esta guerra no han sido sino otras tantas patrañas.
(...)
La transformación de un movimiento en combate político contra el régimen capitalista no depende de nosotros y de la fuerza de convicción de nuestras ideas, sino de la naturaleza misma de ese movimiento. «Acelerar y facilitar la transformación del movimiento de resistencia en movimiento de lucha contra el capitalismo» habría sido posible si ese movimiento en su desarrollo hubiera podido por sí mismo crear permanentemente, tanto en las relaciones entre las clases como en las conciencias y en la psicología de las masas, unas condiciones más favorables para su transformación en lucha política general contra la burguesía, y, por lo tanto, en revolución proletaria.
La lucha de la clase obrera por sus reivindicaciones económicas y políticas inmediatas puede transformarse a lo largo de su crecimiento en lucha política de conjunto para derrocar a la burguesía. Pero esto es posible por la forma misma de la lucha: las masas, por su oposición a su burguesía y a su Estado y por la naturaleza de clase de sus reivindicaciones, se quitan de encima sus ilusiones nacionalistas, reformistas y democráticas, se liberan de la influencia de las clases enemigas, desarrollan su conciencia, su iniciativa, su espíritu crítico, su confianza en sí mismas. Al ampliarse el terreno de la lucha, las masas son cada vez más numerosas en participar en ella; y cuanto más profundo es el surco en el terreno social tanto más claramente se distinguen los frentes de clase, convirtiéndose el proletariado en eje principal de las masas en lucha. La importancia del partido revolucionario es enorme, tanto para acelerar el ritmo como para la toma de conciencia, la asimilación de las experiencias, la comprensión de la necesidad de la toma revolucionaria del poder por las masas para organizar el levantamiento y organizar su victoria. Pero es el movimiento mismo, por su naturaleza y su lógica interna, el que da la fuerza al partido. Es un proceso subjetivo cuya expresión consciente es la política del movimiento revolucionario. El crecimiento del «movimiento de resistencia» tuvo, también por su naturaleza misma, el resultado totalmente inverso: arruinó la conciencia de clase, reforzó las ilusiones y el odio nacionalistas, dispersó y atomizó todavía más al proletariado en la masa anónima de la nación, sometiéndolo más todavía a su burguesía nacional y sacó a la superficie y llevó a la dirección a los elementos más nacionalistas.
Hoy, lo que queda del movimiento de resistencia (el odio y los prejuicios nacionalistas, los recuerdos y las tradiciones de ese movimiento tan hábilmente utilizado por los estalinistas y los socialistas) es el obstáculo más serio ante una orientación de clase de las masas.
Si hubieran existido posibilidades objetivas de que ese movimiento se transformara en lucha política contra el capitalismo, ya se habrían manifestado sin participación nuestra. Pero en ningún sitio hemos visto la menor tendencia proletaria surgir de sus filas, ni la más confusa siquiera.
(...)
El desplazamiento de los frentes y la ocupación militar del país, como de casi toda Europa, por los ejércitos del Eje no cambian el carácter de la guerra, no crean «cuestión nacional» alguna, ni modifican nuestros objetivos estratégicos ni tareas fundamentales. La tarea del partido proletario en esas condiciones es la de acentuar su lucha contra las organizaciones nacionalistas y preservar a la clase obrera del odio antialemán y del veneno nacionalista.
Los revolucionarios internacionalistas participan en las luchas de las masas por sus reivindicaciones económicas y políticas inmediatas, intentan darles una clara orientación de clase y se oponen con todas sus fuerzas a la utilización nacionalista de esas luchas. En lugar de echar las culpas a los italianos y a los alemanes, explican por qué ha estallado la guerra, de la cual es consecuencia inevitable la barbarie en la que estamos viviendo, denuncian con valentía los crímenes de su «propio» campo imperialista y de la burguesía, representada por las diferentes organizaciones nacionalistas, llaman a las masas a confraternizar con los soldados italianos y alemanes por la lucha común por el socialismo. El partido proletario condena todas las luchas patrióticas, por muy masivas que éstas sean y sea cual sea su forma, y llama abiertamente a los obreros a no meterse en ellas.
El derrotismo revolucionario, en las condiciones de la Ocupación, se encontró con obstáculos espantosos, nunca antes vistos. Pero las dificultades no deben hacer cambiar nuestras tareas. Al contrario, cuanto más fuerte es la corriente, tanto más riguroso debe ser el apego del movimiento revolucionario a sus principios, con tanta más intransigencia debe oponerse a la corriente. Sólo una política así hará que el movimiento sea capaz de expresar los sentimientos de las masas revolucionarias en el mañana y ponerse en cabeza de ellas. La política de sumisión a la corriente, o sea la política de reforzamiento del movimiento de resistencia, habría añadido un obstáculo suplementario a los intentos de orientación de clase de los obreros y habría destruido el partido.
El derrotismo revolucionario, la política internacionalista justa contra la guerra y contra el movimiento de resistencia, está hoy mostrando y mostrará cada día más en los acontecimientos revolucionarios toda su fuerza y todo su valor.
A. Stinas
[1] Estos extractos están sacados de Mémoires d’un révolutionnaire (Memorias de un revolucionario). Esta obra, que escribió en el último período de su vida, cubre esencialmente los acontecimientos de los años 1912 a 1950 en Grecia: desde las guerras balcánicas que anuncian la Primera Guerra imperialista de 1914-18 hasta la guerra civil en Grecia, prolongación del segundo holocausto mundial de 1939-45. La ironía de la historia es que han sido las ediciones «La Brèche» de París, ligadas a la IVª Internacional de Mandel, las que han editado en francés esas memorias. Su publicación se debe sin lugar a dudas al « papa de la IVª Internacional » de 1943 a 1961, Pablo, y, sin duda, a su... nacionalismo, pues él también era Griego. Y sin embargo, el libro denuncia sin la menor ambigüedad las acciones de los trotskistas durante la Segunda Guerra mundial.
[2] Grecia, país de Stinas, está siendo inundado en estos meses últimos, por una marea de nacionalismo orquestado por el gobierno y todos los grandes partidos « democráticos ». Éstos han conseguido, en diciembre de 1992, hacer desfilar a un millón de personas por las calles de Atenas para afirmar el carácter griego de Macedonia, región de la antigua Yugoslavia en vías de descomposición.
[3] Stinas ignoró que hubiera otros grupos que defendieran la misma actitud que el suyo en otros países: las corrientes de la Izquierda comunista, italiana (en Francia y Bélgica, especialmente), germano-holandesa (el Communistenbond Spartacus en Holanda) ; grupos en ruptura con el trotskismo como el de Munis, exiliado en México, o los RKD, formados por militantes austriacos y franceses.
[4] Nombres de los ejércitos de resistencia, controlados esencialmente por los partidos estalinista y socialista.