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El grupo Fomento Obrero Revolucionario es un componente del medio revolucionario. Es uno de los pocos grupos que defienden posiciones comunistas (contra los sindicatos, el parlamentarismo, las luchas de liberación nacional, el frentismo, el capitalismo de estado, etc....) e intervienen con ellas en la lucha de clases. Por eso vale la pena hacer un balance político de este grupo, cuyas posiciones no son muy conocidas en el medio proletario.
A través de uno de sus militantes más conocidos, G. Munis, el FOR salió del viejo grupo trotskista español formado en los años 30[1]. La evolución de Munis y sus posiciones hacia posiciones revolucionarias no se produjo sin dificultades. Munis -siguiendo las directivas de Trotsky- estaba a favor de que los 'bolcheviques-leninistas' entraran en las Juventudes Socialistas, pero por otro lado se oponía a la fusión con el POUM, un partido 'socialista de izquierda' que iba a desempeñar un papel esencial en la derrota de los trabajadores españoles en 1936-37.
En 1936, Munis y sus amigos pasaron un tiempo en las Milicias Socialistas del frente de Madrid. Este fue un itinerario que estaba lejos de ser revolucionario y estaba muy lejos de las posiciones intransigentes de la Izquierda Comunista de la época (la Izquierda Italiana, e incluso la Izquierda Holandesa). Fue sólo en mayo de 1937, cuando el proletariado de Barcelona fue masacrado por el gobierno del Frente Popular, cuando el grupo de Munis comenzó a abandonar su falsa trayectoria[2], poniéndose decididamente al lado de los insurgentes y denunciando al POUM y a la CNT-FAI así como a los estalinistas. La valiente actitud revolucionaria de Munis lo llevó a ser encarcelado en 1938. En 1939 logró escapar, evadiendo un intento de asesinato por parte de los estalinistas y llegando finalmente a México.
El inmenso mérito de Munis y sus amigos en México -entre ellos el poeta surrealista Peret- fue haber denunciado la política de la "defensa de la URSS" y la integración de la "IV Internacional” trotskista en la guerra imperialista. Esto llevó a Munis y a otros ex trotskistas españoles a romper con la organización trotskista en 1948, debido a su traición al internacionalismo. Pero -y esta era una característica del grupo de Munis que aún existe hoy en día en el FOR- el grupo consideró que la revolución era simplemente una cuestión de voluntad y decidió volver a la España franquista para llevar a cabo actividades clandestinas. Apresado por la policía, Munis fue sometido a una dura pena de prisión.
Es importante señalar que el acercamiento del grupo de Munis a las posiciones de la Izquierda Comunista, a principios de los años 50, se vio facilitado por las discusiones que mantuvo con grupos que venían de la Izquierda Comunista de Italia. Las discusiones con Internationalisme y luego con el grupo de Damen[3] no fueron ajenas al hecho de que poco a poco la Unión Obrera Internacionalista (el nombre del grupo de Munis) fue capaz de limpiarse de toda una ideología trotskista y finalmente llegar a una verdadera trayectoria revolucionaria.
Durante los años 50 y 60, el grupo de Munis y Peret (que murió en 1959) se aferró valientemente a posiciones proletarias revolucionarias en un período de contrarrevolución. Fue durante este período difícil, cuando los elementos revolucionarios eran extremadamente pocos y dispersos, que el antepasado del FOR actual publicó textos de referencia política: Los Sindicatos contra la Revolución y Por un Segundo Manifiesto Comunista[4]. Estos textos, después de la larga noche de contrarrevolución que envolvió al mundo hasta el resurgimiento internacional de las luchas proletarias marcadas por el Mayo del 68 en Francia, jugaron un papel innegable para aquellos jóvenes elementos que intentaban, con gran dificultad, reapropiarse de las posiciones de la Izquierda Comunista y combatir las teorías nauseabundas del maoísmo y el trotskismo. El FOR, que hoy publica Alarme en Francia y Alarma en España[5], es la continuación organizativa del antiguo grupo de Munis y, en consecuencia, defiende las posiciones políticas expresadas en estos textos. Desafortunadamente, el FOR también se remite a y continúa distribuyendo textos de los años 40 en los que el grupo de Munis apenas se estaba deshaciendo de la gangrena trotskista[6], como si hubiera una continuidad entre los viejos grupos trotskistas españoles y mexicanos de ese período y el FOR de hoy.
Por lo tanto, es necesario ver hasta qué punto el FOR de hoy está situado en el terreno de la Izquierda Comunista y hasta qué punto sigue estando marcado por las ambigüedades de sus orígenes.
Desafortunadamente hay que decir que Munis y el FOR no han proclamado su ruptura con la corriente trotskista sin reticencias.
Mientras por un lado afirman que el trotskismo se ha pasado a la contrarrevolución desde la Segunda Guerra Mundial, por otro lado, muestran una gran nostalgia por esta corriente en los años 30, cuando aún tenía carácter proletario.
Es asombroso ver las siguientes afirmaciones en la literatura del FOR:
"Fue la Oposición de Izquierda (trotskista) la que mejor formuló la oposición al estalinismo" (Munis, ‘Parti-Etat, Stalinisme, Revolution’, Cahiers Spartacus, 1975).
O de nuevo, más recientemente:
"El trotskismo, siendo la única corriente internacionalista activa en decenas de países, encarnó la continuidad del movimiento revolucionario desde la Primera Internacional y prefiguró el enlace pertinente con el futuro" (Munis, Análisis de un Vacío, Barcelona, 1983, p.3).
Leyendo este panel sobre el trotskismo y Trotsky en los años 30, uno pensaría que nunca hubo una Izquierda Comunista. Al proclamar que sólo la corriente trotskista era "internacionalista" en los años 30, se termina con una burda y vergonzosa falsificación de la historia. Munis y sus amigos guardan silencio sobre la existencia de una Izquierda Comunista (en Italia, Alemania, Holanda, Rusia...) que, mucho antes de que existiera la corriente trotskista, estaba librando la batalla contra la degeneración de la revolución rusa y por el internacionalismo. Este pasar por alto el verdadero movimiento revolucionario de los años 20 y 30 ("KAPD", "GIC", "Bilan...") sólo puede tener un objetivo: absolver la política oportunista original de Trotsky y del trotskismo y ponerles una medalla revolucionaria a las actividades de los trotskistas españoles de las que Munis formó parte. ¿Han “olvidado” Munis y el FOR que la posición de los trotskistas de "defensa de la URSS" condujo directamente a su participación en la segunda carnicería imperialista? ¿Han “olvidado” las políticas antifascistas de este movimiento, que los llevó a proponer un ‘frente unido' con los verdugos del proletariado, los estalinistas y los socialdemócratas? ¿Ha “olvidado” Munis la política de entrismo en el Partido Socialista Español que apoyó en los años 30? Estos silencios expresan serias ambigüedades en el FOR, que están muy lejos de haber sido superadas.
Tales lapsus de memoria no son inocentes. Derivan de un apego sentimental a la vieja corriente trotskista, que conduce directamente a mentiras y falsificaciones. Cuando el FOR proclama con tanta ligereza que "Trotsky nunca defendió al Frente Popular ni siquiera críticamente, ni en España ni en ningún otro lugar" (L'arme de la critique, órgano del FOR, nº 1, mayo de 1985), esto es simplemente una mentira[7]. A menos que el FOR ignore totalmente la historia real del movimiento trotskista (...por supuesto, nunca es demasiado tarde para aprender...).
Proporcionaremos a Munis y a sus amigos algunas citas "edificantes" de Trotsky. Son de la selección de textos de Broue La Revolution Espagnole 1930-40 y no necesitan comentarios.
"Renunciar a apoyar a los ejércitos republicanos sólo puede ser hecho por traidores, agentes del fascismo" (p. 355); "todo trotskista en España debe ser un buen soldado al lado de la izquierda" (p. 378).); "Siempre y en todas partes, cuando los obreros revolucionarios no son lo suficientemente fuertes para derrocar el régimen burgués, defienden contra el fascismo incluso una democracia en decadencia, pero sobre todo defienden sus propias posiciones dentro de la democracia burguesa" (p. 431); "En la guerra civil española la cuestión es democracia o fascismo" (p. 432).
De hecho, hay que decir que este apego de Munis y sus amigos al movimiento trotskista de los años 30 no es sólo "sentimental". Todavía hay vestigios importantes de la ideología trotskista en el FOR de hoy. Sin hacer una lista exhaustiva, podemos mencionar algunos de los más significativos.
a) una incomprensión del capitalismo de estado en Rusia, que lleva al FOR -como a los trotskistas- a hablar de la existencia no de una clase burguesa sino de una burocracia:
"...en Rusia no hay ninguna clase propietaria, ni nueva ni vieja. El intento de definir la burocracia como una especie de burguesía es tan inconsistente como describir la revolución de 1917 como burguesa... Cuando la concentración del desarrollo capitalista ha alcanzado proporciones mundiales y ha eliminado a través de su propia dinámica la función del capital privado actuando caóticamente, ya no es el momento para que se constituya una nueva burguesía. El proceso característico de la civilización capitalista no puede repetirse en ninguna parte, aunque imaginemos formas modificadas. " (Munis, Parti-Etat, p. 58).
Como los trotskistas entonces, el FOR considera que el capitalismo está definido por la forma jurídica de apropiación: la supresión de la apropiación privada implica la desaparición de la clase burguesa. Al FOR no se le ocurre que la `burocracia' en el Bloque del Este (y en China, etc.), es la forma que toma la burguesía decadente en su apropiación de los medios de producción.
b) la elaboración de un nuevo `Programa de Transición' siguiendo el ejemplo de Trotsky en 1938 muestra la dificultad del FOR para entender el período histórico, el período de decadencia del capitalismo. En su 'Segundo Manifiesto Comunista', el FOR consideró correcto presentar todo tipo de demandas de transición en ausencia de movimientos revolucionarios del proletariado. Estas van desde las 30 horas semanales, la supresión del trabajo a destajo y de los estudios de tiempos en las fábricas en favor de la "demanda de trabajo para todos, desempleados y jóvenes" en el terreno económico. A nivel político, el FOR exige de la burguesía 'derechos' y 'libertades' democráticas: libertad de expresión, de prensa, de reunión; el derecho de los trabajadores a elegir delegados permanentes de taller, de fábrica o profesión "sin ninguna formalidad judicial o sindical" (Segundo Manifiesto, p. 65-71).
Todo esto está dentro de la lógica trotskista, según la cual basta con plantear las demandas correctas para llegar gradualmente a la revolución. Para los trotskistas, la clave de todo el asunto está en saber ser un pedagogo de los trabajadores, que no entienden nada de sus reivindicaciones, para blandir delante de ellos las zanahorias más apetecibles con el fin de empujar a los trabajadores hacia su "partido". ¿Es esto lo que Munis quiere, con su Programa de Transición Versión 2?
El FOR todavía no entiende hoy en día:
Es muy característico que el FOR ponga al mismo nivel sus consignas reformistas sobre los "derechos y libertades" democráticos de los trabajadores, y consignas que sólo podrían surgir en un período plenamente revolucionario. Encontramos así una mezcla de eslóganes como:
"expropiación de capital industrial, financiero y agrícola;
gestión obrera de la producción y distribución de bienes;
destrucción de todos los instrumentos de guerra, tanto atómicos como clásicos, disolución de ejércitos y policías, reconversión de las industrias de guerra en industrias consumidoras;
armamento individual de los explotados por el capitalismo, organizado territorialmente según el esquema de los comités democráticos de gestión y distribución;
la supresión de las fronteras y la constitución de un gobierno y una economía únicos a medida que el proletariado venza en diversos países".
Y el FOR añade el siguiente comentario a todo este catálogo: "Es sólo en las alas de la subjetividad revolucionaria que el ser humano superará la distancia entre el reinado de la necesidad y el reinado de la libertad" (ibíd., pág. 71). En otras palabras, el FOR toma sus deseos por realidad y considera la revolución como una simple cuestión de voluntad subjetiva, y no de condiciones objetivas (la maduración revolucionaria del proletariado en la crisis histórica del capitalismo, un capitalismo que se ha hundido en su crisis económica).
Todos estos eslóganes demuestran enormes confusiones. El FOR parece haber abandonado cualquier brújula marxista. No hace distinción entre un período prerrevolucionario en el que el capital sigue gobernando políticamente, un período revolucionario en el que se establece una dualidad de poder, y el período de transición (después de la toma del poder por parte del proletariado) que, únicamente a través de él, puede poner en la agenda (¡y no inmediatamente!) la "supresión del trabajo asalariado" y la "supresión de las fronteras".
Parece claro que las consignas del FOR no sólo muestran vestigios mal digeridos del Programa de Transición trotskista, sino también fuertes tendencias anarquistas. La consigna de 'gestión obrera' es parte del bagaje anarquista, consejista o 'gramsciano', pero indudablemente no del programa marxista. En cuanto al "armamento individual" (¿y por qué no colectivo?) del proletariado y la exaltación de la "subjetividad" (individual sin duda), todos ellos forman parte del confusionismo anarquista.
Definitivamente, la 'teoría' del FOR parece una mezcla de confusiones heredadas del trotskismo y el anarquismo. Las posiciones del FOR sobre España 1936-37 lo demuestran de manera sobresaliente.
En la prensa de la CCI[8] ya hemos tenido ocasión de criticar la concepción que Munis tiene de los acontecimientos de 1936-37 en España. Es necesario volver a ello porque la interpretación del FOR conduce a las peores aberraciones, fatales para un grupo que se sitúa en el terreno de la revolución proletaria.
Para el grupo de Munis, los acontecimientos en España fueron el momento más importante de la oleada revolucionaria que comenzó en 1917. Lo que llama la "revolución española" fue aún más revolucionaria que la "revolución rusa":
"Cuanto más miramos hacia atrás hasta 1917, más importancia adquiere la revolución española. Era más profunda que la revolución rusa..." (Munis, Jalones de Derrota, Promesas de Victoria, México, 1948, Epílogo Reafirmación, 1972).
Es más: los acontecimientos de mayo del '37, cuando el proletariado español fue aplastado por los estalinistas con la complicidad de los 'camaradas ministros' anarquistas, expresan "el nivel supremo de consciencia en la lucha del proletariado mundial" (Munis, Parti-Etat, p. 66).
Munis simplemente retoma el análisis trotskista de los acontecimientos en España, incluyendo concesiones al antifascismo. Para él, los acontecimientos en España no fueron una contrarrevolución que permitió a la burguesía aplastar al proletariado, sino la revolución más importante de la historia. Estas afirmaciones se justifican de la siguiente manera:
Es inútil detenerse demasiado en la falsedad del evangelio según ‘Jalones’. Es característico de una secta que se eleva "sobre las alas de la subjetividad" y toma sus fantasías por realidad, hasta el punto en que estas adquieren una vida autónoma propia. La invención de Munis de los "comités de gobierno", que nunca existieron (lo que sí existieron fueron las milicias, que eran un cártel de partidos y sindicatos de izquierda), es evidencia de una tendencia a la auto mistificación, y sobre todo del tipo de engaño en el que los trotskistas siempre se han especializado.
Pero el problema más grave de la posición de Munis es que retoma el análisis de los trotskistas y anarquistas de la época, les da un uso propio y, al final, los justifica. Al saludar las actividades de los trotskistas españoles como 'revolucionarias', Munis los absuelve de su llamamiento "a asegurar la victoria militar" de la República contra el fascismo (ibíd., p. 305). Y qué podemos decir de su entusiasmo por las tan aclamadas 'Brigadas Internacionales', un entusiasmo compartido por el estalinista André Marty, el carnicero de los obreros de Albacete. Munis las ve como un magnífico ejemplo de miles de hombres que ofrecen "su sangre por la revolución española", (p. 395). En cuanto a la sangre de los obreros derramada por los carniceros estalinistas que componían estas brigadas, se mantiene un tímido silencio.
Al persistir en repetir los mismos errores cometidos por los trotskistas españoles en el '36, el FOR termina en un completo fracaso de comprensión, fatal para cualquier grupo proletario:
Definitivamente, el FOR muestra una completa incomprensión de las condiciones para la revolución proletaria de hoy.
El FOR de hoy se encuentra en una encrucijada. Su razón de ser ha sido la afirmación de que la revolución es una cuestión de voluntad y subjetividad. Ha insistido continuamente en que las condiciones objetivas (crisis general del capitalismo, decadencia económica) son de poca importancia. De manera idealista, el FOR sigue afirmando que no hay declive económico sino una decadencia "moral" del capitalismo. Peor aún, desde los años setenta ha visto la crisis económica del capitalismo como nada más que "una artimaña táctica de la burguesía", como dijo el propio Munis al comienzo de la II Conferencia Internacional de los Grupos de la Izquierda Comunista[12].
En un momento en que los dos "lunes negros" del crac bursátil de 1987 (19 y 26 de octubre) han proporcionado una confirmación sorprendente de la bancarrota económica del sistema capitalista mundial, ¿va a seguir el FOR insistiendo tranquilamente en que no hay crisis? En un momento en que el colapso del capitalismo es cada vez más evidente, ¿va a decir el FOR -como lo hizo en 1975- que el capitalismo "siempre será capaz de resolver sus propias contradicciones- las crisis de sobreproducción" (cf. Revolución Internacional nº 14, marzo `75, `Respuesta a Alarma')?
Si el FOR sigue flotando sobre la realidad en las nubes rosadas de la "subjetividad", será visto como una secta condenada por la propia realidad objetiva. Y, por definición, una secta que se ha retirado en sí misma para defender a sus propios caballos de batalla -como la "revolución española" y la ausencia de crisis económica- y que niega la realidad, está condenada a desaparecer o a dividirse en múltiples segmentos en la más abyecta confusión.
El FOR está situado en la confluencia de tres corrientes: trotskismo, consejismo y anarquismo.
Del trotskismo el FOR conserva no sólo vestigios ideológicos (España `36, `exigencias transitorias', voluntarismo), sino también una atracción singular por sus elementos `críticos', los que tratan de romper con él. Mientras que el FOR hoy en día tiene claro que "nada revolucionario puede tener su fuente en ninguna tendencia trotskista" (Munis, Análisis de un Vacío, 1983), conserva la ilusión de que las escisiones del trotskismo "podrían contribuir a construir una organización del proletariado mundial" (ibíd.). Esta misma ilusión se puede ver en la respuesta del FOR a la formación del grupo Union Ouvriere en 1975 que surgió de Lutte Ouvriere en Francia. El FOR no dudó en ver esta escisión -que demostró no tener futuro- como "el hecho orgánico más positivo que ha tenido lugar en Francia al menos desde la guerra" (Alarma nº 28, 1975, `Salut a Union Ouvriere').
El FOR debe dejar claro ahora, cuando la responsabilidad de los revolucionarios es mucho más pesada que hace diez años, si se ve a sí mismo como parte de la Izquierda Comunista, trabajando para su reagrupamiento, o como parte del medio pantanoso habitado por los grupúsculos "críticos" que salen del trotskismo. El FOR debe pronunciarse sin ambigüedades sobre las condiciones para la formación del partido revolucionario. Debe decir claramente si el partido se formará alrededor de los grupos que salen de la Izquierda Comunista, alrededor de los que reclaman la contribución de las izquierdas comunistas en los años 20 y 30 (KAPD, Bilan, Izquierda Holandesa), o alrededor de los grupos que salen del trotskismo. Una respuesta clara a esta pregunta determinará si el FOR va a participar en futuras conferencias de la Izquierda Comunista, lo cual fue por su parte rechazado en 1978, de manera sectaria.
En segundo lugar, parece que el FOR ha dejado las puertas abiertas al consejismo. Al ver la crisis económica del capitalismo como secundaria o incluso inexistente, al argumentar que la consciencia del proletariado sólo puede surgir de la lucha misma[13], el FOR subestima no sólo los factores objetivos de la revolución, sino también el factor subjetivo, el de la existencia de una organización revolucionaria, que es la expresión más elevada y elaborada de la consciencia de clase.
En tercer lugar, el FOR muestra un apego muy peligroso y una atracción por las concepciones anarquistas. Si el FOR ha rechazado la visión trotskista de las “revoluciones políticas”, es principalmente para proclamar que la revolución es ante todo “económica” y no política:
"Esta visión política de la revolución compartida por la extrema izquierda y la mayoría de lo que se puede llamar la ultra-izquierda es una visión burguesa de la toma del poder" (L'arme de la critique, nº 1, mayo de 1985). Esta concepción es exactamente la misma que la de los consejistas holandeses del GIC (ver el próximo folleto sobre la Izquierda Holandesa-Alemana[14]), que se acerca a la del anarquismo. Al creer y difundir la creencia de que la revolución acabará inmediatamente con la ley del valor y realizará rápidamente las tareas económicas del comunismo, el FOR ha caído en la ilusión anarquista de que el comunismo es una simple cuestión económica y, por lo tanto, elude la cuestión del poder político del proletariado (la dictadura de los consejos a escala mundial, que es la única que puede abrir realmente el período de la transformación económica de la sociedad).
El FOR se encuentra en una encrucijada. O bien seguirá siendo una secta sin futuro, condenada a morir de una muerte hermosa, o se descompondrá en varios segmentos atraídos hacia el trotskismo, el anarquismo o el consejismo, o se orientará resueltamente hacia la Izquierda Comunista. Como secta híbrida entre un conejo y un pez (según el dicho francés), desdeñosa de la realidad actual, el FOR no es un grupo viable. Sólo podemos esperar, y aportaremos todo lo que podamos a ello, que el FOR se oriente hacia una verdadera confrontación con el medio revolucionario. Para ello, debería hacer una crítica de su actitud negativa en 1978, en la Segunda Conferencia de grupos de la Izquierda Comunista.
El medio proletario tiene mucho que ganar si los elementos revolucionarios como el FOR no se pierden y pueden unirse a las fuerzas revolucionarias existentes, las de la Izquierda Comunista. La brutal aceleración de la historia está haciendo que el FOR se enfrente a sus responsabilidades históricas. Lo que está en juego es su existencia y, sobre todo, la supervivencia de las jóvenes energías revolucionarias que le componen.
Ch.
[1] Hay que aclarar que el grupo que se llamó Izquierda Comunista de España que publicaba la revista Comunismo no se reivindicaba de las posiciones de la Izquierda Comunista sino de la Oposición de Izquierdas de Trotski. Dentro de este medio se produjo una evolución, la más próxima a una posición proletaria fue la del grupo que formaría la Sección Bolchevique Leninista donde militaría Munis la cual, más allá de sus importantes confusiones, supo adoptar una posición proletaria ante la matanza estalinista de la lucha de mayo 1937. Para analizar estos acontecimientos se puede ver nuestro libro 1936: Franco y la República masacran al proletariado, donde hay referencias y polémicas sobre las posiciones de Munis. https://es.internationalism.org/cci/200602/539/espana-1936-franco-y-la-republica-masacran-al-proletariado [2] . Referente a los textos de los grupos en España ligados a la Oposición de Izquierdas se pueden consultar textos de la época [3].
[2] Los militantes del FOR que ironizaron sobre la "falsa trayectoria" de Revolution Internationale -el título del panfleto que presentaron en la segunda conferencia de grupos de la Izquierda Comunista- harían mejor en analizar la falsa trayectoria de los trotskistas españoles antes de 1940 (consultar los textos citados por el propio Munis en su libro Jalones y en el libro de Broue La Revolution Espagnole, ediciones Les Éditions de Minuit 1975)
[3] Este fue el Partito Communista Internazionalista de Damen, que surgió de la división de 1952 con la fracción de Bordiga que publica Battaglia Communista
[4] Por un Segundo Manifiesto Comunista (en francés y español), Eric Losfeld, París 1965; Los Sindicatos contra la Revolución de B. Peret y G. Munis, Eric Losfeld, París 1968. Publicar los textos de Peret de los años 50 (que se encuentran en esta última selección) en Libertaire, órgano de la federación anarquista, era más que tan solo un poco ambiguo. Les da un aura revolucionaria a los elementos anarcosindicalistas que ya eligieron su bando en la guerra antifascista en España en los años 36-37 y que siguen elogiando a la CNT
[5] Estas publicaciones desaparecieron tras la muerte de Munis y ya no han vuelto a aparecer desde entonces (finales de los años 80).
[6] Cf. texto criticando a la IV Internacional publicado en México entre 1946 y 1949.
[7] Cf. RI 25, 1981 `Crítica de Munis y el FOR' que se puede encontrar en francés en papel; en el libro nuestro sobre 1936, mencionado en la nota 1 se puede encontrar en el capítulo V `Crítica de Jalones de Derrota, Promesas de Victoria', el libro de Munís sobre la guerra en España. https://es.internationalism.org/cci/200602/753/1critica-del-libro-jalones-de-derrota-promesas-de-victoria [4]
[8] Ver nota 7
[9] No es casualidad que el trotskista Broue retome la afirmación de Munis de que existían "comités de gobierno" equivalentes a consejos obreros, para probar la existencia de una "Revolución Española", cf. Broue, La Revolución Española 1931-39, ediciones Flammarion 1973, p. 71.
[10] Aquí FOR cae en una visión autogestionaria. Ver nuestra denuncia de las colectividades anarquistas de 1936 en El mito de las colectividades anarquistas, https://es.internationalism.org/cci/200602/755/3el-mito-de-las-colectividades-anarquistas [5]
[11] En 1936 en Francia hubo una serie de huelgas de ocupación de fábricas que no fueron más allá y donde los obreros se dejaron embaucar por el nacionalismo y el antifascismo. Ver 1936: frentes populares en Francia y en España - Cómo movilizó la izquierda a la clase obrera para la guerra, https://es.internationalism.org/revista-internacional/200608/1046/1936-frentes-populares-en-francia-y-en-espana-como-movilizo-la-izq [6]
[12] 2ª Conferencia de grupos de la Izquierda Comunista, noviembre de 1978. El FOR, habiendo decidido permanecer 'al margen de la conferencia', finalmente la abandonó poco después de su inicio, sin querer reconocer la crisis del capitalismo. Ver https://es.internationalism.org/tag/21/542/conferencias-de-los-grupos-de-la-izquierda-comunista [7]
[13] "... la escuela del proletariado no es nunca una reflexión teórica o una experiencia acumulada y luego interpretada, sino el resultado de sus propias realizaciones en el fragor de la lucha. La existencia precede a la consciencia de aquella para la inmensa mayoría de sus protagonistas...”
"... En resumen, la motivación material para la liquidación del capitalismo está dada por el declive (?) de la contradicción entre el capitalismo y la libertad del género humano," (Alarma nº 13, Julio-Septiembre 1981, `Organización y conciencia revolucionaria')
[14] Este documento tomó la forma de libro y está publicado en francés e inglés. Se puede solicitar escribiendo a nuestra dirección: [email protected] [8]
La formidable armada desplegada por el bloque occidental en el golfo Pérsico nos ha recordado con brutalidad la naturaleza esencial del sistema capitalista, un sistema que desde su entrada en la decadencia en los inicios del siglo xx ha conducido el planeta hacia una militarización creciente de toda la sociedad, ha esterilizado o destruido considerables proporciones de trabajo humano, ha transformado el planeta en auténtico barril de pólvora.
La formidable armada desplegada por el bloque occidental en el golfo Pérsico (véase el editorial de la Revista Internacional nº 51) nos ha recordado con brutalidad la naturaleza esencial del sistema capitalista, un sistema que desde su entrada en la decadencia en los inicios del siglo xx ha conducido el planeta hacia una militarización creciente de toda la sociedad, ha esterilizado o destruido considerables proporciones de trabajo humano, ha transformado el planeta en auténtico barril de pólvora. Cuando los grandes discursos son pronunciados por parte de los principales gobiernos del mundo acerca de la limitación de armamentos o incluso llegando a hablar de desarme, los acontecimientos de Oriente Próximo proporcionan un claro desmentido sobre la ilusión de una “atenuación” de las tensiones militares e ilustran de manera patente uno de los componentes más importantes de lo que hoy está en juego en el plano imperialista: la ofensiva del bloque americano con el objetivo de proseguir el cerco del bloque ruso, lo cual exige en primer lugar meter en cintura a Irán. Estos acontecimientos, gracias a la destacada cooperación de las fuerzas navales de los principales países occidentales, ponen de relieve también que las rivalidades económicas que se agudizan entre esos mismos países no impiden su solidaridad como miembros de un mismo bloque imperialista mientras que al mismo tiempo, el clima belicista que impregna todo el planeta no se traduce sólo en tensiones bélicas entre los grandes bloques sino que repercute igualmente en enfrentamientos entre ciertos países ligados a un mismo bloque, como es el caso en el conflicto entre Irán e Irak y, detrás de éste, los principales países occidentales.
El artículo siguiente se propone tratar todos esos temas esenciales para la clase obrera, su combate y su toma de conciencia.
Desde sus orígenes el movimiento obrero ha prestado una atención especial a las diferentes guerras entre las naciones capitalistas. Citando un solo ejemplo, se pueden recordar las tomas de posición de la primera organización internacional de la clase obrera, la AIT ante la guerra de Secesión en Estados Unidos en 1864 ([1]) y sobre la guerra franco-alemana de 1870 ([2]). Sin embargo la actitud de la clase obrera ante las guerras burguesas ha evolucionado en la historia, yendo del apoyo a algunas de ellas a un rechazo categórico a toda participación. Así en el siglo pasado (xix), los revolucionarios pudieron realizar llamamientos a los obreros para que aportasen su apoyo a una u a otra de las naciones beligerantes (a favor del Norte contra el Sur en la guerra de Secesión norteamericana, a favor de Alemania contra Francia durante el Segundo Imperio en los inicios del enfrentamiento de 1870), mientras que la posición de base de todos los revolucionarios durante la Primera Guerra Mundial fue justamente el rechazo y la denuncia de todo apoyo a uno u otro de los campos beligerantes.
Esa modificación de la posición de la clase obrera ante las guerras se vivió precisamente en 1914, fecha que provocó la brecha decisiva en los partidos socialistas (y especialmente en la socialdemocracia alemana) entre aquellos que rechazaban todo tipo de participación en la guerra, los internacionalistas, y aquellos que reivindicaban las antiguas posiciones del movimiento obrero para así defender mejor a la burguesía nacional ([3]), este cambio se debió en realidad a la transformación de la propia naturaleza de las guerras, estrechamente relacionada con la transformación del capitalismo entre su período de ascenso y su período de decadencia ([4]).
Esa transformación del capitalismo y, por lo tanto, de la naturaleza de la guerra fue reconocida por los revolucionarios desde el inicio del siglo y especialmente durante la Primera Guerra Mundial. Sobre ese análisis, en especial, se basó la Internacional Comunista para afirmar la actualidad de la revolución proletaria. Desde sus orígenes la CCI reivindica ese análisis y en particular a las posiciones de la Izquierda Comunista de Francia que, ya en 1945, se pronunció de manera muy clara sobre la naturaleza y las características de la guerra en el período de la decadencia del capitalismo:
“En la época del capitalismo ascendente, las guerras (nacionales, coloniales y las conquistas imperialistas) experimentan la marcha ascendente de fermentación, de reforzamiento y ampliación del sistema económico capitalista. La producción capitalista encontró en la guerra la continuación de su política económica por otros medios. Cada guerra se justificaba y financiaba sus gastos abriendo un nuevo campo para una mayor expansión, asegurando el desarrollo de una producción capitalista mayor.
En la época del capitalismo decadente, la guerra igual que la paz, expresa esa decadencia y contribuye en acelerarla poderosamente.
Sería erróneo ver en la guerra un fenómeno en sí, negativo por definición, destructor y obstáculo al desarrollo de la sociedad, en oposición a la paz, que sería presentado como el curso normal positivo del desarrollo continuo de la producción de la sociedad. Sería introducir un concepto moral en un curso objetivo, económicamente determinado.
La guerra fue el medio indispensable para el capitalismo de abrirle posibilidades de desarrollo ulterior, en la época en la que estas posibilidades existían y no podían abrirse camino sino mediante la violencia. Al mismo tiempo el hundimiento del mundo capitalista, tras haber agotado históricamente todas las posibilidades de desarrollo, encuentra en la guerra moderna, la guerra imperialista, la expresión de ese hundimiento que, sin abrir ninguna posibilidad de desarrollo ulterior para la producción, no hace sino hundir en el abismo las fuerzas productivas y acumular a un ritmo acelerado ruinas sobre ruinas.
No existe una oposición fundamental en el régimen capitalista entre guerra y paz, sino que existe una diferencia entre dos fases, una ascendente y otra decadente, de la sociedad capitalista y, por lo tanto, una diferencia de función de la guerra (en relación a la guerra y a la paz) entre estas dos fases respectivas.
Si durante la primera fase, la guerra tiene por función asegurar la ampliación del mercado de cara a una más amplia producción de bienes de consumo, durante la segunda fase, la producción gravita esencialmente sobre la producción de medios de destrucción, es decir para la guerra. La decadencia de la sociedad capitalista encuentra su expresión más impactante en que a diferencia de las guerras para el desarrollo económico (período ascendente), la actividad económica se limita esencialmente a la guerra (período decadente).
Esto no quiere decir que la guerra se haya convertido en el fin de la producción capitalista, el fin sigue siendo para el capitalismo la producción de plusvalor, lo que significa que la guerra adquiere un carácter permanente, y se ha convertido en el modo de vida del capitalismo decadente” ([5]).
Esas líneas se escribieron en julio de 1945, cuando la guerra mundial acababa apenas de terminar en Europa y proseguía todavía en Extremo Oriente. Todo lo que ha pasado desde entonces no ha hecho sino confirmar, con creces, el análisis que en ellas se expresaban, mucho más allá de lo que anteriormente pudo haberse conocido. En efecto mientras que al día siguiente de la guerra mundial se pudo asistir, hasta el inicio de los años 30, a cierta atenuación de los antagonismos interimperialistas al mismo tiempo que a una reducción significativa de los armamentos en el mundo, nada de eso ocurrió al día siguiente de la Segunda Guerra Mundial. Las cerca de 150 guerras que, desde que se restableció la “paz”, ha habido en el mundo ([6]), con sus decenas de millones de muertos, han probado ampliamente que “no existe una oposición fundamental en el régimen capitalista entre la guerra y la paz” y que “la guerra, al ser permanente, se ha convertido en el modo de la vida del capitalismo decadente”. Y lo que caracteriza a todas esas guerras, como las dos guerras mundiales, es que en ningún momento, al contrario que las del siglo xix, permitieron el menor progreso en el desarrollo de las fuerzas productivas; al contrario el único resultado que han tenido son las destrucciones masivas, dejando completamente exangües a los países en donde ocurrieron (sin contar las horribles masacres que acarrearon). Entre una multitud de ejemplos de guerras sucedidas desde 1945, puede servir de ejemplo la de Vietnam que debía permitir, según decían los que en los años 60 y 70 manifestaban con las banderas del FNL, la construcción de un país nuevo y moderno, donde los habitantes serían liberados de las calamidades que les habían abrumado durante el antiguo régimen de Saigón. Tras la reunificación del país en 1975, no sólo las poblaciones vietnamitas no han conocido la paz (los antiguos “ejércitos de liberación” se convirtieron en ejército de ocupación en Camboya), sino que además su situación económica no ha dejado de degradarse hasta el punto de que, en su último congreso, el partido dirigente se ha visto obligado a reconocer la quiebra de la economía.
Con todo lo catastróficas que hayan sido, las destrucciones provocadas por las diferentes guerras habidas desde 1945, y que han afectado sobre todo a los países débilmente desarrollados, son menores, evidentemente, que las de la Primera y sobre todo que las de la Segunda Guerra Mundial que afectaron sobre todo a los países más desarrollados del mundo, especialmente los de Europa occidental. Esas dos guerras, a diferencia de las del siglo xix, por ejemplo la de 1870 entre Francia y Alemania, son la imagen viva de las transformaciones sufridas por el capitalismo de aquella época. Así la guerra de 1870, al permitir la reunificación de Alemania fue para este país una de las condiciones más importantes de su formidable desarrollo de finales del siglo xix, mientras que para el país vencido, Francia, no tuvo consecuencias realmente negativas a pesar de los 5 mil millones de francos-oro pagados a Alemania por la repatriación de sus tropas. Fue durante las tres últimas décadas del siglo xix cuando Francia conocerá su desarrollo industrial más importante (ilustrado especialmente durante las exposiciones universales de París en 1878, 1889 y 1900).
Por el contrario las dos grandes guerras de este siglo, que al inicio enfrentaron a los dos mismos antagonistas, tuvieron por consecuencia principal no un nuevo paso hacia delante en el desarrollo de las fuerzas productivas, sino en primer lugar una devastación sin precedentes de tales fuerzas, y ante todo de la principal de ellas, la clase obrera.
Ese fenómeno fue ya flagrante durante la Primera Guerra Mundial. En la medida en que son las principales potencias capitalistas las que se enfrentan, la mayor parte de los soldados caídos en el frente eran obreros en uniforme. La sangría de la guerra para la clase obrera no sólo se debió a la brutalidad de los combates y a la “eficacia” de las nuevas armas utilizadas durante ella (blindados, armas químicas…), sino también al elevado grado de movilización que exigió. Al contrario de las guerras del pasado que no habían arrojado a los combates sino una proporción relativamente débil de la población masculina, será la casi totalidad de la población activa la afectada por la movilización general ([7]) y en los combates murió o quedó herida gravemente más de la tercera parte.
Por otro lado, aunque la Primera Guerra Mundial se extendió por un pequeño territorio occidental, evitando así la destrucción de las principales regiones industriales, se concretó, sin embargo, en una caída de cerca del 30% de la producción europea, una caída debida sobre todo a la sangría que significó para la economía tanto el envío al frente de lo esencial de la clase obrera como del uso de más del 50% del potencial industrial en la fabricación de armamentos, lo que se tradujo en una caída vertiginosa de las inversiones productivas que acarreó a su vez el envejecimiento, el desgaste extremo y el no reemplazo de instalaciones industriales.
Expresión del hundimiento del sistema capitalista en su decadencia, las destrucciones de la Segunda Guerra Mundial alcanzaron una escala mucho más amplia que las de la Primera. Si bien, en algunos países como Francia, hubo menos muertos que durante la Primera Guerra Mundial debido a que fue rápidamente vencida desde el inicio de las hostilidades, el número total de muertos fue casi cuatro veces mayor (unos 50 millones). Las pérdidas de un país como Alemania, la nación más desarrollada de Europa, donde vive el proletariado más numeroso y concentrado, se elevan a más de 7 millones, tres veces más que entre 1914 y 1918, entre los cuales 3 millones de civiles. Porque, en su barbarie creciente, el capitalismo ya no se contenta con devorar simplemente a los proletarios en uniforme, sino que es, desde entonces, toda la población obrera la que no es sólo movilizada para el esfuerzo de guerra (como lo fue durante el curso de la Primera Guerra Mundial) sino que paga directamente también el precio de la sangre. En algunos países, la proporción de civiles muertos supera con creces la de los soldados muertos en el frente: por ejemplo de los 6 millones de desaparecidos en Polonia (el 22% de la población) “sólo” 600.000 (por decirlo así) murieron en los combates. En Alemania por ejemplo murieron 135.000 seres humanos (más que en Hiroshima) durante las 14 horas (en tres oleadas sucesivas) que duró el bombardeo de Dresde el 13 de febrero de 1945. Casi todos civiles, claro está, y obreros en su inmensa mayoría. Los barrios obreros fueron, por cierto, los preferidos de los bombardeos aliados pues esto permitió al mismo tiempo debilitar el potencial de producción del país con menos coste que el ataque a las instalaciones industriales con frecuencia subterráneas y bien protegidas por la defensa antiaérea (aunque obviamente estas instalaciones también fueron bombardeadas) y, a la vez, destruir la única fuerza susceptible de rebelarse contra el capitalismo al final de la guerra, como ya lo había hecho entre 1918 y 1923 en ese mismo país.
En un plano material, los daños son obviamente considerables. Por ejemplo si Francia tuvo un número “limitado” de muertos (600.000 de los que 400.000 civiles) su economía se arruinó debido especialmente a los bombardeos aliados. La producción industrial bajó cerca de la mitad. Numerosos barrios urbanos eran ruinas: más de un millón de edificios dañados. Todos los puertos fueron sistemáticamente bombardeados o saboteados y obstruidos por barcos hundidos. De 83.000 kilómetros de vías férreas, 37.000 quedaron inservibles, así como 1900 viaductos y 4000 puentes de carretera. El parque ferroviario, locomotoras y vagones, se redujo a la cuarta parte de lo que era en 1938.
Alemania se puso también en cabeza de las destrucciones materiales: 750 puentes fluviales fueron destruidos de un total de 948, 2400 puentes ferroviarios y 3400 kilómetros de vías férreas (sólo en el sector ocupado por los aliados occidentales); de 16 millones de viviendas, cerca de 2 millones y medio quedaron inhabitables y 4 millones deterioradas; sólo se salvó la cuarta parte de la ciudad de Berlín y sólo Hamburgo sufrió más daños que toda Gran Bretaña. De hecho fue toda la vida económica del país la que se desarticuló provocando una situación de extremo desamparo material nunca antes vivida por la población.
“… En 1945, la desorganización era general y dramática. La recuperación fue difícil por la ausencia de materias primas, el éxodo de las poblaciones, la práctica ausencia de mano de obra cualificada, la parálisis de la circulación, el derrumbe de la administración… El marco alemán dejó de tener valor, se comerciaba mediante el trueque, el tabaco americano sirvió de moneda: la subalimentación era general; Correos ya no funcionaba; las familias vivían en la ignorancia sobre el destino de sus seres queridos, víctimas del éxodo o prisioneros de guerra; el paro general no permitía encontrar de qué vivir; el invierno de 1945-46 será especialmente duro, el carbón y la electricidad faltaban a menudo… sólo 39 millones de toneladas de hulla fueron extraídas y se fabricarán 3 millones de toneladas de acero en 1946; el Ruhr trabajaba a un 12% de su capacidad” ([8]).
Este cuadro –muy incompleto– de las devastaciones provocadas por las dos guerras mundiales y en especial por la última, ilustra de una forma especialmente cruda los cambios fundamentales que se produjeron sobre la naturaleza de la guerra entre los siglos xix y xx. Mientras que durante el siglo xix las destrucciones y el coste de la guerra no eran otra cosa que los “gastos imprevistos de la expansión capitalista” –gastos imprevistos que por lo general eran ampliamente rentabilizados, en cambio, ya desde principios del siglo xx se trata de considerables sangrías que arruinan a los beligerantes, ya se trate de los “vencedores” o de los “vencidos” ([9]). El hecho de que las relaciones de producción capitalista hayan cesado de ser la condición para el desarrollo de las fuerzas productivas y que al contrario se hayan convertido en un pesado lastre para ese desarrollo, se expresa, de un modo que no puede ser más claro, en los estragos que sufren los países que se encuentran en el corazón del desarrollo histórico de estas relaciones de producción: los países de Europa occidental. Para estos países, en especial, cada una de las dos guerras se tradujo en un retroceso importante de su peso relativo a escala mundial, tanto en lo económico y financiero como en lo militar a favor de Estados Unidos, del que de manera creciente serán dependientes. A fin de cuentas, la ironía de la historia ha querido que los dos países que más han destacado económicamente tras la Segunda Guerra Mundial a pesar de las considerables destrucciones que sufrieron fueron los dos grandes países vencidos de esta guerra: Alemania (amputada además de sus provincias orientales) y Japón. En este fenómeno paradójico existe una explicación que, lejos de desmentir nuestro análisis, lo confirma ampliamente.
En primer lugar, la recuperación de esos países sólo pudo realizarse gracias al apoyo masivo económico y financiero de Estados Unidos sobre todo mediante el plan Marshall. Apoyo que fue uno de los medios esenciales por los cuales esa potencia se aseguró una fidelidad sin fisuras por parte de aquellos países. Por sus propias fuerzas los países de Europa occidental y Japón habrían sido totalmente incapaces de obtener los “éxitos” económicos que conocieron. Pero estos éxitos se explican también, y sobre todo especialmente para Japón, por el hecho de que, durante todo un período, el esfuerzo militar de esos países –países vencidos– fue expresamente limitado por parte de los países “vencedores” a un nivel muy inferior al que éstos mantenían. Por eso la parte del PNB de Japón dedicada al presupuesto militar no ha superado nunca después de la guerra el umbral del 1%, algo muy inferior a lo que han dedicado el resto de las demás principales potencias.
Nos encontramos pues con una de las características más importantes del capitalismo en su período de decadencia tal y como fue analizada por los revolucionarios en el pasado: el enorme fardo que representa para su economía los gastos militares, no sólo en los períodos de guerra sino también en los períodos de “paz”. Al contrario de lo que podía escribir Rosa Luxemburg en La acumulación del Capital (y es la única crítica importante que se puede hacer a dicho libro) el militarismo no representa en absoluto un campo de acumulación para el capitalismo. Al contrario mientras que los bienes de producción o los bienes de consumo pueden incorporarse en el ciclo productivo como capital constante o capital variable, los gastos armamentísticos son un puro despilfarro desde el punto de vista del capital, puesto que su único propósito es convertirse en humo (incluso en sentido propio) y eso cuando no son responsables de destrucciones masivas. Esto se ilustra en un sentido “positivo” en el caso de Japón que ha podido dedicar lo esencial de su producción, especialmente en los sectores de alta tecnología, en desarrollar las bases de su aparato productivo, lo que explica (más allá de los bajos salarios pagados a sus obreros) los resultados de sus mercancías en el mercado mundial. Esta realidad se ilustra de modo claro, pero de forma negativa esta vez, en el caso de un país como la URSS cuyo atraso actual y lo agudo de sus dificultades económicas son el resultado, en una gran medida, de la enorme punción de la producción de armas: mientras que las máquinas más modernas, los obreros y los ingenieros más cualificados están casi todos movilizados en la producción de tanques, aviones o misiles, quedan pocos medios para fabricar, por ejemplo, repuestos para tractores inmovilizados o construir vagones para evitar que las cosechas se pudran en los lugares de cultivo mientras que hay enormes colas delante de las tiendas de las ciudades. No es casualidad si, hoy, la URSS intenta desembarazarse del lastre que representan para su economía los gastos militares tomando la iniciativa de un cierto número de negociaciones con los Estados Unidos para reducir los armamentos.
Y la primera potencia mundial tampoco puede evitar las consecuencias catastróficas de los gastos de armamentos para su economía: su enorme déficit presupuestario no ha cesado de progresar desde los años 80 (y que después de haber permitido la “recuperación” tan alabada de 1983, aparece hoy claramente como una de las responsables de la agravación de la crisis) y acompaña con un notable paralelismo al considerable incremento de los presupuestos de defensa desde entonces. El acaparamiento por el sector militar de la flor y la nata de las fuerzas productivas (potencial industrial y científico) no es sólo algo propio de la URSS: la situación es idéntica en Estados Unidos (la diferencia consiste en que el nivel tecnológico que se utiliza en la fabricación de los tanques en la URSS es el que se utiliza en la fabricación de los tractores en Estados Unidos y que los ordenadores para el “gran público” americano son copiados por la URSS para sus necesidades militares. En EE.UU, por ejemplo, el 60% de las inversiones públicas de investigación se dedican oficialmente al armamento (95% en realidad); el centro de investigación atómica de Los Álamos (el que fabricó la primera bomba A) es sistemáticamente el beneficiario del primer ejemplar de cada uno de los ordenadores más potentes del mundo (Cray I y Cray II, Cray III); el organismo CODASYL que definió en los años 60 el lenguaje de programación informático COBOL (uno de los más utilizados en el mundo) estaba dominado por los representantes del ejército estadounidense; el nuevo lenguaje ADA, que está llamado a convertirse en uno de los “estándares” de la informática mundial es un encargo directo del Pentágono… La lista podría alargarse aún más con ejemplos que demostrarían la subordinación de los sectores puntas de la economía a lo militar, evidenciando la considerable esterilización de las fuerzas productivas, en especial aquellas con más rendimiento, que supone la industria armamentística en EE.UU como en el resto de países ([10]).
En efecto esos datos sobre la primera potencia mundial no son sino una ilustración general de los fenómenos más destacados del capitalismo en su fase de decadencia: incluso en su período de “paz” el sistema está carcomido por el cáncer del militarismo. A nivel mundial, según las estimaciones de la ONU, 50 millones de personas están ocupadas en el sector de la defensa, de las que 500.000 son científicos. En el año 1985, se gastaron 820.000 millones de dólares en el mundo para la guerra (es decir casi el equivalente a toda la deuda del Tercer Mundo).
Esta locura se amplifica de año en año: desde el inicio del siglo xx los gastos militares (a precio constante) se han multiplicado por 35.
La progresión permanente de los gastos armamentísticos se concreta especialmente en el hecho de que hoy, Europa –que sería el escenario central de una eventual Tercera Guerra Mundial– dispone de un potencial de destrucción incomparablemente más elevado que en el momento del estallido de la Segunda Guerra Mundial: 215 divisiones (contra 140), 11.500 aviones y 5200 helicópteros (contra 8700 aviones), 41600 carros de combate (contra 6000) a los que hay que añadir 86000 vehículos blindados de todo tipo. A esas cifras hay que añadir, sin contar las fuerzas navales, 31.000 piezas de artillería, 32.000 piezas anticarro y misiles de todo tipo, “convencionales” y nucleares. Las armas nucleares no desaparecerán ni siquiera si se realizara el reciente acuerdo entre la URSS y Estados Unidos sobre la eliminación de los misiles balísticos de medio alcance. Junto a todas las bombas transportadas por los aviones y los misiles de corta distancia, Europa seguirá amenazada por 20000 ojivas “estratégicas” transportadas por submarinos y misiles intercontinentales así como por decenas de miles de obuses y minas nucleares. Si una guerra estallara en Europa, aunque no sea nuclear, provocaría sobre el continente matanzas terribles (especialmente por la utilización de armas químicas y por nuevos explosivos llamados “casi nucleares” de una potencia sin comparación posible con los explosivos clásicos pero también con la parálisis de toda la actividad económica que hoy depende del transporte y de la distribución de electricidad, que se paralizarían: ¡la población superviviente a los bombardeos se moriría de hambre! Alemania, especialmente, que sería el escenario principal de los combates, quedaría prácticamente borrada del mapa. Pero una guerra de este tipo no se limitaría simplemente en emplear ese tipo de armas convencionales. Desde el momento en que uno de los campos viese degradarse su situación, tendría que utilizar primero su arsenal nuclear “táctico” (artillería con obuses nucleares y misiles de corto alcance con cargas de “débil” potencia) para ver como llegaban, rápidamente respuestas equivalentes por parte del adversario, empleando su arsenal “estratégico” compuesto por una decena de misiles cargados con una “fuerte” potencia: lo que sucedería sería simple y llanamente la destrucción de la humanidad ([11]).
Un guion así, con todo lo demencial que parezca, es de lejos el más probable en caso de que estallase una guerra en Europa: es por ejemplo el que ha pensado la OTAN en caso de que sus fuerzas fuesen superadas por el Pacto de Varsovia en caso de enfrentamiento entre tropas convencionales en esta región del mundo (el concepto estratégico que se utiliza es el de “respuesta graduada”). No hay que hacerse ninguna ilusión acerca de un posible “control” por parte de los dos bloques en caso de que se diese ese tipo de escalada: las dos guerras mundiales y en especial la última –que acabó con los bombardeos nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki- nos han mostrado ya lo absurdo que representa para la sociedad, desde el inicio de siglo XX, el modo de producción capitalista. Y esto no se expresa sólo por el peso más aplastante del militarismo sobre la economía, ni por el hecho de que la guerra haya perdido toda racionalidad económica real, se manifiesta también en la incapacidad de la clase dominante para controlar el engranaje que conduce a la guerra total. Pero si esta tendencia no es nueva, su pleno desarrollo que acompaña el hundimiento del capitalismo en su decadencia, introduce un nuevo elemento: la amenaza de una destrucción de la humanidad que sólo la lucha del proletariado puede impedir.
La segunda parte de este artículo se dedicará a evidenciar las características actuales de los enfrentamientos interimperialistas y especialmente el significado que adquiere en este contexto el despliegue de la armada occidental en el Golfo Pérsico.
RM, 30 de noviembre de 1987
[1] Ver la carta enviada el 29 de noviembre de 1864 en nombre del Consejo General de la A.I.T. (Asociación Internacional de los Trabajadores, la Iª Internacional) a Abraham Lincoln en ocasión de su reelección y la Carta al presidente Andrew Johnson el 13 de mayo de 1865.
[2] Ver los dos informes del Consejo General sobre la guerra franco-prusiana del 23 de julio y del 9 de septiembre de 1870.
[3] De esta manera saludaba la prensa oficial socialdemócrata la guerra contra Rusia en 1914: “La socialdemocracia alemana lleva acusando desde hace mucho tiempo al zarismo de ser la sangrienta muralla de la reacción europea, desde la época de Marx y Engels cuando seguían todos los hechos y gestos de este régimen bárbaro con sus análisis penetrantes… Ha llegado ya la hora de acabar con esta sociedad espantosa bajo las banderas de guerra alemanas” (Frankfurter Volksstimme 31 de julio, citado por Rosa Luxemburg en La crisis de la Socialdemocracia). A lo que Rosa Luxemburg respondía: “El bloque socialdemócrata caracterizó la guerra como de defensa de la nación alemana y la cultura europea, después de lo cual la prensa socialdemócrata procedió a bautizarla “salvadora de las naciones oprimidas”. Hindenburg pasó a ser el albacea de Marx y Engels.” (Ídem). Igualmente Lenin podía escribir en 1915: “Los socialchovinistas rusos (con Plejánov a la cabeza) se remiten a la táctica de Marx con respecto a la guerra de 1870; los alemanes (por el estilo de Lensch, David y Cía.) invocan la declaración de Engels en 1891, sobre el deber de los socialistas alemanes de defender la patria en caso de guerra contra Rusia y Francia coaligadas (…); … Quienes invocan hoy la actitud de Marx ante las guerras de la época de la burguesía progresista y olvidan las palabras de Marx, de que "los obreros no tienen patria" –palabras que se refieren precisamente a la época de la burguesía reaccionaria y caduca, a la época de la revolución socialista–, tergiversan desvergonzadamente a Marx y sustituyen el punto de vista socialista por un punto de vista burgués” (V. I. Lenin, El socialismo y la guerra, (La actitud del P. O. S. D. R. ante la guerra, https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/1915sogu.htm [11]).
[4] Por eso, corrientes políticas, como el bordiguismo o el GCI, son hoy todavía incapaces de comprender el carácter decadente del modo de producción capitalista por lo que también son incapaces de entender cómo, desde posiciones igualmente proletarias, Marx podía apoyar a Alemania contra Francia a principios de la guerra de 1870 (cuando Napoleón III aún no había sido derribado y antes de que Prusia invadiese Francia) y Lenin denunciar toda participación en la Primera Guerra Mundial.
[5] Informe de la Conferencia de julio de 1945 de la Gauche Communiste de France, recogido en el informe sobre el Curso Histórico adoptado durante el 3º Congreso de la CCI, Revista Internacional nº 18, 3º trimestre de 1979.
[6] La lista de todas estas guerras bastaría para llenar una página completa de esta Revista. A título ejemplificador podemos citar algunas entre las más sangrientas: las guerras de Indochina y África del Norte entre 1945 y 1962, que condujeron a la salida de Francia de aquella zona; las cinco guerras en las que se ha visto implicado el Estado de Israel contra los países árabes (1948, 1957, 1966, 1973 y 1982); las guerras del Vietnam y Camboya entre 1963 y 1975 (en este último país tras la intervención de Vietnam en 1978 la guerra continúa todavía); la guerra breve pero muy sangrienta entre China y Vietnam en los inicios de 1979; la guerra en Afganistán que dura ya 8 años; y la que enfrenta a Irán e Irak que dura ya 7 años. Se podrían citar además los múltiples conflictos en los que la India se ha visto involucrada tras su independencia (guerras contra Pakistán en Cachemira, en Bangladesh) y últimamente la guerra contra los tamiles en Sri Lanka. A este cuadro hay que añadir necesariamente las decenas de guerras que han devastado y continúan devastando el África negra y el África del Nordeste: Angola, Mozambique, Uganda, Congo, Etiopía, Somalia…, sin olvidar Chad.
[7] por ejemplo, las guerras napoleónicas que fueron las más importantes del siglo XIX, no involucraron a más de 500.000 hombres en Francia, para una población total de 30 millones de personas, mientras que en el curso de la Primera Guerra Mundial fueron más de 5 millones de soldados los movilizados, de una población francesa total de 39.200.000.
[8] H.Michel, La Seconde Guerre mondiale, PUF, capítulo sobre "El derrumbe de Alemania").
[9] Ya fuera durante la Primera Guerra Mundial como durante la Segunda el único país que puede considerarse vencedor fue Estados Unidos, cuyo nivel de producción al día siguiente de los conflictos era netamente superior al de antes. Pero este país, con todo lo importante que fue su papel en estas guerras, sobre todo en la Segunda, se vio beneficiado por un privilegio imposible para los países en el origen del conflicto: su territorio está a miles de kilómetros de distancia de las zonas de guerra, lo que le permitió evitar tanto las pérdidas de civiles como la destrucción de su potencial industrial y agrícola. El otro “vencedor” de la Segunda Guerra Mundial, la URSS, que accedió al final de la guerra al rango de potencia mundial, pagó con creces su “victoria” con el enorme precio de 20 millones de muertos y destrucciones materiales considerables, lo que contribuyó ampliamente en mantener su economía lejos detrás de la de Europa occidental e incluso detrás de sus propios “satélites”.
[10] La tesis de las “repercusiones tecnológicas positivas” para la economía y el sector civil de la investigación militar es puro cuento que se desmiente cuando se compara la competitividad tecnológica civil de Japón y de la RFA (que dedican entre el 0,01% y el 0,10% del PNB a la investigación militar) con la de Francia y Gran Bretaña (0,46% et 0,63%).
[11] Los estudios sobre las consecuencias de un conflicto nuclear generalizado ponen de relieve que 3 mil millones (de 5 mil millones) de seres humanos que sobrevivirían el primer día no podrían hacerlo a las sucesivas calamidades que se producirían en los días siguientes: radiactividad, rayos ultravioletas mortales tras la desaparición de la capa de ozono de la atmósfera, la glaciación debido a la nube de polvo que caería sobre toda la tierra sumiéndola en una larguísima noche. La única forma de vida que subsistiría sería la de las bacterias, o en el mejor de los casos de los insectos.
Los medios de comunicación, los telediarios, la prensa entera rebosa de noticias. Desde hace un año, poco a poco se entera uno de cantidad de cosas sobre el pasado nazi del presidente austriaco K. Waldheim; además, en cada país, siempre hay una serie de “noticias importantísimas” que llenan los periódicos durante semanas (por ejemplo, en Francia y Gran Bretaña, las disquisiciones interminables sobre el insulto que Chirac dirigió a Thatcher). En cambio, hay que ser asiduo lector de varios periódicos y muy escudriñador para descubrir las escasísimas noticias referentes a las miserias cotidianas y a las luchas de millones de personas. A veces, en un rincón de tal periódico, se entera uno de que tal huelga se ha acabado..., huelga de la que nadie había oído hablar cuando empezó. O, también, ocurre, por ejemplo, que con ocasión de un artículo sobre el Partido Socialista portugués, uno se entera de que ese país está siendo zarandeado por una marea de descontento social (Febrero del 88). Y cuando las noticias de luchas o de revueltas obreras ya no pueden ser censuradas debido a su amplitud, a las repercusiones y el eco en la sociedad, entonces le toca el turno a las mentiras y a la desinformación más completa. Eso, cuando no son insultos contra los obreros en lucha.
La burguesía lo hace todo por ocultar la realidad de las luchas obreras. Hoy en día, la quiebra económica del capitalismo no puede seguir ocultándose. La burguesía internacional se está preparando para aumentar todavía más duramente sus ataques contra las condiciones de existencia de la humanidad entera, y, en primer término, del proletariado mundial. Con la censura de los media sobre las luchas, se procura limitar, ya que no impedir, el desarrollo de la confianza en sí mismo del proletariado, en su fuerza, en su combate.
Pero no solo son las luchas obreras lo que la burguesía intenta ocultar. A pesar del despliegue guerrero de una autentica gran armada de los principales países del bloque occidental en el golfo Pérsico frente al bloque ruso, con el pretexto de meter en cintura al Irán de Jomeini, lo que predomina en los medios de comunicación es más bien la discreción. Salvo cuando se trata de llevar a cabo una campaña propagandística determinada. Y eso, a pesar de que no pasa un día sin operaciones militares, y sin hablar de la propia continuación de la guerra Irán-Irak. Las grandes potencias están reforzando considerablemente su armamento, ocultándolo tras las campañas sobre el “desarme” Este-Oeste (cumbre Reagan-Gorbachov, cumbre de la OTAN). En todo ello, de lo que se trata es de limitar al máximo la toma de conciencia de que el capitalismo es la guerra y que si no es destruido de arriba abajo, lo único que puede ofrecer a la humanidad es una tercera guerra mundial.
El porvenir que nos esta preparando el capitalismo se plasma con todo su horror en Oriente Medio: la guerra Irán-Irak; no contentos con haber mandado a más de un millón de hombres a la muerte en el frente, ambos Estados se han lanzado con fruición a la “guerra de las ciudades”: la población civil asesinada a golpe de misil lanzado a ciegas en pleno centro de las ciudades, para “presionar al enemigo”. Y Líbano y su conocido horror cotidiano y endémico. Y ahora los “territorios ocupados” por Israel.
Denunciamos aquí la represión bestial que el estado burgués israelí está ejerciendo contra las poblaciones amotinadas de los territorios ocupados. Amotinados contra la miseria, el desempleo masivo, el hambre, la represión sistemática y bestial que en permanencia tienen que aguantar. Cerca de cien muertos. Muertos a balazos. Heridos por millares a causa de la crueldad sistemática : torturas, apaleamientos, y, muy especialmente, fracturas de brazos y de dedos de las manos con piedras, con el casco, que los soldados provocan fría y sistemáticamente, dejado a muchas personas tullidas para toda su vida. En resumen, el terror, el terror capitalista, corriente y moliente, tal como existe cotidianamente por el ancho mundo. Nada que sea excepcional, en verdad.
Pero no basta con denunciar la represión. También hay que denunciar sin la menor ambigüedad todas las fuerzas que están actuando para encauzar esa cólera, esas revueltas, hacia el callejón sin salida del nacionalismo. La O.L.P., evidentemente, pero también y sobre todo el conjunto del bloque occidental, con los USA a la cabeza, claro está, que anima a la OLP, la empuja para que se implante en los territorios ocupados, en donde su presencia era hasta ahora relativamente débil, que la empuja, ya que no a la formación de un estado palestino, al menos a que controle la población, control que Israel, por “buena voluntad” que le eche, es incapaz de garantizar. No se puede esperar de la OLP otra cosa sino el mismo terror estatal que el de Israel. La OLP ya ha dado muestras fehacientes de su capacidad de represión y mantenimiento del orden en los campos palestinos de Líbano.
Digámoslo claramente. Ya sea con Israel ya con un Estado palestino, las poblaciones de los territorios ocupados o del exilio en campos palestinos de Líbano o de otro sitio, van a soportar más miseria, más represión, más guerra permanente, de todo eso que tanto abunda y se desarrolla en esa región del mundo; o sea, lo mismo que las demás poblaciones del área. La única manera de limitar los efectos de esa creciente barbarie, estriba en la capacidad de la clase obrera de esos países para llevar tras sí a las poblaciones en el rechazo de la lógica guerrera y de la miseria. Y eso es posible; recuérdense las manifestaciones callejeras en Líbano contra las subidas de precios; y la realidad del descontento obrero en Israel que se ha plasmado ya en huelgas y manifestaciones.
En tercer lugar, queremos también denunciar al coro de llorones, de demócratas de izquierda y demás humanistas que con la “mejor voluntad” recomiendan que la represión sea más “humana”. Algo así como una represión “no violenta”. ¿Y por qué no una guerra sin muertos y sin sufrimientos?, algo así como una guerra humana, vaya. En realidad, esos individuos no son tan tontos como pudiera parecer. Son, de hecho, unos hipócritas que participan con todo su lagrimeo en la campaña mediática e ideológica del bloque occidental para que la población sea el rehén de la falsa alternativa: o Israel u OLP.
La publicidad de los media en torno a los desmanes del ejército israelí es algo conciente por parte del bloque USA: utiliza la violencia de la represión del mismo modo que utilizó las matanzas en los campos palestinos de Sabra y Chatila en Beirut en septiembre de 1982. Matanzas llevadas a cabo ante la complicidad directa de los soldados israelíes. Matanzas que sirvieron para justificar el envío a Líbano de los ejércitos US, británico, francés e italiano aquel mismo año.
La situación en los territorios ocupados significa que el Estado de Israel está, a su vez, “libanizándose”. Toda la región, todo Oriente Medio se está “libanizando”. Es toda la sociedad lo que se está descomponiendo y pudriendo. Y esa descomposición es el resultado del declive, de la putrefacción del capitalismo. Este se está pudriendo de arriba abajo. Y por todo el ancho mundo.
Quiebra económica, miseria creciente, guerra. Eso es lo que en todo su horror nos ofrece el capitalismo. Y eso, ahora que existe potencialmente en el mundo un desarrollo de fuerzas productivas suficiente para acabar con la miseria en el planeta. Es la realidad de esas contradicciones lo que forja la toma de conciencia de la clase obrera:
En el momento en que escribimos, y a pesar de la censura de hecho, establecida por el conjunto de la prensa internacional el movimiento de luchas en Gran Bretaña sigue: huelgas en el automóvil, luchas y descontento que no cesa entre las enfermeras y en los servicios públicos, en la enseñanza. Sin embargo, cabe señalar que, según las informaciones dadas por nuestros camaradas de Gran Bretaña, podemos decir que hoy el movimiento parece haber entrado en un compás de espera.
Durante los primeros días de Febrero, las enfermeras, 15 mil mineros, 7 mil marineros, 32 mil obreros de Ford y de la General Motors (Vauxhall), de Renault Truck Industries (RVI), los profesores, todos ellos se movilizan a pesar de la oposición y los sabotajes sindicales Desbordados al principio, los sindicatos obtienen una primera victoria al conseguir que la huelga en Ford quede postergada para después de la huelga nacional de las enfermeras del 3 de febrero. A pesar de la simultaneidad de las luchas, a pesar de las diferentes expresiones de solidaridad con los mineros y enfermeras, a pesar del estallido de una huelga “salvaje” el 4 de febrero en las factorías londinenses de Ford, los sindicatos acabarán haciéndose con el control de la situación, evitando el menor intento de extensión y de unificación desde Ford, verdadero corazón del movimiento. Una vez conseguido el aislamiento de los obreros de Ford, cuya vuelta al trabajo se ha obtenido gracias a una promesa de aumente de salario de un 14 % en 2 años, la posibilidad de una primera unificación de las diferentes luchas no ha podido lograrse. Ahora, los sindicatos, dueños momentáneos de la situación, están preparando una serie de jornadas de acción por sectores para así agotar la fuerte combatividad con acciones compartimentadas y sin perspectivas.
A pesar de la propaganda burguesa según la cual los obreros estarían pasivos, resignados y sin combatividad, el movimiento de luchas de Gran Bretaña viene a confirmar la existencia de una oleada internacional de luchas. Este movimiento ocurre tras el de los obreros de Bélgica en la primavera del 86, la huelga de los ferroviarios franceses del invierno pasado, las luchas obreras de la primavera de del 87 en España, tras las luchas y huelgas masivas durante todo 1987 en Italia y los movimientos de cólera y de luchas en Alemania a finales del año pasado. Y eso sin hablar de la cantidad de pequeños conflictos que ni se mencionan, pero que no dejan de ser una gran adquisición de experiencia por parte del proletariado de lo que es el capitalismo. Y las luchas mencionadas, en el corazón de Europa, no están aisladas: ha habido luchas en Suecia, en Portugal, en Grecia; en Yugoslavia, en la URSS, en Rumania y en Polonia, en Corea, en Taiwán, en Japón; por toda Latinoamérica... todo ello desde principios del 87. Incluso en los países en los que la burguesía conseguía impedir que estallaran luchas obreras a pesar del descontento, la aceleración brutal de la crisis está rompiendo el equilibrio frágil.
Son todos los continentes los afectados por el desarrollo de las luchas obreras. Además de la simultaneidad en el tiempo, esos movimientos expresan las mismas características: son masivos; afectan a varios sectores a la vez, entre los más concentrados y más numerosos, y, en particular, en la función pública; todos plantean la necesidad de quebrar el corporativismo y realizar la unificación entre los diferentes sectores en lucha; expresan una desconfianza cada día mayor respecto a los sindicatos, desbordándolos, sobre todo al principio; procurando no dejarles el control y la organización de las luchas.
La situación actual está marcada por una aceleración terrible de la historia en todos los planos: económico por el hundimiento en la crisis; guerrero, con la agudización del antagonismo imperialista; social, por la existencia de luchas obreras de defensa frente a los ataques económicos. Esta aceleración en todos los planos, significa para el proletariado el anuncio de ataques todavía más dramáticos sobre sus condiciones de existencia. Esos ataques van a necesitar por su parte un esfuerzo importante para poder llevar sus luchas hacia cotas mucho más altas. Tendrá que ir asumiendo cada día más los aspectos políticos de sus luchas económicas:
“En las luchas por venir de la clase obrera, una clara comprensión de lo que verdaderamente está en juego, por el hecho de que no constituyen una simple resistencia golpe por golpe contra las crecientes agresiones del capital sino que son la única defensa contra la amenaza de la guerra imperialista, que son los preparativos indispensables hacia la única solución para la humanidad : la revolución comunista; esta comprensión de lo que esta en juego será la condición tanto de su eficacia inmediata como de su aptitud para que sirva de preparación d enfrentamientos decisivos.
“Y, al contrario, toda lucha que se limite al terreno estrictamente económico, defensivo, contra la austeridad, será derrotada más fácilmente, tanto en lo inmediato como en su posible desarrollo futuro, pues se habrá privado del uso de ese arma, hoy tan importante para los trabajadores, como es la generalización, la cual se basa en la conciencia del carácter social y no profesional de la lucha de la clase. Del mismo modo, por falta de perspectivas, las derrotas inmediatas serán sobre todo un elemento de desmoralización en vez de actuar como elementos de una experiencia y de una toma de conciencia” ([1]).
Limitarse a combatir las consecuencias económicas de la crisis del capitalismo sin luchar contra la causa misma, es, al fin y al cabo, hacer ineficaces las luchas mismas en el plano económico. Luchar contra las causa de las desdichas que se ceban en la humanidad, es no sólo luchar contra el modo de producción capitalista, sino también destruirlo de arriba abajo, acabando con las miserias y las guerras. Y eso, sólo el proletariado podrá realizarlo. Para ir más lejos, la clase obrera debe sacar las lecciones de sus luchas pasadas. Los trabajadores británicos acaban de demostrarnos que se han recuperado de la derrota de la huelga de la minería. Sacando, en particular, una primera lección: las luchas aisladas, por largas que sean, acaban fracasando.
Ya durante el Mayo rampante italiano de 1969 ([2]), los obreros se habían enfrentado duramente a los sindicatos. La gran desconfianza que éstos inspiran es, sin duda, una de las principales características del proletariado en ese país. En 1984, los obreros en lucha contra la puesta en entredicho de la escala móvil de salarios, se habían negado a obedecer a los sindicatos oficiales. Y el movimiento fue organizado por los consejos de fábricas, que, de hecho, no eran sino auténticos órganos sindicalistas de base. Su apogeo, y a la vez su entierro, fue la participación de un millón de obreros en la manifestación de Roma en abril de 1984.
El fracaso de esa lucha exigió tres años de digestión, de reflexión, de maduración de la conciencia obrera. El movimiento del 87, que se inició en escuelas y colegios en la primavera, rechaza a los sindicatos oficiales. Se organiza en asambleas y en comités de delegados –los COBAS– para extenderse a todo el país. Cuarenta mil personas se manifestarán en Roma en el mes de mayo tras el llamamiento que únicamente los COBAS habían hecho. Pero no conseguirá extenderse a otros sectores a pesar de la fuerte movilización. Después de las vacaciones de verano, el movimiento de los colegios empieza a deshacerse, y las demás movilizaciones obreras, sobre todo la de los transportes, quedan aisladas y dispersas, sin conseguir recoger el relevo del movimiento en las escuelas, debido a la cada vez mayor presencia dominante del sindicalismo de base sobre los COBAS, que se han implantado en todos los sectores en lucha.
Cuando empieza a decaer la movilización, cuando el movimiento empieza a echar para atrás, esos comités de delegados se convierten en presa fácil para el sindicalismo. Este se dedica a desviar la indispensable búsqueda de la solidaridad y de la extensión entre los diferentes sectores en lucha hacia problemas falsos, verdaderas trampas, para ahogar la combatividad obrera:
En nombre de la extensión, los sindicalistas de base, a la que de hecho son contrarios, no vacilan en provocar cortafuegos, a menudo eficaces, provocando, o demasiado pronto o artificialmente una “centralización” de los primeros e inmaduros intentos de la apropiación por los obreros mismos de sus propias luchas, para así ahogarlas mejor en las asambleas de base. Algo así como esos brotes tempraneros que las últimas heladas de invierno destruyen. El movimiento y la vitalidad de las luchas, las asambleas obreras, la búsqueda de la extensión, el proceso hacia la unificación mediante la apropiación de las luchas por los obreros mismos, todo eso es lo que puede llevar a la centralización indispensable y efectiva de las luchas obreras.
El movimiento de diciembre del 87 que se formó en torno al rechazo de los 5 mil despidos en una factoría de Krupp en Duisburgo ha sido la lucha más importante en Alemania desde los años 20. El proletariado alemán está llamado a desempeñar un papel en el proceso revolucionario debido a su concentración, a su fuerza, su experiencia histórica particularmente rica, sus lazos con el proletariado de la R.D.Alemana y, por ende, de lo países del este. Las luchas de diciembre pasado han tirado por los suelos ese mito de la prosperidad alemana, de la disciplina y la docilidad de los obreros de ese país. Y esto ha sido sólo el principio de las luchas masivas en RFA.
La importancia de esa lucha estriba en que trajo consigo la participación de obreros de diferentes ciudades y sectores en un movimiento clasista de solidaridad. Eso no fue en la huelga misma, sino en las manifestaciones callejeras, en los mítines y delegaciones masivas. Mientras que en la huelga de los ferroviarios franceses de la SNCF, la cuestión central fue siempre la de la extensión de un sector aislado hacia el resto de la clase, en Alemania, la cuestión de la unificación en torno a los obreros de Krupp se planteó desde el principio.
Pero lo primordial de esta lucha estriba en lo que anuncia. Pese a su falta de experiencia en cuanto a enfrentamientos con los sindicatos y sus maniobras, con los partidos de izquierda y el izquierdismo sindicalero de base, el proletariado alemán está marcando claramente la característica principal y la perspectiva de los movimientos venideros: son los sectores centrales, el corazón del proletariado europeo, a los que ahora les toca ser víctimas de los ataques. Las principales concentraciones obreras: el Ruhr, Benelux, las áreas de París y de Londres y el norte de Italia. Son esas fracciones centrales las que ahora van a volver a entrar en la lucha y abrir, ofrecer, al conjunto de la clase obrera, la perspectiva concreta de unificación de los combates obreros en cada país. Y la perspectiva de generalización internacional de la lucha obrera.
Los movimientos en Italia y en Alemania sintetizan y cristalizan las principales necesidades de TODAS las luchas actuales en el mundo, por encima de las peculiaridades locales y nacionales:
Las luchas que van a tener lugar no están ya ganadas de antemano, ni automáticamente. La clase obrera tiene que prepararlas. Eso es lo que ya está haciendo y seguirá haciendo con las luchas mismas; mediante la práctica; desarrollando su experiencia; sacando lecciones; acumulando confianza en sus propias fuerzas. Es así como el conjunto de la clase obrera refuerza su toma de conciencia masiva y colectivamente, en las luchas o fuera de ellas también, de manera invisible, subterránea, al igual que el topo del que hablaba Marx.
En esa tarea, un papel particular les incumbe a las minorías de obreros –organizadas o no- más combativas y más conscientes. Estas deben prepararse para los combates venideros si de verdad quieren desempeñar la función para la que el proletariado las ha engendrado. Y entre esas minorías, los grupos revolucionarios son insustituibles, con su obligación de estar a la altura de las circunstancias.
Estar a la altura que la situación exige significa, primero, ser capaces de reconocer tal situación. Reconocer la oleada internacional de luchas actuales y su significado, lo cual debe servir a los grupos comunistas para asegurar una presencia, una intervención política en el terreno, en las luchas. Una intervención que sea justa y eficaz inmediatamente y a más largo plazo. Para ello, los revolucionarios deben evitar a toda costa caer en las trampas que tiende el sindicalismo de base. Y sobre todo, que no queden aprisionados en sus mallas. Prisioneros, como hemos podido comprobar en estos últimos años:
Los revolucionarios deben, en fin, animar y participar en agrupamientos obreros. En particular, deben favorecer todas las creaciones de comités de lucha, pues los obreros más combativos no deben estar esperando a que estallen movimientos para establecer contactos, para discutir y reflexionar juntos, prepararse para las luchas con el fin de hacer la propaganda de ellas, la agitación. Y además, pese a las maniobras y los obstáculos, cuando no la oposición violenta, de los sindicalistas, intervenir en las huelgas, en las asambleas, en las manifestaciones callejeras defendiendo las necesidades de las luchas para convencer al conjunto de los obreros.
De todo ello depende la defensa inmediata de las condiciones de existencia de la clase obrera. De todo ello depende el porvenir de la humanidad, gravemente amenazada por la absurdez ciega y suicida del capitalismo. Únicamente el proletariado puede hoy frenar los avances dela miseria. Y, sobre todo, únicamente el proletariado puede acabar para siempre con la barbarie capitalista.
R.L., 7/3/88
[1] Revista Internacional, no 21, 2o trimestre de 1980.
[2] Ver Revista Internacional no 140: “El Otoño Caliente Italiano de 1969, un momento de la recuperación histórica de la lucha de clases” (1ª Parte): /revista-internacional/201002/2773/el-otono-caliente-italiano-de-1969-i-un-momento-de-la-recuperacion [15] ;
2ª Parte en Revista Internacional no 143: /revista-internacional/201012/3005/el-otono-caliente-italiano-de-1969-ii-un-momento-de-la-reanudacion [16]
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Mayo de 1968: 10 millones de trabajadores en huelga en Francia anuncian el regreso significativo del proletariado a la escena de la historia e inician una ola de luchas que va adquirir una dimensión internacional y que va a manifestarse en casi todos los países del mundo hasta mediados de los años 70.
Desde la derrota de la oleada revolucionaria que inauguró 1917 y que se agotó a finales de los años 20, no se había vuelto a ver a la lucha de clase desarrollar tal fuerza y amplitud. Después de cuarenta largos años de contrarrevolución que habían visto el triunfo de la burguesía expresarse con un control ideológico sin precedentes en la historia: teorizaciones animadas por la reflexión de intelectuales en búsqueda de novedades sobre <<la integración del proletariado en el capitalismo>>, su <<aburguesamiento>>, su <<desaparición como clase revolucionaria>>; teorizaciones sobre un socialismo identificado con las siniestras dictaduras estalinistas y sus caricaturas <<tercermundistas>>; sobre las selvas de América del Sur y de Indochina presentadas como centro de la revolución mundial. En esa situación, el nuevo despertar del proletariado viene a poner, para la humanidad, las cosas en su sitio. Se ha saltado un obstáculo: el de la contrarrevolución. Un nuevo período histórico se ha abierto.
La lucha obrera renaciente va a polarizar el descontento que se ha ido acumulando durante años, más allá del proletariado, en numerosos estratos de la sociedad. La guerra de Vietnam y se intensifica; los primeros golpes de la crisis económica –cuyo retorno se vuelve a sentir a mediados de los años 60, después del periodo de euforia de la reconstrucción de la posguerra- van a provocar un malestar profundo en una juventud criada en la ilusión de un capitalismo triunfante, sin crisis, y con promesas de un porvenir radiante. La burguesía va a utilizar la revuelta de los estudiantes en todas las universidades del mundo para ocultar con su propaganda el nuevo auge de lucha de clase. Al mismo tiempo en esa revuelta se oye el eco deformado del resurgir de la reflexión política que se desarrolla en el proletariado; y eso se concreta en que vuelve ha manifestarse un interés por la clase obrera, por su historia y sus teorías y, por consiguiente, por el marxismo. <<Revolución>> se convierte en palabra de moda.
Bruscamente, como asombrada por su propia fuerza, una nueva generación de proletarios se afirma en la escena histórica y mundial. Producto de esa dinámica, en una efervescencia juvenil pero también en medio de una gran confusión, sin experiencia, sin lazos con las tradiciones revolucionarias del pasado, sin conocimiento real de la historia de su clase, fuertemente influenciado por la protesta pequeño burguesa, se forma un nuevo medio político. Nace una nueva generación de revolucionarios, en el entusiasmo y... la inexperiencia.
Obviamente, cuando nos referimos al medio proletario no incluimos a las organizaciones que pretenden representar y defender al proletariado y que no son en realidad mas que expresiones destinadas a mistificarlo, a sabotear sus luchas: la <<izquierda>> del aparato político de control de la clase obrera por el Estado capitalista, aunque puedan existir ilusiones en la clase obrera a su respecto. Se trata no solamente de los PC y los PS, integrados desde hace tiempo en los engranajes del aparato del Estado, sino también de sus émulos maoístas, excrecencia tardía del estalinismo, los trotskistas, que abandonaron los principios de clase durante la segunda guerra imperialista mundial al apoyar a un campo imperialista contra otro y cuya traición los excluyó definitivamente del campo proletario.
Aunque en 1968 y los años siguientes esos grupos, llamados <<izquierdista>>, tuvieron una influencia determinante y ocuparon el primer plano, su historia pasada los sitúa radicalmente fuera del proletariado y de su medio político. Es en contra de la actitud política de esos grupos de la <<izquierda>> burguesa que aparece al principio un <<ámbito>> del que va a surgir el renacimiento del medio proletario, y eso a pesar que en medio de la confusión de aquella época las ideas <<gauchistes>> (izquierdistas) tenían mucho peso en el nuevo medio proletario.
Desde los acontecimientos de Mayo del 68, han pasado 20 años. Veinte años durante los cuales la crisis económica ha causado sus estragos en el mercado mundial, ha socavado el campo social, ha barrido las ilusiones de la reconstrucción. Veinte años durante los cuales la lucha de clase ha tenido períodos de avance y de descenso. Veinte años durante los cuales el medio proletario ha tenido que volver a encontrar sus raíces y continuar la clarificación necesaria a la eficacia de su intervención.
Durante estos veinte años, ¿cuál ha sido la evolución del medio político? ¿Qué balance se saca hoy? ¿Qué frutos proletarios ha dado la generación de 1968? ¿Qué perspectivas hay que trazar para fecundar el futuro?
Los grupos políticos que antes del desbarajuste de finales de los años 60, pudieron resistir a la presión de la contrarrevolución y mantener contra viento y marea su existencia con posiciones revolucionarias, no eran más que un puñado, y cada uno agrupaba a un puñado de individuos. Esos grupos se definían en función de su filiación política, Se distinguían esencialmente dos corrientes principales cuyos orígenes se situaban en las fracciones que durante los años 20, se opusieron a la degeneración política de la IIIª Internacional:
- la tradición de las izquierdas <<holandesa>> y <<alemana>> (*) se mantuvo a través de grupos políticos como el <<Spartacusbond>> (1) en Holanda. O círculos más o menos formales como el que existía alrededor de Paul Mattick en Estados Unidos, I.C.O. ( Informaciones y Correspondencia Obreras) en Francia o Daad en Gedachte en Holanda, que surgieron a principios de los años 60. Son un producto degenerado de la tradición del <<comunismo de consejos>>, representada principalmente por el GIK en los años 30. Esa corriente, que se sitúa en la continuidad política de las teorizaciones de Otto Rühle en los años 20, y de Antón Pannekoek y de Canne Meier en los años 30, se caracteriza por una incomprensión profunda del fracaso de la revolución rusa y de la degeneración de la Internacional comunista; eso le conduce a negar el carácter proletario de las mismas y, de paso, a negar la necesidad de organizaciones políticas del proletariado;
- la tradición de la izquierda llamada <<italiana>>, representada en su continuidad organizativa por el PCI (2), fundado en 1945 alrededor de Onorato Damen y de Amadeo Bordiga, y que publica Battglia Comunista. Numerosas escisiones -la principal fue la que se hizo alrededor de Bordiga en 1952, que publicaría Programma Comunista (3)- van a dar lugar a múltiples avatares en el PCI; entre ellos se puede mencionar <<Il Partito Comunista>> de Florencia, Italia. Sin embargo, aunque esas organizaciones hayan podido mantener una continuidad organizativa con las fracciones comunistas del pasado, paradójicamente, no se reivindican del grupo que, en los años 30, representó el nivel más elevado de claridad política de esa tradición: Bilan; desde este punto de vista expresan una continuidad política debilitada por haber rechazado los inmensos aportes teóricos de Bilan. Se traducirá esto en una rigidez dogmática que niega las necesarias clarificaciones que imponían sesenta años de decadencia del capitalismo. Así pues, Bordiga y el PCI (Programa Comunista) se van a reivindicar de modo caricaturesco, de la <<invariación>> del marxismo desde… 1848. Para esas organizaciones, la crítica insuficiente de las posiciones erróneas de la IIIª Internacional se van a traducir en posiciones políticas de lo más vagas y a menudo erróneas, sobre puntos tan centrales como la cuestión nacional o la cuestión sindical. Desgraciadamente, la voluntad justa de defender la necesidad del partido se va a expresar en esos grupos de forma caricaturesca, particularmente en Bordiga, el cual concibe y presenta al partido de manera formal como la solución a todas las dificultades del proletariado, como la panacea universal a la cual todos los proletarios tienen que someterse. De esos grupos, solo el PCI (Programa Comunista) tuvo una existencia internacional, particularmente en Francia y en Italia. Los demás sólo existían en Italia.
En esa tradición de la izquierda <<italiana>> hay que incluir a Internacionalismo de Venezuela, fundado en 1964 bajo el impulso de antiguos miembros de Bilan (1928-1939) (4) y de Internationalisme (1945-1953) (5). Aunque internacionalismo no expresó una continuidad real organizativa, sí fue la expresión más clara de la continuidad política con las posiciones de Bilan y luego de Internationalisme, continuador de la elaboración teórica del primero. Si Internacionalismo se reivindica explícitamente de los aportes de Bilan y de la izquierda <<italiana>>, también supo aprovechar de manera crítica -como lo hicieron antes de él Bilan e Internationalisme- los aportes de las demás fracciones de la izquierda comunista internacional de principios de siglo y esto se concreta en la claridad de sus posiciones sobre la cuestión de la decadencia del capitalismo, sobre la cuestión nacional, sobre la cuestión sindical, así como sobre la función del partido. No es por casualidad si Internacionalismo fue el único grupo que previó el resurgir histórico de la lucha de clase.
El cuadro del medio político antes de 1968 no estaría completo si no se incluyera igualmente a los grupos que se formaron después de la segunda guerra mundial, en reacción a la traición de la IVª Internacional trotskista y que surgieron de esa corriente. Hay que mencionar particularmente al FOR (6) que se forma en torno a Benjamín Peret y G. Munis, y a Socialisme ou Barbarie (Socialismo o Barbarie) en torno a Chaulieu-Cardan. Esos grupos, que provienen de una tradición política -el trotskismo- debilitada por su participación en la degeneración de la IIIª Internacional y su abandono de los principios de clase al haber apoyado la segunda guerra imperialista mundial, tienen una originalidad relacionada con su filiación: su incomprensión de la degeneración de la revolución en Rusia y de los fundamentos económicos del capitalismo de Estado en el período de decadencia del capitalismo, lo cual los conduce a teorizar el final de la crisis económica del capitalismo y desprenderse así de las bases de una comprensión materialista, marxista de la evolución de la sociedad. Socialisme ou Barbarie acabará negando explícitamente al proletariado y al marxismo para desarrollar una teoría confusa en la cual la contradicción fundamental de la sociedad ya no se situaría entre el capital y el trabajo, entre burguesía y proletariado, sino en la relación ideológica entre…dirigentes y dirigidos. Al negar la naturaleza revolucionaria del proletariado, Socialismo ou Barbarie pierde su razón de ser como organización política y desaparece a principios de los años 60. Sin embargo la influencia perniciosa de sus teorías va a pesar muy fuerte no sólo en los medios intelectuales, sino también en el medio político, particularmente en ICO, y en sus márgenes, en la Internacional Situacionista. El FOR, por su parte, no caerá nunca en esos extremos, pero su negación de la realidad de la crisis económica debilita el conjunto de sus posiciones políticas, quitándoles su indispensable coherencia.
Los acontecimientos de la lucha de clase y en particular las huelgas de Mayo del 68 en Francia, el <<Mayo rampante>> italiano en 1969, las luchas de Polonia en 1970, van a impulsar, con el eco internacional que provocan, una reflexión en el proletariado y en toda la sociedad; la teoría marxista revolucionaria vuelve a tener audiencia. En la cresta de esa ola internacional de lucha de clase, una multitud de grupitos, círculos o comités, van nacer dentro de una confusión terrible pero en búsqueda de una coherencia revolucionaria. En ese movimiento informal va a producirse el renacimiento del medio político proletario.
La confrontación concreta con las maniobras de sabotaje de la lucha de clase por parte de los que pretenden ser los defensores más ardientes de los intereses de la clase obrera, va a ser un factor decisivo de la toma de conciencia brutal de la naturaleza antiobrera de los sindicatos y de los partidos <<de izquierda>>. La puesta en tela de juicio de la naturaleza proletaria de las organizaciones sindicales, de los partidos socialistas procedentes de la IIª Internacional difunta, así como de los partidos comunistas estalinistas y de sus émulos <<izquierdistas>> con sus diversos matices -maoístas y trotskistas-, es un resultado inmediato de la lucha de clase que hizo función de revelador. Si embargo, la intuición de posiciones políticas de base del proletariado no puede disimular la fragilidad política profunda de esa nueva generación que reanuda con las posiciones revolucionarias sin un conocimiento real de la historia pasada de su clase, sin lazos con las organizaciones anteriores del proletariado, sin experiencia militante de ninguna clase y bajo la fuerte influencia de las ilusiones pequeño burguesas comunicadas por el movimiento de los estudiantes. El peso de décadas de contrarrevolución se hace sentir fuertemente. << ¡Corre camarada, el viejo mundo está detrás de ti! >>, claman los sublevados de 1968. Pero si bien el rechazo del <<viejo mundo>> permite acercarse a ciertas posiciones de clase tales y como la naturaleza capitalista de los sindicatos, de los partidos llamados de <<izquierda>>, de las supuestas <<patrias del socialismo>>, también, de paso, tienden a rechazar las indispensables lecciones de la experiencia del proletariado. Y en primer lugar la de la naturaleza revolucionaria del proletariado, pero también el marxismo, las organizaciones pasadas del proletariado, la necesidad de la organización política, etc. Inmediatamente, las ideas que van a encontrar más eco en un movimiento marcado con el sello de la inmadurez y la inexperiencia características de la juventud, son las ideas de corrientes <<radicales>> como la Internacional Situacionista que reactualiza y pone al día las teorías de Socialismo o Barbarie y se hace el portavoz más radical del movimiento estudiantil. Al diluir la lucha obrera en la revuelta de las capas pequeño burguesas, al identificarla con un reformismo radical de la vida cotidiana, tratando de amalgamar a Bakunin y Marx, la Internacional Situacionista se esquiva del terreno marxista para reactualizar, con un siglo de atraso, las ilusiones utopistas.
Así va el <<modernismo>> (7), dedicado a su búsqueda de novedades y a deshacerse de lo antiguo, pero que no hace sino volver a descubrir teorías históricamente caducadas. Pero mientras en la corriente <<modernista >> es fundamentalmente ajena a la clase obrera, la corriente consejista (8) se inscribe históricamente en el medio político proletario. ICO en Francia es particularmente representativo de esa tendencia; al reivindicarse de los aportes de las izquierdas <<alemana>> y <<holandesa>>, teoriza, en continuidad con los errores de la izquierda <<holandesa>> de los años 30, el rechazo de la necesidad para el proletariado de dotarse de organizaciones políticas. Esta posición va a tener mucho éxito en una época en que, después de décadas de contrarrevolución victoriosa, de traición de las organizaciones proletarias que sucumben bajo la presión burguesa y se integran al Estado capitalista, y de maniobras antiobreras por parte de las organizaciones que pretenden hablar en su nombre, el sentimiento de desconfianza del proletariado con respecto a esas organizaciones, sean cuales sean, se agudiza. Esa tendencia tiende a culminar en un miedo a la organización en sí. La palabra misma causa miedo.
En un primer tiempo ICO va a polarizar el medio político renaciente en Francia y hasta internacionalmente con el eco planetario de los acontecimientos de mayo del 68 y contribuir a la divulgación y reapropiación de la experiencia proletarias de los revolucionarios del pasado (particularmente del KAPD en Alemania) aunque de manera parcial y deformada. A las conferencias que organiza ICO participan muchos grupos; en Francia: los Cahiers du communisme (Cuadernos del Comunismo de Consejos) de Marsella, el Grupo consejista de Clermont-Ferrand, Revolution Internationale de Toulouse, el GLAT que publicaba Lutte de Classe, la Vieille Taupe (Mouvement Communiste), Noire et Rouge, Archinoir; a la conferencia de Bruselas en 1969 van a participar grupos belgas e italianos así como <<personalidades>> como Daniel Cohn-Bendit y Paul Mattick. Pero esa dinámica de polarización del medio político se hace más bajo la presión de la lucha de clase que gracias a la coherencia política de ICO; con el descenso de la lucha obrera en Francia y a principios de los años 70, las ideas antipartido, antiorganización, de ICO van a pesar cada vez más fuertemente en un medio político inmaduro. Mientras que al principio ICO atrae hacia las posiciones proletarias a grupos y elementos en ruptura con el anarquismo y el academicismo intelectual, con la disminución de las huelgas sucede lo contrario: es ICO quien es víctima de la gangrena del anarquismo y el <<modernismo>>. Finalmente, ICO desaparecerá en 1971.
El itinerario de ICO ilustra muy bien la dinámica del consejismo en el medio político internacional, aunque en otros países fuera de Francia ese fenómeno se produjo más tarde. Las teorizaciones consejistas, al rechazar la necesidad de la organización, al negar la naturaleza proletaria de la revolución rusa, del partido bolchevique y de la IIIª Internacional, constituyen un polo de desorientación y de descomposición en el medio proletario que se está formando, pues pretende cortarle raíces históricas esenciales y privarlo de los medios organizativos y políticos de afirmarse de manera duradera. El consejismo es un polo de dilución de las energías revolucionarias de la clase.
Todos los grupos proletarios que surgen con juvenil entusiasmo a finales de los años 60 están, quien más quien menos, marcados por la influencia perniciosa del <<modernismo>> y del consejismo; ¡cuantos discursos se pudieron oír sobre el final de la crisis con el capitalismo de Estado, sobre los malos bolcheviques y la fatalidad de que todo partido traicione al proletariado, sobre la alineación suprema que constituye el militantismo revolucionario! Discursos de moda que con la moda desaparecerían. La decantación inevitable que ocurre con el descenso de la lucha de clase, a la vez barre las ilusiones e impone una clarificación necesaria que se va a traducir en la desaparición de los grupos políticamente mas débiles. En la primera mitad de los años 70 es la hecatombe: desparece la Internacional Situacionista que no habrá <<brillado>> más que una fugaz primavera; desaparece ICO que muere en el irrisorio campo de la crítica de la vida cotidiana; desaparecen Poder Obrero (Pouvoir Ouvrier), Negro y Rojo (Noir et Rouge) y Movimiento Comunista, en Francia; en Italia desaparecen Lotta Continua y Potere Operaio que no se habían desprendido completamente del izquierdismo maoísta… y esta lista es, claro, muy incompleta. Ahí esta la historia, con la lucha de clase que retrocede y la crisis que se desarrolla, con sus inevitables evidencias y la sanción que impone.
Los diversos PCI provenientes de la izquierda <<italiana>>, incapaces de comprender que el despertar de la lucha de clase a finales de los años 60 significa el final del periodo de contrarrevolución, subestiman totalmente la importancia de las huelgas que se desarrollan ante sus ojos y van a revelarse incapaces de cumplir con la función para la cual existen: intervenir en la clase y en el proceso de formación de su medio político. Los que pretenden ser la única continuidad orgánica y política con las organizaciones revolucionarias de principios del siglo, que hubieran debido reforzar el medio político renaciente acelerando el necesario proceso de reapropiación de las lecciones proletarias del pasado, los que pretendían ser el Partido de Clase, esos mismos brillan por su ausencia hasta mediados de los años 70. Duermen creyendo que la larga noche de la contrarrevolución sigue vigente y se aferran a sus <<tablas de la ley>> del programa comunista. El PCI (Programa Comunista), única organización que tiene una existencia internacional real, trata con soberano desprecio a los elementos que buscan a tientas una coherencia revolucionaria y el PCI (Battaglia Comunista) más abierto a la discusión política, se queda tímidamente replegado en Italia. Aunque las posiciones de esos grupos sobre la cuestión del partido, que los distingue fundamentalmente del consejismo, no podían en un primer tiempo polarizar de la misma manera al medio político renaciente, su relativa ausencia reforzó el peso destructor del consejismo en las jóvenes e inmaduras energías revolucionarias.
Finalmente, sólo la expresión que parecía más <<débil>> entre las corrientes que se reivindican de la izquierda <<italiana>>, puesto que se encontraba aislada en Venezuela pero que no lo estaba a nivel político, que es el que nos interesa, va a lograr dar fruto. Bajo la iniciativa de miembros de Internacionalismo emigrados a Francia, se va a formar el grupo Révolution Internationale en Toulouse, en plena efervescencia de Mayo del 68. Ese grupito, perdido en la multitud de los que surgen en esa época, va a jugar un papel positivo contra la tendencia a la descomposición que se manifestaba en el nuevo medio político bajo la perniciosa influencia del consejismo. Y eso porque en él participan antiguos militantes de la izquierda <<italiana>>, de Bilan y de Internationalisme, que le aportan una experiencia política irremplazable. Y se va esto a concretar en la dinámica de reagrupamiento que va a saber encarnar Révolution Internationale.
Del interior mismo del nuevo medio político, dominado por la confusión, va a aparecer una tendencia que se va a oponer al proceso de descomposición que se manifiesta como expresión del peso de las ideas consejistas. La voluntad de clarificación política, la preocupación de reapropiarse las lecciones políticas del marxismo, se van a concretar en la defensa de la necesidad de una organización política para el proletariado y una crítica de los errores consejistas. Desde su fundación, RI se va a consagrar a esa labor, defendiendo principios revolucionarios sobre la cuestión de la organización, y proponiendo también un marco coherente de compresión de las posiciones de clase y de la evolución del capitalismo en el siglo XX, gracias a la teoría de la decadencia del capitalismo que adoptan de Rosa Luxemburgo y de Bilan, y de los trabajos sobre el capitalismo de Estado heredadas de Internationalisme. Esto le facilita tener mayor claridad sobre cuestiones como las del carácter proletario de la revolución rusa, del partido bolchevique, de la IIIª Internacional, que son las cuestiones que se plantean en el medio después de 1968. Además, la superioridad de la coherencia de los fundamentos políticos de RI se va a expresar en su comprensión de los acontecimientos de Mayo del 68: aún defendiendo la importancia y el significado histórico de las luchas obreras que se desarrollan internacionalmente, RI se opone firmemente a las sobreestimaciones delirantes de aquellos que dentro de la corriente consejisto- modernista veían la revolución la revolución comunista para un futuro inmediato y preparaban así su propia desmoralización. Aunque en un primer tiempo su audiencia es muy limitada y anegada en el consejismo dominante, RI representa un polo de claridad en el medio político de esa época. En Francia, la participación de RI a las reuniones organizadas por ICO le va a permitir combatir la confusión consejista y polarizar la evolución de otros grupos. El proceso de clarificación que comienza entonces permitirá desarrollar una dinámica de reagrupamiento que desembocará en 1972 en la fusión del Grupo Consejista de Clermont-Ferrand y de los Cuadernos del Comunismo de Consejos con RI.
A nivel internacional la dinámica es la misma. Con el descenso de la lucha clases los debates se aceleran en el medio político proletario en los cuales RI e Internacionalismo van a jugar un papel de clarificación determinante. La lucha contra las ideas consejistas se intensifica y empuja a muchos grupos a romper con sus primeros amores libertario-consejista. Internationalism en los Estados Unidos se forma en contacto estrecho con Internacionalismo; las discusiones de clarificación con RI están directamente en la base de la formación de World Revolution y van a tener mucha influencia en grupos como Workers`Voice y Revolutionary Perspective en Gran Bretaña; bajo los auspicios directos de RI fusionan tres grupos para formar Internationalisme en Bélgica, así como en España e Italia se forman Acción Proletaria y Rivoluzione Internazionale en torno a la coherencia de RI.
El llamamiento de Internationalism (US) a la constitución de una red internacional de contactos entre los grupos proletarios existentes va a permitir la aceleración de la clarificación teórica y de la decantación política. Con esa dinámica se reunirá una conferencia en 1974 que prepara y anuncia la fundación de la CCI en 1975 que agrupa entonces a internacionalismo (Venezuela), Révolution Internationale (Francia), Internationalism (USA), World Revolution (Gran Bretaña), Internationalisme (Bélgica), Acción Proletaria (España), Rivoluzione Internazionale (Italia), con una plataforma común. Existente en siete países, lejos de los conceptos anarco-consejista que esconden mal el peso del localismo, la CCI apoyará su existencia en un funcionamiento centralizado a escala internacional, a imagen de la clase obrera que es una sola y no tiene ningún interés particular que defender según los países donde se encuentra.
La oleada de lucha de clase que se inicia de manera explosiva en 1968 empieza a descender a principios de los años 70. La clase dominante, sorprendida en un primer tiempo, reorganiza su aparato de mistificación político para enfrentar mejor a la clase obrera. Esta modificación de la situación que provoca la desbandada del medio consejista marcado por el inmediatismo, y el fracaso de las ideas que lo caracterizan, van también a provocar cierta descomposición de los grupos <<izquierdistas>>, trotskistas y maoístas, sacudidos por numerosas escisiones algunas de entre las cuales tenderán a acercarse a las posiciones revolucionarias. Pero, lastrados por su pesada herencia, esos grupos serán incapaces de integrarse realmente al medio proletario. Así sucede con las dos escisiones de Lutte Ouvriére (Lucha Obrera) en Francia: Union Ouvriére y Combat Communiste; la primera, influenciada al principio por el FOR, atraviesa como un meteorito el medio proletario para desaparecer en el <<modernismo>>; la segunda se revelará congénitamente incapaz de romper con el trotskismo <<radical>>.
La dinámica de salida de los grupos de la extrema izquierda de numerosos elementos más desmoralizados que clarificados, se va a intensificar con la entrada de la lucha de clase en una fase de retroceso a mediados de los años 70. Y sobre esas bases se va a desarrollar el PCI (Programa Comunista). Después de haberse quedado a la orilla de la lucha de clase a finales de los años 60 sin ver nada, el PCI bordiguista comienza a salir de su entorpecimiento a principios de los años 70, pero será para tratar con un soberano desprecio al medio proletario que se había formado, y desarrollar un reclutamiento oportunista con elementos izquierdizantes. Con posiciones erróneas sobre cuestiones tan cruciales como la cuestión nacional o la cuestión sindical, la deriva oportunista del PCI se va a intensificar y acelerar con los años. Así va sucesivamente a apoyar la lucha de liberación nacional en Angola, el terror de los Jmeres Rojos en Camboya y la <<revolución>> palestina. Y el PCI bordiguista se va a hinchar a la medida de la gangrena <<izquierdista>> que lo está carcomiendo.
A finales de los años 70, el PCI (Programa Comunista) será la organización más importante del medio político proletario existente. Pero si el PCI es el polo dominante del medio político durante ese periodo, no se debe esto solamente a su importancia numérica y su real existencia internacional. El retroceso de la lucha de clase siembre dudas sobre la capacidad revolucionaria del proletariado y se desarrolla un nuevo atractivo por los conceptos substitucionistas del partido, en reacción también contra el fracaso evidente de las ideas antiorganizativas del consejismo. El bordiguismo, teorizador del partido como remedio soberano contra todas las dificultades de una clase fundamentalmente tradeunionista a la que debe dirigir y organizar como un estado mayor militar dirige a su ejército, conoce un nuevo auge de interés del cual el PCI se va a beneficiar. Pero, más allá del PCI, es todo el medio político el que se va a polarizar en torno al necesario debate sobre la función y las tareas del partido comunista.
Sin embargo, aunque el PCI (Programa Comunista) es la principal organización del medio proletario en la segunda mitad de los años 70, no es por ello el fruto de una dinámica de clarificación y de reagrupamiento. Al contrario, su desarrollo se produjo gracias a un oportunismo creciente y a un sectarismo constantemente teorizado. El PCI que se considera como la única organización proletaria existente rechaza toda discusión con otros grupos. El desarrollo del PCI bordiguista no es la expresión de la fuerza de la clase sino la de su debilitamiento momentáneo, debido al retroceso de las huelgas. Desgraciadamente el sectarismo no es un atributo exclusivo del PCI de Bordiga, aunque él lo teorice de manera más caricaturesca; el sectarismo pesa sobre el conjunto del medio proletario como expresión de su inmadurez. Esto se concreta particularmente en:
- la tendencia de ciertos grupos a creerse únicos en el mundo y a negar la realidad de la existencia de un medio político proletario; como el PCI, muchas sectas que se reivindican del bordiguismo van a cultivar esa actitud;
- una tendencia a mostrarse más preocupados por distinguirse sobre puntos secundarios para justificar su propia existencia separada que por confrontarse con el medio político para empujar hacia la clarificación. Esa actitud va en general acompañada de una profunda subestimación de la importancia del medio proletario y de los debates que lo animan; así, Revolutionary Perspective, que rechaza la dinámica de reagrupamiento con World Revolution en Gran Bretaña en 1973, invocando una divergencia <<fundamental>>: según ese grupo, después de 1921 el partido bolchevique ya no es proletario. Esa <<fijación>> de RP sobre esa cuestión no era más que un pretexto; unos años después abandonaron esa posición sin sacar las consecuencias del fracaso anterior del reagrupamiento en Gran Bretaña;
- una tendencia a escisiones inmaduras y prematuras como la del PIC que se separa de RI en 1973 con bases activistas e inmediatista mezcladas con consejismo. Ahora bien, las escisiones no son todas sin fundamento; la del GCI (10) en 1977 a partir de la CCI se justifica en la medida en que los camaradas que van a formar el GCI se desprenden de la coherencia de la CCI sobre posiciones fundamentales como el papel del partido y la naturaleza de la violencia de clase, asumiendo concepciones bordiguista. Sin embargo esa escisión expresa también el peso del sectarismo al recoger los conceptos sectarios del PCI sobre muchos puntos;
- paradójicamente, la tendencia hacia el sectarismo va a manifestarse también en tentativas de reagrupamiento que van a remedar la dinámica que fue la de la CCI. Así el PIC iniciará conferencias que tratará, dentro de una confusión tremenda, de unir a grupos más marcados por el anarquismo que por posiciones revolucionarias. La fusión de Workers`Voice y de Revolutionary Perspective en Gran Bretaña en la CWO (11), si bien denota una voluntad positiva hacia el agrupamiento, está también desgraciadamente marcada por una actitud sectaria que esa organización demuestra con respecto a la CCI, aún cuando las posiciones de base son muy cercanas.
E l peso del sectarismo en el medio político es la expresión de la ruptura ocasionada por 50 años de contrarrevolución, y el olvido de la experiencia de los revolucionarios del pasado sobre la cuestión del reagrupamiento y de la formación del partido comunista, situación acentuada todavía más a finales de los años 70 por el descenso de la lucha de clase. Sin embargo, como el medio político no es un reflejo mecánico de la lucha de clase sino la expresión de una voluntad consciente de ésta de luchar contra las debilidades que la estigmatizan, la voluntad de los diferentes grupos del medio político de comprometerse resueltamente en la dinámica de clarificación, con la perspectiva del necesario agrupamiento de las fuerzas revolucionarias, es la expresión concreta de su claridad política sobre su inmensa responsabilidad en el período histórico presente.
En esas condiciones, el llamamiento de Battaglia Comunista a organizar conferencias de los grupos de la izquierda comunista, después de un largo período de gran discreción de ese grupo en la escena internacional, fue la expresión de una evolución positiva para el conjunto del medio que, con el descenso momentáneo de la lucha obrera, estaba soportando duramente el peso del sectarismo y de la dispersión.
En la segunda parte de este artículo veremos cómo se situó la evolución del medio político a finales de los años 70 y durante los años 80, evolución marcada por las conferencias y su fracaso final; la crisis que esa situación abrió dentro del medio y la brutal decantación resultante y que se plasmó muy especialmente en la <<explosión>> del PCI; la reacción del medio ante el desarrollo de una nueva oleada de lucha de clase a partir de 1983 y las responsabilidades que eso implica para los revolucionarios.
J.J. (7/3/88)
Notas:
(*) Nota preliminar: obviamente, en el marco de estas notas no es posible relatar el itinerario y las posiciones de todos los grupos mencionados en este artículo, muchos de los cuales, por cierto, terminaron en las alcantarillas de las historia. Nos limitaremos a referirnos a los grupos de la tradición de la izquierda comunista y a los que siguen existiendo.
(1) Spartakusbond: ver Revista Internacional, nº 38 y nº 39. Sobre la <<izquierda holandesa>>, ver Revista Internacional, nº 30, 45, 46, 47, 48, 49, 50, 52.
(2) Partito Comunista Internazionalista, fundado en 1945, publica Battglia Comunista y Prometeo. Ver, entre otros documentos, Revista Internacional, nº 36, 40 y 41. Dirección: Prometeo, Casella Postale 1753, 20100 Milano, Italia.
(3) Parti Communiste International, escisión en 1952 del precedente, que publica en Francia Le Prolétaire y Programme Communiste. Ver Revista Internacional, nº 32, 33, 34, 36.
(4) Bilan: publicación de la izquierda italiana, formada en 1928, publicada de 1933 a 1938. Ver el folleto de la CCI: La Izquierda Comunista de Italia. Ver Revista Internacional, nº 47.
(5) Internationelisme, publicación de la izquierda comunista en Francia, 1945-1952. Ver las reediciones de artículos en la Revista Internacional. Ver La Izquierda Comunista de Italia.
(6) Fomento Obrero Revolucionario, que publica Alarma, BP 329 75624 Paris Cedex 13. Ver Revista Internacional, nº 52.
(7) Sobre el <<modernismo>>, ver Revista Internacional, nº 34.
(8) Sobre el <<consejismo>>, ver Revista Internacional, nº 37, 40, 41.
(9) Ver Revista Internacional, nº 40: <<10 años de CCI>>. Véase en la contraportada de esta las publicaciones territoriales de la CCI.
(10) GCI, BP 54 BXL 31, Bruselas, Bélgica. Véase Revista Internacional, nº 48, 49, 50, sobre la decadencia del capitalismo.
(11) CWO, PO Box 145, Head Post Office, Glasgow, Gran Bretaña. Ver Revista Internacional, nº 39, 40, 41.
«… El año 67 nos ha dejado la caída de la libre esterlina y el 68 nos trae las medidas de Johnson; (…) he aquí la descomposición del sistema capitalista, que durante algunos años había quedado escondida detrás de la borrachera del “progreso” que sucedió a la Segunda Guerra mundial» (Internacionalismo, nº 8, Enero de 1968)
Hace veinte años teníamos que convencer sobre la existencia de la crisis; hoy tenemos que explicarla y demostrar sus implicaciones históricas.
«… El año 67 nos ha dejado la caída de la libre esterlina y el 68 nos trae las medidas de Johnson; (…) he aquí la descomposición del sistema capitalista, que durante algunos años había quedado escondida detrás de la borrachera del “progreso” que sucedió a la Segunda Guerra mundial» (Internacionalismo, nº 8, Enero de 1968) Hace veinte años teníamos que convencer sobre la existencia de la crisis; hoy tenemos que explicarla y demostrar sus implicaciones históricas.
«En 1967 los primeros síntomas se manifiestan sin dejar lugar a dudas: el crecimiento anual de la producción mundial conoce su nivel más bajo de los últimos diez años. En los países de la OCDE el desempleo y la inflación se aceleran lenta pero constantemente. El crecimiento de las inversiones no deja de disminuir de 1965 a 1967. En 1967 existen oficialmente 7 millones de desempleados en los países de la OCDE y el PNB aumenta un 3’5 %. Son cifras que hoy parecen insignificantes comparadas con el nivel actual de la crisis, pero ya estaban indicando el final de la “prosperidad” de la posguerra (…). La segunda recesión que toca fondo en 1970 es mucho más fuerte que la del 67. Es más profunda en los países de la OCDE y más larga en todo el mundo. Confirma que la recesión del 67 no había sido un accidente “alemán” sino el aviso inequívoco de un nuevo periodo de inestabilidad económica» (de nuestro folleto La Decadencia del Capitalismo). Se habrán necesitado veinte años, una generación, para que lo que no fueron más que las primeras manifestaciones de una crisis que marcó el final del periodo de reconstrucción tras la segunda guerra mundial, aparezca abiertamente como la expresión de la crisis general e insoluble de un modo de producción, espoleado por la carrera por las ganancias, la sed insaciable de nuevos mercados, un modo de producción basado en la explotación del hombre por el hombre. El balance de esos veinte años de crisis, desde un punto de vista mundial e histórico, bien sea en los países llamados “comunistas”, en los países del Este o en China, en los “desarrollados”, o en los que antes se denominaban “en vías de desarrollo”, es catastrófico y la perspectiva que se presenta aún más catastrófica.
Catastrófico de manera absoluta. Por la miseria que en todo el mundo se ha convertido en lo cotidiano para la inmensa mayoría de la población, y con una perspectiva que no es que los países más o menos industrializados acaben alcanzando a los países desarrollados, sino, al contrario, la de un desarrollo de las características de subdesarrollo en las mismísimas metrópolis industriales; lo que los sociólogos llaman «el cuarto mundo». La profundidad y la gravedad extremas de esta crisis se evidencian con mayor rotundidad, cuando se ve que todas las políticas económicas utilizadas para encararla desde hace veinte años, se han revelado, sin excepción, como rotundos fracasos y que las perspectivas de salir del atolladero en el que se hunde cada día más la economía mundial, tanto en el Este como en el Oeste, aparecen hoy como totalmente ilusorias. En realidad, las cuestiones que plantea esta crisis son cuestiones de fondo que afectan al corazón mismo de la organización social, de su estructura, de las relaciones existentes y que condicionan el porvenir de la sociedad mundial.
En vísperas de otra fuerte e inevitable recesión mundial, esta retrospectiva de veinte años de crisis ha de dar cuenta de las ilusiones y los mitos que, en diferentes épocas, han sido fabricados y propuestos tanto por los cauces oficiales del poder como por la oposición de izquierdas. ¿Qué se ha dicho sobre la crisis? Estos últimos veinte años, al compás del ritmo de una crisis jamás yugulada y que progresa a golpes, contienen también la historia del desmoronamiento de las ilusiones que marcaron su recorrido. Durante todos estos años se ha invocado prácticamente de todo para tratar de conjurar al diablo.
1. - La «crisis del petróleo» y la crisis de sobreproducción. En la primera mitad de los años 70, se dijo que la recesión del 74 y la crisis financiera nunca superada se debían a la «crisis del petróleo», «la crisis energética», y la «penuria» de materias primas en general. Según los expertos y los dirigentes mundiales de toda calaña, los sobresaltos económicos se debían a que esa “penuria” «provocaba un aumento de su precio». La economía mundial era, en cierto modo, víctima de un problema “natural”, ajeno y exterior por tanto a su naturaleza profunda.
Sin embargo, unos años después, a partir de 1978-79, cuando los sobresaltos de la economía pasaron a ser convulsiones, lo que sucedió no fue una penuria de fuentes energéticas acompañada de un aumento de su precio, sino una sobreproducción general de las mismas y en particular del petróleo y, por consiguiente, una caída de los precios. La naturaleza evidente de esta crisis se expresa, de manera caricatural, en los sectores de la producción de materias primas y, en particular, en la agricultura: se trata de una patente crisis de sobreproducción que engendra… penuria. Por ello, mientras las naciones se lanzan a la “guerra comercial agrícola más encarnizada que nunca haya existido, asistimos también a un espantoso desarrollo de hambrunas y subalimentación en el mundo. Sucede que «La producción agrícola mundial es suficiente para asegurar a cada individuo más de 3000 calorías por día, o sea 500 más que lo que necesita un adulto por término medio para vivir con un buen estado de salud. Entre 1969 y 1983, el incremento de la producción agrícola (40 %) fue más rápido que el de la producción mundial (35 %)». (L`insécurité alimentaire dans le monde, p. 4, Octubre del 87). Lo que, sin embargo, no impide que como dice un reciente informe Banco Mundial, la inseguridad alimenticia afecta a 700 millones de personas, y esto no puede atribuirse a un problema de capacidad productiva puesto que «El hambre persiste hasta en los países que han alcanzado la autarquía alimenticia. En esos países las hambres afectan simplemente a los que no tienen ingresos suficientes para acceder al mercado.» (Banco Mundial: Informe sobre la pobreza y el hambre, 1987). Por otra parte, las burguesías occidentales se quejaron en esa época amargamente del aumento de los costos de los abastecimientos de materias primas y de fuentes energéticas, puesto que, según ellos, eso “estrangulaba” sus economías. No dicen, sin embargo, donde fueron a parar todos los dólares desembolsados a los países productores de materias primas. Lo cierto es que esa ingente masa de dólares volvió a los países “estrangulados”, pues los países productores los invirtieron en importar, no medios de producción o de consumo para sus poblaciones, sino, sobre todo, armamento: «Entre 1971 y 1985, el Tercer Mundo compró más de 286 mil millones de dólares de armamentos, es decir el 30 % de la deuda acumulada por los países del Sur en ese mismo período (…). Oriente Medio absorbió más de la mitad de las exportaciones (…). Entre 1970 y 1977 el mercado alcanzó una expansión media del 13 %». (Le Monde Diplomatique, Marzo de 1988: Le grand bazar aux canons dans le tiers monde, p. 9). El estado de barbarie avanzada en que se encuentra hoy un Oriente Medio devastado por la guerra y la crisis, ilustra perfectamente la estrecha relación existente entre crisis y guerra. La historia de estos últimos años nos muestra claramente cómo la crisis de sobreproducción se transforma en destrucción pura y simple.
Toda mentira tiene una pizca de verdad, toda ilusión o mito contiene una parte de realidad, pues de no ser así no calarían en el cerebro de la gente. Lo mismo podemos decir de las “explicaciones” con que han ido jalonando la explicación de la crisis en estos últimos 20 años. Al principio la explicación de la crisis basada en «la carestía del petróleo», pudo parecer verosímil. En efecto, el aumento brutal del coste de las fuentes energéticas, cuyo precio relativamente barato hasta entonces contribuyó al periodo de reconstrucción, significó, a partir de 1974, un duro golpe para las economías europeas, pues, a diferencia de las inversiones en material cuyo costo se amortiza durante un largo periodo, los precios de las materias primas se repercuten inmediatamente en el precio total de las mercancías producidas. Por ello el aumento de los precios de la energía y de las materias primas hizo notar inmediatamente sus consecuencias: debilitamiento de su competitividad y baja de la tasa de ganancia. Contrariamente a lo que se dijo, esos aumentos no se debían a una penuria natural de materias primas; las únicas “penurias” que hubo en aquel tiempo fueron las organizadas para especular, anticipando una subida de los precios. El fuerte aumento de los costos de las fuentes energéticas y de las materias primas en general se debían, y ésa es la verdadera causa, a la caída brutal del dólar a partir de 1971, pues dado que todas las compras se hacían en dólares, los países productores al subir el precio del petróleo, no hacían sino repercutir la devaluación del dólar.
Y este es el fondo de la cuestión. La caída del dólar, resultado directo de la decisión tomada por las autoridades norteamericanas en 1973 de dejar flotar la cotización del dólar para aumentar la competitividad de su economía, puso la puntilla al desmantelamiento de los Acuerdos de Bretton Woods firmados en Julio de 1944. Esos acuerdos estaban destinados a reconstruir, una vez restablecida la paz, el sistema monetario internacional, dislocado desde el principio de los años 30…Se trataba precisamente de evitarle al mundo un retorno a la experiencia desastrosa de las devaluaciones “competitivas” y de los “cambios flotantes” que había conocido entre las dos guerras.». ("Balance económico y social de 1987", Le Monde, p. 41). De hecho, la caída “competitiva” del dólar significó un retorno a las condiciones de una economía en crisis que existían antes de la guerra, pues la economía mundial se encontró en un nuevo período de crisis económica aguda en el que se encontraba ante los mismos problemas que habían precipitado la segunda guerra mundial, pero esta vez multiplicados por cien. El preludio a esta situación fue la aparición, en 1967, del déficit comercial norteamericano.
Y si bien la cuantía de ese déficit entonces es muy pequeña comparada con la actual (véase la gráfica), si era ya muy significativa pues señalaba el final del periodo de reconstrucción. Significaba que las economías europeas y asiáticas, ya reconstruidas, no sólo dejaban de ser un mercado sino que venían a sumarse como competidores ante un mercado mundial reducido en igual medida. Desde entonces todo lo que se ha hecho en materia de economía política ha tenido como razón de ser la voluntad de compensar ese desmoronamiento de las posibilidades económicas que representó el período de reconstrucción. El período 1967-1981, representa, desde el punto de vista económico, la historia de la utilización masiva e intensiva de recetas keynesianas para mantener artificialmente la economía. Recordemos rápidamente en qué consisten esas recetas keynesianas: «La aportación básica de Keynes a la economía política burguesa puede resumirse en que reconoció, en pleno marasmo de la crisis de 1929, lo absurdo de aplicar ese principio religioso de la ciencia económica burguesa inventado por el economista francés Jean-Baptiste Say en el siglo XIX, según el cual el capitalismo no puede tener verdaderas crisis de mercados puesto que “toda producción es al mismo tiempo una demanda”. La solución keynesiana consistiría en crear una demanda artificial por el Estado. Si el capital no consigue crear una demanda nacional suficiente para absorber la producción y si, además, los mercados internacionales están saturados, Keynes preconiza que el Estado actúe como comprador general de productos que pagará con “papel mojado” emitido por él. Como todo el mundo necesita ese dinero, nadie protestará por el hecho de que ese papel moneda no representa más que eso: papel» (Del folleto La decadencia del capitalismo, p. 5, publicado por la C.C.I.).
Efectivamente, durante ese período,... «los EEUU se convirtieron – al crear un mercado artificial para el resto de su bloque mediante enormes déficits comerciales – en la “locomotora” de la economía mundial. Entre 1976 y 1980, los EEUU compraron mercancías al extranjero por un valor que superó, en más de 100 mil millones de dólares, el importe de lo que vendieron. Sólo los EEUU, al ser el dólar la moneda de reserva mundial, podían realizar semejante política sin que fuera necesario devaluar masivamente su moneda. Después, los EEUU inundaron el mundo con dólares, con una expansión sin igual del crédito bajo la forma de préstamos a los países subdesarrollados y al bloque ruso. Esta masa de papel moneda creó por un tiempo una demanda efectiva que permitió proseguir el comercio mundial. » (Revista Internacional, nº 26). Igualmente puede verse en Alemania Federal un ejemplo de ese período de ilusiones: «Alemania se ha puesto ha hacer de “locomotora” cediendo a las presiones, hay que reconocerlo, de los demás países (…). El aumento del gasto público se ha duplicado, creciendo 1,7 veces, en la misma proporción que lo ha hecho el producto nacional, hasta el extremo que la mitad de éste es ahora canalizado por los poderes públicos. Por eso el crecimiento de la deuda pública ha sido explosivo. Era estable a principios de los años 70 (más o menos 18 % del PNB). En 1975, esa deuda pasó a ser de repente el 25 %, y este año el 35 %, o sea que su porcentaje se ha duplicado en diez años. Está alcanzando un grado que no se veía desde la bancarrota del período entre guerras. Los alemanes que no se olvidan, ven resurgir el espectro de las carretillas repletas de billetes de la República de Weimar» (Citado de L´Expansion, - semanario económico francés -, 11/81, en la Revista Internacional, nº 31, 1982, p. 24). La crisis del dólar y la amenaza en 1979 de una quiebra financiera general, dio paso a un cambio en la política económica que se operó tras la fachada de la ideología liberal de la “desregulación”, que desembocará sin embargo, en 1982, en la recesión económica más fuerte que haya conocido el mundo desde los años que precedieron a la Segunda Guerra mundial.
2. - La «revolución liberal» Todas las elucubraciones sobre las causas “naturales” de la crisis mundial, como las que tanto se explotaron durante los años 70, no sirvieron para explicar nada de nada, por lo que se olvidaron rápidamente y nadie ha vuelto a hablar de ellas. Pero la crisis mundial siguió desarrollándose, tanto en profundidad como en extensión, hasta llegar al corazón mismo de las metrópolis industriales. Era pues necesario encontrar una nueva justificación que, al menos, sirviera de coartada ideológica a las dolorosas “terapias de choque” que se infligieron a los trabajadores, a partir de 1979 cuando el desempleo se duplicó en pocos años, cuando los salarios fueron bloqueados, cuando en las oficinas y fábricas se imponía una verdadera propaganda de guerra para que obreros y empleados defendieran, como soldados, “su” empresa, “su” nación,... en una guerra económica en la que tenían todo que perder y nada que ganar. Y en la cual, efectivamente, perdieron mucho. Y ¡con qué alborozo nos comunicaron que, por fin, habían descubierto el origen de todos los males que aquejaban a la economía!. Ahora resulta que la dolencia que abate a la sociedad es un exceso de “intervencionismo”, que lo que la enfermó fueron los “malos hábitos de pedigüeño que aspira a un subsidio” que habían imperado desde los “gloriosos” años de la postguerra (1945-75). Ese “demasiado Estado” habría agotado los recursos productivos y sofocado el “afán emprendedor”, creando grandes déficits estatales que hipotecarían el crecimiento productivo. La substancia, si cabe hablar de tal concepto, de estas peregrinas explicaciones es que sería ese “intervencionismo estatal” lo que habría impedido que las “leyes naturales” de la economía mundial jugaran su papel de “autorregulación”. Así, como por ensalmo y de repente, los economistas sintieron que habían descubierto las causas de la crisis, y su euforia fue aún más profunda puesto que de esta revelación se concluía que los remedios necesarios para contrarrestarla eran toda una serie de medidas que “sabían a gloria” a los explotadores: nos referimos a las oleadas de despidos, a la reducción de salarios, supresión de gastos sociales,... que sufrió la inmensa mayoría de la población trabajadora en todo el mundo durante la primera mitad de la década de los 80, a los que en el caso por ejemplo de los funcionarios y empleados del estado se acusaba de “privilegiados” mientras que al Tercer Mundo se le dejaba completamente abandonado.
Pero del mismo modo que antes veíamos que la supuesta penuria de materias primas y de fuentes energéticas escondía, en realidad, una sobreproducción; el pretendido “adelgazamiento del Estado” que se recetaba se convirtió en realidad en “un poco más de Estado”, aunque no fuera más que el aumento de su intervención en todos los aspectos de la vida social, empezando por las intervenciones de la policía, es decir la represión de todas las manifestaciones de revuelta que esa política provocó. O para orientar una parte cada vez más grande del esfuerzo productivo, tecnológico y científico hacia la producción de armamentos, o para encaminar cada vez más la inversión productiva hacia la Bolsa de valores,... Pero en 1984-85 se puso muy de moda el mito de una reactivación económica en los EEUU cuando parecía que las recetas “reaganianas” funcionaban y los principales indicadores económicos (el paro, la inflación,...) se recuperaban. En el mundo entero los financieros, los industriales, los políticos, se maravillaban de esa “revolución”, y ¡hasta la URSS y China! quisieron poner en práctica el “liberalismo”,... Como es sabido tal aventura fracasó en el espectacular colapso de la bolsa de valores en Octubre de 1987, con la amenaza de una recesión más fuerte y un retorno a la inflación.Los déficits presupuestarios y comerciales en lugar de desinflarse se habían encumbrado aún más en unos pocos años y sobre todo en el país en el que esa ideología había encontrado a la vez un trampolín y un terreno de predilección: los EEUU. Es el balance que sacábamos ya en 1986: «El crecimiento americano se ha hecho a crédito. En cinco años, los EEUU, que eran el principal acreedor del planeta, se ha convertido en el principal deudor, el país más endeudado del mundo. La deuda – interna y externa - acumulada por los EEUU, alcanza hoy la suma astronómica de 8 billones de dólares, después de haber sido de 4,6 billones de dólares en 1980 y 1,6 en 1970. Es decir que para poder hacer su papel de locomotora, en espacio de cinco años, el capital americano se endeudó más que durante los diez años precedentes» (Revista Internacional, nº 48).
La producción industrial, en cambio, no conoció un nuevo auge sino un enlentecimiento o incluso – como sucedió igualmente en EEUU – retrocedió. Resultó que ese “afán emprendedor” que iba a verse impulsado al quedar liberado de sus ataduras, huyó a la carrera de la esfera industrial y no encontró otro refugio que el de la especulación financiera y bursátil, única actividad enfebrecida del capital en estos últimos años, y que tuvo el lamentable fin que sabemos.
Esto vale para todas las grandes potencias industriales y particularmente para la más poderosa de ellas: los EEUU. Se ha dicho que una de las principales victorias que allí tuvo esa “revolución liberal” fue la reducción del desempleo, cuando lo cierto es que desaparecieron para siempre cerca de 1 millón de empleos de los sectores industriales, que más de 40 millones de personas pasaron a vivir en condiciones por debajo del “nivel de pobreza”, y que los únicos empleos que se crearon fueron empleos a tiempo parcial en el sector de los servicios: «Mientras en los años 70 un empleo suplementario de cada cinco ganaba menos de 7000 dólares al año; desde 1979 ha ocurrido lo propio con seis nuevos empleos de cada diez. (…) Entre 1979 y 1984 la cantidad de trabajadores que cobran un salario igual o superior al salario medio disminuyó en 1,8 millones (…) La cantidad de trabajadores que gana menos aumentó en 9,9 millones. >> (del periódico francés Le Monde, «Dossier et Documents, bilan économique et social», 1987).
En cuanto a las naciones llamadas del «tercer mundo», que supuestamente se verían favorecidas por la liberación de las “leyes naturales” del mercado y de la competencia, se han visto abocadas en estos años al fondo del precipicio. Y lejos de “emanciparse” de la tutela de las grandes potencias industriales, lo que se ha reforzado ha sido su dependencia pues ha aumentado el agobio de la deuda y de unos intereses que se han multiplicado por dos (por el valor monetario del dólar), mientras su principal fuente de ingresos, es decir la exportación de materias primas, se ha derrumbado puesto que el aparato productivo mundial ya no las absorbe. Así por ejemplo México se vio obligado a devaluar el peso un 50 % en Noviembre del 87.
Publicamos aquí el comunicado del Grupo Proletario Internacionalista de México sobre la agresión de la que ha sido víctima a manos de individuos producto de la descomposición del izquierdismo. Compartimos totalmente las posiciones planteadas en él y afirmamos nuestra total solidaridad con el G.P.I.
Ahora que se están desarrollando las luchas obreras, cada día más en el verdadero terreno de clase proletario, contra los ataques a las condiciones de vida, contra los bloqueos y las bajas de salarios, contra los despidos en todos los países, incluidos los menos desarrollados; ahora que las luchas están poniendo en entredicho abiertamente el marco sindical; ahora que empieza a desarrollarse un medio político proletario resueltamente internacionalista, que defiende la necesidad de las luchas masivas de la clase obrera y denuncia como prácticas burguesas todas las formas de sindicalismo, de nacionalismo y de terrorismo el “izquierdismo“, salido de las “guerrillas” y de los movimientos de “Liberación nacional”, que han dominado la vida política en Latinoamérica desde finales de los años 60, está mostrando su verdadero rostro. Esta ideología “radical” de la pequeña burguesía, predicadora del terrorismo, no sólo no ha puesto nunca, ni en lo más mínimo, en entredicho la dominación estatal de la burguesía, sino que además la impotencia de ayer, en sus actos terroristas contra el Estado, se ha convertido hoy, directamente, en instrumento indispensable del Estado contra los verdaderos grupos comunistas, contra los intereses inmediatos y generales del proletariado. Es así como, apenas transcurridos unos meses desde que salió a la luz Revolución Mundial, publicación del GPI, y en particular desde el nº 2, en el que se denunciaba el carácter burgués de esa ideología izquierdista y el callejón sin salida que para el proletariado son las guerrillas y el terrorismo radical, individuos procedentes de esas ideologías han organizado el ataque, con los métodos de la violencia burguesa y del terror estatal, contra combatientes del proletariado: tortura, robos, intimidación,…
Los grupos políticos proletarios y junto a ellos la clase obrera deben aportar su solidaridad sin reservas con el G.P.I.
El martes 9 de febrero el terror estatal, al que el capital somete en todo el mundo a la clase obrera y a sus fuerzas revolucionarias, se ha manifestado esta vez en la acción gansteril y represiva que ha vivido el GPI a manos de una de las bandas de los residuos del izquierdismo terrorista de este país.
La actividad “revolucionaria” de los grupos que se denominan terroristas o guerrilleros tiene una historia nefasta en esta región del mundo (así como en toda América Latina y otras partes del planeta):
Uno de estos grupos ha atacado a varios militantes del GPI, torturándoles y robándole al grupo material de impresión, documentos políticos, propaganda del medio comunista y la documentación legal de los compañeros. Así ha respondido esta banda a la denuncia política del papel contrarrevolucionario del terrorismo y la guerrilla que ha venido haciendo el GPI en su publicación Revolución Mundial; así es como van a seguir actuando estas bandas en un futuro no muy lejano, en colaboración directa o indirecta con la labor represiva del capital.
Ante la acción de esta banda y las acciones que en conexión con ella vendrán en el futuro; y que, de acuerdo a la realidad de la lucha de clases, constituyen un ataque contra el proletariado, contra sus nacientes fuerzas revolucionarias en el país y contra el conjunto del medio comunista internacional; acciones que se inscriben de lleno en la lógica de la actividad terrorista estatal, el GPI manifiesta:
Grupo Proletario Internacionalista
México, 15 de Febrero de 1988
En la primera parte de este artículo pusimos en evidencia el carácter perfectamente irracional de la guerra en el período de decadencia del capitalismo. Mientras que en el siglo pasado, pese a las destrucciones y matanzas que ocasionaban, las guerras eran un medio en el avance del capitalismo, favorecían la conquista del mercado mundial y estimulaban el desarrollo de las fuerzas productivas del conjunto de la sociedad, las guerras del siglo XX no son, en cambio, sino la expresión extrema de la barbarie en que la decadencia del capitalismo hunde a la sociedad. Esa primera parte del artículo ponía de manifiesto, en particular, que las guerras mundiales, pero también las múltiples guerras localizadas, al igual que todos los gastos militares devorados en su preparación y mantenimiento, no pueden ser considerados como el precio a pagar por el desarrollo de la economía capitalista, sino que se inscriben de forma exclusivamente negativa en el balance de dicha economía en su conjunto; al ser el principal resultado de las contradicciones sin solución que minan la economía, las guerras son un factor poderoso de agravación y aceleración de su hundimiento. En fin de cuentas, la absurdez total de la guerra en nuestra época queda ilustrada por el hecho de que una nueva guerra generalizada, que es la única perspectiva que el capitalismo es capaz de proponer pese a todas las campañas pacifistas actuales, significaría pura y simplemente la destrucción de la humanidad.
Otra demostración del carácter completamente irracional de la guerra en el período de decadencia del capitalismo, expresión de lo absurdo que es para el conjunto de la sociedad la supervivencia de ese sistema, es el hecho de que el bloque que, en última instancia desencadena la guerra, acabe siendo el “perdedor” (eso si cabe decir que haya un “ganador”). Así, en Agosto de 1914 son Alemania y Austria-Hungría quienes declaran la guerra a los países de la “Entente”. Igualmente, en septiembre de 1939, es la invasión alemana de Polonia la que abre las hostilidades en Europa mientras el bombardeo japonés de la flota norteamericana en Pearl Harbour en diciembre de 1941 fue la causa inmediata de la entrada en guerra de Estados Unidos.
La postura suicida de los países que, al fin y al cabo, iban a ser los principales perdedores de la conflagración mundial no puede explicarse evidentemente por la “locura” de sus dirigentes. En realidad, esa aparente locura en la dirección de los asuntos de esos países no es más que la traducción de la locura general del sistema capitalista actual; esta postura suicida es ante todo la del capitalismo en su conjunto desde que entró en su época decadente y no hace más que agravarse a medida que se hunde en esa decadencia. Más precisamente, la conducta “irracional” de los futuros “perdedores” de las guerras mundiales no hace sino expresar dos realidades:
El primer punto forma parte del patrimonio clásico del marxismo desde principio de siglo. Es uno de los fundamentos de toda la perspectiva de nuestra organización sobre el período actual y ha sido ampliamente desarrollado en otros artículos de nuestra prensa. Lo que queremos señalar especialmente aquí es la ausencia de un control verdadero de ese fenómeno por parte de la clase dominante. De la misma forma que todos los esfuerzos, todas las políticas de la burguesía por intentar superar la crisis de la economía capitalista no pueden evitar su agravación inexorable, todas las gesticulaciones de los gobiernos, incluidos los que intentan “sinceramente” preservar la paz, no pueden detener el engranaje que conduce a la humanidad hacia la carnicería generalizada, derivando el segundo fenómeno del primero.
En efecto, ante el callejón sin salida total en el que se encuentra el capitalismo y el fiasco de todos sus remedios económicos, incluso los más brutales, la única vía que tiene abierta la burguesía para intentar salir del atolladero es la huída hacia delante por otros medios, igualmente ilusorios, que no pueden ser más que militares. Desde hace ya varios siglos, la fuerza de las armas es uno de los instrumentos esenciales de la defensa de los interese capitalistas. Especialmente mediante guerras coloniales, este sistema ha abierto el mercado mundial creando cada potencia burguesa un coto privado donde vender sus mercancías y abastecerse de materias primas. La explosión del militarismo y de la fabricación de armamentos a finales del siglo pasado expresó el fin de este reparto del mercado mundial entre las grandes (e incluso las pequeñas) potencias burguesas. Desde entonces, para cada una de ellas, un crecimiento (y por tanto la preservación) de su parte de mercado pasa necesariamente por el enfrentamiento con las demás potencias y los medios militares que en un primer momento bastaban para dominar a las poblaciones indígenas, armadas con lanzas y flechas, se multiplicaron y perfeccionaron a gran escala para poder enfrentarse a otras naciones industriales. Desde aquella época, e incluso la descolonización ha dado lugar a otras formas de dominación imperialista, este fenómeno no ha hecho sino amplificarse hasta adquirir proporciones monstruosas que han transformado completamente sus relaciones con el conjunto de la sociedad.
En efecto, en la decadencia capitalista sucede con la guerra y el militarismo lo mismo que con otros instrumentos de la sociedad burguesa y especialmente de su Estado. En el origen éste es un instrumento de la sociedad civil (de la sociedad burguesa en el caso del Estado burgués) para asegurar un cierto “orden” en su seno e impedir que los antagonismos que la dividen no la lleven a la dislocación. Con la entrada del capitalismo en su época de decadencia, con la amplificación de las convulsiones del sistema, se desarrolla el fenómeno del capitalismo de Estado en el que éste adquiere un peso sin cesar creciente hasta absorber el conjunto de la sociedad civil, hasta convertirse en el principal patrón o incluso en el único. Aunque continúa siendo un órgano del capitalismo, y no a la inversa, en tanto que representante supremo del sistema, como garante de su preservación, tiende a librarse del control inmediato de los distintos sectores burgueses en la mayor parte de sus funciones, para imponerles sus propias necesidades globales y su lógica totalitaria. Lo mismo ocurre con el militarismo que constituye un componente esencial del Estado y cuyo desarrollo es justamente uno de los factores fundamentales de intensificación del capitalismo de Estado. De ser en un principio simple medio de la política económica de la burguesía, adquiere con el Estado y en su seno cierto nivel de autonomía y tiende cada vez más, con la amplificación de su función en la sociedad burguesa, a imponerse a ella y a su Estado.
Esta tendencia a la colonización del aparato estatal por la esfera militar se ilustra especialmente por la importancia del presupuesto de los ejércitos en el presupuesto total de los Estados (suele ser en general la partida más elevada). Pero no es ésa la única manifestación; en realidad, es el conjunto de los asuntos del Estado lo que sufre de forma masiva el control del militarismo. En los países más débiles, este control toma a menudo la forma de dictaduras militares pero no por ello es menos efectivo en los países donde un personal especializado de políticos dirige el Estado, de la misma forma que la tendencia al capitalismo de Estado no es menos fuerte en los países donde, a diferencia de los llamados “socialistas”, no hay una identificación completa entre el aparato económico y el aparato político del capital. Por otra parte, incluso en los países más desarrollados, no faltan ejemplos, desde la 1ª Guerra Mundial, de participación de los militares en las instancias supremas del Estado: papel eminente del General Groener, primer jefe de Estado Mayor, como inspirador de la política del canciller socialdemócrata Ebert en la represión de la revolución alemana de 1918-19, elección del mariscal Heindenburg para la presidencia de la República en 1925 y 1932 (quien llamará a Hitler para la cancillería en 1933), nombramiento del mariscal Petain en 1940 y del general De Gaulle en 1944 y 1958 para la jefatura del Estado francés, elección del general Eisenhower en 1952 y 1956 etc. Mientras que en el marco de la “democracia” el personal y los partidos políticos suelen cambiar en la cumbre del Estado, el estado mayor y las jerarquías militares gozan de una notable estabilidad lo que no puede sino reforzar su poder real.
Debido a esta dominación del militarismo sobre la sociedad a medida que las “soluciones” a la crisis preconizadas y puestas en práctica por los aparatos económicos y políticos de la sociedad burguesa manifiestan su impotencia, las “soluciones” específicas promovidas por los aparatos militares tienden a imponerse cada vez más. Es así como podemos entender el acceso al poder del partido nazi en 1933: este partido representaba con la máxima determinación la opción militarista frente a la catástrofe económica que golpeaba Alemania de forma particularmente aguda. Así, a medida que el capitalismo se hunde en la crisis se le impone de forma creciente, irreversible e incontrolable, la lógica del militarismo aunque éste no esté ni más ni menos capacitado que las demás políticas para proponer (como hemos visto en la primera parte de este artículo) la menor solución a las contradicciones económicas del sistema. Y esta lógica del militarismo en un contexto mundial en el cual todos los países están dominados por ella, en el que el país que no prepara la guerra, que no emplea los medios militares que se imponen, se convierte en víctima de los demás, no puede conducir más que a la guerra generalizada aunque ésta no aporte a todos los beligerantes sino masacres y ruinas e incluso la destrucción total.
Esta presión hacia el enfrentamiento generalizado se ejerce tanto más fuertemente sobre las grandes potencias que se han visto menos favorecidas en el reparto del botín imperialista mientras que las mejor dotadas tienen mucho más interés en preservar el statu quo. Por eso en la 1ª Guerra mundial las dos potencias que más empujaron hacia el enfrentamiento guerrero fueron Rusia y sobre todo Alemania siendo el bloque dominado por esta última el que más se comprometió en el conflicto porque Alemania, aunque se había convertido en la primera potencia económica europea, tenia un imperio colonial de tamaño inferior a los de Bélgica o Portugal. Esta situación es todavía más clara cuando la 2ª Guerra mundial, pues la posición de Alemania se había agravado mucho más, debido a que el tratado de Versalles de 1919 no sólo le había despojado de sus escasas posesiones coloniales sino además de una parte de “su” territorio nacional. Igualmente, Japón destruye en 1941 la flota americana del Pacífico con la esperanza de ampliar en este océano su imperio colonial que estimaba insuficiente frente a las exigencias de su poderío económico (sólo contaba con Manchuria desde 1937 a expensas de China). Es así como son los bandidos imperialistas que precipitan la guerra debido a la estrechez de su “espacio vital” lo que en fin de cuentas están menos capacitados para ganarlas:
En cantidad de aspectos, la URSS y su bloque se encuentran hoy en situación similar a la de Alemania en 1914 y 1939. En particular, la causa principal de la situación que han padecido ambas potencias es su llegada tardía al desarrollo industrial y el mercado mundial lo que las obliga a contentarse con las migajas de las potencias imperialistas más antiguas (como Francia e Inglaterra especialmente) en el reparto del pastel imperialista. Sin embargo, es preciso notar una diferencia importante entre la Rusia de hoy y la Alemania de antaño. Aunque, como Alemania en 1914 y 1939, la URSS es hoy la 2ª potencia económica del mundo (aunque en términos de PNB ha sido superada por Japón) se distingue de aquel país porque no posee una industria y una economía de vanguardia. Al contrario: en este dominio adolece de un retraso considerable e insuperable. Aquí reside uno de los fenómenos más destacados de la decadencia capitalista: la imposibilidad para los capitales nacionales recién llegados de alzarse al nivel de desarrollo de las potencias ya instaladas. El crecimiento industrial de Alemania tiene lugar a finales del siglo XIX cuando el capitalismo conoce su máxima prosperidad lo que permite hacer de la economía de este país la más moderna del mundo. En cambio, el crecimiento industrial de la Rusia actual tiene lugar en plena decadencia del capitalismo (finales de los años 20, principios de los 30), agravado además por las terribles destrucciones provocadas por la guerra mundial y por la guerra civil que siguió a la revolución. Por ello, este país no ha sido jamás capaz de salir realmente de su subdesarrollo y se encuentra entre los países más atrasados de su propio bloque[1].
Así, a la menor extensión de su imperio se añade, para Rusia, unas debilidades económicas y financieras enormes respecto a su rival occidental. Este desnivel económico es aún más evidente a escala de los dos bloques: así, entre las 8 primeras potencias (según su PNB), 7 forman parte de la OTAN o son como Japón aliados seguros de USA. En cambio, los aliados de Rusia del Pacto de Varsovia se sitúan respectivamente en los lugares 11, 13, 19, 32, 40 y 45. Estas debilidades se repercuten en toda una serie de dominios en el período actual.
Una de las consecuencias primordiales de la superioridad económica y especialmente de las EEUU consiste en la variedad de medios de que dispone para asentar y mantener su dominación imperialista. Así, Estados Unidos puede establecer su dominio tanto sobre los países gobernados por regímenes “democráticos”, como los que están en manos del ejército, de partidos únicos o incluso de partidos de corte estalinista. En cambio, Rusia no puede controlar más que regímenes directamente a su imagen (¡y aún con dificultades!) o regímenes militares que disponen del apoyo directo de las tropas del bloque.
Igualmente, el bloque occidental puede hacer un amplio uso, junto a la baza militar, de la economía en el control de sus vasallos (ayudas bilaterales, intervención de organismos como el FMI o el Banco Mundial). Este no es el caso de la URSS que no tiene ni ha tenido jamás los medios para jugar semejante baza. La cohesión de su bloque se basa únicamente en la fuerza militar.
Así, la debilidad económica del conjunto del bloque ruso explica su situación estratégica netamente desfavorable a escala mundial: sus medios limitados no le han permitido jamás librarse verdaderamente del cerco que le impone el bloque USA. Ello explica que incluso en lo estrictamente militar –que es lo único que le queda- no ha tenido jamás la menor posibilidad de enfrentar victoriosamente a su rival.
En efecto, mientras que Alemania a principios de siglo o en los años 30 pudo, gracias a su potencial industrial moderno, tener momentáneamente, antes de los enfrentamientos decisivos cierta superioridad militar frente a sus rivales, la URSS y su bloque, debido a su atraso económico y tecnológico, han estado siempre retrasados respecto al bloque americano desde el punto de vista del armamento. Además, este retraso se ha agravado por el hecho de que, después de la 2ª Guerra mundial -como manifestación de la acentuación constante de las grandes tendencias de la economía capitalista- el mundo entero no ha podido disfrutar del menor instante de pausa en los conflictos localizados y en los preparativos militares, contrariamente a lo que prevaleció después de la 1ª Guerra mundial.
Desde la 2ª Guerra mundial, Rusia no ha podido más que ir corriendo -y de lejos- tras la potencia militar del bloque del Oeste sin jamás conseguir igualarlo[2]. Los enormes esfuerzos que ha consagrado a las armas, especialmente en los años 60-70, si bien le han permitido cierta paridad en algunos dominios (por ejemplo, en la potencia de fuego nuclear), han tenido como consecuencia una agravación aún más dramática de un retraso industrial y de su fragilidad frente a las convulsiones de la crisis económica mundial. En cambio, no le han permitido preservar las posiciones (a excepción de Indochina) que las guerras de descolonización (llevadas contra los países del bloque del Oeste) le habían permitido conquistar en Asia (China) y África (Egipto).
En el tránsito entre los años 70 y los 80 se produce una modificación importante del contexto general en el que se han desplegado los conflictos imperialistas desde el final de la guerra fría. En la base de esta modificación se sitúa la evidencia cada vez más neta del callejón sin salida de la economía capitalista cuya recesión de 1981-83 constituye una ilustración particularmente clara. Ese atolladero económico no puede sino acelerar fuertemente la carrera ciega de todos los sectores de la burguesía mundial hacia la guerra (ver, en particular, el artículo “ años 80, años de la verdad” en la Revista Internacional, nº 20).
En ese contexto, asistimos a una modificación cualitativa de los conflictos imperialistas. Su principal característica estriba en una ofensiva general del bloque USA contra el bloque ruso. Una ofensiva que Carter -con su campaña sobre los “derechos humanos” y sus decisiones clave en el plano de los armamentos (sistema de misiles MX, euromisiles, fuerza de intervención rápida) puso las bases y ha sido ampliamente desplegada por Reagan con aumentos considerables en los presupuestos militares, envío de cuerpos expedicionarios a Líbano en 1982, a la isla de Granada en 1983, el despliegue del dispositivo llamado “Guerra de las galaxias” y, más recientemente, bombardeos de Libia en 1986 y despliegue de la flota USA en el golfo Pérsico.
Esta ofensiva busca rematar el cerco de la URSS, despojándola de todas las posiciones que ha podido conservar fuera de su zona de influencia directa. Esa ofensiva pasa por la expulsión definitiva de Rusia de Oriente Medio -hoy ya realizada con la inserción de Siria a mediados de los 80 en los planes imperialistas occidentales-, por meter en cintura a Irán y su reinserción en el dispositivo americano como una pieza importante. Tiene por ambición continuar con la recuperación de la antigua Indochina. Quiere conseguir el estrangulamiento de Rusia, retirándole su estatuto de potencia mundial.
Una de las características más destacadas de esta ofensiva es el empleo cada vez más masivo por parte del bloque USA de su potencia militar, especialmente mediante el envío de cuerpos expedicionarios norteamericanos o de otros países centrales del bloque (Francia, Gran Bretaña e Italia principalmente) al campo de enfrentamientos, como pudo verse en Líbano en 1982 y en el Golfo Pérsico en 1987. Esto corresponde a que la baza económica, empleada abundantemente en el pasado para quitar posiciones al adversario, no basta ya:
Sobre esto último, los acontecimientos de Irán han sido de lo más revelador. El hundimiento del régimen del Sha y la parálisis que ello ocasionó en el dispositivo militar de los USA en la región permitió a Rusia marcar puntos en Afganistán, instalando sus tropas a unos cientos de kilómetros de los “mares calientes” del Océano Indico. Eso convenció a la burguesía norteamericana para organizar su fuerza de intervención rápida y reorientar su estrategia imperialista, decisiones que la explotación del asunto de los rehenes de la embajada norteamericana en Teherán, en 1980, pudo hacer tragar fácilmente a una población traumatizada.
La situación actual se diferencia, por lo tanto, de la anterior de la 2ª Guerra Mundial, pues es hoy el bloque mejor dotado el que está a la ofensiva:
Aunque, en fin de cuentas, el esquema de 1914 y 1939 sigue siendo válido en lo esencial, o sea que es el bloque menos favorecido el que da el paso decisivo, lo que hemos de presenciar en el período actual es un avance progresivo del bloque USA, el cual va a seguir marcando puntos, contrariamente a los años 30 durante los cuales era Alemania la que iba avanzando (Anschluss en 1937, Munich en 1938, Checoslovaquia en 1939). Ante ese avance es de prever una resistencia encarnizada por parte del bloque ruso en todos los lugares donde pueda hacerlo, lo cual va concretarse en una continuación de enfrentamientos militares en los que el bloque va a comprometerse cada vez más directamente. De ahí que, si bien la baza diplomática va a seguir jugándose, va a ser más bien el resultado de una relación de fuerzas obtenida de antemano en el terreno militar. Eso es lo que ha sucedido recientemente con la firma, el 8 de diciembre de 1987, del acuerdo de Washington entre Reagan y Gorbachov sobre los misiles de de “alcance intermedio” (entre 500 y 5500 Km.) y las negociaciones que continúan actualmente sobre una eventual retirada de tropas rusas de Afganistán. En caso de que se produjera esa retirada, sería el resultado del atolladero en que se ha metido la URSS desde que USA abastece abundantemente a la guerrilla con material ultramoderno como los misiles tierra-aire Stinger que provocan daños considerables en los aviones y helicópteros rusos.
En cuanto a los acuerdos sobre la eliminación de los euromisiles cabe señalar que son también el resultado de la presión militar ejercida por EEUU sobre su adversario, especialmente mediante la instalación de los cohetes Pershing II y los misiles de crucero en varios países de Europa Occidental (Gran Bretaña, RFA, Holanda, Bélgica e Italia) desde noviembre de 1983. El que este acuerdo resulte principalmente de una iniciativa rusa y que el número de misiles y cabezas nucleares suprimidos por la URSS sea más elevado que por la parte americana (857 misiles y 1667 cabezas contra 429 y las mismas cabezas) ilustra claramente que es Rusia la que se encuentra en situación de debilidad, especialmente porque sus cohetes SS20 son mucho menos precisos que los Pershing II que pueden golpear objetivos situados a una distancia de 1800 Km., por no hablar de los misiles de cruceros que tras 3000 Km. de vuelo son todavía más precisos.
Para el director de orquesta del bloque occidental, la operación es tanto más interesante por cuanto la retirada de sus propios euromisiles no implica ni retirada ni parada en el despliegue de los de sus aliados: de hecho, tras los acuerdos de Washington se esconde la voluntad americana de cargar sobre sus socios europeos una parte del enorme fardo militar. Esa mayor implicación de estos países en el esfuerzo de defensa del bloque se ha manifestado de manera patente durante el verano del 87 con su participación, en muchos casos masivos, en la flota occidental desplegada en el golfo Pérsico. A finales del 87 se ha vuelto a confirmar más claramente todavía, con la decisión franco-británica de construir en común un misil nuclear de más de 500 Km. de alcance y, también, con las maniobras militares conjuntas franco-alemanas que prefiguran una mayor integración de los ejércitos de todos los países de Europa del Oeste. Y de nuevo, con la reciente cumbre de la OTAN en marzo del 88 en la que todos sus miembros se han comprometido a modernizar regularmente su armamento, o sea aumentar más y más los gastos militares.
Los acuerdos de Washington no significan, por lo tanto, el menor cuestionamiento de las características generales de los antagonismos imperialistas que hoy dominan el mundo. La supresión de los euromisiles no es más que un granito de arena en la colosal capacidad de destrucción de que disponen las grandes potencias. Pese al espantoso potencial de destrucción que representan las 2100 bombas atómicas que van a ser eliminadas (cada una de ellas más potente que la que destruyó Hiroshima en Agosto del 45) eso no es sino una mínima parte de las más de 40000 bombas listas para ser lanzadas por misiles de todo tipo instalados en tierra o a bordo de aviones, submarinos o barcos; eso sin contar todos los obuses nucleares, probablemente decenas de miles que pueden ser disparados por 6800 cañones.
Si los acuerdos de Washington ni siquiera implican una reducción sensible del inmenso potencial de destrucción que poseen las grandes potencias, tampoco significan ni mucho menos, la apertura de un proceso de desarme y desaparición de la amenaza de guerra mundial. El “recalentamiento” actual en las relaciones entre los dos “grandes”, las zalamerías que se hacen mutuamente Reagan y Gorbachov, que han venido a sustituir las rociadas de insultos de hace unos años, no significan que la “cordura” esté empezando a imperar en las relaciones internacionales en detrimento de la “locura” que sería el enfrentamiento entre las dos `potencias:
“En realidad, los discursos pacifistas, las grandes maniobras diplomáticas, las Conferencias internacionales de todo tipo, han formado siempre parte de los preparativos burgueses hacia la guerra imperialista (como lo demostraron, por ejemplo, los acuerdos de Munich en 1938, un año antes del inicio de la IIª Guerra Mundial). Se alterna con discursos belicistas con los cuales tienen una función complementaria. Mientras que estos últimos tienen por misión hacer aceptar a la población y en especial a la clase obrera los enormes sacrificios exigidos por el aumento sin límites del armamento, de prepararla para la movilización general, los primeros tienen por función la de hacer aparecer a cada Estado como “amante de la paz”, que “ no tendría ninguna culpa en la agravación de las tensiones”, a fin de justificar a continuación la “necesidad” de la guerra contra el otro que “cargaría con toda la responsabilidad”.” (Resolución sobre la situación internacional del VIIº Congreso de la CCI en Revista Internacional nº 49/51).
Podríamos además precisar que el ejemplo de la conferencia de Munich que se presentó como un “gran paso hacia la paz en Europa”, después de todo un período de tensiones diplomáticas y despliegue de discursos belicistas, nos ha enseñado que los períodos pacifistas de la propaganda burguesa no significan en ningún caso que el peligro de guerra sea menos inminente que durante los períodos belicistas. En realidad, la función específica de cada uno de esos dos tipos de campañas hace que se utilicen los discursos pacifistas en vísperas de un desencadenamiento de los conflictos para así sorprender más fácilmente a la clase obrera y paralizar la menor resistencia por su parte, mientras que los discursos belicista corresponden a la fase anterior de desarrollo del esfuerzo armamentístico.
Aunque el desencadenamiento de una IIIª Guerra Mundial no está actualmente al orden del día, por la sencilla razón de que el proletariado de hoy no ha sido derrotado sino que, al contrario, se encuentra en un período histórico de desarrollo de sus luchas “hemos asistido en los últimos años a una alternancia entre discursos belicistas y pacifistas por parte de la Administración de Reagan, cuyo “extremismo” de los primeros años de su mandato, destinado a justificar el enorme crecimiento de los gastos militares así como las diversas intervenciones en el exterior, ha dado paso a una “apertura” frente a las iniciativas soviéticas, desde que quedó afirmada la nueva orientación de crecimiento de los preparativos militares y convenía dar prueba de “buena voluntad”.” (Ídem).
El que el principal destinatario de esas campañas sea el proletariado mundial queda ilustrado por el momento en que se ha desarrollado cada una de ellas. El punto culminante de la campaña belicista se sitúa al iniciarse los años 80 cuando la clase obrera acababa de sufrir una derrota importante concretada y agravada por la represión de los obreros polacos en diciembre de 1981. Lo que entonces predominaba en la clase obrera era un sentimiento de impotencia y de fuerte desorientación. En aquel contexto, las campañas belicistas promovidas por los diferentes gobiernos, los discursos guerreros cotidianos, aunque también provocaron entre los obreros una inquietud justificada ante las terribles perspectivas que el sistema “propone” a la humanidad, el principal resultado que tuvieron fue el de aumentar el sentimiento de impotencia, la desesperanza entre ellos, transformándolos en presa fácil para las grandes y embaucadoras manifestaciones pacifistas organizadas por las fuerzas de izquierda en la oposición. En cambio, la campaña pacifista de los gobiernos occidentales orquestada por Reagan se despliega en 1984 justo después de que toda una serie de luchas masivas en Europa demostraran que la clase obrera estaba saliendo de su momentáneo desamparo y volviendo a tomar confianza en sí. En una situación así, la inquietud provocada por los discursos guerreros no produce en los obreros un sentimiento de impotencia, sino que, al contrario, pude acelerar en ellos la toma de conciencia de que sus luchas actuales contra los ataques económicos del capitalismo son el único obstáculo verdadero contra el desencadenamiento de otra guerra mundial, son las primicias en el camino de la destrucción de este sistema inhumano. Las campañas pacifistas actuales intentan precisamente conjurar ese peligro. Al no poder hacer que los obreros acepten con fatalismo la perspectiva de un nuevo endurecimiento de los conflictos imperialistas y las espantosas consecuencias que ello acarrea, la burguesía intenta adormecerlos, haciéndoles creer que la “sabia cordura” de los dirigentes de este mundo es capaz de poner término a la amenaza de una IIIª Guerra mundial.
De hecho, la idea esencial que se preponen meter en las mentes obreras esos dos tipos de campañas con argumentos diferentes, es que los problemas fundamentales de la vida de la sociedad y, en particular, la cuestión de la guerra, se dirimen sin que la clase obrera tenga la menor posibilidad de aportar su propia respuesta como clase. Los revolucionarios debemos defender permanentemente la idea opuesta: todas las conferencias de “paz”, todos esos acuerdos entre los bandidos imperialistas, toda esa “sabia cordura” de los hombres de Estado, no resuelven absolutamente nada; sólo la clase obrera puede impedir que la crisis actual desemboque en una carnicería imperialista mundial y por lo tanto, en destrucción de la humanidad, sólo la clase obrera, destruyendo al capitalismo, puede liberar a la humanidad de la plaga de la guerra.
Ahora que la burguesía occidental está haciendo todo lo posible por ocultar la auténtica gravedad del envío de la flota al Golfo Pérsico (pues contiene en perspectiva una nueva agravación del conflicto entre los dos bloques), ahora que aquélla presenta la última cumbre de la OTAN como un llamamiento a la continuación del desarme y a la acentuación de las tensiones cuando en realidad son todo lo contrario, ahora que Gorbachov se presenta por todas partes y de forma ostensible como “gran campeón de la paz”, incumbe a los revolucionarios recordar y señalar, como este artículo se ha propuesto hacer, la dimensión y lo ineluctable, en el capitalismo, de la barbarie en que este sistema está hundiendo y hundirá a la sociedad. Le incumbe reforzar la denuncia de las ilusiones pacifistas, siguiendo así el combate librado por sus mayores desde el siglo pasado: “Las fórmulas del pacifismo: desarme universal bajo el capitalismo, tribunales de mediación etc. aparecen no sólo como una utopía reaccionaria sino como una verdadera engañifa contra los trabajadores, para desarmar al proletariado y desviarlo de su verdadera tarea de desarmar a los explotadores” (Lenin: Programa del Partido Bolchevique).
F.M.
[1] Nuestra Revista ha puesto ampliamente en evidencia el retraso considerable que Rusia no consigue superar (véase el Informe sobre la situación internacional del III Tercer Congreso de la CCI en la Revista Internacional nº 37).
[2] Es, además, uno de los elementos que explican por qué los conflictos de la “guerra fría” a finales de los 40 y principios de los 50 no degeneraron en conflagración mundial: los fracasos de Rusia en sus intentonas en Berlín (bloqueo de Berlín Oeste entre Abril 48 y Mayo del 49 roto por un puente aéreo organizado por los occidentales) y en Corea (invasión de Corea del Sur por Corea del Norte en Junio de 1950 con la respuesta de las tropas americanas y que termina en armisticio en julio del 53, por el cual Corea del Norte pierde una parte de su territorio) han demostrado que, ya desde entonces, no tenía los medios a la altura de sus objetivos. Los intentos posteriores de la URSS por mejorar sus posiciones se han saldado en la mayor parte de los casos en fracaso. Así ocurrió, por ejemplo, con su tentativa de instalar en Cuba cohetes nucleares amenazando directamente el territorio norteamericano. Los discursos sobre la pretendida superioridad militar del Pacto de Varsovia sobre la OTAN, sobre todo en Europa, son pura propaganda. En 1982, la batalla aérea en la Bekaa libanesa fue concluyente: 82 aviones derribados por Israel, equipado con material USA, contra 0 por Siria equipada con material URSS. En Europa, la OTAN no necesita la cantidad de aviones y tanques con que cuenta el Pacto de Varsovia para disponer de una superioridad aplastante.
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Con la reproducción de este artículo, además de expresar nuestro acuerdo con su contenido político, queremos también dar a conocer a la mayor cantidad de gente que nos es posible, la realidad del desastre económico que está viviendo el capitalismo en México al igual que en las 3/4 partes del planeta. Queremos así denunciar las dramáticas condiciones de existencia de millones y millones de seres humanos en nuestros días. El texto de nuestros compañeros del GPI nos da muestras de que la barbarie capitalista no es una fatalidad y que la clase obrera, aunque no pueda tener la misma fuerza que en las grandes concentraciones industriales de los EEUU y de Europa, está luchando contra la miseria, afirmándose como la única fuerza capaz de ofrecer una perspectiva contra la barbarie, a la totalidad de capas populares, miserables y sin trabajo, de esos países. Sí, el proletariado de México, al igual que en el resto de Latinoamérica, está en la lucha, obligado por las circunstancias, a desarrollar las mismas armas que sus hermanos de clase de los demás continentes, contra idénticas dificultades, contra idénticos obstáculos, y, para empezar, las trampas de los partidos de izquierda, de los sindicatos, y la represión estatal.
La realidad de la combatividad obrera en México se ha visto confirmada, en negativo, por el desarrollo mismo de las últimas elecciones presidenciales, en las que por primera vez desde hace más de 60 años, el candidato del PRI, partido del gobierno, sólo ha sacado 50 % de votos en medio de la mayor confusión y sin duda mediante el clásico fraude. Cuauhtémoc Cárdenas, su adversario, procedente, también él, del... PRI, estaba apoyado por una coalición de partidos de izquierdas, y entre ellos el PC y los trotskistas. Basándose en temas típicamente embaucadores como el de la democracia contra la corrupción y el pucherazo electoral, el del nacionalismo contra el reembolso de la deuda mexicana, contra la “dictadura del FMI” y el imperialismo de Estados Unidos, la burguesía lo ha hecho todo, y parece haberlo conseguido, para organizar una fuerza política de izquierdas en torno a Cárdenas. Con ello, la burguesía pretende canalizar la rabia evidentemente para ella. Esta nueva adaptación de las fuerzas políticas de la burguesía en México se está completando con el desarrollo de un “sindicalismo independiente” (independiente del sindicato único, la CTM), versión mexicana del sindicalismo de base.
En resumen, bajo los condescendientes auspicios de los EEUU, la burguesía mexicana está instalando fuerzas políticas y sindicales de izquierda, en la oposición, para así desnaturalizar las inevitables luchas obreras del futuro, gracias, en particular, a los mitos democráticos, empleados ya en la mayoría de los países latinoamericanos, como hoy está ocurriendo en Chile.
CCI
Durante los últimos años, venimos presenciando una constante agravación de la crisis en México. Por supuesto, esta situación solo puede comprenderse cabalmente tomando en cuenta que el país forma parte del sistema capitalista mundial y, como tal, se halla inmerso en la crisis crónica mundial que desde finales de los sesenta viene extendiéndose y agravándose lenta pero inexorablemente, en la forma de “recesiones” (paralización del crecimiento industrial y comercial) cada vez más duraderas y profundas, seguidas de “recuperaciones” cada vez más cortas y ficticias.
Así, mientras la pasada “recesión” de 1980-82 abarcó literalmente a todo el mundo, la “recuperación” que le siguió del 83 al 86 apenas tocó a las grandes potencias, en tanto la mayoría de los países quedaron sumergidos en el estancamiento. Ahora, el mundo entero se encamina nuevamente a otra “recesión” cuyos efectos previsiblemente serán aún más desastrosos que los de la anterior. En el caso de México, del 82 en adelante asistimos al desmoronamiento de la industria del país. En los últimos cinco años el porcentaje de crecimiento del PIB en promedio ha sido menor a cero... Todos los sectores industriales se hallan estancados o en retroceso... con todo ello la situación de los trabajadores empeora. Durante 1987 “el crecimiento industrial continúa totalmente estancado”1.
Señalemos tan sólo tres signos externos visibles de la agudización de la crisis durante 1987:
1)El magro crecimiento del PIB en 1,4 % que ni siquiera recupera la caída de - 3,8 del 86. Lo cual indica que la producción continúa estancada, ante la falta de motivos para invertir, dada la sobreproducción mundial y la caída de los precios de todas las materias primas, de las que México es productor (como petróleo, minerales, productos agrícolas).
2) Una inflación disparada en 159 % anual. Como el mercado interno se halla estancado, el gobierno intenta reanimarlo mediante un aumento de su gasto. Para ello acelera la elaboración de billetes (papel-dinero) con lo cual paga a empleados, contratistas, etc...
Pero la elaboración indiscriminada de papel-dinero produce en éste el mismo efecto que si por ejemplo una mercancía cualquiera pudiera producirse con una menor inversión: bajaría su valor. A medida que se lanza a la circulación más papel-dinero sin valor, necesariamente se deprecia con relación al conjunto de mercancías, o lo que es lo mismo, las mercancías suben de precio.
Aunque si bien suben de precio todas las mercancías, no lo hacen en la misma proporción, particularmente el precio de la fuerza de trabajo (los salarios), que se va retrasando en relación a los precios de las demás mercancías, mecanismo muy bien conocido por cualquier trabajador y que es utilizado por la clase capitalista para apoderarse de mayores ganancias a costa de la caída del salario.
El problema para el capital es que cada alza de precios empuja a una nueva emisión de billetes, entrando en la «espiral inflacionaria» donde la cantidad de dinero va creciendo al mismo ritmo acelerado en que se va depreciando, hasta llegar a una situación en que los precios suben tan rápido, de un día para otro o incluso cada hora (la llamada «hiperinflación»), que el dinero pierde toda utilidad, pues ya no sirve ni para medir el valor de las mercancías, ni para las operaciones de intercambio, ni para ahorrarse, ni para nada.
De esta manera, el mecanismo que al principio se utilizó para reanimar la circulación de mercancías, se transforma en lo contrario: en un obstáculo más para la misma circulación, agudizando el estancamiento.
La inflación es un ejemplo claro de cómo las medidas de política económica aplicadas por los Estados nacionales actualmente pueden contener momentáneamente la crisis, pero no pueden
terminar con ella. Y en los últimos meses de 1987, la economía mexicana caminaba derecho hacia la “hiperinflación”2.
3) El crecimiento desmesurado de la bolsa mexicana de valores en unos pocos meses y su posterior estallido, con el resto de las bolsas de valores del mundo, a finales de octubre.
La caída de la bolsa de valores en México simultáneamente a las caídas de otras bolsas del mundo no fue una mera coincidencia : obedeció a las mismas causas profundas, puso en evidencia la completa interpenetración de la economía mundial.
Las principales bolsas de valores del mundo (de Nueva York, Europa y Japón) venían creciendo en los últimos dos años, de manera totalmente desproporcionada en relación con el crecimiento industrial. Los capitales huían de la inversión productiva para colocarse en operaciones financieras, especulativas, señal de que la «recuperación» iniciada en 1983 tocaba a su fin. Y al irse saturando las principales arterias financieras, los capitales también llenaban las menores. Así, durante 1987,muchos capitales «retornaron» a México, pero no tanto para invertir en la industria, sino básicamente para ser colocados en el mercado bursátil, en la emisión de valores-papel (acciones), apoderándose del dinero de otros inversionistas, que compraban las acciones atraídos por la promesa de altas ganancias (promesas que en el último momento llegaron a ser del 1000 %). De esta manera, por el puro juego de la oferta y de la demanda, juego alentado por la prensa y por el mismo gobierno, la bolsa mexicana se hinchó en unos meses en 600 %... para derrumbarse a finales del año, con el resto de las bolsas del mundo, cuando resultó que ni la producción mundial ni la nacional habían crecido lo suficiente y las ganancias no eran reales, llegando a perder la bolsa de México el 80 % del «valor» que habían llegado a manejar. Tan sólo unos cuantos lograron altas ganancias (producto de la especulación): aquéllos que conocen y manipulan la información y que pudieron deshacerse rápidamente de las acciones, quedándose con el dinero líquido, mientras dejaban en la ruina a muchos otros inversionistas3.
Así, pues, en condiciones de sobreproducción, de saturación de los mercados, la producción industrial queda estancada, mientras los capitales se orientan hacia la búsqueda de ganancias especulativas.
Es ante esta situación que, a partir de mediados de diciembre del 87,el gobierno mexicano decide adoptar un nuevo programa económico, llamado «Pacto de solidaridad económica». El Estado parte del reconocimiento del fracaso de los planes anteriores para contener la crisis (de que, por tanto, eran mentiras las optimistas declaraciones oficiales), de que la crisis persiste y se agrava, y de la necesidad de dar otro salto para atrás lo más ordenadamente posible, «distribuyendo» (hasta donde el Estado puede hacerlo) las pérdidas entre los diferentes sectores capitalistas, pero, básicamente, incrementando aún más la explotación hacia la clase obrera.
Para echar a andar el programa, el Estado ha levantado una aplastante campaña ideológica, por todos los medios de difusión existentes, para convencer a los trabajadores de que deben aceptarlo, de que « el pacto » sería la base para solucionar los «problemas nacionales», de que tiene que haber «solidaridad» entre todos los «sectores » sociales, en suma, de que deben sacrificarse aún más para salvar las ganancias de los capitalistas.
Por su forma, el «pacto de solidaridad» es un programa «antinflacionario», en cierta medida semejante a los aplicados en otros países como Argentina, Brasil o Israel. A partir de una inicial y repentina alza general de los precios de las mercancías, junto a la contención de las alzas salariales, y de un drástico recorte del gasto gubernamental (que fue en 5,8 % )se trata de ir controlando paulatinamente la inflación. Lo cual no significa otra cosa que una nueva y tremenda contracción del comercio interno, aunque «regulada» por el Estado, y más cierres de industrias, comenzando por las empresas para estatales, cierres que a su vez repercutirán en las privadas.
De hecho, en los últimos cinco años ha sido una constante la liquidación de empresas paraestatales, o su venta a precio de remate. Este proceso que es llamado por el gobierno «desincorporación» ha alcanzado a unas 600 industrias, algunas tan importantes como la fundidora Monterrey, la que, en su liquidación, arrastró a un conjunto de filiales y proveedoras. Con el «pacto», este proceso únicamente se acelera: tan sólo en los primeros tres meses del «pacto», el gobierno ha autorizado la desaparición de unas 40 empresas (el caso más señalado es el de Aeroméxico que contrataba a más de 10 mil trabajadores) y la venta de otras 40 (entre las que se cuenta la mina de cobre Canaena, la más grande del país).
Tal es el significado de la agudización de la crisis: la aceleración del proceso de destrucción-desvalorización del capital, mediante la aniquilación material de los medios de producción o su depreciación, así como la reducción de los salarios y el despido masivo de obreros (lo cual está acompañado de ritmos de trabajo más intensos para los que continúan laborando). Sobre esta base, el capital intenta revertir la caída de las ganancias, apoderándose de mayor plusvalor con relación al capital invertido, lo cual, en términos de mercado internacional, significa presentar productos más competitivos, más baratos.
Con el «pacto de solidaridad», pues, las condiciones de vida de la clase obrera empeoran. El agotamiento físico en el trabajo, el desempleo y la miseria se agudizan. La explotación capitalista se torna aún más insoportable.
Al igual que en todo el mundo, la situación del proletariado en México continúa agravándose. Las cifras dadas a conocer por la burguesía constituyen a penas un pálido reflejo de esta realidad.
El derrumbe de la planta productiva tiene su complemento en el desempleo masivo. Se calcula4 que en México, han sido despedidos en los últimos cinco años más de 4 millones de trabajadores quienes, sumados a la población joven que busca trabajo sin encontrarlo, resulta más de 6 millones de desocupa-dos. Un ejemplo dramático lo constituye el grupo automotriz DINA, que llegó a emplear a 27 mil obreros, pero que para 1982 ya eran menos de 10 mil y para el 87 apenas rebasaba los 5 mil; con el «pacto», esta cantidad se va a reducir aún más ante la decisión de vender siete filiales del grupo, la cual será acompañada de la consiguiente «reestructuración” de las mismas, que para los obreros significa despidos.
La puesta en marcha del «pacto de solidaridad» significó de manera inmediata 30 mil puestos de trabajo menos (17 mil en las industrias paraestatales y 13 mil en el sector central)5, pero los despidos aún continúan.
Y junto al desempleo, la caída del salario real de la clase obrera. Es posible darse alguna idea de esta caída observando la evolución de la «distribución del ingreso», el porcentaje de participación de los salarios en el PIB, en relación con lo que se apoderan el gobierno y los empresarios. En 1977, la parte de salarios en el PIB llegó a ser el 40 %; en 1982 ya era del 36%,y en 1987 apenas alcanzó el 26 %.
Todo el mundo reconoce la caída en picada del salario mínimo (oficialmente la capacidad de compra de éste disminuyó el 6 % tan solo en 1987). Pero además habría que añadir que existe en el país un número desconocido de asalariados que perciben menos del salario mínimo; por ejemplo, los trabajadores del municipio de Tampico realizaron un paro ¡para exigir el pago del salario mínimo! Y además la tendencia de los salarios de las categorías más altas de trabajadores (tanto de obreros como de otros trabajadores), a rasarse con el mínimo; por ejemplo, si en 1976 un catedrático llegó a obtener el equivalente a 4 salarios mínimos y un trabajador universitario 1,5 actualmente el primero recibe sólo 2,8 y el segundo 1,2 salarios mínimos6.
Casos particulares señalados: los salarios en las maquiladoras de la frontera norte del país han caído hasta llegar a ser los salarios de maquiladoras más bajos del mundo7. O las pensiones de los jubilados que equivalen a menos de la mitad de un salario mínimo...
Los investigadores no dejan de reconocer las consecuencias de la reducción de los salarios en las condiciones de vida de los trabajadores. Así, por ejemplo, «en los años de 1981 a 1985, las familias de bajos ingresos (40 % de la población nacional)acusan una caída en sus niveles nutricionales de gran severidad, ubicándose por abajo de los niveles recomendados por la FAO»8. Igualmente se reconoce que mueren anualmente unos 10 mil niños pequeños por causas atribuibles a la miseria (desnutrición, parasitosis...) en el país.
El ”pacto” significó un nuevo y brutal recorte en los salarios, desde dos lados. Por una parte, el recorte del gasto gubernamental trae un nuevo recorte del salario social: educación, salud y otros servicios. Por otra, el mecanismo básico de control de la inflación descansa, como ya apuntábamos arriba, en una contención de las alzas salariales en relación con las alzas de precios (es decir, en una caída del poder de compra del salario).
Al desempleo masivo y la caída del salario, habría que añadir las condiciones de trabajo que viene imponiendo el capital, con el literal despedazamiento de los contratos colectivos, por todas partes, con la sustitución de los puestos de planta por eventuales (con la pérdida de todo tipo de prestaciones como vacaciones, etc.) y el incremento de las cargas de trabajo, medidas que el «pacto» también acelera. Un caso reciente es el de la Nissan, donde los patrones querían acabar con el tiempo de tolerancia (10 minutos a la entrada y 10 a la salida) lo que equivalía a producir 12 automóviles diarios más.
Finalmente, como consecuencia directa del ahorro en capital (que incluye el ahorro en medidas de seguridad) y del aumento de las cargas de trabajo, un aumento de los «accidentes» de trabajo, cuestión también reconocida oficialmente. Un caso reciente fue el «accidente» ocurrido el 25 de enero en la mina CUATRO Y MEDIO de Coahuila, en el que perdieron la vida 49 trabajadores; por más que las autoridades quisieron ocultar las causas del derrumbe que sepultó a los mineros, trascendió que éste se debió a la explosión de un transformador de energía eléctrica que a su vez provocó el estallido del gas grisú altamente concentrado en ese momento, con lo cual se evidenció, tanto la falta de mantenimiento adecuado en las instalaciones, como la carencia de equipo para detectar y extraer el gas. Posteriormente el resto de los mineros fueron obligados a regresar al trabajo, en las mismas condiciones.
Así pues. Toda la situación en México acusa los mismos rasgos del capitalismo mundial. Una crisis crónica que, para el proletariado representa mayor explotación, mayor miseria y hasta su aniquilamiento físico. Una creciente barbarie social, que parece no tener fin. Ninguna «reestructuración », ningún «programa», sacará al capitalismo de esta situación.
Para la clase capitalista mundial (incluida la fracción mexicana de ésta) la única solución a la crisis sería una nueva guerra mundial como medio de una destrucción a escala mil veces mayor de medios de producción, única base que, hipotéticamente, podría abrir paso a nuevas fuerzas productivas y a una nueva repartición del mercado mundial entre los vencedores9.
Pero la crisis capitalista actual, con toda la agravación de las condiciones de vida y de trabajo que acarrea, sacude las cabezas de los millones de proletarios. Despierta su voluntad de luchar contra la explotación capitalista, voluntad que había permanecido aplastada bajo el peso de más de 50 años de contrarrevolución triunfante, pero que nuevamente resurge a nivel internacional, desde finales de los sesenta, con las huelgas masivas. El proletariado en México también ha dado ya algunas muestras de ese despertar.
La clase obrera es una sola a escala mundial. Su condición como la clase productora de la riqueza material y a la vez explotada, le unifica por los mismos intereses y objetivos históricos: la abolición del trabajo asalariado. La crisis crónica que atraviesa todo el planeta hace aún más evidente que las condiciones de la explotación capitalista son básicamente las mismas en todos los países, actualmente, llámense éstos “ desarrollados”, “subdesarrollados” o “socialistas”, patentiza el carácter único, internacional de la clase obrera.
En este mismo sentido, la lucha del proletariado «en México » es apenas una parte de una lucha única, mundial del proletariado, aunque por el momento esta unidad esté determinada sólo «objetivamente», por la agudización de la explotación que empuja a los obreros de todas partes a resistir, y aún requiera de la unidad «subjetiva», es decir, consciente y organizada de la clase obrera a nivel internacional, para poder llevar a término sus objetivos revolucionarios.
En el número anterior de Revolución Mundial, reconocíamos la existencia de una respuesta obrera en el país ante los ataques económicos del capital la cual, con todo lo débil que fuera, a pesar de todas sus limitaciones y de los obstáculos puestos por el capital, se inscribía en el conjunto de luchas que recorre el mundo desde 1983.
Esa respuesta tuvo su eje en la huelga, a principios de 1987, de 36 mil electricistas, la cual, a pesar de haber permanecido bajo el control sindical, logró atraer en una manifestación de protesta a cientos de miles de trabajadores de otros sectores, en los mismos momentos en que otras fracciones de la clase obrera luchaban en otras partes del mundo.
Ahora, en los tres primeros meses del 88, hemos asistido en México a otro impulso de la clase obrera, a una racha de huelgas que, si bien es relativamente pequeña, no alcanza a tener la magnitud e importancia de las habidas recientemente en otros países, sí expresa las mismas tendencias generales, semejantes dificultades, enfrenta los mismos ataques del Estado.
De manera casi simultánea, dado que se trata del período de revisiones de contrato, han estallado huelgas por todo el país, tanto en el «sector público» como en el «privado»: en las plantas automotrices de FORD-CHIHUAHUA, GENERAL MOTORS-D.F., VW-PUEBLA y poco después en la Nissan-Morelos; en otras industrias como QUIMICA Y DERIVADOS y CELANESE en Jalisco; CENTRAL DE MALTA y los transportes en Puebla; PRODUCTOS PESQUEROS en Oaxaca; ACEITERA B Y G en San Luis Potosí; estibadores del puerto de Veracruz; CARROCERIAS CASA en el Distrito Federal. Asimismo, estalló la huelga en unas 25 compañías aseguradoras, y en 10 universidades del país. Los trabajadores de la Secretaría de Agricultura realizaron paros en Tamaulipas y Sinaloa; los del Metro de la ciudad de México una marcha de protesta. Y los trabajadores del IMSS (Seguro Social) realizaron una serie de paros y movilizaciones en la ciudad de México y paros en el interior del país. Todas esas huelgas y movilizaciones tuvieron como demandas centrales aumentos salariales y la oposición a los despidos masivos planeados por el capital.
Sin embargo, todas ellas han permanecido aisladas unas de otras y bajo el férreo control de los sindicatos, tanto «oficiales» (Congreso del Trabajo), como «independientes» (Mesa de Concertación), a excepción del movimiento de IMSS (del que hablaremos más abajo).
El control de los sindicatos se expresó, por ejemplo, en los acuerdos que tomaban, los cuales hacían aparecer como «solidaridad obrera», pero que en realidad tenían como fin someter las luchas. Como el acuerdo de cinco sindicatos de la industria automotriz, de descontar mil pesos a la semana por trabajador en funciones, para «apoyar a los que estuvieran en huelga»; de esta manera cortaron toda posibilidad de una verdadera solidaridad (la que sólo puede consistir en la extensión de la huelga a otras fábricas de cualquier sector), haciendo pasar por «apoyo» lo que en realidad era el mantenimiento de las huelgas en la pasividad y el aislamiento. Otro caso similar es el nuevo aire que toma el SUNTU (especie de federación de sindicatos universitarios), cuya labor se centra en mantener en el marco de las negociaciones por separado a cada universidad en huelga.
Los sindicatos siguen siendo, pues, el primer obstáculo que los obreros encuentran para el desarrollo de sus luchas, el sindicato es el medio principal con que cuenta el capital para impedir que las luchas sobrepasen el ámbito de la protesta aislada y se encaminen a su coordinación y unificación, haciendo a un lado las divisiones sectoriales y regionales (posibilidad dada por la simultaneidad de las luchas).
De aquí la importancia que tuvo la lucha de los trabajadores del Seguro Social, cuyos esfuerzos para sacudirse el control sindical constituían un ejemplo para otros sectores que en esos momentos se planteaban también la lucha.
Y desde el 86 diferentes categorías del IMSS han realizado movilizaciones en diversas regiones del país y ahora lo han hecho conjuntamente: enfermeras, médicos, trabajadores de la intendencia, etc...
El motivo inmediato de esta nueva lucha fue el escamoteo que la empresa y el sindicato hicieron de la revisión del contrato colectivo, exigiendo a los trabajadores que se conformaran con el « aumento » otorgado por el «pacto de solidaridad». En respuesta, los trabajadores empezaron a realizar una serie de paros espontáneos por todas las dependencias de la ciudad de México y en varias ciudades de provincia, paros que se realizaban por encima y en contra del sindicato oficial; los delegados sindicales fueron ubicados explícitamente como parte de las autoridades. El punto culminante de la lucha fue la combativa manifestación del 29 de enero, de unos 50 mil trabajadores, que alcanzó a atraer la solidaridad de trabajadores de otras dependencias del sector salud y de «colonos» (habitantes de los barrios marginales). Los trabajadores realizaron también esfuerzos por dotarse de un organismo representativo (el cual, empero, no llegó a cristalizar).
La lucha fue duramente atacada por el Estado. Los medios de difusión repetían que las autoridades y el sindicato no aceptarían ninguna demanda fuera de los «marcos jurídicos y sindicales». Muchos trabajadores recibieron amenazas de castigo en sus centros de labor; más de cien fueron cesados. Incluso la policía llegó a reprimir algunos de los bloqueos de calles realizados durante los paros. Pero la parte principal del ataque corrió a cuenta de la izquierda del capital.
Como sucede siempre que los trabajadores tienden a salir del control de los sindicatos oficiales, entra en acción la izquierda del capital, impulsando la política, igualmente burguesa y nefasta para los trabajadores, de «democratizar» al sindicato o de crear algún sindicato «independiente». En esta ocasión actuó por dos vías: de una parte, intento formar un “frente” que llamaba a “presionar el sindicato para que cumpliera su papel” ¡como si no lo hubiera hecho al reprimir abiertamente a los trabajadores!; la segunda vía fue corroer al movimiento “desde dentro”, desviando los esfuerzos de autoorganización de los trabajadores, hacia la creación de una «coordinadora» que lejos de levantar las demandas de la lucha, se planteó como objetivo «ganar carteras en el sindicato para democratizarlo». Al mismo tiempo, la izquierda del capital aprovechaba la fuerte tendencia al gremialismo de este sector, para mantenerlo aislado del resto de trabajadores en huelga. Y así, la lucha quedó agotada sin haber logrado obtener ninguna demanda.
A pesar de todo, la lucha del IMSS ha mostrado nuevamente no sólo que el sindicato, como organismo del capital, puede llegar a reprimir abiertamente a los trabajadores, sino, lo más importante, que es posible movilizar sin recurrir al sindicato. En este sentido constituye un paso adelante, un ejemplo a seguir, para el conjunto de la clase obrera. Aunque todavía hace falta romper con las divisiones sectoriales y regionales, romper con el aislamiento de las luchas.
Resumiendo. Las huelgas que hemos presenciado en México reflejan las mismas tendencias observadas en las luchas obreras en otros países actualmente:
- de manera general, una creciente tendencia a la simultaneidad de las mismas. Series de huelgas que estallan, por muchas partes en diferentes sectores, al mismo tiempo;
-intentos de romper el control sindical y de autoorganización, en las luchas puntuales;
-en menor medida, algunas muestras de solidaridad entre diferentes sectores.
Las huelgas enfrentan el ataque concentrado del Estado, cuyo primer frente está constituido por los sindicatos. Los sindicatos no han logrado impedir los estallidos de huelga, pero sí han logrado mantenerlas aisladas y en el marco de las demandas «particulares» de cada sector.
El dominio sindical es capaz de mudar de vestido, ahí donde los obreros intentan romperlo. Ya sea mediante la sustitución de un sindicato oficial por otro «radical» o «independiente»; ya sea presentando como «autoorganización» lo que no es más que un cascarón sin contenido proletario, que cumple las mismas funciones que el sindicato (el aislamiento y desgaste de las luchas).
Al mismo tiempo, con el esfuerzo constante de los cuerpos represivos. Con un enorme despliegue policiaco en las movilizaciones, con la represión directa de ciertas luchas.
Y a lo anterior aún hay que agregar las campañas para mantener el dominio político sobre los trabajadores, mediante el juego a la «democracia », cuestión que en México se halla en pleno apogeo ante el próximo cambio de presidente. Así, los partidos de oposición han intentado canalizar todo el descontento creado por el «pacto de solidaridad» hacia las elecciones, mediante marchas que supuestamente son contra el «pacto», pero que terminan con el apoyo a tal o cual candidato (véase Revolución Mundial)10
En fin. El Estado burgués aparenta ser inconmovible a los ojos del proletariado.
La última expresión de la ola reciente de luchas vivida en México la constituyó la huelga de Aeroméxico. Más de 10 mil trabajadores (básicamente los trabajadores de tierra) se levantaron contra la intención de la empresa de poner fuera de servicio 13 aviones, lo que hubiera significado gran cantidad de despidos.
Con la seguridad de que el sindicato mantenía el control de estos trabajadores, el gobierno, al contrario de lo que temían, no «requisó» la empresa (lo que hubiera significado la entrada de la policía y esquiroles), como lo hace generalmente en los paraestatales, sino que dejó estallar la huelga para, a los pocos días, con el pretexto de las «pérdidas ocasionadas por la huelga», declarar en quiebra a la empresa y hacerla desaparecer, dejando en la calle a los miles de trabajadores.
Es evidente que en esta ocasión, el Estado ha querido dar una «lección», no sólo a este sector, sino al conjunto de la clase obrera. El mensaje, difundido con toda la fuerza de los medios de comunicación del capital, era clarísimo : «los trabajadores deben resignarse ante los planes del capital... la huelga no sirve para nada».
Sin embargo, para la clase obrera, muy otras son las enseñanzas que han dejado estas luchas, son otras las lecciones y las perspectivas que debemos extraer de ahí.
Por el momento, las huelgas en el país han cesado. Sin embargo, no es necesario ser adivino para predecir que, ante le profundización de la crisis, los obreros seguirán siendo empujados a resistir, que no pasará mucho tiempo antes de presenciar nuevas luchas. De hecho, la tendencia actual en todos los países del mundo es hacia la multiplicación de las huelgas, si bien se trata de luchas de carácter defensivo, de huelgas de «resistencia» ante los ataques económicos del capital.
Ahora bien. A medida que las huelgas se extienden, abarcando más fracciones de la clase obrera de por todo el mundo, dando muestras de ruptura con el sindicato, de autoorganización y solidaridad, los contraataques del capital son también cada vez más duros. Cada nueva lucha es más difícil, requiere de mayor decisión, de mayor energía obrera, pues enfrenta un enemigo cada vez menos dispuesto a ceder demanda alguna. Cada fracción nacional del capital mundial intentará aplastar por todos los medios a su alcance las luchas, antes de arriesgarse a perder terreno en la competencia por mercados.
Desde hace tiempo, las huelgas de resistencia aisladas no logran arrancar al capital solución alguna a las demandas. Actualmente ya sólo una lucha verdaderamente masiva y combativa (que abarque a cientos de miles de trabajadores)puede tener la esperanza de detener, por un momento, las embestidas económicas del capital, pero incluso esto también es cada vez más difícil. Esto quiere decir que el desarrollo de las luchas de resistencia no podrá culminar, en modo alguno, en una mejora real para los trabajadores (en la obtención de algunas demandas en forma duradera), en tanto subsiste el marco de la crisis crónica.
El desarrollo de las luchas, en un sentido progresivo, solo puede consistir, entonces, junto a su extensión en una profundización de sus objetivos, en su transformación de luchas aisladas por demandas particulares, en una lucha general y organizada por los objetivos de clase. Los actuales esfuerzos de solidaridad y autoorganización de los obreros señalan la tendencia.
Pero el que las luchas de resistencia se encaminen en ese sentido no constituye un producto automático de la misma crisis, sino que requiere de un esfuerzo adicional de la clase obrera: del esfuerzo de recuperar, asimilar y transmitir la experiencia de sus luchas (históricas y recientes), experiencias que le indican la necesidad de elevarse de las luchas que solamente resisten a los efectos de la explotación capitalista, hasta la lucha dirigida a terminar definitivamente con esta explotación, para lo cual deberá derrocar a la burguesía y tomar el poder político, instaurar la dictadura del proletariado.
Requiere, pues, de que el proletariado se eleve a la con-ciencia de sus objetivos históricos revolucionarios. Es este un esfuerzo colectivo del conjunto de la clase, pero en el que la organización de los revolucionarios (y más allá el Partido Mundial), como la parte más activa y consciente de la clase, juega un papel determinante.
El resultado del combate por la conciencia de clase decidirá, finalmente, el resultado de los enfrentamientos de clase que vendrán.
Mayo de 1988
Ldo.
1 Ver Revolución Mundial, n"1 y 3. EI PIB (Producto Interior Bruto) es una cuenta de la economía burguesa que, de algún modo, expresa el crecimiento de un año para otro. Pero siempre hay que tener presente que, dados los presupuestos teóricos que utiliza (división de la economía en sectores industrial, agrario y financiero; “ valor agregado”, etc...) y la manipulación que hacen de los resultados los «científicos», tal tipo de cuentas presentan una realidad distorsionada según el interés del capital.
2 La tendencia a la “hiperinflación” era evidente para cualquiera que supiera contar dos más dos: INFLACION: PORCENTAJE ANUAL
3 En la siguiente fase del juego, los ganadores recuperan también, a precio regalado, los papeles emitidos, quedándose finalmente tanto con el dinero como con las acciones. Por ello, la bolsa parece recuperarse en cierta medida posteriormente.
4 Según datos de SIPRO «Servicios Informativos y Procesados A. C.», que coinciden con otras informaciones.
5 Informe oficial sobre el “Pacto” de la Secretaría de la Presidencia de marzo del 88.
6 Según información del periódico “Uno más uno”, del 27/1/88.
7 Las maquiladoras son, básicamente industrias de partes electrónicas y automotrices, de capital extranjero cuya producción está dirigida al mercado de Estados Unidos (por ello se instalan preferentemente en la frontera norte). El siguiente cuadro muestra el salario pagado en estas en relación con las maquiladoras instaladas en otros países:
Promedio de salario básico/hora (1986)
Fuente: El Financiero, 10-8-87
8 Le Monde Diplomatique en español, diciembre del 87.
9 Así la burguesía mexicana participa en la segunda guerra mundial, no tanto como soldados (lo cual fue meramente representativo), pero si con el suministro de materias primas. Posteriormente, resultó beneficiada por el período de reconstrucción qui siguió la guerra, permitiéndole una industrialización acelerada del país.
10 Revolución Mundial n°4 (NDLR).
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Desde siempre, una de las ideas principales de la teoría proletaria, el marxismo, es que, en el capitalismo, la paz y la guerra no son ni contradictorias ni mutuamente excluyentes. Son, muy al contrario, dos momentos de la vida misma de ese modo de producción y que la paz no es sino la preparación de la guerra. A pesar del “verano 88”, pese a los acuerdos de “desarme” entre Reagan y Gorbachov, a pesar de toda la propaganda pacifista actual, la alternativa histórica que ante sí tiene la humanidad no es guerra o paz, sino que es y seguirá siendo socialismo o 3ª guerra imperialista mundial, socialismo o barbarie. O para ser más precisos hoy: socialismo o continuación y aumento cada día más dramático, si cabe, de la barbarie capitalista.
Nos encontramos pues frente a dos tesis: la de la propaganda burguesa y la de la teoría revolucionaria del proletariado. Aquélla sirve para procurar seguir manteniendo el orden social actual al hacerlo todo por propagar las ilusiones de que la paz es posible en el capitalismo. La segunda tesis, la del marxismo, afirma que “la guerra es un producto necesario del capitalismo” como decía Lenin en el artículo “ El Congreso socialista internacional de Stuttgart” de septiembre de 1907 (en “Contra la guerra imperialista”, pág.9, Ed. Progreso); afirma, como la Internacional Comunista en 1919, que :”la Humanidad(...) está amenazada de destrucción. Sólo hay una fuerza capaz de salvarla y esa fuerza es el proletariado” (“Los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista”, Cuadernos del pasado y del presente, 1 parte,p.62).
Desde 1945, el antagonismo imperialista entre el bloque occidental y el del Este se ha plasmado en constantes guerras (Corea, Indochina, Oriente Medio, etc.) Y hoy, el callejón sin salida económica, la caída en la crisis, no hacen sino agudizar más esos antagonismos, empujando al capitalismo a la huida ciega en la guerra, empujándolo hacia una tercera guerra mundial.
«Desde el momento en que la crisis ya no puede encontrar una salida temporal en una expansión del mercado mundial, la guerra mundial de nuestro siglo expresa y traduce ese fenómeno de autodestrucción de un sistema que, por sí mismo no puede superar sus contradicciones históricas » (“La guerra en el capitalismo”, Revista Internacional, nº41, 1985).
Esa imposibilidad del capitalismo en declive para evitar o cuando menos superar la crisis económica es la base misma de la guerra imperialista, la cual es la plasmación más aguda de la crisis y de la decadencia del modo de producción mismo.
La paz por todas partes, claman los periódicos y las pantallas: Angola, Camboya, Afganistán, y, sobre todo entre Irán e Irak. Y eso, además, tras los acuerdos de desarme entre EE. UU. y la URSS1. Según los media, la razón y la cordura estarían ganando la partida. Como si a Gorbachov y a Reagan se les hubiera aparecido el dios del pacifismo y acabaran logrando el mutuo entendimiento para superar el antagonismo imperialista que al mundo amenaza. O sea que la buena voluntad vencería a las leyes mismas del capitalismo.
Esa sería la prueba fehaciente de que el capitalismo no es obligatoriamente sinónimo de guerra como lo afirma el marxismo. A pesar de los pesares, nosotros seguimos afirmando que es este último quien tiene razón.
Procuremos mirar desde más cerca. Esas diferentes “paces” son todas del tipo “pax americana”: el ejército ruso abandona Afganistán, los cubanos Angola y Camboya los vietnamitas. De hecho, esas retiradas rusas son el resultado del apoyo económico y, sobre todo y cada día más, militar por parte de USA a la resistencia afgana y a la guerra que está llevando a cabo África del Sur y el movimiento guerrillero UNITA contra Angola. Como también ha sido l enorme presión militar y económica del bloque occidental lo que ha hecho entrar en razón a los ayatolás iraníes en el conflicto con Irak. Si algo “razonable” hay en todo eso, sería de la razón del más fuerte, la razón que se expresa sin ambigüedades en la presencia de la armada occidental en el Golfo Pérsico y en la eficacia de los misiles Stinger norteamericanos contra la aviación rusa en Afganistán.
En verdad, esas diferentes “paces” nada tienen que ver con la razón, ni con la buena voluntad pacifista, sino con la relación actual de fuerzas entre ambos bloques. Las “paces” del verano de 1988 son el producto de la guerra.
Productos de la guerra, las “paces” veraniegas del 88 preparan las guerras venideras, lo cual no hace sino confirmar la tesis del marxismo. Únicamente ésta permite sacar a la luz la realidad oculta de los conflictos imperialistas e, incluso a menudo, prever su desembocadura. Así describíamos nosotros en 1984 la evolución de los conflictos imperialistas:
«Contrariamente a la propaganda machacona que día tras día nos dan los media del bloque occidental, la característica principal de la evolución es la de una ofensiva del bloque USA contra el bloque ruso, para con ella rematar el cerco de la URSS por parte del bloque occidental, despojándola de todas las posiciones que ha podido mantener fuera de su bloque inmediato. Tiene la finalidad de expulsarla definitivamente de Oriente Medio, reintegrando a Siria dentro del bloque occidental, haciendo entrar en vereda a Irán para que vuelva a ser en el bloque USA una pieza fundamental de su dispositivo militar. Esa ofensiva tiene además la ambición de continuar con la recuperación de Indochina. Tiene, en fin de cuentas, el objetivo de estrangular por completo a la URSS, retirarle su estatuto de potencia mundial» (Revista Internacional,n°36, 1er trimestre de 1984, p.2, versión francés-inglés).
Estamos hoy viviendo el remate de la segunda fase de esa ofensiva del bloque USA contra el bloque URSS: la sumisión de Irán y, desde hace ya algún tiempo, la reintegración de Siria en el bloque occidental -primera fase de la ofensiva-, con el papel de gendarme de occidente en Líbano. La sumisión de Irán es previa al futuro retorno de ese país a la disciplina del bloque USA, el cual lo había convertido en gendarme occidental del área en tiempos del Sha. Para ello, el imperialismo USA está dispuesto a dejar sus fuerzas militares en el Golfo Pérsico el tiempo que haga falta para así “ayudar” a Irán a comprender bien el papel que le incumbe :ejercer una presión directa en las fronteras meridionales de la URSS.
La URSS, además de su expulsión de Oriente Medio, está ahora prácticamente fuera del continente africano (le queda sólo Etiopía... ( por cuánto tiempo ?) después del proyecto de retirada de las fuerzas cubanas de Angola. Todo ello unido a la retirada de sus tropas de Afganistán. La ofensiva occidental va a proseguir en Indochina: ya se vislumbra con el proyecto de retirada del ejército vietnamita de Camboya.
En eso estamos: la ofensiva tiene como finalidad la de quitarle a la URSS las últimas plazas fuertes que posee fuera de Europa.
El éxito de la ofensiva USA contra la URSS lleva a ésta a una situación cada día más crítica de aislamiento y debilidad. Va a encontrarse cada día más acorralada, y ahogada de hecho, en su glacis del Este europeo.
Si ese proceso de enfrentamientos imperialistas entre el bloque del Oeste y el del Este fuera hasta su término, la URSS se encontraría en una situación similar a la de Alemania antes de las dos primeras guerras mundiales : obligada en última instancia, so pena de morir ahogada, a desencadenar una 3ª guerra mundial. Y eso, a pesar de estar en una situación económica y militar muy desfavorable con relación a su rival occidental ; eso, a pesar de las espantosas consecuencias para el porvenir mismo de la humanidad a causa de las armas actuales, pues ese proceso de enfrentamientos que llevaría a la guerra es algo inherente al capitalismo y sólo puede ser detenido con la destrucción misma de ese modo de producción.
Hoy por hoy, ese proceso que sin duda llevaría a la destrucción de la mayor parte de la humanidad, sino es a su total desaparición, no puede desarrollarse hasta su término. Más lejos volveremos sobre esto.
Todo ello no impide que el capitalismo sigue sobreviviendo como una fruta demasiado madura que no cesa de pudrirse. Por eso, nosotros afirmamos que la alternativa histórica ya no es «socialismo o barbarie», sino socialismo o continuación y desarrollo de la barbarie capitalista. 80 años de decadencia histórica marcada por una miseria nunca antes conocida en la historia de la humanidad (con sus ya 2/3 partes de seres muriéndose de hambre), matanzas sin fin durante continuas guerras y entre ellas dos mundiales y sus millones y millones de muertos, todo ello ha dado la prueba del arcaísmo que es hoy el modo de producción capitalista, el cual, portador de progreso histórico en el pasado, se ha transformado en obstáculo y riesgo mortal para el desarrollo y la supervivencia misma de la humanidad.
Para quienes duden de la validez de la tesis marxista sobre la existencia de la decadencia del capitalismo, recordemos brevemente la realidad macabra del conflicto entre Irán e Irak, provocado a sabiendas y cultivado por EE. UU. y sus aliados occidentales. Según la prensa (22/8/88) ha habido 1 200 000 muertos, 900 000 de ellos del lado iraní, entre los cuales cantidad de niños, ancianos y mujeres. La cantidad de heridos e inválidos es dos veces mayor. Recordemos el uso a mansalva de gases. La economía de ambos países arrasada ; los gastos en armamento de ambos países supera los 200 000 millones de dólares, al igual que el total de las destrucciones.
Y todo ese horror sin fin para no sacar, ni uno ni el otro de los beligerantes, el más mínimo “beneficio” histórico, ni económico, ni siquiera territorial, si no es un lugar privilegiado y seguro en los conflictos venideros.
Ya que, a pesar de los múltiples alto el fuego, no es la paz lo que les espera a los países directamente concernidos. Sea o no sea su destino el de servir de plaza fuerte a un imperialismo, como en el caso de Irán, lo único que en esos países va a desarrollarse es todavía más guerra, más miseria, más descomposición social. Su inmediato futuro es la inestabilidad como en Líbano. Para los países africanos, para Oriente Medio muy especialmente, para Afganistán también, para Camboya, Irán y demás, las alegres paces del 88 son un paso más en la descomposición social, en el hambre y la miseria, y en las guerras interminables entre las diferentes facciones y bandas locales. Para esos países el porvenir no es la paz, sino la «libanización», el aumento todavía más dramático de la putrefacción económica y social del capitalismo.
Esa «libanización» se está plasmando en particular en el explosivo aumento de las matanzas interraciales (cuyo último ejemplo es el de Burundi donde los enfrentamientos entre hutus y tutsis han provocado por lo visto 25 000 muertos), también se plasma en la «explosión de las nacionalidades», acompañada también de matanzas como en India, en Irán e Irak con los kurdos, e incluso en la URSS, en Azerbaiyán. Esos conflictos son una expresión de la creciente descomposición del tejido social en todos los países.
Todo ese horror es la realidad del capitalismo decadente. La guerra y la descomposición son la única perspectiva que esta sociedad en putrefacción pueda ofrecer a la humanidad.
Hemos afirmado antes que el despliegue de los antagonismos imperialistas entre Este y Oeste no consigue desarrollarse hasta su término apocalíptico. A pesar de la profundidad de la crisis económica y de su aceleración, a pesar de que los dos grandes bloques imperialistas existen ya desde 1945, a pesar de que la economía está principalmente dirigida a la producción bélica lo cual significa sobreabundancia de armas, la 3a guerra mundial no ha estallado todavía.
Verdad es que el tiempo juega a favor del bloque USA. Esta potencia se ha permitido el lujo de esperar durante 8 largos años de guerra a que se agotara Irán para meterlo en vereda. Y ha adoptado la misma actitud respecto a la URSS en Afganistán. El bloque occidental puede darse el lujo, pues es él quien lleva la iniciativa, de dejar que la URSS se desgaste en la carrera de armamentos. Y tanto más por encontrarse el bloque del Este en una situación interna difícil, empezando ya muy especialmente por la propia potencia dominante ; la URSS está enfrentándose a la « explosión de las nacionalidades »,que como ya hemos visto es una expresión de la descomposición social.
Por otro lado, la URSS está a la defensiva, asumiendo con cada día mayores dificultades el peso de la economía de guerra y los gastos de sus diferentes ocupaciones militares. Está buscando desesperadamente el aire que la libre del ahogo que la amenaza ; está queriendo darse un respiro para poder enfrentar esa amenaza.
No es ésa, sin embargo, la razón esencial de que no haya estallado hoy un conflicto mundial entre ambos bloques. Todas las condiciones están reunidas, menos una : la adhesión y la sumisión de la población y, ante todo, de los obreros, quienes producen lo esencial de la riqueza social y todas las armas y formarían el grueso de las tropas en caso de conflicto generalizado. Los obreros no están hoy dispuestos para el sacrificio de sus vidas en una guerra. En el momento en que escribimos estas líneas, las huelgas obreras en Polonia2, por muchos que sean los límites con los que topan, por muy específico que sea el caso de ese país, son expresión una vez más de la combatividad del proletariado internacional y de su negativa a aceptar sin reacción los ataques económicos impuestos por la crisis y la inmensa miseria que acompaña inevitablemente el desarrollo de la economía de guerra.
Esta combatividad obrera se ha expresado en las luchas de estos últimos años por la defensa de las condiciones de vida y contra la brutal y creciente deterioración de esas condiciones, especialmente en Europa Occidental3. Esa combatividad es el freno y el obstáculo ante el movimiento capitalista hacia la guerra y su consecuencia lógica de un tercer conflicto imperialista mundial.
Muchos obreros individualmente, cantidad de militantes revolucionarios y casi todos los grupos políticos del proletariado, víctimas de la propaganda burguesa, pierden la esperanza en las luchas de la clase obrera llegando incluso algunos a negar su existencia4. Y ante la pregunta de por qué la guerra no ha estallado ya, ahora que todas las condiciones objetivas están reunidas, esos compañeros pierden confianza en los análisis del marxismo, cuestionando sus principios mismos.
La burguesía, por su parte, no tiene la menor duda en cuanto a la existencia y el peligro de las luchas obreras. En relación con la combatividad obrera, sabe también muy bien que la población civil no está dispuesta a ir al matadero de la guerra. Para eso sirven las campañas de propaganda pacifista, cuyo blanco principal, tanto en el Este como en el Oeste, son los obreros.
A pesar de su prepotencia ideológica, el Estado capitalista norteamericano tendría hoy muchas dificultades para mandar un cuerpo expedicionario de 500 000 soldados de reemplazo al campo de batalla como en la época del Vietnam, sin provocar reacciones populares, y sin duda obreras, muy peligrosas. Y aunque no sea la razón principal de la retirada rusa de Afganistán, sí ha sido importante en la decisión el creciente descontento entre la población de la URSS e incluso entre las tropas, como pudo comprobarse con los disturbios habidos con ocasión de una concentración de más de 8 000 paracaidistas, antiguos soldados de Afganistán, el 2 de Agosto último en Moscú (en la prensa del 9/8/88).
Tras los acuerdos Reagan-Gorbachov sobre los euromisiles, tras los acuerdos y negociaciones sobre África Austral, Irán e Irak, Vietnam, la burguesía internacional utiliza la retirada de la URSS de Afganistán para mantener las ilusiones pacifistas entre la clase obrera. La “paz” impuesta a Irán sirve también para justificar la presencia de la impresionante flota occidental en el Golfo Pérsico como una especie de misión pacificadora y de civilización frente al horrendo fanatismo islámico de los ayatolás.
Esas campañas pacifistas son también organizadas por gobiernos, medios de comunicación, partidos de izquierda y sindicatos para entontecer a la clase obrera haciéndole creer que la paz es posible en el capitalismo. Con ello intentan impedir que aquélla tome conciencia de la dramática alternativa histórica de nuestros días : revolución proletaria o 3ª guerra mundial.
« El pacifismo y la prédica abstracta de la paz son una de las formas de embaucar a la clase obrera. En el capitalismo, y sobre todo en su fase imperialista, las guerras son inevitables ». («El pacifismo y la consigna de paz», resolución de la Conferencia de secciones del POSDR en el extranjero, de Marzo de 1915. Lenin, obra citada,pág.91).
Sobre todo, el pacifismo, en nombre de una paz abstracta, pretende hacer creer que existe una oposición radical entre la guerra y la paz en el sistema ; así, a la lucha de clases, a la lucha de la clase obrera, a la perspectiva de la revolución proletaria, el pacifismo no puede sino identificarlas con ese mal absoluto que sería la guerra. El pacifismo sirve para que la clase obrera abandone sus combates, que acepte la explotación, la miseria y sacrificios en aumento ; sirve para que los obreros se vuelvan impotentes ante el drama histórico que se avecina, haciéndoles abandonar sus trincheras contra los crecientes ataques económicos del capital en crisis.
i La clase obrera no deberá dejarse encandilar por las sirenas del pacifismo !. i La clase obrera no deberá abandonar sus luchas, para así ganar no se sabe qué paz !. Con ello, lo único que ganaría sería la derrota, primero; la guerra generalizada, después.
En el capitalismo, la única paz posible es la de los cementerios. Las «paces del verano 88» están preparando una aceleración hacia la guerra imperialista. Las campañas pacifistas lo único que están buscando es ocultar a los obreros esa monstruosa realidad.
«Históricamente, el dilema ante el que se encuentra hoy la humanidad, se plantea de la manera siguiente : hundimiento en la barbarie o salvación por el socialismo. Es así como hoy estamos viviendo aquella verdad que muy justamente formula-ban Marx y Engels por vez primera, como base científica del socialismo, en el gran documento que es el Manifiesto Comunista : el socialismo se ha convertido en necesidad histórica ».(Rosa Luxemburgo : Discurso sobre el programa del Partido-Comunista de Alemania, 1/1/1919)
RL
26/08/88
1 Sobre la mentira del desarme y la realidad de los acuerdos sobre los euromisiles y el desarrollo armamentístico, véase «Editorial», de nuestra Revista Internacional, n°54.
2 Véase en esta misma revista el artículo sobre las huelgas en Polonia.
3 Sobre la realidad y el significado de las luchas obreras actuales, véanse los artículos de los anteriores números de esta revista y de nuestra prensa territorial.
4 Véase en este número el artículo « Decantación del medio político proletario y oscilaciones del BIPR».
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Una vez más, el proletariado de Polonia, frente a la insoportable degradación de su existir, vuelve a caminar por los senderos delos combates de clase: las luchas de la segunda quincena de Agosto de este año, que suceden a las de primavera, son las más importantes desde las del verano de 1980. Una vez más, la burguesía ha demostrado su virtuosismo para meter en un callejón sin salida y destrozar la combatividad obrera, mediante el notable reparto de tareas entre el gobierno y las fuerzas de “oposición” y, en primera fila de estas, Solidarnosc. Estas luchas son un llamamiento a los obreros de todos los países, y, en especial, a los de los más desarrollados, pues sólo el proletariado de estos países, y en particular de Europa occidental, gracias a su cantidad, determinación u combatividad, pero sobre todo gracias a la experiencia histórica, puede hoy mostrar el camino de la lucha contra las trampas y las mentiras que han conseguido doblegar a los obreros de Polonia.
A ocho años de distancia, dos encuentros entre autoridades gubernamentales y «representantes de la clase obrera» simbolizan la evolución de la situación social y de las relaciones de fuerza entre las clases en ese país.
Del lado gubernamental, los actores han cambiado: el ministro del Interior del 88, Kiszczak, ha sustituido al viceprimer ministro del 80, Jagielski; el mandante, sin embargo, sigue siendo el mismo, o sea, el representante supremo del capital nacional polaco. En frente, en cambio, sigue siendo el mismo interlocutor: Lech Walesa; sin embargo, en Agosto de 1980 era mandatario del órgano que se había dado la clase obrera durante las huelgas, el MKS (Comité de huelga Inter empresas); en cambio, hoy, no es a la clase obrera a quien Walesa representa ; hoy, también él es mandatario del capital nacional.
En Agosto del 80, la clase obrera, en un combate que sigue siendo hasta el día de hoy el más importante habido desde que el proletariado mundial realizó su retorno a la historia, a finales de los años 60, había logrado hacer retroceder de verdad, aunque momentáneamente, al estado burgués. Hoy, la fantástica combatividad demostrada por la clase obrera polaca desde hace varios meses, y más aún en este mes de Agosto, ha sido desviada y liquidada por sórdidas maniobras entre sus enemigos notorios, el gobierno y el partido en el poder (que por cierto se autodenomina «Partido Obrero ») y la organización que, pese a (o más bien, gracias a) su no existencia legal, goza de la confianza de aquélla : el sindicato “Solidaridad”.
El 31 de Agosto de 1980, Lech Walesa no era sino el portavoz de los obreros en lucha, quienes podían en cada momento controlar las negociaciones que aquél estaba llevando a cabo con los representantes del gobierno, que habían estado forzados a acudir al baluarte obrero de los astilleros Lenin. El 31 de agosto del 88, el mismo Lech Walesa acudía a un finca del gobierno de los barrios finos de Varsovia a entrevistarse a puerta cerrada, con el ministro del Interior, o sea, con el especialista gubernamental del “mantenimiento del orden” capitalista; con un único objetivo : encontrar el mejor medio para restablecer ese “orden” que las huelgas obreras cuestionan.
El 31 de Agosto del 80, Walesa llamó a la vuelta al trabajo porque el poder había satisfecho las 21 reivindicaciones elaboradas por los huelguistas. El 31 de Agosto del 88, se aprovecha de la popularidad que sigue teniendo entre los obreros para pedirles que acaben con su movimiento, a cambio de vagas promesas sobre el orden del día de una “mesa redonda” en la que se abordaría la cuestión del “pluralismo sindical”, o, dicho de otro modo, del pluralismo de los órganos destinados a encuadrar a la clase obrera y a reventar sus luchas. Es por eso por lo que esta vez, al contrario de 1980 en que los huelguistas volvieron al trabajo con la idea de que habían ganado, a Walesa le costó una buena parte de la noche para convencer al comité de huelga Inter empresas de Gdansk para que llamara a la vuelta al trabajo, y una mañana suplementaria para conseguir que los obreros de los Astilleros Lenin aceptaran poner fin a la huelga, mientras proseguía la huelga en otras poblaciones hasta la llegada del “bombero volante”.
Resumiendo, en Agosto del 80, la clase obrera obtuvo una victoria (provisional, cierto es, pero sólo así pueden ser las victorias obreras en nuestros tiempos) ; en Agosto de 1988, ha sufrido una derrota.
De esa realidad, ¿cabe sacar la conclusión de que se está produciendo un retroceso general de la clase obrera en todos los países? Los recientes acontecimientos de Polonia, ¿ son significativos de la evolución de las relaciones de fuerza entre las clases a nivel mundial? Ni mucho menos. En realidad, las últimas luchas del proletariado son una demostración patente de la perspectiva que presenta nuestra organización desde hace 20 años: más que nunca, es la hora del despliegue, de la intensificación del combate de clase, por la razón misma de que las condiciones de ese combate se han ido desarrollando desde que se inició su renovación histórica hace dos décadas.
El origen de las luchas obreras que han zarandeado Polonia en estos últimos meses han sido los ataques de una violencia desmedida contra el nivel de vida de la clase obrera. A principios de año, el gobierno decidió que para cada primero de los meses siguientes, febrero, marzo, abril, iba a haber una serie de alzas masivas en alimentos, transportes, servicios...; la inflación para ese período alcanza el 60 %. A pesar de los aumentos de sueldo que acompañan a esas subidas, la pérdida de poder adquisitivo para la población es del 20 %. En un año, algunos precios han dado brincos impresionantes : los alquileres han duplicado, el precio del carbón ha triplicado, el de las peras cuadriplicado, el de los zapatos de tela para los críos se ha multiplicado por cinco, y esos son sólo algunos ejemplos entre otros muchos. Y lo que es peor, habida cuenta de la penuria reinante (por ejemplo, de la carne, la leche para niños, del papel higiénico), muchos bienes de consumo elementales han de comprarse en el mercado negro o en los “Pewex”, en los que hay que pagar en divisas fuertes cuyas tasas de cambio en el mercado negro (que es el único sitio en donde puede un obrero hacerse con ellas) están tan por las nubes que hacen que el salario medio mensual sea de 23 dólares. Ante tal situación no es de extrañar que las autoridades mismas reconozcan que el 60 % de la población vive por debajo del nivel de pobreza.
Son los obreros jóvenes, que forman los batallones más decididos de los combates actuales, quienes peor y más duramente viven esa miseria cotidiana. Según Tygodnik Mazowsze, semanario clandestino de Solidarnosc, los obreros jóvenes forman “una generación sin perspectivas”: “La vida que están viviendo es una pesadilla. Sus posibilidades de encontrar una vivienda propia son prácticamente nulas. La mayoría de ellos viven en autodenominados hogares que proporciona la empresa. A menudo se amontonan 6 en dos habitaciones. Una pareja con tres niños vive en un cuartito con cocina de 4 metros cuadrados con agua fría únicamente”.
Esa increíble degradación de las condiciones de vida de la clase obrera, a pesar, o más bien, a causa de todas las “reformas económicas” sucesivas, instauradas por el régimen desde hace cantidad de años, no es, claro está, ni una excepción, ni una “especialidad” polaca, ni siquiera de los países llamados “socialistas”. Aunque en esos países esa degradación alcanza extremos siniestramente caricaturescos a causa de la intensidad de la crisis económica (la deuda externa de Polonia anda por los 50 000 millones de dólares, 39 000 de los cuales a los países occidentales), existe tanto en Europa del Este como en los países más avanzados. En la URSS, por ejemplo, las penurias nunca habían sido tan catastróficas, a pesar de las subidas de precios que, por lo visto, iban a hacerlas desaparecer. La tan manida reestructuración (“perestroika”) de la economía está totalmente ausente de las neveras, como así lo comprueban con humor los habitantes de la “patria del socialismo”; en cuanto a la transparencia (“glasnost”) debe ser más que nada la de las estanterías de los almacenes, desesperadamente vacías. Lo que ante todo ponen de relieve las huelgas en Polonia, y la catástrofe económica que las nutre, es la quiebra de la política de la perestroika tan encomiada por Gorbachov. En todo esto no hay misterio ninguno :cuando ya la economía de los países más adelantados es incapaz de dar la menor ilusión de una mínima estabilidad, sino es a costa de una huida ciega hacia el abismo de una deuda gigantesca, a las economías más débiles, como las de Europa del Este, y en especial la de Polonia, les toca ser las primeras en pagar las consecuencias del hundimiento mundial del capitalismo. Ninguna “reestructuración” será capaz de corregir esa tendencia. Como por todas las demás partes del mundo, la “reforma económica” sólo puede tener una única consecuencia: ataques más duros todavía contra las condiciones de vida de la clase obrera.
Lo que ante todo pone de manifiesto la situación actual en Polonia es que la crisis del capitalismo es incurable. La ruina económica de ese país, la miseria resultante para la clase obrera, no hacen sino indicar el camino al que también se dirigen los países más avanzados, que hasta ahora han sido menos golpea-dos por la crisis.
La segunda lección que hay que sacar de la situación es que, frente al hundimiento irreversible de la economía mundial, frente a los ataques capitalistas cada día más duros, no le queda a la clase obrera de todos los países más que una salida : la de la reanudación y el desarrollo de sus combates. Las luchas obreras de Polonia son la prueba, una vez más, de que el proletariado mundial está tomando conciencia de esa realidad.
A ese respecto, las luchas actuales en Polonia son muy significativas. En ese país, los obreros sufrieron, tras su fantástico combate y su primera victoria de 1980, una amarga derrota, que se concretó sobre todo en la instauración del estado de guerra en diciembre de 1981. Fueron encarcelados por millares, su resistencia fue doblegada por la fuerza, a base de matar a decenas de entre ellos; han tenido que aguantar apaleamientos, vejaciones y torturas; han tenido que enfrentarse durante estos años al terror policiaco, viviendo constantemente con la preocupación, si se les ocurría resistir a los ataques capitalistas, de perder el empleo, la vivienda, cuando no de ir a pudrirse a la cárcel. Pese a la enorme presión, pese a la desmoralización pegada al cuerpo de muchos de ellos desde 1981, han vuelto a la lucha en la primavera pasada, en cuanto empezaron a llover las agresiones económicas del poder. Nada desarmados por el fracaso de esa primera tentativa (para el que fue necesaria toda la habilidad de Walesa para convencer a los obreros jóvenes de Gdansk a que volvieran al trabajo)1, volvieron a entrar en el combate de clase durante el verano, en un movimiento mucho más amplio que el anterior, lo cual es una evidente ilustración de una de las características principales del período actual : la aceleración de la historia sometida a la presión de una crisis económica en empeoramiento constante, aceleración que se plasma, en el plano de los combates de clase, en una tendencia a oleadas de lucha cada vez más seguidas.
El movimiento se había iniciado el 16 de Agosto, espontáneamente, en el cogollo obrero de Polonia, la cuenca minera de Silesia. Este hecho es muy significativo, pues el movimiento concernía a uno de los sectores más antiguos y experimentados de la clase obrera y, además, de los tradicional-mente más «mimados» por el gobierno (salarios y raciones más altas), debido sobre todo a la importancia económica del carbón, que es la materia prima y fuente de energía más importante del país y la 1/4 parte de sus exportaciones ; lo cual no impidió que los mineros exigieran aumentos de sueldo de hasta 100 %, lo nunca visto hasta ahora en las luchas obreras en Europa. Día tras día, el movimiento se fue extendiendo a nuevas minas y a otras regiones, Szczecin en particular, en donde puerto y transportes quedaron paralizados por la huelga. Por todas partes, la presión por la huelga es muy fuerte, sobre todo entre los obreros jóvenes. En Gdansk, en los Astilleros Lenin, empresa faro para todos los obreros del país, los obreros jóvenes quieren volver a la lucha, a pesar del fracaso del mes de mayo. Y Walesa, una vez más, se dedica a contemporizar; el lunes 22 de Agosto, sin embargo, no le que queda más remedio que convocar una huelga él mismo, huelga que va a paralizar los astilleros. La huelga se extiende en unas cuantas horas a Varsovia (fundiciones de Huta Warszawa, factoría de tractores de Ursus), a Poznan, a Stalowa Wola y a otras empresas de Gdansk. Hay entonces entre 50 y 70 mil obreros en huelga. El martes 23 de Agosto, la huelga sigue extendiéndose en Gdansk, a otros astilleros, y a nuevas minas de Alta Silesia. La clase obrera parece haber vuelto a encontrar la dinámica del verano de 1980 ; en realidad, el movimiento ha alcanzado su auge y empezará a retroceder en los días siguientes, pues, esta vez, la burguesía está mucho mejor preparada que hace ocho años.
Es posible que el gobierno se haya dejado sorprender por la amplitud de las luchas. Sin embargo, su comportamiento durante esas luchas demuestra lo mucho que ha aprendido desde el verano de 1980 : en ningún momento ha estado desbordado por los acontecimientos. Procuró el gobierno en especial, cada vez que una nueva empresa entraba en lucha, rodearla con un cordón de « zomos » (unidades especiales antidisturbios). De este modo, cada ocupación del lugar de trabajo se cerraba en sí misma cual trampa para los obreros en lucha, impidiéndoles entrar en contacto con sus hermanos de clase y por tanto, unificar su combate, unirse en un único frente de lucha. Pero no sólo a eso se limitan la represión y la intimidación. El 22 de Agosto, día en que más se extiende el movimiento, el ministro del Interior, el general Kiszczak, aparece de uniforme en la televisión para anunciar una serie de medidas destinadas a quebrar la extensión : instauración del toque de queda en las tres regiones más afectadas por las huelgas: Katowice, Szczecin y Gdansk; toda persona ajena a la empresa en huelga será evacuada, con posibilidad de ser encarcelada ; el ministro acusa a los huelguistas de estar armados y amenaza con una “efusión de sangre”. Al mismo tiempo, la televisión soviética vino en apoyo de la intervención del ministro, difundiendo imágenes de empresas en huelga, tratando a los huelguistas de «extremistas que ejercen presiones y amenazas contra sus compañeros con huelgas ilegales». Los instrumentos de esas «amenazas contra los compañeros» serían, según la televisión soviética las barras de hierro que los obreros empuñan para hacer frente a una posible intervención policiaca. O sea que cuando se trata de hacer frente a un movimiento de la clase obrera, Gorbachov esconde su “glasnost” y habla con la clásica lengua viperina del terror estalinista: que no se les ocurra a los obreros de Rusia imitar a sus hermanos de clase de Polonia; que éstos sepan que no hay nada que esperar de la «liberalización», de la cual pocas ilusiones se hacen, por cierto, desde la venida de Gorbachov a Polonia, a principios de Julio, cuando éste les dijo que “podían estar orgullosos de tener un líder como Jaruzelski”, al cual presentó como su “amigo personal”.
Las amenazas no quedan, sin embargo, en meras palabras. Los actos vienen a “darles crédito”: Silesia queda cortada del resto del país por controles de la policía y del ejército; cada día, los zomos intervienen en nuevas empresas para desalojar a los obreros (sobre todo en Silesia, en donde a los obreros les empiezan a faltar, en el fondo de las minas, alimentos, medicamentos y mantas); se multiplican las detenciones, las cuales afectan tanto a los huelguistas como a miembros de la oposición y, en especial, a dirigentes de Solidarnosc como Frasyniuk, jefe del sindicato de Wroclaw y miembro de la dirección nacional del mismo. Para con aquéllos se trata de presionarlos para que vuelvan al trabajo y disuadir a los demás obreros a que se unan con ellos en la lucha. Las detenciones de sindicalistas tienen, en cambio, otra función: la de prestigiar a Solidarnosc para que esta organización pueda desempeñar su papel de revienta huelgas. Ya que, una vez más, la derrota obrera es resultado, ante todo, de la acción del sindicalismo.
Los objetivos anti obreros de Solidarnosc sin el menor pudor y ya en el mes de mayo, nos los describe Kuron, uno de los principales «peritos» de Solidarnosc, fundador también del ex-KOR: “sólo un gobierno que tenga la confianza social podrá detener el curso de los acontecimientos, hacer un llamamiento a la austeridad en un marco de reformas. Lo que de verdad está en juego en la batalla actual es la formación de un gobierno así” (entrevista dada al diario francés Liberation del5 de mayo de 1988). Es difícil dejarlo más claro : el objetivo de Solidarnosc es el mismo que el del gobierno: hacer que los obreros acepten la austeridad.
Por eso, ya desde el principio del movimiento, el sindicato se dedicó a desplegar su acción saboteadora. Uno de los elementos esenciales de su estrategia fue meter en un callejón sin salida el descontento obrero. Aun cuando el movimiento se inició por reivindicaciones salariales, Solidarnosc echa el resto de su influencia para que no permanezca más que “una sola reivindicación: la legalización del sindicato”. Y es así como Walesa convoca a la huelga en los talleres de los Astilleros Lenin el 22 de agosto, con la consigna: “¡Basta ya de bromas. Lo que ahora queremos es Solidarnosc!». ¡Como si la defensa de las condiciones de vida más elementales, la resistencia contra la miseria fuera solo...bromas! El presidente del comité de huelga de los Astilleros Lenin, conocido como “radical”, afirmaba por su parte: “la única reivindicación es que se restablezca Solidarnosc”.
Solidarnosc hace sus llamamientos a la huelga de manera muy selectiva. Por un lado, en muchos lugares en donde la presión por la lucha es muy fuerte, Solidarnosc evita a toda costa hacer llamamientos a parar el trabajo, prefiriendo decretar, para que se «desahogue» la combatividad obrera, el «estado de preparación de la huelga», o amenazando con convocarla si las autoridades desencadenaran una represión en masa, cosa que éstas evitaron como es natural. Por otra parte, el llamamiento directo a la huelga en los astilleros Lenin de Gdansk, que son desde el verano del 80 un símbolo para toda la clase obrera de Polonia, es también una maniobra. Es ésa una de las empresas en las que Solidarnosc está mejor implantada ,sobre todo porque es allí donde trabaja Walesa ; será pues más fácil que en otro lugar hacer volver al trabajo, reanudación que servirá a su vez de acto simbólico, pues en el resto del país, los obreros tendrán la impresión de que no les queda más remedio que imitar a sus camaradas de Gdansk. Además, en los astilleros Lenin, Walesa, para facilitar la vuelta al trabajo, había echado el resto desde el principio para presentar la huelga como una calamidad, inevitable a causa de la mala voluntad del gobierno, el cual no ha querido escuchar sus repetidos llamamientos a la negociación: «Yo quería evitar las huelgas. No deberíamos estar en huelga, deberíamos estar trabajando. Pero no nos queda otra alternativa...Seguimos esperando discusiones serias» (22 de Agosto). Y de hecho, para cansar más y mejor a los obreros, el gobierno y Solidarnosc se ponen a jugar al ratón y al gato durante más de una semana, dando pruebas uno y otro de la mayor «intransigencia» sobre la cuestión del pluralismo sindical, polarizando a los obreros sobre un problema falso, hasta el día en que ambas partes «aceptan» el encuentro para discutir «sin tabús» (sic)... sobre la agenda de una hipotética «mesa redonda», la cual sólo podrá verificarse, naturalmente, cuando se haya reanudado el trabajo.
La total complicidad entre las autoridades y Solidarnosc es patente. Es todavía más patente cuando se sabe que uno de los deportes favoritos de los dirigentes de Solidarnosc es franquear impunemente los controles policiacos que aíslan a empresas y regiones en lucha para juntarse a los huelguistas, como Jan Litynski, fundador del KOR y responsable de Solidarnosc de Varsovia, que consiguió llegar al comité de huelga de las minas de Silesia para convertirse en su principal «perito», o el propio Lech Walesa que entra en los astilleros Lenin «saltando la tapia». No hay duda, la policía polaca es de las más nulas del mundo...
En ese reparto de tareas participa, como siempre en Polonia, la Iglesia, que incluso se permite el lujo de echar dos estilos diferentes de sermón: el sermón moderado como el del capellán de los astilleros Lenin, quien, la víspera de la huelga, toma postura en contra de ella afirmando que «la huelga iba a prender fuego a toda Polonia» y el sermón «radical» que da su apoyo entero a los huelguistas y a su reivindicación de «pluralismo sindical». Hasta las propias fuerzas del poder hacen alarde de sus «desacuerdos» para así desorientar mejor a los obreros. El 24 de Agosto, por ejemplo, los sindicatos oficiales (OPZZ), cuyo presidente es miembro del Buró político del Partido, lanzan una advertencia al gobierno para que «oiga su opinión» y «amenazan» con convocar huelga general. ¡Huy qué miedo debió pasar Jaruzelski!
En fin de cuentas, gracias a tanta maniobra, la burguesía logró sus objetivos: el retorno al trabajo sin que los obreros obtuvieran nada. Ha sido una derrota obrera que va a dejar huellas. Y es tanto más derrota por cuanto Solidarnosc ha conseguido hacer su labor de sabotaje sin desenmascararse como organización, dejándole a Walesa, siempre voluntario para esas faenas, el papel de «vende huelgas». Su popularidad va a bajar varios enteros, pero son los riesgos del oficio. Lo esencial es que la mayoría de los obreros conserve sus ilusiones sobre el sindicalismo «libre». Con su negativa a legalizar a Solidarnosc (cuando en realidad esa organización tiene «placa en fachada» con sus numerosos semanarios, colectas y cuotas, reuniones regulares de sus miembros y de sus dirigentes, todo ello tolerado), con sus «persecuciones» a los dirigentes, el poder aportará lo que le corresponde para mantener aquellas ilusiones.
Agosto del 80-Agosto del 88: la comparación de los resultados de las huelgas entre esas dos fechas parece despejar un retroceso muy sensible de la fuerza de la clase obrera. Un examen superficial podría llevar a esas conclusiones, pues es cierto que hace 8 años la clase obrera fue capaz de llevar a cabo combates mucho más masivos, determinados; es cierto, sobre todo, que en 1980, consiguió dotarse de una organización de su lucha que le permitió controlarla desde el principio de punta a cabo hasta la victoria. Pero no podemos limitarnos a esos aspectos. En realidad, la debilidad actual de la clase obrera en Polonia es básicamente la expresión del reforzamiento político de la burguesía en ese país, del mismo modo que su fuerza en Agosto del 80 le venía en parte de la debilidad de la clase dominante. Y ese fortalecimiento de la burguesía se debe no tanto a una mayor habilidad por parte de los dirigentes del país, sino más bien a la existencia de una estructura de encuadramiento de la clase obrera ausente en 1980 : el sindicato Solidarnosc. Eso lo ha expresado muy bien Kuron : “Contrariamente a julio-agosto del 80, la oposición dispone hoy de estructuras organizadas capaces de controlar los acontecimientos”(Ídem).
De hecho, la clase obrera en Polonia se encuentra hoy confrontada al mismo tipo de trampas que los obreros de los países más avanzados han tenido que enfrentar desde hace décadas. Es precisamente porque no había vivido esa experiencia por lo que aquélla ha acabado por dejarse entrampar de tal modo por las maniobras del sindicalismo, después de haber vivido una lucha tan notable como la del verano del 80. En cambio, toda la experiencia acumulada por el proletariado de las grandes metrópolis capitalistas, sobre todo el de Europa Occidental, le permite hoy ir librándose progresivamente del control sindical (como pudo verse cuando la huelga en los ferrocarriles franceses a finales de 1986, e en Italia, durante 1987, en el sector escolar), ir apoderándose de sus luchas, unificándolas, como la hicieran los obreros polacos en 1980. Pero cuando logre con plenitud todo eso, la burguesía ya no podrá hacerlo retroceder como lo había hecho con el proletariado de Polonia. Son los sectores más avanzados del proletariado mundial los que podrán entonces mostrar el camino a sus hermanos de clase, y en particular a los de Polonia y de Europa del Este.
Las luchas de este verano en Polonia no expresan en absoluto ningún retroceso de la clase obrera a escala internacional. Antes al contrario, son la prueba de las enormes reservas de combatividad del proletariado de hoy, al que las derrotas parciales no logran agotar, sino que le sirven de acicate con la intensificación de los ataques capitalistas. Asimismo, la fuerza de las ilusiones sindicalistas, democráticas e incluso nacionalistas, que pesan sobre el proletariado en Polonia pone de relieve los pasos realizados por el proletariado de los centros decisivos, las grandes concentraciones obreras de Europa occidental, y, por lo tanto, del proletariado mundial como un todo; pone en evidencia su avance hacia combates cada día más autónomos, más fuertes y más conscientes.
FM
4/9/1988
1 Respecto a las huelgas de esta primavera en Polonia y su sabotaje por Solidarnosc, puede leerse la Revista Internacional, n° 54.
Links
[1] https://es.internationalism.org/files/es/for_traduccion.pdf
[2] https://es.internationalism.org/cci/200602/539/espana-1936-franco-y-la-republica-masacran-al-proletariado
[3] http://grupgerminal.org/?q=node/253
[4] https://es.internationalism.org/cci/200602/753/1critica-del-libro-jalones-de-derrota-promesas-de-victoria
[5] https://es.internationalism.org/cci/200602/755/3el-mito-de-las-colectividades-anarquistas
[6] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200608/1046/1936-frentes-populares-en-francia-y-en-espana-como-movilizo-la-izq
[7] https://es.internationalism.org/tag/21/542/conferencias-de-los-grupos-de-la-izquierda-comunista
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[11] https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/1915sogu.htm
[12] https://es.internationalism.org/en/tag/2/25/la-decadencia-del-capitalismo
[13] https://es.internationalism.org/en/tag/3/47/guerra
[14] https://es.internationalism.org/en/tag/3/48/imperialismo
[15] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201002/2773/el-otono-caliente-italiano-de-1969-i-un-momento-de-la-recuperacion
[16] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201012/3005/el-otono-caliente-italiano-de-1969-ii-un-momento-de-la-reanudacion
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[24] https://es.internationalism.org/files/es/rint53_mpp.pdf
[25] https://es.internationalism.org/en/tag/21/380/mayo-de-1968
[26] https://es.internationalism.org/en/tag/corrientes-politicas-y-referencias/izquierda-comunista
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[29] https://es.internationalism.org/en/tag/21/547/imperialismo
[30] https://es.internationalism.org/files/es/crisis_y_luchas_obreras_en_mexico.pdf
[31] https://es.internationalism.org/en/tag/geografia/mexico
[32] https://es.internationalism.org/files/es/editorial_las_paces_del_verano_88_o_la_intensificacion_de_los_preparativos_guerreros.pdf
[33] https://es.internationalism.org/files/es/luchas_obreras_en_polonia.pdf
[34] https://es.internationalism.org/en/tag/geografia/polonia
[35] https://es.internationalism.org/en/tag/2/29/la-lucha-del-proletariado