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La violencia terrorista es antagónica a la violencia de clase del proletariado

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Hemos celebrado en Barcelona y Valencia sendas Reuniones Públicas sobre este tema que preocupa a muchos elementos activos de nuestra clase.

A partir de una presentación lo más breve posible[1] con objeto de dar el máxima de tiempo a la discusión de los asistentes, se desarrolló un debate muy dinámico.

ø En Valencia los asistentes expresaron un acuerdo muy profundo con las posiciones de la CCI insistiendo en que el proletariado debe emplear la violencia para destruir este orden social de explotación pero puntualizando que esta violencia nada tiene que ver ni con el terror y la guerra ni con el terrorismo, tres formas de violencia radicalmente ajenas y antagónicas con el proletariado. Para el proletariado, el fin no justifica los medios, a diferencia de las clases explotadoras donde todo vale para obtener sus fines ajenos a los del conjunto de la población.

En palabras de un asistente: «está claro. La elección no es entre ser pacíficos o entre ser violentos, sino entre la violencia de la clase explotadora y la violencia de la clase explotada».

Un asistente insistió en que el proletariado tiene una ética propia como clase y que esa ética le dicta su conducta respecto a la violencia: ésta excluye el sadismo o la venganza, no busca cebarse sobre las personas sino que pretende destruir las relaciones sociales que sustentan la explotación y la opresión. «el capitalismo es la guerra de todos contra todos, es la violencia erigida en principio de las relaciones sociales, el proletariado expresa en cambio la solidaridad que es el principio básico de una auténtica sociedad. Por instinto, los hombres tienden a la solidaridad».

Un aspecto que la discusión desarrolló es el tipo de coacción y chantaje moral que cotidianamente perpetran los sindicatos sobre los trabajadores, lo que  constituye un obstáculo al desarrollo de la solidaridad entre ellos.

Un punto particular fue suscitado por un asistente: ¿la violencia de Elche contra almacenes chinos pertenece a la clase obrera? Se señaló que, aunque en el tumulto podrían haber participado trabajadores a título individual, ello no tenía nada que ver con la lucha de la clase obrera. Esta busca la unificación de todos los trabajadores rompiendo las cadenas de división basadas en la nación, la empresa, el sector, la raza etc. En concomitancia con ello, la clase obrera se niega a subordinarse a la competencia entre capitales nacionales (el calzado español contra el calzado chino, los astilleros españoles contra los astilleros coreanos) persiguiendo la abolición de la competencia reemplazándola por la comunidad humana mundial que trabaja para sí misma de forma unitaria y asociada[2].

En Barcelona, la discusión abordó las críticas de un asistente a las posiciones expresadas en la presentación a través de respuestas de otros asistentes y de los miembros de nuestra organización.

Para el compañero, aún reconociendo que la lucha masiva es la meta, entretanto acciones minoritarias de violencia practicadas por grupos especializados serían una contribución a ella. Por otro lado, la insurrección proletaria tendría que ser preparada por grupos especializados que se irían entrenando en el dominio de las armas e irían educando a las masas en las técnicas de la insurrección. El compañero piensa que los ataques a la propiedad privada, a sus símbolos y en general a los símbolos de la dominación capitalista, se inscriben en el proceso de toma de conciencia y lucha del proletariado.

No podemos resumir la riqueza de la discusión con todos los argumentos detallados que se opusieron a estas posiciones. En la medida en que el compañero las ha resumido en un texto escrito le responderemos de forma más detallada y amplia[3]. Aquí solo recogeremos algunos argumentos expuestos por otros asistentes.

Un compañero desarrolló la siguiente argumentación: “La violencia de la clase obrera consiste en establecer una relación de fuerzas contra el capital, en una primera etapa para combatir la explotación, en la etapa final, para abolir la explotación. ¿Se puede establecer esa relación de fuerzas con choques aislados y minoritarios? ¿Con pequeñas acciones de guerrilla urbana o de sabotaje? Esos actos fortalecen política y socialmente al capital y militarmente hablando ni le hacen cosquillas. Lo que de verdad debilita al capital es una lucha que rompe las divisiones por sector, categoría o nacionalidad y forja la unidad; lo que lo pone contra las cuerdas es que los obreros rompan la tutela sindical y se organicen por si mismos, lo que daña al capital es la autonomía de clase, obreros que luchan por sus propios intereses y no por intereses de alguna fracción de la burguesía. Los métodos que son válidos para la burguesía o para la pequeña burguesía no lo son para la clase obrera. Ahí está el quid de la cuestión”.

Otro asistente planteó: “Los especialistas no son válidos para la lucha de la clase obrera. De la misma forma que esta no puede confiar la dirección de su combate en especialistas de la política tampoco puede confiar en especialistas del armamento y la insurrección”.

Un tercer compañero señaló “el lazo indisoluble que hay entre nacionalismo y terrorismo, lazo que no puede darse en la lucha obrera que es internacionalista”.

Otro asistente abordó la cuestión siguiente: “se glorifica lo violento como radical y subversivo pero se olvida que es el mismo sistema quien fomenta la violencia minoritaria, brutal, destructora… Es un sistema social en descomposición donde se desarrolla la ideología del TODO VALE, del hombre un lobo para el hombre, y, por tanto, se glorifica una violencia minoritaria y ciega. En realidad no debemos caer en la trampa de elegir entre el legalismo y el pacifismo, por un lado, y la violencia radical minoritaria del otro. Los dos son ajenos a la clase trabajadora”.

De las conclusiones de la discusión queremos destacar 3 elementos:

  1. Es necesario proseguir la discusión sobre todo acerca del aspecto: ¿en qué consiste, cómo se concreta, la violencia de clase del proletariado? A este respecto es preciso abordar las experiencias históricas de la lucha de clases, por ejemplo, la Revolución Rusa de 1917.
  2. Condena por parte de todos los asistentes de las formas de violencia burguesa de la guerra, el terror y el terrorismo.
  3. Un asistente declaró: “Hacía mucho tiempo que no veía una reunión como ésta donde se puede discutir y se discute seriamente problemas de la clase obrera”.

[1] Ver en el Anexo el texto de la presentación

[2] Ver artículo en Acción Proletaria nº 179

[3] Nos proponemos publicar esta correspondencia en una Tribuna del Lector, conforme a nuestra política de discusión fraternal y abierta.

ANEXO

Presentación de la Reunión Pública

La RP que vamos a celebrar abordará el problema de la violencia.

Hoy proliferan en el mundo los atentados terroristas: Irak, Afganistán, el 11-M en Madrid, Indonesia... Esas acciones provocan matanzas y destrucciones en masa. Son un arma de la confrontación imperialista entre los Estados a la que echan mano todas las fracciones de la burguesía desde las más poderosas hasta las menos dotadas.

En Irak, los atentados se han convertido en una realidad cotidiana. Es una espiral sin fin: bombardeos, acciones de artillería, detenciones masivas de las fuerzas ocupantes, por un lado, los coches bomba, los asaltos a instalaciones civiles y militares, por el otro. La población vive aterrorizada atrapada en este laberinto de sangre y salvajismo. Las tropas USA y gubernamentales, por un lado,  y las diferentes milicias insurgentes, por otro, la han tomado como rehén de un enfrentamiento sin salida.

Hemos visto que un grupo como el GCI  llama a las acciones terroristas de la insurgencia iraquí “lucha de clases”. Mete en el mismo saco: las protestas de trabajadores parados contra las autoridades de ocupación, los motines más o menos espontáneos por las condiciones odiosas de existencia, los actos de sabotaje de oleoductos, los atentados con coche bomba, los asaltos a cuarteles..., todo es etiquetado por este grupo como "lucha de clases”.

Nosotros condenamos esta amalgama. Nosotros nos reivindicamos de la violencia de clase del proletariado pero queremos delimitarla respecto a la violencia de la clase dominante que incluye el terror, el terrorismo y la guerra. Son dos violencias totalmente diferentes, diametralmente opuestas.

La amalgama entre ambas no solo produce confusión y zozobra en las filas proletarias sino que en realidad echa agua al molino de la mistificación pacifista de la burguesía que condena “toda forma de violencia”, “venga de donde venga”.

El pacifismo es imposible en las sociedades de clases. En el mejor de los casos en la expresión impotente de un deseo bienintencionado. En el peor es una mistificación que utiliza la burguesía para destruir la lucha de clase del proletariado.

El dilema no es pues violencia o pacifismo sino violencia de la burguesía y violencia del proletariado. La sociedad dividida en clases implica necesariamente violencia, pues allí donde existe explotación del hombre por el hombre y división en clases sociales existe inevitablemente violencia en muchas de sus diferentes y variadas formas.

No todas las formas de violencia son iguales ni son lo mismo. Condenar en si toda forma de violencia constituye la trampa, el alegato pacifista de la burguesía, para mantener a los explotados sometidos a la explotación y a la opresión.

No es lo mismo la violencia de las clases reaccionarias que tratan de conservar un orden social caduco que la violencia de las clases revolucionarias que tratan de imponer uno nuevo y superior.

No es lo mismo la violencia de las clases explotadoras que la violencia de las clases explotadas. La primera está al servicio de la explotación del hombre por el hombre y de la división entre los seres humanos. La segunda constituye una forma de defenderse, más o menos consciente, contra la explotación y la opresión que han golpeado a la humanidad a lo largo de los últimos 10.000 años.

Tampoco se puede poner en mismo plano la violencia del proletariado, clase explotada y revolucionaria poseedora de una perspectiva revolucionaria propia, y la violencia de otras clases explotadas que le han precedido que aún siendo plenamente justificada no contenía ningún porvenir de liberación de la humanidad.

Dentro de la misma sociedad capitalista tampoco se puede identificar la violencia de la clase dominante, el terror del Estado más o menos abierto o encubierto, con la violencia de tipo terrorista.

¿Pueden ser iguales la violencia de clase del proletariado y la violencia de la burguesía que tiene 3 dimensiones: terror, terrorismo y guerra?

Rotundamente no.

Vamos a inspirarnos en esta presentación en las posiciones desarrolladas por la Resolución sobre el terror, el terrorismo y la violencia de clase que publicamos en la REVISTA INTERNACIONAL número 15.

En primer lugar, la dominación del Estado burgués sobre el proletariado y el conjunto de la sociedad se basa en el terror. El terror existe incluso en los Estados llamados “democráticos” donde se emplea de forma política, selectiva y según las circunstancias. «La burguesía ha desarrollado todo un arsenal de medios represivos: cárceles, deportaciones, asesinatos, campos de concentración, guerras de exterminio y genocidio, la tortura más refinada» y para ejercer este sistema de terror ha engendrado «todo un cuerpo social especializado en esa metodología: policía, guardia civil y gendarmerías especiales, ejército, aparato jurídico, torturadores con diploma, comandos superentrenados y grupos paramilitares».

El terror del Estado burgués:

  • Es ejercido por una clase minoritaria sobre la inmensa mayoría de la sociedad;
  • Tiende a perpetuarse y perfeccionarse hasta el extremo de adquirir su propia dinámica;
  • Requiere de un cuerpo especializado y elitista cada vez más separado de la sociedad.

Respecto al terrorismo su naturaleza es ciertamente más compleja. Puede ser expresión de capas pequeño burguesas desesperadas e impotentes cuyos actos de rebeldía por heroicos que sean no significan en el mejor de los casos que la picadura de mosquito sobre la piel del elefante estatal capitalista.

Sin embargo, el terrorismo con la decadencia del capitalismo, con la profundización de las guerras imperialistas, se ha convertido en un arma de la confrontación imperialista que es empleado por todos los Estados, grandes o pequeños e incluso por fracciones de Señores de la Guerra –como es el caso del terrorismo islámico- que no aspiran a formar un Estado propio.

La violencia terrorista tiene como características:

  • Ser ejercida por grupos militarizados
  • Basarse en la conspiración y la intriga
  • Atacar indiscriminadamente a las personas provocando matanzas masivas

Concerniente a la guerra, forma suprema de la violencia destructiva del capitalismo, no vamos a insistir en esta presentación sobre su naturaleza aniquiladora y bárbara.

¿Puede asemejarse o compararse la violencia de clase del proletariado con estas formas de violencia que acabamos de describir?

Claramente no. Ni en los fines ni en los medios el proletariado puede ejercer una forma de violencia similar o comparable a las formas de violencia de la burguesía y de otras clases ajenas al proletariado.

El proletariado se propone abolir toda forma de explotación y no perpetuar la explotación. El proletariado lucha por la comunidad humana mundial y no por el mantenimiento y la profundización de las divisiones de clase, raza, frontera, religión, que desgarran a la humanidad. El proletariado trata de instaurar el control consciente de la producción y los medios de vida destruyendo el sometimiento ciego y fanático a fuerzas extrañas por encima de los individuos.

No se pueden oponer los fines a los medios. La doctrina jesuítica de “el fin justifica los medios” es ajena y antagónica al proletariado. Este no puede alcanzar la liberación de la humanidad del yugo capitalista con prácticas propias de este sistema como el terror, el terrorismo y la guerra.

La violencia del proletariado es ejercida colectivamente por las masas obreras en el curso de su propia lucha.

La violencia del proletariado no ataca a las personas sino que busca esencialmente derribar las relaciones sociales y las instituciones sociales que atenazan el desarrollo de la humanidad.

La violencia del proletariado es consciente buscando crear las condiciones que eliminen la violencia entre los hombres y no su perpetuación.

No se trata de especular cómo será o cómo puede ser la violencia del proletariado. De lo que se trata es de ver cómo el proletariado ha ejercido su violencia de clase en sus movimientos revolucionarios o en sus luchas más significativas. Esto no podemos desarrollarlo aquí aunque animamos a los asistentes a profundizar en ello estudiando las experiencias históricas de nuestra clase en ese terreno.

Series: 

  • Terror, terrorismo y violencia de clase [1]

Vida de la CCI: 

  • Reuniones públicas [2]

Noticias y actualidad: 

  • violencia de clase [3]

Cuestiones teóricas: 

  • Terrorismo [4]

Crisis y paro, matanzas imperialistas y barbarie: Distintas caras del declive mortal del capitalismo

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Hoy, hasta los gobernantes más "optimistas", como Zapatero que augura la salida del túnel para mediados de este año, tienen que reconocer la gravedad de la crisis actual del capitalismo. Hay economistas que dicen incluso que esta crisis es peor que la de 1929.

También hoy surge un coro, igualmente bastante unánime, que "lamenta" e incluso "condena" las salvajes atrocidades que está perpetrando el Estado de Israel sobre la población de Gaza atrapada en un ratonera. Hasta los aliados más fieles de Israel -como Estados Unidos- o bien miran hacia otro lado o bien presionan discretamente para que no vaya "demasiado lejos" (¿?)

Sin embargo, muy pocos hablan de la relación existente entre la agravación de la crisis y la agudización de la barbarie guerrera. La inmensa mayoría de analistas, gobernantes, grupos políticos etc., coinciden en ignorar toda relación entre una y otra, en verlas como dos fenómenos separados que pertenecerían a dos mundos distintos.

Sin embargo nosotros pensamos que la clave para comprender la situación actual de la sociedad mundial y para encontrar una vía de salida está, precisamente, en ver la relación estrecha e íntima que existe entre crisis capitalista y guerra imperialista.

Al establecer una muralla china entre las causas de la crisis y las causas de la guerra, ambos fenómenos se subestiman. La guerra sería así el producto de la barbarie de tal o cual Estado, pero no el producto de la confrontación entre todos los Estados que son todos imperialistas. Al contrario, habría, nos dicen,  Estados "belicosos" e "imperialistas", pero la mayoría de Estados serían "pacíficos" y buscarían "calmar los ánimos" cuando surgen situaciones de tensión ofreciendo soluciones diplomáticas. La crisis, por su parte, constituiría un paréntesis, un momento de vacas flacas, del cual se saldría para alcanzar nuevos periodos de prosperidad.

Al separar crisis y guerra se puede echar la culpa de la guerra a un chivo expiatorio, a una causa particular y específica que permite insinuar que dentro de esta sociedad habría salidas pacíficas al problema de la guerra y los conflictos imperialistas. Del mismo modo, la causa de la crisis se puede igualmente particularizar y personalizar: sería la culpa de la ideología "neoliberal", la responsabilidad habría que atribuirla a banqueros, especuladores y compañía. Con esto se deja la puerta abierta a la ilusión de una salida mediante la intervención del Estado o de una política basada en "hacer pagar la crisis a los banqueros"...

Al separar crisis y guerra y verlas como fenómenos independientes y particulares es más fácil empujarnos a elegir campo ante la barbarie guerrera que se desencadena en Gaza. Habría que defender a Hamás frente a Israel o, los que se dan cuenta que el islamismo de Hamás es poco presentable, invocan el "derecho a la resistencia" del "pueblo palestino". En el mismo sentido, ante la crisis habría que elegir campo: por las políticas "sociales" de intervención estatal frente al "neoliberalismo" y demás.

Solo comprendiendo el lazo indisoluble entre crisis y guerra se puede comprender que la guerra no es el resultado de tal o cual Estado, de tal o cual política o de tal o cual ideología, sino que constituye el modo de vida del capitalismo decadente, la barbarie de la guerra es imputable a todo el sistema capitalista en su conjunto, a todos sus Estados y fracciones. Igualmente, solamente mediante el mismo planteamiento se puede comprender que la crisis no es un episodio "cíclico" al cual sucederá un periodo de "nuevas riquezas" sino que constituye un paso muy grave hacia el hundimiento en una miseria, un desempleo y una barbarie del cual no hay salida, bajo el capitalismo.

Solo comprendiendo la unidad entre crisis y guerra se puede comprender que no hay un culpable particular e individualizado de la guerra como tampoco lo hay de la crisis. ¡No hay chivos expiatorios que permiten al sistema salir de rositas y continuar con su barbarie y su iniquidad! El culpable es el capitalismo mundial, con todos sus gobiernos y todos los partidos e instituciones que lo defienden.

Solo comprendiendo que crisis y guerra tienen la misma raíz se puede comprender que hay que luchar contra todos los bandos guerreros y no elegir entre ellos. Durante los últimos 100 años el capitalismo ha arrastrado a la humanidad a 2 guerras mundiales e innumerables guerras regionales porque lograba que el proletariado eligiera campo entre los dos bandidos imperialistas: democracia contra fascismo, anti-terrorismo contra terrorismo, libertad contra totalitarismo, resistencia nacional contra las potencias  ocupantes ... A través de estas elecciones tramposas el sistema ha conseguido reproducirse, reproduciendo con ello una espiral de matanzas, genocidios, holocaustos... En un trágico carrusel, los buenos de ayer se convierten en los malos de hoy, las "víctimas" de ayer en los verdugos de hoy.

Solo comprendiendo que crisis y guerra constituyen la emanación de un sistema en agonía se puede entender que no hay políticas económicas mejores ni gobiernos más "sociales". No se puede optar entre quienes, para salvaguardar el régimen de explotación capitalista, atacan despiadadamente al conjunto de los trabajadores y de la población mundial sembrando el planeta de cadáveres de niños hambrientos, de personas sometidas a la tortura lenta del desempleo, la miseria, pérdida de vivienda, etc.

Lo que hoy está en juego no es tal o cual política, tal o cual gobierno, tal o cual "modelo internacional de convivencia entre los pueblos", lo que hoy está en juego es la supervivencia de la humanidad: o el capitalismo es destruido o éste acabará destruyendo el planeta con todos sus habitantes.

Solamente el proletariado tiene la salida. Y es igualmente este "tema" sobre el cual tanto gobernantes como expertos o "formadores de opinión" guardan un espeso silencio. Para ellos -al menos de cara a la galería- el proletariado es la clase formada por individuos fracasados, cuya incapacidad para "aprovechar las oportunidades" y "triunfar" los ha relegado a "vulgares asalariados". Para ellos es impensable e imposible que el proletariado se erija en una clase que actúa unida, que es capaz de auto-organizarse, que piensa por si misma y logra tener su propia política fuera de todo el laberinto de falsas elecciones burguesas.

Sin embargo, el proletariado es capaz de una lucha propia e independiente por la liberación de la humanidad del yugo del capitalismo. Su lucha histórica así lo atestigua. Pero hoy, desde 2003, está volviendo a levantar cabeza aunque por el momento su lucha está dando los primeros pasos.

Somos conscientes de que la burguesía, a través de todas sus fracciones, opondrá todos los obstáculos imaginables contra el ascenso de las luchas obreras: maniobras ideológicas, campañas de calumnia y desprestigio, trampas políticas y la represión pura y dura.

Sin embargo, ese es el único camino y el proletariado puede recorrerlo. Las luchas obreras aunque todavía sean limitadas tienden a desarrollarse por todo el planeta. Hace un mes fue Grecia (ver artículo en este mismo número de AP). Actualmente son las movilizaciones en los países bálticos directamente motivadas por la crisis. Una nueva generación de jóvenes, en muchos caos aún estudiantes de instituto se está movilizando como se ha visto recientemente en Francia, Alemania y también en Italia, España y Grecia.  En numerosos países surgen compañeros y grupos internacionalistas, todavía muy minoritarios y poco conocidos, pero que ante hechos como la barbarie de Gaza alzan su voz de manera clara - como hemos ido mostrando en el apartado "CCI on line" de nuestra "Web"-, denunciando los crímenes del capitalismo y defendiendo la única salida posible: la lucha independiente del proletariado, su unidad y solidaridad mundial por encima de razas y fronteras, en la perspectiva de la Revolución Mundial que acabe con el capitalismo en todos los países.

Acción Proletaria 19-1-09

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La decadencia del capitalismo [5]

Cumbre del G20, la impotencia de la burguesía para enfrentar la crisis económica

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Frente a la crisis económica que está asolando el planeta, el 15 de noviembre se celebró la famosa reunión internacional, tal y como se nos presentó originalmente, fue para cambiar el mundo y cambiar las reglas de operación del capitalismo: el G20 es la cumbre que reúne los miembros del G8 (Alemania, Francia, EUA, Japón, Canadá, Italia, Reino Unido y Rusia), además de Sudáfrica. Arabia Saudita, Argentina, Australia, Brasil, China, Corea del Sur, India, Indonesia, México y Turquía, tal reunión debería sentar las bases para un nuevo capitalismo, no sólo saludable, sino también más humano. ¡Si recordamos! En septiembre, cuando un viento de pánico causó grandes estragos en los mercados de valores, todos los grandes del mundo, Bush, Merkel y otros, anunciaron con mucho bombo y platillo la celebración de una importante conferencia internacional. Nicolás Sarkozy, presidente de Francia y la Unión Europea, incluso ha desplegado un discurso «radical» el 23 septiembre en la tribuna de las Naciones Unidas, donde abogaba por  un «capitalismo regulado» y «moralizado», sin vacilar en afirmar en  la necesidad de «refundar el capitalismo».

La reunión tuvo lugar. ¿Cuál fue el Resultado? Prácticamente nada. Incluso la prensa internacional se vio obligada a reconocer que «la montaña ha dado a luz a un ratón». Por supuesto, nadie espera seriamente ver aparecer un «capitalismo más humano» que no existe, y los dirigentes del mundo hablando como padres a sus hijos acerca de Santa Claus. El capitalismo es y siempre será un sistema de explotación brutal y bárbaro. Pero incluso en términos de la lucha contra la crisis económica, los resultados de esta cumbre son particularmente magros. Veamos a que conclusiones llegan en una particular jerga incomprensible:

- La limitación de los «efectos cíclicos» (agravantes) de las reglas en vigor en los mercados financieros:

- La adaptación de las normas contables a nivel mundial, especialmente para los "productos financieros complejos":

- Mejorar la transparencia de los «mercados derivados» para reducir el «riesgo sistémico»;

- Mejorar las « prácticas de compensación»;

- Evaluación del mandato, el modo de gestión y las necesidades de los recursos de las instituciones financieras internacionales;

- Definir el campo de las instituciones que tienen una «importancia sistémica» - cuyo colapso amenazaría a todo el sistema financiero mundial y por lo tanto, requieren de una acción coordinada para evitar su fracaso.

En resumen, es jugar al bombero en servicio apoyando financieramente a la banca y los sectores estratégicos de la economía. Nada nuevo que no se haya hecho ya.

 

La burguesía no repetirá los errores de 1929, pero ante todo es incapaz de superar la crisis

Es preciso reconocer una cosa. Es cierto que, a diferencia de 1929 (cuando los Estados, en un principio, no habían reaccionado habían dejado en el colapso a sectores enteros de la economía), toda las burguesías se han movilizado rápidamente. Con cañonazos de billones de dólares, que están tratando de salvar los centros vitales de sus economías, como los bancos y las grandes industrias... Y para ello se reencuentra tratando de taponar las grietas más grandes, tratando a veces de actuar en concierto, mientras que en 1929 habían hecho todo lo contrario (sin entender razones, cayeron en un proteccionismo sin límites, cerrando sus fronteras a los productos extranjeros que finalmente agravarían la crisis mundial). Esta movilización internacional ha evitado el violento colapso del sistema financiero y la quiebra de los bancos más grandes, como temían los economistas en los últimos meses.

Pero si la quiebra de todo el sector bancario, en particular, ha sido evitado, no hay solución real, y tampoco ninguna perspectiva de relanzamiento duradero pudo emerger de todas estas discusiones desde principios de septiembre, ya sea en el G7, G8, ni ahora el G20.

La burguesía es impotente, no puede resolver o regular la crisis histórica de su sistema, ya que esta tocada por una enfermedad mortal: la sobreproducción. Es por ello que el capitalismo entró en su fase de decadencia durante ya casi un siglo y esta atravesado por convulsiones irremediables que han hundido a la humanidad en una ininterrumpida ola de guerras (las dos guerras mundiales son el símbolo más fuerte) y en graves crisis económicas. El resultado del G20 es una demostración visible de la impotencia: mientras que la crisis hacía estragos, tanto como la hambruna amenaza a gran parte de la humanidad, y aun en la mayoría de los países desarrollados, el desempleo y la pobreza explotan, cualquier cosa que puedan hacer las mayores cumbres delplaneta no es más que votar sobre resoluciones vagas y "abstractas" "por normas más estrictas y un mejor control de los especuladores y los banqueros". Más ridículo aún, estas decisiones del G20 ni siquiera son de aplicación inmediata, sino que deben ser examinadas por un comité de expertos cuyas conclusiones será reexaminadas... ¡el 30 de abril 2009! Definitivamente no hay nada que esperar de todas estas cumbres.

Los economistas bien pueden apelar a un nuevo New Deal o de un nuevo Bretton Woods pero son incapaces de comprender el significado real de la situación actual. ¿Un nuevo New Deal? Sin embargo, el endeudamiento en 1933 y 1938, bajo el impulso de Roosevelt para aplicar una política de grandes obras y relanzar la economía ha sido ya realizado y centuplicado en las últimas décadas. Estados, empresas, hogares ya soportan el peso de una deuda insostenible y cada vez mayor. ¿No habrá un nuevo New Deal, ni un nuevo Bretton Woods, entonces? En 1944, la organización de un sistema financiero internacional basado en el dólar había ayudado a facilitar y estabilizar el intercambio sobre el cual el crecimiento económico se había basado. Pero hoy, no hay ninguna superpotencia que permita estabilizar el comercio mundial, por el contrario, somos testigos de la pérdida de crédito y la capacidad de los Estados Unidos para desempeñar su papel de locomotora de la economía mundial. Además, durante el G20 todos los demás potencias han desafiado el control de los EUA, empezando por Francia y su portavoz Nicolás Sarkozy. Y no hay ninguna nueva potencia emergente en el horizonte que pueda desempeñar este papel, ni siquiera la llamada Unión Europea, atravesada por la lucha para defender intereses nacionales contradictorios y totalmente opuestos entre unos y otros. No, no habrá un nuevo Bretton Woods. Por lo demás lo repetimos:  las "medidas" se van a tomar solo para limitar los daños. Todo esto no hará más que en última instancia, extender la crisis en el tiempo y preparar un futuro aún más oscuro.

Hacia un empobrecimiento brutal

Las malas noticias económicas y anuncios de planes de despidos que están lloviendo en este momento indican lo que el mañana será un hecho. Todos los organismos internacionales, uno tras otro, prevén la recesión para 2009. Según la OCDE, la zona del euro debería ver un descenso en su actividad económica del 0,5%. ¡Gran Bretaña se vera afectada, con las previsiones -1,3%! Japón ya está en recesión a la altura de -0,1% y su economía debe seguir hundiéndose el próximo año. Para los Estados Unidos, la Reserva Federal (banco central de EUA) está considerando la posibilidad de un crecimiento negativo de -0,2%, pero Nouriel Roubini, el economista más escuchado hoy en Wall Street tras la exactitud de todas las previsiones los dos últimos años sobre el deterioro de la economía mundial, piensa en la posibilidad de lograr un escenario de pesadilla con una contracción de la actividad en el rango de 5% ¡durante dos años consecutivos en 2009 y 2010![1] No podemos saber que va a suceder, no es necesario hervir las ollas del futuro, pero el mero hecho de que uno de los más famosos economistas del mundo pueda considerar este tipo de escenario catastrófico revela la preocupación de la burguesía y la verdadera gravedad de la situación.

Aparte de los despidos, el sector bancario continuó su juego de masacre. Citigroup, uno de los mayores bancos del mundo, ha anunciado la supresión de 50 mil puestos de trabajo cuando ya ha destruido ¡23 mil desde principios de 2008! Aparte de este desastre, las noticias de la eliminación de 3200 puestos de trabajo en Goldman Sachs o el 10% de efectivos de Morgan Stanley son de repente pasados casi desapercibidos. Recordemos que la esfera de las finanzas, sin contar las últimas noticias, ya ha destruido más de 150 mil puestos de trabajo desde enero de 2008.

Otro sector especialmente afectado, es el de la industria automotriz. En Francia, Renault, el primer fabricante en el país, simplemente ha detenido su producción en noviembre; además ningún coche ha salido de sus talleres y esto, mientras que las cadenas ya estaban funcionando durante varios meses a un ritmo de orden del 54% de su capacidad en Europa[2]. PSA Peugeot-Citroen ha anunciado recortes de 3,350 puestos de trabajo y de nuevas medidas para implementar paros técnicos por un mes. Sin embargo, en el sector automotriz, una vez más, es en los Estados Unidos donde las noticias son más alarmantes, las famosas Tres Grandes de Detroit (General Motors, Ford y Chrysler) se encuentran al borde de la quiebra. Si el Estado no las rescata, entre 2.3 y 3 millones de puestos de trabajo se encuentran directamente amenazados (empleados temporales y de subcontratación son los primeros afectados). Y en tal caso, los trabajadores despedidos no sólo pierden su puesto de trabajo ¡sino también su seguro de salud y jubilación! Incluso si, como es más probable, los EUA sacan de su bolsillo un plan de financiamiento, y de reestructuración que será especialmente violento en los próximos meses, las carretadas de despidos se sucederán a un ritmo infernal.

El resultado esperado de estos ataques es, evidentemente, una explosión de la miseria. En Francia, el Socorro popular y organizaciones caritativas (Meaux) constatan ya para el mes de septiembre un aumentó en casi el 10% de las personas que sobreviven con sopa de cocina, y los jóvenes parecen especialmente afectados.

El futuro que nos espera no es un capitalismo más «humano» o más «moral» como nos quieren hacer creer todos estos charlatanes reunidos en el G7, G8 y G20, sino cada vez más un capitalismo salvaje, generador de una extensión de la miseria, la pobreza y el hambre.

Frente a la crisis y los ataques del capitalismo, sólo hay una solución: el desarrollo de las luchas de la clase obrera.

Pawel (noviembre 21)

 



[1] Fuente: https://contreinfo.info/article.php3?id_aiticle=2351 [6]

[2] A través de este ejemplo se refleja lo absurdo de cualquier economía capitalista. Por un lado, el desarrollo de la miseria, por otro ¡plantas funcionando a la mitad de su capacidad! La razón es simple: el capitalismo no produce para satisfacer las necesidades de la humanidad, sino para vender y realizar ganancias. Si una parte de la humanidad no tiene nada con que pagar, bien puede morir, ¡pues los capitalistas prefieren cerrar sus fábricas y destruir sus bienes no vendidos, antes que regalarlos!

 

Noticias y actualidad: 

  • Crisis económica [7]

Mayo 68, 20 años después: La maduración de las condiciones para la revolución proletaria

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Los comentaristas  «oficiales» de la historia y los nostálgicos decepcionados de aquellos años gloriosos del  «movimiento estudiantil»  celebran los 20 años del Mayo francés de acuerdo sobre un punto: las «ilusiones revolucionarias del 68» habrían sido sólo eso: «ilusiones». La realidad de los 20 años  que nos separan de aquella explosión social no sería sino la confirmación del carácter utópico de la idea de la revolución comunista, cuyas condiciones, en lugar de haber ido madurando, no habrían hecho sino alejarse.

Basta, sin embargo, con mirar sin los sucios anteojos de la ideología de la clase dominante para darse cuenta de que la dinámica profunda que ha atravesado estas dos décadas es expresión de una maduración, sin precedentes en la historia, de las condiciones de una revolución comunista mundial.

Nos es imposible aquí tratar con detalle estos 20 años de luchas de clases tan preñados de enseñanzas. Vamos sobre todo a intentar contestar a dos preguntas: ¿Qué fue y significó 1968?,  ¿se han ido desarrollando desde entonces las condiciones de una revolución comunista mundial?

La ruptura de Mayo de 1968

Aunque se desarrollaron en Francia, los acontecimientos de la primavera del 68 tuvieron, tanto por sus raíces como por sus consecuencias, una dimensión internacional. En el mundo entero las relaciones entre las clases empezaban a conocer un profundo cambio. Los acontecimientos no hicieron sino concretar de modo patente el proceso que se estaba desarrollando a escala planetaria, y a tal escala deben ser analizados.

La huelga de masas de 1968 en Francia, al igual que casi todas las grandes e importantes huelgas obreras se este siglo, fue, al principio, totalmente espontánea; no fueron, en absoluto, los sindicatos, quienes lanzaron el movimiento. Muy al contrario, éstos intentaron, en un principio, y en vano, detener por todos los medios a su alcance la movilización en cierne.

En lo inmediato, la movilización encontró al principio un formidable amplificador en la voluntad de responder a la represión brutal con que el Estado trataba las manifestaciones estudiantiles. Contra aquella represión, el 13 de mayo, París vivió una de las mayores manifestaciones de su historia. Luego, en unos cuantos días, por cientos de miles, en todas las ciudades de Francia, todos los sectores de la clase obrera entraron en lucha. Y tan rápidamente, el movimiento de huelga empezó a ser expresión del profundo descontento que estaba madurando en la clase trabajadora. 10 millones de trabajadores paralizaron el aparato productivo del capital francés.

La típica arrogancia de la clase dominante se mudó en sorpresa y desconcierto ante el despliegue de un proletariado que ella pretendía haber sometido y vencido definitivamente.

Tras haber sufrido la sangrienta derrota de aquellas magníficas insurrecciones obreras que habían marcado el final de la primera guerra mundial; tras haber tenido que soportar el triunfo de la contrarrevolución estalinista en Rusia; tras haber tenido que aguantar en los años 30 los efectos de una depresión económica sin poseer ya los medios para hacerles frente; tras haber sufrido una segunda guerra mundial cuyos horrores y barbarie eran apenas imaginables; tras haber soportado 20 años de reconstrucción económica, acompañada de la robotización y atomización de la vida social más inhumana; tras haber vivido cerca de 40 años bajo el control casi militar de los partidos políticos estalinistas, fascistas o democráticos; tras, para colmo, tener que haber oído durante años que se «estaba aburguesando» ; en resumen, tras años y años de aplastamiento, de sumisión y de desorientación, en Mayo de 1968, la clase obrera volvía a entrar por la puerta grande de la historia.

Si la agitación estudiantil que venía desarrollándose en Francia desde el principio de la primavera había quebrantado ya el ambiente social del país, con sus enfrentamientos repetidos con las fuerzas del Estado en barricadas en las que no sólo había estudiantes; si bien había habido ya unas primicias que anunciaban  la cercana tormenta (en las factorías de Sud-Aviation, en Renault-Cleón), la entrada masiva en lucha de la clase obrera acabó por trastornarlo todo. La clase explotada levantaba la cabeza, provocando una sacudida en el orden social hasta sus más profundos cimientos.

«Comités de acción», de fábrica o de barrio, «comités de lucha», «grupos obreros», se formaban por todas partes, reuniendo a los elementos más combativos que querían comprender  y agruparse para actuar con independencia de las estructuras sindicales. Las verdaderas y cabales ideas comunistas volvieron a encontrar en ellos su lugar.

La clase obrera, sin embargo, que fue sin duda la primera sorprendida por la amplitud de su propia fuerza, no estaba, en su conjunto, para plantearse si había que ir hasta el final en una tentativa revolucionaria. Ni mucho menos. La clase obrera estaba dando sus primeros pasos, sin experiencia y todavía llena de ilusiones.

La burguesía, una vez pasados los efectos de la sorpresa, no se quedó de brazos cruzados. Desplegando una cooperación sin falla entre todos sus sectores políticos, desde la derecha hasta la extrema izquierda y desde las fuerzas policíacas de represión  hasta las estructuras sindicales, consiguió recuperar el control de la situación. Y hubo concesiones económicas acordadas con gran ruido de llamamientos a la vuelta al trabajo tras la «victoria de los acuerdos de Grenelle». Hubo anuncios de elecciones con el objetivo evidente de sacar las luchas de la calle y llevar a la gente a votar. Pero hubo sobre todo la conocida combinación entre la represión policíaca y el sabotaje de las luchas desde dentro por los sindicatos y las fuerzas de izquierda del capital.

Desde el principio los sindicatos orientan a los trabajadores hacia la ocupación de las fábricas, pero una ocupación que va a aparecer rápidamente como medio de encerrar a los obreros aislándolos a unos de otros, con el pretexto de «proteger la herramienta de trabajo de los estudiantes provocadores». A todo lo largo del movimiento, los sindicatos se dedican  sin descanso a mantener la dispersión y el encierro de las fuerzas obreras. Los enfrentamientos directos entre obreros y responsables sindicales son frecuentes, a pesar del esfuerzo de éstos por no perder del todo su credibilidad. Tras la firma de los llamados «acuerdos de Grenelle», el responsable del principal sindicato, Georges Seguy ( secretario general de la CGT y miembro del buró político de PCF), que ha ido a la factoría de Renault-Billancourt para hacer votar la aceptación de dichos acuerdos y la vuelta al trabajo, se ve totalmente desaprobado por la asamblea general.

Será necesaria toda la capacidad maniobrera de los sindicatos para conseguir por fin que se vuelva al trabajo. Dos ejemplos concretos resumen lo que fue la labor final de «restablecimiento del orden»: el primero, cuando los sindicatos llaman a la vuelta al trabajo en los diferentes talleres del ferrocarril  y de transportes de la capital, afirmando, y se trataba de una burda mentira, que otros talleres ya lo habían hecho; el segundo, cuando, en Sochaux (Peugeot), en la mayor fábrica de automóviles de Francia, relativamente aislada en el este del país, cuando se producen los violentísimos enfrentamientos provocados por las cargas de la policía   para evacuar la fábrica –dos obreros son asesinados por la policía-, la CGT sabotea materialmente la organización de la resistencia en la fábrica, «para no ceder a la provocación», como decían siempre.

Muchos obreros volvieron al trabajo con la rabia en la garganta. Se rompieron muchos carnés sindicales. Incluso la prensa de derechas escribió elogios sobre el sentido de la responsabilidad de los sindicatos. La burguesía logró restablecer el orden, su orden.

Pero los acontecimientos de 1968 habían conseguido cambiar, de manera irreversible, la situación histórica. 10 millones de obreros, en el corazón del área más industrializada del mundo, habían cerrado una puerta de la historia: la de 40 años de aplastamiento ideológico del proletariado, 40 años de contrarrevolución triunfante. Así se iniciaba un nuevo período histórico.

Mayo del 68 plantea la cuestión de la perspectiva revolucionaria

Hoy, la burguesía ya no habla de 1968 con el odio que inculcaba a sus fuerzas policíacas cuando las barricadas o cuando reprimió la huelga en la factoría de Sochaux. Incluso, en sus medios de comunicación, toma a menudo un tonillo enternecedor para hablar de de las UTOPIAS de los jóvenes de aquel entonces. Mayo del 68 fue un hermoso sueño, pero irrealizable. Entiéndase: el capitalismo es eterno.

Es verdad que en Mayo de 1968, la cuestión de la revolución volvió a ser para millones de personas un tema de debate y reflexión. Cierto es que para una parte de los estudiantes, la revolución estaba al orden del día, inmediatamente. Se quería ¡todo y ya ¡ lo cual, también es verdad, era utópico.

La utopía no era, sin embargo, la idea general de la necesidad y la posibilidad de la revolución -como lo pretende la burguesía-, sino la ilusión de creer que era, hace 20 años, inmediatamente realizable.

Cabe hacer, primero, una salvedad. Para la parte de estudiantes que se reivindicaba de “la revolución” (una pequeña minoría, contrariamente a mucha leyenda que circula por ahí), esa palabra no significaba gran cosa. Antes de 1968, en Francia, como en la mayoría de los países, ya existía una agitación estudiantil. Muchos jóvenes estudiantes se interesaban por las llamadas luchas de liberación nacional de los países menos desarrollados, pues opinaban que no se podía esperar nada del proletariado “tan aburguesado” de los países industrializados; el nuevo ídolo era Che Guevara; muchos creían  en el “socialismo” o en “el carácter obrero” de los regímenes de los países del Este…con sus preferencias, según las corrientes, por China, Cuba, Albania…; cuando la idea de revolución no se identificaba con la del capitalismo de Estado al modo estalinista, se perdía en una artística imprecisión que iba de las elucubraciones autogestionarias hasta las superadas utopías de los socialistas premarxistas; las tonterías de un Marcuse sobre la desaparición de la clase obrera y sobre la naturaleza revolucionaria de capas sociales como los estudiantes se granjeaban un éxito indudable.

Todo eso no quita que, independientemente de las confusiones universitarias, la realidad estaba planteando el problema de la perspectiva revolucionaria. El espectacular retorno de la fuerza del proletariado al ruedo social, el que éste demostrara en la práctica su capacidad para apoderarse del conjunto del aparato productivo social, el que la pesada losa del poder de las clases dominantes perdiera de repente su apariencia de eternidad, de algo inmutable e inevitable, todo eso daba lugar a que la cuestión de la revolución, aunque no fuera tratándola como realizable inmediatamente, volviera a obsesionar las mentes.

«Si se mira más de cerca, se verá siempre que las tareas surgen allí donde las condiciones materiales de su realización ya se han creado o se están creando». (K. MARX, Prólogo a la Crítica de la economía política).

Un nuevo desarrollo de las condiciones de la revolución “estaba creándose” en 1968. El proletariado que había sido capaz de lanzarse en varias ocasiones históricas al asalto revolucionario contra la sociedad de explotación, estaba volviendo y preparándose una vez más para empezar de nuevo. Pero entonces era el principio del proceso.

¿Cuáles son las condiciones de una situación revolucionaria?

Lenin definía las condiciones de una situación revolucionaria diciendo, en sustancia, que se necesitaba que «los de arriba no pudieran seguir gobernando como antes» y «los de abajo no quisieran seguir viviendo como hasta ahora». En efecto, una revolución social trae consigo un cambio de arriba abajo de las relaciones sociales existentes para intentar instaurar otras nuevas. Eso exige la voluntad revolucionaria de las masas, pero también un debilitamiento “objetivo” de las condiciones del poder de la clase dominante. Ahora bien, el poder de esta clase no descansa únicamente en las armas y la represión. (Contrariamente a lo que pretende el anarquismo). Ese poder tiene sus bases, en última instancia en la capacidad de la clase dominante para asegurar el funcionamiento de un modo de producción que permite la subsistencia material de la sociedad. Por lo tanto, no puede haber debilitamiento real del orden establecido sin crisis económica, ya tenga ésta la forma “pura” de la catástrofe económica o la forma “disfrazada” de una guerra.

Esta crisis es también una condición necesaria, aunque no suficiente, para el desarrollo de la voluntad revolucionaria de la clase obrera. La crisis, debido a la agravación de las condiciones de existencia que acarrea, obliga a la clase obrera a reaccionar y a unificarse mundialmente.

A esas condiciones “objetivas”, o sea independientes de la acción de la clase revolucionaria, hay que añadirles evidentemente las que rigen la extensión y la profundidad de la conciencia y la voluntad revolucionarias de dicha clase: liberación de la sumisión a la ideología dominante, asimilación de su propia experiencia histórica, confianza en sí, reapropiación de su programa histórico.

En 1968, esas condiciones estaban empezando a formarse y quedaba mucho para que su desarrollo llegase a su término.

En lo económico, el capitalismo estaba apenas saliendo del periodo de relativa prosperidad de la reconstrucción. La recesión de 1967, aunque ya era expresión del final de una época y del inicio de un nuevo periodo de crisis económica, fue todavía muy floja. El margen de maniobra de la burguesía empezaba otra vez a limitarse rápidamente, pero todavía le quedaban medios para capear los temporales de la máquina económica, aún a costa de manipulaciones económicas de los Estados que no hacían sino preparar nuevas y mayores dificultades en el futuro.

Para la clase obrera mundial, todo eso quedaba plasmado en ilusiones sobre la posibilidad de una nueva prosperidad. El carácter mundial de la crisis económica, que hoy parece tan evidente, no lo era entonces, ni mucho menos. Se creía todavía que las dificultades económicas eran algo nacional y que una mejor gestión de los asuntos públicos bastaría para restablecer la situación. Y en los países menos desarrollados  funcionaba el mito de las llamadas “luchas de liberación nacional”.

El desempleo empezaba a aumentar, con su consiguiente desasosiego, pero sus cotas eran casi todavía las del “pleno empleo”, expresión que se empleaba entonces y que hoy ha caído evidentemente en desuso. En líneas generales, el nivel de vida, aunque ya empezaba a bajar no sufría todavía los bajones violentos que iba a conocer en las dos décadas siguientes. (Véase el artículo dedicado a “20 años de crisis económica”).

La inmadurez general se concretaba también en el grado de autonomía del proletariado respecto a las fuerzas sindicales del capital. Mayo del 68, al igual que todas las luchas de nuestra época, se caracterizó por el aumento de la oposición abierta entre obreros y organizaciones sindicales. En Mayo del 68 como en el 69 en Italia, la lucha obrera se vio a menudo violentamente enfrentada con ellas. Pero también en esto, sólo era el comienzo del proceso. Pese a la creciente desconfianza, seguía habiendo muchas ilusiones sobre la naturaleza de los sindicatos, considerados como “obreros a pesar de todo”.

Pero de lo que más adolecía la generación de proletarios de 1968 era de experiencia de luchas. Por impresionante que fue el despliegue de fuerzas proletarias en Mayo del 68, la clase obrera en su conjunto distaba mucho de comprender lo que de hecho estaba realizando y, menos todavía, ejercer un pleno control sobre ello. En general, su experiencia inmediata se limitaba entonces a las procesiones sindicales, a los entierros del Primero de Mayo, a las huelgas largas y aisladas.

Mayo del 68 distaba mucho de ser una verdadera situación revolucionaria. El conjunto de la clase obrera lo sabía o lo presentía. Y en esas condiciones, de nada servía toda aquella impaciencia de la pequeña burguesía intelectual  en rebeldía que lo quería “todo y ya“ (1).

¿Qué ha aprendido el proletariado en 20 años?

Veinte años de descomposición capitalista

Las condiciones de una situación revolucionaria a nivel mundial no han hecho sino desarrollarse y profundizarse durante los 20 últimos años. Quienes hoy niegan eso, son a menudo los mismos que creían que la revolución era inmediatamente realizable en 1968, y no es por casualidad, pues en ambos casos la relación entre crisis económica y lucha de clases es o ignorada o negada.

La evolución objetiva de la sociedad capitalista durante estos 20 últimos años puede resumirse en un balance tan catastrófico como amenazador. La miseria más espeluznante que la humanidad haya conocido se ha ido extendiendo como una plaga por las zonas menos desarrolladas del planeta pero también, cada día más, por los países centrales; la negación del más mínimo porvenir para una cantidad cada día mayor de desempleados y una agudización despiadada de las condiciones de explotación  para quienes siguen teniendo trabajo; desarrollo permanente de la economía de guerra y agudización de las rivalidades comerciales y militares entre naciones: la evolución de la vida económica y política del capitalismo durante los últimos 20 años ha puesto en evidencia una vez más que la única “salida” en la que desemboca este sistema social decadente es una nueva guerra mundial. Desde la guerra de Vietnam hasta la de Irán-Irak, pasando por la destrucción de Líbano y la guerra de Afganistán, el capitalismo es una amenaza cada día mayor de transformar este planeta en un mar de sangre. (Véase en este número y el anterior el artículo dedicado a la evolución de los conflictos imperialistas). La evolución misma del capitalismo está destruyendo los cimientos en los que se basa el poder de la clase dominante.

Estos años han ido destruyendo muchas ilusiones en las conciencias obreras y han ido afirmando convicciones importantes:

  • el carácter irreversible y mundial de la crisis económica capitalista;
  • la imposibilidad de toda salida “nacional” y el callejón sin salida que son todas las “guerras de liberación nacional”;
  • la imposibilidad de reformar un sistema social que se está descomponiendo en sus propios cimientos;
  • ​la naturaleza capitalista de los países llamados “comunistas”.

Lo que es difícil de percibir no es tanto el desarrollo de la necesidad de la revolución y la conciencia que de esa necesidad adquiere el proletariado. Lo que más cuesta entender a ciertos enfoques superficiales es más bien el desarrollo de la posibilidad de la revolución, gracias a la acumulación de experiencias durante estos 20 años de combates obreros.

20 años de lucha

La lucha de clases durante estos años no ha tenido lugar de manera lineal. Su desarrollo ha sido, al contrario, entrechocado, complejo, con avances y retrocesos, con oleadas sucesivas interrumpidas por periodos de calma y contraofensiva de la burguesía. Si se miran globalmente estos 20 años de luchas a nivel mundial –único plano válido para comprender la dinámica de la lucha proletaria- pueden distinguirse tres grandes oleadas de luchas de la clase.

La primera la abrió mayo de 1968 y se extendió hasta 1974. Durante casi 5 años, en casi todos los países, tanto industrializados como menos desarrollados, del Este y del Oeste, las luchas conocieron un nuevo desarrollo. Desde 1969 en Italia (El otoño caliente) una fuerte oleada de huelgas, durante la cual se multiplicaron los enfrentamientos entre obreros y sindicatos, venía a confirmar que 1968 había sido el inicio de una nueva dinámica internacional de la lucha obrera; el mismo año en Argentina (Córdoba, Rosario), la clase obrera se echaba a la lucha masiva. En 1970, en Polonia, la lucha obrera alcanzaba nuevas cimas: enfrentamientos generalizados por las calles con la milicia; una clase obrera que obligó al gobierno a retroceder. Para los obreros de los países del Este, aquello fue la confirmación de que era posible luchar contra el totalitarismo estatal; para los obreros del mundo entero, el mito del carácter obrero de los países del Este sufría un nuevo golpe. Más tarde, en un contexto internacional de gran combatividad, se producen luchas muy significativas en España (Barcelona 1971), en Bélgica y Gran Bretaña (1972).

A partir de 1972, sin embargo, la movilización obrera va a empezar a menguar a nivel internacional. A pesar de las luchas importantes que lleva acabo la clase obrera en Portugal y España cuando la democratización  de los regímenes políticos (1974-1977), a pesar de la nueva oleada de huelgas de 1976 en Polonia, en general y en particular en Europa Occidental, la movilización obrera se reduce fuertemente.

En 1978, una nueva oleada de luchas obreras estalla a nivel internacional. Más breve que la anterior, se observa entre 1978 y 1980, un nuevo despliegue de fuerzas proletarias, significativo por su simultaneidad internacional. Las huelgas masivas en el sector petrolífero en Irán en 1978, las de los metalúrgicos alemanes y brasileños de 1978 a 1980; las luchas de los mineros de Estados Unidos en 1979 y de los transportes de Nueva York en 1980; las violentas luchas de los siderúrgicos franceses en el 79 o las de los estibadores de Rótterdam ese mismo año; “el invierno de descontento” (1979-80) en Gran Bretaña que desembocó en la gran huelga de los siderúrgicos y acarreó la caída del gobierno laborista; las huelgas en Togliatigrado en la URSS, en 1980, así como las de Corea del Sur en la misma época…Todos esos combates vinieron a confirmar que la calma social de mediados de los 70 sólo había sido provisional.

Luego, en Agosto de 1980, en Polonia, estallaría la lucha obrera más importante desde los años 20. Sacando las lecciones de las experiencias del 70 y del 76, la clase obrera despliega y alcanza un grado extraordinario de combatividad, de organización y de dominio de sus propias fuerzas. Pero esa dinámica va a chocar con dos escollos asesinos: las ilusiones de los trabajadores de los países del Este sobre la “la democracia occidental” y, en particular, sobre el sindicalismo y, en segundo lugar, el marco nacional. Solidarnosc, el nuevo sindicato “democrático”, formado bajo la atenta vigilancia de las fuerzas “democráticas” occidentales, impregnado de -y propagandista activo- de la más insidiosa ideología nacionalista, supo inocular y cultivar sistemáticamente ese veneno. En la realidad de los hechos, el fracaso de la huelga de masas en Polonia que quedó rematado con el golpe de Jaruzelski en diciembre de 1981, planteó abiertamente la cuestión de la responsabilidad del proletariado de los países más centrales y con la mayor experiencia histórica, no sólo en cuanto a la internacionalización de la lucha obrera, sino también en cuanto a su contribución para superar las ilusiones sobre “las democracias occidentales” que pesan en el proletariado de los países del Este.

Después de un periodo de reflujo que internacionalmente se produjo en las luchas obreras tras el final del movimiento en Polonia, una tercera oleada de luchas se inicia a finales de 1983, con la huelga del sector público en Bélgica. En Alemania Occidental, en Hamburgo, es la ocupación de los astilleros. En 1984, Italia vive una potente ola de huelgas contra la desaparición de la escala móvil y que desemboca en una manifestación de un millón de trabajadores en Roma. En Gran Bretaña, fue la gran huelga de los mineros que duró un año y que,  a pesar de lo ejemplar del valor y de la combatividad desplegada, dejó muy patente la ineficacia de las huelgas largas y aisladas en nuestra época. Durante ese mismo año se producen luchas importantes en India, en EEUU, en Túnez y en Marruecos. En 1985 fue la huelga masiva en Dinamarca; varias oleadas de huelgas espontáneas zarandean a ese otro “paraíso socialista” que es Suecia; se producen las primeras grandes huelgas en Japón (ferrocarriles), las huelgas en el área de Sao Paulo, Brasil, en plena transición “democrática”. En Argentina, Bolivia, Sudáfrica, Grecia, Yugoslavia, se viven luchas importantes. El año 1986 es sobre todo el año de la huelga masiva de Bélgica, en la primavera, huelga que paraliza el país, que se extiende por sí misma, pese a la labor contraria de los sindicatos. A finales del 86 y principios del 87, los ferroviarios de Francia despliegan un combate que se caracteriza por los intentos obreros por organizarse fuera de los sindicatos. En la primavera del 87, España conoce una serie de huelgas que se organizan en contra de los planes del gobierno socialista. Luego serán las luchas de los mineros de Sudáfrica, las de los trabajadores de la electricidad en México y una gran oleada de huelgas en Corea del Sur. El año 1987 estará marcado por las luchas de los trabajadores de la enseñanza escolar en Italia, los cuales consiguen organizar fuera y contra los sindicatos. Y, para terminar, la reciente movilización de los trabajadores del Ruhr en Alemania y la reanudación de las huelgas en Gran Bretaña en 1988 (véase el editorial de este número) vienen a confirmar que esta tercera oleada internacional de luchas obreras, que ya dura desde hace 4 años dista mucho de estar terminada, abriendo además perspectivas tanto más importantes por cuanto el capital mundial ha sufrido una nueva agravación de su crisis económica.

¿Qué ha aprendido el proletariado en sus luchas?

La simple comparación entre las características de las luchas de hace 20 años y las de hoy, ya permite darse cuenta de la amplitud de la evolución que se ha ido produciendo en la clase obrera. Su experiencia propia, añadida a la evolución catastrófica del sistema capitalista, le ha ido permitiendo tomar un enfoque mucho más lúcido de la realidad de su combate. Eso se ha plasmado en:

- la pérdida de ilusiones en las fuerzas políticas de la izquierda del capital, y en primer lugar de los   sindicatos, ilusiones que se han ido cambiando en desconfianza y en una hostilidad que no ha hecho sino crecer día tras día.

- el abandono cada vez más evidente de las formas de movilización ineficaces, callejones sin salida en los que los sindicatos tanto han metido y gastado la combatividad obrera, tales como:

  • las jornadas de acción,
  • las manifestaciones-procesión-entierro,
  • las huelgas largas y aisladas…

Pero la experiencia de estos 20 años de lucha no sólo ha dejado en la clase obrera enseñanzas   “negativas” (lo que no hay que hacer), sino también, esa experiencia se ha plasmado en lecciones sobre cómo hay que hacer las cosas:

  • la búsqueda de la extensión de la lucha (Bélgica 1986, en particular)
  • la búsqueda del control de los combates, organizándose en asambleas y comités de huelga elegidos y

 revocables (Francia a finales del 86, Italia 1987, principalmente).

En general, los obreros han utilizado menos la huelga como forma de lucha: cuando el combate se entabla tiende a ser masivo y “la calle”, o sea la acción política cobra cada día más patente la total   incompatibilidad entre los interese obreros y los del orden social dominante.

Durante estos 20 años, lentamente, con altibajos, el proletariado mundial ha ido profundizando su conciencia perdiendo ilusiones, ganando experiencia y determinación.

¿Qué ha aprendido la burguesía?

La burguesía mundial también ha aprendido mucho de estos años. El problema del mantenimiento del orden social se ha vuelto prioritario. La burguesía ha desarrollado numerosos medios de represión: todos los gobiernos del mundo han creado o reforzado, en los últimos 20 años, sus policías “antidisturbios”, han inventado nuevas armas de “guerra civil”, han desarrollado sus policías políticas…Muchos gobiernos han utilizado a fondo la desesperación suicida de pequeños burgueses metidos a terroristas para reforzar el ambiente represivo. En las fábricas, el chantaje del desempleo se ha usado sistemáticamente como medio de represión.

Pero lo mejor ha aprendido la burguesía es a usar las fuerzas políticas y sindicales que trabajan dentro de la clase obrera: sindicatos, partidos “de izquierda”, organizaciones “izquierdistas”. También se ha dedicado a “democratizar” regímenes de algunos países (Portugal, España, en Latinoamérica, Filipinas, Corea del Sur…) no, desde luego, para aliviar el peso de su dictadura, sino para crear órganos sindicales y políticos capaces de completar la labor que el ejército y la policía eran incapaces de hacer solos. En los países de más antigua tradición “democrática”, frente al desgaste de los sindicatos oficiales y de los partidos de izquierda, la burguesía ha echado mano del “sindicalismo de base” o de sus fuerzas “extraparlamentarias” para encarrilar las luchas hacia el terreno sindical y “democrático”. Estamos lejos de la “sorpresa” que produjeron las luchas obreras a finales de los años 60. Pero ese “rearme” de la burguesía no es sino la expresión de la necesidad que tiene de recurrir a medios cada vez más extremos para encarar una situación cada día más difícil  de controlar. Tras ese “reforzamiento” lo que aparece es el hundimiento de las bases reales de su poder.

Hacia enfrentamientos decisivos                   

Para la pequeña burguesía impaciente de los años 60 todo eso es demasiado largo, demasiado difícil, no va ninguna parte. Todo le parece retroceso con relación a los años 60. Para los marxistas, la evolución de estos años no ha hecho sino confirmar lo que ya Marx formuló en el siglo XIX, sobre lo que es la lucha de la única clase de la historia que es a la vez clase explotada y revolucionaria. En el combate revolucionario de la burguesía contra el feudalismo cada victoria se plasmaba en un desarrollo de su poder político  real sobre la sociedad, a expensas de la nobleza; el combate revolucionario del proletariado, en cambio, no va adquiriendo ni acumulando poder en su desarrollo. Mientras el proletariado no haya alcanzado la victoria política final, o sea, la Revolución, sigue siendo una clase explotada, desposeída, reprimida. Por todo eso es por lo que sus luchas aparecen cual eterno volver a empezar.

“Las revoluciones proletarias, en cambio, como las del siglo XIX, se critican a sí mismas, interrumpen a cada instante su propio discurrir, regresan hacia lo que ya parecía cumplido para volver a empezarlo de nuevo, se burlan sin concesiones de las vacilaciones, las debilidades y las miserias de sus primeros intentos; dan la impresión de que derriban al adversario, pero para dejarle que recobre nuevas fuerzas en el suelo y se levante de nuevo con toda su fuerza contra ellas, retroceden una y otra vez ante lo inmenso e infinito de sus propias metas, hasta que se cree una situación que haga imposible toda vuelta atrás, hasta que las circunstancias mismas griten: “Hic Rhodus, hic salta” (2).” ( K. Marx, El 18 Brumario de Luis Bonaparte)

Quizá se hable con menos facilidad de revolución hoy en 1988 que en 1968. Pero cuando esa palabra es un grito en una manifestación que denuncia la naturaleza burguesa de los sindicatos en Roma o en una manifestación de desempleados en Bilbao, tiene un sentido mucho más concreto y profundo que en las asambleas enfebrecidas  y llenas de falsas ilusiones de 1968.

1968 fue la afirmación del retorno del objetivo revolucionario. Durante 20 años, las condiciones de su realización no han parado de madurar. El hundimiento del capitalismo en su propio abismo, la situación cada día más insoportable que ese hundimiento crea entre las clases explotadas, la experiencia acumulada por la combatividad obrera, todo eso lleva a la situación de la que Marx hablaba, la situación que “hace imposible toda vuelta atrás”.

R.V.

Notas:

(1)     Para una historia y un análisis revolucionarios de los acontecimientos de Mayo del 68, recomendamos el libro: Mai 68 et la question de la révolution, de P. Hempel (c/o Librairie “La Boulangerie”, 67, rue de Bagneux, 92000 Montrouge, Francia).

 (2) Esa frase está sacada de una leyenda griega: un presuntuoso recorría las ciudades del mediterráneo diciendo que era capaz de  saltar por encima del Coloso de Rodas, hasta que un día se encontró en la isla y le dijeron: “ En Rodas estás, aquí es donde    debes saltar”.

Series: 

  • Mayo de 1968 [8]

Historia del Movimiento obrero: 

  • 1968 - Mayo francés [9]

Noticias y actualidad: 

  • Lucha de clases [10]

Venezuela: Después de las elecciones del 23N, acentuación de la ingobernabilidad

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En la guerra sin cuartel en la que desde hace una década se confrontan las facciones de la burguesía venezolana, los sectores opositores al chavismo se han anotado un importante avance en las elecciones de alcaldes y gobernadores de Estado del 23 de noviembre pasado: después de controlar 2 gobernaciones. ahora gobiernan 5; y aunque han perdido varias alcaldías, han ganado la «Joya de la Corona», la Alcaldía Mayor (gobierno local de Caracas) y también en 4 de las 5 alcaldías de la capital, arrebatando al oficialismo la alcaldía del Municipio Sucre, emblemática para el chavismo debido que en ésta habita un porcentaje importante de los pobres de Caracas, sector hacia donde el chavismo ha privilegiado sus campañas ideológicas. En Caracas y en los Estados que ahora gobierna la oposición son los Estados mas poblados, concentran el 45% de la población del país y la mitad del padrón electora1[1]

Después de este avance de la burguesía «traidora» y «pitiyanqui» (calificativo, entre otros, que el chavismo utiliza contra sus opositores) el chavismo se vio ante la cruda realidad de que su máximo líder tendrá que abandonar el poder dentro de 4 años, en un contexto nada favorable para la burguesía en su conjunto, pero mucho menos para la llamada «boliburguesia» en el poder:

- una pérdida progresiva de la popularidad del chavismo entre los sectores más depauperados de los principales centros urbanos: situación que se refleja en los resultados de estas elecciones y en las de diciembre de 2007 cuando fue derrotado en referéndum la propuesta oficialista de reforma de la constitución, que entre otros aspectos, contemplaba la reelección indefinida.

- un avance lento pero persistente de las fuerzas de oposición, quienes han cambiado su estrategia de confrontación «golpe a golpe» evitando caer en las provocaciones del chavismo, mientras éste se agota de manera progresiva a nivel interno y externo.

- un temor a la pérdida del poder y sus consecuencias: el chavismo sabe que de ser desplazado por las fuerzas opositoras, no solo perderá el control del Estado sino que éstas le pasarán factura para intentar aniquilar políticamente a Chávez e incluso enjuiciar a sus altos dirigentes por corrupción, entre otras acusaciones.

- la aceleración de la crisis mundial del capitalismo, que ha ocasionado que el precio de la cesta petrolera venezolana haya tenido un bajón espectacular de $126 a $34 en tan sólo 4 meses; lo que representa una importante disminución de los recursos necesarios para proseguir la política populista a nivel interno y los planes geopoliticos que se ha trazado la burguesía venezolana, que utiliza el suministro de petróleo como arma de penetración.

- el cambio de gobierno en USA, que le- puede dificultar a Chávez y a los gobernantes que comulgan con la ideología del «Socialismo del Siglo XXI», justificar la retórica «anati-imperialista» debido a la reorientación que puede sufrir la política americana hacia Al (sobre todo tratando de privilegiar el diálogo mostrando una careta de «apertura»).

- por último y no menos importante: el auge progresivo de las luchas del proletariado en su propio terreno de clase, que evidencian una tendencia a intentar romper con la polarización política en sus filas: y la aceleración de las protestas sociales, en su mayoría protagonizadas por simpatizantes del chavismo indignados por el incumplimiento de las promesas gubernamentales.

Ante este panorama, Chávez, de manera precipitada ha comenzado a movilizar su maquinaria política del Partido Socialista Unido de Venezuela y a presionar a las instituciones del Estado para promover una enmienda constitucional que le permitiría postularse a las próximas elecciones presidenciales y subsiguientes, lo que abriría la posibilidad para su reelección indefinida. Es tal la premura, que se ha propuesto el voto de la enmienda a la constitución en tiempo record para febrero de 2009. y ya la Asamblea Nacional, casi en su totalidad oficialista, está a punto de aprobar la convocatoria. Con esta campaña a favor de la enmienda tipo ‘«patria o muerte» y el frenesí que le ha puesto el propio Chávez, se expresa una situación de «huida hacia adelante», pues el oficialismo está dispuesto a jugárselo todo por permanecer en el poder. De ganar el oficialismo la enmienda, se acentuaría el acoso contra las facciones opositoras; pero sobre todo, tendría un aval para implantar las inevitables medidas impopulares para enfrentar el vendaval de la crisis capitalista.

La burguesía aguza la polarización política

Esta frenética campaña por la reelección ha sido acompañada por una aceleración de la confrontación política ofícialismo-oposicion. Aunque el Consejo Nacional Electoral y el propio Chávez han reconocido formalmente el triunfo de los opositores, hacen todo lo posible para impedirles que gobiernen: se les amenaza con no entregarles los recursos presupuestarios; el ejecutivo ha emitido decretos que les elimina competencias en materia de salud, educación, seguridad pública, etc.; prácticamente ha habido un saqueo de las gobernaciones y alcaldías antes de ser entregadas a la oposición y se ha movilizado a elementos radicalizados del chavismo para amedrentar a los nuevos gobernantes e incluso para impedirles que asuman el cargo.

Estos acontecimientos evidencian el alto grado de descomposición que reina en las filas de la burguesía venezolana, que es capaz de poner en riesgo la estabilidad de su Estado y su propia capacidad de gobernar, en beneficio de una u otra facción. Chávez. que llegó al poder como un garante de la gobernabilidad ante la descomposición de las facciones burguesas que le precedieron en el poder, sustentado en su ascendencia en la inmensa masa de pobres del país; después de una década en el poder, se ha transformado en uno de los factores mas activos de ingobernabilidad al querer jugar sus propias cartas excluyendo a varios sectores del capital nacional.

 

Sólo la lucha del proletariado puede acabar con el caos capitalista

En esta lucha enconada y sin pausa enirc las facciones burguesas chavistas y opositoras, la carne de cañón la pone el proletariado y esas capas depauperadas que cifran sus esperanzas en unos u otros. De allí la incesante campaña por polarizar a los proletarios y la población a favor de uno u otro bando. Esa estrategia de la polarización no sólo ha llevado a los proletarios a confrontarse unos contra otros y a debilitar los lazos de solidaridad, sino que ha permitido que la burguesía en su conjunto acentúe las condiciones de explotación y miseria sobre el proletariado y el conjunto de la población; condiciones que se van a exacerbar con la agudización de la crisis capitalista mundial: los ataques al salario y a las condiciones de vida se van a acentuar; ya los discursos de la burguesía no pueden ocultar que la baja en los ingresos petroleros se va a sentir en nuestros bolsillos y nuestras espaldas; la burguesía no va a sacrificar sus intereses de clase y geopolíticos por los «desposeídos», tal como lo pregonan. La inflación, que este año superará el 30% la congelación de los salarios, las deudas saláriales y sociales pendientes, el retraso en los pagos de sueldos, salarios y pensiones; la escasez de alimentos, que dependen de un 70% de las importaciones: están a la orden del día.

Debido a las necesidades urgentes del capital nacional ante el avance inexorable de la crisis, tanto oficialistas como opositores exacerban las campañas para movilizar al proletariado tras las banderas que sólo benefician a las clases dominantes: «comunismo» vs. democracia; totalitarismo vs. democracia, centralismo vs. descentralización, nacionalización vs. empresa privada, etc.

De allí la necesidad de que el proletariado logré romper el corsé maldito de la polarización y se oriente a defender de manera combativa sus intereses de clase: lo que abrirá las vías para superar de forma positiva la barbarie en que nos sumerge día a día la clase burguesa y su sistema decadente y en descomposición.

Varios sectores del proletariado han iniciado este camino, aunque de manera tímida y dispersa: las luchas emprendidas por los obreros siderúrgicos de la región de Guayana desde comienzos de año, nos han mostrado que el proletariado es capaz de colocar en primer plano su lucha, pese a las campañas a favor o en contra de la nacionalización de la industria y a la polarización electoral. Así mismo los petroleros, los obreros de las industrias básicas de Guayana, trabajadores del Metro, los trabajadores de los tribunales y otros trabajadores del sector público se han manifestado en ese sentido.

Pero también está abierto el camino hacia la revuelta social como la de 1989, que en nada beneficia a la lucha del proletariado. Ya el chavismo está mostrando un agotamiento para responder a las necesidades de las masas excluidas sociales, que le sirvieron de sustento para su ascenso; las manifestaciones casi a diario de indignación de esas masas así lo indican. Sólo la figura de Chávez (que mantiene todavía cerca de un 50% de popularidad) logra mantener una relación afectiva con estas masas, que la crisis se encargará de debilitar.

La única salida para estas capas y para el conjunto de la sociedad es que los trabajadores, mediante su lucha persistente en su terreno de clase, puedan convertirse en un factor de fuerza ante las facciones de la burguesía, que no dudarán en ponerse de acuerdo para enfrentarlo.

Un factor a favor de la luchas es la agudización de la crisis capitalista, que inevitablemente forzará al proletariado de los países centrales a luchar contra sus respectivas burguesías, ;o que de seguro servirá de inspiración para el proletariado de la periferia.

Internacionalismo

17/12/2008

 

 



[1] El oficialismo ganó el 7 de 22 gobernaciones y 269 de 335 alcaldías; obtuvo 52% y la oposición 48% de un total de millones de votos

Situación nacional: 

  • Venezuela [11]
  • Conflictos interburgueses [12]

Corrientes políticas y referencias: 

  • Chavismo [13]

¡Solidaridad con el movimiento de los estudiantes en Grecia!

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https://es.internationalism.org/node/2435 [14]

Geografía: 

  • Grecia [15]

Noticias y actualidad: 

  • Movimiento de estudiantes y trabajadores en Grecia [16]

editorial - Contra el caos y las masacres, únicamente la clase obrera podrá aportar soluciones

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editorial

Contra el caos y las masacres, únicamente la clase obrera podrá aportar soluciones

Publicamos más lejos una resolución sobre la situación internacional adoptada por la CCI en abril de este año de 1992. Desde entonces, los acontecimientos han venido ilustrando con creces los análisis en ella contenidos. Descomposición y caos, especialmente en lo que a enfrentamientos imperialistas se refiere, se agravan constantemente como así puede verse en las matanzas de Yugoslavia. La crisis económica mundial, por otra parte, mantiene su ritmo catastrófico, lo cual está poniendo las condiciones para que se reanuden los combates de clase contra los que ya se está preparando la burguesía activamente.

*

El desmoronamiento, en la segunda mitad del año 89, del bloque del Este sigue haciendo notar sus consecuencias. El llamado “nuevo orden mundial” que se anunciaba, como así lo pretendía el presidente Bush, es en realidad un desorden todavía mayor que el anterior, un caos sangriento en el que se amontonan un día tras otro las ruinas y los muertos, a la vez que los viejos antagonismos entre grandes potencias han dejado el sitio a nuevos antagonismos cada día más explosivos.

El desencadenamiento de los antagonismos imperialistas

No hay posibilidad de que se atenúen los conflictos entre las diferentes burguesías nacionales en el capitalismo decadente, y menos todavía cuando la crisis económica abierta pone clara y decisivamente al desnudo el atolladero en que está metido el sistema. Cuando ya no hay la menor salida a la economía capitalista, cuando todas las políticas destinadas a superar la crisis no han tenido otro efecto sino ponerlo todo todavía peor, cuando las pócimas han sido en realidad venenos que han agravado al enfermo, sólo le queda una alternativa a la burguesía, sean cuales sean sus medios y su poderío, y es la huida ciega en la guerra y los preparativos de ella. La desaparición, en 1989, de uno de los dos bloques militares que se habían repartido el mundo desde el final de la Segunda Guerra mundial, no ha abierto ni mucho menos la “nueva era de paz” que nos prometían los propagandistas de la burguesía. Lo que ha pasado es lo contrario: puesto que la amenaza del “imperio del mal” había dejado de cernerse sobre ellos, a los “aliados” de ayer, o sea a los principales países del bloque occidental, se les han subido los humos poniendo por delante sus intereses específicos frente al “gran hermano” norteamericano.

Las alianzas contraídas por las diferentes burguesías nacionales nunca son matrimonios de amor sino que son bodas de interés. A la vez que presenciamos “reconciliaciones” portentosas, en las que se descubre que el odio recíproco que los Estados habían inculcado durante décadas a las poblaciones deben dejar el sitio a “amistades inquebrantables”, también podemos ver que los mejores amiguetes de ayer “unidos para siempre en la historia” por sus “valores comunes”, por “las dificultades compartidas”, no vacilan en transformarse en enemigos irreconciliables en cuanto dejan de converger sus intereses. Así había ocurrido durante y después de la Segunda Guerra mundial con la URSS estalinista, la cual fue primero presentada por las llamadas democracias occidentales como secuaz del diablo hitleriano, luego como “heroica compañera de combate” y, después, otra vez, como la mismísima encarnación del demonio.

Hoy, aunque las estructuras básicas del bloque regentado por EEUU (OTAN, OCDE, FMI, etc.) subsisten formalmente, por mucho que los discursos de la clase dominante evoquen todavía la unión de las grandes “democracias”, en realidad la Alianza atlántica está muerta y bien muerta en la realidad de los hechos. Y todos los hechos que se han producido en los casi dos años últimos no hacen sino confirmar esa realidad: el hundimiento del bloque oriental tenía obligatoriamente que provocar la desaparición del bloque enemigo, el cual acababa de lograr la victoria en la guerra fría que los había enfrentado desde hacía más de 40 años. No sólo ha desaparecido hecha añicos la solidaridad de los principales países occidentales. Además, aunque sea de forma embrionaria, ya están dibujándose las tendencias a la formación de un nuevo sistema de alianzas que opondría por un lado a Estados Unidos y sus aliados y por otro a una coalición dirigida por Alemania. Como ya lo hemos puesto en múltiples ocasiones de relieve en nuestra prensa, la guerra del Golfo de principios del 91 se debió fundamentalmente a las tentativas americanas para poner freno al proceso de disgregación del bloque occidental, cortando de raíz la menor veleidad de formación de un nuevo sistema de alianzas. Los acontecimientos de Yugoslavia desde el verano de 1991 han demostrado que la enorme operación organizada por Washington ha tenido efectos limitados y en cuanto terminaron los combates en el Golfo y terminó la “solidaridad” exigida entre los coaligados, los antagonismos de fondo volvieron a surgir. La reanudación actual de los combates en lo que fue Yugoslavia, en Bosnia-Herzegovina esta vez, está confirmando, detrás de las apariencias, la agravación de las tensiones entre las grandes potencias que formaban el bloque del Oeste.

Matanzas y discursos de paz en lo que fue Yugoslavia: la guerra en plena Europa

Mientras escribimos estas líneas la guerra sigue causando estragos en la ex-Yugoslavia. Después de meses y meses de matanzas en Croacia, cuando parecía que las cosas se calmaban en la zona, le toca ahora a Bosnia-Herzegovina el fuego y la sangre. En dos meses la cifra de muertos ha sobrepasado los 5.000. Heridos por decenas de miles a la vez que miles de personas se ven obligadas a abandonar las zonas de combate junto a la misión de la ONU en Sarajevo y otros organismos que pretendían aportar un mínimo de protección a esas poblaciones.

Hoy Serbia ha sido declarada “nación culpable”, como dicen los periódicos. El 30 de mayo, la ONU ha adoptado medidas rigurosas de embargo contra ese país, comparables a las impuestas a Irak antes de la guerra del Golfo, para obligarla a que cese, junto con las milicias serbias, su diluvio de hierro y de fuego en Bosnia. Y ha sido Estados Unidos quien encabeza esta campaña de gran envergadura contra Serbia a la vez que se proclama defensor de la “Bosnia democrática”.

Baker no vacilaba en evocar, el 23 de mayo, la posibilidad de una intervención militar para doblegar a Serbia. Bajo la fuerte presión norteamericana, los demás miembros del Consejo de Seguridad, que podían ser reticentes como Rusia y Francia, acabaron uniéndose a la moción “dura” de EEUU. De paso, este país no ha desaprovechado ninguna ocasión para hacer resaltar que el mantenimiento del orden en la antigua Yugoslavia incumbía fundamentalmente a los países de Europa y a la CEE y que ellos, los Estados Unidos, sólo se metían en el asunto, a causa de la impotencia de aquéllas.

Para quien haya seguido el juego de las grandes potencias desde el inicio de los enfrentamientos en Yugoslavia, la postura actual de la primera de entre ellas puede aparecer como un misterio. Durante meses, sobre todo tras la proclamación de la independencia de Eslovenia y de Croacia durante el verano de 1991, los Estados Unidos se portaron como auténticos aliados de Serbia, condenando el desmantelamiento de Yugoslavia que iba a provocar necesariamente la secesión de las dos repúblicas del Norte. En la CEE, los países tradicionalmente más cercanos a EEUU, Gran Bretaña y Holanda, lo hicieron todo para dejar las manos libres a Serbia en sus operaciones por dominar a Croacia o, al menos, quitarle un buen trozo de su territorio. Durante meses, los Estados Unidos no han parado de poner en evidencia la “impotencia europea” que habían contribuido ellos a agravar, para acabar apareciendo cual Supermán de las historietas para obtener, tras la acción del emisario de la ONU (el diplomático Cyrus Vance, estadounidense como por casualidad), el cese de los combates en Croacia cuando ya Serbia había alcanzado lo esencial de sus objetivos militares en la región.

Esa actuación de la diplomacia norteamericana se entiende perfectamente. En efecto, la independencia de Croacia fue espoleada por Alemania porque coincide con las nuevas ambiciones imperialistas de este país, cuya potencia y posición en Europa lo transforman en el pretendiente más serio para la función de jefe de una nueva coalición dirigida contra Estados Unidos, ahora que ha desparecido toda amenaza procedente del Este. Para la burguesía alemana, una Croacia independiente y “amiga” era la condición de la apertura de un acceso al Mediterráneo, lo cual es una carta indispensable para cualquier potencia que pretenda desempeñar un papel mundial. Y eso es lo que los Estados Unidos querían evitar a toda costa. Su apoyo a Serbia durante sus enfrentamientos con Croacia, que han causado tantos y considerables estragos en este país, permitía a EEUU dar claramente a entender tanto a Croacia como a Alemania lo mucho que cuesta hacer una política que vaya en contra de sus intereses. Y precisamente al no haber estado obligada la primera potencia mundial a “mojarse” directamente en 1991 y principios de 1992, dejando que apareciera claramente la impotencia de la CEE, ha podido últimamente organizar una aparatosa entrada en escena señalando con enérgico dedo a la nueva cabeza de turco, aliado de ayer, Serbia.

La reciente y repentina pasión de Estados Unidos por la independencia de Bosnia-Herzegovina no se debe desde luego a que las autoridades de esta república sean más “democráticas” que las de Croacia. Tan gánsteres son unos como otros los que gobiernan en Sarajevo, Zagreb, Belgrado y... Washington. En realidad, desde el punto de vista de EEUU, la gran superioridad de Bosnia respecto a Croacia, es que aquélla puede ser un punto de apoyo de primera importancia para contrarrestar la presencia alemana en la región. Por razones tanto geográficas como históricas, Alemania era, en un principio, el país mejor situado para integrar a la Croacia independiente en su zona de influencia. Por eso no ha intentado EEUU hacer una inmediata competencia a Alemania en Croacia, haciendo todo lo posible, en cambio, por entorpecer la independencia de este país. Pero después, la burguesía norteamericana ha tenido que volver a reafirmar su función de “gendarme” del mundo y por lo tanto tenía que volver enérgicamente a una región que depende más bien de los Estados europeos. El cinismo y la bestialidad del Estado serbio y de sus milicias le han dado una ocasión pintiparada. Tras declararse gran protector de la población de Bosnia-Herzegovina víctima de aquéllos, el Tío Sam se prepara ahora a sacar partido de la situación en varios planos:
- da la prueba, como cuando la guerra del Golfo y la conferencia de Madrid sobre Oriente Medio de finales del 91, que ningún problema importante en las relaciones internacionales podrá arreglarse sin la intervención washingtoniana;
- dirige un mensaje a las esferas dirigentes de los dos grandes vecinos de la ex Yugoslavia, Italia y Turquía, países de una importancia estratégica de primer orden, para convencerlos de que se mantengan fieles;
- reaviva las llagas que abrió la cuestión yugoslava en la alianza privilegiada entre Francia y Alemania (aunque estas dificultades no sean suficientes para poner en entredicho los intereses convergentes que existen en otros aspectos entre esos dos países, lo cual ha quedado plasmado en la decisión de formar un cuerpo de ejército común) ([1]);
- prepara su implantación en Bosnia-Herzegovina para así privar a Alemania de la libre disposición de los puertos croatas de las costas dálmatas.

Respecto a esto último, basta con mirar un mapa para comprobar que Dalmacia es una estrecha franja de tierra entre el mar y los montes de Herzegovina. Si Alemania, merced a su alianza con Croacia, soñara con instalar bases militares en los puertos de Zadar, Split o Dubrovnik como puntos de apoyo de una posible flota mediterránea, se vería ante el hecho de que esos puertos se encuentran respectivamente a 80, 40 y 10 km de la frontera “enemiga” (Dubrovnik tiene incluso la peculiaridad de estar cortado del resto de Croacia por la salida al mar de Herzegovina). En caso de crisis internacional, no sería difícil para la potencia norteamericana bloquear esos puertos, como así lo ha demostrado Serbia hasta ahora, cortando esas posibles avanzadillas alemanas de su retaguardia y haciéndolas inutilizables.

En cuanto al “mensaje” dirigido a Italia, adquiere toda su importancia en un momento en que al igual que las demás burguesías europeas (como la francesa, cuyo partido neogaullista, el RPR, está dividido entre partidarios y adversarios de una alianza más estrecha con Alemania en el seno de la CEE), la italiana está dividida en cuanto a alineamientos imperialistas, como lo demuestra muy bien la actual parálisis de su aparato político. Teniendo en cuenta la posición de primer plano de ese país en el Mediterráneo (control del paso entre el oriental y el occidental, presencia en Nápoles del mando de la VIa flota USA), los Estados Unidos están dispuestos a echar el resto para que Italia no tenga la tentación de unirse a la alianza franco-alemana.

También se entiende el aviso de EEUU a Turquía, ahora que este país intenta emparejar sus propias ambiciones regionales respecto a las repúblicas musulmanas de la exURSS (a las cuales Turquía espera separar de la influencia de una Rusia aliada hoy de EEUU) con una alianza con Alemania y un apoyo a las ambiciones imperialistas de este país en Oriente medio. Turquía ocupa también una posición estratégica de primera importancia pues controla el paso entre el Mar Negro y el Mediterráneo, de modo que su actual acercamiento a Alemania (evidenciado por el “escándalo” de la entrega de material bélico destinado a la represión de los kurdos, escándalo desvelado gracias a la “desinteresada labor” de Washington) es una amenaza muy seria para EEUU. Este país ya ha empezado a reaccionar apoyando a los nacionalistas kurdos y están dispuestos a emplear medios mucho más importantes para que cese ese acercamiento. En especial, la “protección” a la población musulmana de Bosnia-Herzegovina (mayoritaria en el país) que hoy le ofrece la primera potencia mundial aparece como una pedrada en el tejado de Turquía, la cual pretende ser la “gran retaguardia” protectora de los musulmanes de la región ([2]).

La situación actual en la ex Yugoslavia revela, detrás de los discursos sobre la vuelta a la paz y la protección de las poblaciones, la continuación de la agravación de los antagonismos entre las grandes potencias, alimentados por el caos engendrado por el hundimiento del estalinismo yugoslavo, caos que, a su vez, agravan esos antagonismos. Incluso si la presión y hasta la posible intervención directa de EEUU podrían calmar momentáneamente las cosas (obligando, por ejemplo, a Serbia a renunciar a algunas de sus pretensiones), el futuro de la ex Yugoslavia, como el de toda esta parte del mundo (Balcanes, Centroeuropa), será un futuro de nuevos antagonismos y enfrentamientos cada día más violentos a causa de la importancia estratégica que tiene para las grandes potencias. Ilustración del avance irreversible de la descomposición general de la sociedad capitalista, es un nuevo Líbano lo que se ha instalado a las puertas de las grandes metrópolis europeas.

Lo que, sin embargo, demuestran también las matanzas de Yugoslavia es que aunque el avance de la descomposición es un fenómeno que escapa al control de todos los sectores de la clase dominante mundial, incluidas las burguesías de los países más avanzados y poderosos, estos sectores no permanecen pasivos ante ese fenómeno. Al contrario de los dirigentes recién ascendidos en el antiguo bloque del Este (por no hablar de la situación en el llamado “tercer mundo”), completamente desbordados por la situación económica y política (en especial por la explosión de los nacionalismos y de los conflictos étnicos), los gobiernos de los países más desarrollados son todavía capaces de aprovecharse de la descomposición ambiente en defensa de los intereses de su capital nacional. Esto ha quedado muy bien demostrado a principios de mayo con las revueltas de Los Ángeles.

La utilización de la descomposición por la burguesía

Como lo ha evidenciado la CCI ([3]), la descomposición general de la sociedad capitalista, tal como se está desarrollando hoy, pone al desnudo el atolladero histórico total en el que se encuentra ahora esta sociedad. Al igual que las crisis y las guerras, la descomposición no es una cuestión de buena o mala voluntad de la burguesía o de que estuviera haciendo una política errónea, sino que se le impone como algo insuperable e irreversible. El que la descomposición, del mismo modo que una eventual IIIª guerra mundial, no tenga otra salida dentro del capitalismo sino es la desaparición de la humanidad no cambia nada. Eso es lo que ha dejado muy patente la “cumbre” de Río de Janeiro sobre la protección de la Tierra celebrada a primeros de mayo. Como era de prever, la montaña ha parido un ratón, a pesar de la creciente gravedad de los problemas del medio ambiente que la mayoría de los científicos denuncian. Cuando, a causa del llamado efecto invernadero, se prevén terribles hambrunas, si no es la pura y simple desaparición de la especie humana, cada cual echa la patata caliente al otro para no hacer nada: el Norte contra el Sur, y viceversa, Europa contra Estados Unidos y así sucesivamente.

Sin embargo, aunque la burguesía es totalmente incapaz de instaurar cualquier política a largo plazo y a escala mundial, incluso cuando es su propia supervivencia, junto con la de la humanidad, la que está amenazada, sí que es capaz de reaccionar a corto plazo y en la defensa de sus intereses nacionales contra los efectos de la descomposición. Ha sido así como las revueltas de Los Ángeles han venido a poner de relieve todas las retorcidas capacidades maniobreras que poseen las burguesías más poderosas.

Los Ángeles es una especie de concentrado de todas las características de la sociedad norteamericana: opulencia y miseria, “high tech” y violencia. Símbolo del “sueño americano” se ha convertido también en la “pesadilla americana”. Como ya lo pusimos de relieve en nuestros textos sobre la descomposición, ésta, de igual modo que la crisis económica, surge del corazón del capitalismo aunque después tenga en la periferia sus formas más extremas y catastróficas. Y L.A., como dicen los enterados, es el corazón del corazón. Desde hace ya cantidad de años, la descomposición lleva causando en esa ciudad estragos y tragedias inmensas y especialmente en los guetos negros. En la mayoría de las ciudades estadounidenses, esos guetos se han convertido en auténticos infiernos, en los que reina la miseria más insoportable, en condiciones de alojamiento y sanidad propias del “tercer mundo” (por ejemplo, la mortalidad infantil alcanza cifras comparables a las de los países más atrasados, el SIDA golpea con espantosa dureza) y sobre todo, una desesperanza insondable arrastra a una alta proporción de jóvenes, desde la primera adolescencia, hacia la droga, la prostitución y el gansterismo. La violencia y el asesinato son lo cotidiano de esos barrios: la primera causa de muerte de los hombres negros de la franja de edad de 15 a 34 años es el asesinato, casi una cuarta parte de los hombres negros entre 20 y 29 años está en la cárcel o en libertad vigilada, el 45 % de la población en la cárcel es negra (los negros son el 12 % de la población total). Así, en Harlem, gueto negro de Nueva York, por asesinato, sobredosis o enfermedad, la esperanza de vida de un hombre es más corta que la de uno de Bengladesh.

Esta situación se fue agravando durante los años 80, pero la recesión actual, con la vertiginosa subida del desempleo, le ha dado proporciones todavía mayores. Por ello, desde hace meses, numerosos “especialistas” no han cesado de predecir revueltas inminentes y explosiones de violencia en esos barrios. Y ha sido precisamente contra esa amenaza contra lo que ha reaccionado la burguesía norteamericana. Antes que dejarse sorprender por una sucesión de explosiones espontáneas e incontrolables, ha preferido organizar un verdadero cortafuego que le permitiera escoger el lugar y el momento de tal surgimiento de violencia, previniendo así lo mejor posible los del futuro.

Lugar: Los Ángeles, verdadero paradigma del infierno urbano en EEUU, en donde más de 10.000 jóvenes viven del comercio la droga, con guetos surcados por cuadrillas armadas que se matan por controlar una calle o una esquina de venta de “caballo”.

Momento: en el inicio la campaña para las elecciones presidenciales, campaña así reactivada, pero con la antelación suficiente de la elección misma, de modo que tales disturbios, incontrolados, no vinieran a desprestigiar en el último momento al candidato Bush y sus sondeos de opinión tan poco favorables.

Medios: la organización en varias etapas de una provocación. Primero, una campaña mediática de gran envergadura en torno al juicio a los cuatro policías blancos filmados cuando estaban dando una brutal paliza a un automovilista negro: los telespectadores han podido ver esa indignante escena hasta la saciedad. Segundo, la absolución de los policías por un tribunal formado deliberadamente en un barrio conocido por su conservadurismo, su “amor por el orden” y sus simpatías hacia la policía. Tercero, en cuanto se produjeron, como era de prever, las primeras revueltas y las primeras multitudes, hubo una auténtica deserción por parte de las fuerzas de policía de los barrios “calientes”, dejando así que la revuelta cobrara gran amplitud. Las fuerzas de policía sí que estuvieron muy presentes en los barrios burgueses cercanos como Beverly Hill. Esta táctica tenía la ventaja de privar a los manifestantes de su enemigo tradicional, el policía, de modo que su cólera se canalizó todavía más hacia el saqueo de comercios, incendio de casas de otras comunidades e incluso a ajustes de cuentas entre bandas. Con esa táctica, los 58 muertos provocados por esa explosión, lo fueron menos por las fuerzas policiacas que a enfrentamientos entre habitantes de los guetos, especialmente entre jóvenes manifestantes y pequeños comerciantes que protegían sus tiendas armados.

Los medios y las condiciones de la vuelta al orden también formaban parte de la maniobra: han sido los mismos soldados que hace apenas año y medio defendían el “derecho” y la “democracia” en el Golfo, los que vinieron a participar en la pacificación de los barrios revoltosos. La represión, aunque no haya sido sangrienta, ha sido llevada a cabo a gran escala: cerca de 12.000 detenciones y, durante semanas, en la televisión, imágenes de cientos de juicios con penas de cárcel para los amotinados. El mensaje ha sido claro: aunque no se porte como un régimen cualquiera del “tercer mundo”, aunque haya procurado que no corriera la sangre de quienes perturban el orden público (y eso tanto más fácilmente porque, gracias a su provocación, las autoridades no se vieron nunca desbordadas por los acontecimientos), la “democracia americana” sabe dar pruebas de firmeza contra ellos. Quedan así avisados quienes, en el futuro, tuvieran la intención de volver a empezar nuevos desórdenes...

La “gestión” de las revueltas de Los Ángeles ha permitido al equipo dirigente de la burguesía norteamericana demostrar a todos los sectores de ésta que, a pesar de todas las dificultades que se han acumulado, a pesar de la invasión del cáncer de los guetos y la violencia urbana, está a la altura de sus responsabilidades. En un mundo sometido a convulsiones de todo tipo, la cuestión de la autoridad del poder, tanto en el exterior como en el interior, de la primera potencia del planeta es de la mayor importancia para la burguesía de este país. Con la provocación a Saddam Husein durante el verano de 1990 seguida de la “Tempestad del desierto” a principios del 91, Bush ha dado la prueba de que sabía manifestar ese tipo de autoridad a nivel internacional. Los Ángeles, con medios espectaculares, con montajes mediáticos que recuerdan los de la guerra del Golfo, ha demostrado que la administración actual era tan capaz de reaccionar en el plano “doméstico” y que por muy catastrófica que sea, la situación interna de Estados Unidos está “controlada”.

Las revueltas provocadas de Los Ángeles no son, sin embargo, los únicos medios de que dispone el Estado y el gobierno para afirmar su autoridad ante las diferentes expresiones de la descomposición. Han sido también un instrumento de una ofensiva a gran escala contra la clase obrera.

La burguesía se prepara para una reanudación de los combates de clase

Como lo pone de relieve la resolución publicada: “la agravación considerable de la crisis capitalista, especialmente en los países más desarrollados, es un factor de primera importancia en la negación de todas las mentiras sobre el “triunfo” del capitalismo, incluso en ausencia de luchas abiertas. Asimismo, la acumulación del descontento provocado por la multiplicación y la intensificación de los ataques resultantes de esa agravación de la crisis, abrirá, al cabo, el camino a movimientos de gran amplitud que volverán a dar confianza a la clase obrera...Por ahora, las luchas obreras se sitúan en uno de los niveles más bajos desde la última guerra mundial. Lo que sí hay que saber con seguridad es que ya se están desplegando en profundidad las condiciones para el resurgir de las luchas...” (pto 16). En todos los países adelantados, la burguesía es muy consciente de esa situación, y, especialmente, la primera de ellas. Y por eso las revueltas de Los Ángeles han sido también un instrumento de esta burguesía para debilitar preventivamente los futuros combates obreros. Merced a las imágenes que han hecho aparecer a la gente de color en general como auténticos salvajes (como la de los jóvenes atacando a camioneros blancos), la clase dominante ha conseguido reforzar significativamente uno de los factores de debilidad de la clase obrera norteamericana : la división entre obreros blancos y obreros negros o de otras comunidades. Como lo declaraba un experto de la burguesía: “el nivel de simpatía que los blancos podían tener por los negros ha disminuido considerablemente a causa del miedo que aquéllos sienten ante el aumento constante de la criminalidad negra” (C. Murray, AEI, 6/5/92). Así, el “restablecimiento del orden contra las pandillas de delincuentes negros saqueadores de almacenes y “camellos””, pues ésa es la imagen que la burguesía quiere dar en general de ellos, ha sido recibida sin duda con lamentable satisfacción por una proporción nada desdeñable de obreros blancos, víctimas a menudo de la inseguridad urbana. En esta ocasión, la “eficacia” de las fuerzas del Estado federal (en contraste con la supuesta “ineficacia” de las fuerzas de policía local) no ha hecho sino reforzar la autoridad de las fuerzas represivas.

Además, esa subida del racismo ha sido explotada por los profesionales del antiracismo para lanzar nuevas campañas de diversión aclasistas, las cuales, lejos de favorecer la unidad de clase del proletariado, lo que intentan es diluirlo en el conjunto de la población y atarlo al carro de la “democracia”. Por otra parte, los sindicatos y el Partido Demócrata han aprovechado la situación para denunciar la política social de las administraciones republicanas desde principios de los años 80, acusadas de ser las únicas responsables de la miseria en los barrios pobres de las ciudades. Lo cual es lo mismo que decir que para que las cosas mejoren, hay que votar por el “buen candidato”, lo que permite de paso relanzar una campaña electoral que, hasta ahora, no interesaba mucho a la gente.

Las diferentes expresiones de la descomposición, como las revueltas urbanas tanto en el “Tercer mundo” como los países adelantados, serán utilizadas por la burguesía contra la clase obrera mientras ésta no sea capaz de proponer su propia perspectiva de clase por el derrocamiento del capitalismo. Y esos acontecimientos serán utilizados tanto si son espontáneos como provocados. Pero cuando además la burguesía tiene los medios para escoger el momento y las circunstancias de esas explosiones, ello le permite que sea más eficaz su impacto en favor de la defensa de su orden social. Las revueltas de Los Ángeles han venido pintiparadas como instrumento contra la clase obrera y eso lo confirma la serie de maniobras que la clase dominante está desplegando contra los explotados de los países avanzados. El ejemplo más significativo de esta política se nos ha dado recientemente en uno de los países más importantes del mundo capitalista, Alemania.

Ofensiva de la burguesía contra la clase obrera en Alemania

La importancia de ese país no se debe únicamente a su peso económico y a su papel estratégico creciente. Es también en él donde vive, trabaja y lucha uno de los proletariados más poderosos del mundo, un proletariado que, habida cuenta de su número y de su concentración en el corazón mismo de la Europa industrializada y de su experiencia histórica incomparable, tiene en sus manos una parte importante de la clave del futuro movimiento de la clase obrera hacia la revolución mundial. Por eso es por lo que la ofensiva política de la burguesía contra la clase obrera en Alemania no sólo iba dirigida contra la clase obrera de ese país. Esa ofensiva de la burguesía se centró en la huelga del sector público, la más importante desde hace 18 años, huelga manejada con gran maestría por los sindicatos. El importante eco que la huelga tuvo en los media de los países europeos (cuando en general las luchas obreras son objeto de un silencio casi total) demuestra que era al proletariado europeo a quien se dirigía esa ofensiva.

Las condiciones específicas de Alemania permiten comprender por qué una acción así ha tenido lugar en ese país. Pues, además de su importancia histórica y económica, elementos que son permanentes, además de que como todas las burguesías tiene que hacer frente a una nueva y considerable agravación de la crisis, la alemana está enfrentada actualmente al problema de la reunificación, que es, en realidad, el de la “digestión” del Este por el Oeste. La reunificación es un pozo sin fondo en el que se hunden miles de millones de marcos. El déficit del Estado ha alcanzado cumbres insospechadas en ese tan “virtuoso” país. Se trata pues para la burguesía de preparar a la clase obrera a ataques de un nivel sin precedentes para que ésta acepte el coste de la reunificación, para que entienda que se acabaron las “vacas gordas” y que desde ahora en adelante deberá hacer sacrificios muy importantes. De ahí que las propuestas salariales en el sector público (4,9 %) hayan sido inferiores a la inflación y eso cuando se han ido multiplicando impuestos y tasas de todo tipo. Éste fue el caballo de batalla que montaron los sindicatos alardeando de un radicalismo nunca visto desde hacía décadas, organizando huelgas alternas masivas (más de 100.000 obreros por día) que provocaron ciertos días un caos total en los transportes y servicios públicos, lo cual tuvo la consecuencia de aislar a los huelguistas de los demás sectores de la clase obrera). Después de reivindicar el 9 % de aumento salarial, los sindicatos rebajaron sus pretensiones al 5,4 %, presentando esta cantidad como una “victoria” para los trabajadores y una “derrota” para Kohl. La mayoría de los obreros consideró evidentemente que, después de tres semanas de huelga, eso era netamente insuficiente (0,5 % más que la propuesta de principio, más o menos 20 marcos por mes) de modo que incluso la popular y tan mediática Monika Mathies, presidenta del ÖTV (Sindicato de funcionarios), salió un poco desplumada. La burguesía había alcanzado, sin embargo, unos cuantos objetivos importantes:
- dejar patente que, a pesar de la masividad de la huelga y sus acciones “duras”, es imposible doblegar a la burguesía en su voluntad de limitar el alza de salarios;
- presentar a los sindicatos, que habían preparado minuciosamente todas las acciones manteniendo a los obreros en la más estricta pasividad, como verdaderos protagonistas de la lucha contra la patronal y al mismo tiempo como el necesario “seguro social” al que hay que afiliarse para que a uno le paguen los días de huelga (durante la huelga, lo trabajadores hacían cola para ir a recoger el carné sindical que los compromete por dos años);
- acentuar un poco más la división entre obreros del Este y del Oeste, al no comprender aquéllos que éstos reivindiquen aumentos cuando en el Oeste los salarios son netamente superiores y el desempleo más bajo, y no teniendo ganas éstos de pagar por los “ossies” (orientales), los cuales son insistentemente tildados de “holgazanes” e “inútiles”.

En los demás países, la imagen de la “modélica Alemania” ha quedado un poco ensombrecida por estas huelgas. Pero la burguesía se ha apresurado a asestar dos golpes contra la conciencia de la clase obrera:
- la mentira de que la huelga de los obreros alemanes “privilegiados” ha venido a agravar más todavía la situación financiera y económica de occidente;
- el mensaje de que es ilusorio el intentar llevar a cabo luchas contra la degradación de las condiciones de existencia, puesto que, a pesar de toda la fuerza que poseen, y especialmente la de “sus” sindicatos, y la prosperidad de su país, los obreros de Alemania no han podido obtener gran cosa.

Así la burguesía más poderosa de Europa ha marcado la pauta de la ofensiva política contra la clase obrera que ha de acompañar a ataques económicos de una brutalidad sin precedentes. Por ahora, la maniobra ha tenido éxito, pero su amplitud ha estado al nivel del temor que el proletariado inspira a la burguesía. Los acontecimientos de estos tres últimos años, y todas las campañas que los han acompañado, han debilitado significativamente la combatividad y la conciencia en la clase obrera. Pero ésta no ha dicho su última palabra. Ya antes de que haya vuelto por el camino de las luchas de gran envergadura y en su terreno de clase, todos los minuciosos preparativos de la clase dominante demuestran la importancia de esos combates venideros.

FM

14/6/92

 

[1] Como lo señala la Resolución, Alemania y Francia no ponen las mismas expectativas en su alianza. Francia cuenta con sus ventajas militares para compensar su inferioridad económica con relación a Alemania para no encontrarse en situación de vasallaje y poder reivindicar una especie de “codirección” de una alianza de los principales Estados europeos (exceptuando a Gran Bretaña, naturalmente). Por eso no está Francia en absoluto interesada en que Alemania esté presente en el Mediterráneo, lo cual desvaloraría muy sensiblemente la importancia de su propia flota en ese mar, privándola así de una baza muy importante en los regateos con su “amiga”.

[2] Tampoco hay que excluir que el apoyo de Estados Unidos a las poblaciones croatas de Bosnia-Herzegovina actualmente víctimas de Serbia logre “demostrar” un día a Croacia que tiene el mayor interés en cambiar el “protector” alemán, de una eficacia muy limitada, por el americano mucho mejor equipado en medios para hacerse respetar. Estas intenciones también están muy presentes en la diplomacia norteamericana.

[3] Ver los artículos en la Revista Internacional, nos 57 y 62.

Hace 90 años, la revolución alemana - 1918-19: La formación del partido, la ausencia de la Internacional

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Hace 90 años, la revolución alemana

1918-19: La formación del partido,
la ausencia de la Internacional

Cuando estalla la Primera Guerra mundial se reunieron un puñado de socialistas en Berlín, la noche del 4 de agosto de 1914, para entablar el combate internacionalista: eran siete en el domicilio de Rosa Luxemburg. De esa reunión, cuya evocación nos recuerda que una de las cualidades más importantes de los revolucionarios es saber ir contracorriente, no debe concluirse que el partido proletario habría desempeñado un papel secundario en los acontecimientos que sacudieron el mundo en aquella época. Es todo lo contrario, como hemos querido demostrarlo en los dos artículos precedentes de esta serie con la que conmemoramos el 90º aniversario de las luchas revolucionarias en Alemania. En el primer artículo defendíamos la tesis de que la crisis de la Socialdemocracia, especialmente la del SPD de Alemania - partido líder de la IIª Internacional - fue uno de los factores más importantes que permitió que el imperialismo alistara al proletariado en la guerra. En el segundo artículo, mostrábamos lo crucial que fue la intervención de los revolucionarios para que la clase obrera volviera a encontrar, en plena guerra, sus principios internacionalistas y lograra poner fin a la carnicería imperialista por medios revolucionarios (la revolución de noviembre de 1918). Y así pusieron los revolucionarios las bases para la fundación de un nuevo partido y de una nueva Internacional.

Subrayábamos que durante esas dos fases, la capacidad de los revolucionarios para comprender cuáles eran las prioridades del momento era la condición previa para poder desempeñar ese papel activo y positivo. Tras el desplome de la Internacional frente a la guerra, la tarea del momento era comprender las razones de ese desastre y sacar sus lecciones. En la lucha contra la guerra, la responsabilidad de los verdaderos socialistas era, ante todo, la de izar los estandartes del internacionalismo, iluminar el camino hacia la revolución.

Los consejos y el partido de clase

El levantamiento de los obreros del 9 de noviembre de 1918 precipita el fin de la guerra mundial a partir de la mañana del día siguiente. Cae la corona del Emperador alemán y, con ella, cantidad de pequeños "tronos" alemanes, a la vez que se iniciaba una nueva fase de la revolución. Aunque el levantamiento de noviembre fue realizado por los obreros, Rosa Luxemburg lo llamó la Revolución de los soldados, porque lo que predominaba era una profunda aspiración a la paz. Un deseo que les soldados, tras cuatro largos años en las trincheras, albergaban más que nadie. Fue lo que dio a aquella jornada inolvidable su color particular, su gloria, pero, también, lo que alimentó las ilusiones. Como a algunos sectores de la burguesía también les alivió el fin tan esperado de la guerra, el estado de ánimo del momento era de confraternización general. Incluso los dos protagonistas principales de la lucha social, la burguesía y el proletariado, se vieron arrastrados por los ilusiones del 9 de noviembre. La ilusión de la burguesía era que podría todavía utilizar a los soldados contra los obreros. Esta ilusión se desvaneció en unos cuantos días. Los soldados querían regresar a sus casas y no luchar contra los obreros. La ilusión del proletariado, era que los soldados estaban ya de su lado y que querían la revolución. Durante las primeras sesiones de los consejos obreros y de soldados elegidos en Berlín el 10 de noviembre, los delegados de los soldados estuvieron a punto de linchar a los revolucionarios que defendían la necesidad de proseguir la lucha de la clase y denunciaban al gobierno socialdemócrata como enemigo del pueblo.

En general, esos consejos de obreros y de soldados se caracterizaron por cierta inercia, una inercia que, curiosamente, marca el principio de las grandes insurrecciones sociales. En gran parte, los soldados eligieron a sus oficiales como delegados, y los obreros nombraron a los candidatos socialdemócratas por los que habían votado antes de la guerra. O sea, que los consejos no tenían otra cosa mejor que hacer que nombrar un gobierno dirigido por los belicistas del SPD y decidir ya su propio suicidio al pedir que se celebraran elecciones generales en un sistema parlamentario.

A pesar de lo totalmente inadaptado de esas primeras medidas, los consejos obreros eran el corazón de la revolución de noviembre. Como lo subrayó Rosa Luxemburg fue el propio surgimiento de esos órganos lo que expresó y encarnó el carácter fundamentalmente proletario de la insurrección. Pero, ahora, una nueva fase de la revolución se abría, y en ella, la cuestión ya no era la de los consejos, sino la del partido de clase. La fase de las ilusiones llegaba a su fin, llegaba el momento de la verdad, se acercaba el estallido de la guerra civil. Los consejos obreros, por su función y estructura mismas por ser órganos de las masas, son capaces de renovarse y revolucionarse de un día para otro. Ahora la pregunta clave es: la visión proletaria, revolucionaria ¿acabará imponiéndose en el seno de los consejos obreros, en la clase obrera?

Para ganar, la revolución proletaria necesita una vanguardia política centralizada y unida en la que tiene puesta su confianza la clase obrera en su conjunto. Esa era la lección más importante de la revolución de Octubre en Rusia del año anterior. Como lo había desarrollado Rosa Luxemburg en 1906 en su folleto sobre la huelga de masas, la tarea del partido no es organizar a las masas sino darles una dirección política y una confianza real en sus propias capacidades.

Las dificultades del agrupamiento de los revolucionarios

A finales de 1918, en Alemania, sin embargo, no existía un partido de esas características. Los socialistas que se habían opuesto a la política belicista del SPD, se encontraban sobre todo en el USPD, la antigua oposición que había sido excluida del SPD. El USPD era un agrupamiento heteróclito de decenas de miles de miembros, desde pacifistas y gente que quería reconciliarse con los belicistas, hasta verdaderos internacionalistas revolucionarios. La organización principal de éstos, Spartakusbund (la Liga Espartaco), era una fracción independiente en el seno del USPD. Otros grupos internacionalistas más pequeños, como los Comunistas internacionales de Alemania, los IKD (que venían de la oposición de izquierda de Bremen), estaban organizados fuera del USPD. Spartakusbund era muy conocida y respetada entre los obreros. Pero los dirigentes reconocidos de los movimientos de huelga contra la guerra no pertenecían a esos grupos políticos, sino a la estructura informal de los delegados de fábrica, los revolutionäre Obleute. En diciembre de 1918, la situación se vuelve dramática. Ya ha habido unas primeras escaramuzas hacia la guerra civil abierta. Pero los diferentes componentes del virtual partido de clase revolucionario -Espartaco, otros elementos de izquierda del USPD, los IKD, los Obleute seguían siendo entidades separadas y muy vacilantes.

Bajo la presión de los acontecimientos, la cuestión de la fundación del partido empezó a plantearse más concretamente. Al final acabó siendo tratada a toda prisa.

El Primer congreso nacional de Consejos de obreros y de soldados se reúne en Berlín el 16 de diciembre. 250 000 obreros radicales se manifiestan en el exterior para ejercer presión sobre los 489 delegados (entre los cuales solo había 10 representantes de Espartaco y 10 de los IKD); A Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht no se les permitió intervenir en la reunión, so pretexto de que no tenían mandato. Cuando el Congreso se concluye con la propuesta de entregar el poder en manos de un futuro sistema parlamentario, queda claro que los revolucionarios, ante semejante conclusión, tenían que dar una respuesta unida.

El 14 de diciembre de 1918, la Liga Espartaco publica una declaración programática de principios: ¿Qué quiere Espartaco? El 17 de diciembre, los IKD celebran una Conferencia nacional en Berlín que llama a la dictadura del proletariado y a la formación del partido mediante un proceso de agrupamiento. La Conferencia no logra alcanzar un acuerdo sobre si participar o no en las futuras elecciones a una Asamblea parlamentaria nacional.

Más o menos al mismo tiempo, dirigentes de izquierda del USPD, como Georg Ledebour, y delegados de fábrica como Richard Müller empiezan a plantearse la necesidad de un partido unido de los obreros.

Por las mismas fechas, se reúnen en Berlín los delegados del movimiento internacional de la juventud, y organizan una secretaría. El 18 de diciembre se celebra una Conferencia Internacional de la juventud, seguida de un mitin de masas en el barrio Neukölln de Berlín en el que intervienen Karl Liebknecht y Willi Münzenberg.

Fue en ese contexto cuando, el 29 de diciembre en Berlín, una reunión de delegados de Spartakusbund decide romper con el USPD y formar un partido separado. Tres delegados votaron contra esa decisión. La reunión convocó también una conferencia de Espartaco y de los IKD para el día siguiente, en la que participaron 127 delegados de 56 ciudades y secciones. La Conferencia pudo celebrarse en parte gracias a la mediación de Karl Radek, delegado de los bolcheviques. Muchos delegados no habían comprendido, antes de su llegada, que se les había convocado para formar un nuevo partido ([1]). No se invitó a los delegados de fábrica pues se tenía la impresión de que era todavía prematuro asociarlos a unas posiciones revolucionarias muy resueltas que defendía una mayoría de miembros y simpatizantes, a menudo muy jóvenes, de Espartaco y de los IKD. Lo que sí se esperaba, en cambio, es que los delegados de fábrica se unieran al partido una vez éste constituido ([2]).

Lo que iba a ser el Congreso de fundación del Partido comunista de Alemania (KPD) reunió a dirigentes de Bremen (incluido Karl Radek, aunque en esa reunión representara a los bolcheviques) que pensaban que la fundación del partido se había retrasado demasiado, y de Spartakusbund como Rosa Luxemburg y, sobre todo, Leo Jogisches, cuya mayor preocupación era que esa etapa era quizás prematura. Paradójicamente, ambas partes tenían buenos argumentos para justificar sus posiciones.

El Partido comunista de Rusia (bolchevique) mandó a seis delegados a la Conferencia; a dos de ellos la policía les impidió participar en ella ([3]).

Congreso de fundación: gran avance programático

Dos de las discusiones principales de lo que iba a acabar siendo el Congreso de fundación del KPD trataron sobre la cuestión de las elecciones parlamentarias y los sindicatos. Esas cuestiones ya habían sido importantes en los debates de antes de 1914, pero habían quedado postergadas durante la guerra. Y ahora volvían a ser centrales. Karl Liebknecht planteó de inmediato la cuestión parlamentaria en su ponencia de apertura sobre "La crisis del USPD". El primer Congreso nacional de Consejos obreros en Berlín ya había planteado la pregunta, que acabaría desembocando inevitablemente en una escisión del USPD: ¿Asamblea nacional o República de Consejos? Era responsabilidad de todos los revolucionarios denunciar las elecciones burguesas y el sistema parlamentario como contrarrevolucionarios, como fin y muerte de los consejos obreros. Pero la dirección del USPD se negó a oír los llamamientos de Spartakusbund y los Obleute para que se debatiera esa cuestión y se decidiera en un congreso extraordinario.

En su intervención en nombre de la delegación del Partido ruso, Karl Radek explicó que eran los acontecimientos históricos los que decidían no sólo si era necesario un congreso de fundación sino también su orden del día. Con el fin de la guerra, la lógica de la revolución en Alemania iba a ser necesariamente diferente a la de Rusia. La cuestión central ya no era la paz, sino el abastecimiento de alimentos, los precios y el desempleo.

Al poner la cuestión de la Asamblea nacional y de las "luchas económicas" al orden del día de los dos primeros días del Congreso, la dirección de Spartakusbund esperaba que se tomara una posición clara sobre los consejos obreros contra el sistema burgués parlamentario y contra la forma, superada ya, de la lucha sindical, como sólida base programática del nuevo partido. Pero los debates fueron más lejos. La mayoría de delegados se declaró contra todo tipo de participación en las elecciones burguesas, incluso como medio de agitación contra ellas, y contra el trabajo en los sindicatos. En esto, el Congreso fue uno de los momentos más importantes de la historia del movimiento obrero. Permitió formular, por primera vez en nombre de un partido revolucionario de clase, unas posiciones radicales correspondientes a la nueva época del capitalismo decadente. Esas ideas influirían fuertemente en el Manifiesto de la Internacional comunista, redactado unos meses más tarde por Trotski. Y habrían de ser las posiciones de base de la Izquierda comunista hasta nuestros días.

Las intervenciones de los delegados que defendían esas posiciones estaban marcadas, bastantes de ellas, por la impaciencia y cierta falta de argumentos; fueron criticadas por los militantes experimentados, incluida Rosa Luxemburg que no compartía las conclusiones más radicales. Pero las actas de la reunión ilustran de sobra que esas nuevas posiciones no eran cosa de unos individuos y sus debilidades, sino el resultado de un movimiento social profundo que implicaba a cientos de miles de obreros conscientes ([4]). Gelwitzki, delegado de Berlín, animó al Congreso a que, en lugar de participar en las elecciones, fueran a los cuarteles a convencer a los soldados de que "el gobierno del proletariado mundial" es la asamblea de los consejos, y, en cambio, la Asamblea nacional es el gobierno de la contrarrevolución. Eugen Leviné, delegado del Neukölln (Berlín), insiste en que la participación de los comunistas en las elecciones no haría más que reforzar las ilusiones de las masas ([5]). En el debate sobre las luchas económicas, Paul Frölich, delegado de Hamburgo, defendió que la antigua forma sindical de lucha estaba ya superada pues se basaba en una separación entre las dimensiones económica y política de la lucha de la clase obrera ([6]). Hammer, delegado de Essen, refirió que los mineros del Ruhr tiraban sus carnés sindicales. Y Rosa Luxemburg, que, por su parte, siempre había estado a favor de trabajar en los sindicatos por razones tácticas, declaró que la lucha del proletariado por su liberación implicaba luchar por la liquidación de los sindicatos.

Huelga de masas e insurrección

Los debates programáticos del Congreso de fundación tuvieron una gran importancia histórica, más que nada por su proyección hacia el futuro.

Pero en el momento mismo en que se fundó el Partido, Rosa Luxemburg tenía profunda razón cuando decía que la cuestión de las elecciones parlamentarias o la de los sindicatos tenían una importancia secundaria. Por un lado, el problema del papel de esas instituciones en una época que se había convertido en la del imperialismo, de la guerra y de la revolución, era todavía demasiado nuevo para el movimiento obrero. Tanto el debate sobre el tema como la experiencia práctica eran todavía demasiado insuficientes para su plena clarificación. Por el momento, estar de acuerdo en que los órganos unitarios de masas de la clase obrera, los consejos obreros y no el parlamento o los sindicatos, eran los medios de la lucha obrera y de la dictadura del proletariado, era suficiente.

Por otro lado, esos debates tendían a que el Congreso se desviara de su tarea principal, o sea la de identificar las etapas siguientes de la clase en su camino hacia el poder. Por desgracia, el Congreso no logró esclarecer esto último. La discusión clave de esa cuestión la introdujo Rosa Luxemburg en una ponencia sobre "Nuestro programa" en la tarde del segundo día del Congreso (31 de diciembre de 1918). Rosa explora en esa presentación la naturaleza de lo que ella había nombrado "segunda fase de la revolución". La primera, decía, había sido política de entrada, pues estaba dirigida contra la guerra. Durante la revolución de noviembre, el problema de las reivindicaciones económicas específicas de los obreros se había dejado de lado. Esto explicaba a su vez el nivel relativamente bajo de conciencia de clase, un nivel que se había plasmado en el deseo de reconciliación y "reunificación" del "campo socialista". Para Rosa Luxemburg, la característica principal de la segunda fase de la revolución debía ser el retorno de las reivindicaciones económicas al primer plano.

No por eso se olvidaba ella de que la conquista del poder es ante todo un acto político. Pero ponía de relieve otra diferencia entre el proceso revolucionario en Rusia y en Alemania. En 1917, el proletariado ruso tomó el poder sin haber desplegado demasiado el arma de la huelga. Pero, subrayaba Rosa Luxemburg, eso fue así porque la revolución rusa no empezó en 1917 sino en 1905. En otras palabras, el proletariado ruso ya había vivido la experiencia de la huelga de masas antes de 1917.

En el Congreso, no repitió las ideas principales desarrolladas por la izquierda de la socialdemocracia sobre la huelga de masas después de 1905. Suponía, con razón, que los delegados las recordaban perfectamente. Recordémoslas nosotros brevemente: la huelga de masas es la condición previa indispensable a la toma del poder, precisamente porque anula la separación entre lucha económica y lucha política. Y, mientras que los sindicatos, incluso en los momentos más intensos como instrumentos de los obreros, sólo organizaban a minorías de la clase, la huelga de masas, en cambio, moviliza a "la masa compacta de los ilotas" del proletariado, las masas no organizadas, desprovistas de educación política. La lucha obrera no combate únicamente la miseria material. Es una insurrección contra la propia división del trabajo realizada por sus víctimas principales, los esclavos asalariados. El secreto de la huelga de masas es, sencillamente, el combate de los proletarios para convertirse en seres humanos plenamente. Last but not least, la huelga de masas es llevada a cabo por unos consejos obreros revitalizados, que dan a la clase los medios para centralizar su lucha por el poder.

Por eso Rosa Luxemburg, en su discurso ante el Congreso, insistió en que la insurrección armada era el último y no el primer acto de la lucha por el poder. La tarea del momento, decía ella, no es derribar al gobierno, sino minarlo. La diferencia principal con la revolución burguesa, defendía, es el carácter masivo de la proletaria, la fuerza que viene "de abajo" ([7]).

La inmadurez del Congreso

Pero eso fue precisamente lo que el Congreso no comprendió. Para muchos delegados, la siguiente fase de la revolución no se caracterizaba por movimientos de huelga de masas, sino por la lucha inmediata por el poder. Otto Rühle ([8]) expresó muy claramente esa confusión al declarar que era posible tomar el poder en dos semanas. Pero no era el único; el propio Karl Liebknecht, aún admitiendo la posibilidad de un curso más largo de la revolución, no quería excluir la posibilidad de "una victoria muy rápida" en "las semanas próximas" ([9]).

Tenemos todos los elementos para creer lo que refirieron los testigos presentes según los cuales a Rosa Luxemburg, especialmente, la dejaron sorprendida y alarmada los resultados del Congreso. A Leo Jogisches le pasó lo mismo, y se dice que su primera reacción fue aconsejar a Luxemburg y Liebknecht que dejaran Berlín y fueran a hacerse olvidar durante algún tiempo ([10]). Temía que el partido y el proletariado no estuvieran yendo de cabeza a la catástrofe.

Lo que más alarmaba a Rosa Luxemburg, no era, ni mucho menos, las posiciones programáticas adoptadas, sino la ceguera de la mayoría de los delegados ante el peligro que representaba la contrarrevolución y la inmadurez general con la que se habían realizado los debates. En muchas intervenciones se tomaban los deseos por la realidad, dando la impresión de que una mayoría de la clase ya estaba detrás del nuevo partido. La ponencia de Rosa Luxemburg fue saludada con gran júbilo y se adoptó inmediatamente una moción presentada por dieciséis delegados; ella pidió que se publicara su ponencia lo antes posible como "folleto de agitación". Pero el Congreso no la discutió seriamente. Prácticamente ninguna intervención retomó la idea principal de la ponencia de Rosa: la conquista del poder no estaba todavía al orden del día. Una excepción digna de mención fue la contribución de Ernst Meyer quien habló de su reciente visita a las provincias al este del Elba. Refirió que amplios sectores de la pequeña burguesía hablaban de la necesidad de dar una lección a Berlín. Y proseguía:
"Y me chocó más todavía que ni siquiera los obreros de las ciudades habían comprendido las necesidades de la situación. Por eso debemos desarrollar, con toda nuestra capacidad, nuestra agitación no solo en el campo sino también en las ciudades pequeñas y medianas."

Meyer contestó también a la idea de Paul Frölich de animar a la creación de repúblicas locales de consejos:
"Es perfectamente típico de la contrarrevolución el propagar la idea de la posibilidad de repúblicas independientes, lo cual no es sino la expresión del deseo de dividir a Alemania en zonas de diferenciación social, de alejar a las zonas atrasadas de la influencia de las regiones socialmente progresistas" ([11]).

La intervención de Fränkel, delegado de Königsberg, fue especialmente significativa: propuso que la ponencia no fuera discutida en absoluto: "Creo que una discusión sobre el magnífico discurso de la camarada Luxemburg no haría sino debilitarlo", declaró ([12]).

A esa intervención le siguió la de Bäumer, el cual afirmó que la posición proletaria contra cualquier participación en las elecciones era tan evidente que él incluso "lamentaba amargamente" que se hubiera discutido el tema ([13]).

Le incumbió a Rosa Luxemburg concluir la discusión. En fin de cuentas no hubo conclusión. El presidente anunció:
"la camarada Luxemburg, lamentablemente, no podrá hacer la conclusión, no se encuentra bien" ([14]).

Lo que más tarde Karl Radek describiría como la "inmadurez juvenil" del Congreso fundador ([15]) se caracterizaba por la impaciencia y la ingenuidad, pero también por una falta de cultura de debate. Rosa Luxemburg había mencionado ese problema el día anterior:

"Tengo la impresión de que os tomáis vuestro radicalismo demasiado a la ligera. El llamamiento a "votar rápidamente" lo demuestra. No es la madurez ni la seriedad lo que predomina en esta sala... Estamos llamados a cumplir las mayores tareas de la historia universal, y nunca seremos lo suficientemente maduros, lo suficientemente profundos cuando uno piensa en las etapas que nos esperan para alcanzar nuestras metas sin riesgos. Unas decisiones de tal importancia no deben tomarse a la ligera. Lo que aquí falta es una actitud reflexiva, una seriedad que en absoluto excluye el ímpetu revolucionario, sino que ambos deben ir emparejados" ([16]).

Las negociaciones con los "delegados de fábrica"

Los revolutionäre Obleute de Berlín mandaron una delegación al Congreso para negociar la posibilidad de adherirse al Partido. Una particularidad de esas negociaciones era que la mayoría de los siete delegados se consideraba representante de las fábricas en las que trabajaban y votaba sobre cuestiones específicas sobre la base de una especie de sistema proporcional, únicamente tras haber consultado a "su" fuerza de trabajo que, por lo visto, se habría reunido para ello. Liebknecht que llevaba las negociaciones en nombre de la Liga Espartaco, refirió al Congreso que, por ejemplo, sobre la cuestión de participar en las elecciones para la Asamblea nacional, había 26 votos a favor y 16 en contra. Liebknecht añadía: "pero en la minoría hay representantes de fábricas muy importantes en Spandau que tienen 60 000 obreros tras ellos." Däumig y Ledebour que representaban a la izquierda del USPD, y no a los Obleute, no participaron en la votación.

Otro litigio fue la demanda de los Obleute de una paridad en las comisiones para el programa y la organización nombradas por el Congreso. Esa demanda fue rechazada por el hecho de que si bien los delegados representaban a una gran parte de la clase obrera berlinesa, el KPD representaba a la clase en todo el país.

Pero la discrepancia principal que parece haber envenenado la atmósfera de unas negociaciones que habían empezado con ánimo muy constructivo, concernía la estrategia y la táctica en el período venidero, o sea la cuestión que debería haber sido central en las deliberaciones del Congreso. Richard Müller pidió que Spartakusbund abandonara lo que él llamaba su táctica golpista. Parece ahí referirse en particular a la táctica de las manifestaciones armadas cotidianas en Berlín, organizadas por Spartakusbund, en un momento en que, según Müller, la burguesía buscaba provocar un enfrentamiento prematuro con la vanguardia política en la capital. A lo que Liebknecht contestó: "diríase un portavoz del Vorwärts" ([17]) (diario contrarrevolucionario del SPD).

Según el relato que de esas negociaciones hizo Liebknecht ante el Congreso, fue entonces cuando parece haberse producido el giro negativo de aquéllas. Los Obleute que hasta entonces parecían estar satisfechos con cinco representantes en las comisiones mencionadas, empezaron a exigir 8, y así. Los delegados de fábrica amenazaron incluso con formar su propio partido.

El Congreso prosiguió adoptando una resolución de censura a "los elementos pseudoradicales del USPD en quiebra" por el fracaso de las negociaciones. Con diferentes "pretextos", esos elementos intentaban "capitalizar la influencia que tenían sobre los obreros revolucionarios" ([18]).

El artículo sobre el Congreso, aparecido en el Rote Fahne el 3 de enero de 1919 y escrito por Rosa Luxemburg, expresaba un estado de ánimo diferente. El artículo habla de inicio de negociaciones hacia la unificación con los Obleute y los delegados de las grandes fábricas de Berlín, comienzo de un proceso que:

"con toda evidencia llevará irresistiblemente a un proceso de unificación de todos los elementos verdaderamente proletarios y revolucionarios en un marco organizativo único. El que los Obleute revolucionarios del gran Berlín, representantes morales de la vanguardia del proletariado berlinés, acabarán aliándose con Spartakusbund es algo que han demostrado ya prueba ambas partes por su cooperación en todas las acciones revolucionarias de la clase obrera en Berlín hasta hoy" ([19]).

El pretendido "luxemburguismo" del joven KPD

¿Cómo explicar esas debilidades en el nacimiento del KPD?

Tras la derrota de la revolución en Alemania, se dieron toda una serie de explicaciones tanto en el KPD como en la Internacional comunista, que insistían en las debilidades específicas del movimiento en Alemania, sobre todo al compararlo con el de Rusia. A Spartakusbund se le acusaba de defender una teoría "espontaneísta" y pretendidamente luxemburguista de la formación del partido. Ese sería el origen de todo, desde las pretendidas vacilaciones de los espartaquistas para romper con los belicistas del SPD hasta la pretendida indulgencia de Rosa Luxemburg hacia los jóvenes "radicales" del partido.

Esa supuesta "teoría espontaneísta" sobre el partido de parte de Rosa Luxemburg suele remontarse al folleto que ella escribió sobre la revolución de 1905 en Rusia - Huelga de masas, partido y sindicatos -, en la que habría presentado y llamado a la intervención de las masas contra el oportunismo y el reformismo de la Socialdemocracia, como una alternativa a la lucha política y organizativa en el partido mismo. En realidad, la tesis fundamental del movimiento marxista que considera que la progresión del partido de clase depende de una serie de factores "objetivos" y "subjetivos" de los cuales uno de los más importantes es la evolución de la lucha de la clase, es muy anterior a Rosa Luxemburg ([20]).

Además, Rosa Luxemburg propuso una lucha muy concreta en el seno del partido. La lucha para restablecer el control político del partido sobre los sindicatos socialdemócratas. Era una opinión común, entre los sindicalistas especialmente, que la forma organizativa del partido político estaba más predispuesta a capitular ante la lógica del capitalismo que los sindicatos que organizaban directamente a los obreros en lucha. Rosa Luxemburg había comprendido que lo cierto era lo contrario, pues los sindicatos reflejan la división del trabajo reinante, base principal de la sociedad de clases. Había comprendido que los sindicatos y no el SPD, eran los portadores principales de la ideología oportunista y reformista en la socialdemocracia de antes de la guerra y que, so pretexto de la consigna a favor de su "autonomía", los sindicatos, en realidad, estaban ocupando el lugar del partido político de los obreros. Es cierto que la estrategia propuesta por Rosa Luxemburg apareció insuficiente. Pero eso no significa que sea una teoría "espontaneista" o, incluso, anarcosindicalista como se ha llegado a pretender. Y la orientación de Espartaco durante la guerra de formar una oposición en el SPD primero y en USPD después, tampoco era la expresión de una subestimación del partido, sino, al contrario, de la determinación sin fisuras de luchar por el partido, de impedir que sus mejores elementos cayeran en manos de la burguesía.

En una intervención durante el IVo Congreso del KPD, en abril de 1920, Clara Zetkin dijo que en la última carta que recibió de Rosa Luxemburg, ésta le escribió que el Congreso no había tenido razón al no haber hecho de la aceptación de participar en las elecciones una condición de pertenencia al nuevo partido. No hay razón alguna para dudar de la sinceridad de Clara Zetkin en esa declaración. La capacidad de leer lo que los demás escriben, y no lo que uno desearía ver escrito, es, sin duda, más escasa de lo que suele creerse. La carta de Luxemburg a Zetkin, fechada el 11 de enero de 1919, sería publicada más tarde. Esto es lo que Rosa Luxemburg escribió:

"Pero, sobre todo, por lo que se refiere al tema de la no participación en las elecciones: tú le das demasiada importancia a esa decisión. Ningún "pro Rühle" estaba presente, Rühle no era un líder en la Conferencia. Nuestra "derrota" no fue más que el triunfo de un radicalismo indefectible un tanto inmaduro y pueril... Todos nosotros decidimos unánimemente no hacer de esa cuestión un asunto de más importancia, de no tomárnoslo en plan trágico. En realidad, la cuestión de la Asamblea nacional acabará directamente relegada a un segundo plano por la evolución tumultuosa, y si las cosas siguen como ahora, parece muy dudoso que haya algún día elecciones a la Asamblea nacional" ([21]).

El hecho de que fueran los delegados que mostraban más impaciencia e inmadurez los que solían defender las posiciones radicales, dio la impresión de que esa inmadurez era el producto del rechazo a participar en las elecciones burguesas o en los sindicatos. Esa impresión tendría consecuencias trágicas un año más tarde cuando la dirección del KPD, en la Conferencia de Heidelberg, excluyó a la mayoría a causa de su posición sobre las elecciones y sobre los sindicatos ([22]). No era ésa la comprensión de Rosa Luxemburg. Ella sabía que no había otra alternativa a la necesidad de que los revolucionarios transmitieran su experiencia a la generación siguiente y que no se puede fundar un partido de clase sin la nueva generación.

El pretendido carácter desclasado de los "jóvenes radicales"

Tras haber sido excluidos del KPD los radicales, tras haber sido excluido después el KAPD de la Internacional comunista, se empezó a teorizar la idea de que el papel de los "radicales" en el seno de la juventud del partido era la expresión del peso de elementos "desarraigados" y "desclasados". Sin duda será cierto que entre los partidarios de Spartakusbund durante la guerra y, sobre todo, en el seno de los grupos de los "soldados rojos", de los desertores, de los inválidos, etc., hubiera corrientes que no soñaban sino con destrucciones y "terror revolucionario total". Algunos de esos elementos eran muy dudosos y los Obleute tenían razón en desconfiar de ellos. Otros eran unos cabezas locas o, sencillamente, jóvenes obreros que se había politizado con la guerra y no conocían otra forma de expresión que la de pelearse con fusiles y cuya aspiración era lanzarse a una especie de "guerrillas" como la que pronto iba a dirigir Max Hoelz ([23]).

Esa interpretación fue retomada en los años 1970 por autores como Fähnders y Rector, en su obra Linksradikalismus und Literatur ([24]). Éstos intentaron ilustrar su tesis sobre el vínculo entre el comunismo de izquierda y la "lumpenización" con el ejemplo de biografías de artistas radicales que, como el joven Máximo Gorki o Jack London, habían rechazado la sociedad existente situándose fuera de ella. A propósito de uno de los miembros más influyentes del KAPD, aquéllos escriben: 

"Adam Scharrer era uno de los representantes más radicales de la revuelta internacional... lo que lo llevó a la posición extrema y rígida de la Izquierda comunista" ([25]).

En realidad, muchos jóvenes militantes del KPD y de la Izquierda comunista se habían politizado en el movimiento de las juventudes socialistas antes de 1914. Políticamente, no eran, ni mucho menos, los productos ni del "desarraigo" ni de la "lumpenización" causadas por la guerra. Lo que sí es verdad es que su politización giraba en torno al tema de la guerra. Contrariamente a la vieja generación de obreros socialistas que había vivido décadas de rutina política en una época de relativa estabilidad del capitalismo, la juventud socialista se había movilizado de entrada en contra del espectro de la guerra que se anunciaba, desarrollando una fuerte tradición "antimilitarista" ([26]). Y aún cuando la Izquierda marxista quedó reducida a una minoría aislada en la Socialdemocracia, su influencia, en cambio, en el seno de las organizaciones radicales de la juventud era mucho mayor ([27]).

La acusación, por otro lado, según la cual los "radicales" habrían sido unos vagabundos en su juventud, no tiene en cuenta que esos años de "vagabundeo" eran, en aquella época, algo bastante normal en la vida de los proletarios. Era, en parte, un vestigio de la vieja tradición del tiempo de aprendizaje del maestro artesano que caracterizó a las primeras organizaciones políticas en Alemania coma la Liga de los comunistas, una tradición que era ante todo el fruto de la lucha de los obreros para que se prohibiera el trabajo de los niños en las fábricas. Muchos jóvenes obreros se marchaban a "ver mundo" antes de someterse al yugo del trabajo asalariado. Se iban andando a explorar los países de lengua alemana, o a Italia, los Balcanes e incluso Oriente Medio. Los que estaban relacionados con el movimiento obrero encontraban alojamiento barato o gratuito en las Casas sindicales de las grandes ciudades, establecían contactos sociales y políticos, apoyaban las organizaciones juveniles locales. Y fue así como, en el mundo obrero, se fueron desarrollando centros internacionales de intercambio sobre cuestiones políticas, culturales, artísticas, científicas ([28]). Otros se embarcaron, aprendieron idiomas y establecieron vínculos socialistas por todo el planeta. ¡No hace falta preguntarse por qué una juventud así se convirtió en la vanguardia del internacionalismo proletario a través de toda Europa! ([29]).

¿Quiénes eran los "delegados revolucionarios"?

La contrarrevolución acusó a los Obleute de ser agentes pagados por gobiernos extranjeros, por la Entente, y después por el "bolchevismo mundial". Son, en general, conocidos en la historia como una especie de corriente sindicalista de base, localista, centrada en la fábrica, antipartido. En los círculos obreristas se les solía admirar como una especie de conspiradores revolucionarios cuya finalidad era sabotear la guerra imperialista. Es así como se explica la manera con la que "infiltraron" sectores y factorías clave de la industria armamentística alemana.

Examinemos los hechos. Al principio, los Obleute, era un pequeño círculo de funcionarios del partido y de militantes socialdemócratas que se granjearon la confianza de sus colegas por su oposición sin concesiones a la guerra. Estaban fuertemente arraigados en la capital, Berlín, y en la industria metalúrgica, sobre todo entre los torneros. Pertenecían a los obreros educados, los más capaces, con los salarios más altos. Pero eran conocidos por su comportamiento de apoyo y solidaridad hacia los demás, hacia los sectores más frágiles de la clase obrera como las mujeres movilizadas para sustituir a los hombres enviados al frente. Durante la guerra, hubo toda una red de obreros politizados que creció en torno a ellos. No eran, ni mucho menos, una corriente antipartido, sino que en su práctica totalidad eran antiguos socialdemócratas, ahora miembros o simpatizantes del ala izquierda del USPD, incluido Spartakusbund. Participaron apasionadamente en todos los debates políticos que se produjeron en la clandestinidad durante la guerra.

En gran parte, la forma particular que tuvo esa politización se debió a las condiciones del trabajo clandestino, que hacían que las asambleas de masas clandestinas fueran muy escasas y las discusiones abiertas imposibles. En las fábricas, los obreros protegían de la represión a sus dirigentes, a menudo con un éxito notable. El tupido sistema de espionaje de los sindicatos y del SPD solía fracasar cuando querían dar con los nombres de los "cabecillas". En caso de arresto, cada delegado había nombrado un sustituto que cubría inmediatamente su ausencia.

El "secreto" de su capacidad para "infiltrar" los sectores clave de la industria era, pues, muy sencillo. Formaban parte de los "mejores" obreros, de modo que los capitalistas se los disputaban. De este modo, los propios patronos, sin saberlo, pusieron a esos internacionalistas revolucionarios en puestos neurálgicos de la economía de guerra.

La ausencia de la Internacional

El que las tres fuerzas antes mencionadas desempeñaran un papel crucial en la formación del partido de clase no es algo específico de la situación alemana. Una de las características del bolchevismo durante la revolución en Rusia fue cómo unificó esas mismas tres fuerzas que existían en el seno de la clase obrera: el partido de antes de la guerra que representaba el programa y la experiencia organizativa; los obreros avanzados, con conciencia de clase, de las fábricas y demás lugares de trabajo, que arraigaban al partido en la clase y tuvieron un papel decisivo en la resolución de diferentes crisis en la organización; y la juventud revolucionaria politizada por la lucha contra la guerra.

Lo que llama, comparativamente, la atención en Alemania es la ausencia de la misma unidad y de la misma confianza mutua entre esos componentes esenciales. Es eso y no una no se sabe qué calidad inferior de esos elementos mismos, lo que era crucial. Los bolcheviques poseían los medios para esclarecer las confusiones de unos y otros a la vez que mantenían y reforzaban su unidad. Y no era lo mismo en Alemania.

A la vanguardia revolucionaria en Alemania le faltaba unidad y confianza en su misión.

Una de las explicaciones principales es que la revolución alemana se enfrentaba a un enemigo mucho más poderoso. La burguesía alemana era sin lugar a dudas mucho más despiadada, si cabe, que la burguesía rusa. Además la fase inaugurada por la Guerra mundial le había aportado armas nuevas y poderosas. En efecto, antes de 1914, Alemania era el país con las mayores organizaciones obreras de todo el movimiento obrero mundial. Y cuando en el nuevo período, los sindicatos y los partidos socialdemócratas de masas dejaron de servir la causa del proletariado, esos instrumentos se transformaron en obstáculos ingentes. Aquí nos topamos con la dialéctica de la historia. Lo que había sido una fuerza de la clase obrera alemana en una época se convertía ahora en una desventaja.

Se necesita valor para encararse a una fortaleza semejante. Es grande la tentación de ignorar la fuerza enemiga para darse seguridad. Pero el problema no era únicamente la fuerza de la burguesía alemana. Cuando el proletariado ruso acabó con el Estado burgués en 1917, el capitalismo mundial estaba todavía dividido por la guerra imperialista. Es algo bien conocido que los militares alemanes ayudaron de hecho a Lenin y otros dirigentes bolcheviques a volver a Rusia, pues esperaban que eso debilitara la resistencia militar de su adversario en el frente del Este

Pero, ahora, la guerra había terminado y la burguesía mundial se unía contra el proletariado. Uno de los momentos fuertes del Congreso del KPD fue la adopción de una resolución que identificaba y denunciaba la colaboración del ejército británico y el ejército alemán con los propietarios de tierras de los Estados bálticos para poder entrenar en sus posesiones a unidades paramilitares contrarrevolucionarias dirigidas contra "la revolución rusa hoy" y "la revolución alemana mañana".

En tal situación, sólo una nueva Internacional habría podido dar a los revolucionarios y a todo el proletariado de Alemania la confianza, la seguridad y el aplomo necesarios. La revolución podía todavía salir victoriosa en Rusia sin que existiera un partido de clase mundial, porque la burguesía rusa era relativamente débil y aislada, pero no en Alemania. La Internacional comunista no se había fundado todavía cuando el enfrentamiento decisivo de la revolución alemana ya había ocurrido en Berlín. Solo una organización así, que reuniera las adquisiciones teóricas y la experiencia del conjunto del proletariado, habría podido encarar la tarea de llevar a cabo una revolución mundial.

Fue el estallido de la Gran guerra lo que hizo tomar conciencia a los revolucionarios de la necesidad de una oposición de izquierda internacional verdaderamente unida y centralizada. Pero en las condiciones de la guerra, era muy difícil mantener vínculos organizativos como tampoco esclarecer las divergencias políticas que separaban cada día más a las dos principales corrientes de la izquierda de la preguerra: los bolcheviques en torno a Lenin, y la izquierda alemana y la polaca en torno a Luxemburg. La ausencia de unidad antes de la guerra hizo más difícil todavía el transformar las capacidades políticas de las corrientes de los diferentes países en una herencia común de todos y atenuar las debilidades de cada uno.

El choque del hundimiento de la Internacional socialista no fue en ningún otro sitio tan fuerte como en Alemania. Aquí, la confianza en cualidades como la formación teórica, la dirección política, la centralización o la disciplina de partido fue duramente zarandeada. Las condiciones de la guerra, la crisis del movimiento obrero no facilitaron la restauración de la confianza ([30]). 

Conclusión

En este artículo nos hemos centrado en las debilidades que aparecieron en el momento de la formación del Partido. Es necesario para comprender la derrota de principios de 1919, tema del artículo siguiente. Sin embargo, a pesar de esas debilidades, quienes se agruparon cuando la fundación del KPD eran los mejores representantes de su clase, de todo lo noble y generoso de la humanidad, los verdaderos representantes de un porvenir mejor. Volveremos sobre esto al final de la serie.

La unificación de las fuerzas revolucionarias, la formación de una dirección del proletariado digna de ese nombre se había vuelto un problema central de la revolución. Nadie comprendió mejor ese problema que la clase social directamente amenazada por ese proceso. A partir de la revolución del 9 de noviembre, el principal objetivo de la vida política de la burguesía fue la "liquidación" de Espartaco. El KPD se fundó en medio de ese ambiente de pogromo en que se preparaban los golpes decisivos contra la revolución qua iba llegando.

Ese será el tema del próximo artículo.

Steinklopfer



[1]) El orden del día de la invitación era:
1. La crisis del USPD
2. El programa de Spartakusbund
3. La Asamblea nacional
4. La Conferencia internacional

[2]) Contrariamente a esa posición, parece ser que una de las preocupaciones de Leo Jogiches era asociar a los Obleute a la fundación del partido.

[3]) Seis militantes presentes en la Conferencia fueron asesinados por las autoridades alemanas en los meses siguientes.

[4]) Der Gründungsparteitag der KPD, Protokoll und Materalien (Congreso de fundación del KPD, actas y documentos). publicado por Hermann Weber.

[5]) Eugen Leviné fue ejecutado unos meses más tarde por haber sido dirigente de la República de los Consejos de Baviera.

[6]) Frölich, conocido representante de la izquierda de Bremen, escribiría más tarde una célebre biografía de Rosa Luxemburg.

[7]) Ver las actas en alemán, op. cit. (nota 4), p. 196 à 199

[8]) Aunque poco después rechazara toda noción de partido de clase como burguesa y desarrollara una visión más bien individual del desarrollo de la conciencia de clase, Otto Rühle se mantuvo fiel al marxismo y a la clase obrera. Ya durante el Congreso, era partidario de los Einheitorganisationen (grupos politico-économicos) que debían, según él, sustituir a la vez al partido y a los sindicatos. En el debate sobre "Las luchas económicas", Luxemburg contesta a su idea diciendo que la alternativa a los sindicatos son los consejos obreros y los órganos de masas, y no los Einheitorganisationen.

[9]) Actas en alemán, op.cit., p. 222.

[10]) Según Clara Zetkin, Jogisches, en reacción a las discusiones, quería que el Congreso fracasara, o sea que se aplazara la fundación del partido.

[11]) Actas en alemán, op. cit., p. 214

[12]) Según las actas, esa sugestión fue acogida con exclamaciones como "¡Muy justo!". Felizmente no se adoptó la moción de Fränkel.

[13]) Op. cit., p. 209. El día anterior, por la misma razón, Gelwitzki, había dicho que se sentía "avergonzado" de haber discutido esa cuestión. Y cuando Fritz Heckert, que no tenía la misma fama revolucionaria que Luxemburg y Liebknecht, intentó defender la posición del comité central sobre la participación en las elecciones, fue interrumpido por una exclamación de Jakob: "¡Quien está hablando aquí es el espíritu de Noske!" (Op.cit., p. 117). Noske, ministro del ejército socialdemócrata del gobierno burgués del momento entró en la historia con el mote de "perro sangriento de la contrarrevolución"...

[14]) Op. cit., p. 224

[15]) "El Congreso ha demostrado con fuerza la juventud e inexperiencia del Partido. El vínculo con las masas era muy tenue. El Congreso ha adoptado una actitud irónica hacia los Independientes de izquierda. No he tenido la impresión deque, ante mí, existía ya un Partido" (Ídem, p. 47).

[16]) Ídem, p. 99-100.

[17]) Ídem, p. 271.

[18]) Ídem, p. 290.

[19]) Ídem, p. 302.

[20]) Ver los argumentos de Marx y Engels en el seno de la Liga de los Comunistas, tras la derrota de la Revolución de 1848-49.

[21]) Citado por Hermann Weber en los documentos sobre el Congreso de fundación, op.cit., p. 42, 43.

[22]) Una gran parte de los excluidos fundó el KAPD. Así, súbitamente, había dos Partidos comunistas en Alemania, ¡una trágica división de las fuerzas revolucionarias!

[23]) Max Hoelz era simpatizante del KPD y del KAPD; él y sus partidarios, armados, estuvieron activos en la Alemania central a principios de los años 20.

[24]) Walter Fähnders, Martin Rector, Linksradikalismus und Literatur, Untersuchungen zur Geschichte der sozialistischen Literatur in der Weimarer Republik ("Radicalismo de izquierda y literatura; estudios de historia de la literatura socialista en la república de Weimar").

[25]) P. 262. Adam Scharrer, gran figura del KAPD, siguió defendiendo la necesidad de un partido de clase revolucionario hasta el aplastamiento de las organizaciones comunistas de izquierda en 1933.

[26]) La primera aparición de un movimiento de jóvenes socialistas radicales ocurrió en Bélgica en los años 1860, cuando les jóvenes militantes hicieron agitación (con cierto éxito) ante los soldados en los cuarteles para impedir que fueran utilizados contra los obreros en huelga.

[27]) Ver la novela de Scharrer, Vaterlandslose Gesellen (que viene a significar algo así como "El granuja antipatriótico"), escrita en 1929, así como la biografía y el comentario de Arbeitskollektiv proletarisch-revolutionärer Romane, republicado por Oberbaumverlag, Berlin.

[28]) Uno de los testigos principales de ese capítulo de la historia es Willi Münzenberg, especialmente en su libro Die Dritte Front ("El tercer frente"): "Recuerdos de quince años en el movimiento proletario juvenil", publicado por primera vez en 1930.

[29]) El líder más conocido del movimiento de la juventud socialista antes de la guerra era, en Alemania, Karl Liebknecht y en Italia, Amadeo Bordiga.

[30]) El ejemplo de la maduración de la juventud socialista en Suiza gracias a las discusiones regulares con los bolcheviques durante la guerra mostró que eso era posible. "Con una gran capacidad psicológica, Lenin agrupó a los jóvenes en torno a él, participando en sus discusiones por la noche, animándolos, y criticándolos siempre con un espíritu de empatía. Ferdy Böhny lo recordaría más tarde: "la manera con la que discutía con nosotros se parecía a la del diálogo socrático"" (Babette Gross: Willi Münzenberg, Eine politische Biografie, p. 93).

Historia del Movimiento obrero: 

  • 1919 - la revolución alemana [17]

Resolución sobre la situación internacional - Las condiciones para el resurgir de la lucha de clases

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Resolución sobre la situación internacional

Las condiciones para el resurgir de la lucha de clases

Dos años y medio después del hundimiento del bloque del Este y de los regímenes estalinistas de Europa, la situación mundial sigue estando determinada en gran parte por ese considerable acontecimiento histórico, el cual ha sido, en particular, un factor agravante sin precedentes de la situación de descomposición del capitalismo sobre todo en el plano de unos antagonismos imperialistas cada día más marcados por el caos resultante de la descomposición. La crisis económica del modo de producción capitalista, con su fuerte agravación actual sobre todo en las metrópolis del capitalismo, está volviendo, sin embargo, a ser el centro de la situación. Porque destruye las ilusiones, propaladas con profusión, sobre la “superioridad del capitalismo”, porque va dejando en evidencia el atolladero en que se encuentra ese sistema, porque obliga a la clase obrera a movilizarse por defender sus intereses económicos frente a los ataques cada día más brutales que la burguesía está obligada a desencadenar, la crisis es una poderosa palanca para superar las dificultades encontradas por la clase obrera desde el hundimiento del bloque del Este.

*

1) La invasión de la vida del capitalismo en su conjunto por la descomposición es un proceso que aparece a principios de los años 80 e incluso a finales de los 70, una de cuyas expresiones es, por ejemplo, las convulsiones habidas en Irán que desembocaron en la constitución de una República “islámica” y la pérdida de control de ese país por parte de su bloque tutelar. La agonía y muerte de los regímenes de estalinistas y el desmoronamiento del bloque imperialista dominado por la URSS han sido una manifestación de ese proceso, pero además, esos hechos históricos de tanta importancia han provocado una fortísima aceleración del mismo. Por ello puede considerarse que revelan y marcan la entrada del capitalismo en una nueva fase de su período de decadencia, la de la descomposición, del mismo modo que la Primera Guerra mundial fue la primera convulsión de gran envergadura resultante de la entrada de esa sistema en su decadencia y que iba a dar una amplitud mucho más grande a sus diferentes manifestaciones.

Así, el hundimiento de los regímenes estalinistas de Europa ha abierto un período de convulsiones catastróficas en los países en que imperaban esos regímenes. Pero donde mejor quedan plasmadas las características del nuevo período es en los antagonismos imperialistas a escala mundial. La palabra que mejor define la situación actual en las relaciones imperialistas entre los Estados es: caos.

2) La guerra del Golfo de principios del 91 fue la primera manifestación de la gran nuevo “estado del mundo”:

- fue consecuencia de la desaparición del bloque del Este y de las primeras manifestaciones de su ineluctable consecuencia, la desaparición del bloque occidental mismo;
- fue, para la primera potencia mundial, Estados Unidos, una acción de gran envergadura para limitar los efectos de la disgregación del bloque occidental, forzando a los antiguos aliados (y en primer término, a Alemania, a Japón y a Francia) a que “expresasen”, bajo su batuta, su “solidaridad” frente a la desestabilización general del mundo;
- sirvió de ejemplo, gracias a la bestial barbarie producida por esa guerra, de lo que le espera a la humanidad entera;
- a pesar de los enormes medios empleados, esa guerra habrá podido aminorar, pero no podrá en absoluto invertir las grandes tendencias que se han impuesto desde la desaparición del bloque ruso, o sea, la desaparición del bloque occidental, los primeros pasos hacia la formación de un nuevo bloque imperialista dirigido por Alemania, la agravación del caos en las relaciones imperialistas.

3) La barbarie bélica que se ha desencadenado en Yugoslavia unos cuantos meses después del final de la guerra del Golfo es una ilustración indiscutible de lo afirmado antes. En particular, los acontecimientos que han originado esa barbarie, la proclamación de la independencia de Eslovenia y de Croacia, aunque ya de por sí son expresión del caos y de la agudización de los nacionalismos característicos de las zonas del mundo dominadas por regímenes estalinistas, sólo han podido realizarse porque esas naciones estaban aseguradas del apoyo de la primera potencia europea, Alemania. Mucho más que su indisciplina durante la crisis del Golfo (viaje de Brandt a Bagdad con el consentimiento de Kohl), la acción diplomática de la burguesía alemana en los Balcanes, que tenía el objetivo de abrirse un paso estratégico en el Mediterráneo mediante una Croacia “independiente” a sus órdenes, ha sido el primer acto decisivo en su candidatura para dirigir un nuevo bloque imperialista.

4) La enorme superioridad militar de Estados Unidos en el momento actual, para cuyo aparatoso y asesino alarde sirvió precisamente la guerra del Golfo, obliga evidentemente a la burguesía alemana a limitar considerablemente por ahora sus ambiciones. Maniatada todavía en el plano diplomático y militar (tratados que le prohíben intervenir fuera de sus fronteras, presencia de tropas USA en su territorio), desprovista del arma atómica y de una industria puntera de armamento, Alemania está todavía empezando el camino que podría llevarla a formar en torno suyo un nuevo bloque imperialista. Por otra parte, como hemos visto en Yugoslavia, la voluntad de Alemania en sus nuevas ambiciones imperialistas no puede sino conducir a que se acentúe la situación de inestabilidad en Europa y por lo tanto a agravar el caos en esta parte del mundo, lo cual, habida cuenta de su posición geográfica es, para ella, más que para los demás países occidentales, una amenaza de primer orden, sobre todo con la forma de una emigración masiva. Por eso Alemania sigue manteniendo su lugar en la estructura de la OTAN. Esta organización, como lo anunció ella misma en su cumbre de Roma del otoño 1991, ya no tiene el objetivo de hacer frente a una potencia rusa en pleno desmoronamiento, sino servir de protección contra las convulsiones en Europa del Este. La necesaria fidelidad de Alemania a la OTAN reduce mucho su margen de maniobra respecto a la potencia estadounidense que dirige esa organización.

5) Y, en fin, la necesidad para Alemania de dotarse de aliados de primer plano en Europa occidental, condición de su ascenso al rango de potencia mundial, choca de momento con dificultades importantes. En la CEE, no podrá contar en ningún caso con Gran Bretaña (el mejor aliado de EEUU) ni con Holanda, cuyos lazos económicos con su gran vecino la incitan precisamente a inclinarse hacia EEUU y Gran Bretaña para no acabar siendo una simple provincia alemana, siendo así la cabeza de puente de esas potencias en el norte del continente europeo. De todos los grandes de Europa, Francia es la más interesada en mantener lazos estrechos con Alemania, al no poder ocupar la plaza de lugarteniente de EEUU en la esfera europea, plaza que la comunidad de lengua y sobre todo la situación geográfica han atribuido definitivamente a Gran Bretaña. Sin embargo, la alianza franco-alemana no puede tener la misma solidez y estabilidad que la que existe entre las dos potencias anglosajonas, en la medida en que:
- los dos asociados no ponen las mismas expectativas en su alianza. Alemania aspira a una posición dominante, mientras que Francia quisiera conservar un estatuto de alter ego, pues su posesión del arma atómica y de posiciones imperialistas en África compensaría su inferioridad económica. Esa diferencia puede desembocar en posturas diplomáticas divergentes, como hemos visto respecto a Yugoslavia;
- la potencia estadounidense ya se ha puesto manos a la obra para hacer pagar muy cara a Francia su infidelidad: expulsión del Líbano, apoyo a las aventuras de Hissen Habré en Chad, apoyo al FIS en Argelia, “affaire” Habache, etc., a ver si con ello logra hacerla volver a “mejores inclinaciones”.

6) Sin embargo, ni su enorme atraso militar actual, ni las zancadillas que EEUU le va poner sin lugar a dudas, ni el riesgo de acentuar el caos podrían desviar a Alemania del camino en que ya se ha metido. La crisis capitalista hace inevitable la agravación de los antagonismos imperialistas. Y la tendencia de esos antagonismos es hacia un reparto del mundo en dos bloques imperialistas. La potencia económica de Alemania y su lugar en Europa no harán sino empujarla cada día más por ese camino, lo cual es, a su vez, un factor de inestabilidad suplementario en el mundo de hoy.

Más generalmente, incluso si la amenaza del caos es un factor que puede ser un freno en ciertos momentos a la afirmación por las grandes potencias de sus propios intereses imperialistas, la tendencia histórica dominante del mundo actual es a la agudización de sus antagonismos, por muy catastrófica que pueda acabar siendo esa agudización. En especial, la determinación de Estados Unidos, mostrada con la guerra del Golfo, de representar plenamente su papel de “gendarme del mundo” acabará desembocando en fin de cuentas en el empleo creciente de la fuerza militar y el chantaje con el caos, lo cual contribuirá a agravarlo todavía más, como así quedó ilustrado con el problema kurdo y la situación en Oriente medio después de esa guerra. Así, sean cuales sean los intentos de las grandes potencias por ponerle remedio, es el caos lo que imperará cada día más en las relaciones entre Estados en el mundo de hoy, un caos a la vez causa y consecuencia de los conflictos bélicos, caos que se verá incrementado por la crisis del modo de producción capitalista.

7) La recesión abierta en la que se ha hundido desde hace dos años la primera potencia mundial ha venido a echar por los suelos muchas ilusiones forjadas y propaladas por la burguesía durante la mayor parte de los años 80. Las famosas “reaganomics” que hicieron posible el período más largo, desde los años 60, de crecimiento continuo de las cifras consideradas como representativas de la riqueza de los países (como el PNB), aparecen ahora como un fracaso contundente que ha hecho de Estados Unidos el país más endeudado del planeta y que tienen cada día más dificultades para financiar sus deudas. El estado de salud de la economía norteamericana con sus deuda total de 10 billones (1 y trece ceros) de dólares, su caída de 4,7 % de las inversiones en 1991 a pesar de la baja histórica de los tipos de interés, su déficit presupuestario de 348.000 millones de dólares para 1992, son índices significativos de la situación catastrófica en la que se encuentra la economía mundial. Ésta, desde finales de los 60, sólo ha logrado hacer frente a la contracción ineluctable de los mercados solventes mediante la huida ciega en el endeudamiento generalizado. Fue así como la fuerte recesión mundial de 1974-75 sólo pudo ser superada mediante la inyección masiva de créditos a los países subdesarrollados y a los países del Este que les permitieron, durante un corto período, relanzar, con sus compras, la producción de los países industrializados, pero que los condujo rápidamente a la suspensión de pagos. La recesión de 81-82, consecuencia ineluctable de esta situación, tampoco pudo ser a su vez superada más que gracias a un nuevo relanzamiento de la deuda, no ya de los países periféricos, sino del más poderoso de todos. El déficit comercial de EEUU sirvió de nueva “locomotora” a la producción mundial y su “crecimiento” interno  fue espoleado con déficits presupuestarios más y más gigantescos. Por eso es por lo que el callejón sin salida económico con el que se enfrenta la burguesía estadounidense ha cobrado ese carácter de gravedad para toda la economía mundial. Desde ahora, el tren capitalista ya no puede contar con la más floja “locomotora”. Asfixiado por el endeudamiento, no podrá evitar, tanto globalmente como en cada país, la consecuencia ineluctable de la crisis de sobreproducción: la caída constante de la producción, el abandono de sectores cada día más amplios del aparato productivo, la reducción drástica de la fuerza de trabajo, las quiebras en serie, especialmente en el sector financiero, a cuya comparación las de los últimos años aparecerán como menudencias.

8) Esa perspectiva no va a ser anulada ni mucho menos por los cambios habidos en la economía de los países antiguamente autoproclamados “socialistas”. Para esos países, las medidas de “liberalización” y de privatización lo único que van a lograr es añadir más desorganización y bajas mayores de la producción a una destartalada e improductiva economía, causa del hundimiento de los regímenes estalinistas. Ya hoy o a muy corto plazo, lo que amenaza a las poblaciones de muchos de esos países es sencillamente el hambre. Lo que les espera a la mayoría de esos países, y especialmente a los surgidos de la difunta URSS, en donde los choques étnicos y nacionalistas agravarán más aún las cosas, es una caída imparable en el tercer mundo. No han hecho falta ni dos años para que se disolvieran en la nada las ilusiones sobre los miríficos “mercados” que pretendidamente se iban a abrir en el Este. Estos países, endeudados ya hasta el pescuezo, poco van a poder comprar a los países más desarrollados, los cuales, enfrentados ya a una crisis de liquidez sin precedentes, van a otorgar créditos con la más extrema prudencia a economías que parecen más bien pozos sin fondo. No habrá “plan Marshall” ni cosa parecida para los países del Este, no habrá una verdadera reconstrucción de su economía que permitiría a los países más industrializados relanzar su producción.

9) La agravación considerable de la situación de la economía mundial va a plasmarse en una continuada intensificación, a niveles sin precedentes, de los ataques capitalistas contra la clase obrera de todos los países. Con el desencadenamiento de la guerra comercial, de la competencia por mercados cada día más restringidos, las bajas de los salarios reales y la agravación de las condiciones de trabajo (aumento de los ritmos, ahorros en la seguridad laboral, etc.) van a ir parejas con la reducción masiva de los subsidios sociales (educación, salud, pensiones, etc.) y de las plantillas. El desempleo, cuya curva estadística ha vuelto a torcerse bruscamente hacia arriba en los principales países industriales (1991: 28 millones de parados en la OCDE; 1990: 24,6) y acabará sobrepasando, y con mucho, los niveles más altos de principios de los años 80. Sobre la clase obrera se cierne la miseria más sórdida e insoportable, y no sólo en los países menos desarrollados, también en los más ricos. La desventura que hoy abruma a los obreros de los países ex “socialistas” indica a los obreros de las metrópolis de Occidente la dirección hacia la que dirigen sus condiciones de existencia. Sería, sin embargo, totalmente falso “no ver en la miseria más que la miseria”, como ya Marx se lo reprochaba a Prudhon. A pesar de la suma trágica de sufrimiento que significa para la clase obrera, y en gran parte a causa de ella, la agravación actual y futura de la crisis capitalista, también ésta es portadora de la reanudación de los combates de clase y de la progresión de la conciencia en las filas obreras.

10) El hundimiento del estalinismo, ese sistema que fue la punta de lanza de la contrarrevolución que siguió a la oleada revolucionaria de la primera posguerra, ha provocado, paradójicamente pero de modo perfectamente explicable y previsto, un retroceso muy sensible de la conciencia en la clase obrera. Este hundimiento abrió la posibilidad de que se desencadenaran campañas sin precedentes sobre el tema de la “muerte del comunismo”, de la “victoria del capitalismo” y de la “democracia”, lo cual no ha hecho sino acentuar la desorientación de la gran mayoría de los obreros sobre la perspectiva de sus combates. Esos hechos, sin embargo, sólo tuvieron un impacto limitado en duración y profundidad sobre la combatividad obrera, como así lo confirmaron las luchas de la primavera de 1990 en diferentes países. En cambio, a partir del verano de 1990, la crisis y la guerra del Golfo, al provocar un fuerte sentimiento de impotencia en las filas del proletariado de los países más avanzados (países que estaban todos, directa o indirectamente, implicados en la acción de la “coalición”) fueron un factor muy importante de parálisis de su combatividad. Al mismo tiempo, esos acontecimientos, al poner al desnudo las mentiras sobre el “nuevo orden mundial”, al desvelar el comportamiento criminal de las “grandes democracias” y de todos los defensores profesionales de los “derechos humanos”, han contribuido a la labor de zapa de parte del impacto en las conciencias obreras de las campañas anteriores. Por esta razón, los principales sectores de la burguesía han procurado tapar cuidadosamente sus “hazañas” con el tupido velo de las mentiras, las campañas mediáticas y nuevas operaciones “humanitarias” como la organizada en favor de unos kurdos que esos mismos sectores habían entregado maniatados a la represión del régimen de Saddam Husein.

11) El último acto de toda esa serie de acontecimientos que han afectado las condiciones para que se desarrolle la conciencia y la combatividad en la clase obrera se ha representado a partir del verano de 1991 con las siguientes escenas:
- el golpe fallido en la URSS, la desaparición de su partido dirigente y la dislocación de ese país;
- la guerra civil en Yugoslavia.

Estos dos últimos acontecimientos han acarreado un nuevo retroceso de la clase obrera, tanto en su combatividad como en su conciencia. Aunque no haya tenido tanto impacto como lo acontecido en la segunda mitad de 1989, el hundimiento del régimen pretendidamente “comunista” de la URSS y la dislocación del país que había conocido la primera revolución proletaria victoriosa, ha sido un ataque mucho más profundo todavía contra la perspectiva del comunismo en las conciencias obreras. Al mismo tiempo, las nuevas amenazas de enfrentamientos militares catastróficos (incluso a golpe de arma nuclear) resultantes de esa dislocación han acentuado también ese sentimiento de impotente inquietud. Este sentimiento se ha incrementado con la guerra civil en Yugoslavia, a unos cuantos cientos de kilómetros de las grandes concentraciones obreras de Europa occidental, en la medida en que el proletariado de éstas no ha podido hacer otra cosa que ser espectador de matanzas absurdas y que lo único que le queda es confiar en la buena fe de los gobiernos e instituciones internacionales (CEE, ONU) para acabar con ellas. Además, la conclusión (provisional) de ese conflicto, con el envío por las grandes potencias de una “misión de paz” bajo el estandarte de la ONU, ha servido para dar otra vez lustre al blasón, oxidado por la guerra del Golfo, de aquéllas y de ésta.

12) Los acontecimientos de Yugoslavia han venido a poner de evidencia la complejidad del lazo que existe entre la guerra y la toma de conciencia del proletariado. Históricamente, la guerra ha sido siempre un poderoso factor tanto de la movilización como de la toma de conciencia de la clase obrera. La Comuna de París, la revolución de 1905 y la de 1917 en Rusia, la de 1918 en Alemania, fueron resultados de esa guerra. Pero, a la vez, la guerra, como lo ha mostrado la CCI, no crea las condiciones más favorables para la extensión de la revolución a escala mundial. La Segunda Guerra mundial ha demostrado, además, que desde entonces, era algo ilusorio el apostar por un surgimiento del proletariado durante un conflicto imperialista generalizado y que éste era, al contrario, un factor de precipitación de la clase en la contrarrevolución. Pero la guerra imperialista no ha perdido por ello su capacidad para poner de relieve ante los proletarios la naturaleza profundamente brutal del capitalismo decadente y de los peligros que está haciendo correr a la humanidad, el comportamiento gansteril de los “hombres de buena voluntad” que gobiernan el mundo burgués y que la clase obrera es la principal víctima de sus fechorías. Por eso fue por lo que la Guerra del Golfo pudo servir, parcialmente, de antídoto al veneno ideológico inoculado durante el año 1989. Pero, hoy, para que la guerra pueda tener ese impacto positivo en la conciencia de las masas obreras, es necesario que aparezca claramente lo que está en juego ante los proletarios, y esto supone:
- que éstos no estén masivamente encuadrados tras las banderas nacionales (por esta razón es por la que los diferentes conflictos que están desgarrando las regiones en las que imperaba el estalinismo están acentuando el desconcierto de los obreros que allí viven);
- que la responsabilidad, en la barbarie y en las masacres, de los países avanzados sea evidente y no ocultada por las circunstancias locales (conflictos étnicos, odios ancestrales) o las operaciones “humanitarias” (como las “misiones de paz” de la ONU).

En el período venidero, no va a ser de enfrentamientos como los de Yugoslavia o del Cáucaso de donde habrá que esperar un impulso de la toma de conciencia en las masas obreras. Pero la necesidad para las grandes potencias de implicarse cada día más y más directamente en los conflictos bélicos va a ser un factor importante de la toma de conciencia en las filas obreras, especialmente en los sectores decisivos del proletariado mundial que viven precisamente en esos grandes países.

13) Más generalmente, las diferentes consecuencias del atolladero histórico en que se encuentra el modo de producción capitalista no tienen todos los mismos signos desde el punto de vista de la toma de conciencia en la clase obrera. Por ejemplo, las características específicas de la fase de descomposición, especialmente la putrefacción de raíz de la sociedad y el caos, son por ahora un factor de confusión en la clase obrera. Así ocurre, por ejemplo, con las dramáticas convulsiones que afectan al aparato político de la burguesía en los países que acaban de salir del pretendido “socialismo real” o en algunos países musulmanes (el auge del integrismo). En los países adelantados también, los sobresaltos varios que sacuden el aparato político, a una menor escala claro está y sin que se salgan del control de las fuerzas burguesas dominantes (auge de los movimientos racistas en Francia, Bélgica, Este de Alemania, éxitos electorales de los partidos regionalistas en Italia, de los ecologistas en Francia o Bélgica), son utilizados con eficacia para atacar la conciencia de los obreros. En realidad, los únicos elementos que van a favor de la toma de conciencia de proletariado son los que pertenecen a la decadencia del capitalismo en su conjunto y no son específicos de su etapa de descomposición: la guerra imperialista con una participación directa de las metrópolis del capitalismo y la crisis de la economía capitalista.

14) Así como es importante distinguir el grado de contribución de los diferentes aspectos del trágico atolladero en el que se encuentra la sociedad para la conciencia del conjunto de la clase obrera, es necesario discernir las diferencias de cómo afecta esta situación a cada uno de sus sectores. Muy especialmente, debe estar claro que, como la CCI lo ha puesto de relieve desde principios de los 80, el proletariado de los países ex “socialistas” está enfrentado a dificultades enormes en su toma de conciencia. A pesar de las dificultades que ya ha soportado y que habrá de soportar más todavía, pese a las luchas, a veces de gran amplitud, que va a seguir llevando a cabo contra esos ataques, ese sector de la clase obrera mundial se distingue por su debilidad política que hace de él una presa bastante fácil para las maniobras demagógicas de los políticos burgueses. Sólo será la experiencia y el ejemplo de los combates de los sectores más avanzados de la clase, en especial los de Europa occidental, contra las más sofisticadas trampas que le tiende la burguesía, lo que permitirá a los obreros de Europa del Este dar pasos decisivos en el proceso de toma de conciencia.

15) Asimismo, en el seno del conjunto de la clase obrera mundial, es importante establecer también una clara distinción, en cómo se han percibido los grandes cambios habidos desde 1989, entre las minorías de vanguardia y las grandes masas del proletariado. Así, del mismo modo que en éstas ha hecho mella plenamente la sucesión de unas campañas de la burguesía que las ha llevado a dar la espalda a toda perspectiva de derrocamiento del capitalismo, las mismas campañas y los mismos acontecimientos han provocado, al contrario, una nueva movilización y un nuevo interés por las posiciones revolucionarias en las minorías, muy pequeñas, que se han negado a dejarse arrastrar y ensordecer por los discursos sobre la “muerte del comunismo”. Es ésta una nueva ilustración de que contra el escepticismo, el desconcierto y la desesperanza que los diferentes aspectos de la descomposición hacen pesar en el conjunto de la sociedad, y en particular en la clase obrera, el único antídoto es afirmar la perspectiva comunista. Ese incremento reciente de la audiencia de las posiciones revolucionarias es también la confirmación de la naturaleza del curso histórico tal como se ha desarrollado desde finales de los años 60, un curso hacia los enfrentamientos de clase y no hacia la contrarrevolución, un curso que los acontecimientos de los últimos años, por muy nefastos que hayan sido en general para la conciencia del proletariado, no han logrado cambiar de sentido.

16) Y es precisamente porque el curso histórico no ha sido trastornado, y la burguesía no ha logrado con sus múltiples campañas y maniobras asestar una derrota decisiva al proletariado de los países avanzados y encuadrarlo tras sus banderas, por lo que el retroceso sufrido por éste, tanto en su conciencia como en su combatividad, será necesariamente superado. Ya la agravación considerable de la crisis capitalista, especialmente en los países más desarrollados, es un factor de primera importancia en la negación de todas las mentiras sobre el “triunfo” del capitalismo, incluso en ausencia de luchas abiertas. Asimismo, la acumulación del descontento provocado por la multiplicación y la intensificación de los ataques resultantes de esa agravación de la crisis, abrirá, al cabo, el camino a movimientos de gran amplitud que volverán a dar confianza a la clase obrera, le recordarán que ella es, ya desde ahora, una fuerza considerable en la sociedad y permitirán a una masa cada día mayor de obreros volver a encarar la perspectiva del derrocamiento del capitalismo. Por ahora, las luchas obreras están en uno de los niveles más bajos desde la última guerra mundial. Lo que sí hay que saber es que ya se están desplegando en profundidad las condiciones para el resurgir de las luchas, lo cual debe incitar a los revolucionarios a una vigilancia creciente para que no les sorprenda ese surgimiento y estén preparados para intervenir en él para hacer avanzar la perspectiva comunista.

CCI, 29/3/1992   

Vida de la CCI: 

  • resoluciones de Congresos [18]

1492: “Descubrimiento de América” - La burguesía celebra 500 años de capitalismo

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Con grandiosos oropeles está celebrando la clase dominante el 500º aniversario del descubrimiento de las Américas por Cristóbal Colón. La Exposición universal de Sevilla es el punto céntrico de estas celebraciones tan mediáticas. Pero el espectáculo no se para ahí. La mayor flota de veleros que haya atravesado nunca el Atlántico se ha lanzado al océano siguiendo los rumbos del augusto descubridor; se están filmando o se han filmado varias películas que refieren la epopeya de Colón; libros, novelas históricas y estudios universitarios han sido publicados sobre el descubrimiento, sus consecuencias y su significado; en las pantallas del mundo entero se dedican espacios a ese hecho histórico y la prensa ha publicado artículos en cantidad. Raras veces un acontecimiento histórico, que todos los niños estudian en las escuelas, habrá concentrado tantos medios para su celebración. No es casualidad.

La llegada de las tres carabelas a las costas del Nuevo Mundo abrió las puertas de un período que los historiadores de la clase dominante van a adornar con todas las virtudes, calificando ese período histórico que se inicia a mediados del siglo XV, como período de los descubrimientos, época del Renacimiento, pues es el período que verá al capitalismo imponerse en Europa e iniciar su conquista del mundo. Lo que celebra la clase dominante no es sólo el 500º aniversario de un hecho histórico de gran alcance; es también, simbólicamente, el de medio milenio de dominación del capitalismo.

Un descubrimiento hecho posible por el desarrollo del capitalismo

En el siglo xv, los vientos que hinchan las velas de las carabelas lanzándolas hacia nuevos horizontes son los del capitalismo mercantil en búsqueda de nuevos derroteros comerciales hacia la India y Asia para allí intercambiar especias y sederías, “más valiosas que el oro”. Tan cierto es eso que Colón, hasta su muerte en 1506 estará convencido de que las orillas a las que han arribado sus navíos son las de Asia, de la India, adonde estaba empeñado en llegar para abrir un nuevo derrotero occidental. El nuevo continente que había él descubierto sin saberlo no habría de llevar su nombre, sino el del navegante Amérigo Vespucci que sería uno de los primeros en establecer, en la relación de sus viajes publicada en 1507, que las tierras recién descubiertas eran un nuevo continente.

Hoy está comprobado que varios siglos antes, los vikingos ya habían arribado a las costas de América del Norte; es incluso probable que en otros momentos de la historia humana, esforzados navegantes hubieran ya llevado a cabo la travesía de la mar oceana de Este a Oeste. Pero esos “descubrimientos”, al no corresponder a las necesidades del desarrollo económico, quedaron en el mayor olvido. No ocurre lo mismo con la expedición colombina. El descubrimiento de América por Colón no es fruto de la casualidad, de una simple aventura extraordinaria de un puñado de hombres. Colón no es un aventurero aislado, sino que es un navegante entre otros muchos que se lanzan a surcar los océanos. Es el producto de las necesidades del capitalismo que se desarrolla en Europa, se integra en un movimiento de conjunto que empuja a los navegantes a la búsqueda de nuevas rutas comerciales.

Ese movimiento de conjunto tiene su origen en los cambios económicos, culturales y sociales que trastornan a Europa con la decadencia del feudalismo y el auge del capitalismo mercantil.

Desde el siglo xii, las actividades comerciales, de la banca y las finanzas han florecido en las repúblicas italianas, las cuales poseen el monopolio del comercio hacia Oriente. “Desde el siglo xv, los burgueses de las ciudades se habían hecho más indispensables para la sociedad que la nobleza feudal. (...) Se habían incrementado las necesidades de la nobleza misma, se habían transformado hasta el punto que, incluso para ella, las ciudades se habían vuelto indispensables; ¿no sacaba ella de las ciudades el único instrumento de su producción, su coraza y sus armas? Las telas, los muebles y las joyas indígenas, las sedas de Italia, los encajes de Brabante, las pieles del Norte, los perfumes de Arabia, las frutas de Levante, las especias de la India, todo lo compraba a los habitantes de las ciudades... Se había desarrollado un cierto comercio mundial; los italianos surcaban el Mediterráneo y, más allá, hacia las costas del Atlántico hasta Flandes; pese a la competencia holandesa e inglesa, los mercaderes de la Hansa dominaban todavía los mares del Norte y el Báltico. (...) Mientras que la nobleza se volvía cada día más superflua e impedía siempre más la evolución, los burgueses de las ciudades, en cambio, se estaban convirtiendo en la clase que personificaba el progreso de la producción y del comercio, de la cultura y de las instituciones políticas y sociales” ([1]).

El siglo xv está marcado por el impulso de los conocimientos, inicio del Renacimiento, caracterizado no sólo por el redescubrimiento de los textos de la Antigüedad, sino también por las maravillas de Oriente, como la pólvora que introducen en Europa los comerciantes, y los nuevos descubrimientos como la imprenta, los progresos en las técnicas metalúrgicas, o de los telares, que permitió el desarrollo de la economía. Uno de los sectores en el que habrá más cambios a causa del desarrollo de los conocimientos es el de la navegación, sector central para el comercio, al ser su principal vehículo, con la invención de nuevos tipos de embarcaciones, más sólidas, mayores, mejor adaptadas a la navegación oceánica de altura, y con el desarrollo de un mejor conocimiento de la geografía y de las técnicas de navegación. « Además, la navegación era una industria netamente burguesa, e imprimió su carácter antifeudal a todas las flotas moderna” ([2]).

Al mismo tiempo, se crearon y se reforzaron los grandes Estados feudales. Sin embargo, ese movimiento no se plasmó en un reforzamiento del feudalismo, sino en su regresión, crisis y decadencia. “Es evidente que (...) la realeza era un elemento de progreso. Representaba el orden en el desorden, la nación en formación frente a la disgregación en estados vasallos rivales. Todos los elementos revolucionarios que se estaban formando bajo la superficie del feudalismo estaban tan obligados a apoyarse en la realeza como ésta lo estaba a apoyarse en ellos” ([3]).

La expansión de la dominación otomana en Oriente medio y en el Este de Europa, concretada en la toma de Constantinopla en 1453 desemboca en la guerra con la república de Venecia a partir de 1463, cortando las rutas comerciales tan fructíferas con Asia a los mercaderes italianos que disfrutaban de un monopolio casi total de ellas. La necesidad económica de abrir nuevas rutas comerciales hacia los tesoros de las míticas Indias, Cathay (China) y Cipango (Japón) y la perspectiva de apropiarse de las fuentes de riqueza de Génova y Venecia va a ser el estimulante que va a animar a los reinos de Portugal primero y de España después a patrocinar y financiar expediciones marítimas.

Y es así como durante el siglo xv se fueron reuniendo en Europa las condiciones y los medios que habrían de permitir el desarrollo de la exploración marítima del mundo:
- desarrollo de una clase mercantil e industrial, la burguesía;
- desarrollo de los conocimientos y de las técnicas, que se concreta particularmente en la navegación;
- formación de los Estados que van a apoyar las expediciones marítimas;
- situación de bloqueo del comercio tradicional con Asia, lo cual va a animar la búsqueda de nuevos derroteros.

Desde principios del siglo xv, Enrique el Navegante, rey de Portugal, financia expediciones del litoral africano, estableciendo en el Norte las primeras plazas (Ceuta en 1415). Serán poco después, los archipiélagos atlánticos: Madeira en 1419, Azores en 1431, Cabo Verde en 1457. Más tarde, bajo el reinado de Juan II, los navegantes portugueses alcanzan la desembocadura del Congo en 1482 y el cabo de la Buena Esperanza es doblado por Bartolomé Días, abriendo así la ruta de las Indias y de las especias, que Vasco de Gama seguirá en 1498. La expedición de Colón es pues una más entre muchas otras. En un principio, Colón ofreció sus servicios a los portugueses para explorar una ruta occidental hacia las Indias, pero éstos que quizás habían avistado Terranova en 1474, se lo negaron pues preferían otro camino, el que doblaba África por el sur. Del mismo modo que Colón se benefició de la experiencia de los navegantes portugueses, su propia experiencia  va a servirle a Juan Caboto, quien, al servicio de Inglaterra, llega al Labrador en 1496. Yáñez Pinzón y Diego de Lepe, por cuenta de Castilla, descubren en 1499 la desembocadura del Orinoco. El portugués Cabral, que intentaba contornear África, alcanza, en 1500, las costas del Brasil. En 1513, Balboa llegará al océano Pacífico. Y en 1519, Magallanes y Elcano soltarán amarras para el primer viaje de circunnavegación de la Tierra.

“Y esa necesidad de partir hacia lejanas aventuras, a pesar de las formas feudales o semifeudales en las que se realizó al principio, era, ya en sus propias raíces, incompatible con el feudalismo cuyas bases eran la agricultura, cuyas guerras de conquista tenían el objetivo esencial de apropiarse de tierras” ([4]).

No son pues los grandes descubrimientos los que traen consigo el desarrollo del capitalismo, sino, al revés, es el desarrollo del capitalismo en Europa lo que permite esos descubrimientos, ya sea en el plano geográfico, ya sea en el de las técnicas. Colón, como Gutenberg, es el producto del desarrollo histórico del capital. Sin embargo, esos descubrimientos serán un poderoso factor de aceleración del desarrollo del capitalismo y de la clase que lleva consigo, la burguesía.

“El descubrimiento de América, la circunnavegación de África ofrecieron a la burguesía naciente un nuevo campo de acción. Los mercados de las Indias orientales y de la China, la colonización de América, los intercambios con las colonias, el incremento de los medios de intercambio y de las mercancías en general, dieron al comercio, a la navegación y a la industria un ímpetu hasta entonces desconocido ; y por eso mismo, aceleraron el desarrollo de los factores revolucionarios en el seno de una sociedad feudal en descomposición” ([5]).

“No cabe la menor duda –y es cabalmente este hecho el que ha engendrado concepciones completamente falsas– de que en los siglos xvi y xvii las grandes revoluciones producidas en el comercio con los descubrimientos geográficos y que imprimieron un rápido impulso al desarrollo del capital comercial, constituyen un factor fundamental en la obra de estimular el tránsito del régimen feudal de producción al régimen capitalista. La súbita expansión del mercado mundial, la multiplicación de las mercancías circulantes, la rivalidad entre las naciones europeas, en su afán de apoderarse de los productos de Asia y los tesoros de América, el sistema colonial, contribuyeron esencialmente a derribar las barreras feudales que se alzaban ante la producción. Sin embargo, el moderno régimen de producción, en su primer período, el período de la manufactura, sólo se desarrolló allí donde se habían gestado ya las condiciones propicias dentro de la Edad Media. No hay más que comparar, por ejemplo, el caso de Holanda con el de Portugal. Y si en el siglo xvi y en parte todavía en el xvii la súbita expansión del comercio y la creación de un nuevo mercado mundial ejercieron una influencia predominante sobre el colapso del viejo régimen de producción y el auge del régimen capitalista, esto se produjo, por el contrario, a base del régimen capitalista de producción ya creado. El mercado mundial constituye de por sí la base de este régimen de producción. Por otra parte, la necesidad inmanente a él de producir en escala cada vez mayor contribuye a la expansión constante del mercado mundial, de tal modo que no es el comercio el que revoluciona la industria, sino a la inversa, ésta la que revoluciona el comercio” ([6]).

“La expansión del comercio, tras el descubrimiento de América y de la ruta marítima de las Indias orientales, dio un impulso prodigioso a la manufactura y, de una manera general, al movimiento de la producción. Los nuevos productos importados de aquellas regiones y, en especial, las masas de oro y de plata puestas en circulación, modificaron radicalmente la posición mutua de las clases y asestaron un duro golpe a la propiedad rústica feudal y a los trabajadores; las expediciones de aventureros, la colonización y, ante todo, la posibilidad para los mercados de extenderse cada día, hasta alcanzar la amplitud de mercado mundial abrieron una nueva fase de la evolución histórica” ([7]).

De hecho, en 1492, con el descubrimiento de América una página de la historia de la humanidad es, simbólicamente, pasada. Una nueva época se abre, la época en que el capitalismo incia su marcha triunfal hacia la dominación del mundo. “El comercio mundial y el mercado mundial inauguran en el siglo xvi la biografía moderna del capitalismo”. “La historia moderna del capital data de la creación del comercio y del mercado de dos mundos en el siglo xvi”. “Aunque los primeros indicios de la producción capitalista se presentan ya, esporádicamente, en algunas ciudades del Mediterráneo durante los siglos xiv y xv, la era capitalista sólo data del siglo xvi” ([8]). La apertura de esta era nueva, la de su dominación, la del inicio de la construcción del marcado mundial capitalista, eso es lo que la burguesía celebra con tanta fastuosidad. “La gran industria ha hecho surgir un mercado mundial que el descubrimiento de América preparó. El mercado mundial ha dado un impulso enorme al comercio, a la navegación, a las vías de comunicación. Y ese desarrollo, a su vez, ha dado un nuevo impulso a la industria. Conforme fueron tomando amplitud el comercio, la navegación, el ferrocarril, la burguesía se fue desarrollando, multiplicando sus capitales y arrinconando a todos las clases heredadas de la Edad Media” ([9]).

Antes de los descubrimientos del xv y del xvi, no se conoce, evidentemente, ni a los Incas ni a los Aztecas, pero apenas si se conocen un poco más las civilizaciones de la China, del Japón, sino es rodeadas de toda una mitología en la que predomina la fábula y no lo real. El descubrimiento de América es el final de un período de la historia marcado por el desarrollo multipolar de civilizaciones que se ignoran o apenas si se comunican mediante un comercio muy restringido. No sólo serán exploradas nuevas rutas marítimas, sino que se abren a los mercaderes europeos nuevas vías comerciales. El desarrollo del comercio acabará acarreando el final de civilizaciones milenarias que habían florecido fuera de Europa. “Como consecuencia del perfeccionamiento rápido de los instrumentos de producción y gracias a la mejora incesante de las comunicaciones, la burguesía precipita en la civilización incluso a las civilizaciones más bárbaras. Los bajos precios de sus mercancías es la artillería pesada con la que destruye todas las murallas de China y logra la capitulación de los xenófobos más impenitentes” ([10]). “Explotando el mercado mundial, la burguesía ha dado una forma cosmopolita a la producción y el consumo de todos los países. (...) Los productos industriales no sólo se consumen en el propio país, sino por todas partes en el mundo. Las necesidades antiguas, satisfechas por los productos indígenas, dejan el sitio a otras nuevas que exigen satisfacerse con productos de los países y los climas más lejanos. El antiguo aislamiento y la autarquía local y nacional dejan el sitio a un tráfico universal, una interdependencia universal de las naciones. Y lo que es cierto en cuanto a la producción material, lo es tanto respecto a las producciones del espíritu. Las obras espirituales de las diferentes naciones se transforman en bien común. Las limitaciones y los particularismos nacionales se vuelven cada día menos posibles y las numerosas literaturas nacionales y locales hacen surgir una literatura universal” ([11]). Ése es el papel revolucionario que la burguesía desempeñó: la unificación del mundo. Al celebrar como lo hace hoy el descubrimiento de las Américas por Colón, primer paso significativo de esta unificación por la creación del mercado mundial, está celebrándose a sí misma.

La burguesía se complace en honrar ese siglo xvi que fue el de su afirmación en Europa, anunciador de su predominio mundial, siglo del Renacimiento, de los grandes descubrimientos, del florecimiento de las Artes y de los conocimientos. La clase dominante se complace en reconocerse en aquellos hombres del Renacimiento, símbolos anunciadores del prodigioso auge de una técnica que se plasmará en un tumultuoso desarrollo de las fuerzas productivas que el capitalismo va a permitir. En ellos, la burguesía honra la búsqueda de universalidad, su propia característica que ella impondrá a un mundo que conformará a su imagen. Y es, sin duda, una de las mejores imágenes que la clase dominante pueda dar de sí misma. Una de las que mejor define el progreso que ella encarnó en su tiempo para la humanidad.

Pero toda medalla tiene su revés, y en el reverso de la hermosa aventura de Colón descubridor del Nuevo Mundo, está la colonización bestial, el despiadado sometimiento de los indios, la realidad del capitalismo como sistema de explotación y de opresión. Los tesoros procedentes de las colonias que llegan a la metrópoli para en ella funcionar como capital, son extraídos “con el trabajo forzado de los indígenas reducidos a la esclavitud, la concusión, el saqueo y el asesinato” ([12]).

Colonización de América: la barbarie capitalista en funcionamiento

El capitalismo no sólo creó los medios técnicos y acumuló los conocimientos que hicieron posible el viaje de Colón y el descubrimiento de América. También proporcionó el nuevo dios, la ideología que iba a empujar hacia adelante a los aventureros que se lanzaron a la conquista de los mares.

No es el gusto del descubrimiento lo que anima a Colón, sino el afán de lucro, el cual declara que el oro es lo mejor del mundo y que puede incluso llevar las almas al paraíso o cuando Cortés afirmaba que los españoles sufrían de una enfermedad del corazón que sólo el oro podía curar.

“Era el oro lo que buscaban los portugueses en las costas africanas, en las Indias, en todo Extremo Oriente ; fue el oro la palabra mágica que empujó a los españoles a atravesar el Atlántico ; oro era lo primero que requería el blanco en cuanto pisaba una orilla recién descubierta” ([13]).

“Según la Relación de Colón, el Consejo de Castilla resolvió tomar posesión de un territorio cuyos habitantes eran incapaces de defenderse. El piadoso objetivo de convertir ese territorio santificó la injusticia del proyecto. Pero la esperanza de sacar tesoros de él fue el verdadero motivo de la empresa. (...) Todas las demás empresas de los españoles en el Nuevo Mundo posteriores a la de Colón parecen haber tenido el mismo motivo. Era la sed sacrílega del oro (...)” ([14]).

La gran obra civilizadora del capitalismo tomó primero la forma de un genocidio. En nombre de esa sed sacrílega del oro, las poblaciones indígenas se vieron sometidas al saqueo, al trabajo forzado, a la esclavitud en las minas, diezmadas por las enfermedades importadas por los conquistadores, sífilis, tuberculosis y demás. Bartolomé de Las Casas estimaba que entre 1495 y 1503, más de tres millones de hombres habían desaparecido en las islas, aplastados en las guerras, hechos esclavos, agotados en las minas o en otras labores : “¿Quién entre las generaciones futuras se creerá lo que está ocurriendo? Yo mismo que escribo estas líneas, que lo he visto con mis propios ojos y que de todo ello soy sabedor, difícilmente puedo creer que semejante cosa haya sido posible”. En poco más de un siglo, la población india va a reducirse 90 % en México, cayendo de 25 millones a 1 y medio, y 95 % en Perú. El tráfico de esclavos, va a desarrollarse para compensar la falta de mano de obra resultante de la masacre. A todo lo largo del siglo xvi, cientos de miles de negros van a ser deportados para repoblar las Américas. Y en los siglos siguientes va a intensificarse el movimiento. A ello hay que añadir el envío de miles de europeos condenados a trabajos forzados en las minas y plantaciones de América. “El descubrimiento de de los yacimientos de oro y plata de América, la cruzada de exterminio, esclavización y sepultamiento en las minas de la población aborigen, el comienzo de la conquista y el saqueo de las Indias Orientales, la conversión del continente africano en cazadero de esclavos negros: son todos hechos que señalan los albores de la era de producción capitalista. Estos procesos “idílicos” representan otros tantos factores fundamentales en el movimiento de acumulación originaria” ([15]).

Los miles de toneladas de oro y plata que se vierten en Europa procedentes de las colonias americanas, que van a servir a financiar el gigantesco auge del capitalismo europeo están manchados de la sangre de millones de esclavos. Esta violencia característica de la empresa colonial capitalista no se reserva, sin embargo, a la conquista de las tierras lejanas, sino que caracteriza al capitalismo en todos los aspectos de su desarrollo, incluida su tierra de elección, Europa.

En Europa, el capitalismo se impone con la misma violencia

Los mismos métodos usados sin freno en la explotación brutal de los indígenas de las colonias de América, África o Asia son empleados en Europa para arrancar a los campesinos de la tierra, y transformarlos en esclavos asalariados que la industria manufacturera en pleno auge necesita. El período del Renacimiento, y los siguientes, que tanto le gusta a la burguesía presentar bajo la hermosa luz de la multiplicación de los descubrimientos y del florecer artístico, es, para millones de campesinos y de trabajadores, el del terror y de la miseria.

El desarrollo del capitalismo se caracteriza en Europa por el proceso de expropiación de las tierras; millones de campesinos van a verse tirados a los caminos. “La expropiación del productor inmediato se lleva a cabo con el más despiadado vandalismo y bajo el acicate de las pasiones más infames, más sucias, más mezquinas y más odiosas” ([16]). Marx, en el capítulo sobre la “Acumulación originaria” describe magistralmente ese proceso tan violento y cruel, de latrocinios descarados, atrocidades sin cuento y sufrimientos que acompañaron la brutal expropiación de los campesinos desde el siglo xv hasta el siglo xviii, ese proceso que “abrió paso a la agricultura capitalista, se incorporó el capital a la tierra y se crearon los contingentes de proletarios libres y privados de medios de vida que necesitaba la industria de las ciudades” ([17]), mediante “la enajenación fraudulenta de las tierras del dominio público de los terrenos comunales, la metamorfosis, llevada a cabo por la usurpación y el terrorismo más inhumano, de la propiedad feudal y del patrimonio del clan en la moderna propiedad privada” ([18]).

“Y así ocurre que un glotón ansioso e insaciable, verdadera peste de su comarca, puede juntar miles de acres de tierra y cercarlos con una empalizada o un vallado, o mortificar de tal modo, a fuerza de violencias e injusticias, a sus poseedores, que éstos se vean obligados a vendérselo todo de un modo u otro, doblen o quiebren, no tienen más remedio que abandonar el campo, ¡pobres almas cándidas y míseras!. Hombres, mujeres, maridos, esposas, huérfanos, viudas llorosas con sus niños de pecho en brazos, pues la agricultura reclama muchos. Allá van, digo, arrastrándose lejos de los lugares familiares y acostumbrados, sin encontrar reposo en parte alguna; la venta de todo su ajuar, aunque su valor no sea grande, algo habría dado en otras circunstancias; pero, lanzados de pronto al arroyo, ¿qué han de hacer sino malbaratarlo todo?. Y después que han vagado hasta comer el último céntimo, ¿qué remedio sino robar para luego ser colgados, ¡vive Dios!, con todas las de la ley, o echarse a pedir limosna? Mas también, en este caso van a dar con sus huesos en la cárcel, como vagabundos, por andar por esos mundos de Dios rondando sin trabajar; ellos, a quienes nadie da trabajo, por mucho que se esfuercen en buscarlo” ([19]).

“Los contingentes expulsados de sus tierras al disolverse las huestes feudales y ser expropiados a empellones y por la fuerza de lo que poseían, formaban un proletariado libre y privado de medios de existencia, que no podía ser absorbido por las manufacturas con la misma rapidez con que se le arrojaba al arroyo (...) Y así, una masa de ellos fueron convirtiéndose en mendigos, salteadores y vagabundos (...) de aquí que, a fines del siglo xv y durante todo el xvi, se dictasen en toda Europa occidental una serie de leyes persiguiendo a sangre y fuego el vagabundaje. De este modo, los padres de la clase obrera moderna empezaron viéndose castigados por algo de lo que ellos mismos eran víctimas, por verse reducidos a vagabundos y mendigos” ([20]). Castigados, ¡y de qué modo! En Inglaterra, bajo el reinado de Enrique VIII (1509-1547), “para los vagabundos jóvenes y fuertes, azotes y reclusión (...) En caso de reincidencia, deberá azotarse de nuevo al culpable y cortarle media oreja”. A la tercera vez se le ahorcará como criminal peligroso y enemigo del Estado. Bajo ese reinado, 72.000 pobres de solemnidad fueron ejecutados. Bajo su sucesor, Eduardo VII, en 1547, un estatuto ordena que todo individuo refractario al trabajo sea asignado como esclavo a la persona que lo haya denunciado. Si el esclavo desparece durante 15 días o más, se le marcará a fuego en la frente o en un carrillo con una S y será esclavo de por vida. Si vuelve a escaparse, será ahorcado. En el reinado “tan virginal como materno de Isabel”, los vagabundos eran atados en fila; sin embargo, apenas pasaba un año sin que muriesen en la horca 300 ó 400.

En Francia, “todavía en los primeros años del reinado de Luis XVI (Ordenanza del 13 de julio de 1777), disponía la ley que se mandase a galeras a todas las personas de dieciséis a sesenta años que, gozando de salud, careciesen de medios de vida y no ejerciesen ninguna profesión. Normas semejantes se contenían en el estatuto dado por Carlos V, en octubre de 1537, para los Países Bajos, en el primer edicto de los Estados y ciudades de Holanda (19 de marzo de 1624), en el bando de las provincias unidas (1649), etc.”.

“Véase, pues, cómo después de ser violentamente expropiados y expulsados de sus tierras y convertidos en vagabundos, se encajaba a los antiguos campesinos, mediante leyes grotescamente terroristas, a fuerza de palos, de marcas a fuego y de tormentos, en la disciplina que exigía el sistema de trabajo asalariado” ([21]).

“En todos los países desarrollados, nunca había sido tan elevada la cantidad de vagabundos como en la primera mitad del siglo xvi. Unos se alistaban durante los períodos de guerra, en los ejércitos; otros recorrían el país mendigando; otros, en fin, se esforzaban por ganar miserablemente sus vidas en las ciudades con trabajos por jornada y empleos no acaparados por los gremios” ([22]). Los campesinos expoliados de sus tierras, tirados a los caminos no sólo se van a ver reducidos a la mendicidad u obligados a someterse a la esclavitud asalariada. Van a ser también empleados en abundancia como carne de cañón. Cañones, arcabuces y escopetas muchísimo más destructores que las espadas, lanzas, arcos y ballestas de las guerras feudales anteriores, y que exigen una masa cada día mayor de soldados que sacrificar en aras del apetito sangriento del capitalismo naciente; los progresos científicos y tecnológicos del Renacimiento van a ser utilizados ampliamente en el perfeccionamiento de las armas y de su producción cada día más masiva. El siglo xvi es un siglo de guerras constantes: “las guerras y las devastaciones eran algo cotidiano en la época” ([23]). Guerras de conquista colonial, pero también, y sobre todo, guerras en Europa misma: guerras “italianas” del rey de Francia Francisco Iº; la de los Habsburgo contra los turcos que sitian Viena en 1529 y serán derrotados por la armada española en la batalla de Lepanto en 1571; guerra de independencia de los Países Bajos contra la dominación española a partir de 1568; guerra entre España e Inglaterra que acaba con la destrucción por la marina inglesa de la Armada “Invencible” española, la mayor flota de guerra reunida hasta entonces ; guerras múltiples entre príncipes alemanes ; guerras de religión, etc. Esas guerras son el producto de los trastornos que sacuden a Europa con el desarrollo del capitalismo.

“Incluso en lo que se ha dado en llamar las guerras de religión del siglo xvi, se trataba ante todo de evidentes intereses materiales de clase, y esas guerras eran luchas de clases tanto como los enfrentamientos internos que se producirían más tarde en Inglaterra y Francia” ([24]). El encarnizamiento con que los Estados nacionales, recién salidos de la Edad Media, los príncipes feudales y las nuevas camarillas burguesas van a enfrentarse tras los estandartes de las religiones, sabrán dejarlo de lado cuando se trate de reprimir con la mayor ferocidad las revueltas campesinas que la miseria provoca. Frente a la guerra de los campesinos en Alemania, “burgueses y príncipes, nobleza y clero, Lutero y el Papa se unirán contra “las cuadrillas campesinas, saqueadoras y asesinas” ([25]). “¡Hay que hacerlos trizas, estrangularlos, en secreto y públicamente, como se remata a los perros rabiosos!”, clamaba Lutero”. “Por eso, muy señores míos, ¡pasadlos a cuchillo, abatidlos, estranguladlos, liberad acá, salvad allá! Y si sucumbís en la lucha, nunca habríais de obtener muerte más santa!” ([26]).

El siglo xvi  no es el de una libertad naciente como pretende hacer creer la burguesía. Es el de una nueva opresión que se instala sobre los escombros de un feudalismo en decadencia, es el de las persecuciones religiosas y el de la represión sangrienta de las revueltas plebeyas. No es casualidad si fue en el mismo año en que es descubierto el Nuevo Mundo, en 1492, cuando toma su auge en España la Inquisición. Miles de judíos y de musulmanes serán cristianizados a la fuerza u obligados al éxodo para huir de las persecuciones cuando no de la hoguera. Pero esto no es típico de una España todavía marcada por el espíritu medieval y de reconquista, exaltada por un cristianismo intransigente renovado por la conquista del reino moro de Granada; en toda Europa, las matanzas religiosas, los pogromos son corrientes, la persecución de las minorías religiosas o raciales algo permanente y la opresión de las masas, la regla. Al horror de la Inquisición le responde como un eco, la rabia de Lutero contra los campesinos insurgentes de Alemania: “Los campesinos tienen la cabeza llena de paja de avena; no oyen la palabra de Dios, son unos estúpidos; por eso hay que hacerles oír el látigo, el arcabuz y eso les está bien merecido. Roguemos por ellos para que obedezcan. Si no, ¡sus y a ellos, sin piedad!”. Así hablaba el padre de la Reforma, la nueva ideología tras la cual avanzaba la burguesía en su lucha contra el catolicismo feudal.

A ese precio, por esos medios, impone el capitalismo su ley que le permite, minando las bases del orden feudal, liberar las fuerzas productivas, producir unas riquezas como nunca las había soñado la humanidad. Pero si bien el siglo xvi es un período de enriquecimiento gigantesco para los burgueses comerciantes y sus Estados, no ocurre lo mismo para los obreros. “En el siglo xvi, la situación de los obreros, como ya se sabe,  había empeorado notablemente. El salario nominal había subido, pero en absoluto en relación con la desvalorización del dinero y del alza correspondiente de las mercancías. En realidad había bajado” ([27]).

En España, los precios se multiplicaron por tres o cuatro entre 1500 y 1600; en Italia, el precio del trigo se multiplicó por 3,3 entre 1550 y 1599; entre el primero y el último cuarto del siglo xvi, los precios se multiplicaron por 2,6 en Inglaterra y 2,2 en Francia. La baja del salario real resultante es estimada en ¡50 %! La burguesía mercantil y los príncipes reinantes se había encargado de concretar la idea de Maquiavelo según la cual “En un gobierno bien organizado, el Estado debe ser rico y el ciudadano pobre” ([28]).

“Tanta molis erat (Cuántas penas ha costado) dar rienda suelta a las “leyes naturales y eternas” del régimen de producción capitalista, para consumar el proceso de divorcio entre los obreros y las condiciones de trabajo, para transformar en uno de los polos, los medios sociales de producción y de vida en capital, y en el polo contrario la masa del pueblo en obreros asalariados, en “pobres trabajadores” y libres, este producto artificial de la historia moderna. Si el dinero, según Augier, “nace con manchas naturales de sangre en un carrillo”, el capital viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros, desde los pies a la cabeza” ([29]).

“Las diversas etapas de la acumulación originaria tienen su centro, por orden cronológico más o menos preciso, en España, Portugal, Holanda, Francia e Inglaterra. Es aquí, donde a fines del siglo xvii se resumen y sintetizan sistemáticamente en el sistema colonial, el sistema de la deuda pública, el moderno sistema tributario y el sistema proteccionista. En parte, estos métodos se basan, como ocurre en el sistema colonial, en la más avasalladora de las fuerzas. Pero todos ellos se valen del poder del Estado, de la fuerza concentrada y organizada de la sociedad, para acelerar a pasos agigantados el proceso de transformación del régimen feudal de producción en el régimen capitalista y acortar los intervalos. La violencia es la comadrona de toda sociedad vieja que lleva en sus entrañas otra nueva. es, por sí misma, una potencia económica” ([30]).

Rosa Luxemburg, a propósito de las relaciones entre el capital y los modos de producción no capitalistas, relaciones que tienen “al mundo entero por escenario”, constata: “Los métodos empleados son la política colonial, el sistema de empréstitos internacionales, la política de esferas de intereses, la guerra. La violencia, la estafa, la opresión, el saqueo se despliegan abiertamente, sin careta, y es difícil reconocer las leyes rigurosas del proceso económico en la maraña de violencias y de brutalidades políticas. La teología liberal burguesa sólo tiene en consideración el aspecto único de la “competencia pacífica”, de las maravillas de la técnica y del intercambio puro de mercancías; separa el dominio económico del capital del otro aspecto, el de los golpes de fuerza considerados como incidentes más o menos fortuitos de la política exterior. En realidad, la violencia política es, también ella, el instrumento y el vehículo del proceso económico: la dualidad de los aspectos de la acumulación cubre un mismo fenómeno orgánico, surgido de las condiciones de la reproducción capitalista. La carrera histórica del capital sólo puede ser apreciada en función de esos dos aspectos. El capital no sólo nace “chorreando sangre y lodo por todos los poros, desde los pies a la cabeza”, sino durante toda su marcha a través del mundo; y así es como prepara, en medio de convulsiones cada vez más violentas, su propio hundimiento” ([31]).

Los humanistas burgueses de hoy, que celebran con fervor y entusiasmo el descubrimiento de América, quisieran hacer creer que la brutalidad misma de la colonización que siguió sólo sería un exceso del capitalismo naciente, marcado por su forma mercantil y enmarañado en las redes del feudalismo brutal de un país como España, una especie de pecado juvenil. Esa violencia no fue ni mucho menos la especialidad de españoles y portugueses. Lo que iniciaron los conquistadores, los holandeses, los franceses, los ingleses, y la joven democracia norteamericana que nace de la guerra de la independencia contra el colonialismo inglés a finales del xviii, van a continuarlo: la esclavitud durará hasta mediados del siglo xix, y hasta finales del siglo pasado la matanza de indios en Norteamérica. Y como hemos visto, esa violencia no queda reservada a los dominios coloniales, sino que fue general, marcando con su hierro indeleble toda la vida del capital. Se perpetuó más allá de la fase mercantil del capitalismo en el desarrollo brutal de la gran industria. Los métodos experimentados en las colonias van a servir para intensificar la explotación en las metrópolis. “A la par que se implantaba en Inglaterra la esclavitud infantil, la industria algodonera servía de acicate para convertir el régimen más o menos patriarcal de esclavitud de los Estados Unidos en un régimen comercial de explotación. En general, la esclavitud encubierta de los obreros asalariados en Europa exigía, como pedestal, la esclavitud sin frases en el Nuevo Mundo” ([32]).

No son evidentemente esas hazañas, aquellas matanzas despiadadas, aquella criminal rapacidad, lo que la burguesía quiere celebrar en este año del 500 aniversario del descubrimiento de América. Esa realidad brutal del capitalismo, esa huella de “lodo y sangre” que marca al capitalismo desde sus orígenes, prefiere que quede en los desvanes de la historia, que se borre para que sólo aparezca la imagen más presentable de los grandes progresos, de los descubrimientos geográficos, tecnológicos y científicos, de la explosión artística y de los hermosos sonetos del Renacimiento.

Medio milenio después de Colón: el capitalismo en su crisis de decadencia

Hoy, la clase dominante, al celebrar el descubrimiento de América, está entonando un himno a su propia gloria, usa ese hecho histórico para su propaganda ideológica, para justificar su propia existencia. Pero ¡ha llovido mucho y mucho han cambiado las cosas desde del descubrimiento de América, desde la época del Renacimiento!

La burguesía ya no es una clase revolucionaria que esté postulando para sustituir a un feudalismo decadente. Ya impuso hace mucho tiempo su poder en todos los rincones del planeta. Lo que anunciaba el descubrimiento de América por Colón, la creación del mercado mundial capitalista, quedó terminado desde finales del siglo xix. La dinámica de la colonización inaugurada en el Nuevo Mundo se extendió a la Tierra entera, las civilizaciones precapitalistas de Asia se desmoronaron, como las precolombinas de las Américas, bajo los golpes de ariete del intercambio capitalista. Desde principios del siglo xx ya no existe mercado precapitalista que no esté controlado o metido en las redes de una u otra potencia capitalista. La dinámica de colonización que permitió, con el saqueo y la explotación brutal de los indígenas, el enriquecimiento de la Europa mercantil y abrió nuevas salidas mercantiles a la industria capitalista, permitiendo así su tumultuoso desarrollo, acabó chocando contra los límites mismos del planeta. “Desde el punto de vista geográfico, el mercado es limitado : el mercado interno está restringido con relación a un mercado interno y externo, el cual lo está con relación al mercado mundial, el cual, aunque susceptible de extensión, lo está también en el tiempo” ([33]). Confrontado a ese límite objetivo del mercado desde hace cerca de un siglo, el capitalismo no logra ya encontrar salidas solventes a la medida de sus capacidades de producción y se hunde en una crisis inexorable de sobreproducción. “La sobreproducción es una consecuencia particular de la ley de la producción general del capital: producir en proporción de las fuerzas productivas (o sea según la posibilidad de explotar, con una masa de capital determinado, al máximo de masa de trabajo) sin tener en cuenta los límites reales del mercado ni de las necesidades solventes...” ([34]).

“En determinado grado de su desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad chocan contra las relaciones de producción existentes, o con las relaciones de propiedad en cuyo seno se habían movido hasta entonces y que no son otra cosa sino su expresión jurídica. Ayer aún formas de desarrollo de las fuerzas productivas, esas condiciones se convierten en pesadas trabas” ([35]). Esta realidad, que en su tiempo determinó el final del sistema feudal y el necesario desarrollo del capitalismo como factor progresivo de liberación de las fuerzas productivas, se impone hoy al sistema capitalista mismo. Ya ha dejado de ser fuente de progreso, se ha convertido en traba para el desarrollo de las fuerzas productivas, ha entrado a su vez, en decadencia.

Las consecuencias de este estado de hecho son dramáticas para el conjunto de la humanidad. En la época de Colón, en la época del Renacimiento, y después hasta la terminación de la construcción del mercado mundial, a pesar de la barbarie y de la extrema violencia que caracterizaron en permanencia su desarrollo, el capitalismo es sinónimo de progreso pues se identifica con el crecimiento de las fuerzas productivas, con la increíble explosión de descubrimientos que de ella resultaron. Hoy, todo eso se ha terminado, el capitalismo se ha convertido en traba, en freno al desarrollo de las fuerzas productivas. Ya no es portador de progreso, ya sólo puede presentar su rostro bárbaro y cruel.

El siglo xx muestra ampliamente esa siniestra realidad: conflictos imperialistas permanentes con dos guerras mundiales, represiones masivas, hambrunas como nunca antes las había conocido la humanidad, han provocado más muertos en 80 años que varios siglos de desarrollo brutal. La crisis permanente ha hundido a la humanidad en la penuria alimenticia. Por todas partes en el mundo, la población está sufriendo un proceso de pauperización acelerada, una degradación trágica de sus condiciones de vida.

Es característico el hecho de que, mientras que el siglo xix estuvo marcado por el desarrollo de la medicina, el reflujo de las grandes epidemias, el aumento de la esperanza de vida, el último cuarto de nuestro siglo está viviendo el retorno virulento de las grandes epidemias : cólera, paludismo, y el SIDA. El incremento del cáncer es el símbolo de la impotencia del capitalismo. Como las grandes epidemias de peste de la Edad Media que eran síntomas de la decadencia del feudalismo, de la crisis de ese sistema, aquellas epidemias expresan hoy, dramáticamente, la decadencia del capitalismo, su incapacidad para hacer frente a las calamidades que hunden a la humanidad en el sufrimiento. En cuanto a la esperanza de vida, su crecimiento se ha frenado, está ahora estancándose en los países desarrollados y está retrocediendo desde hace años en los subdesarrollados.

Los descubrimientos, las innovaciones que sería necesario movilizar para hacer frente a esos males están cada día más frenados por las contradicciones de un sistema en crisis, con créditos reducidos al máximo bajo los recortes de presupuestos de austeridad que se imponen por todas partes. Lo esencial del potencial inventivo se pone a disposición de la investigación militar, se sacrifica en aras de la carrera de armamentos, se dedica a la fabricación de armas de destrucción cada día más sofisticadas, cada día más criminales. Las fuerzas de la vida son desviadas en beneficio de las fuerzas de la muerte.

Esta realidad de un capitalismo vuelto decadente, convertido en freno al progreso, se ilustra en todos los planos de la vida social. Y eso, la clase dominante lo debe ocultar a toda costa. Durante siglos, la demostración espectacular y concreta que hacía la burguesía de los progresos, las invenciones, de las realizaciones maravillosas que era capaz de realizar el sistema, era la base de su dominación ideológica sobre la masa de los explotados que ella sometía a la férrea y brutal ley de la ganancia. Hoy ya no logra realizar tales hazañas. Por ejemplo, por sólo tomar uno significativo, la conquista de la Luna, presentada hace 20 años como la moderna repetición de la aventura colombina, se ha quedado en nada, y la conquista espacial, nueva frontera que iba a hacer soñar a las generaciones actuales haciéndoles creer en las posibilidades siempre nuevas de la expansión capitalista, se ha ido apagando bajo el peso de la crisis económica y de los fracasos tecnológicos. Ahora aparece como utopía imposible. Las esperanzas de viajes hacia otros planetas y lejanos sistemas astrales, aquel gran proyecto, ha quedado reducido al rutinario y trabajoso uso mercantil y sobre todo militar, de la alta atmósfera terrestre. Aquel salto de la humanidad fuera de su terrestre jardín, el capitalismo es incapaz de realizarlo, pues, en el cercano espacio que nos rodea no hay ningún mercado que conquistar ni indígena alguno que reducir a la esclavitud. Ya no quedan Américas ni Colones.

El Nuevo Mundo se ha hecho viejísimo. Argentina, por ejemplo, tierra de emigración para los pobres del mundo mediterráneo, hogar libre para los perseguidos, está gangrenada por la hiperinflación, la deuda externa y el desempleo crónico, la miseria y la corrupción. América del Norte, que durante los últimos siglos fue para los oprimidos del mundo entero el mundo nuevo, la meta de quienes huían de la miseria y de las persecuciones, en donde todo parecía posible, aunque en gran parte fueran espejismos, se ha convertido ahora en símbolo de la putrefacta descomposición del mundo capitalista, de sus aberrantes contradicciones. América, América, símbolo por excelencia del capitalismo, es hoy un anhelo roto, un sueño que ha dejado paso a la pesadilla más espantosa.

La burguesía no tiene ya, en ninguna parte del mundo, la más mínima realización que presentar para justificar su dominación infame. Sólo puede, para justificar su barbarie actual, invocar ritualmente el pasado. Ése es el sentido de todo el ruido en torno al viaje de Colón de hace cinco siglos. Para dar lustre a su oxidado blasón, a la clase dominante no le queda por ofrecer sino el recuerdo de sus pasadas glorias, y, como ese pasado tampoco es tan magnífico, se dedica a embellecerlo y adornarlo con todas las virtudes. Cual anciano senil y chocho, la clase dominante vuelve la cara hacia sus recuerdos para olvidarse ella misma, y hacer olvidar que el presente la aterra, pues ya no tiene porvenir.

JJ, 1/6/1992   

 

[1] Engels, “La decadencia del feudalismo y el auge de la burguesía”, en Las guerras campesinas.

[2] Ibíd.

[3] Ibíd.

[4] Ibíd.

[5] Marx-Engels, El Manifiesto comunista.

[6] Marx, El Capital, Tomo III, pág. 321, FCE, México.

[7] Marx-Engels, La ideología alemana.

[8] Marx, El Capital, Tomo I, “La llamada acumulación originaria”, FCE, México.

[9] Marx-Engels, El Manifiesto comunista.

[10] Ibíd.

[11] Ibíd.

[12] Marx, El Capital, Tomo I, “La llamada acumulación originaria”, FCE, México.

[13] Engels, La decadencia del feudalismo y el auge de la burguesía.

[14] Adam Smith, citado por Engels, ibidem.

[15] Marx, El Capital, Tomo I, “La llamada acumulación originaria”, FCE, México.

[16] Ibíd.

[17] Ibíd.

[18] Ibíd.

[19] Tomás Moro, Utopía (1516), citado por Marx en El Capital, Tomo I, “La llamada acumulación originaria”, FCE, México.

[20] Marx, El Capital, ibídem.

[21] Ibíd.

[22] Engels, La guerras campesinas, I.

[23] Ibíd., VII.

[24] Ibíd., II.

[25] Título de un panfleto de Lutero publicado en 1525 en plenas guerras campesinas, nota de Engels, ibíd.

[26] Engels, La guerras campesinas, I.

[27] Marx, El Capital, Tomo I, “La llamada acumulación originaria”, FCE, México.

[28] Maquiavelo, El Príncipe, 1514.

[29] Marx, El Capital, Tomo I, “La llamada acumulación originaria”, FCE, México.

[30]  Ibíd.

[31] Rosa Luxemburg, La acumulación del capital.

[32] Marx, El Capital, Tomo I, “La llamada acumulación originaria”, FCE, México.

[33] Marx, Materiales para la economía, “Límites del mercado y crecimiento del consumo”.

[34] Ibid.

[35] Marx, Prólogo a la crítica de la economía política.

Decadencia del capitalismo: ¿Qué método científico se necesita para entender el orden social actual y los medios y las condiciones para superarlo? (II)

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Ascenso y declive en los modos de producción previos

«Esbozados a grandes rasgos, los modos de producción Asiático, antiguo, feudal y burgués moderno, pueden ser designados como otras tantas épocas progresivas de la formación social económica» (Prefacio a la Contribución a la Crítica de la Economía política, ver referencia en Revista internacional nº 134)

Este breve pasaje, que abarca virtualmente toda la historia escrita, podría dar lugar a varios libros que trataran de interpretarlo. Pero nuestra intención es fijarnos en dos aspectos: la cuestión general del progreso histórico y las características de la ascendencia y la decadencia en las formaciones sociales anteriores al capitalismo.

¿Puede hablarse de progreso?

Hemos señalado que uno de los efectos de las catástrofes del siglo XX ha sido un escepticismo general sobre la idea del progreso, una noción que parecía mucho más evidente en el siglo XIX. Esto ha llevado a algunos pensadores "radicales" a concluir que la visión marxista del progreso histórico es justamente una de esas ideologías del siglo XIX que sirve de apología de la explotación capitalista. Aunque habitualmente se presenten como nuevas, esas críticas sacan a menudo a relucir los tan gastados argumentos de Bakunin y los anarquistas, que proclamaban que la revolución era posible en cualquier momento histórico y acusaban a los marxistas de ser vulgares reformistas por argumentar que la época de la revolución aún no había amanecido, lo cual requería que la clase obrera se organizara a largo plazo para la defensa de sus condiciones de vida dentro del orden social existente. Los antiprogresistas suelen empezar como críticos "marxistas" de la noción de que el capitalismo es hoy decadente, insistiendo en que muy poco ha cambiado en la vida del capital desde los días en que Marx escribía sobre él -excepto quizás en el terreno puramente cuantitativo; economía más desarrollada, crisis más profundas, guerras más amplias. Pero los más consecuentes se deshacen rápidamente de una vez de toda la carga del materialismo histórico, insistiendo en que el comunismo podría haberse producido en cualquier época anterior de la historia. Realmente los más consecuentes de todos son los primitivistas, que argumentan que no ha habido en absoluto ningún progreso en la historia con la emergencia de la civilización, o más precisamente desde el descubrimiento de la agricultura que la hizo posible: esa evolución la ven como un terrible cambio de orientación equivocado, dado que la época más feliz de la vida humana sería, según ellos, el estadio de cazadores-recolectores nómadas. Esas corrientes sólo pueden lógicamente anhelar el colapso final de la civilización y el sacrificio de la humanidad, para que los pocos supervivientes puedan volver a la práctica de la caza y la recolección.

Marx fue muy firme sobre la idea de que sólo el capitalismo había allanado el camino para la superación de los antagonismos sociales y la creación de una sociedad que permitiera a la humanidad desarrollarse plenamente. Como plantea en el Prefacio: «Las relaciones burguesas de producción son la última forma antagónica del proceso de producción social, no en el sentido de un antagonismo individual, sino en el de un antagonismo que nace de las condiciones sociales de existencia de los individuos; las fuerzas productoras que se desarrollan en el seno de la sociedad burguesa crean al mismo tiempo las condiciones materiales para resolver este antagonismo» (op. cit., pag. 44).

El capitalismo ha creado por primera vez las condiciones para una sociedad comunista mundial: unificando todo el globo en torno a su sistema de producción; revolucionando los instrumentos de producción hasta el punto que finalmente es posible una sociedad de abundancia; y haciendo surgir una clase cuya emancipación sólo puede hacerse mediante la emancipación del conjunto de la humanidad -el proletariado, la primera clase explotada de la historia que lleva en sí las semillas de una nueva sociedad. Para Marx era inconcebible que el género humano pudiera haber saltado esa etapa en la historia y haber instaurado una sociedad comunista duradera y global en la época del despotismo, el esclavismo o la servidumbre.

Pero el capitalismo no surgió de la nada: la sucesión de modos de producción anteriores al capitalismo había allanado a su vez el camino de éste, y en ese sentido, el desarrollo global de esos sistemas sociales antagónicos, es decir, divididos en clases, ha representado un movimiento progresivo en la historia humana, que ha desembocado, al final, en la posibilidad material de una comunidad mundial sin clases. No tendría sentido, pues, reivindicarse de la herencia de Marx y simultáneamente rechazar la noción de progreso como burguesa.

Sin embargo existe ciertamente una versión burguesa del progreso, y opuesta a ella, una marxista.

Para empezar, mientras que la burguesía tendió a ver que toda la historia llevaba inexorablemente al triunfo del capitalismo democrático en una marcha lineal ascendente, en la que todas las sociedades anteriores fueron en todos los aspectos inferiores al orden actual de las cosas, el marxismo afirmó el carácter dialéctico del movimiento histórico. De hecho la noción misma de ascendencia y declive de los modos de producción, significa que puede haber tanto regresiones como avances en el proceso histórico. En el Anti-Dühring, cuando habla de Fourier y su anticipación del materialismo histórico, Engels presta atención al vínculo entre la visión dialéctica de la historia y la noción de ascendencia y declive: «Pero lo más grande de Fourier es su concepción de la historia de la sociedad (...) Como se aprecia, Fourier maneja la dialéctica con la misma maestría que su contemporáneo Hegel. Con la misma dialéctica subraya contra la cháchara sobre la ilimitada capacidad de perfeccionamiento del hombre, que toda fase histórica tiene, junto con su rama ascendente, también una rama descendente, y aplica esta concepción también al futuro de toda la humanidad» (Obras de Marx y Engels -OME 35-, La subversión de la ciencia por el señor Eugen Dühring, Editorial crítica, Barcelona 1977, pags. 270-71)

Lo que Engels dice aquí es que no hay nada automático en el proceso de la evolución histórica. Como en el proceso de la evolución natural, el "perfeccionamiento humano" no está programado de antemano. Como veremos, puede haber de hecho vías muertas sociales, análogas a la extinción de los dinosaurios -sociedades que no sólo declinan, sino que desaparecen completamente, sin que su evolución origine nada nuevo.

Es más, incluso cuando hay progreso, éste tiene generalmente un carácter muy contradictorio. La destrucción de la producción artesana, en la que el productor obtiene satisfacción, tanto del proceso de producción como de su producto final, y su substitución por el sistema fabril, con sus rutinas implacablemente tediosas, es un ejemplo de esto. Pero Engels lo explica más contundentemente cuando describe la transición del comunismo primitivo a la sociedad de clases. En Los orígenes de la familia, la propiedad privada y el Estado, tras mostrar tanto las inmensas potencialidades como las limitaciones inherentes a la vida tribal, Engels llega a las siguientes conclusiones acerca de cómo deberíamos contemplar el advenimiento de la civilización:

«El poderío de esas comunidades primitivas tenía que quebrantarse, y se quebrantó. Pero se deshizo por influencias que desde un principio se nos aparecen como una degradación, como una caída desde la sencilla altura moral de la antigua sociedad de las gens. Los intereses más viles -la baja codicia, la brutal avidez por los goces, la sórdida avaricia, el robo egoísta de la propiedad común- inauguran la nueva sociedad civilizada, la sociedad de clases; los medios más vergonzosos -el robo, la violencia, la perfidia, la traición-, minan la antigua sociedad de las gens, sociedad sin clases, y la conducen a su perdición. Y la misma nueva sociedad, a través de los dos mil quinientos años de su existencia, no ha sido nunca más que el desarrollo de una ínfima minoría a expensas de una inmensa mayoría de explotados y oprimidos; y eso es hoy más que nunca» (En C. Marx y F. Engels, Obras escogidas T. III, Editorial Progreso, 1978, pag. 283)

Esta visión dialéctica también se refiere a la futura sociedad comunista, que en el hermoso pasaje de Marx, de los Manuscritos Económicos y Filosóficos de 1844 se describe como un «retorno del hombre para sí en cuanto hombre social, es decir, humano; retorno pleno, consciente y efectuado dentro de toda la riqueza de la evolución humana hasta el presente» (Alianza editorial, Madrid 1972, pag. 143). De igual forma, el comunismo del futuro se ve como un renacimiento, a un nivel más alto, del comunismo del pasado. Así Engels concluye su libro sobre los orígenes del Estado con una elocuente frase tomada del antropólogo Lewis Morgan, anticipando un comunismo que «Será un renacimiento de la libertad, la igualdad y la fraternidad de las antiguas gens, pero bajo una forma superior» (Op. cit. Pag. 352).

Pero con todas esas condiciones, es evidente desde el Prefacio, que la noción de progreso, de "épocas progresivas", es fundamental para el pensamiento marxista. Según la grandiosa visión del marxismo, empezando (¡por lo menos!) por el surgimiento del género humano,  y siguiendo por la aparición de la sociedad de clases, el desarrollo del capitalismo, y el gran salto al reino de la libertad que nos espera en el futuro, «el mundo no puede concebirse como un conjunto de objetos terminados, sino como un conjunto de procesos en el que las cosas que parecen estables, al igual que sus reflejos mentales en nuestras cabezas, los conceptos, pasan por una serie ininterrumpida de cambios, por un proceso de génesis y caducidad, a través de los cuales, pese a todo su aparente carácter fortuito y a todos los procesos momentáneos, se acaba imponiendo siempre una trayectoria progresiva» (Engels, "Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana", en C. Marx y F. Engels op. cit., págs. 381-2). Visto desde esta distancia, tal y como han sido las cosas, es evidente que hay un proceso real de desarrollo: en el terreno de la capacidad del ser humano para transformar la naturaleza por medio del desarrollo de herramientas más sofisticadas; en la comprensión subjetiva de sí mismo y del mundo a su alrededor; y por tanto en su capacidad para liberar sus potencialidades latentes y vivir una vida conforme a sus más profundas necesidades.

La sucesión de los modos de producción

Del comunismo primitivo a la sociedad de clases

Cuando Marx da un "esbozo a grandes rasgos" de los principales  modos de producción que se han sucedido en la historia, no pretende en absoluto ser exhaustivo. Para empezar, sólo menciona las formas sociales "antagónicas", es decir, las principales formas de la sociedad de clases, y no menciona las diferentes formas de sociedad no explotadora que las precedieron. Además, en tiempos de Marx, el estudio de las formas sociales precapitalistas estaba todavía en sus albores, de modo que, simplemente, no era posible tener una lista completa de todas las sociedades existentes hasta entonces. En realidad, incluso para el estado actual de los conocimientos históricos esa tarea es muy difícil de completar. En el largo periodo entre la disolución de las relaciones sociales comunistas primitivas, que tuvieron su expresión más clara entre los cazadores nómadas del paleolítico, y las sociedades de clase plenamente formadas, que constituyeron las civilizaciones históricas, hubo numerosas formas intermedias y de transición, y también formas que simplemente terminaron en una vía muerta histórica; y nuestro conocimiento de ellas es muy limitado[1].

Que en el Prefacio no se incluyeran las sociedades comunistas primitivas y las sociedades preclasistas no significa en absoluto que Marx no considerara importante estudiarlas; al contrario. Los fundadores del método materialista histórico reconocieron desde el principio que la historia humana no empieza con la propiedad privada, sino con la propiedad comunal: «La primera forma de la propiedad es la propiedad de la tribu. Esta forma de propiedad corresponde a la fase incipiente de la producción en que un pueblo se nutre de la caza y la pesca, de la ganadería o, a lo sumo, de la agricultura. En este último caso, la propiedad tribal presupone la existencia de una gran masa de tierras sin cultivar. En esta fase, la división del trabajo se halla todavía muy poco desarrollada y no es más que la extensión de la división natural del trabajo existente en el seno de la familia» (Marx y Engels, La ideología alemana, 1847, Barcelona, Ed. Grijalbo 1970, pag 21)

Cuando la investigación posterior confirmó esas apreciaciones -particularmente el trabajo de Lewis Henry Morgan sobre las tribus de Norteamérica- Marx se mostró extremadamente entusiasmado y dedicó mucho tiempo en sus últimos años a profundizar el problema de las relaciones sociales primitivas, específicamente sobre la cuestión que le planteaba el movimiento revolucionario en Rusia (ver el capítulo, "Comunismo del pasado y del futuro" en nuestro libro: El comunismo no es un bello ideal sino una necesidad material). Para Marx, Engels, y también para Rosa Luxemburgo, que escribió extensamente sobre esto en su Introducción a la Economía Política (1907), el descubrimiento de que las formas originarias de las relaciones humanas estaban basadas, no en el egoísmo y la competencia, sino en la solidaridad y la cooperación, y de que siglos, e incluso milenios después del advenimiento de la sociedad de clases siguiera existiendo un apego profundo y persistente hacia las formas sociales comunales, particularmente entre las clases oprimidas y explotadas, era para ellos una contundente confirmación de la visión comunista y un arma poderosa contra los engaños de la burguesía, para quien el ansia de poder y la propiedad son inherentes a la naturaleza humana.

En El origen de la familia, la propiedad Privada y el Estado, de Engels, en las Notas Etnográficas de Marx, y en la Introducción a la Economía Política de Luxemburgo, hay un profundo respeto por el valor, la moralidad y la creatividad artística de los pueblos "salvajes" y "bárbaros". Pero no hay ninguna idealización de esas sociedades. El comunismo que se practicaba en las primeras formas de sociedad humana no fue engendrado por la idea de la igualdad, sino por la necesidad. Era la única forma posible de organización social en condiciones en las que las fuerzas productivas del hombre aún no podían generar un excedente suficiente para mantener una élite privilegiada, una clase dominante.

Las relaciones comunistas primitivas surgieron con toda probabilidad con el desarrollo del género humano, una especie cuya capacidad para transformar su entorno en función de la satisfacción de sus necesidades materiales la distinguía de otras del reino animal; y permitieron a los seres humanos llegar a ser la especie dominante del planeta. Pero si se puede generalizar partiendo de lo que sabemos de las formas más arcaicas de comunismo primitivo, encontradas en los aborígenes de Australia, donde la forma de apropiación del producto social es completamente colectiva[2], también frenan el desarrollo de la productividad individual, con el resultado de que las fuerzas productivas permanecieron prácticamente estancadas durante milenios. En cualquier caso, los cambios en las condiciones materiales y medioambientales, como el crecimiento de la población, en algún momento hicieron insostenible el colectivismo extremo de las primeras formas de sociedad humana, que se convirtió en un obstáculo al desarrollo de técnicas de producción (como el pastoreo y la agricultura) que pudieran alimentar a una población más numerosa, o a la población que ahora vivía en unas condiciones sociales y medioambientales modificadas[3].

Como señala Marx, «La historia de la decadencia de las comunidades primitivas (sería erróneo colocarlas todas en un mismo plano; al igual que en las formaciones geológicas, en las históricas existe toda una serie de tipos primarios, secundarios, terciarios, etc.) está todavía por escribirse. Hasta ahora no hemos tenido más que unos pobres esbozos... (pero)  las causas de su decadencia se desprenden de datos económicos que les impedían superar cierto grado de desarrollo» ("Primer esbozo de carta a Vera Zasulich", 1881). La superación del comunismo primitivo y el surgimiento de las divisiones de clases no escapa a las normas generales planteadas en el Prefacio: las relaciones que los seres humanos establecieron para satisfacer sus necesidades se vuelven cada vez más incapaces de cumplir su función original, y por tanto entran en una crisis básica cuyo resultado es que, o bien las comunidades que mantienen esas relaciones desaparecen completamente, o, si no, substituyen las viejas relaciones por otras nuevas más capaces de desarrollar la productividad del trabajo humano. Ya hemos visto que Engels insistía en que, en un determinado momento histórico, «El poderío de esas comunidades primitivas tenía que quebrantarse, y se quebrantó». ¿Por qué? Porque «La tribu era la frontera del hombre, lo mismo contra los extraños que para sí mismo: la tribu, la gens, y sus instituciones eran sagradas e inviolables, constituían un poder superior dado por la naturaleza, al cual cada individuo quedaba sometido sin reserva en sus sentimientos, ideas y actos. Por más imponentes que nos parezcan los hombres de esa época, apenas si se diferenciaban unos de otros; estaban aún sujetos, como dice Marx, al cordón umbilical de la comunidad primitiva» (El Origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, op. cit, pág. 282-83)

Considerando los descubrimientos de la antropología, se podría contestar sin problema la afirmación de Engels sobre la falta total de individualidad en las sociedades tribales. Pero la visión que subyace en este pasaje sigue siendo plenamente válida: que en muchos de los momentos clave y de las regiones clave, los viejos métodos y relaciones comunales se convirtieron en una traba al desarrollo, y con todo lo contradictorio que pueda parecer, el surgimiento gradual de la propiedad privada, de la explotación de clase y de una nueva fase en la autoalienación de los seres humanos, se convirtieron en "factores de desarrollo".

El modo de producción "asiático"

El término "modo asiático de producción" es controvertido. Desgraciadamente Engels omite incluir este concepto en su trabajo primordial sobre el surgimiento de la sociedad de clases, El Origen de la familia..., aunque la obra de Marx ya contenía numerosas referencias a él. Después, el error de Engels fue agravado por los estalinistas, que prácticamente excomulgaron totalmente el concepto, introduciendo una visión de la historia extremadamente mecánica y lineal, que en todas partes recorría las fases de comunismo primitivo, esclavismo, feudalismo y comunismo. Este esquema tenía diferentes ventajas para la burocracia estalinista: por una parte, mucho después de que la revolución burguesa estuviera al orden del día de la historia, le permitía percibir el surgimiento de una burguesía progresista en países como India o China tras haberlos bautizado como "feudales"; y por otra parte, le permitía evitar embarazosas críticas sobre su propia forma de despotismo estatal, puesto que en el concepto de "despotismo asiático", es el Estado y no una clase de propietarios individuales, quien asegura directamente la explotación de la fuerza de trabajo: los paralelismos con el capitalismo de Estado estalinista son evidentes.

Sin embargo, investigadores serios argumentan, como Perry Anderson en un apéndice a su libro Lineages of the Absolutist State (1979), que la caracterización hecha por Marx de la India y otras sociedades contemporáneas como formas de un "modo asiático" definido de producción estaba basada en una falsa información y que, de todas formas, el concepto se ha hecho tan general, que carece de un significado preciso.

No hay duda de que el epíteto "asiático" es bastante confuso. Más o menos, todas las sociedades de clases originarias tomaron la forma analizada por Marx con ese nombre, ya fuera la sociedad sumeria, Egipto, India, China, o en regiones más remotas, como América Central y Sudamérica, África y el Pacífico. Está fundada en la comunidad rural heredada de la época anterior a la emergencia del Estado. El poder estatal, a menudo personificado por una casta sacerdotal, se basaba en el sobreproducto extraído de las comunidades rurales en forma de tributo, o, en el caso de la construcción de grandes proyectos (irrigación, templos, etc.), de jornadas de trabajo obligatorias ("corvee"[4]). Puede existir el esclavismo, pero no es la forma dominante de trabajo. Se podría argumentar que, si estas sociedades mostraban muchas diferencias significativas, tienen en común lo que es más crucial desde el punto de vista de la clasificación de los diferentes modos de producción con relaciones "antagónicas": las relaciones sociales a través de las que se extrae el plustrabajo de la clase explotada.

Cuando se examina el fenómeno de la decadencia en estas formas sociales hay, igual que en las sociedades "primitivas", ciertas características específicas para las que estas sociedades parecen mostrar una extraordinaria estabilidad, lo que se puede comprobar en que muy raramente (si es que ocurrió alguna vez) "evolucionaron" hacia un nuevo modo de producción sin ser derrotadas desde fuera. Sería sin embargo un error considerar que la sociedad asiática no tiene su propia historia. Hay una enorme diferencia entre las primeras formas despóticas que emergieron en Hawai o Sudamérica, que están más cerca de sus raíces tribales originarias, y los gigantescos imperios que se desarrollaron en India o China, que dieron lugar a formas culturales extremadamente sofisticadas.

Sin embargo subsisten unas características de base -la centralidad de la comunidad rural- que dan la clave de la naturaleza "invariable" de estas sociedades.

«Esas antiquísimas y pequeñas entidades comunitarias indias, por ejemplo, que en parte todavía perduran, se fundan en la posesión comunal del suelo, en la asociación directa entre la agricultura y el artesanado y en una división fija del trabajo, que sirve de plan y de esquema predeterminados cuando se establecen nuevas entidades comunitarias. Constituyen conjuntos de producción autosuficientes, con una superficie productiva que oscila entre cien acres y algunos miles. La masa principal de los productos se produce con destino al autoconsumo directo de la comunidad, no como mercancía y por tanto la producción misma es independiente de la división del trabajo establecida en el conjunto de la sociedad india, división que está mediada por el intercambio de mercancías. Sólo el excedente de los productos se transforma en mercancía, e incluso en el caso de una parte del mismo esa transformación no ocurre sino cuando llega a manos del Estado, al que desde tiempos inmemoriales afluye, bajo la forma de renta en especies, determinada cantidad de tales productos... El sencillo organismo productivo de estas entidades comunitarias autosuficientes que se reproducen siempre en la misma forma y que cuando son ocasionalmente destruidas se reconstruyen en el mismo lugar, con el mismo nombre, proporciona la clave que explica el misterio de la inmutabilidad de las sociedades asiáticas, tan sorprendentemente contrastada por la constante disolución y formación de estados asiáticos y el cambio incesante de las dinastías. Las tempestades en la región política de las nubes dejan indemne la estructura de los elementos fundamentales económicos de la sociedad» (Karl Marx, El Capital, Libro Iº, volumen 2, cap XII, pag 434-36, Ed. Siglo XXI, Madrid 1975)

En este modo de producción, las barreras al desarrollo de la producción de mercancías eran mucho más fuertes que en el imperio romano o el feudalismo, y esa es seguramente la razón por la que, en las regiones donde dominaba, el capitalismo aparece, no como fruto del viejo sistema, sino como invasor extranjero. Hay que destacar también que la única sociedad "oriental" que hasta cierto punto desarrolló su propio capitalismo independiente fue Japón, donde ya se había asentado un sistema feudal.

Así, en esta forma social, el conflicto entre las relaciones de producción y la evolución de las fuerzas productivas aparece como estancamiento más que como decadencia, puesto que, mientras las dinastías se suceden, consumiéndose en incesantes conflictos internos y aplastando la sociedad bajo el peso de enormes proyectos de Estado "faraónicos", la estructura social fundamental permanece inmutable; y si no emergieron nuevas relaciones de producción, entonces, estrictamente hablando, los periodos de decadencia de este modo de producción no constituyen realmente épocas de revolución social. Esto es bastante consistente con el método global de Marx, que no propone una vía de evolución unilateral o predeterminada para todas las formas de sociedad, sino que contempla la posibilidad de que algunas sociedades lleguen a un punto muerto a partir el cual no es posible ninguna evolución ulterior. También deberíamos recordar que algunas de las expresiones más aisladas de ese modo de producción se colapsaron completamente, a menudo debido a que alcanzaron los límites de crecimiento en un medio ambiente ecológico particular. Este parece haber sido el caso de la cultura Maya, que destruyó su propia base agrícola por una excesiva deforestación. En este caso hubo incluso una deliberada "regresión" impulsada por una gran parte de la población, que abandonó las ciudades y volvió a la caza y la recolección, aunque se preservaran asiduamente los viejos calendarios y tradiciones mayas. Otras culturas, como la de la isla de Pascua, parece que desaparecieron completamente, muy probablemente debido a  conflictos de clase irresolubles, la violencia y el hambre.

Esclavismo y feudalismo

Marx y Engels nunca negaron que su conocimiento de las formaciones sociales primitiva y asiática era muy limitado, debido al estado de los conocimientos contemporáneos. Se sentían con más confianza cuando escribían sobre la sociedad "antigua" (es decir, las sociedades esclavistas de Grecia y Roma) y el feudalismo europeo. Ciertamente el estudio de esas sociedades desempeñó un papel significativo en la elaboración de su teoría de la historia, puesto que suministraron ejemplos muy claros del proceso dinámico por el que un modo de producción sucedía a otro. Esto es evidente en los primeros escritos de Marx (La ideología alemana) donde ubica el surgimiento del feudalismo en las condiciones en las que desembocó la decadencia de Roma.

«La tercera forma es la de la propiedad feudal o por estamentos. Así como la Antigüedad partía de la ciudad y de su pequeña demarcación, la Edad Media tenía como punto de partida el campo. Este punto de arranque distinto hallábase condicionado por la población con que se encontró la Edad Media: una población escasa, diseminada en grandes áreas y a la que los conquistadores no aportaron gran incremento. De aquí que, al contrario de lo que había ocurrido en Grecia y en Roma, el desarrollo feudal se iniciara en un terreno mucho más extenso, preparado por las conquistas romanas y por la difusión de la agricultura, al comienzo relacionado con ellas. Los últimos siglos del Imperio Romano decadente y la conquista por los propios bárbaros destruyeron una gran cantidad de fuerzas productivas; la agricultura veíase postrada, la industria languideció por la falta de mercados, el comercio cayó en el sopor o se vio violentamente interrumpido y la población rural y urbana decreció. Estos factores preexistentes y el modo de organización de la conquista por ellos condicionado hicieron que se desarrollara, bajo la influencia de la estructura del ejército germánico, la propiedad feudal. También ésta se basa, como la propiedad de la tribu y la comunal, en una comunidad, pero a ésta no se enfrentan ahora, en cuanto clase directamente productora, los esclavos, como ocurría en la sociedad antigua, sino los pequeños campesinos siervos de la gleba» (La ideología alemana, op. cit, pág. 23-24)

El término mismo de decadencia suele evocar imágenes de los últimos tiempos del Imperio romano -de orgías y emperadores romanos ebrios de poder, de combates de gladiadores presenciados por grandes multitudes sedientas de sangre. Esas escenas tienden a focalizarse en los elementos "supraestructurales" de la sociedad romana, pero reflejan una realidad que se producía en los fundamentos mismos del sistema esclavista; y por eso revolucionarios como Engels y Rosa Luxemburg se tomaron la licencia de señalar la decadencia de Roma como una especie de presagio de lo que esperaba a la humanidad si el proletariado no conseguía derrocar el capitalismo: «el derrumbe de toda la civilización como en la antigua Roma, la despoblación, la desolación, la degeneración -un gran cementerio» (Folleto de Junius)

La antigua sociedad esclavista era una formación social mucho más dinámica que el modo asiático, aunque éste hiciera su propia contribución al surgimiento de la antigua cultura griega, y así al modo esclavista de producción en general (en particular a Egipto se le consideraba como un venerable depositario de la sabia inteligencia). Este dinamismo fluía en gran medida del hecho, como decía el chascarrillo de la época, de que «todo está a la venta en Roma»: la forma mercantil había avanzado hasta el punto de que las viejas comunidades agrarias eran cada vez más un bonito recuerdo de una edad de oro perdida, y una masa de seres humanos se habían convertido ellos mismos en mercancías que se podían comprar y vender en los mercados de esclavos. La producción a cargo de grandes ejércitos de esclavos, aunque quedaban grandes áreas de la economía donde el trabajo productivo se llevaba a cabo por pequeños campesinos o artesanos, asumía cada vez más un papal clave en los puntos centrales de la economía antigua -las grandes haciendas, las obras públicas y las minas. Ese gran "invento" del mundo antiguo fue, durante un considerable periodo de tiempo, una formidable "forma de desarrollo" que permitió a los ciudadanos libres organizarse en poderosos ejércitos que, conquistando nuevas tierras para el Imperio, suministraban nuevas reservas de trabajo esclavo. Pero por esas mismas razones, llegó claramente un punto en que el esclavismo se transformó en un firme obstáculo al desarrollo ulterior. Su naturaleza inherentemente improductiva yacía en el hecho de que no proporcionaba absolutamente ningún incentivo para que el productor entregara lo mejor de sus capacidades productivas, ni daba tampoco al propietario de esclavos ningún incentivo para que invirtiera en desarrollar mejores técnicas de producción, puesto que la obtención de nuevos esclavos era siempre la opción más barata. De ahí el desfase extraordinario entre los avances filosófico/científicos de los pensadores, cuyo tiempo libre estaba sostenido por el trabajo de los esclavos, y la aplicación práctica extremadamente limitada de los avances teóricos o técnicos. Este fue el caso, por ejemplo, con el molino de agua, que desempeñó un papel tan crucial en el desarrollo de la agricultura feudal. Realmente fue inventado en Palestina a comienzos del primer siglo d.c., pero su uso no se generalizó nunca en el Imperio romano. En un determinado punto por tanto, la incapacidad del modo esclavista de producción de aumentar radicalmente la productividad del trabajo hizo cada vez más imposible mantener los enormes ejércitos que se requerían para mantenerlo. Roma se vio desbordada, atrapada en una contradicción insoluble que se plasmaba en todos los aspectos conocidos de su decadencia.

En Passages from Antiquity to Feudalis (1974), el historiador Perry Anderson enumera algunas de las expresiones económicas, políticas y militares de ese estancamiento de las fuerzas productivas de la sociedad romana, un estancamiento causado por la relación esclavista, a principios del siglo III: «A mitad de siglo hubo un colapso completo de la acuñación en plata; mientras que a finales de siglo, los precios del grano se habían disparado a niveles 200 veces mayores que a comienzos del Principado[5]. La estabilidad política degeneró al mismo tiempo que la estabilidad monetaria. En los caóticos 50 años de 235 a 284, hubo no menos de 20 emperadores, 18 de los cuales murieron violentamente, uno fue hecho prisionero en el extranjero y otro víctima de una plaga - destinos todos ellos expresión de los tiempos que corrían. Las guerras civiles y las usurpaciones de poder se sucedieron prácticamente sin interrupción, desde Maximino el Tracio a Diocleciano. Y se vieron agravadas por una devastadora secuencia de invasiones bárbaras y ataques a lo largo de las fronteras, por las que penetraban ampliamente...Los disturbios políticos internos y las invasiones bárbaras provocarían pronto una serie de epidemias que debilitaron y mermaron la población del Imperio, ya afectada por la destrucción de la guerra. Las tierras quedaron desiertas y empezaron a faltar los suministros agrarios. El sistema tributario se desintegró con la depreciación de la moneda, y las tasas fiscales volvieron a pagarse mediante entregas en especie. La construcción en las ciudades se detuvo abruptamente como puede comprobarse arqueológicamente en todo el Imperio; en algunas regiones, los centros urbanos decayeron y se menguaron» (pag 83-84, traducido por nosotros).

Anderson continua mostrando cómo, en respuesta a esta profunda crisis, el poder del Estado romano, basado fundamentalmente en un ejército reorganizado y ampliado, creció enormemente y consiguió una cierta estabilidad que duró unos cien años. Pero puesto que «el crecimiento del Estado iba acompañado de una contracción de la economía...» (pág. 92), esta renovación simplemente allanó el camino a lo que él llama «la crisis final de la Antigüedad», imponiendo la necesidad de abandonar progresivamente la relación esclavista. Un factor igualmente clave en la desaparición del modo de producción esclavista fue la generalización de las revueltas de esclavos y de otras clases explotadas y oprimidas en todo el Imperio en el siglo quinto DC (como las de los llamados Bagaudas[6]), que se produjeron a una escala mucho más amplia que la rebelión de Espartaco en el siglo I -aunque esta última se recuerda muy justamente por su increíble audacia y profundo anhelo por un mundo mejor.

La decadencia de Roma, pues, correspondía precisamente a la fórmula de Marx, y tomó un carácter claramente catastrófico. A pesar de los esfuerzos recientes de los historiadores burgueses para presentarla como un proceso gradual e imperceptible, se manifestó como una crisis devastadora de subproducción en la que la sociedad era cada vez menos capaz de producir las necesidades básicas de la vida -una verdadera regresión de las fuerzas productivas, en la que numerosas áreas del saber y de la técnica fueron enterradas y perdidas durante siglos. Esto no tomó la forma  de una pendiente de una sola dirección (como ya hemos señalado, a la gran crisis del tercer siglo le siguió un relativo resurgimiento que no terminó hasta la oleada final de invasiones bárbaras) pero era inexorable.

El colapso del sistema del Imperio romano fue la precondición para el surgimiento de nuevas relaciones de producción en las que una capa importante de propietarios de tierras dio el paso revolucionario de eliminar el trabajo esclavista substituyéndolo por el sistema de colonos -precursor de la servidumbre feudal y en el que el productor, aunque estaba obligado a trabajar para la clase de los terratenientes, recibía también su propia parcela de tierra para cultivar. El segundo ingrediente del feudalismo, mencionado por Marx en el pasaje que hemos citado de La Ideología alemana, fue el elemento bárbaro "germánico", que combinaba la jerarquía emergente de una aristocracia guerrera con los restos de la propiedad comunal, que fue obstinadamente mantenida por el campesinado. Siguió un largo periodo de transición, en el que las relaciones esclavistas no habían desaparecido completamente y el sistema feudal se afirmaba gradualmente, llegando a su verdadera implantación sólo a partir de los primeros siglos del nuevo milenio. Y aunque, como ya hemos señalado, en muchos aspectos (urbanización, relativa independencia de la religión del pensamiento artístico y filosófico, medicina, etc.) la ascendencia de la sociedad feudal significó una notable regresión respecto a los logros de la Antigüedad, las nuevas relaciones sociales, en cambio, suscitaron, tanto en el señor como en el siervo, un interés directo en el aumento del rendimiento de su parte de tierra, y permitieron la generalización de una serie importante de adelantos técnicos en la agricultura: el arado de hierro y el arnés de hierro, que permitió que fuera tirado por el caballo, el molino de agua, la rotación de cultivos (barbecho, sistema de tripartición del terreno), etc. El nuevo modo de producción permitió así el renacimiento de las ciudades y un nuevo florecimiento de la cultura cuya máxima expresión gráfica fueron las grandes catedrales y las universidades que surgieron en los siglos XII y XIII.

Pero como antes el sistema esclavista, el feudalismo también empezó a alcanzar sus límites "externos".

«Los cien años siguientes (del siglo XIII), una crisis general masiva golpeó todo el continente... El determinante más profundo de esta crisis general probablemente se encuentra... en una "convulsión" de los mecanismos de reproducción del sistema al llegar a un punto límite de sus capacidades. En particular parece claro que el motor básico de la recuperación rural, que había impulsado toda la economía feudal durante tres siglos, sobrepasó en un momento determinado los límites objetivos, tanto de la tierra como de la estructura social. La población continuaba creciendo mientras el rendimiento caía en las tierras marginales todavía disponibles para ser transformadas mediante los niveles técnicos existentes, y el suelo se deterioraba por el apresuramiento o el mal uso. Las últimas reservas de nueva tierra recuperada eran generalmente de mala calidad, de suelo húmedo o de poca profundidad, más difícil de labrar y en el que se sembraban cultivos de calidad inferior, como la cebada. Por otra parte, las tierras más antiguas, de arado, tendían a envejecer y al desgaste, por la misma antigüedad de su cultivo...» (Anderson, Passages from Antiquity..., op cit, pag 197, traducción nuestra)

A medida que la expansión de la economía feudal agraria tropezó contra esas barreras, se produjeron consecuencias desastrosas en la vida de la sociedad: falta de cultivos, hambrunas, hundimiento de los precios del grano combinado con aumentos galopantes de los precios de las mercancías producidas en los centros urbanos:

«Este proceso contradictorio afectó drásticamente a la nobleza, puesto que su modo de vida se había hecho cada vez más dependiente de las mercancías de lujo producidas en las ciudades... mientras que el cultivo de sus heredades y las tasas de servidumbre de sus feudos producían cada vez menos ingresos. El resultado fue una disminución de los recursos señoriales, que a su vez desencadenó una oleada sin precedentes de guerras, puesto que los caballeros en todas partes trataban de recuperar sus fortunas mediante el saqueo. En Alemania y en Italia, esta búsqueda de botines en tiempos de escasez, produjo el fenómeno de un bandidaje desorganizado y anárquico por parte de los señores feudales... En Francia sobre todo, la guerra de los Cien Años -una combinación asesina de guerra civil entre las casas de los Capetos y los de Borgoña, y un contencioso internacional entre Inglaterra y Francia, que también implicaba las potencias de Flandes y de España- hundió el país más rico de Europa en una miseria y desorden sin parangón. En Inglaterra, el epílogo de la derrota final continental en Francia fue el gangsterismo señorial de la Guerra de las Rosas...Para completar este panorama de desolación, a esa crisis estructural se añadió una catástrofe coyuntural: la invasión de la Peste Negra desde Asia en 1348» (Id.)

La peste negra, que aniquiló un tercio de la población europea, aceleró la desaparición final de la servidumbre. Produjo una escasez crónica de mano de obra en el campo, obligando a la nobleza a cambiar de la tradicional renta de trabajo feudal al pago de salarios; pero al mismo tiempo, los nobles trataron de volver atrás el reloj, imponiendo restricciones draconianas a los salarios y al movimiento de los trabajadores (una tendencia que se desarrolló en toda Europa y cuya codificación clásica es el Estatuto de los Trabajadores -1351-, decretado en Inglaterra inmediatamente después de la peste negra).Uno de los resultados ulteriores de esta reacción de la nobleza fue provocar una lucha de clases generalizada, una de cuyas más famosas expresiones se produjo igualmente en Inglaterra, con las grandes revueltas campesinas de 1381. Pero hubo alzamientos comparables por toda Europa en este periodo (Las "jaqueries" francesas, las revueltas de los pañeros en Flandes, la revuelta de los Ciompi en Florencia, etc.).

Como en la decadencia de la antigua Roma, las crecientes contradicciones del sistema feudal en el plano económico, tuvieron así sus repercusiones en el plano político (guerras, revueltas sociales) y en la relación entre los seres humanos y la naturaleza; y a su vez, todos estos elementos aceleraron y profundizaron la crisis general. Como en Roma, la decadencia general del feudalismo fue resultado de una crisis de subproducción, de la incapacidad de las viejas relaciones sociales para impulsar la producción de las necesidades básicas de la vida diaria. Es importante destacar que, aunque la lenta emergencia de las relaciones mercantiles en las ciudades actuó como un factor de disolución de los lazos feudales y fue acelerada por los efectos de la crisis general (guerras, hambrunas, la peste), las nuevas relaciones sociales no pudieron despegar realmente hasta que el viejo sistema hubo entrado en una estado de contradicción interna, que dio lugar a un grave declive de las fuerzas productivas:

«Una de las conclusiones más importantes que ofrece un examen del gran colapso del feudalismo europeo es que -contrariamente a la creencia ampliamente popular entre los marxistas-, el "modelo" característico de la crisis de un modo de producción no es el de unas fuerzas productivas (económicas) vigorosas que surgen triunfalmente en el seno de unas retrógradas relaciones (sociales) de producción, y que de inmediato establecen una mayor productividad y una sociedad superior sobre sus ruinas. Al contrario, las fuerzas productivas tienden a estancarse y retroceder en el seno de las relaciones de producción existentes; primero éstas tienen que ser radicalmente cambiadas y reordenadas antes de que unas nuevas fuerzas de producción puedan crearse y combinarse en un modo de producción globalmente nuevo. En otras palabras, las relaciones de producción generalmente cambian antes que las fuerzas productivas en una época de transición y no a la inversa» (id. pág 204). Como en la decadencia de Roma, un periodo de regresión del viejo sistema fue la precondición para el florecimiento de un nuevo modo de producción.

De nuevo, como en el periodo de la decadencia de Roma, la clase dominante trató de preservar su tambaleante sistema por medios cada vez más artificiales. La aprobación de leyes brutales para controlar la movilidad de la mano de obra y la tendencia de los trabajadores rurales de huir hacia las ciudades, la tentativa de gobernar las tendencias centrífugas de la aristocracia por medio de la centralización del poder monárquico, el uso de la inquisición para imponer un rígido control ideológico sobre todas las expresiones del pensamiento "heréticas" y disidentes, la corrupción y las trampas con las monedas para "solucionar" el problema del endeudamiento de la realeza... todas esas tendencias fueron intentos de un sistema moribundo de posponer su extinción final, pero no podían evitarla. A decir verdad, en gran medida los mismos medios usados para preservar el viejo sistema se transformaron en cabezas de puente del nuevo sistema: así fue, por ejemplo, con la monarquía centralista de los Tudor en Inglaterra, que en gran parte creó las condiciones necesarias para el surgimiento del estado-nación moderno.

Mucho más claramente que en la decadencia de Roma, la época de declive feudal fue también una época de revolución social, en el sentido de que de sus entrañas surgió una clase genuinamente nueva y revolucionaria, una clase con una visión del mundo que desafiaba las viejas instituciones e ideologías, y un modo de economía que veía en la relación feudal un obstáculo intolerable a su expansión. La revolución burguesa hizo su entrada triunfante en la historia en Inglaterra en 1640, aunque tuviera que esperar un siglo y medio antes de su victoria aún más espectacular en Francia en la década de1790. Este amplio marco temporal para la revolución burguesa fue posible porque se trata del punto culminante político de un largo proceso de desarrollo económico y social dentro del cascarón del viejo sistema, y también porque siguió ritmos diferentes en las diferentes naciones.

La transformación de las formas ideológicas

«Al considerar tales trastornos importa siempre distinguir entre el trastorno material de las condiciones económicas de producción -que se debe comprobar fielmente con ayuda de las ciencias físicas y naturales- y las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas; en una palabra, las formas ideológicas, bajo las cuales los hombres adquieren conciencia de este conflicto y lo resuelven» (Marx, Prefacio a la Contribución a la Economía Política, Ed. Comunicación, Madrid, 1978, pág. 43).

Todas las sociedades de clase se mantienen por una combinación de represión sin tapujos y control ideológico, que la clase dominante ejerce por medio de sus numerosas instituciones: familia, religión educación, etc. La ideología no es nunca un puro reflejo pasivo de la base económica, sino que contiene su propia dinámica, que en ciertos momentos puede impactar activamente en las relaciones sociales subyacentes. En su afirmación de la concepción materialista de la historia, Marx se vio obligado a distinguir entre "el trastorno material de las condiciones económicas", y "las formas ideológicas, bajo las cuales los hombres adquieren conciencia de este conflicto", porque hasta la fecha, la forma dominante de estudiar la historia había puesto el énfasis en las últimas a expensas del primero.

Cuando se analizan las transformaciones ideológicas que se producen en una época de revolución social, es importante recordar que si en última instancia están determinadas por las condiciones económicas de producción, no es de una forma rígida y mecánica, y menos aún porque tales periodos no son nunca exclusivamente de puro declive o degradación, sino que están marcados por una creciente confrontación entre fuerzas sociales contradictorias. Lo característico de esas épocas es que la vieja ideología dominante, que corresponde cada vez menos a la realidad social cambiante, tiende a descomponerse y dar lugar a nuevas visiones del mundo que pueden servir para inspirar y movilizar activamente a las clases sociales opuestas al viejo orden. En el proceso de descomposición, las viejas ideologías -religiosa, filosófica, artística- ceden frecuentemente al pesimismo, el nihilismo y la obsesión por la muerte; mientras las ideologías de las clases ascendentes o rebeldes son más a menudo optimistas, vitalistas y anticipan el albor de un mundo radicalmente transformado.

Para poner un ejemplo: en el periodo dinámico del sistema esclavista, la filosofía tendía a expresar, dentro de los límites del periodo, los esfuerzos del género humano por "conocerse a sí mismo", según la frase que hizo inmortal Sócrates -para comprender la dinámica real de la naturaleza y la sociedad por medio del pensamiento racional, sin la intermediación de lo divino. En su periodo de decadencia, la filosofía tendía a retirarse a la justificación de la desesperación o de la irracionalidad, como en el neoplatonismo y sus vinculaciones a los numerosos cultos esotéricos que florecieron en las últimas décadas del Imperio.

Esta tendencia no puede comprenderse sin embargo, de forma unilateral: en los periodos de decadencia, las viejas religiones y filosofías también se enfrentaron al ascenso de nuevas clases revolucionarias, o la rebelión de los explotados, y éstas, generalmente, también tomaron una forma religiosa. Así, en la antigua Roma, la religión cristiana, aunque estaba ciertamente influenciada por cultos esotéricos orientales, empezó como un movimiento de protesta de los desposeídos contra el orden dominante, y más tarde, como un poder establecido por derecho propio, fue un marco para la preservación de muchas de las adquisiciones culturales del mundo antiguo. Esta dialéctica entre el viejo y el nuevo orden fue también una característica de las transformaciones ideológicas durante la decadencia del feudalismo. Por una parte:

«El periodo de estancamiento conoció el auge del misticismo en todas sus formas. La forma intelectual, con el "Tratado del arte de morir" -Ars moriendi S.XV-XVI-, y sobre todo, "La imitación de Cristo" (XIV-XV). La forma emocional, con las grandes expresiones de piedad popular, exacerbadas por la influencia de los elementos incontrolados del clero mendicante: los "flagelantes" deambulaban por las zonas rurales, lacerando sus cuerpos con látigos en las plazas de los pueblos para apelar a la sensibilidad humana y llamar a los cristianos a arrepentirse. Estas manifestaciones dieron lugar a una imaginería de dudoso gusto, como las fuentes de sangre, que simbolizaban al redentor. Muy rápidamente el movimiento osciló hacia la histeria, y la jerarquía eclesiástica tuvo que intervenir contra los elementos turbulentos, para impedir que sus prédicas hicieran aumentar el número de vagabundos... Se desarrolló el arte macabro... El texto sagrado preferido por las mentes más ilustradas era el Apocalipsis.» (J. Favier, De Marco Polo à Christophe Colomb, traducido del francés por nosotros).

Por otra parte, el hundimiento del feudalismo también conoció el ascenso de la burguesía y su visión del mundo, que se expresó en el magnífico florecimiento del arte y la ciencia en el periodo del Renacimiento. E incluso movimientos místicos y milenarios, como los anabaptistas estuvieron a menudo, como señaló Engels, íntimamente ligados a las aspiraciones comunistas de las clases explotadas. Esos movimientos aún no podían plantear una alternativa históricamente viable al viejo sistema de explotación y sus sueños milenarios se orientaban más hacia en un pasado primitivo que hacia un futuro más avanzado, pero, a pesar de todo, desempeñaron un papel clave en el camino que llevó a la destrucción de la jerarquía medieval decadente.

En una época decadente, el declive cultural general nunca es absoluto: en el plano artístico por ejemplo, el estancamiento de las viejas escuelas, también puede ser contrarrestado por nuevas formas que expresan sobre todo una protesta humana contra un orden cada vez más inhumano. Y lo mismo puede decirse del plano de la moral. Si la moral es en último extremo una expresión de la naturaleza social del ser humano, y si los periodos de decadencia son expresión de la quiebra de las relaciones sociales, entonces tenderán a caracterizarse por una quiebra concomitante de la moralidad, una tendencia al colapso de los lazos humanos básicos y al triunfo de los impulsos antisociales. La perversión y la prostitución del deseo sexual, el florecimiento del robo, el fraude y el asesinato gratuitos, y sobre todo la supresión del orden moral en la guerra, se ponen al orden del día. Pero ni siquiera esto tampoco debería verse de forma rígida y mecánica, y concluir que los periodos de ascendencia están marcados por un comportamiento humano superior, y los periodos de decadencia por una repentina pendiente de infamia y depravación. La socavación y el derrumbe de las viejas certezas morales pueden expresar igualmente el auge de un nuevo sistema de explotación, en comparación con el cual, el viejo orden puede parecer comparativamente benigno, como señala el Manifiesto Comunista respecto al ascenso del capitalismo:

«Dondequiera que se instauró, echó por los suelos todas las instituciones feudales, patriarcales e idílicas. Desgarró implacablemente los abigarrados lazos feudales que unían al hombre con sus superiores naturales y no dejó en pie más vínculo que el del interés escueto, el del dinero contante y sonante, que no tiene entrañas.  Echó por encima del santo temor de Dios, de la devoción mística y piadosa, del ardor caballeresco y la tímida melancolía del buen burgués, el jarro de agua helada de sus cálculos egoístas.  Enterró la dignidad personal bajo el dinero y redujo todas aquellas innumerables libertades escrituradas y bien adquiridas a una única libertad: la libertad ilimitada de comerciar.»

Y a pesar de eso, la comprensión de Marx y Engels de lo que Hegel llamaba "la astucia de la razón" era de tal envergadura, que fueron capaces de reconocer que este declive "moral", esta mercantilización del mundo, era de hecho una fuerza de progreso que colaboraba en erradicar el estático orden feudal tras ella y ante ella allanaba el camino para el orden moral genuinamente humano que se perfilaba en el horizonte.

Gerrard

 


 

[1] Por ejemplo, las sociedades sedentarias de cazadores, ya bastante jerarquizadas, que fueron capaces de almacenar amplias reservas de alimentos, las diferentes formas semi-comunistas de producción agraria, los "imperios tributarios" formados por pastores semi-bárbaros como los Hunos y los Mongoles.

[2] Entre las tribus australianas, cuando el modo de vida tradicional era todavía vigente, el cazador que traía la pieza no guardaba nada para sí, sino que inmediatamente entregaba el producto a la comunidad siguiendo la tradición que marcaban ciertas estructuras complejas de parentesco. Según el trabajo del antropólogo Alain Testart, Le Communisme Primitif, 1985, el término de comunismo primitivo sólo debería aplicarse a los australianos, a quienes él ve como la última reminiscencia de una relación social que probablemente fue la norma durante el periodo paleolítico. Esto es materia de debate. Ciertamente, incluso entre los pueblos nómadas de cazadores-recolectores hay amplias diferencias respecto a la forma como se distribuye el producto social, pero todos ellos dan prioridad al mantenimiento de la comunidad, y como señala Chris Knight en su trabajo Blood Relations, Menstruation and the origins of culture, 1991, lo que él llama "own-kill rule" (es decir, límites prescritos sobre lo que el cazador puede consumir de las piezas que ha matado) está ampliamente extendido entre los pueblos cazadores.

[3] Debe tenerse en cuenta que la disolución de las relaciones sociales primitivas no fue un acontecimiento que se produjo de una vez por todas a partir de un determinado momento, sino que siguió diferentes ritmos en diferentes partes del mundo; es un proceso que se desarrolla durante milenios y que sólo ahora está llegando a sus trágicos últimos capítulos en las regiones más remotas del planeta, como el Amazonas o la selva de Borneo.

[4] "Corvée" es trabajo, a menudo pero no siempre impagado, que las personas en el poder podían obligar a sus súbditos a realizar; a menos que lo conmutaran de alguna manera, como un pago al contado. Se diferencia del esclavismo en que el trabajador no es propiedad de nadie -siendo libre en diferentes aspectos aparte de la prestación de ese trabajo- y el trabajo obligatorio es habitualmente intermitente, requiriéndose típicamente sólo un cierto número de días "o meses" al año. Es una forma de trabajo obligatorio, no libre, en el que el trabajador no es compensado.

[5] El gobierno del Principatus o Principado es instaurado al ascender Octavio Augusto al poder (27 a. C.). Este sistema de gobierno se mantendrá durante todo el Alto Imperio Romano. Este tipo de gobierno es el resultado de la evolución de las instituciones republicanas, adaptándolas a las necesidades de un verdadero imperio. El gobierno es dividido, con el Príncipe, sus provincias imperiales y su propio tesoro (Fiscus), y los antiguos organismos con las provincias senatoriales y el Aerarium o tesoro público. Pero en la práctica el gobierno es un protectorado, donde el Principe ostenta todos los poderes (Auctoritas, Maiestas y Potestas) y vigila a las autoridades clásicas. El Principado se produce en el tercer período de Roma que abarca desde el año 27 a.C. con la llegada de Augusto al gobierno, hasta la llegada de Diocleciano en el 284 d.C. El Principado fue una monarquía colegiada, al cual luego le va a proceder el Dominado (cuarto período) que se va a caracterizar por ser una monarquía absoluta, sin asociados al gobierno; a diferencia del principado, que es una democracia autoritaria. (Wikipedia)

[6] El término bagauda, (bagaudae en latín [19]; en bretón bagad. En galo significaba «tropa»), se utiliza para designar a los integrantes de numerosas bandas que participaron en una larga serie de rebeliones, conocidas como las revueltas bagaudas, que se dieron en Galia [20] e Hispania [21] durante el Bajo Imperio [22], y que continuaron desarrollándose hasta el siglo V [23]. Sus integrantes eran principalmente campesinos o colonos evadidos de sus obligaciones fiscales, esclavos [24] huidos o indigentes (Wikipedia)

Cuestiones teóricas: 

  • Medio ambiente [25]

El comunismo no es un bello ideal, sino una necesidad material - IIIª parte

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El comunismo no es un bello ideal, sino una necesidad material - IIIª  parte

La alienación del trabajo constituye la premisa de su emancipación

En los dos primeros artículos de esta serie (Revista Internacional, nos 68 y 69) empezamos refutando la idea de que el comunismo no sería sino la invención de unos cuantos “reformadores del mundo”, examinando el desarrollo de las ideas comunistas en la historia, mostrándolas como producto de las fuerzas materiales que hacen su labor en profundidad en la sociedad, y sobre todo como producto de la rebelión de las clases oprimidas y explotadas contra las condiciones de la dominación de clase. En el segundo artículo en particular, hemos demostrado que el concepto marxista del comunismo, lejos de ser un esquema salido del cerebro de Marx, es algo que se ha hecho posible sólo cuando el proletariado fue capaz de ganar a la lucha por su emancipación a hombres como Marx y Engels.

Los dos artículos siguientes tratan de las primeras definiciones de una sociedad comunista para Marx, y en especial de su visión del comunismo como superación de la alienación del hombre. El artículo que sigue está pues dedicado especialmente al concepto de alienación. A primera vista, eso parece alejarse del principal argumento de esta serie de artículos, o sea, que el comunismo es una necesidad material impuesta por las contradicciones inherentes al modo de producción capitalista. Superficialmente, la cuestión de la alienación puede parecer un factor puramente subjetivo, algo que se refiere a las ideas y los sentimientos, más que las bases materiales más sólidas de la sociedad. Pero, como lo desarrollamos en este artículo, fue el mérito y la fuerza de Marx el haber sacado el concepto de alienación de la especulación nebulosa para situar sus raíces en las relaciones sociales fundamentales entre los seres humanos. Y por ello mismo, Marx dejó perfectamente establecido que la sociedad que haya de permitir al hombre superar su alienación sólo podrá surgir a partir de una transformación total de esas relaciones sociales, o sea de la lucha revolucionaria de la clase obrera.

Sobre los objetivos superiores del comunismo

Se ha dicho a menudo que Marx no se interesó nunca por trazar planes para la sociedad comunista futura. Es cierto en la medida en que, a diferencia de los socialistas utópicos, que veían el comunismo como una pura invención de mentes esclarecidas, Marx era consciente de que sería infructuoso trazar planes detallados de la estructura y el modo de funcionamiento de la sociedad comunista, ya que ésta no podía ser más que la obra de un movimiento social de masas que tenía que encontrar soluciones prácticas a la tarea sin precedente de construir un orden social cualitativamente superior a todo lo que había existido hasta entonces.

Pero esta oposición, perfectamente válida, a cualquier tentativa de encerrar el movimiento real de la historia en la camisa de fuerza de los esquemas preestablecidos, no significaba en absoluto que Marx, ni la tradición marxista en general, no considerara interesante definir los fines últimos del movimiento. Al contrario: una de las funciones distintivas de la minoría comunista es que tiene “sobre el resto del proletariado la ventaja de su clara visión de las condiciones, de la marcha y de los resultados generales del movimiento proletario” (El Manifiesto comunista). Lo que distingue al comunismo de todas las clases de utopismo no es la ausencia de visión de “los resultados generales” últimos, sino que establece las conexiones reales entre esos fines y las “condiciones” y la “marcha” que conducen a ellos. En otros términos, basa su visión de la sociedad futura sobre un análisis completo de las condiciones de la sociedad existente ; de suerte que, por ejemplo, la reivindicación de la abolición de la economía de mercado no se deriva de una objeción puramente moral a la compra y la venta, sino del reconocimiento de que una sociedad fundada sobre una producción generalizada de mercancías está condenada a hundirse bajo el peso de sus contradicciones internas, planteando por esto la necesidad de una forma de organización social superior, basada en la producción para el uso. Al mismo tiempo, el marxismo funda su concepción del camino, de la línea de marcha hacia esta forma superior, en las experiencias reales de la lucha del proletariado contra el capitalismo. Así, mientras que la consigna de dictadura del proletariado aparece al principio del movimiento marxista, la forma que esta dictadura había de tomar se ha ido precisando con los grandes acontecimientos revolucionarios de la historia de la clase obrera, en particular la Comuna de París y la Revolución de Octubre.

Sin una visión general del tipo de sociedad a la que aspira, el movimiento comunista estaría ciego. En vez de ser la encarnación más alta de esa capacidad humana exclusiva de prever, de  “erigir su estructura en la imaginación antes de erigirla en la realidad” ([1]) no sería nada más que una reacción instintiva a la miseria capitalista. En su batalla permanente contra la dominación de la ideología burguesa, no tendría ningún poder para convencer a los obreros y a todas las demás capas oprimidas de la sociedad de que su única esperanza reside en la revolución comunista, de que los problemas aparentemente insolubles planteados por la sociedad capitalista pueden encontrar soluciones prácticas en una sociedad comunista. Y una vez que la transformación revolucionaria hubiera empezado verdaderamente, no habría ninguna forma de medir sus progresos hacia el objetivo final.

Y sin embargo no debemos olvidar que hay que hacer una distinción entre esos resultados finales, los “objetivos generales” últimos, y la línea de  “marcha” que conduce a ellos. Como ya hemos dicho, ésta última está sujeta a una clarificación constante por la experiencia práctica del movimiento de la clase: la Comuna de París dejó claro para Marx y Engels el hecho de que el proletariado tenía que destruir el antiguo aparato de Estado antes de erigir su propio aparato de poder; el surgimiento de los soviets en 1905 y 1917, convenció a Lenin y Trotski de que constituían “la forma por fin encontrada de la dictadura del proletariado”, y así sucesivamente. Por otra parte, si consideramos los fines supremos del comunismo, no podemos más que atenernos a las conclusiones muy generales basadas en la crítica de la sociedad capitalista hasta el momento en que el movimiento real empiece a ponerlos en práctica al orden del día. Esto es tanto más cierto cuanto que la revolución proletaria es por definición, primero, una revolución política, y después una transformación económica y social. Como los ejemplos auténticos de revolución de la clase obrera no han llegado hasta ahora más allá de la conquista del poder político en un país determinado, las lecciones que nos han aportado están ligadas fundamentalmente a los problemas políticos de las formas y los métodos de la dictadura del proletariado (relaciones entre partido, clase y Estado, etc.); solamente nos han dado orientaciones precisas sobre las medidas sociales y económicas que hay que tomar para establecer los fundamentos de la producción y distribución comunista de manera muy limitada, y en gran parte, en negativo (por ejemplo, que la estatización no es la socialización). Por lo que concierne a la sociedad comunista plenamente desarrollada que no emergerá más que después de un periodo de transición más o menos largo, la experiencia histórica de la clase obrera no ha podido, y no podía aportar clarificaciones cualitativas para que los comunistas pudieran describir tal sociedad.

Por eso no es una casualidad si las descripciones más inspiradas y que a su vez nos inspiran más respecto a los objetivos supremos del comunismo se hayan producido al principio de la vida política de Marx, coincidiendo con su adhesión a la causa del proletariado, con su identificación explícita como comunista en 1844 ([2]). Esas primeras descripciones de lo que podría ser la humanidad cuando se hayan destruido las trabas del capitalismo y las sociedades de clase precedentes, raramente se han mejorado en los escritos posteriores de Marx. Responderemos brevemente al argumento según el cual Marx habría abandonado esas primeras definiciones como simples locuras de juventud. Pero por el momento queremos decir simplemente que la forma en que Marx abordó ese problema es enteramente coherente con el conjunto de su método: sobre la base de una crítica profunda del empobrecimiento y la deformación de la actividad humana en las condiciones sociales existentes, dedujo lo que es necesario para negar y superar ese empobrecimiento. Pero una vez establecidos los fines últimos del comunismo, lo esencial era sumergirse en el movimiento proletario naciente, en la dureza y los retos de sus luchas económicas y políticas; las únicas que serían capaces de transformar en realidad esos objetivos lejanos.

Los Manuscritos económicos y filosóficos y la continuidad del pensamiento de Marx

Durante el verano de 1844 Marx vivía en París, rodeado de numerosos grupos comunistas que habían sido un factor importantísimo para ganarlo a la causa comunista. Allí escribió los Manuscritos económicos y filosóficos, hoy célebres, a los cuales se refirió después como un trabajo de base para los Grundrisse y el mismo Capital. En ellos intentó comprender la economía política desde el punto de vista de la clase explotada, haciendo sus primeras incursiones en cuestiones como los salarios, los beneficios, la renta de la tierra y la acumulación de capital, cuestiones que debían ocupar un lugar importantísimo en sus trabajos posteriores; aunque en sus precisiones en la introducción a Los Manuscritos, Marx anuncia el plan de una serie monumental de folletos de los que la parte económica no constituía más que el principio. En esas mismas libretas de notas encontramos también la tentativa más global de Marx de acabar con la filosofía idealista hegeliana, que en aquel momento ya había perdido su utilidad al haber sido “puesta en su sitio” por la emergencia de una teoría materialista de la evolución histórica. Pero Los Manuscritos son ciertamente mejor conocidos por la forma en que tratan de la alienación del trabajo y en menor medida por el esfuerzo de definir el tipo de actividad humana que lo sustituiría en la futura sociedad comunista.

Los Manuscritos económicos y filosóficos no se publicaron antes de 1927: eso significa que no se conocían durante el periodo revolucionario más crucial de la historia del movimiento obrero; su publicación coincidió con el último aliento de la oleada revolucionaria que sacudió el mundo capitalista durante la década que siguió a 1917. 1927 fue el año que vio al mismo tiempo la derrota de la revolución en China y la de la Oposición de Izquierdas en los partidos comunistas; un año más tarde, la Internacional comunista sellaba su propio fin adoptando la infame teoría del “socialismo en un sólo país”. El resultado de esta ironía de la historia es que ha sido la burguesía, y no el movimiento proletario, quien más ha cacareado sobre Los Manuscritos y su significado. En particular hubo una gran controversia en los círculos estériles de la “teoría” académica burguesa de izquierda sobre la supuesta ruptura entre el “joven Marx” y el “viejo Marx”. Como el propio Marx nunca publicó Los Manuscritos, y en ellos trató cuestiones que parecían poco desarrolladas en sus escritos posteriores, algunos han supuesto que Los Manuscritos representaban un Marx inmaduro, influenciado por Feuerbach, e incluso hegeliano, que habría sido rechazado después de manera decisiva por el Marx maduro y más científico. Los principales defensores de esa posición son... los estalinistas, y sobre todo Althusser, ese obscurantista empedernido. Según ellos, lo que Marx abandonó sobre todo fue la concepción de la naturaleza humana que encontramos en Los Manuscritos, y en particular la noción de alienación.

Es evidente que semejante punto de vista no puede considerarse separado de la naturaleza de clase del estalinismo. La crítica del trabajo alienado en Los Manuscritos está ligada íntimamente a la crítica del “comunismo cuartelario”, un comunismo en el cual la comunidad se convierte en capitalista abstracto que paga los salarios, la visión del comunismo que defendían las auténticas corrientes proletarias inmaduras como los blanquistas en su época ([3]). Marx condena sin rodeos semejantes visiones del comunismo en Los Manuscritos porque para él el comunismo no tenía sentido si no acababa con la supresión de todo lo que entorpece las capacidades creativas del hombre y transformaba la carga del trabajo en actividad libre y placentera. Por su parte, los estalinistas se definen por la noción de que el socialismo significa un régimen de indigencia y de explotación forzada personificado en las condiciones de trabajo en fábricas y campos de trabajo de los que se autodenominan países “socialistas”. En estos casos, ya no se trata sin embargo de una expresión inmadura del movimiento proletario, sino de la plena apología de la contrarrevolución capitalista. Puesto que lo que existía en el “socialismo realmente existente” del Este era claramente trabajo alienado, no es sorprendente que los estalinistas se encuentren a disgusto por lo que se refiere a esa noción en conjunto. Podríamos seguir: por ejemplo la visión de Marx en Los Manuscritos de las relaciones correctas entre el hombre y la naturaleza no cuadra muy bien con la catástrofe ecológica que aporta “la interpretación” estalinista de esta cuestión. Pero de todas formas, esto nos lleva al mismo punto : la visión del comunismo elaborada en Los Manuscritos debilita la impostura del “socialismo” estalinista.

En el otro extremo del espectro burgués, muchas variantes del humanismo liberal, incluidos los teólogos protestantes y la flor y nata de los sociólogos, también han intentado separar los “dos Marx”. En cambio ellos, contrariamente a los estalinistas, han preferido netamente al joven Marx romántico, idealista y generoso, respecto al autor frío y materialista de El Capital. Pero al menos semejantes interpretaciones no se reivindican del marxismo...

Los escritos de Bordiga en los años 1950 son de los pocos en el movimiento proletario que han intentado hacer algunos comentarios sobre Los Manuscritos, y rechazan claramente esta división artificial: “Otro lugar común muy corriente es que Marx es hegeliano en sus escritos de juventud, que solamente después fue el teórico del materialismo histórico, y que más viejo, fue un vulgar oportunista” ([4]). Contra semejantes clichés, Bordiga defendió de forma justa la continuidad del pensamiento de Marx a partir del momento en que adhirió claramente a la causa del proletariado. Pero al hacer esto, y en reacción a las diversas teorías del momento, que o bien proclamaban caduco el marxismo, o bien trataban de sazonarlo con diversos aditivos, como el existencialismo, Bordiga se equivocó sobre esta continuidad y la tomó por “el monolitismo de todo el sistema desde el nacimiento hasta la muerte de Marx, e incluso después de él (concepto fundamental de la invariabilidad; rechazo fundamental de la evolución por enriquecimiento de la doctrina del partido)” ([5]). Esta concepción reduce el marxismo a un dogma estático como el Islam –para el verdadero musulmán, el Coran es el verbo de Dios de forma precisa, porque no se ha cambiado un punto ni una coma desde que fue “dictado” por primera vez. Es una noción peligrosa que ha hecho olvidar a los bordiguistas los “enriquecimientos” reales aportados por la propia corriente de la que provienen –la Fracción italiana de la Izquierda comunista– y les ha hecho volver a posiciones que la época de declive del capitalismo ha hecho caducas. Respecto al tema que nos ocupa, Los Manuscritos, eso no tiene sentido. Si comparamos Los Manuscritos a los Grundrisse, que constituían si se quiere el segundo borrador del mismo gran trabajo, la continuidad es absolutamente clara: contrariamente a la idea de que Marx habría abandonado el concepto de alienación, el término y el concepto aparecen aún en ese trabajo del Marx “maduro”, igual que en El Capital. Pero los Grundrisse representan sin duda un enriquecimiento respecto a Los Manuscritos. Por ejemplo, clarifican ciertas cuestiones fundamentales como la distinción entre el trabajo y la fuerza de trabajo, y por tanto son capaces de descubrir el secreto de la plusvalía. En su análisis del fenómeno de la alienación, Marx es capaz de plantear el problema de forma más histórica que en sus trabajos precedentes, porque se basa en un estudio profundo de los modos de producción que han precedido al capitalismo. Para nosotros, plantear correctamente el problema significa afirmar al mismo tiempo la continuidad y el enriquecimiento progresivo de la “doctrina del partido”, porque el marxismo es al mismo tiempo una tradición profundamente histórica y un método vivo.

El concepto de alienación: del mito a la ciencia

La idea de que el hombre se ha convertido en un extraño o alienado respecto a sus propias y verdaderas potencialidades es muy antigua. Precede ciertamente la emergencia de las sociedades de clase, porque la historia de la caída del hombre del paraíso original, de una condición en la que gozaba de poderes divinos, constituye un elemento central del mito y del ritual de las sociedades comunistas primitivas. Los aborígenes australianos, por ejemplo, creían que sus antepasados eran los prodigiosos seres creadores de una “edad de oro”, y que después de que terminara esa época mítica, los seres humanos habían perdido mucho de su poder y de sus conocimientos. De hecho en todas las sociedades que han precedido al capitalismo, esa idea de “haberse perdido” tomaba forzosamente formas míticas o religiosas.

Como la religión, que desciende de él, el mito es al mismo tiempo una protesta contra la alienación y una expresión de ésta; en el mito, como en la religión, el hombre proyecta poderes que son realmente suyos sobre seres sobrenaturales separados de él. En la comunidad primitiva, sin embargo, la alienación no existe más que en estado embrionario, a través de la dominación de la tribu sobre el individuo, no en tanto que relación de explotación de clase. Esto se refleja en el aspecto ideológico en el hecho de que el hombre primitivo guarda una creencia en su identidad secreta con los seres creadores todopoderosos de la época del sueño mítico.

Con la disolución de la sociedad primitiva por el desarrollo de las clases y las relaciones mercantiles, el alba de la alienación propiamente dicha se refleja en la emergencia de una concepción estrictamente religiosa de las relaciones entre los hombres y los poderes creadores. En la religión judeo-cristiana en particular, las concepciones míticas que se remontan al pasado de la sociedad primitiva son reemplazadas por la noción de que el drama de la caída del hombre y su redención es una progresión histórica a través del tiempo. Pero el precio de ese desarrollo que se aleja del mito ha sido establecer una fosa infranqueable entre el hombre y Dios. Si en los tiempos primitivos el hombre creía que nunca había perdido su estatuto divino original, para la religión judeo-cristiana, Dios ordenó al género humano dejar el Paraíso precisamente a causa del pecado de haber intentado elevarse al nivel de Dios.

En reacción a ese dualismo característico de una visión estrictamente religiosa, ciertas corrientes esotéricas, en particular los cabalistas y sus ramificaciones, han visto esa caída (del Edén), no como un castigo para el hombre por haber desobedecido a una figura alejada del Padre, sino como un proceso cósmico dinámico en el cual el Espíritu universal original se ha “olvidado” de sí mismo, y se ha sumergido en un mundo de división y de realidad aparente. Los iniciados de esas tradiciones estaban inspirados por la esperanza de recobrar la unidad perdida entre la creación y su origen divino, entre el hombre y Dios: al hacer esto, fueron acusados a menudo de herejías panteístas y ateas.

Existe una relación precisa, aunque raramente explorada, entre el pensamiento de Hegel y ciertas de esas tradiciones esotéricas, en particular en los trabajos del protestante radical, artesano visionario, al cual el propio Marx se refirió una vez como “el inspirado Jakob Boehme” ([6]). Pero Hegel era igualmente el teórico más avanzado de la burguesía revolucionaria, y por consiguiente el heredero de la filosofía racionalista de los antiguos griegos. Como tal hizo una grandiosa tentativa por desgajar el conjunto del problema de la alienación del terreno del mito y del misticismo, y de plantearlo de manera científica. Para Hegel, eso significaba que aquello que había sido esotérico en otro tiempo, encerrado en los rincones mentales secretos de algunos privilegiados, debía ser aprehendido consciente, clara y colectivamente: “Solamente lo que está perfectamente determinado en su forma es al mismo tiempo esotérico, comprensible y capaz de ser aprendido y poseído por todos. La inteligibilidad es la forma bajo la cual la ciencia se ofrece a cada uno y es la vía que se le abre para ser evidente para todos” ([7]). Con Hegel, pues, hay una tentativa de comprender la separación del hombre desde un punto de vista histórico y conscientemente dialéctico, y Marx reconoce incluso que aportó clarificaciones sobre el papel clave del trabajo en la autogénesis del hombre. Y sin embargo Marx, siguiendo a Feuerbach, señaló que el sistema hegeliano no había dado más que algunos pasos en el sentido de la ciencia antes de volver a caer en el misticismo. Se puede ver fácilmente que la noción hegeliana de la historia como “alienación de la Idea Absoluta” es una nueva forma de la versión cabalística de la caída cósmica original. Mientras que para Marx, la cuestión no era la historia de Dios, sino la historia “del devenir de la naturaleza por y para el hombre“ ([8]); no la caída de una Conciencia original en el reino vulgar de la materia, sino la ascensión material del ser inconsciente hacia el ser consciente.

En la medida en que Hegel trató la alienación en tanto que aspecto de la experiencia concreta humana, sus concepciones son inútiles y ahistóricas, ya que se planteó la alienación como categoría absoluta de la relación del hombre con el mundo exterior: según los términos de Marx, Hegel confundió la objetificación –la capacidad humana de separar el sujeto del objeto– con la alienación. En consecuencia, si alguna vez se pudiera superar esa separación entre el hombre y el mundo, sería a partir del mundo abstracto del pensamiento –el reino propio del filósofo, que para Marx no era en sí mismo más que un reflejo de la alienación.

Pero Marx no abandonó el concepto de alienación de los hegelianos. Al contrario, intentó restaurarlo sobre la base de sus fundamentos materiales, situando sus orígenes en la sociedad humana. Feuerbach había explicado que La Idea Absoluta, como todas las manifestaciones precedentes de Dios, era de hecho la proyección del hombre incapaz de realizar sus propias potencialidades, del hombre alienado a sí mismo. Pero Marx fue más lejos, al reconocer el hecho de que “si el entendimiento profano se desgaja de sí mismo y se sitúa en las nubes como un reino independiente, eso no puede explicarse sino por el desgarro de sí y por la contradicción consigo mismo de ese entendimiento profano” ([9]). El concepto de alienación es vital para Marx porque se convierte en un arma de su asalto contra la “base secular”, es decir, la sociedad burguesa, y sobre todo, la economía política burguesa.

Confrontado a la marcha triunfante de la sociedad burguesa, a todos los “milagros del progreso” que aportó, Marx utilizó el concepto de alienación para mostrar lo que significaba todo ese progreso para los verdaderos productores de la riqueza, los proletarios. Mostró que la riqueza creciente de la sociedad capitalista significaba el empobrecimiento creciente del obrero. No solamente su empobrecimiento físico, sino también el empobrecimiento de su vida interior: “... Cuanto más se vuelca el trabajador en su trabajo, tanto más poderoso es el mundo extraño, objetivo que crea frente a sí y tanto más pobres son él mismo y su mundo interior, tanto menos dueño de sí mismo es. Lo mismo sucede en la religión. Cuanto más pone el hombre en Dios, tanto menos guarda en sí mismo. El trabajador pone su vida en el objeto, pero a partir de entonces ya no le pertenece a él, sino al objeto. Cuanto mayor es la actividad, tanto más carece de objetos el trabajador. Lo que es el producto de su trabajo, no lo es él. Cuanto mayor es, pues, este producto, tanto más insignificante es el trabajador. La enajenación del trabajador en su producto significa no solamente que su trabajo se convierte en un objeto, en una existencia exterior, sino que existe fuera de él, independiente, extraño, que se convierte en un poder independiente frente a él; que la vida que ha prestado al objeto se le enfrenta como cosa extraña y hostil” ([10]). El planteamiento de Marx es evidente: contra las abstracciones de Hegel (que tomaron una forma caricaturesca en el trabajo de los jóvenes hegelianos en torno a Bruno Bauer), Marx arraigó el concepto de alienación en los “hechos económicos presentes” ([11]). El demostró que la alienación es un elemento irreductible del sistema de trabajo asalariado, que no tiene otro sentido que, cuanto más produce el obrero, menos se enriquece él mismo y más el capital, ese poder extraño que se sitúa por encima de él.

También, con Marx, la alienación deja de ser un simple estado de ánimo, un aspecto inherente de la relación del hombre con el mundo (en cuyo caso jamás podría superarse) y se convierte en un producto particular de la evolución histórica del hombre. Un producto que no comenzó con el capitalismo: como Marx señaló en los Grundrisse, el trabajo asalariado es simplemente la forma final y superior de la alienación. Pero precisamente porque es su forma más avanzada, descubre la clave de la comprensión de la historia de la alienación en general, del mismo modo que la aparición de la economía política burguesa permite el examen de los fundamentos de los modos de producción precedentes. Bajo las condiciones burguesas de producción quedan al desnudo las raíces de la alienación: no residen en las nubes o en la cabeza de los hombres, sino en el proceso de trabajo, en las relaciones prácticas y concretas entre los hombres y entre el hombre y la naturaleza. Después de abrir este boquete teórico es posible mostrar cómo se extiende la alienación del hombre en el acto de trabajo a todas sus otras actividades; igualmente, esto abre la posibilidad de investigar los orígenes de la alienación y su evolución a través de las sociedades humanas precedentes –aunque hay que decir que Marx y el movimiento marxista no han hecho más que establecer las premisas de tal investigación, ya que otras tareas han tomado prioridad necesariamente respecto de aquellas.

Las cuatro caras de la alienación

Aunque la teoría de Marx sobre la alienación no es, ni mucho menos, completa, su manera de abordarla en Los Manuscritos muestra hasta qué punto estaba preocupado porque no quedara incierta o vaga. En el capítulo sobre “el trabajo alienado” examina el problema de manera muy precisa, identificando cuatro aspectos distintos pero interconectados de la alienación.

El primer aspecto es el que se ha tratado en la cita precedente de Los Manuscritos, que se resume brevemente en otro pasaje: “1) la relación del trabajador con el producto del trabajo como con un objeto ajeno y que lo domina. Esta relación es, al mismo tiempo, la relación con el mundo exterior sensible, con los objetos naturales, como con un mundo extraño para él y que se le enfrenta con hostilidad” ([12]). Bajo las condiciones de la alienación, los productos de las propias manos de los hombres se vuelven contra ellos, y aunque esto se aplica a los modos de explotación de clase precedentes, llega a sus más altas cumbres bajo el capitalismo, que es una potencia completamente impersonal e inhumana, creada por el trabajo de los hombres pero que escapa completamente a su control, y que periódicamente sumerge al conjunto de la sociedad en crisis catastróficas. Esta definición se aplica evidentemente al acto inmediato de producción: el capital, bajo la forma de máquinas y de tecnología domina al obrero, y en vez de ampliar su tiempo libre, aumenta su agotamiento. Además, la crítica del trabajo asalariado en tanto que, por definición, trabajo alienado, desafía a todas las tentativas burguesas de separar ambos como por ejemplo los tópicos fraudulentos de los años 60 sobre la “satisfacción en el trabajo” atenuando la extrema especialización que caracteriza el trabajo en las fábricas, instituyendo equipos de trabajo, la “participación de los trabajadores” y demás necedades. Desde un punto de vista marxista, nada de eso altera el hecho de que los obreros crean objetos sobre los que no tienen ningún control y que sólo sirven para enriquecer a otros a costa de los trabajadores, aun cuando éstos se consideren “bien pagados”. Pero también puede hacerse una aplicación más amplia de toda esta problemática al proceso inmediato de producción. Cada vez está más claro, en particular en el período de decadencia del capitalismo, que la totalidad de la máquina política, burocrática y militar del capital ha desarrollado una vida propia (hipertrófica) que aplasta a los seres humanos como un enorme monstruo. La bomba atómica es el típico ejemplo de esta tendencia: en un sociedad regida por fuerzas inhumanas, las fuerzas del mercado y la concurrencia capitalistas, lo que el hombre produce ha escapado hasta tal punto a su control, que está amenazado de extinción. Puede decirse lo mismo respecto a las relaciones del hombre con la naturaleza, en el capitalismo: no es que éste haya generado por sí mismo la alienación entre el hombre y la naturaleza, que arranca de mucho antes, sino que la ha llevado hasta su punto final. Al “perfeccionar” la hostilidad entre el hombre y la naturaleza, al reducir el conjunto del mundo natural al status de mercancía, el desarrollo de la producción capitalista amenaza hoy destruir la propia fábrica de la vida planetaria ([13]).

La segunda dimensión de la alienación descrita por Marx es la relación del obrero en el “acto de la producción, dentro de la actividad productiva misma. ¿Cómo podría el trabajador enfrentarse con el producto de su actividad como con algo extraño si en el acto mismo de la producción no se hiciese ya ajeno a sí mismo?”. En ese proceso “el trabajo es externo al trabajador, es decir, no pertenece a su ser; en su trabajo, el trabajador no se afirma sino que se niega; no se siente feliz sino desgraciado; no desarrolla una libre energía física y espiritual, sino que mortifica su cuerpo y arruina su espíritu. Está en lo suyo cuando no trabaja, y cuando trabaja no está en lo suyo. Su trabajo no es así, voluntario, sino obligado. Es trabajo forzado. Por eso no es la satisfacción de una necesidad, sino solamente un medio para satisfacer las necesidades fuera del trabajo. El carácter alienante del trabajo se evidencia claramente en el hecho de que tan pronto como no existe una coacción física o de cualquier otro tipo, se huye del trabajo como de la peste” ([14]).

Cualquiera que tenga un empleo “normal”  en la vida cotidiana capitalista, y sobre todo cualquiera que haya trabajado en una fábrica, podrá reconocerse y reconocer sus sentimientos en estos términos. En la sociedad capitalista que desde hace mucho tiempo ha establecido su dominación sobre el mundo, el hecho de que el trabajo se haya convertido en una experiencia detestable para la gran mayoría de la humanidad es presentado casi como una ley de la naturaleza. Pero para Marx y el marxismo nada hay de natural en ello. Las anteriores formas de producción (por ejemplo el trabajo comunal primitivo, el trabajo artesanal...) no llegaron a tal divorcio entre el acto de la producción y el disfrute. Ello es en realidad la prueba de que la separación total realizada por el capital es un producto histórico y no natural. Armado de esta comprensión, Marx fue capaz de denunciar la cualidad verdaderamente escandalosa de la situación aportada por el trabajo asalariado. Y ello le condujo al otro aspecto de la alienación: la alienación respecto a la vida de la especie.

Este tercer aspecto de la teoría de la alienación de Marx es ciertamente el más complejo, el más profundo y el menos conocido. En esta parte del mismo capítulo, Marx afirma que el hombre ha llegado a ser extraño a su naturaleza humana. Para Althusser y otros críticos del Marx joven tales ideas demuestran que Los Manuscritos de 1844 no suponen una ruptura radical con Feuerbach y en general la filosofía radical. No estamos de acuerdo. Lo que Marx rechazaba de Feuerbach era la noción de una naturaleza humana fija e inmutable. Dado que la naturaleza misma no es fija ni inmutable, el pensamiento de Feuerbach llevaría a un callejón sin salida desde el punto de vista teórico, y en la práctica a una forma de idolatría. La concepción de Marx sobre la naturaleza humana no es así, sino dialéctica: el hombre es siempre una parte de la naturaleza, la naturaleza es “el cuerpo inorgánico del hombre” como dice en un pasaje de Los Manuscritos; el hombre es siempre una criatura de instintos, como dice en otra parte de la misma obra ([15]). Pero el hombre se distingue del resto de criaturas naturales por su capacidad de transformar su cuerpo a través de la actividad creadora consciente, la naturaleza más esencial del hombre, su ser de especie, como dijo Marx, es la de crear, la de transformar la naturaleza.

Los críticos vulgares del marxismo proclaman a veces que Marx ha reducido el hombre a “homo faber”, una simple bestia de carga, una categoría económica. Pero esos críticos están en realidad ofuscados ante el trabajo asalariado, ante las condiciones de la producción capitalista. Al definir al hombre como productor consciente, Marx lo eleva de hecho a las puertas del paraíso: pues ¿quién es Dios sino la imagen extraña del hombre verdaderamente hombre –hombre creador? Para Marx el hombre no es verdaderamente hombre más que cuando produce en un estado de libertad. El animal “no produce sino bajo la imposición de una necesidad física inmediata (...) mientras que el hombre produce en tanto está liberado de toda necesidad física, y no produce verdaderamente, más que cuando está liberado” ([16]).

Esta es verdaderamente una de las tomas de posición más radicales de Marx. Mientras la ideología capitalista pretende como un hecho eterno de la naturaleza que el trabajo se presente como una suerte de tortura mental o física, Marx afirma que el hombre es hombre no cuando produce, sino cuando produce por el puro placer de producir, liberado por completo de la necesidad física inmediata. De otro modo el hombre viviría una existencia puramente animal. Engels planteó la misma cuestión algunos años más tarde, en la conclusión de Socialismo utópico o socialismo científico, cuando afirma que el hombre no se distinguirá verdaderamente del resto del género animal más que cuando haya entrado en el reino de la libertad, en los estadios más avanzados de la sociedad comunista.

Podría incluso decirse que el trabajo alienado reduce al hombre a un nivel inferior al de los animales: “al arrancar al hombre el objeto de su producción, le arranca su vida genérica, su real objetividad genérica, y transforma su ventaja respecto al animal en desventaja, pues se ve privado de su cuerpo inorgánico, de la naturaleza. Del mismo modo al degradar la actividad propia, la actividad libre, a la condición de medio, el trabajo alienado hace de la vida genérica del hombre, un medio para su existencia física” ([17]).

En otros términos, la capacidad del hombre para trabajar conscientemente es lo que le hace humano, lo que le separa del resto de criaturas. Pero bajo las condiciones de alienación, este avance se transforma en retroceso. Así, la capacidad del hombre de separar el sujeto del objeto, lo que constituye un elemento fundamental de la conciencia específicamente humana está deformada por una relación de hostilidad con la naturaleza, con el mundo “objetivo” de los sentidos. Además, el trabajo alienado y sobre todo el trabajo asalariado capitalista, han transformado la característica más esencial y más elevada del hombre –su actividad vital consciente, libre, espontánea– en un simple medio de subsistencia, la ha reducido de hecho a unas cuantas cosas que se compran y venden en el mercado. En resumen, la “normalidad” de trabajar bajo el capitalismo es el insulto más refinado al “ser de especie” del hombre.

La cuarta faceta de la alienación, deriva directamente de las tres precedentes: “Una consecuencia inmediata del hecho de estar enajenado el hombre del producto de su trabajo, de su actividad vital, de su ser genérico, es la alienación del hombre respecto al hombre. Si el hombre se enfrenta consigo mismo, se enfrenta también al otro” ([18]).

La alienación del trabajo globalmente implica una relación de explotación: la apropiación del excedente por la clase dominante. En las primeras sociedades de clases (en ese capítulo Marx menciona Egipto, India, Perú, ejemplos de lo que posteriormente llamará modo de producción asiático), aunque ese excedente normalmente sea consagrado a los dioses, la potencia extranjera real que reinaba sobre el trabajo de los explotados no eran por supuesto los dioses sino otros hombres: “El ser extraño al que pertenecen el trabajo y el producto del trabajo, a cuyo servicio está aquel y para cuyo placer sirve éste, solamente puede ser el hombre mismo” ([19]).

Esta división fundamental en el corazón de la vida social crea inevitablemente una separación fundamental entre los seres humanos. Desde el punto de vista de la clase dominante, en cualquier sociedad de clases, los productores de riqueza, los explotados, no son más que objetos, simples bienes que existen únicamente para su beneficio (bien es verdad que sólo bajo el capitalismo esta alienación ha llegado a ser completa, pues en este modo de producción, las relaciones de explotación pierden todo carácter personal y pasan a ser completamente inhumanas y mecánicas). Desde el punto de vista de la clase explotada, los dominadores de la sociedad aparecen enmascarados por un torbellino de mistificaciones, apareciendo unas veces como dioses y otras como demonios según las circunstancias; sólo cuando emerge la conciencia de clase proletaria, que es la negación de todas las formas ideológicas de percepción, la clase explotada puede ver a sus explotadores con claridad como lo que son: simples productos de las relaciones sociales e históricas ([20]).

Pero esta división no se reduce únicamente a la relación directa entre explotado y explotador. Para Marx el ser de la especie humana no es una esencia aislada, encerrada en cada individuo; sino la “gemeinwesen”, un término clave que implica que la naturaleza del hombre es social, que la existencia comunitaria es la única forma realmente humana de la existencia humana. El hombre no existe aislado, como productor individual. Es el trabajador social, el productor colectivo por definición. Y sin embargo –y este elemento está desarrollado en los Grundrisse en particular–, la historia del hombre desde los tiempos tribales puede ser vista como la de la disolución continua de las fronteras comunales originales que mantenían juntas las primeras sociedades humanas. Este proceso está íntimamente ligado al desarrollo de las relaciones mercantiles, ya que estas son ante todo el agente disolvente de la existencia comunitaria. Esto puede verse ya en la sociedad clásica donde el crecimiento sin precedentes de las relaciones mercantiles minó profundamente los antiguos lazos de las “gens” y tendió a crear ya una sociedad de “guerra de cada uno contra los demás”, algo que Marx ya constató en su tesis de doctorado sobre la filosofía griega. Pero la dominación de las relaciones mercantiles ha alcanzado sin duda su apogeo en el capitalismo, la primera sociedad que ha generalizado las relaciones mercantiles hasta en el corazón del organismo social, el proceso mismo de producción. Este aspecto de la sociedad capitalista, en tanto que sociedad del egoísmo universal, en la que la competencia y la separación ponen a todos los hombres en guerra unos contra otros, fue especialmente subrayado por Marx en su artículo La cuestión judía, en la que Marx realizó la primera crítica de la concepción burguesa de una emancipación puramente política: “Ninguno de los llamados derechos humanos trasciende por lo tanto el hombre egoísta, el hombre como miembro de la sociedad burguesa, es decir, el individuo replegado en sí mismo, en su interés privado y en su arbitrariedad privada y disociada de la comunidad. Lejos de concebir al hombre como ser genérico, estos derechos hacen aparecer por el contrario, la vida genérica misma, la sociedad, como un marco externo a los individuos, como una limitación de su independencia originaria” ([21]).

Esta atomización del hombre en la sociedad civil, es decir burguesa, es la clave indispensable para analizar todas las cuestiones sociales que existen fuera del proceso inmediato de producción: las relaciones entre los sexos y la institución de la familia; el fenómeno de la “soledad de las masas” que tanto ha intrigado a los sociólogos y que parece característica de la civilización del siglo xx; y en general a toda las esferas de las relaciones interpersonales. Pero tiene igualmente un significado muy directo para la lucha del proletariado, en tanto que explica la forma en que el capitalismo divide al propio proletariado, haciendo de cada obrero un competidor de su compañero, inhibiendo así la tendencia inherente del proletariado a unirse en defensa de sus intereses comunes contra la explotación capitalista.

El fenómeno de atomización está particularmente agudizado hoy en la fase final de la decadencia capitalista, la fase del hundimiento generalizado y de la descomposición de las relaciones sociales. Como ya hemos explicado en numerosos textos ([22]), esta fase se caracteriza sobre todo por el desarrollo del individualismo del “cada uno a la suya”, por la desesperación, el suicidio, la droga y las enfermedades mentales a una escala como nunca antes ha conocido la historia. Es la fase en que la consigna podría ser la frase de Thatcher: “no existe ya la sociedad, solamente  individuos y su familia”. Es la fase, como confirman los acontecimientos sangrantes que vemos en la ex-URSS, del canibalismo individual, en la que masas de seres humanos son arrastrados a los conflictos más irracionales y mortíferos, a persecuciones, a luchas fratricidas, a guerras que amenazan siniestramente el futuro mismo de la humanidad. Evidentemente, las raíces de tal irracionalidad residen en las alienaciones fundamentales y centrales de la sociedad burguesa, y evidentemente también la solución sólo puede residir en el cambio de las relaciones sociales de producción.

La alienación del trabajo es la premisa de su emancipación

Hay que recordar que Marx no desarrolló su teoría de la alienación para deplorar la miseria que veía a su alrededor, ni para presentar, como hacían por ejemplo diversas corrientes del socialismo “verdadero” y feudal, la historia humana simplemente como un retroceso desgraciado desde un estado original de plenitud. No. Para Marx, la alienación del hombre era el necesario producto de la evolución humana, y como tal contenía en germen su propia superación: “El ser humano tenía que ser reducido a esta absoluta pobreza para que pudiera alumbrar su riqueza interior” ([23]).

Pero la creación de esta vasta riqueza exterior, esta riqueza ajena a aquellos que la crean, hace igualmente posible que los seres humanos pasen de la alienación a la libertad. Como afirma Marx: “Se demostrará que la forma más extrema de la alienación, aquella en que el trabajo está en relación con el capital y el trabajo asalariado, y el trabajo, la actividad productiva está relacionado con sus propias contradicciones y su propio producto es un momento de transición necesario, y por lo tanto contiene en sí misma, en forma aún únicamente invertida, la disolución de todos los presupuestos limitados de la producción y además crea y produce los presupuestos incondicionales de la producción, y con ello, las condiciones materiales plenas para el desarrollo total, universal, de las fuerzas productivas de los individuos” ([24]).

Hay aquí dos aspectos: primeramente que a causa de la productividad sin precedentes del trabajo desarrollado bajo el modo de producción capitalista, el viejo sueño de una sociedad de la abundancia en la que todos los seres humanos, y no sólo algunos privilegiados, tengan a su disposición el dedicarse al “desarrollo total, universal” de su fuerza creadora, pueda dejar de ser un sueño para convertirse en realidad. Pero la posibilidad del comunismo no es únicamente una cuestión de tecnología, sino que por encima de todo depende de la existencia de una clase que tiene un interés material en instaurarlo. Y aquí también la teoría de la alienación de Marx muestra cómo a pesar y, precisamente, a causa de la alienación que sufre en la sociedad burguesa, el proletariado se verá impulsado a levantarse contra sus condiciones de existencia:

“La clase poseedora y la clase del proletariado representan la misma alienación. Pero la primera se complace y se siente confirmada en esta alienación de sí misma, sintiendo la alienación como su propia potencia, y encontrando en ella la apariencia de una existencia humana; la segunda se siente aniquilada en la alienación, viendo en ella su propia impotencia y la realidad de una existencia inhumana. Para emplear una expresión de Hegel, vive en la abyección, la revuelta contra esa abyección, revuelta a la que le empuja necesariamente el conflicto entre su naturaleza humana y su situación en la vida, que es la negación evidente, radical e integral de esa naturaleza” ([25]).

La teoría de la alienación se queda en nada si no se entiende pues, como una teoría de la revuelta de la clase obrera, una teoría de la revolución, de la lucha histórica por el comunismo. En el próximo capítulo, estudiaremos los primeros esbozos de la sociedad comunista que Marx “dedujo” de su crítica de la alienación capitalista.

CDW   

 

(1) El Capital. En este pasaje del Marx “maduro”, se desarrolla una cuestión fundamental tratada en los Manuscritos: la distinción entre el trabajo humano y la “actividad vital” de los demás animales.

(2) Ver el artículo precedente de esta serie: “Cómo el proletariado se ganó a Marx para el Comunismo”, Revista Internacional, nº 69.

(3) Respecto a las críticas de Marx sobre “el comunismo vulgar”, ver el primer artículo de esta serie, Revista Internacional, nº 68.

(4) Bordiga, “Commentaires sur les Manuscrits de 1844”, en Bordiga et la passion du communisme, recopilados por J. Camatte, Editorial Spartacus, París 1974.

(5) Ibíd.

(6) Marx en el artículo editorial del nº 179 de La Gaceta de Colonia, publicado en La Gaceta renana, 1842.

(7) Hegel, La fenomenología del espíritu, 1807, prefacio.

(8) Manuscritos de Economía y Filosofía, Alianza Ed.

(9) Marx, Tesis sobre Feuerbach.

(10) Manuscritos de economía y filosofía, Alianza Ed., pág. 106.

(11) Ibídem.

(12) Ídem., pág. 109-110.

(13) Ver el artículo: « Es el capitalismo quien envenena la tierra » en Revista Internacional, nº 63.

(14) Manuscritos de Economía y Filosofía, Alianza Editorial, págs. 108-109.

(15) Ibídem.

(16) Ídem., pag 112.

(17) Ídem., pag. 113.

(18) Ibídem.

(19) Ídem., pág. 114.

 

 

[1] El Capital. En este pasaje del Marx “maduro”, se desarrolla una cuestión fundamental tratada en los Manuscritos: la distinción entre el trabajo humano y la “actividad vital” de los demás animales.

[2] Ver el artículo precedente de esta serie: “Cómo el proletariado se ganó a Marx para el Comunismo”, Revista Internacional, nº 69.

[3] Respecto a las críticas de Marx sobre “el comunismo vulgar”, ver el primer artículo de esta serie, Revista Internacional, nº 68.

[4] Bordiga, “Commentaires sur les Manuscrits de 1844”, en Bordiga et la passion du communisme, recopilados por J. Camatte, Editorial Spartacus, París 1974.

[5] Ibíd.

[6] Marx en el artículo editorial del nº 179 de La Gaceta de Colonia, publicado en La Gaceta renana, 1842.

[7] Hegel, La fenomenología del espíritu, 1807, prefacio.

[8] Manuscritos de Economía y Filosofía, Alianza Ed.

[9] Marx, Tesis sobre Feuerbach.

[10] Manuscritos de economía y filosofía, Alianza Ed., pág. 106.

[11] Ibídem.

[12] Ídem., pág. 109-110.

[13] Ver el artículo: « Es el capitalismo quien envenena la tierra » en Revista Internacional, nº 63.

[14] Manuscritos de Economía y Filosofía, Alianza Editorial, págs. 108-109.

[15] Ibídem.

[16] Ídem., pág. 112.

[17] Ídem., pág. 113.

[18] Ibídem.

[19] Ídem., pág. 114

[20] Sobre las especificidades de la conciencia proletaria, ver el libro de Lukács, Historia y Conciencia de clase y el folleto de nuestra Corriente Comunista Internacional: Organización comunista y conciencia de clase.

[21] “La Cuestión judía”, Anales Franco-Alemanes, Ed. Martinez Roca, pág. 244.

[22] Ver en particular « La descomposición, fase final de la decadencia del capitalismo » en la Revista Internacional, nº 62.

[23] Manuscritos, Alianza Editorial, pág. 148.

[24] Grundisse.

[25] Marx y Engels, La Sagrada familia.

Cuestiones teóricas: 

  • Alienación [26]

El mundo en vísperas de una catástrofe medioambiental (I)

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“Las hambrunas aumentan en los países del tercer Mundo y pronto alcanzarán a los países que se pretendían “socialistas”, a la vez que en Europa occidental y en América del Norte se destruyen depósitos de productos agrícolas, se paga a los campesinos para que cultiven menos tierras, se les penaliza si producen más de los cupos estipulados. En Latinoamérica, epidemias, como el cólera por ejemplo, matan a miles de personas, y eso que esa plaga había sido erradicada hace tiempo. Por todas las partes del mundo, las inundaciones o los terremotos siguen matando a decenas de miles de seres humanos en unas cuantas horas y eso que la sociedad es ahora perfectamente capaz de construir diques y viviendas que podrían evitar esas hecatombes. Tampoco se puede evocar la “fatalidad” o los “caprichos de la naturaleza”, cuando, en Chernóbil, en 1986, la explosión de una central atómica mata a cientos (si no son miles) de personas y contamina varias provincias, cuando, en los países más desarrollados, se viven catástrofes asesinas en el mismo corazón de las grandes ciudades: 60 muertos en una estación parisina, más de 100 muertos en un incendio del metro de Londres, hace poco tiempo. Este sistema se revela además incapaz de hacer frente a la degradación del entorno, las lluvias ácidas, las contaminaciones de todo tipo y especialmente la nuclear, el efecto invernadero, la desertificación, que ponen en peligro la supervivencia misma de la especia humana” (1991, Revolución comunista o destrucción de la humanidad) [1]

El problema del medio ambiente siempre ha estado presente en la propaganda de los revolucionarios, desde la denuncia que hicieron Marx y Engels de las condiciones insoportables en el Londres de mediados del siglo xix, hasta la de Bordiga sobre los desastres medioambientales causados por la irresponsabilidad del capitalismo. Hoy esta cuestión es todavía más crucial y exige un esfuerzo creciente por parte de las organizaciones revolucionarias para mostrar hasta qué punto la alternativa histórica ante la que se encuentra la humanidad, socialismo o barbarie, opone la perspectiva del socialismo a la de la barbarie no sólo por las guerras locales o generales, sino que la barbarie incluye también la amenaza de una catástrofe ecológica y medioambiental que se perfila en el horizonte cada día más.

Con esta serie de artículos, la CCI quiere desarrollar el tema del medio ambiente abordando sucesivamente los aspectos siguientesEste primer artículo [2] levanta acta de la situación actual, procurando poner en evidencia la globalidad de los riesgos que se ciernen sobre la humanidad, especialmente los fenómenos más destructores que existen a nivel planetario como: –  el incremento del efecto invernadero,–  la gestión de los residuos,–  la difusión que aumenta sin cesar de contaminantes y los procesos que la amplían a nivel biológico,–  el agotamiento de los recursos naturales y/o su alteración por las contaminaciones.En un segundo artículo, intentaremos demostrar por qué los problemas del medio ambiente no pueden achacarse a individuos, por mucho que también existan responsabilidades individuales, pues es el capitalismo y su lógica de máxima ganancia los responsables verdaderos. A este respecto, habremos de ver cómo la propia evolución de la ciencia y de la investigación científica no se hace al azar, sino que está sometida al imperativo capitalista de la ganancia máxima.En el tercer artículo analizaremos las respuestas aportadas por los diferentes movimientos verdes, ecologistas, etc., para mostrar que por mucha buena fe y la mejor voluntad  de muchos de quienes participan en ellos, no sólo son ineficaces sino que sirven para alimentar la ilusión de que existe una solución  a esos problemas en el seno del capitalismo, cuando, en realidad, la única solución es la revolución comunista internacional.

Los signos anunciadores de la catástrofe

Se habla cada día más de problemas medioambientales, aunque sólo sea porque en los últimos años, han aparecido en los diferentes países del mundo unos partidos en cuyos estandartes se ha inscrito la defensa del entorno. ¿Es esto algo tranquilizador? ¡Ni mucho menos! Todo el alboroto hecho al respecto no ha servido más que para enredar más las ideas. Por eso hemos decidido empezar describiendo unos fenómenos particulares que, combinados, arrastran cada día más a nuestra sociedad  hacia la catástrofe medioambiental. Como habremos de ver, y contrariamente a lo que nos cuentan la ­televisión y revistas más o menos especializadas, la situación es mucho más grave y amenazadora que lo que quieren que nos creamos. Y no será tal o cual capitalista, insaciable e irresponsable, tal o cual mafioso o de la Camorra los responsables, sino todo el sistema capitalista como tal.

El aumento del efecto invernadero

Del efecto invernadero todo el mundo habla, pero no siempre con conocimiento de causa. En primer lugar, hay que dejar claro que el efecto invernadero es un fenómeno benéfico para la vida en la Tierra – al menos para el tipo de vida que conocemos – pues permite que reine en la superficie de nuestro planeta una temperatura media (media global, que tiene en cuenta las cuatro estaciones y las diferentes latitudes) de unos 15 °C, en lugar de – 17 °C, temperatura estimada sin efecto invernadero. Puede uno imaginarse lo que sería un mundo cuya temperatura estaría siempre bajo 0 °C, con los mares y los ríos helados… ¿A qué se debe esa diferencia de más de 32 °C?, se debe al efecto invernadero: la luz del sol atraviesa las capas más bajas de la atmósfera sin ser absorbida (el sol no calienta el aire), alimentando la energía de la Tierra. Al estar compuesta de infrarrojos, la radiación que emana de ésta (como de cualquier astro), es entonces interceptada y abundantemente absorbida por ciertos componentes del aire como el anhídrido carbónico, el vapor de agua, el metano y otros compuestos de síntesis como los clorofluorocarbonos (CFC). De ello resulta que el balance térmico de la Tierra aprovecha ese calor producido en las capas bajas de la atmósfera, provocando un aumento de temperatura en la superficie de la tierra 32 °C. El problema no es, por lo tanto, el efecto invernadero en sí, sino que con el desarrollo de la sociedad industrial, se han ido introduciendo en la atmósfera muchas substancias “con efecto invernadero” cuya concentración aumenta sensiblemente y cuya consecuencia es, pues, hacer aumentar el efecto invernadero. Se ha demostrado, por ejemplo, gracias a estudios realizados sobre el aire encerrado en muestras de hielo polar de más 650 000 años, que la concentración actual en CO2, de 380 ppm (partes por millón o miligramos por decímetro cúbico) es la más alta de todo ese período, y quizás incluso de los últimos 20 millones de años. Además, las temperaturas registradas durante el siglo xx han sido las más elevadas desde hace 20 000 años. El recurso desenfrenado a los combustibles fósiles como fuente de energía y la deforestación creciente de la superficie terrestre han comprometido a partir de la era industrial, el equilibrio natural del gas carbónico en la atmósfera. Este equilibrio es el producto de la liberación de CO2 en la atmósfera por un lado, mediante la combustión y la degradación de la materia orgánica y, por otro, de la fijación de ese gas carbónico de la atmósfera mediante la fotosíntesis, proceso que lo transforma en glúcido y por lo tanto en materia orgánica compleja. El desequilibrio entre liberación (combustión) y fijación (fotosíntesis) de CO2, en favor de la liberación, es la razón del incremento actual del efecto invernadero. Como hemos dicho antes, no sólo entra en danza el gas carbónico sino también el vapor de agua y el metano. El vapor de agua es, a la vez, factor y producto del efecto invernadero puesto que, presente en la atmósfera, es tanto más abundante cuanto más elevada es la temperatura a causa del incremento de la evaporación de agua resultante. El aumento de metano en la atmósfera tiene su origen, por su parte, en toda una serie de fuentes naturales, pero también es el resultado del uso creciente de ese gas como combustible y de los múltiples escapes en los gasoductos diseminados por toda la superficie del globo. El metano, también llamado “gas de los pantanos”, es un tipo de gas procedente de la fermentación de la materia orgánica en ausencia de oxígeno. La inundación de valles frondosos para presas de agua de centrales hidroeléctricas origina una producción de metano local en aumento. El problema del metano, que ahora contribuye en un tercio del incremento del efecto invernadero, va mucho más allá en gravedad que ese aumento local. Ante todo, el metano tiene una capacidad de absorción de los infrarrojos 23 veces mayor que el CO2, que ya es mucho. ¡Pero podría ser mucho más grave! Ninguna previsión actual, bastante catastróficas ya, tiene en cuenta lo que podría suceder si se libera metano a partir del enorme depósito natural de la tierra. Este está formado por bolsas de gas atrapado en torno a 0 °C y a una presión de unas cuantas atmósferas, en unas estructuras particulares de hielo (gas hidratado), siendo un litro de cristal capaz de contener unos 50 litros de gas metano. Esos yacimientos se encuentran sobre todo en el mar, a lo largo del talud continental y dentro del permafrost [suelo permanentemente congelado], en diversas zonas de Siberia, Alaska y norte de Europa. Este es el sentimiento de algunos peritos en estos temas:

“Si el calentamiento global superara ciertos límites (3-4  °C) y si la temperatura de las aguas costeras y del permafrost se elevara, podría producirse una enorme emisión, en un tiempo corto (unas cuantas decenas de años), de metano liberado por los hidratos vueltos inestables, lo cual provocaría una aceleración catastrófica del efecto invernadero. (…) durante el último año, las emisiones de metano a partir del territorio sueco, al norte del círculo polar, han aumentado en 60 %, el aumento de temperatura en estos quince últimos años es limitado en término medio global, pero es mucho mayor (unos grados) en las zonas septentrionales de Eurasia y de Norteamérica (en verano, se ha abierto el mítico paso del noroeste que permite ir en barco desde el Atlántico al Pacifico)” ([3]).

Incluso sin esas “novedades”, las previsiones elaboradas por organismos reconocidos a nivel internacional como la Agencia IPCC (Intergovernmental Panel on Climate Change) de la ONU y el MIT (Massachussets Institute of Technology) de Boston, anuncian ya para este siglo un aumento de la temperatura media entre un mínimo de 0,5 °C a un máximo de 4,5 °C, en la hipótesis de que no se haga nada significativo en contra, como está ocurriendo hasta ahora. Esas previsiones, además, ni siquiera incluyen las dos nuevas potencias industriales, insaciables en energía, China e India.

“Un calentamiento suplementario de unos cuantos grados centígrados provocaría una evaporación más intensa de las aguas oceánicas, pero los análisis más sofisticados sugieren que habría una disparidad acentuada de la pluviosidad en diferentes regiones. Se extenderían las zonas áridas y se volverían todavía más áridas. Las zonas oceánicas con temperaturas de superficie superiores a 27 °C, cota crítica para la formación de ciclones, aumentarían entre 30 y 40 %. Eso engendraría episodios meteorológicos catastróficos en continuidad con inundaciones y desastres recurrentes. El deshielo de una buena parte de los glaciares antárticos y de Groenlandia, el aumento de la temperatura de los océanos, harían subir su nivel (…) con entradas de agua salada en muchas zonas costeras fértiles y la sumersión de regiones enteras (Bengladesh en parte, muchas islas oceánicas)” ([4]).

No tenemos espacio aquí para desarrollar este tema, pero vale la pena recordar, al menos, que el cambio climático, provocado por el incremento del efecto invernadero, incluso sin llegar al efecto retroactivo producido por la liberación del metano de la tierra, podría causar multitud de catástrofes pues provocaría:–  una mayor intensidad de los fenómenos meteorológicos, un efecto detergente mayor en las tierras a causa de unas lluvias mucho más fuertes, con una disminución de la fertilidad y un proceso de desertificación incluso en zonas de clima menos templado, como ya se está produciendo, por ejemplo, en el Piamonte italiano.–  la aparición, en el Mediterráneo y otros mares antes templados, de condiciones medioambientales favorables a la supervivencia de especies marinas tropicales y, por lo tanto, a la migración de especies no autóctonas, lo que acarrearía perturbaciones en el equilibrio ecológico.–  el retorno de enfermedades ya erradicadas como la malaria, por la aparición de condiciones climáticas favorables al crecimiento y diseminación de sus organismos vectores como los mosquitos, etc.

El problema de la producción y gestión de los desperdicios

Un segundo tipo de problema, típico de esta fase de la sociedad capitalista, es la producción excesiva de desperdicios y la dificultad subsiguiente para tratarlos de modo adecuado. Si, recientemente, la noticia de la presencia de montones de basura por todas las calles de Nápoles y de su región (Campania) ha llenado pantallas y periódicos del mundo, eso sólo se debe a que esa región del mundo se la considera todavía, a pesar de todo, como parte de un país industrializado y, por ende, avanzado. Porque lo que es hoy una evidencia patente es que las periferias de cantidad de grandes ciudades del Tercer Mundo se han convertido desde hace tiempo en gigantescos basureros al aire libre. Esa acumulación enorme de desperdicios es el resultado de la lógica del capitalismo. Cierto, la humanidad ha producido siempre desperdicios, pero en tiempos pasados siempre se reintegraban, se recuperaban y volvían a utilizarse. Solo actualmente, bajo el capitalismo, los desperdicios se han convertido en un problema para los mecanismos específicos de funcionamiento de esta sociedad, unos engranajes que están todos basados en un principio fundamental: todo producto de la actividad humana es considerado como una mercancía, o sea algo destinado a la venta para realizar el máximo beneficio posible en un mercado cuya única ley es la competencia. Esto no puede tener sino una serie de consecuencias nefastas:1. La producción de mercancías no puede planificarse en el espacio y en el tiempo a causa de la competencia entre capitalistas; por eso sigue una lógica irracional, según la cual cada capitalista tiende a ampliar su propia producción para vender lo más barato y obtener su ganancia, lo que lleva a excedentes de mercancías no vendidas. Por otra parte es precisamente esa necesidad de vencer a la competencia bajando los precios de las mercancías lo que lleva a los productores a disminuir la calidad de los productos manufacturados, lo que hace que su duración se reduzca de manera drástica y se conviertan rápidamente en desperdicios;2. Una producción aberrante de embalajes y de condicionamientos, a menudo a partir de sustancias tóxicas, no biodegradables, se va acumulando en el entorno. Esos embalajes que a menudo no tienen la menor utilidad sino es la de hacer más atractivas las mercancías para los compradores eventuales, representan muy a menudo una parte predominante, a nivel de peso y de volumen, con relación al contenido de la mercancía vendida. Se estima que hoy, en las ciudades, el material procedente de los embalajes llena la mitad de la bolsa de basura. 3. La producción  de desperdicios se acentúa con los nuevos estilos inherentes a la vida moderna. Comer fuera de casa, en un autoservicio, en platos de plástico, beber agua mineral en botellas de plástico, es desde hace tiempo lo cotidiano de cientos de millones de personas en el mundo entero. De igual modo, el uso de bolsas de plástico para hacer las compras es una comodidad que casi nadie puede evitar. Todo eso no arregla los problemas del medio ambiente, evidentemente, pero sí que arregla el bolsillo del gerente del autoservicio que se ahorra la mano de obra necesaria para limpiar lo no desechable. Al gerente de un supermercado, incluso al comerciante del barrio, todo eso le beneficia, pues el cliente puede comprar lo que quiere en todo momento, aunque no tuviera previsto hacerlo, pues siempre habrá una bolsa que le sirva de embalaje. En fin, todo lleva a un aumento considerable de la producción de deshechos en el mundo entero, cerca de un kilo por día y habitante, o sea, ¡millones y millones de toneladas de desperdicios de todo tipo por día! Se calcula que, ya solo en Italia, durante los 25 últimos años, con una población equivalente, la cantidad de basura se ha más que duplicado a causa de los embalajes. El problema de los desperdicios es uno de los que todos los políticos creen poder resolver, pero que, en realidad, encuentra obstáculos insuperables en el capitalismo. Esos obstáculos no se deben, ni mucho menos, a una falta de tecnología, sino que, al contrario, una vez más, se deben a la lógica con la que está gestionada esta sociedad. En realidad, la gestión de los desperdicios, para hacerlos desparecer o reducir su cantidad, también está sometida a la ley de la ganancia. Incluso cuando es posible el reciclado o la reutilización de materiales, mediante la selección, todo eso requiere medios y cierta capacidad política de coordinación, que suele estar ausente en las economías más débiles. Por eso es por lo que, en los países más pobres y allí donde las actividades de las empresas declinan a causa de la crisis galopante de las últimas décadas, gestionar los desperdicios es más que un gasto suplementario.Algunos podrán objetar: si en los países avanzados, la gestión de los desperdicios funciona, eso significa que se trata de un problema de buena voluntad, de sentido cívico y de aptitud a la gestión de la empresa. Lo que de verdad ocurre es que, como en todos los sectores de la producción, los países más fuertes dejan a los países más débiles (o en estos a las regiones más desfavorecidas económicamente) el peso de una parte de la gestión de sus desechos.

“Dos grupos de especialistas en medio ambiente estadounidenses, Basel Action Network y Silicon Valley Toxics, han publicado un informe reciente que afirma que entre 50 y 80  % de los desechos de la electrónica de los estados del oeste de Estados Unidos se cargan con contenedores en navíos que se dirigen a Asia (sobre todo India y China) donde los costes de eliminación son muchísimo menores y las leyes del medio ambiente menos severas. No se trata de un proyecto de ayuda, sino de un comercio de residuos tóxicos que los consumidores han decidido tirar. El informe de las dos asociaciones menciona, por ejemplo, el vertedero de Guiyu, adonde van a parar sobre todo pantallas e impresoras. Los obreros de Guiyu usan herramientas rudimentarias para sacar los componentes destinados a ser vendidos. Una cantidad impresionante de desechos electrónicos no es reciclada, sino sencillamente abandonada a cielo abierto en los campos, en las orillas de los ríos, en los lagos, marismas, ríos y acequias de riego. Entre quienes trabajan sin precaución alguna hay mujeres, hombres, niños” ([5]).

“En Italia (…), se estima que las ecomafias tienen un volumen de negocios de 26 mil millones de € por año, de entre los cuales 15 por el tráfico y la eliminación ilegal de desechos” (Informe Ecomafia 2007, de la “Lega Ambiente”). (…) El Servicio de Aduanas ha confiscado 286 contenedores con más de 9000 toneladas (t.) de desperdicios en 2006. El tratamiento legal de un contenedor de 15 t. de residuos peligrosos cuesta unos 60 000 euros; por la misma cantidad, el mercado ilegal en Oriente sólo pide 5000. Los destinos principales de los tráficos ilegales son muchos países de Asia en vías de desarrollo; los materiales exportados son, primero, trabajados y, luego, reintroducidos en Italia u otros países occidentales, como derivados de esos mismos residuos para ser destinados, en particular, a las fábricas de material plástico.

En junio de 1992, la FAO (Food and Agricultural Organisation) anunció que los Estados en vías de desarrollo, los africanos sobre todo, se habían convertido en un “basurero” a disposición de occidente. Somalia parece ser hoy uno de los Estados africanos con mayor “riesgo”, una verdadera encrucijada de intercambios y tráfico de ese tipo: en un informe reciente, la UNEP (United Nations Environment Programme) nota el aumento constante de la cantidad de capas freáticas contaminadas en Somalia, causa de enfermedades incurables en la población. El puerto de Lagos, en Nigeria, es la escala más importante del tráfico ilegal de componentes tecnológicos vetustos enviados a África” .

[...]Como ya hemos dicho arriba, trasladar el problema de las basuras hacia las regiones desfavorecidas es algo que ocurre dentro de un mismo país. Eso es lo que ocurre en Campania, la región italiana de Nápoles, que ha ocupado las crónicas internacionales con sus montones de inmundicias bordeando las calles durante meses. Poca gente sabe, sin embargo, que Campania, como, en el plano internacional, China, India o los países de África del Norte, es el basurero de todos los residuos tóxicos de industrias del norte que han transformado zonas agrícolas fértiles y placenteras, como la de Caserta, en una de las zonas más contaminadas del planeta. Por muchas denuncias y acciones de la justicia que se sucedan unas a otras, los estragos continúan sin freno. No es la Camorra, la mafia, el hampa, los que provocan esos estragos, sino la lógica misma del capitalismo. Mientras que el procedimiento oficial para eliminar correctamente un kilo de residuos tóxicos representa un gasto que puede superar los 60 céntimos de euro, ese mismo servicio cuesta unos diez céntimos cuando se usan medios ilegales. Y es así como cada año, cada gruta abandonada se transforma en vertedero. En un pueblecito de Campania, donde van a construir precisamente un incinerador, esos desechos tóxicos, mezclados con tierra para ocultarlos, sirvieron para construir el firme de un larga avenida “de tierra batida”. Como lo cuenta Saviano en su libro, que se ha convertido en un fenómeno de librería en Italia:

“si se juntaran los desperdicios ilegales gestionados por la Camorra se crearía una montaña de 14 600 metros de alto con una base de tres hectáreas: la montaña más grande que jamás haya existido en el mundo” ([6]).

Por otra parte, como lo veremos más detalladamente en el próximo artículo, el problema de los residuos está ante todo vinculado al tipo de producción que desarrolla la sociedad actual. Más allá de lo “desechable”, el problema está en los materiales utilizados para fabricar las cosas. El recurrir a materiales sintéticos, el plástico sobre todo, prácticamente indestructibles, plantea enormes problemas para la humanidad del mañana. Y en este caso, ya no se trata de países ricos o pobres, pues el plástico no es biodegradable en ningún lugar del mundo, como lo pone de relieve este extracto de un artículo:

“Se la llama Trash Vortex, la isla de los desperdicios del Océano Pacifico, de un diámetro de unos 25 000 km., uno profundidad de 30 metros, compuesta de 80 % de plástico, para lo restante, de otras basuras procedentes de todas partes. Es como si hubiera una isla inmensa en medio del Pacífico, formada de inmundicias en lugar de rocas. Estas últimas semanas, la densidad de ese material ha alcanzado tal nivel que el peso total de esta “isla” de residuos alcanza 3,5 millones de t., explica Chris Parry de la Comisión Costera Californiana de San Francisco (...) Este vertedero increíble y poco conocido se ha ido formando a partir de los años 50, como consecuencia de la existencia del Giro subtropical del Pacífico norte, una corriente oceánica lenta que se desplaza en el sentido de las agujas del reloj y en espiral, bajo el efecto de un sistema de corrientes de alta presión. (…). La mayor parte del plástico llega de los continentes, 80 % más o menos; sólo el resto procede de los barcos, de recreo, comerciales o pesqueros. En el mundo se producen unos 100 mil millones de kilos de plástico por año, del cual acaban en el mar en torno a un 10 %. El 70 % de este plástico acabará hundiéndose en el fondo de los mares, causando estragos entre los seres vivos de esos parajes. Y el resto seguirá flotando. La mayor parte de esos plásticos es poco biodegradable y acaba fragmentándose en trocitos que terminan en los estómagos de muchos animales marinos causándoles la muerte. Lo que queda acabaría descomponiéndose dentro de cientos de años, provocando estragos durante todo ese tiempo en la vida marina” ([7]).

¡Una masa de desechos con una extensión dos veces mayor que la de Estados Unidos!! ¿Y sólo ahora la habrían visto? ¡Ni mucho menos! En realidad fue descubierta en 1997 par un capitán de investigaciones oceanográficas y hoy nos enteramos que un informe de  la ONU de 2006:“calculaba que un millón de aves marinas y más de 100 000 peces y mamíferos marinos mueren cada año a causa de los restos de plástico y que cada milla marina cuadrada del océano contiene al menos 46 000 fragmentos de plástico flotante” ([8]).¿Y qué han hecho quienes tienen las riendas de la sociedad durante estos diez años? Nada, absolutamente nada. Situaciones parecidas, por menos dramáticas que sean, son también lamentables en el Mediterráneo, en cuyas aguas se tiran cada año 6,5 millones de t. de basuras, de las cuales 80 % son plástico, y en cuyos fondos se llegan a contar unos 2000 trozos de plástico por km2 ([9]). Y sin embargo, ¡soluciones sí que hay! Cuando el plástico está fabricado con 85 % de almidón de maíz es totalmente biodegradable, por ejemplo. Y ya es hoy una realidad: hay bolsas, lápices y otros objetos fabricados con esa materia. El problema es que bajo el capitalismo, la industria difícilmente se mete por un camino si no es rentable, y como el plástico a base de almidón de maíz cuesta más caro, nadie quiere asumir unos precios más elevados con la materia biodegradable con el riesgo de verse expulsado del mercado ([10]). El problema es que los capitalistas se han acostumbrado a hacer balances económicos que excluyen sistemáticamente todo lo que no puede cifrarse, porque no pueden ni venderlo ni comprarlo, aunque se trate de la salud de la población y del medio ambiente. Cada vez que un industrial produce una materia que, al final de su recorrido acaba siendo basura, prácticamente jamás se prevén los gastos por la gestión de esos residuos y, sobre todo, lo que nunca se prevé son los estragos que implica la permanencia de esa materia en la tierra. [...]

La difusión de contaminantes

Los contaminantes son substancias, naturales o sintéticas, que son tóxicas para el hombre y/o el mundo viviente. Junto a substancias naturales presentes desde siempre en nuestro planeta y usadas de diferentes modos por la tecnología industrial, y entre ellas, los metales pesados, el amianto, etc., la industria química ha producido miles de otros productos y en cantidades… industriales. La falta de conocimiento sobre la peligrosidad de toda una serie de substancias y, sobre todo, el cinismo del capitalismo, han provocado desastres inimaginables, creando una situación medioambiental que será difícil restaurar una vez que la clase dominante actual haya sido eliminada. Uno de los episodios más catastróficos de la industria química fue, sin lugar a dudas, el de Bhopal, en India, que ocurrió entre el 2 y el 3 de diciembre de 1984 en la factoría de la Union Carbide, multinacional química americana. Una nube tóxica de 40 t. de pesticidas mató, inmediatamente y en los años siguientes, a 16 000 personas al menos, causando daños corporales irremediables a un millón más. Las encuestas sucesivas revelaron que, contrariamente a la fábrica del mismo tipo situada en Virginia, en la de Bhopal no se había efectuado ninguna medida de presión, ni había sistemas de refrigeración. La torre de refrigeración estaba temporalmente cerrada, los sistemas de seguridad no correspondían al tamaño de la factoría. Pero la verdad es que la fábrica india, con su mano de obra muy barata, significaba para los dueños norteamericanos una inversión neta con una rentabilidad excepcional, que no necesitaba más que una inversión reducida en capital fijo y variable… Otro acontecimiento histórico fue, más tarde, el de la central nuclear de Chernóbil en 1986.

“Se ha calculado que las emisiones radioactivas del reactor 4 de Chernóbil fueron cerca de 200 veces mayores que las explosiones de Hiroshima y Nagasaki juntas. En total, hay zonas muy contaminadas en las que viven 9 millones de personas, entre Rusia, Ucrania y Bielorrusia, donde el 30 % del territorio está contaminado por el cesio 137. En esos tres países, fueron evacuadas unas 400 000 personas, y otras 270 000 viven en zonas en las que el consumo de alimentos producidos localmente está sometido a restricciones” ([11]).

Ha habido, ya se sabe, una multitud de desastres medioambientales causados por la mala gestión de las fábricas o por incidentes de todo tipo como las incontables mareas negras, entre las cuales la provocada por el petrolero Exxon Valdez el 24 de marzo de 1989, cuyo naufragio en la costa de Alaska provocó el escape de unas 30 000 t. de petróleo, o la primera Guerra del Golfo que terminó en incendio de los pozos de petróleo y en desastre ecológico causado por la dispersión del petróleo por el golfo Pérsico, el más grave de la historia hasta hoy. Más en general, se calcula, según la Academia nacional de ciencias de EE.UU, que la cantidad de hidrocarburos que se pierde en los mares cada año está en una media entre 3 y 4 millones de t., con una tendencia al aumento, a pesar de las diferentes intervenciones preventivas, debidas al incremento continuo de las necesidades. Además de la propia acción de los contaminantes que, cuando se encuentran a altas dosis en el entorno, provocan intoxicaciones agudas, hay otro mecanismo de intoxicación, más lento y discreto, el del envenenamiento crónico. De hecho, una sustancia tóxica absorbida lentamente y a pequeñas dosis, si es químicamente estable, puede acumularse en órganos y tejidos de los seres vivos, hasta alcanzar una concentración que acaba siendo letal. Es lo que en ecotoxicología se llama bioacumulación. Y también hay otro mecanismo en acción cuando una sustancia tóxica se transmite a lo largo de la cadena alimenticia (o cadena trófica), de unos estadios inferiores a otros estadios tróficos superiores, multiplicándose cada vez su concentración por dos o por tres. Para ser más claros, pongamos el ejemplo concreto de la que se produjo en 1953 en la bahía de Minamata en Japón, donde vivía una comunidad de pescadores pobres que se alimentaban sobre todo con lo que pescaban. […] A pesar de que a principios de los años 1960, el mundo científico se hizo consciente de que en materia de sustancias tóxicas, no basta con usar métodos de dilución en la naturaleza, porque, como se ha demostrado, los mecanismos biológicos son capaces de concentrar lo que el hombre diluye, la industria química siguió contaminando el planeta por todos los rincones y, esta vez, ya no sirve aquello de “no sabíamos lo que podría ocurrir”. Y así ha habido un segundo Minamata mucho más recientemente en Priolo (Sicilia), en una franja de tierra envenenada en de un radio de varios kilómetros, por al menos 5 refinerías, en donde se ha probado que la Enichem (la gran empresa química italiana) vierte ilegalmente el mercurio de la fábrica de producción de cloro y sosa. Entre 1991 y 2001, nacieron unos 1000 niños con deficiencias mentales graves y deformaciones muy serias, en el corazón o en el aparato urogenital, familias enteras con tumores y muchas mujeres desmoralizadas y obligadas a abortar para evitar dar a luz a unos niños monstruosos. ¡Y eso que lo ocurrido en Minamata ya había mostrado los peligros del mercurio para la salud humana! Priolo no es un fenómeno inesperado, un error trágico, sino un acto criminal sencilla y llanamente, perpetrado por el capitalismo italiano y más todavía, por el “capitalismo de Estado” que algunos quisieran hacernos pasar como “más de izquierdas” que el capitalismo privado. Se ha descubierto, en realidad, que la dirección de Enichem se comporta como la peor de las ecomafias: para ahorrar costes en “descontaminación” (se habla de varios millones de euros ahorrados), los residuos con mercurio se mezclaban con otras aguas sucias y vertidas en el mar, o enterradas. Además, con falsos certificados, utilizaban cisternas de doble fondo para ocultar el tráfico de residuos peligrosos y todo tipo de trapicheos del mismo jaez. Cuando la justicia empezó por fin a moverse deteniendo a los dirigentes de esa compañía, la responsabilidad era tan evidente que Enichem decidió pagar 11 000 euros par familia, cifra equivalente a la que habría debido pagar si hubiera sido condenada por los tribunales. Junto a las fuentes accidentales de contaminantes, es toda la sociedad la que, a causa de su modo de funcionamiento, produce contaminantes sin cesar, que se van acumulando en el aire, en las aguas y en el suelo y – como ya hemos dicho – en toda la biosfera, incluidos nosotros, los humanos. El uso masivo de detergentes y demás productos ha dado lugar a fenómenos de eutrofización (enriquecimiento excesivo) de los ríos, lagos y mares. En los años 90, el mar del Norte recibió entre 6000 y 11 000 t. de plomo, 22 000 a 28 000 de zinc, 4200 de cromo, 4000 de cobre, 1450 de níquel, 530 de cadmio, 1,5 millón de t. de nitrógeno combinado y unas 100 000 t. de fosfatos. Esos residuos, tan ricos en materia contaminante, son especialmente peligrosos en los mares con una extensa plataforma continental (o sea, poco profundos incluso lejos de la costa), como lo es precisamente el mar del Norte, pero también el Báltico, el Adriático, el mar Negro…. En efecto, la masa reducida de agua marina, combinada con la dificultad de mezcla entre  las aguas dulces de los ríos y las marinas saladas y densas, no permite un dilución adecuada de los contaminantes. Productos de síntesis como el famoso insecticida DDT, prohibido en los países industrializados desde hace treinta años, o también los PCB (policloruros de bifenilo), utilizados antes en la industria eléctrica, cuya producción también está prohibida al no estar en conformidad con las normas actuales, pero todos ellos de una solidez química increíble, diseminados hoy un poco por todas partes, inalterados, en las aguas, lo suelos y… en los tejidos de los seres vivos. Merced a la bioacumulación, esas materias se han concentrado peligrosamente en algunas especies animales a las que acaban matando o perturbándoles la reproducción, acarreando el declive de su población. En ese contexto debe considerarse, evidentemente, lo referido antes sobre el tráfico de residuos peligrosos que, depositados muy a menudo de manera abusiva en lugares sin la menor protección, causan daños incalculables al ecosistema y a toda la población de la región. Para terminar esta parte – y es evidente que podríamos referir cientos y cientos de casos concretos a nivel mundial – cabe recordar que es esa contaminación difusa del suelo la responsable de un fenómeno nuevo y dramático: la aparición de regiones muertas, como la del triángulo entre Priolo, Mellili y Augusta en Sicilia (Italia), una zona donde el porcentaje de críos con malformaciones congénitas es 4 veces superior a la media nacional, o también el otro triángulo de la muerte cerca de Nápoles, entre Giuliano, Qualiano y Villaricca, zona donde la cantidad de tumores es irremediablemente superior a la media nacional.

El agotamiento de los recursos naturales y/o la amenaza  de contaminación

El último ejemplo de fenómeno global que lleva al mundo a la catástrofe es el de los recursos naturales que, en parte, se están agotando y, por otro lado, están amenazados por la contaminación. Antes de entrar en detalle en ese tema, queremos subrayar que el género humano ya tuvo que encarar problemas de ese tipo, a una escala reducida y con consecuencias catastróficas. Si podemos todavía hablar aquí y ahora de este tema, es porque la región que se vio sometida a tal desastre sólo es una pequeña parte de la Tierra. Citemos aquí unos pasajes sacados de la obra de Jared Diamond, Colapso, sobre la historia de Rapa Nui, la isla de Pascua, famosa por sus gigantescas estatuas de piedra. Como se sabe, la isla fue descubierta por el explorador holandés Jacob Roggeveen en la Pascua de 1772 (de ahí el nombre) y hoy los científicos admiten que “estaba cubierta por un bosque tropical frondoso, rico en grandes árboles y árboles leñosos” abundante en aves y animales salvajes. Sin embargo, a la llegada de los colonizadores, la impresión fue muy diferente:

“Roggeveen se devanaba los sesos intentando comprender cómo se habían levantado aquellas estatuas enormes. Citando una vez más su diario: “las figuras de piedra nos extrañan sobremanera, porque no logramos entender cómo este pueblo, desprovisto de madera abundante y sólida necesaria para construir cualquier tipo de instrumento mecánico, completamente privado de cuerdas resistentes, había sido capaz de erigir unas efigies de piedra de 9 metros de alto (…). Al principio, a cierta distancia, creímos que la isla de Pascua era un desierto, después vimos que sólo había arena y hierba amarillenta, heno y arbustos secos y quemados (…)” ¿Qué había ocurrido con los árboles que sin duda había allí antaño? Para esculpir, transportar y erigir las estatuas, se necesitaba mucha gente, una gente que vivía en un lugar lo suficientemente rico como para vivir holgadamente (…) La historia de la isla de Pascua es el ejemplo más evidente de deforestación nunca vista en el Pacifico, por no decir en el mundo entero: todos los árboles fueron talados y todas las especies arbóreas se extinguieron” ([12]).

[...]“Debido a su aislamiento total, los habitantes de la isla de Pascua son un ejemplo patente de una sociedad que se autodestruye por haber explotado sus recursos de un modo excesivo. (…) El paralelo que puede hacerse entre Pascua y el mundo moderno es tan evidente que pone los pelos de punta. Gracias a la globalización, al comercio internacional, a los aviones a reacción y a Internet, todos los países del mundo comparten hoy sus recursos y se influyen y actúan mutuamente, como los doce clanes de la isla de Pascua, perdida en el Océano Pacifico, igual que la Tierra, perdida en el espacio. Cuando los indígenas se encontraron en dificultad, no pudieron ni huir ni buscar ayuda fuera de la isla, como tampoco nosotros, habitantes de la Tierra, podremos buscar auxilio en otro lugar si las cosas empeoraran. La quiebra de la isla de Pascua, según los más pesimistas, podría indicarnos cuál será el destino de la humanidad en el futuro cercano” ([13]). Esos datos, sacados todos del estudio de Diamond, nos alertan sobre la capacidad del ecosistema Tierra que no es ilimitado y que, como se comprobó en un momento dado, a la escala reducida de la isla de Pascua, algo similar podría reproducirse en un futuro no tan lejano si la humanidad no sabe administrar sus recursos adecuadamente. Podríamos ya hacer inmediatamente un paralelo en lo que a deforestación se refiere. Desde la comunidad primitiva hasta hoy, la deforestación se ha ido realizando a un nivel sostenido, pero, por desgracia, lo peor es que ahora se están destruyendo los últimos pulmones verdes del planeta, como la selva amazónica. Como se sabe, el mantenimiento de esas regiones verdes del globo es de grandísima importancia, no sólo para preservar especies animales y vegetales particulares, sino para asegurar un buen equilibrio entre el CO2 y el oxígeno (la vegetación se desarrolla consumiendo CO2 y produciendo glucosa y oxígeno).Como ya hemos visto respecto a la contaminación por mercurio, la burguesía conoce perfectamente los riesgos que se corren, como lo demuestra la digna intervención de un científico del siglo xix, Rudolf Julius Emmanuel Clausius, que ya entonces se expresó muy claramente sobre el problema de la energía y de los recursos, con un siglo de antelación sobre los discursos actuales de la clase dominante sobre su pretendida voluntad de preservar el entorno: “En la economía de una Nación, solo hay una ley válida: no hay que consumir durante un período más que lo que se ha producido durante ese mismo período. Para ello, no debemos consumir más combustible que el pueda reproducirse gracias al crecimiento de los árboles” ([14]).Si juzgamos por lo que hoy ocurre, puede decirse que se hace lo contrario de la preconizado por Clausius, o sea que vamos de cabeza hacia una situación fatal como la de la isla de Pascua. Para encarar el problema de los recursos adecuadamente, hay que tener en cuenta otra variable, la de los cambios habidos en la población mundial:

“Hasta 1600, el crecimiento de la población mundial era lentísimo: 2 a 3 % por siglo. Se necesitaron 16 siglos para pasar de unos 250 millones de habitantes a principios de la era cristiana a unos 500 millones. A partir de entonces el tiempo de duplicación de la población ha disminuido sin cesar hasta el punto de que en algunos países del mundo, se acerca al pretendido “límite biológico” a la velocidad del crecimiento de una población (3-4 % por año). Según la ONU, se superarán los 8000 millones de habitantes hacia 2025. (…) Hay que considerar las notables diferencias que hay hoy entre países adelantados, que han llegado casi al “punto cero” del crecimiento, y los países en vías de desarrollo, que hoy contribuyen en 90 % al crecimiento demográfico actual. (…) En 2025, según las previsiones de la ONU, Nigeria, por ejemplo, tendrá una población superior a la de Estados Unidos, y África triplicará en habitantes a Europa. La superpoblación, combinada con el atraso, el analfabetismo y la falta de estructuras higiénicas y de salud, es sin lugar a dudas un problema muy grave, y no sólo para África por las consecuencias inevitables que tendrá ese fenómeno a escala mundial. Aparece, de hecho, un desequilibrio entre demanda y oferta en recursos disponibles, que se debe también a la utilización de más o menos el 80 % de los recursos energéticos mundiales por los países industrializados.

La superpoblación acarrea una fuerte baja de las condiciones de vida, porque disminuye la productividad por trabajador y la disponibilidad, por cabeza, de alimentos, agua potable, servicios de salud y de medicamentos. La fuerte presión antrópica actual lleva a una degradación del entorno que, inevitablemente, repercute en los equilibrios del sistema-Tierra.

El desequilibrio ha ido incrementándose en los últimos años: la población sigue no solo creciendo sin homogeneidad, sino que además se hace cada día más densa en las zonas urbanas” ([15]).Como puede comprobarse con esas informaciones, el crecimiento de la población agudiza el problema del agotamiento de los recursos, y más todavía porque, como lo dice ese documento, faltan recursos precisamente allí donde la explosión demográfica es más fuerte, lo cual hace prever, en el futuro, más calamidades todavía para muchas más personas. Empecemos examinando el primer recurso natural por excelencia, el agua, un bien universalmente necesario y que hoy está muy amenazado por la acción irresponsable del capitalismo. El agua es abundante en la superficie de la Tierra (por no hablar de los océanos, los casquetes polares y las aguas subterráneas) pero sólo una pequeña parte es potable, la que está en capas subterráneas y en algunos ríos no contaminados. El desarrollo de la actividad industrial, sin el menor respeto por el entorno, y la propagación de residuos urbanos han contaminado partes importantes de las capas freáticas, reserva natural de las aguas potables de la colectividad. Eso ha conducido, por un lado, a la aparición en la población de cánceres y otras patologías y, por otro, a la desaparición creciente de fuentes de abastecimiento de tan preciado bien. “A mediados del siglo xxi, según las previsiones más pesimistas, siete mil millones de personas en 60 países no tendrán bastante agua. En el mejor de los casos, “sólo” habrá dos mil millones de personas en 48 países que sufrirán de falta de agua. (…) Pero los datos más preocupantes de ese documento de la ONU son sin duda los que se refieren a las muertes causadas por la aguas contaminadas y a las malas condiciones de higiene: 2,2 millones por año. Además, el agua es el vector de muchas enfermedades, la malaria entre ellas, que cada año mata a un millón de personas” ([16]).[...]Hay muchos otros recursos en vías de extinción y para terminar este primer artículo subrayaremos brevemente dos de ellos.Ni que decir tiene que el primero es el petróleo. Ya se sabe que se habla de agotamiento de las reservas naturales de petróleo desde los años 1970, pero hoy, en 2008, parece que hemos llegado de verdad a un vértice de producción  de petróleo, al llamado pico o cenit de Hubbert, o sea el momento en que ya habremos agotado y consumido la mitad de los recursos naturales de petróleo estimados por las diferentes prospecciones geológicas. El petróleo representa hoy en torno al 40 % de la energía de base y más o menos el 90 % de la energía usada en los transportes; sus aplicaciones son también importantes en la industria química, especialmente en la fabricación de fertilizantes para la agricultura, plásticos, pegamentos, barnices, lubricantes y detergentes. Todo eso es posible porque el petróleo ha sido una fuente de débil costo y, en apariencia, sin límites. El cambio de perspectiva participa ya en el aumento de su precio, obligando al mundo capitalista a contemplar soluciones sustitutorias más baratas. Pero, una vez más, la recomendación de Clausius de no consumir en una generación más de lo que la naturaleza es capaz de reproducir no tiene el menor eco: el mundo capitalista se ha precipitado en una carrera desenfrenada al consumo de energía, países como China e India en cabeza, quemando todo lo que haya que quemar, volviendo al carbono fósil tóxico para producir energía, generando en todo su entorno una contaminación sin precedentes. Incluso el recurso “milagroso” del pretendido biodiésel se empieza a olvidar tras haber mostrado sus insuficiencias. Producir combustible a partir de la fermentación alcohólica de almidón de maíz o de productos vegetales oleaginosos, no sólo no permite cubrir las necesidades actuales del mercado en combustible, sino que, sobre todo, hace aumentar los precios de los alimentos, lo cual conduce a matar de hambre a más población pobre. Los únicos en sacar ventaja, una vez más, son las empresas capitalistas, como las alimenticias que se han convertido al negocio de los biocarburantes. Para los simples mortales, en cambio, eso significa la tala de millones y millones de hectáreas de selvas y zonas boscosas para los cultivos. La producción  de biodiésel requiere efectivamente el uso de enromes extensiones de terreno. Para darse una idea del problema, basta con pensar que una hectárea de tierra cultivada de colza o girasol, u otros semioleaginosos, produce unos mil litros de biodiésel, o sea para que funcione un automóvil durante unos 10 000 km. Si en base a una hipótesis de que la media de consumo de los autos de un país hace recorrer 10 000 km por año, cada coche consumirá todo el biodiésel extraído de una hectárea de terreno. Lo que significa que para un país como Italia, donde circulan 34 millones de vehículos, si se extrajera todo el carburante a partir de la agricultura, se necesitaría una superficie cultivable de 34 millones de hectáreas. Si se añaden los 4 millones de camiones, con motores más potentes, el consumo sería el doble, o sea, en total, una superficie de  unos 70 millones de hectáreas, una superficie de casi el doble de la península Itálica, con sus montañas, ciudades, etc., incluidas. Aunque no se hable tanto del tema, se plantea un problema parecido al de los combustibles fósiles respecto a otros recursos de tipo mineral, por ejemplo los minerales de los que se extraen los metales. Cierto es que, en este caso, el metal no lo destruye el uso, como así ocurre con el petróleo o el gas metano, pero la producción capitalista, en su incuria total, acaba dispersando en la superficie de la tierra y en los vertederos cantidades importantes de metales, lo que hace que el abastecimiento en metales acabará, tarde o temprano, agotándose también. El uso, entre otras cosas, de ciertas aleaciones y multicapas, hace todavía más ardua la eventual labor de recuperación de un metal “puro”. La amplitud del problema aparece en cálculos según los cuales, en unas cuantas décadas, los recursos siguientes se habrán agotado: uranio, platino, oro, plata, cobalto, plomo, manganeso, mercurio, molibdeno, níquel, estaño, tungsteno y zinc. Son metales totalmente indispensables para la industria moderna y su penuria será un enorme problema en el futuro próximo. Y hay otras materias que tampoco son inagotables: se ha calculado que siguen disponibles (en el sentido de que es posible extraerlas desde un punto de vista económico) 30 mil millones de toneladas de hierro, 220 millones de toneladas de cobre, 85 millones de zinc. Para darse una idea de lo significan esas cantidades, baste pensar que para llevar a los países pobres al nivel de los países adelantados, se necesitarían 30 mil millones de toneladas de hierro, 500 millones de cobre, 300 millones de zinc, o sea más de lo que el planeta Tierra podría ofrecernos. Ante la catástrofe anunciada, cabe preguntarse si el progreso y el desarrollo deben conjugarse necesariamente con la contaminación y la alteración del ecosistema Tierra. Cabe preguntarse si esos desastres deben atribuirse a la mala educación de los seres humanos o a otra razón. Eso es lo que veremos en el próximo artículo.Ezechiele (agosto de 2008)


 


[1])  Manifiesto adoptado por el IXº Congreso de la CCI en julio de 1991.

[2]) Tiene algunos cortes efectuados en la versión « larga » publicada en Internet.

[3])  G. Barone y otros, “Il metano e il futuro del clima”,en Biologi Italiani, no 8 (2005).

[4])  ídem.

[5]. G. Pellegri, Terzo mondo, nueva pattumiera creata dal buonismo tecnologico, voir http:/www.caritas-ticino.ch/rivista/elenco%20rivista/riv_0203/08%20-%20Terzo%m... [27]

[6]. Roberto Saviano, Gomorra, Viaggio nell’impero economico e nel sogno di dominio della camorra, Arnoldo Montaldi, 2006.

[7]) La Repubblica on-line (diario italiano) 29/10/2007.

[8])  La Repubblica, 6/02/2008. Solo en Estados Unidos se usan más de 100 mil millones de bolsas de plástico, casi dos mil millones de toneladas de petróleo son necesarias para producirlas, se tira la mayoría tardando años en descomponerse. La producción estadounidense de los casi 10 mil millones de bolsas de plástico requiere la tala de unos 15 millones de árboles.

[9]) Ver el artículo “Mediterraneo, un mare di plastica”, en La Repubblica del 19 de julio de 2007.

[10]) No hay que excluir naturalmente que encarecimiento vertiginoso del petróleo al que estamos asistiendo desde finales del año pasado lleve a discutir la posibilidad de usar esa materia prima para producir plástico sintético biodegradable, acarreando en el futuro próximo conversiones a la nueva fe ecológica de unos empresarios preocupados, sí, pero por sus propios intereses.

[11]) Ver el artículo en italiano: “Alcuni effetti collaterali dell’industria, La chimica, la diga e il nucleare”. http//archivio.carta.org/rivista/settimanale/2001/018/18industria.htm

[12]) Traducido de la edición italiana: Jared Diamond, Collasso, edizione Einaudi. En español Colapso: por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen. Madrid, 2005.

[13])  Jared Diamond, Colasso, edizione Einaudi.

[14])  R.J.E Clausius (1885), nacido en Koslin (Prusia, hoy Polonia) en 1822 y muerto en Bonn en 1888.

[15])  Associazione Italiana Insegnanti Geografia, La crescita della popolazione.

https://www.aiig.it/Un%20quaderno%20per%l [28]’ambiente/offline/crescita-pop.htm.

[16])  G. Carchella, “Acqua : l’oro blu del terzo millenario”, en Lettera 22, associazione indipendente di giornalisti”. https://www.lettera22.it/showart.php?id=296&rubrica=9 [29].

Cuestiones teóricas: 

  • Medio ambiente [25]

IV Reunión Panamericana de la CCI: el medio político proletario se fortalece

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La CCI celebró la IV reunión panamericana a mediados de noviembre del 2008 con la participación también de camaradas de otras secciones fuera de América. Este tipo de reuniones, como expresión de la clase obrera, se realizan con el objetivo de discutir lo más profundamente posible acerca de la situación actual del capitalismo, las condiciones en que se desarrolla la lucha de clases, la relación de fuerzas entre las clases, la preparación de las fuerzas revolucionarias que les permitan ser un factor activo en la vida de su clase. Como tales, deben rendir cuentas al conjunto de los trabajadores acerca de los trabajos hechos en estos momentos privilegiados en la vida de la organización revolucionaria, instancias que en la estructura y el funcionamiento de la CCI, como lo es el Congreso internacional -órgano fundamental de la organización-, tienen la tarea de hacer un balance de las actividades realizadas y se trazan orientaciones y resoluciones para el periodo venidero, constituyendo verdaderos jalones para su desarrollo, de ahí el valor de estas reuniones. Pero esta panamericana tuvo particularidades que realzan aún más su importancia, por ejemplo, además de las delegaciones presentes tuvimos una considerable asistencia de invitados que se sitúan en el terreno revolucionario, que participaron como grupos o a nivel individual, lo cual reanuda una práctica de la CCI desde sus orígenes en congruencia con su apertura a la discusión más amplia y profunda posible de las posiciones de clase y a su voluntad de contribuir al proceso de reagrupamiento de las fuerzas revolucionarias a nivel internacional.

 Un encuentro internacionalista contra el capitalismo

Esta presencia reforzó aún más el carácter de la panamericana como un verdadero encuentro internacionalista de las fuerzas revolucionarias del proletariado que de entrada reviste una importancia histórica inédita en esta región del mundo y es una promesa para el futuro. El significado de este encuentro entre la CCI y estos grupos o elementos no organizados viene dado por la situación histórica actual caracterizada por la reanudación de los combates de clase y la emergencia de una nueva generación de elementos en búsqueda de una perspectiva política revolucionaria, después de casi quince años de retroceso de la conciencia y de la combatividad del proletariado producido por la caída del bloque estalinista de la ex URSS que la burguesía utilizó para atacar la conciencia de clase comunista identificando ese acontecimiento con la «quiebra del comunismo», con la «victoria definitiva del capitalismo liberal y democrático», con el «fin de la lucha de clases» y también con el fracaso y el fin de la clase obrera; un retroceso amplio en extensión y en profundidad que afectó a toda una generación que se vio desorientada y desmoralizada. Con el tiempo, después del desgaste de esas campañas, entre otras, y a partir del giro producido en la lucha de clases en el 2003 con ocasión de las grandes movilizaciones obreras contra los ataques a las jubilaciones y pensiones en Europa, sobre todo, los trabajadores empezaron a salir poco a poco de ese retroceso experimentado desde 1989; una tendencia contraria se ha ido afirmando desde entonces a la recuperación de la lucha y al desarrollo de la conciencia como así lo testimonian la serie de luchas obreras que se han sucedido de manera creciente en todos los continentes; un proceso que contiene también un movimiento de reflexión profunda protagonizado por nuevos elementos de la clase que se orientan hacia las posiciones de la izquierda comunista y, en general, hacia las posiciones y la práctica del internacionalismo proletario. En este contexto, los grupos y elementos que participaron en esta reunión, con su actitud abierta a la discusión, son una confirmación innegable de esta nueva etapa en el desarrollo del combate de la clase obrera a nivel mundial.

Pero además, esta reunión se produce en un contexto particularmente significativo cuando el sistema de producción capitalista experimenta la mayor crisis económica de su historia con las consecuencias abominables contra las condiciones de vida del proletariado, lo cual viene a confirmar por enésima vez la quiebra histórica del capitalismo. En este marco, al mismo tiempo que se realizaba esta reunión internacionalista por otro lado se reunía la burguesía (cumbre del G20 -»Grupo de los 20"): por un lado, la burguesía se reunió urgentemente en este esquema de bandidos donde impera la ley del más fuerte, intentando esconder sus propios antagonismos para buscar algunas medidas ante la debacle de la economía mundial, para preservar este sistema social que no ofrece ninguna alternativa positiva para la humanidad, alarmada por la magnitud del desastre y en particular preocupada por el peligro que representa esta situación que puede facilitar una toma de conciencia acerca de la quiebra histórica del capitalismo y la necesidad de buscar una alternativa proletaria a este mundo de miseria, explotación y muerte; por el otro lado, una reunión internacionalista diametralmente opuesta donde la clase obrera busca la mayor clarificación para desarrollar su lucha en las mejores condiciones que le permitan en un primer momento limitar los ataques del capital y, a plazo, desarrollar su ofensiva revolucionaria para derrocar al capitalismo e instaurar la sociedad comunista.

Las discusiones de la reunión regional

Aunque la agenda estaba saturada de puntos muy importantes todos, la reunión en el curso de los debates dio prioridad fundamentalmente a dos cuestiones: la lucha del proletariado en los años recientes, su porvenir y la cuestión del balance de la actividad revolucionaria de la CCI en general y, en particular, en la región. Obviamente no podemos en este artículo detallar las discusiones habidas cuya síntesis se puede apreciar en la resolución sobre la situación regional (publicada en esta misma edición). Veamos algunos aspectos:

-        Frente a la agravación de la crisis capitalista la burguesía va a arreciar sus ataques contra los trabajadores quienes inevitablemente experimentarán un descontento mayor presentándose las condiciones para que la combatividad y la conciencia puedan desarrollarse, sobre todo si tenemos en cuenta que hay un claro desgaste de las ilusiones que antaño permitían a la burguesía engañar a la clase obrera con el cuento de que «mañana las cosas mejorarán». En los años recientes, los trabajadores han sufrido en carne propia el desengaño y al contrario se están convenciendo de que «mañana las cosas irán peor», y no sólo por el deterioro económico sino globalmente por el caos creciente provocado por la descomposición social generalizada, las amenazas cotidianas al ambiente, la barbarie bélica, el terrorismo, el terror estatal; factores que pueden politizar la lucha de la clase obrera. Una constatación que está en la base de la tendencia positiva al aumento de las huelgas, a las movilizaciones cada vez más frecuentes en todo el mundo, que incorporan cada vez más la cuestión de la solidaridad, clave para el desarrollo de las luchas y que están perfilando, a plazo, la posibilidad y necesidad de una simultaneidad y por consiguiente de la extensión y la unidad. Ante esto, la burguesía se está preparando a fondo para enfrentar las luchas proletarias a través especialmente de sus partidos políticos de izquierda y los sindicatos oficiales e «independientes» y también mediante campañas democráticas y nacionalistas de todo tipo.

-        En cuanto a las actividades desarrolladas en estos dos últimos en la región de América Latina, la reunión ha hecho un balance muy positivo que se sustenta particularmente en los siguientes aspectos: la continuación del fortalecimiento teórico político para mejorar nuestra comprensión de las implicaciones del periodo de la descomposición del capitalismo en la lucha de la clase obrera y en la organización revolucionaria; la intervención hacia el medio de elementos en búsqueda, que ha sido central en el periodo pasado y que ha fortalecido a la CCI como un polo de referencia para las minorías que están buscando las posiciones proletarias en esta región del mundo; el seguimiento regular de la lucha de la clase obrera, sus avances y sus dificultades; una consolidación de la calidad incontestable de nuestra prensa en papel y de internet para responder a las preocupaciones actuales del proletariado; la capacidad política para aplicar siempre un marco teórico e histórico a la problemática presentada en la militancia y en el funcionamiento organizacional; en fin, como resultado de estos y otros avances logrados hemos desarrollado una confianza más profunda en las capacidades históricas e inmediatas de la clase obrera lo que ha redundado en una convicción creciente de la necesidad de ser un factor activo en el desarrollo de la lucha de clases en este nuevo periodo histórico marcada por una dramática agravación de la crisis del capitalismo mundial.

La cultura del debate y el ambiente de las discusiones

Desde el principio las discusiones dieron constancia de la capacidad de los revolucionarios para desarrollar una verdadera cultura de la discusión, a semejanza de la clase obrera que en sus verdaderas asambleas generales es mediante la discusión que logra sacar las lecciones de su propia experiencia y avanzar más lejos en la clarificación de la conciencia de sus objetivos históricos. Este método debe ser defendido siempre por el conjunto del proletariado como el único medio para desarrollar y profundizar las discusiones de manera colectiva, partiendo de posiciones compartidas y un objetivo en común, no perdiendo de vista jamás que avanzamos desde la confusión hacia la mayor claridad. Este marco aportó un ambiente fraterno y de camaradería entre los asistentes donde la vieja y la nueva generación dieron muestra de esa voluntad para hacer la conexión intergeneracional de la clase obrera, que es uno de los fundamentos actuales de su lucha.

Es con un elevado ánimo de combate y fundado entusiasmo por el devenir revolucionario que la reunión cierra con broche de oro haciendo patente que solamente el debate abierto y fraterno de las ideas proletarias puede contribuir a que los elementos y grupos que durante estos años han ido surgiendo puedan clarificarse para comprender cuál es la clase social y cómo puede cambiar este mundo que está conduciendo a la humanidad a la destrucción y a la barbarie. Una reunión importante que se termina pero queda muy viva su invitación a la discusión a todos los elementos y grupos revolucionarios; en cuanto a las formas prácticas hay que irlas construyendo juntos y siempre con criterios precisos de pertenencia al terreno internacionalista, columna vertebral del combate del proletariado.

Diciembre del 2008/RR

 

Geografía: 

  • América central y Sudamérica [30]

Vida de la CCI: 

  • resoluciones de Congresos [18]

¿Para qué sirve la «fracción externa de la CCI”? - De la irresponsabilidad política al vacío teórico

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¿Para qué sirve la «fracción externa de la CCI”?

De la irresponsabilidad política al vacío teórico

El medio político proletario lo integran una serie de organizaciones que, pese a sus confusiones y errores de análisis, en algunas ocasiones graves, representan un esfuerzo histórico de la clase obrera en su toma de conciencia. Sin embargo, al margen de este medio, hay toda una serie de grupúsculos que no se inscriben en auténtica continuidad con el esfuerzo de las corrientes históricas de la clase, cuya existencia está basada en el espíritu de capilla, cuando no en “cuestiones personales” y otras mezquindades. Esos grupos aparecen como parásitos de las verdaderas organizaciones revolucionarias. Su existencia no solo carece de fundamento desde el punto de vista de los intereses de la clase obrera sino que, además, contribuyen a desacreditar ante la clase las posiciones y la actividad de las organizaciones serias. La FECCI (fracción externa de la CCI) es un perfecto ejemplo de grupo parásito. Una ilustración caricaturesca de ello es la forma en que este grupo se ha confrontado a los considerables acontecimientos históricos que han sacudido el mundo en los dos últimos años. En los números 44 y 45/46 de nuestra Revista evocamos las circunstancias en las que se constituyó la FECCI. Aquí solo recordaremos, de pasada, esas circunstancias.

En noviembre de 1985, durante el VIº Congreso de la CCI, algunos antiguos militantes abandonaron voluntariamente nuestra organización para formar la FECCI. Meses antes, esos camaradas, habían formado una tendencia sobre la base de un documento que intentaba hacer una síntesis de diferentes puntos de vista contradictorios que se habían desarrollado en la organización contra las orientaciones de la misma. Pero más allá de su falta de homogeneidad y de su incoherencia, las posiciones expresadas en aquella época por estos compañeros, se distinguían por una falta de firmeza, por concesiones a posiciones consejistas, en resumen, por una actitud centrista con respecto al consejismo. Aunque posiciones así hubieran tenido consecuencias nefastas en caso de arrastrar al conjunto de la CCI hacia ellas, no motivaban en forma alguna una separación organizativa. Del mismo modo, consideramos esta escisión como una verdadera deserción marcada por la irresponsabilidad y el sectarismo. Además los propios escindidos eran perfectamente conscientes de lo injustificable de su actitud, por eso desde entonces hasta ahora propalan la patraña de que fueron excluidos de la CCI. No tenemos sitio aquí, en el marco de este artículo, para denunciar esas mentiras (ampliamente refutadas en la Revista Internacional 45/46). Al igual que las comunidades primitivas, las sectas necesitan en general construirse un mito fundador que justifique su existencia. Que fueron excluidos de la CCI es uno de los mitos fundadores de esa secta que lleva por nombre la FECCI.

La mentira no es, sin embargo, la única característica de la FECCI. Hay que añadirle la estupidez. Ella misma hace entrega del bastón para que la apaleen cuando confirma que no fue en absoluto excluida de la CCI, sino que la abandonó por decisión propia.

“Continuar en una organización que degenera como la CCI equivale a privarse de toda posibilidad de enfrentar y, eventualmente, superar la crisis del marxismo... Todo ello lo recubre la CCI con un fino barniz de respetabilidad cuando hace seis o siete años inventó el dogma cómodo de que los militantes deben quedarse en la organización mientras que ésta no haya franqueado la frontera de clase hacia el campo enemigo de la clase capitalista. Prisioneros de por vida. Como las mujeres maltratadas que proclaman patéticamente que “él me quiere”, los militantes de la CCI descubren el carácter sagrado del matrimonio” (Perspective Internationaliste, no 20, «Pour une pratique vivante de la théorie marxiste»). Los lectores podrán valorar en su justa medida la asimilación de la CCI con un marido brutal. La FECCI nos tiene acostumbrados desde su nacimiento a este tipo de calificativos. Puede, sin embargo, constatarse que la FECCI (¿se considera a sí misma una mujer maltratada?) reivindica vehementemente su divorcio de una CCI, a la vez que confirma claramente que ésta se oponía a él.

Una vez más, no tenemos mucho espacio aquí para mencionar el conjunto de acusaciones estúpidas y mentirosas, y son muchas las que lanza la FECCI a nuestra organización. Volveremos, si es necesario, en otro artículo, sobre uno de los caballos de batallas de la FECCI: el pretendido abandono por parte de la CCI de sus principios programáticos. Hay, sin embargo, una acusación cuya profunda estupidez se han encargado de demostrar paladinamente los acontecimientos de los últimos años: nuestro pretendido retroceso teórico.

La FECCI y la profundización teórica

Además de acusarnos de abandonar los principios, la FECCI ha decretado que “... la CCI no solo ha dejado de ser un laboratorio para el desarrollo de la teoría/práctica marxista (condición sine qua non de una organización revolucionaria) sino que además es incapaz de mantener las adquisiciones teóricas sobre las que se constituyó...” (“Por qué la Fracción”, PI, nº 3). Por su parte, la FECCI se da el objetivo de salvaguardar estas adquisiciones y enriquecerlas: “Para que una organización viva y se desarrolle no basta con que conserve su Plataforma en los archivos... la Historia avanza, plantea nuevos problemas, presenta bajo una nueva forma los viejos problemas, y todos aquellos que no logran situarse a la altura que exige la Historia se condenan a pedalear en el vacío sin avanzar” (“Las tareas de la fracción”, PI, nº 11). Evidentemente la FECCI no conoce el cuento del “cazador cazado”. Los cambios ocurridos después del otoño del 89 se han encargado de demostrarlo.

Como lo escribía la FECCI en diciembre del 89: “... los acontecimientos que sacuden la Europa del Este desde hace varios meses, requieren de los revolucionarios la elaboración de un análisis marxista claro que busque las causas y las consecuencias reales, tanto en el plano de las relaciones de fuerza interimperialistas, como de la lucha de clases...” (“Los cambios en Europa del Este”, suplemento a PI, nº 15). Efectivamente, la FECCI ha constatado que “... Rusia ya no tiene bloque. Por el momento ha dejado de ser un protagonista esencial en la escena mundial, un competidor del imperialismo USA (...) la división del mundo en dos bloques rivales, que no es solo la característica de la última mitad de este siglo, sino una condición necesaria para un conflicto mundial, ya no existe...”. ¡Bravo! Es casi exactamente lo que nosotros escribimos a partir de finales del verano del 89, es decir, dos meses antes de la caída del muro de Berlín ([1]). Solo un pequeño problema, el análisis de la FECCI no data de la misma fecha, aparece por primera vez en el PI nº 21 (“El futuro del imperialismo”) en el invierno 91-92, es decir más de dos años después de nosotros haber adoptado el nuestro.

Desde Marx sabemos que “en la práctica es donde el hombre debe probar la verdad, es decir la realidad y la potencia... de su pensamiento” (Tesis sobre Feurbach). Cuando la capacidad teórica de las organizaciones revolucionarias se ha puesto a prueba en la práctica hemos podido ver manos a la obra a la FECCI que se ha propuesto retomar la antorcha de la elaboración teórica que según sus palabras la CCI habría abandonado. He aquí lo que escribió el 16 de diciembre del 89 (más de un mes después de la caída del muro de Berlín): “... Los actuales acontecimientos en Europa del Este se inscriben en el marco de la política de la “perestroika” puesta en práctica desde hace cuatro años con ocasión de la llegada al poder de Gorbatchov. (...) Los objetivos de la perestroika son (...) en el plano militar e imperialista, detener la ofensiva (del bloque) occidental por medio de una contraofensiva ideológica que lo lleva a reducir sus gastos de armamento y a su división, para dotarse del potencial económico y tecnológico necesario para competir militarmente a medio plazo. (...) en el plano imperialista, Rusia no tiene más remedio que desestabilizar la escena europea intentando sacar provecho de ello. Europa siempre ha sido el teatro último de los conflictos imperialistas mundiales, y lo es hoy más que nunca para Rusia... Acelerando las reformas en los países del Este europeo, Rusia intenta modificar las bases del problema europeo, abrir la Comunidad Europea al Este para dividirla y neutralizarla. La destrucción del muro de Berlín, no es, ni mucho menos, un gesto de paz, es una bomba de relojería colocada en el corazón de Europa (...) Si la disolución del estalinismo como modo de dominación del capital en los países del Este de Europa es en última instancia una posibilidad que no se debe excluir ([2]) a causa de su pasado histórico y de la posibilidad de atracción para la órbita occidental, no es el caso para la propia Rusia...” (“Resolución de la FECCI sobre los trastornos en Europa del Este”, suplemento a PI nº 15). Afortunadamente el ridículo no mata, porque de lo contrario los miembros de la FECCI estarían hoy todos enterrados. No obstante hemos de reconocerles una cualidad: le echan valor. Porque efectivamente hay que tener una buena dosis de valor para seguir reivindicándose hoy de una organización que ha adoptado unas posiciones tan ineptas y que se ha equivocado de parte a parte en la comprensión de una situación histórica. En su conjunto, el medio político ha tenido grandes dificultades para producir un análisis correcto y lúcido de los acontecimientos de la segunda mitad de 1989 (véase nuestro artículo “Frente a los trastornos en el Este, una vanguardia con retraso”, Revista Internacional, nº 62). Pero hay que otorgarle a la FECCI la palma honorífica, y con qué diferencia, de los errores. También es cierto que no podemos colocarla realmente en el medio político hablando con propiedad.

De hecho, una ceguera como la de la FECCI tiene pocos equivalentes en la historia del medio político ([3]) : el único ejemplo comparable es el del FOR (Fomento Obrero Revolucionario) que, durante más de veinte años, ha negado la existencia de la crisis económica del capitalismo. Incluso cuando ha admitido (por la fuerza de las evidencias) su error de análisis inicial, la FECCI ha continuado sin comprender nada de lo que ha pasado. Así, cuando celebro su IVª Conferencia, en verano del 91, la FECCI no reconoció la desaparición del bloque del Este. La forma en la que trató esta cuestión en el nº 20 de PI es una expresión típica de su centrismo congénito: de un lado se constata “el hundimiento del Pacto de Varsovia y el COMECON” (que es lo mínimo que se puede reconocer tras su desaparición formal que confirma de hecho un hundimiento que tuvo lugar mucho antes), se descubre que “los acontecimientos de estos dos últimos años representan una verdadera revocación de los acuerdos de Yalta” (“Antagonismos interimperialistas: una orientación para los años 90”) ([4]), se pone en evidencia la pérdida por parte del imperialismo ruso de todas sus posiciones y de la influencia que conservaba (Europa central, Oriente Medio, Asia del Sureste, África, América Central y Cuba, etc.), pero, por otra parte, se niega a hablar explícitamente de la “desaparición” o incluso del “hundimiento del bloque del Este”. En este documento, se opone al “bloque americano” el imperialismo ruso» o su “potencial adversario ruso” sin, en ningún momento, decir claramente qué ha ocurrido y en qué se ha convertido el bloque ruso ([5]). Para el centrismo, hay cosas que no se deben pronunciar, como ésa, para evitar tener que tomar una posición clara y tajante. Y como lo propio de una posición centrista, es ser insostenible, hay, un día u otro, bajo la presión de la realidad, porque “los hechos son tozudos” (como decía Lenin), que tirarse al agua: y esto es lo que ha hecho con dos años de retraso en PI nº 21. Bello esfuerzo, ¡Bravo camaradas!

La paja y la viga

Evidentemente, las hazañas de la FECCI, respecto a los acontecimientos que han sacudido el mundo en el último período, no podía quedarse en la “elaboración” de un “análisis” tan erróneo que hay que revisar prácticamente cada mes. Debía seguir dando muestras de su estupidez y su ceguera en la crítica de las organizaciones revolucionarias, y particularmente de la CCI. Así, en PI nº 16 en encontramos un artículo con un titulo explicito: “La CCI y Europa del Este, el viraje de 180° de una organización degenerada”, artículo que se propone proceder a una “denuncia” de la visión de la CCI porque: “Hay que hablar de denuncia y no de polémica ante la confusión que representa esta organización frente a nuestra clase y ante la cobardía con la que cambia de posición, con una táctica bien conocida de las organizaciones estalinistas: sin debate abierto y de forma monolítica”. ¡Nada menos!

El artículo se escandaliza de que “la visión desarrollada por la CCI (sea) la de la desaparición del bloque del Este por la “implosión” bajo los efectos de la crisis económica”. Es ésta efectivamente, aunque a muy grandes rasgos, la concepción defendida por la CCI desde el principio y que no hemos puesto en cuestión en ningún momento. Pero para la FECCI : “... se trata de un análisis que abandona el marco marxista de la decadencia”, es “un retroceso teórico fundamental ya que se trata de la comprensión de uno de los mecanismos profundos del capitalismo y de su crisis”, es “renegar pura y simplemente del marco del imperialismo y de la naturaleza misma de la burguesía”, representa “acreditar la matraca ideológica burguesa en lugar de comprender la realidad con un marco de análisis marxista”, es “negar el carácter guerrero de los Estados imperialistas”, etc. No podemos evidentemente reproducir todas las acusaciones de este estilo, porque entendemos que sería tedioso para nuestros lectores. Queremos destacar ante todo que, lo que expresa este artículo fundamentalmente, es que para la FECCI, su marco de análisis (¿cuál?, habría que preguntarse) es más importante que la propia realidad. Y si esta última no se pliega a sus esquemas, pues, ¡simplemente no existe! Y todo ello en nombre del “marxismo”, por supuesto.

De hecho, no es suficiente con reproducir citas de Marx y Rosa Luxemburg, como hace el artículo, para desarrollar un pensamiento marxista (los estalinistas lo han demostrado desde hace décadas). Además hay que comprender lo que quieren decir y no hacer alardes de una nulidad teórica refinada confundiendo, por ejemplo imperialismo con bloques imperialistas. Y eso es lo que hacen en su artículo cuando consideran la afirmación plenamente justa de Rosa Luxemburg de que “la política imperialista no es obra de un país o grupo de países. Es el producto de la evolución mundial en un momento dado de su maduración. Es un fenómeno por naturaleza internacional... al que ningún Estado puede sustraerse”, demostraría el carácter permanente de la división del mundo en dos bloques imperialistas. Camaradas de la FECCI, tenéis que volver a la escuela primaria que es donde se aprende a leer ([6]).

El rigor teórico no es desde luego la fuerza de la FECCI, pero a ellos eso les importa un bledo. El objetivo principal de ese artículo, como se anuncia en su título e introducción, es denigrar a nuestra organización. Hay que ilustrar a toda costa la tesis de la “degeneración de la CCI”, que es uno de los mitos sobre los que se funda la FECCI. Vuelven con insistencia sobre esta cuestión “arrastrada y barrida por la ideología dominante, incapaz de analizar los acontecimientos cotidianos a través de los principios de clase y el método marxista, la CCI se hace portadora de la ideología de clase. (...) Esperamos que estos artículos (los de PI) alimentarán el debate en el seno del medio revolucionario y que provocaran un shock saludable en los elementos aún sanos de la CCI”. Los “elementos sanos de la CCI” agradecen tanta solicitud, y sobre todo... la demostración del absurdo de sus acusaciones contra la CCI.

En serio, si no se le puede pedir a la FECCI que realice su ambición de “profundización teórica” (hay que rendirse a la evidencia de que sus “análisis” de los últimos años demuestran cómo esa aspiración excede con mucho a sus capacidades) al menos debería, por dignidad en las relaciones entre los revolucionarios, cesar con sus ridículos pero repugnantes insultos sobre las supuestas “tácticas estalinistas” de la CCI. En el número 45 de esta Revista ya hicimos justicia a este tipo de acusaciones respecto a cómo la CCI había hecho frente a la aparición en su seno de la minoría que luego formaría la FECCI. No nos sorprende que las sucesivas tomas de posición de la FECCI hayan provocado numerosos desacuerdos en su propio seno (ver PI, nº 16, donde parece que hay tantas posiciones como miembros tiene la FECCI): sus posiciones están tan lejos de la realidad que es difícil alcanzar la unanimidad ni siquiera permitir un mínimo de homogeneidad en la organización. La FECCI sabe perfectamente que ha habido debates en el seno de la CCI al calor de los acontecimientos del último período. Pero también saben que esos debates no se repercuten hacia el exterior mientras no alcanzan un cierto grado de desarrollo, para permitir así una real clarificación en la clase; al menos estaban de acuerdo con ese principio cuando eran militantes de la CCI. Si es cierto que los análisis adoptados por la CCI a comienzos de octubre del 89 (discutidos a mediados de septiembre) sobre los acontecimientos del Este provocaron algunos desacuerdos en un primer momento, estos se fueron absorbiendo rápidamente y, día tras día, la realidad demuestra la justeza de ese análisis. ¿Es esto una prueba de la “degeneración de la CCI”, de su marco de análisis y de su comprensión del marxismo que le ha permitido captar el significado y las implicaciones de los acontecimientos el Este mucho más rápidamente que el resto de grupos del medio revolucionario?

Antes de acabar con las acusaciones de la FECCI contra la CCI a propósito de los acontecimientos del Este, hay que ver aún dos perlas (de entre las muchas que no podemos tratar por falta de espacio): nuestro supuesto “viraje de 180°” y el asunto del “superimperialismo”.

Incapaz de reconocer los cambios “de 180°” que se han producido en la escena internacional, la FECCI no ha sabido (o no ha querido) ver en los análisis de la CCI más que un repudio de su marco de análisis fundamental. De nuevo la crítica (o la “denuncia” siguiendo los términos de la propia FECCI) es tan imbécil como malintencionada. Más aún cuando la toma de posición que aparece en la Revista Internacional nº 60 sobre los acontecimientos del Este se apoya ampliamente en el análisis que la CCI había desarrollado a comienzos de los años 80 (a su vez basado en las aportaciones de la Izquierda comunista de Francia) sobre los regímenes estalinistas y el bloque del Este al calor de la instauración del estado de guerra en Polonia (ver la Revista Internacional, nº 34). En cambio no encontramos en ninguno de los múltiples y variables análisis que nos ha ofrecido la FECCI (mayoritarios, minoritarios, mayoría-minoritaria, minoría-mayoritaria) ninguna referencia a ese marco (ni siquiera para cuestionarlo) que los compañeros de la FECCI defendían cuando aún eran militantes de la CCI ([7]). Antes de volver a escribir de la CCI que “es incapaz de mantener sus adquisiciones teóricas” le aconsejamos a la FECCI que se mire al espejo.

Y lo mismo vale para cuando se le ocurra atribuirnos de nuevo (como hace en “Un mismo llamamiento contra la guerra imperialista”, PI nº 19) la posición típicamente burguesa del “superimperialismo”. Según esa tesis, elaborada por Kautski y los reformistas en vísperas de la primera guerra mundial, los sectores dominantes del capital mundial podrían unificarse para imponer su ley sobre el planeta, garantizando de ese modo la estabilidad y la paz entre ellos. La FECCI sabe perfectamente que desde el principio de los acontecimientos del Este hemos rechazado claramente esa tesis: “¿Significa esa desaparición del bloque del Este que el mundo, desde ahora en adelante, está dominado por un solo bloque imperialista o que el capitalismo ya no conocerá más enfrentamientos imperialistas? Esas hipótesis son totalmente ajenas al marxismo (...) Y no será, hoy, el hundimiento del bloque del Este lo que podrá volver a dar vida a semejante análisis (del “superimperialismo”); ese hundimiento lleva en sí el del bloque occidental (...) la agravación de las convulsiones de la economía mundial va a agudizar las peleas entre los diferentes Estados, incluso, y cada vez más, militarmente hablando (...) la desaparición de las dos constelaciones imperialistas surgidas de la Segunda Guerra mundial lleva inscrita la tendencia a la recomposición de dos nuevos bloques” (Revista Internacional nº 61, enero de 1990, “Tras el hundimiento del bloque del Este, inestabilidad y caos”).

Por el contrario, la concepción del “superimperialismo” recorre el PI nº 21: “Solo un bloque ha sobrevivido a la crisis. Ya no hay concurrencia en este momento. Y, por tanto, en contra de las predicciones de la CCI y otros, por el momento no hay signo alguno de desintegración. Su existencia no reposa ya sobre la rivalidad imperialista con Rusia, sino sobre la dominación del mundo según las necesidades de los capitales más potentes”. El editorial de este número de nuestra Revista hace justicia (después de muchos otros artículos) sobre la pretendida cohesión del bloque del Oeste: una vez más, la FECCI se niega a ver la realidad. Pero lo que es más grave todavía es que, haciendo esto, pone en cuestión una de las adquisiciones fundamentales del marxismo a lo largo de este siglo. Así, para mantener la idea de que potencias como Alemania y Japón no pueden hacer otra cosa más que mantenerse firmemente en el “bloque americano”, la FECCI afirma que “los Estados del bloque americano o occidental se han convertido en económicamente dependientes del funcionamiento de estas instituciones (Banco Mundial, FMI, GATT, etc.) y de la red de lazos comerciales y financieros que han creado” (“Antagonismos inter-imperialistas: una orientación para los años 90”, PI nº 20). Esto es una versión moderna de la concepción de los reformistas de principio de siglo (denunciada vigorosamente por los revolucionarios de la época) según la cual el desarrollo de lazos económicos, financieros y comerciales entre los países sería un freno a sus antagonismos imperialistas y debía descartarse la amenaza de guerra entre ellos. La FECCI está verdaderamente bien situada para hablar de «negaciones del marxismo» por la CCI y de su “capitulación” ante la ideología burguesa. De hecho ésta es una de las prácticas corrientes de la FECCI que, a fin de ocultar sus propios defectos, los atribuye generosamente a la CCI. Este es un proceder tan viejo como la política que nunca ha engrandecido a quienes lo han utilizado, particularmente si se trata de revolucionarios.

¿Para qué sirve la FECCI?

Si consideramos, como ella misma dice muy justamente que “los acontecimientos que sacuden a la Europa del Este... requieren la elaboración de parte de los revolucionarios, de un análisis marxista claro que comprenda y explique las causas y las consecuencias reales...” no es hacer prueba de la menor voluntad de denigración el hecho de constatar que la FECCI ha fracasado completamente en su tarea. Ella misma lo reconoce por otra parte: “Esta nueva realidad nos ha conducido a reconocer la insuficiencia de nuestro antiguo análisis, que en ciertos aspectos, estaba prisionero de tópicos sin valor” (PI nº 20, “Presentación de la IVª Conferencia de PI”), incluso si es para añadir un poco más adelante (hay que fanfarronear un poco y mantener la moral de los militantes): “considerando positiva nuestra capacidad de análisis de la situación... hemos decidido proseguir por la misma vía que hemos desarrollado precedentemente”.

De forma general, podemos constatar que la FECCI ha fracasado completamente en su objetivo de preservar y desarrollar las adquisiciones teóricas de la CCI, tarea, que según su versión, ésta habría abandonado. Cuando sus pretensiones se han visto confrontadas a la prueba de los hechos, lo menos que se puede decir es que no llega a la suela del zapato de la CCI. Nos han querido dar una lección de clarividencia teórica, ha fustigado nuestros análisis durante dos años con los adjetivos más infames, pero, para acabar, se ha visto obligada a aceptar, en lo esencial, aún sin reconocerlo, el punto de vista que hemos defendido desde el principio ([8]) y que ella presenta además como la prueba irrefutable de la “degeneración” de nuestra organización. La única diferencia que mantiene con nuestra comprensión, elaborada hace ya dos años y medio, es que ahora retoma por su cuenta la posición burguesa del “superimperialismo”, posición que nos ha querido atribuir de forma calumniosa. Así, toda su “demostración” de la “regresión de la CCI” se vuelve contra ella: no hay una regresión de la CCI, es la FECCI la que no comprende nada de la situación a pesar de armarse todo lo que quiera de su superioridad teórica auto-proclamada. Y si la incapacidad para comprender lo que está en juego alrededor de los acontecimientos del Este es una regresión, como ella misma afirma con razón, durante dos años no ha sido nuestra organización la que ha sufrido una regresión sino la mismísima FECCI.

A la cuestión de “¿Para qué sirve la FECCI?” se puede estar tentado de contestar: “Para nada”. Pero desgraciadamente no es el caso. Incluso si la influencia de la FECCI es insignificante, su capacidad de hacer daño no es nula. Y es por esa razón por lo que le consagramos este artículo. En efecto, en la medida en que su revista tiene un cierto número de lectores, en que ciertas personas asisten a sus reuniones públicas, en la medida en que interviene en el medio político, en tanto que se reivindica de la plataforma de la organización más importante del mismo, la CCI, la FECCI es un factor de confusión suplementario en el seno de la clase obrera. En particular sus tendencias consejistas y su falta de rigor teórico no pueden más que encontrar un eco en una parte del mundo como los Estados Unidos que se distingue por la debilidad de su medio político, por la ignorancia que manifiestan muchos de sus miembros y por la fuerte impregnación e influencia de las visiones consejista y libertaria. Con su actividad, un grupo como la FECCI contribuye incontestablemente a mantener y a hundir en el subdesarrollo al medio político de ese país.

Pero esencialmente, la función de la FECCI es la de desacreditar el trabajo revolucionario serio y en primer lugar, el marxismo.

Así, el hecho de que en nombre del “marxismo” durante dos años este grupo haya proferido tal cantidad de estupideces e inepcias, que haya hecho prueba de una ceguera sin límites, no puede conducir más que a un desprestigio del marxismo. Con esta práctica, la FECCI ha aportado su pequeño grano de arena a la campaña actual sobre la “muerte del marxismo”. Es cierto que PI nº 17 ha publicado un artículo, “¿Ha muerto el marxismo?” que denuncia estas mentiras y reafirma, a su manera, la plena validez del marxismo. Pero los revolucionarios deben dar la prueba, en la práctica, mediante la verificación de sus análisis, de la validez del marxismo. Y la FECCI está verdaderamente mal situada para llevar a cabo esta tarea.

Desgraciadamente, la contribución de la FECCI a las repugnantes campañas contra el marxismo, no sólo es de signo negativo, por la ausencia de defensa consecuente de la teoría revolucionaria, sino que participa deliberadamente en esas campañas, como lo demuestra el nº 20 de PI. Ya su primera página es ambigua: “El “comunismo” debe morir para que viva el comunismo”. Como si no hubiera bastante confusión ya entre comunismo y estalinismo, como si la agonía de este último se presentara como una “victoria” para la clase obrera, cuando en realidad se vuelve contra la clase obrera de manos de la burguesía “democrática”. Además, el editorial se regocija de “que caigan las estatuas” de Lenin. Si bien la clase obrera no tiene ninguna necesidad de estatuas de los revolucionarios (que han sido edificadas por la burguesía para convertirlos en “iconos inofensivos” como decía el mismo Lenin), no hay que confundirse sobre el significado de estas acciones en el período reciente: corresponden a un rechazo, promovido e impulsado por las fuerzas burguesas, de la idea misma de una revolución del proletariado. Este mismo editorial afirma que los revolucionarios “deben desembarazarse de la tendencia a considerar la revolución bolchevique como un modelo”. En las actuales circunstancias, el término “revolución bolchevique” es en sí mismo pernicioso porque da a entender, como repite una y otra vez la burguesía machaconamente, que la Revolución de Octubre fue un asunto particular de los bolcheviques, lo que no puede llevar más que a la idea de que fue un golpe de estado de Lenin y los suyos “contra la voluntad de la población” o contra la clase obrera. Y para rematar este tipo de confusión, el citado editorial está encabezado por un dibujo que representa a Stalin en cierto modo, como al heredero de Lenin. Repitámoslo una vez más, la Izquierda Comunista, y la CCI en particular, nunca han tenido miedo a poner de relieve los errores de los revolucionarios que facilitaron el trabajo de la contrarrevolución. Pero siempre hemos sabido donde están las prioridades del momento : hoy, esta prioridad no es ciertamente «danzar con los lobos» sino reivindicar, a contra corriente de las campañas burguesas, la experiencia esencialmente válida de la oleada revolucionaria de después de la Primera Guerra mundial. El resto es no es más que oportunismo.

En fin, ese mismo número de PI contiene un artículo (“Por una práctica viva de la teoría marxista”) que trata ampliamente el tema de la “crisis del marxismo”. Comprendemos que la FECCI empiece a encontrarse incomoda en su piel tras la puesta en evidencia de su incapacidad para comprender lo que estaba en juego tras los acontecimientos de los países del Este. Pero esto no es razón válida para afirmar perentoriamente que “nadie en este medio (revolucionario) ha previsto estos acontecimientos”. Estamos seguros de que tal previsión no podía haberla hecho la FECCI, lo sabemos, pero eso no significa que ella sea la única en el mundo, y tampoco significa, ni mucho menos, que nuestra organización tenga que sentirse aludida por tan altanera afirmación. En este sentido no es el marxismo desarrollado por las Izquierdas Comunistas y, continuado por la CCI, el que tiene la responsabilidad de la quiebra de los análisis de la FECCI. No hay que equivocarse de blanco: el marxismo no está en crisis, lo está la FECCI. Dicho esto, queremos precisar que este tipo de artículos en los que TODO el medio revolucionario está metido en el mismo saco, y donde se atribuye generosamente a todos los otros grupos la propia nulidad, no sirve más que para aportar el agua al molino de aquellos que pretenden que es el marxismo “en general” lo que está en quiebra.

Pero, la contribución de la FECCI a la confusión en las filas obreras y en su medio político no se detiene en esas divagaciones sobre la “crisis del marxismo”. La encontramos también en su acercamiento actual al “Communist Bulletin Group” (CBG) que actúa en Escocia. Este grupo surgió de la escisión, a finales de 1981, de la tendencia secreta que se formó alrededor de un elemento turbio llamado Chenier (el cual, algunos meses después de su exclusión portaba las banderolas del sindicato CFDT y que en la actualidad es un cuadro del Partido Socialista, que dirige el gobierno francés). En el momento de su partida, los miembros de esta “tendencia”, incluidos los que formaron el CBG, robaron a nuestra organización material y fondos. He aquí lo que escribió la CCI a propósito de este grupo en 1983, con el acuerdo pleno de los camaradas que más tarde constituirían la FECCI: “En los primeros números de The Bulletin, él (el CBG) se reivindica de ese comportamiento revolcándose en la propagación de cuentos viles y estúpidos contra la CCI ([9]). Actualmente (viendo que la actitud precedente no ha conseguido los resultados perseguidos), intenta lavarse las manos defendiendo hipócritamente la “necesidad de polémicas sanas”. (...) ¿Como osan hablar de “solidaridad” de “reconocimiento del medio político proletario” cuando su fundamento no existe? El CBG tiene la caradura de osar escribirnos: “la existencia de este medio engendra una comunidad de obligaciones y responsabilidades”. Pero esto se traducirá en robo el día en el que se esté en desacuerdo con el CBG y además justificará el robo como “anti-pequeño burgués”. Podríamos formularlo del siguiente modo: cuando se escisiona, se puede robar todo lo que se quiera, pero cuando se tiene un grupo propio... el acceso a la propiedad formaliza a los ladronzuelos. (...) ¿Cuales son las posiciones del CBG? ¡Las (más o menos) de la CCI! He aquí otro grupo de existencia parasitaria. ¿Qué representa ante el proletariado? Una versión provinciana de la Plataforma de la CCI, sin la coherencia más el robo. (...) La mayor parte de los pequeños círculos que se escinden sin haber previamente clarificado las posiciones comienzan por seguir el camino más fácil, adoptar la misma plataforma que el grupo de origen. Pero muy pronto, para justificar su existencia separada, descubren miles de cuestiones secundarias de divergencia y al final cambian los principios... el CBG toma ya ese camino rechazando la coherencia sobre la cuestión de la organización...” (Revista Internacional, nº 36, “Llamamiento del Vº Congreso de la CCI a los grupos políticos proletarios: respuesta a las respuestas”) ([10]).

He aquí igualmente los términos en los que la FECCI evocaba al CBG en 1986 (PI, nº 3 “Las incomprensiones frente a nuestra existencia”): “... los escisionistas de 1981 utilizaron el engaño para apropiarse de material de la CCI. Algunos de los que formaron ulteriormente el CBG agravaron aún más las cosas amenazando con llamar a la policía cuando miembros de la CCI querían recuperar el material robado (...). En las páginas del Communist Bulletin nº 5, el CBG ha condenado tales amenazas como “un comportamiento totalmente extraño a la práctica revolucionaria”. Además, afirma igualmente que “los escisionistas deberían devolver el material perteneciente al grupo y los fondos de la organización”. Esta autocrítica es cuando menos tímida. Por tanto, que nosotros sepamos, el CBG detenta aun los fondos sobre los que tenía responsabilidades cuando formaba parte de la CCI. En la práctica, el CBG en tanto que grupo no ha repudiado sin equívocos el comportamiento gansteril en el medio”.

Como vemos, al principio, la FECCI era más que reticente a las propuestas de apertura que el CBG le había lanzado. Pero ha llovido mucho desde entonces y el antes denostado CBG fue el invitado de honor de la IVª Conferencia de la FECCI porque entre ambas formaciones “se ha desarrollado, en el curso de precedentes discusiones y encuentros, una real identidad de principios” (PI ,nº 20). Es cierto que, entre tanto, el CBG nueve años después ha devuelto el material y el dinero que había robado a la CCI. La FECCI había hecho de esto una cuestión previa: “Ante nuestra insistencia y como precondición a la realización del encuentro, el CBG se declara de acuerdo en la restitución del material que aún posee de la CCI” (PI, nº 15 “Informe de un encuentro con el CBG”). Como se ve no ha sido por un acto de honradez del CBG por lo que hemos recuperado nuestro material y dinero robados. EL CBG ha comprado, en el sentido propio del término y en Libras Esterlinas su respetabilidad ante la FECCI, de la que se encuentra cada vez más cerca, para cerrar en su historial su “pasado gansteril” (como dice la propia FECCI). Así, la FECCI se ha comportado como una chica de familia bien que alardeando de ser virgen después de haber tenido numerosos fracasos sentimentales ([11]) se prepara para empezar nuevo noviazgo con un antiguo golfo. Pero, como tiene “sentido de la honra”, exige, antes de comprometerse, que su pretendiente restituya a las victimas el producto de sus hurtos. Decididamente la FECCI es un vivo ejemplo de la existencia del oportunismo en el período de decadencia aunque teóricamente estime que tal oportunismo no puede existir. Y esto es más patente si tenemos en cuenta que lo que reprocha la FECCI a la CCI (evidentemente sin razón) es la mancha de la tendencia del 81: “Muchos aspectos de la degeneración programática de la CCI en 1985 (la búsqueda de una influencia inmediata, la tendencia al substitucionismo, la ambigüedad sobre la naturaleza de clase del sindicalismo de base, etc.) son precisamente puntos que eran defendidos por Chenier y otros escisionistas en el 81” (PI, nº 3 “Las incomprensiones frente a nuestra existencia”).

Al fin y al cabo, no es casualidad si, hoy día, la FECCI desarrolla un reagrupamiento perfectamente oportunista con un grupo que toda la CCI (incluidos los camaradas de la futura FECCI) reconocían como “parásito”. La FECCI no se distingue fundamentalmente en nada del CBG (excepto en que ella sabe que no se debe robar el material de las organizaciones revolucionarias). Los dos son fundamentalmente grupos parásitos, que no corresponden a un esfuerzo histórico, por imperfecto que fuera, del proletariado y sus organizaciones políticas hacia la toma de conciencia, y cuya única razón de existencia es justamente “parasitar” (en el sentido propio de chupar la substancia de otros para debilitarlos) las verdaderas organizaciones del proletariado.

Una de las pruebas de que la FECCI no tiene una existencia autónoma, en tanto que grupo político, respecto a la CCI, es que su publicación como media dedica un tercio de sus artículos a denigrar a nuestra organización, cuando no la totalidad de los mismos ([12]). Esta actitud parasitaria permite comprender perfectamente las enormes dificultades que ha encontrado la FECCI para comprender lo que de verdad estaba en juego en torno a los acontecimientos del Este: como había de distinguirse a toda costa de la CCI no ha tenido más remedio que ir de mal en peor en la medida en que la CCI ha sido la primera organización del medio político que ha comprendido correctamente lo que estaba en juego. La única suerte que podía haber tenido la FECCI (y aún así) es que nosotros hubiéramos equivocado el camino. Lo que es mucho pedir. De hecho lo propio de los grupos parasitarios es mantener posiciones en la incoherencia y análisis aberrantes y esto, tanto más cuando la organización de referencia tiene posiciones correctas y coherentes. La oposición sistemática a la coherencia no puede sino llevar a la incoherencia ([13]).

Es más, el carácter parasitario de la FECCI aparece en su propio nombre. Para el obrero que esté poco informado de los arcanos del medio político, encontrar una publicación o una hoja firmada por una organización que se refiere a la CCI sin ser la CCI no puede sembrarle más que dudas. Las estupideces escritas por la FECCI corren el peligro de ser imputadas sin razón a nuestra organización y si la FECCI escribiera cosas correctas (lo que a veces sucede por tener la plataforma de la CCI) esto no puede llevar más que a la conclusión de que los revolucionarios son gente poco seria que encuentra placer sembrando la confusión.

Fundamentalmente, la función de tales grupos es menoscabar la acción de las organizaciones revolucionarias en la clase, desacreditar las ideas revolucionarias. Es por eso que hoy estimamos, como lo hacíamos en 1986 que “Como dijimos respecto al CBG hoy podemos escribir a propósito de la FECCI: “he aquí otro grupo cuya existencia es parásita”. Lo mejor que podemos desear para la clase obrera, igualmente que para los miembros que la componen, es la desaparición lo más rápida posible de la FECCI” (Revista Internacional, nº 45 “La Fracción Externa de la CCI”).

Y si la FECCI no está dispuesta a hacer ese servicio a la clase obrera, al menos debería soltarse de nuestros faldones y dejar de hacer referencia a nuestra organización: no tenemos ningún interés en que junto al nombre de la CCI se adose el descrédito y las estupideces oportunistas de la FECCI.

F.M.

Marzo de 1992

 

 

[1] “... Cualquiera que sea la evolución futura de la situación en los países del Este, los acontecimientos que hoy los están zarandeando son la confirmación de la crisis histórica, del desmoronamiento definitivo del estalinismo, de esa monstruosidad símbolo de la más terrible contrarrevolución que haya sufrido el proletariado. En esos países se ha abierto un periodo de inestabilidad, de sacudidas, de convulsiones, de caos sin precedentes, cuyas implicaciones irán mucho más allá de sus fronteras. En particular, el debilitamiento del bloque ruso que se va a acentuar aún más, abre las puertas a la desestabilización del sistema de relaciones internacionales, de las constelaciones imperialistas, que habían surgido de la IIª Guerra mundial con los acuerdos de Yalta (...). Los acontecimientos que hoy están agitando a los países llamados “socialistas”, la desaparición de hecho del bloque ruso (...) constituyen el hecho histórico más importante desde la Segunda Guerra mundial junto con el resurgimiento internacional del proletariado a finales de los años 60” (“Tesis sobre la crisis económica y política en los países del Este”, pág. 10, Revista Internacional, nº 60).

“Los acontecimientos que se desarrollaron durante la segunda mitad del año 89 han puesto en entredicho la configuración geopolítica en la cual vivía el mundo desde la Segunda Guerra mundial. Ya han dejado de existir los dos bloques imperialistas que se repartían el planeta. (...) hoy el curso hacia la guerra mundial resulta imposible: han dejado de existir los dos bloques imperialistas” (“Tras el hundimiento del bloque del Este, inestabilidad y caos”, Revista Internacional, nº 61).

[2] Hagamos memoria: ese texto se escribió cuando los únicos regímenes estalinistas que quedaban en Europa eran Albania y Rumania. A dos semanas de la caída de Ceaucescu. Sin comentarios.

[3] Sin embargo podemos decir que los sucesos del Este le han dado la razón a la FECCI en algunas cosas: como habíamos previsto desde un principio, estos sucesos provocaron la división del bloque occidental y de la CCE. Lo que resulta poco probable es que ésa fuera la intención de Gorbachov, a no ser que haga como el marido burlado que para culpabilizar a su mujer... se suicida. La FECCI puede reflexionar sobre esta hipótesis que casa bien con su teoría de la “esposa maltratada” como marco de “profundización del marxismo”.

[4] De vez en cuando la FECCI hace chistes sin querer. Teniendo en cuenta las veces que ha tenido que variar su análisis en los últimos dos años (tantas como publicaciones ha editado, sin que ello le permita lograr un análisis correcto) resulta delirante proponerse una orientación para todo un decenio. La presunción de la FECCI es tan gigantesca como raquítica su capacidad de análisis. En otras palabras, si tuviera un mínimo de sentido del ridículo, propondría una “orientación para el próximo trimestre” es decir, hasta que aparezca su próxima Revista. Con ello se ahorraría el penoso deber de invalidar (aunque sin reconocerlo) en PI nº 21 las previsiones a largo plazo del PI nº 20.

[5] Por no faltar a la verdad hay que decir que la FECCI evoca, en la presentación de su conferencia, los acontecimientos del Este: “el COMECON ha desaparecido como sistema de relaciones imperialistas entre el cabeza de bloque, la URSS, y sus satélites, que han dejado de ser simples vasallos”.

¡Al menos eso está claro! La FECCI quiere marear la perdiz. El COMECON ha desaparecido, cierto (solo hay que constatar lo que él mismo ha anunciado oficialmente), pero ¿subsiste otro “sistema de relaciones imperialistas entre la URSS y sus satélites”?. Misterio. ¿De qué bloque se trata? ¿Del que ha desaparecido o del que subsiste aún bajo otra formas? Que lo adivine el lector. ¿En qué se han tornado sus satélites? ¿Han pasado de únicamente vasallos a “no simples”?. ¿Cuándo dejará la FECCI de tomar a sus lectores por tontos?

[6] La ignorancia teórica y la nulidad de la FECCI no tienen límites (menos aún cuando se trata de echar mano a la CCI). En “Captar el significado de los acontecimientos de Europa del Este” (PI nº 17), se puede leer: “La teoría del capitalismo de Estado se basa en la existencia de bloques militares”. Tremenda idiotez. Ambos fenómenos tienen un origen común: el imperialismo y, más globalmente, la decadencia del capitalismo, lo que no significa que están ligados por una relación de causa-efecto. El sarampión produce a la vez fiebre y erupción de granos ¿hay que concluir que los granos son los causantes de la fiebre? En el mismo artículo la FECCI ironiza finamente “es extraño hacer conjeturas sobre el fin de un bloque imperialista entero sin que se dispare un solo tiro. Cada bloque dará saltos de alegría si el otro desaparece simplemente por efecto de la crisis, sin necesidad de utilizar ni un solo misil. ¡Cuánto tiempo y cuanta energía se podían haber ahorrado!”. Efectivamente es !extraño! sobre todo para los que escriben que “el avance histórico plantea nuevos problemas, presenta los viejos problemas con formas nuevas”. Pero, todo llega, incluso con dos años de retraso jalonados de esas buenas palabras, terminan por entenderlo. ¡Cuánto tiempo y cuánta energía nos habríamos ahorrado las organizaciones revolucionarias (y la clase obrera) si no nos molestasen parásitos estúpidos y pretenciosos como la FECCI, y particularmente el autor (JA) de esas líneas. De esa misma pluma sale otra pieza del mismo calibre “Algunos incluso nos cantan que la rivalidad entre el bloque USA y el ruso es algo del pasado. ¡El progreso no se para!” (“Por una práctica viva del marxismo”). Tres meses después, la propia FECCI nos canta la misma canción (¡más vale tarde que nunca!) ¿Pero entenderá la letra?

[7] Hay que notar que en los dos textos de diciembre del 89 (el de la FECCI y el de la minoría de entonces) que toman posición sobre los acontecimientos del Este (suplemento a PI, nº 15) no se hace referencia alguna al documento “Tesis sobre Gorbachov” publicado en PI nº 14, y que representaba el marco de comprensión sobre la “perestroika”. Tampoco es vano recordar lo del paso de la “dominación formal a la dominación real” (ver en nuestra Revista nº 60 nuestro artículo que refuta las elucubraciones de la FECCI y otros grupos sobre la misma cuestión) que lo presentan como una de sus grandes “aportaciones teóricas”. Evidentemente los “descubrimientos” de la FECCI no le son nada útiles para comprender el mundo de hoy en día. Por eso se conforma con recomponer sus pedazos y, sin mucha convicción, hacer alguna referencia.

[8] Evidentemente hay una diferencia fundamental entre la forma en que la FECCI ha terminado por comprender los retos y las implicaciones de los acontecimientos del Este, y la forma en que lo había hecho la CCI dos años y medio antes. La FECCI ha podido reconocer la realidad bajo el peso de los acontecimientos, de forma empírica. Si la CCI ha sido capaz de identificar esa nueva realidad histórica mientras que las manifestaciones de ella pasaban aún inadvertidas para el resto de observadores (tanto del campo burgués como del proletario) no ha sido por medio de una bola de cristal o gracias a las predicciones de Nostradamus. Lo ha conseguido apoyándose en su marco de análisis anterior y, en el método marxista cuando ha tenido que reconsiderar ciertos aspectos de ese cuadro. La verdadera distinción entre la CCI y la FECCI respecto a la reflexión teórica está en el abismo entre el método marxista y el empirismo.

[9] Para hacerse una idea del nivel de la «polémica» tal y como la entiende el CBG basta ver un extracto de su prosa de entonces “una sucesión de maniobras en las que X y su entonces compañera de cama, Y, tuvieron un papel preeminente” (“Carta abierta al medio proletario sobre el asunto Chenier”, The Bulletin, nº 1).

[10] Ironías del destino este artículo lo escribió JA, cuando aún defendía los principios de la CCI, que es hoy la pluma de la FECCI que más se destaca por su labor de fiscal anti-CCI en las columnas de PI. Le felicitamos gustosos, así como a los “chorizos” del CBG, al ver las estrechas relaciones que hoy mantienen la FECCI y el CBG.

[11] Ver en PI nº 13 (“Revista Internacional del Movimiento Comunista: los límites de una iniciativa”) sus esfuerzos por participar en un encuentro de acercamiento entre los grupos parásitos y confusos en 1987.

[12] (12) Por eso nos cuesta creerlo cuando escriben: “hemos agudizado nuestra critica a la forma de pensar y actuar de la CCI... no para saciar obsesivos rencores “anti-CCI” sino por inquietud revolucionaria” (PI, nº 10 “¿Qué lucha por los comités obreros ?).

[13] Este artículo, redactado en marzo de 1992, no pudo ser publicado en nuestra Revista Internacional anterior. Desde entonces, la FECCI ha publicado un nuevo número de PI que no podíamos evocar aquí sin alargar demasiado este artículo. Vale la pena, sin embargo, citar un texto de PI nº 22, redactado por un antiguo miembro de la FECCI, y que conoce muy bien la mentalidad que en ella predomina: “La Fracción no quiere utilizar la noción de descomposición, sin duda porque eso sería seguirle los pasos a la CCI (subrayado por nosotros). No se comprende bien por qué la fracción critica el empleo del término “descomposición” y acusa a la CCI de salirse del marco del marxismo cuando utiliza y desarrolla esa noción. Ocurre como si existiera una ortodoxia de la decadencia, una invariabilidad de la decadencia que sería del mal gusto poner en entredicho. De haber sido crítico, el pensamiento se vuelve inmovilista, una especie de ganzúa con la que se pretende abrir penosamente los enigmas... De este modo, nos estamos preparando y dirigiéndonos en línea recta hacia una situación análoga a la causada por nuestras insuficiencias de análisis sobre los acontecimientos del Este. Nos enteramos de la desaparición del bloque del Este con dos años de retraso; nos enteraremos de la realidad de la descomposición social con un retraso tan aplastante” (“Decadencia del capitalismo, descomposición social y revolución”). ¡Imposible decirlo más claro!

Corrientes políticas y referencias: 

  • Parasitismo [31]

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