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El grupo Fomento Obrero Revolucionario es un componente del medio revolucionario. Es uno de los pocos grupos que defienden posiciones comunistas (contra los sindicatos, el parlamentarismo, las luchas de liberación nacional, el frentismo, el capitalismo de estado, etc....) e intervienen con ellas en la lucha de clases. Por eso vale la pena hacer un balance político de este grupo, cuyas posiciones no son muy conocidas en el medio proletario.
A través de uno de sus militantes más conocidos, G. Munis, el FOR salió del viejo grupo trotskista español formado en los años 30[1]. La evolución de Munis y sus posiciones hacia posiciones revolucionarias no se produjo sin dificultades. Munis -siguiendo las directivas de Trotsky- estaba a favor de que los 'bolcheviques-leninistas' entraran en las Juventudes Socialistas, pero por otro lado se oponía a la fusión con el POUM, un partido 'socialista de izquierda' que iba a desempeñar un papel esencial en la derrota de los trabajadores españoles en 1936-37.
En 1936, Munis y sus amigos pasaron un tiempo en las Milicias Socialistas del frente de Madrid. Este fue un itinerario que estaba lejos de ser revolucionario y estaba muy lejos de las posiciones intransigentes de la Izquierda Comunista de la época (la Izquierda Italiana, e incluso la Izquierda Holandesa). Fue sólo en mayo de 1937, cuando el proletariado de Barcelona fue masacrado por el gobierno del Frente Popular, cuando el grupo de Munis comenzó a abandonar su falsa trayectoria[2], poniéndose decididamente al lado de los insurgentes y denunciando al POUM y a la CNT-FAI así como a los estalinistas. La valiente actitud revolucionaria de Munis lo llevó a ser encarcelado en 1938. En 1939 logró escapar, evadiendo un intento de asesinato por parte de los estalinistas y llegando finalmente a México.
El inmenso mérito de Munis y sus amigos en México -entre ellos el poeta surrealista Peret- fue haber denunciado la política de la "defensa de la URSS" y la integración de la "IV Internacional” trotskista en la guerra imperialista. Esto llevó a Munis y a otros ex trotskistas españoles a romper con la organización trotskista en 1948, debido a su traición al internacionalismo. Pero -y esta era una característica del grupo de Munis que aún existe hoy en día en el FOR- el grupo consideró que la revolución era simplemente una cuestión de voluntad y decidió volver a la España franquista para llevar a cabo actividades clandestinas. Apresado por la policía, Munis fue sometido a una dura pena de prisión.
Es importante señalar que el acercamiento del grupo de Munis a las posiciones de la Izquierda Comunista, a principios de los años 50, se vio facilitado por las discusiones que mantuvo con grupos que venían de la Izquierda Comunista de Italia. Las discusiones con Internationalisme y luego con el grupo de Damen[3] no fueron ajenas al hecho de que poco a poco la Unión Obrera Internacionalista (el nombre del grupo de Munis) fue capaz de limpiarse de toda una ideología trotskista y finalmente llegar a una verdadera trayectoria revolucionaria.
Durante los años 50 y 60, el grupo de Munis y Peret (que murió en 1959) se aferró valientemente a posiciones proletarias revolucionarias en un período de contrarrevolución. Fue durante este período difícil, cuando los elementos revolucionarios eran extremadamente pocos y dispersos, que el antepasado del FOR actual publicó textos de referencia política: Los Sindicatos contra la Revolución y Por un Segundo Manifiesto Comunista[4]. Estos textos, después de la larga noche de contrarrevolución que envolvió al mundo hasta el resurgimiento internacional de las luchas proletarias marcadas por el Mayo del 68 en Francia, jugaron un papel innegable para aquellos jóvenes elementos que intentaban, con gran dificultad, reapropiarse de las posiciones de la Izquierda Comunista y combatir las teorías nauseabundas del maoísmo y el trotskismo. El FOR, que hoy publica Alarme en Francia y Alarma en España[5], es la continuación organizativa del antiguo grupo de Munis y, en consecuencia, defiende las posiciones políticas expresadas en estos textos. Desafortunadamente, el FOR también se remite a y continúa distribuyendo textos de los años 40 en los que el grupo de Munis apenas se estaba deshaciendo de la gangrena trotskista[6], como si hubiera una continuidad entre los viejos grupos trotskistas españoles y mexicanos de ese período y el FOR de hoy.
Por lo tanto, es necesario ver hasta qué punto el FOR de hoy está situado en el terreno de la Izquierda Comunista y hasta qué punto sigue estando marcado por las ambigüedades de sus orígenes.
Desafortunadamente hay que decir que Munis y el FOR no han proclamado su ruptura con la corriente trotskista sin reticencias.
Mientras por un lado afirman que el trotskismo se ha pasado a la contrarrevolución desde la Segunda Guerra Mundial, por otro lado, muestran una gran nostalgia por esta corriente en los años 30, cuando aún tenía carácter proletario.
Es asombroso ver las siguientes afirmaciones en la literatura del FOR:
"Fue la Oposición de Izquierda (trotskista) la que mejor formuló la oposición al estalinismo" (Munis, ‘Parti-Etat, Stalinisme, Revolution’, Cahiers Spartacus, 1975).
O de nuevo, más recientemente:
"El trotskismo, siendo la única corriente internacionalista activa en decenas de países, encarnó la continuidad del movimiento revolucionario desde la Primera Internacional y prefiguró el enlace pertinente con el futuro" (Munis, Análisis de un Vacío, Barcelona, 1983, p.3).
Leyendo este panel sobre el trotskismo y Trotsky en los años 30, uno pensaría que nunca hubo una Izquierda Comunista. Al proclamar que sólo la corriente trotskista era "internacionalista" en los años 30, se termina con una burda y vergonzosa falsificación de la historia. Munis y sus amigos guardan silencio sobre la existencia de una Izquierda Comunista (en Italia, Alemania, Holanda, Rusia...) que, mucho antes de que existiera la corriente trotskista, estaba librando la batalla contra la degeneración de la revolución rusa y por el internacionalismo. Este pasar por alto el verdadero movimiento revolucionario de los años 20 y 30 ("KAPD", "GIC", "Bilan...") sólo puede tener un objetivo: absolver la política oportunista original de Trotsky y del trotskismo y ponerles una medalla revolucionaria a las actividades de los trotskistas españoles de las que Munis formó parte. ¿Han “olvidado” Munis y el FOR que la posición de los trotskistas de "defensa de la URSS" condujo directamente a su participación en la segunda carnicería imperialista? ¿Han “olvidado” las políticas antifascistas de este movimiento, que los llevó a proponer un ‘frente unido' con los verdugos del proletariado, los estalinistas y los socialdemócratas? ¿Ha “olvidado” Munis la política de entrismo en el Partido Socialista Español que apoyó en los años 30? Estos silencios expresan serias ambigüedades en el FOR, que están muy lejos de haber sido superadas.
Tales lapsus de memoria no son inocentes. Derivan de un apego sentimental a la vieja corriente trotskista, que conduce directamente a mentiras y falsificaciones. Cuando el FOR proclama con tanta ligereza que "Trotsky nunca defendió al Frente Popular ni siquiera críticamente, ni en España ni en ningún otro lugar" (L'arme de la critique, órgano del FOR, nº 1, mayo de 1985), esto es simplemente una mentira[7]. A menos que el FOR ignore totalmente la historia real del movimiento trotskista (...por supuesto, nunca es demasiado tarde para aprender...).
Proporcionaremos a Munis y a sus amigos algunas citas "edificantes" de Trotsky. Son de la selección de textos de Broue La Revolution Espagnole 1930-40 y no necesitan comentarios.
"Renunciar a apoyar a los ejércitos republicanos sólo puede ser hecho por traidores, agentes del fascismo" (p. 355); "todo trotskista en España debe ser un buen soldado al lado de la izquierda" (p. 378).); "Siempre y en todas partes, cuando los obreros revolucionarios no son lo suficientemente fuertes para derrocar el régimen burgués, defienden contra el fascismo incluso una democracia en decadencia, pero sobre todo defienden sus propias posiciones dentro de la democracia burguesa" (p. 431); "En la guerra civil española la cuestión es democracia o fascismo" (p. 432).
De hecho, hay que decir que este apego de Munis y sus amigos al movimiento trotskista de los años 30 no es sólo "sentimental". Todavía hay vestigios importantes de la ideología trotskista en el FOR de hoy. Sin hacer una lista exhaustiva, podemos mencionar algunos de los más significativos.
a) una incomprensión del capitalismo de estado en Rusia, que lleva al FOR -como a los trotskistas- a hablar de la existencia no de una clase burguesa sino de una burocracia:
"...en Rusia no hay ninguna clase propietaria, ni nueva ni vieja. El intento de definir la burocracia como una especie de burguesía es tan inconsistente como describir la revolución de 1917 como burguesa... Cuando la concentración del desarrollo capitalista ha alcanzado proporciones mundiales y ha eliminado a través de su propia dinámica la función del capital privado actuando caóticamente, ya no es el momento para que se constituya una nueva burguesía. El proceso característico de la civilización capitalista no puede repetirse en ninguna parte, aunque imaginemos formas modificadas. " (Munis, Parti-Etat, p. 58).
Como los trotskistas entonces, el FOR considera que el capitalismo está definido por la forma jurídica de apropiación: la supresión de la apropiación privada implica la desaparición de la clase burguesa. Al FOR no se le ocurre que la `burocracia' en el Bloque del Este (y en China, etc.), es la forma que toma la burguesía decadente en su apropiación de los medios de producción.
b) la elaboración de un nuevo `Programa de Transición' siguiendo el ejemplo de Trotsky en 1938 muestra la dificultad del FOR para entender el período histórico, el período de decadencia del capitalismo. En su 'Segundo Manifiesto Comunista', el FOR consideró correcto presentar todo tipo de demandas de transición en ausencia de movimientos revolucionarios del proletariado. Estas van desde las 30 horas semanales, la supresión del trabajo a destajo y de los estudios de tiempos en las fábricas en favor de la "demanda de trabajo para todos, desempleados y jóvenes" en el terreno económico. A nivel político, el FOR exige de la burguesía 'derechos' y 'libertades' democráticas: libertad de expresión, de prensa, de reunión; el derecho de los trabajadores a elegir delegados permanentes de taller, de fábrica o profesión "sin ninguna formalidad judicial o sindical" (Segundo Manifiesto, p. 65-71).
Todo esto está dentro de la lógica trotskista, según la cual basta con plantear las demandas correctas para llegar gradualmente a la revolución. Para los trotskistas, la clave de todo el asunto está en saber ser un pedagogo de los trabajadores, que no entienden nada de sus reivindicaciones, para blandir delante de ellos las zanahorias más apetecibles con el fin de empujar a los trabajadores hacia su "partido". ¿Es esto lo que Munis quiere, con su Programa de Transición Versión 2?
El FOR todavía no entiende hoy en día:
Es muy característico que el FOR ponga al mismo nivel sus consignas reformistas sobre los "derechos y libertades" democráticos de los trabajadores, y consignas que sólo podrían surgir en un período plenamente revolucionario. Encontramos así una mezcla de eslóganes como:
"expropiación de capital industrial, financiero y agrícola;
gestión obrera de la producción y distribución de bienes;
destrucción de todos los instrumentos de guerra, tanto atómicos como clásicos, disolución de ejércitos y policías, reconversión de las industrias de guerra en industrias consumidoras;
armamento individual de los explotados por el capitalismo, organizado territorialmente según el esquema de los comités democráticos de gestión y distribución;
la supresión de las fronteras y la constitución de un gobierno y una economía únicos a medida que el proletariado venza en diversos países".
Y el FOR añade el siguiente comentario a todo este catálogo: "Es sólo en las alas de la subjetividad revolucionaria que el ser humano superará la distancia entre el reinado de la necesidad y el reinado de la libertad" (ibíd., pág. 71). En otras palabras, el FOR toma sus deseos por realidad y considera la revolución como una simple cuestión de voluntad subjetiva, y no de condiciones objetivas (la maduración revolucionaria del proletariado en la crisis histórica del capitalismo, un capitalismo que se ha hundido en su crisis económica).
Todos estos eslóganes demuestran enormes confusiones. El FOR parece haber abandonado cualquier brújula marxista. No hace distinción entre un período prerrevolucionario en el que el capital sigue gobernando políticamente, un período revolucionario en el que se establece una dualidad de poder, y el período de transición (después de la toma del poder por parte del proletariado) que, únicamente a través de él, puede poner en la agenda (¡y no inmediatamente!) la "supresión del trabajo asalariado" y la "supresión de las fronteras".
Parece claro que las consignas del FOR no sólo muestran vestigios mal digeridos del Programa de Transición trotskista, sino también fuertes tendencias anarquistas. La consigna de 'gestión obrera' es parte del bagaje anarquista, consejista o 'gramsciano', pero indudablemente no del programa marxista. En cuanto al "armamento individual" (¿y por qué no colectivo?) del proletariado y la exaltación de la "subjetividad" (individual sin duda), todos ellos forman parte del confusionismo anarquista.
Definitivamente, la 'teoría' del FOR parece una mezcla de confusiones heredadas del trotskismo y el anarquismo. Las posiciones del FOR sobre España 1936-37 lo demuestran de manera sobresaliente.
En la prensa de la CCI[8] ya hemos tenido ocasión de criticar la concepción que Munis tiene de los acontecimientos de 1936-37 en España. Es necesario volver a ello porque la interpretación del FOR conduce a las peores aberraciones, fatales para un grupo que se sitúa en el terreno de la revolución proletaria.
Para el grupo de Munis, los acontecimientos en España fueron el momento más importante de la oleada revolucionaria que comenzó en 1917. Lo que llama la "revolución española" fue aún más revolucionaria que la "revolución rusa":
"Cuanto más miramos hacia atrás hasta 1917, más importancia adquiere la revolución española. Era más profunda que la revolución rusa..." (Munis, Jalones de Derrota, Promesas de Victoria, México, 1948, Epílogo Reafirmación, 1972).
Es más: los acontecimientos de mayo del '37, cuando el proletariado español fue aplastado por los estalinistas con la complicidad de los 'camaradas ministros' anarquistas, expresan "el nivel supremo de consciencia en la lucha del proletariado mundial" (Munis, Parti-Etat, p. 66).
Munis simplemente retoma el análisis trotskista de los acontecimientos en España, incluyendo concesiones al antifascismo. Para él, los acontecimientos en España no fueron una contrarrevolución que permitió a la burguesía aplastar al proletariado, sino la revolución más importante de la historia. Estas afirmaciones se justifican de la siguiente manera:
Es inútil detenerse demasiado en la falsedad del evangelio según ‘Jalones’. Es característico de una secta que se eleva "sobre las alas de la subjetividad" y toma sus fantasías por realidad, hasta el punto en que estas adquieren una vida autónoma propia. La invención de Munis de los "comités de gobierno", que nunca existieron (lo que sí existieron fueron las milicias, que eran un cártel de partidos y sindicatos de izquierda), es evidencia de una tendencia a la auto mistificación, y sobre todo del tipo de engaño en el que los trotskistas siempre se han especializado.
Pero el problema más grave de la posición de Munis es que retoma el análisis de los trotskistas y anarquistas de la época, les da un uso propio y, al final, los justifica. Al saludar las actividades de los trotskistas españoles como 'revolucionarias', Munis los absuelve de su llamamiento "a asegurar la victoria militar" de la República contra el fascismo (ibíd., p. 305). Y qué podemos decir de su entusiasmo por las tan aclamadas 'Brigadas Internacionales', un entusiasmo compartido por el estalinista André Marty, el carnicero de los obreros de Albacete. Munis las ve como un magnífico ejemplo de miles de hombres que ofrecen "su sangre por la revolución española", (p. 395). En cuanto a la sangre de los obreros derramada por los carniceros estalinistas que componían estas brigadas, se mantiene un tímido silencio.
Al persistir en repetir los mismos errores cometidos por los trotskistas españoles en el '36, el FOR termina en un completo fracaso de comprensión, fatal para cualquier grupo proletario:
Definitivamente, el FOR muestra una completa incomprensión de las condiciones para la revolución proletaria de hoy.
El FOR de hoy se encuentra en una encrucijada. Su razón de ser ha sido la afirmación de que la revolución es una cuestión de voluntad y subjetividad. Ha insistido continuamente en que las condiciones objetivas (crisis general del capitalismo, decadencia económica) son de poca importancia. De manera idealista, el FOR sigue afirmando que no hay declive económico sino una decadencia "moral" del capitalismo. Peor aún, desde los años setenta ha visto la crisis económica del capitalismo como nada más que "una artimaña táctica de la burguesía", como dijo el propio Munis al comienzo de la II Conferencia Internacional de los Grupos de la Izquierda Comunista[12].
En un momento en que los dos "lunes negros" del crac bursátil de 1987 (19 y 26 de octubre) han proporcionado una confirmación sorprendente de la bancarrota económica del sistema capitalista mundial, ¿va a seguir el FOR insistiendo tranquilamente en que no hay crisis? En un momento en que el colapso del capitalismo es cada vez más evidente, ¿va a decir el FOR -como lo hizo en 1975- que el capitalismo "siempre será capaz de resolver sus propias contradicciones- las crisis de sobreproducción" (cf. Revolución Internacional nº 14, marzo `75, `Respuesta a Alarma')?
Si el FOR sigue flotando sobre la realidad en las nubes rosadas de la "subjetividad", será visto como una secta condenada por la propia realidad objetiva. Y, por definición, una secta que se ha retirado en sí misma para defender a sus propios caballos de batalla -como la "revolución española" y la ausencia de crisis económica- y que niega la realidad, está condenada a desaparecer o a dividirse en múltiples segmentos en la más abyecta confusión.
El FOR está situado en la confluencia de tres corrientes: trotskismo, consejismo y anarquismo.
Del trotskismo el FOR conserva no sólo vestigios ideológicos (España `36, `exigencias transitorias', voluntarismo), sino también una atracción singular por sus elementos `críticos', los que tratan de romper con él. Mientras que el FOR hoy en día tiene claro que "nada revolucionario puede tener su fuente en ninguna tendencia trotskista" (Munis, Análisis de un Vacío, 1983), conserva la ilusión de que las escisiones del trotskismo "podrían contribuir a construir una organización del proletariado mundial" (ibíd.). Esta misma ilusión se puede ver en la respuesta del FOR a la formación del grupo Union Ouvriere en 1975 que surgió de Lutte Ouvriere en Francia. El FOR no dudó en ver esta escisión -que demostró no tener futuro- como "el hecho orgánico más positivo que ha tenido lugar en Francia al menos desde la guerra" (Alarma nº 28, 1975, `Salut a Union Ouvriere').
El FOR debe dejar claro ahora, cuando la responsabilidad de los revolucionarios es mucho más pesada que hace diez años, si se ve a sí mismo como parte de la Izquierda Comunista, trabajando para su reagrupamiento, o como parte del medio pantanoso habitado por los grupúsculos "críticos" que salen del trotskismo. El FOR debe pronunciarse sin ambigüedades sobre las condiciones para la formación del partido revolucionario. Debe decir claramente si el partido se formará alrededor de los grupos que salen de la Izquierda Comunista, alrededor de los que reclaman la contribución de las izquierdas comunistas en los años 20 y 30 (KAPD, Bilan, Izquierda Holandesa), o alrededor de los grupos que salen del trotskismo. Una respuesta clara a esta pregunta determinará si el FOR va a participar en futuras conferencias de la Izquierda Comunista, lo cual fue por su parte rechazado en 1978, de manera sectaria.
En segundo lugar, parece que el FOR ha dejado las puertas abiertas al consejismo. Al ver la crisis económica del capitalismo como secundaria o incluso inexistente, al argumentar que la consciencia del proletariado sólo puede surgir de la lucha misma[13], el FOR subestima no sólo los factores objetivos de la revolución, sino también el factor subjetivo, el de la existencia de una organización revolucionaria, que es la expresión más elevada y elaborada de la consciencia de clase.
En tercer lugar, el FOR muestra un apego muy peligroso y una atracción por las concepciones anarquistas. Si el FOR ha rechazado la visión trotskista de las “revoluciones políticas”, es principalmente para proclamar que la revolución es ante todo “económica” y no política:
"Esta visión política de la revolución compartida por la extrema izquierda y la mayoría de lo que se puede llamar la ultra-izquierda es una visión burguesa de la toma del poder" (L'arme de la critique, nº 1, mayo de 1985). Esta concepción es exactamente la misma que la de los consejistas holandeses del GIC (ver el próximo folleto sobre la Izquierda Holandesa-Alemana[14]), que se acerca a la del anarquismo. Al creer y difundir la creencia de que la revolución acabará inmediatamente con la ley del valor y realizará rápidamente las tareas económicas del comunismo, el FOR ha caído en la ilusión anarquista de que el comunismo es una simple cuestión económica y, por lo tanto, elude la cuestión del poder político del proletariado (la dictadura de los consejos a escala mundial, que es la única que puede abrir realmente el período de la transformación económica de la sociedad).
El FOR se encuentra en una encrucijada. O bien seguirá siendo una secta sin futuro, condenada a morir de una muerte hermosa, o se descompondrá en varios segmentos atraídos hacia el trotskismo, el anarquismo o el consejismo, o se orientará resueltamente hacia la Izquierda Comunista. Como secta híbrida entre un conejo y un pez (según el dicho francés), desdeñosa de la realidad actual, el FOR no es un grupo viable. Sólo podemos esperar, y aportaremos todo lo que podamos a ello, que el FOR se oriente hacia una verdadera confrontación con el medio revolucionario. Para ello, debería hacer una crítica de su actitud negativa en 1978, en la Segunda Conferencia de grupos de la Izquierda Comunista.
El medio proletario tiene mucho que ganar si los elementos revolucionarios como el FOR no se pierden y pueden unirse a las fuerzas revolucionarias existentes, las de la Izquierda Comunista. La brutal aceleración de la historia está haciendo que el FOR se enfrente a sus responsabilidades históricas. Lo que está en juego es su existencia y, sobre todo, la supervivencia de las jóvenes energías revolucionarias que le componen.
Ch.
[1] Hay que aclarar que el grupo que se llamó Izquierda Comunista de España que publicaba la revista Comunismo no se reivindicaba de las posiciones de la Izquierda Comunista sino de la Oposición de Izquierdas de Trotski. Dentro de este medio se produjo una evolución, la más próxima a una posición proletaria fue la del grupo que formaría la Sección Bolchevique Leninista donde militaría Munis la cual, más allá de sus importantes confusiones, supo adoptar una posición proletaria ante la matanza estalinista de la lucha de mayo 1937. Para analizar estos acontecimientos se puede ver nuestro libro 1936: Franco y la República masacran al proletariado, donde hay referencias y polémicas sobre las posiciones de Munis. https://es.internationalism.org/cci/200602/539/espana-1936-franco-y-la-republica-masacran-al-proletariado [2] . Referente a los textos de los grupos en España ligados a la Oposición de Izquierdas se pueden consultar textos de la época [3].
[2] Los militantes del FOR que ironizaron sobre la "falsa trayectoria" de Revolution Internationale -el título del panfleto que presentaron en la segunda conferencia de grupos de la Izquierda Comunista- harían mejor en analizar la falsa trayectoria de los trotskistas españoles antes de 1940 (consultar los textos citados por el propio Munis en su libro Jalones y en el libro de Broue La Revolution Espagnole, ediciones Les Éditions de Minuit 1975)
[3] Este fue el Partito Communista Internazionalista de Damen, que surgió de la división de 1952 con la fracción de Bordiga que publica Battaglia Communista
[4] Por un Segundo Manifiesto Comunista (en francés y español), Eric Losfeld, París 1965; Los Sindicatos contra la Revolución de B. Peret y G. Munis, Eric Losfeld, París 1968. Publicar los textos de Peret de los años 50 (que se encuentran en esta última selección) en Libertaire, órgano de la federación anarquista, era más que tan solo un poco ambiguo. Les da un aura revolucionaria a los elementos anarcosindicalistas que ya eligieron su bando en la guerra antifascista en España en los años 36-37 y que siguen elogiando a la CNT
[5] Estas publicaciones desaparecieron tras la muerte de Munis y ya no han vuelto a aparecer desde entonces (finales de los años 80).
[6] Cf. texto criticando a la IV Internacional publicado en México entre 1946 y 1949.
[7] Cf. RI 25, 1981 `Crítica de Munis y el FOR' que se puede encontrar en francés en papel; en el libro nuestro sobre 1936, mencionado en la nota 1 se puede encontrar en el capítulo V `Crítica de Jalones de Derrota, Promesas de Victoria', el libro de Munís sobre la guerra en España. https://es.internationalism.org/cci/200602/753/1critica-del-libro-jalones-de-derrota-promesas-de-victoria [4]
[8] Ver nota 7
[9] No es casualidad que el trotskista Broue retome la afirmación de Munis de que existían "comités de gobierno" equivalentes a consejos obreros, para probar la existencia de una "Revolución Española", cf. Broue, La Revolución Española 1931-39, ediciones Flammarion 1973, p. 71.
[10] Aquí FOR cae en una visión autogestionaria. Ver nuestra denuncia de las colectividades anarquistas de 1936 en El mito de las colectividades anarquistas, https://es.internationalism.org/cci/200602/755/3el-mito-de-las-colectividades-anarquistas [5]
[11] En 1936 en Francia hubo una serie de huelgas de ocupación de fábricas que no fueron más allá y donde los obreros se dejaron embaucar por el nacionalismo y el antifascismo. Ver 1936: frentes populares en Francia y en España - Cómo movilizó la izquierda a la clase obrera para la guerra, https://es.internationalism.org/revista-internacional/200608/1046/1936-frentes-populares-en-francia-y-en-espana-como-movilizo-la-izq [6]
[12] 2ª Conferencia de grupos de la Izquierda Comunista, noviembre de 1978. El FOR, habiendo decidido permanecer 'al margen de la conferencia', finalmente la abandonó poco después de su inicio, sin querer reconocer la crisis del capitalismo. Ver https://es.internationalism.org/tag/21/542/conferencias-de-los-grupos-de-la-izquierda-comunista [7]
[13] "... la escuela del proletariado no es nunca una reflexión teórica o una experiencia acumulada y luego interpretada, sino el resultado de sus propias realizaciones en el fragor de la lucha. La existencia precede a la consciencia de aquella para la inmensa mayoría de sus protagonistas...”
"... En resumen, la motivación material para la liquidación del capitalismo está dada por el declive (?) de la contradicción entre el capitalismo y la libertad del género humano," (Alarma nº 13, Julio-Septiembre 1981, `Organización y conciencia revolucionaria')
[14] Este documento tomó la forma de libro y está publicado en francés e inglés. Se puede solicitar escribiendo a nuestra dirección: [email protected] [8]
La formidable armada desplegada por el bloque occidental en el golfo Pérsico nos ha recordado con brutalidad la naturaleza esencial del sistema capitalista, un sistema que desde su entrada en la decadencia en los inicios del siglo xx ha conducido el planeta hacia una militarización creciente de toda la sociedad, ha esterilizado o destruido considerables proporciones de trabajo humano, ha transformado el planeta en auténtico barril de pólvora.
La formidable armada desplegada por el bloque occidental en el golfo Pérsico (véase el editorial de la Revista Internacional nº 51) nos ha recordado con brutalidad la naturaleza esencial del sistema capitalista, un sistema que desde su entrada en la decadencia en los inicios del siglo xx ha conducido el planeta hacia una militarización creciente de toda la sociedad, ha esterilizado o destruido considerables proporciones de trabajo humano, ha transformado el planeta en auténtico barril de pólvora. Cuando los grandes discursos son pronunciados por parte de los principales gobiernos del mundo acerca de la limitación de armamentos o incluso llegando a hablar de desarme, los acontecimientos de Oriente Próximo proporcionan un claro desmentido sobre la ilusión de una “atenuación” de las tensiones militares e ilustran de manera patente uno de los componentes más importantes de lo que hoy está en juego en el plano imperialista: la ofensiva del bloque americano con el objetivo de proseguir el cerco del bloque ruso, lo cual exige en primer lugar meter en cintura a Irán. Estos acontecimientos, gracias a la destacada cooperación de las fuerzas navales de los principales países occidentales, ponen de relieve también que las rivalidades económicas que se agudizan entre esos mismos países no impiden su solidaridad como miembros de un mismo bloque imperialista mientras que al mismo tiempo, el clima belicista que impregna todo el planeta no se traduce sólo en tensiones bélicas entre los grandes bloques sino que repercute igualmente en enfrentamientos entre ciertos países ligados a un mismo bloque, como es el caso en el conflicto entre Irán e Irak y, detrás de éste, los principales países occidentales.
El artículo siguiente se propone tratar todos esos temas esenciales para la clase obrera, su combate y su toma de conciencia.
Desde sus orígenes el movimiento obrero ha prestado una atención especial a las diferentes guerras entre las naciones capitalistas. Citando un solo ejemplo, se pueden recordar las tomas de posición de la primera organización internacional de la clase obrera, la AIT ante la guerra de Secesión en Estados Unidos en 1864 ([1]) y sobre la guerra franco-alemana de 1870 ([2]). Sin embargo la actitud de la clase obrera ante las guerras burguesas ha evolucionado en la historia, yendo del apoyo a algunas de ellas a un rechazo categórico a toda participación. Así en el siglo pasado (xix), los revolucionarios pudieron realizar llamamientos a los obreros para que aportasen su apoyo a una u a otra de las naciones beligerantes (a favor del Norte contra el Sur en la guerra de Secesión norteamericana, a favor de Alemania contra Francia durante el Segundo Imperio en los inicios del enfrentamiento de 1870), mientras que la posición de base de todos los revolucionarios durante la Primera Guerra Mundial fue justamente el rechazo y la denuncia de todo apoyo a uno u otro de los campos beligerantes.
Esa modificación de la posición de la clase obrera ante las guerras se vivió precisamente en 1914, fecha que provocó la brecha decisiva en los partidos socialistas (y especialmente en la socialdemocracia alemana) entre aquellos que rechazaban todo tipo de participación en la guerra, los internacionalistas, y aquellos que reivindicaban las antiguas posiciones del movimiento obrero para así defender mejor a la burguesía nacional ([3]), este cambio se debió en realidad a la transformación de la propia naturaleza de las guerras, estrechamente relacionada con la transformación del capitalismo entre su período de ascenso y su período de decadencia ([4]).
Esa transformación del capitalismo y, por lo tanto, de la naturaleza de la guerra fue reconocida por los revolucionarios desde el inicio del siglo y especialmente durante la Primera Guerra Mundial. Sobre ese análisis, en especial, se basó la Internacional Comunista para afirmar la actualidad de la revolución proletaria. Desde sus orígenes la CCI reivindica ese análisis y en particular a las posiciones de la Izquierda Comunista de Francia que, ya en 1945, se pronunció de manera muy clara sobre la naturaleza y las características de la guerra en el período de la decadencia del capitalismo:
“En la época del capitalismo ascendente, las guerras (nacionales, coloniales y las conquistas imperialistas) experimentan la marcha ascendente de fermentación, de reforzamiento y ampliación del sistema económico capitalista. La producción capitalista encontró en la guerra la continuación de su política económica por otros medios. Cada guerra se justificaba y financiaba sus gastos abriendo un nuevo campo para una mayor expansión, asegurando el desarrollo de una producción capitalista mayor.
En la época del capitalismo decadente, la guerra igual que la paz, expresa esa decadencia y contribuye en acelerarla poderosamente.
Sería erróneo ver en la guerra un fenómeno en sí, negativo por definición, destructor y obstáculo al desarrollo de la sociedad, en oposición a la paz, que sería presentado como el curso normal positivo del desarrollo continuo de la producción de la sociedad. Sería introducir un concepto moral en un curso objetivo, económicamente determinado.
La guerra fue el medio indispensable para el capitalismo de abrirle posibilidades de desarrollo ulterior, en la época en la que estas posibilidades existían y no podían abrirse camino sino mediante la violencia. Al mismo tiempo el hundimiento del mundo capitalista, tras haber agotado históricamente todas las posibilidades de desarrollo, encuentra en la guerra moderna, la guerra imperialista, la expresión de ese hundimiento que, sin abrir ninguna posibilidad de desarrollo ulterior para la producción, no hace sino hundir en el abismo las fuerzas productivas y acumular a un ritmo acelerado ruinas sobre ruinas.
No existe una oposición fundamental en el régimen capitalista entre guerra y paz, sino que existe una diferencia entre dos fases, una ascendente y otra decadente, de la sociedad capitalista y, por lo tanto, una diferencia de función de la guerra (en relación a la guerra y a la paz) entre estas dos fases respectivas.
Si durante la primera fase, la guerra tiene por función asegurar la ampliación del mercado de cara a una más amplia producción de bienes de consumo, durante la segunda fase, la producción gravita esencialmente sobre la producción de medios de destrucción, es decir para la guerra. La decadencia de la sociedad capitalista encuentra su expresión más impactante en que a diferencia de las guerras para el desarrollo económico (período ascendente), la actividad económica se limita esencialmente a la guerra (período decadente).
Esto no quiere decir que la guerra se haya convertido en el fin de la producción capitalista, el fin sigue siendo para el capitalismo la producción de plusvalor, lo que significa que la guerra adquiere un carácter permanente, y se ha convertido en el modo de vida del capitalismo decadente” ([5]).
Esas líneas se escribieron en julio de 1945, cuando la guerra mundial acababa apenas de terminar en Europa y proseguía todavía en Extremo Oriente. Todo lo que ha pasado desde entonces no ha hecho sino confirmar, con creces, el análisis que en ellas se expresaban, mucho más allá de lo que anteriormente pudo haberse conocido. En efecto mientras que al día siguiente de la guerra mundial se pudo asistir, hasta el inicio de los años 30, a cierta atenuación de los antagonismos interimperialistas al mismo tiempo que a una reducción significativa de los armamentos en el mundo, nada de eso ocurrió al día siguiente de la Segunda Guerra Mundial. Las cerca de 150 guerras que, desde que se restableció la “paz”, ha habido en el mundo ([6]), con sus decenas de millones de muertos, han probado ampliamente que “no existe una oposición fundamental en el régimen capitalista entre la guerra y la paz” y que “la guerra, al ser permanente, se ha convertido en el modo de la vida del capitalismo decadente”. Y lo que caracteriza a todas esas guerras, como las dos guerras mundiales, es que en ningún momento, al contrario que las del siglo xix, permitieron el menor progreso en el desarrollo de las fuerzas productivas; al contrario el único resultado que han tenido son las destrucciones masivas, dejando completamente exangües a los países en donde ocurrieron (sin contar las horribles masacres que acarrearon). Entre una multitud de ejemplos de guerras sucedidas desde 1945, puede servir de ejemplo la de Vietnam que debía permitir, según decían los que en los años 60 y 70 manifestaban con las banderas del FNL, la construcción de un país nuevo y moderno, donde los habitantes serían liberados de las calamidades que les habían abrumado durante el antiguo régimen de Saigón. Tras la reunificación del país en 1975, no sólo las poblaciones vietnamitas no han conocido la paz (los antiguos “ejércitos de liberación” se convirtieron en ejército de ocupación en Camboya), sino que además su situación económica no ha dejado de degradarse hasta el punto de que, en su último congreso, el partido dirigente se ha visto obligado a reconocer la quiebra de la economía.
Con todo lo catastróficas que hayan sido, las destrucciones provocadas por las diferentes guerras habidas desde 1945, y que han afectado sobre todo a los países débilmente desarrollados, son menores, evidentemente, que las de la Primera y sobre todo que las de la Segunda Guerra Mundial que afectaron sobre todo a los países más desarrollados del mundo, especialmente los de Europa occidental. Esas dos guerras, a diferencia de las del siglo xix, por ejemplo la de 1870 entre Francia y Alemania, son la imagen viva de las transformaciones sufridas por el capitalismo de aquella época. Así la guerra de 1870, al permitir la reunificación de Alemania fue para este país una de las condiciones más importantes de su formidable desarrollo de finales del siglo xix, mientras que para el país vencido, Francia, no tuvo consecuencias realmente negativas a pesar de los 5 mil millones de francos-oro pagados a Alemania por la repatriación de sus tropas. Fue durante las tres últimas décadas del siglo xix cuando Francia conocerá su desarrollo industrial más importante (ilustrado especialmente durante las exposiciones universales de París en 1878, 1889 y 1900).
Por el contrario las dos grandes guerras de este siglo, que al inicio enfrentaron a los dos mismos antagonistas, tuvieron por consecuencia principal no un nuevo paso hacia delante en el desarrollo de las fuerzas productivas, sino en primer lugar una devastación sin precedentes de tales fuerzas, y ante todo de la principal de ellas, la clase obrera.
Ese fenómeno fue ya flagrante durante la Primera Guerra Mundial. En la medida en que son las principales potencias capitalistas las que se enfrentan, la mayor parte de los soldados caídos en el frente eran obreros en uniforme. La sangría de la guerra para la clase obrera no sólo se debió a la brutalidad de los combates y a la “eficacia” de las nuevas armas utilizadas durante ella (blindados, armas químicas…), sino también al elevado grado de movilización que exigió. Al contrario de las guerras del pasado que no habían arrojado a los combates sino una proporción relativamente débil de la población masculina, será la casi totalidad de la población activa la afectada por la movilización general ([7]) y en los combates murió o quedó herida gravemente más de la tercera parte.
Por otro lado, aunque la Primera Guerra Mundial se extendió por un pequeño territorio occidental, evitando así la destrucción de las principales regiones industriales, se concretó, sin embargo, en una caída de cerca del 30% de la producción europea, una caída debida sobre todo a la sangría que significó para la economía tanto el envío al frente de lo esencial de la clase obrera como del uso de más del 50% del potencial industrial en la fabricación de armamentos, lo que se tradujo en una caída vertiginosa de las inversiones productivas que acarreó a su vez el envejecimiento, el desgaste extremo y el no reemplazo de instalaciones industriales.
Expresión del hundimiento del sistema capitalista en su decadencia, las destrucciones de la Segunda Guerra Mundial alcanzaron una escala mucho más amplia que las de la Primera. Si bien, en algunos países como Francia, hubo menos muertos que durante la Primera Guerra Mundial debido a que fue rápidamente vencida desde el inicio de las hostilidades, el número total de muertos fue casi cuatro veces mayor (unos 50 millones). Las pérdidas de un país como Alemania, la nación más desarrollada de Europa, donde vive el proletariado más numeroso y concentrado, se elevan a más de 7 millones, tres veces más que entre 1914 y 1918, entre los cuales 3 millones de civiles. Porque, en su barbarie creciente, el capitalismo ya no se contenta con devorar simplemente a los proletarios en uniforme, sino que es, desde entonces, toda la población obrera la que no es sólo movilizada para el esfuerzo de guerra (como lo fue durante el curso de la Primera Guerra Mundial) sino que paga directamente también el precio de la sangre. En algunos países, la proporción de civiles muertos supera con creces la de los soldados muertos en el frente: por ejemplo de los 6 millones de desaparecidos en Polonia (el 22% de la población) “sólo” 600.000 (por decirlo así) murieron en los combates. En Alemania por ejemplo murieron 135.000 seres humanos (más que en Hiroshima) durante las 14 horas (en tres oleadas sucesivas) que duró el bombardeo de Dresde el 13 de febrero de 1945. Casi todos civiles, claro está, y obreros en su inmensa mayoría. Los barrios obreros fueron, por cierto, los preferidos de los bombardeos aliados pues esto permitió al mismo tiempo debilitar el potencial de producción del país con menos coste que el ataque a las instalaciones industriales con frecuencia subterráneas y bien protegidas por la defensa antiaérea (aunque obviamente estas instalaciones también fueron bombardeadas) y, a la vez, destruir la única fuerza susceptible de rebelarse contra el capitalismo al final de la guerra, como ya lo había hecho entre 1918 y 1923 en ese mismo país.
En un plano material, los daños son obviamente considerables. Por ejemplo si Francia tuvo un número “limitado” de muertos (600.000 de los que 400.000 civiles) su economía se arruinó debido especialmente a los bombardeos aliados. La producción industrial bajó cerca de la mitad. Numerosos barrios urbanos eran ruinas: más de un millón de edificios dañados. Todos los puertos fueron sistemáticamente bombardeados o saboteados y obstruidos por barcos hundidos. De 83.000 kilómetros de vías férreas, 37.000 quedaron inservibles, así como 1900 viaductos y 4000 puentes de carretera. El parque ferroviario, locomotoras y vagones, se redujo a la cuarta parte de lo que era en 1938.
Alemania se puso también en cabeza de las destrucciones materiales: 750 puentes fluviales fueron destruidos de un total de 948, 2400 puentes ferroviarios y 3400 kilómetros de vías férreas (sólo en el sector ocupado por los aliados occidentales); de 16 millones de viviendas, cerca de 2 millones y medio quedaron inhabitables y 4 millones deterioradas; sólo se salvó la cuarta parte de la ciudad de Berlín y sólo Hamburgo sufrió más daños que toda Gran Bretaña. De hecho fue toda la vida económica del país la que se desarticuló provocando una situación de extremo desamparo material nunca antes vivida por la población.
“… En 1945, la desorganización era general y dramática. La recuperación fue difícil por la ausencia de materias primas, el éxodo de las poblaciones, la práctica ausencia de mano de obra cualificada, la parálisis de la circulación, el derrumbe de la administración… El marco alemán dejó de tener valor, se comerciaba mediante el trueque, el tabaco americano sirvió de moneda: la subalimentación era general; Correos ya no funcionaba; las familias vivían en la ignorancia sobre el destino de sus seres queridos, víctimas del éxodo o prisioneros de guerra; el paro general no permitía encontrar de qué vivir; el invierno de 1945-46 será especialmente duro, el carbón y la electricidad faltaban a menudo… sólo 39 millones de toneladas de hulla fueron extraídas y se fabricarán 3 millones de toneladas de acero en 1946; el Ruhr trabajaba a un 12% de su capacidad” ([8]).
Este cuadro –muy incompleto– de las devastaciones provocadas por las dos guerras mundiales y en especial por la última, ilustra de una forma especialmente cruda los cambios fundamentales que se produjeron sobre la naturaleza de la guerra entre los siglos xix y xx. Mientras que durante el siglo xix las destrucciones y el coste de la guerra no eran otra cosa que los “gastos imprevistos de la expansión capitalista” –gastos imprevistos que por lo general eran ampliamente rentabilizados, en cambio, ya desde principios del siglo xx se trata de considerables sangrías que arruinan a los beligerantes, ya se trate de los “vencedores” o de los “vencidos” ([9]). El hecho de que las relaciones de producción capitalista hayan cesado de ser la condición para el desarrollo de las fuerzas productivas y que al contrario se hayan convertido en un pesado lastre para ese desarrollo, se expresa, de un modo que no puede ser más claro, en los estragos que sufren los países que se encuentran en el corazón del desarrollo histórico de estas relaciones de producción: los países de Europa occidental. Para estos países, en especial, cada una de las dos guerras se tradujo en un retroceso importante de su peso relativo a escala mundial, tanto en lo económico y financiero como en lo militar a favor de Estados Unidos, del que de manera creciente serán dependientes. A fin de cuentas, la ironía de la historia ha querido que los dos países que más han destacado económicamente tras la Segunda Guerra Mundial a pesar de las considerables destrucciones que sufrieron fueron los dos grandes países vencidos de esta guerra: Alemania (amputada además de sus provincias orientales) y Japón. En este fenómeno paradójico existe una explicación que, lejos de desmentir nuestro análisis, lo confirma ampliamente.
En primer lugar, la recuperación de esos países sólo pudo realizarse gracias al apoyo masivo económico y financiero de Estados Unidos sobre todo mediante el plan Marshall. Apoyo que fue uno de los medios esenciales por los cuales esa potencia se aseguró una fidelidad sin fisuras por parte de aquellos países. Por sus propias fuerzas los países de Europa occidental y Japón habrían sido totalmente incapaces de obtener los “éxitos” económicos que conocieron. Pero estos éxitos se explican también, y sobre todo especialmente para Japón, por el hecho de que, durante todo un período, el esfuerzo militar de esos países –países vencidos– fue expresamente limitado por parte de los países “vencedores” a un nivel muy inferior al que éstos mantenían. Por eso la parte del PNB de Japón dedicada al presupuesto militar no ha superado nunca después de la guerra el umbral del 1%, algo muy inferior a lo que han dedicado el resto de las demás principales potencias.
Nos encontramos pues con una de las características más importantes del capitalismo en su período de decadencia tal y como fue analizada por los revolucionarios en el pasado: el enorme fardo que representa para su economía los gastos militares, no sólo en los períodos de guerra sino también en los períodos de “paz”. Al contrario de lo que podía escribir Rosa Luxemburg en La acumulación del Capital (y es la única crítica importante que se puede hacer a dicho libro) el militarismo no representa en absoluto un campo de acumulación para el capitalismo. Al contrario mientras que los bienes de producción o los bienes de consumo pueden incorporarse en el ciclo productivo como capital constante o capital variable, los gastos armamentísticos son un puro despilfarro desde el punto de vista del capital, puesto que su único propósito es convertirse en humo (incluso en sentido propio) y eso cuando no son responsables de destrucciones masivas. Esto se ilustra en un sentido “positivo” en el caso de Japón que ha podido dedicar lo esencial de su producción, especialmente en los sectores de alta tecnología, en desarrollar las bases de su aparato productivo, lo que explica (más allá de los bajos salarios pagados a sus obreros) los resultados de sus mercancías en el mercado mundial. Esta realidad se ilustra de modo claro, pero de forma negativa esta vez, en el caso de un país como la URSS cuyo atraso actual y lo agudo de sus dificultades económicas son el resultado, en una gran medida, de la enorme punción de la producción de armas: mientras que las máquinas más modernas, los obreros y los ingenieros más cualificados están casi todos movilizados en la producción de tanques, aviones o misiles, quedan pocos medios para fabricar, por ejemplo, repuestos para tractores inmovilizados o construir vagones para evitar que las cosechas se pudran en los lugares de cultivo mientras que hay enormes colas delante de las tiendas de las ciudades. No es casualidad si, hoy, la URSS intenta desembarazarse del lastre que representan para su economía los gastos militares tomando la iniciativa de un cierto número de negociaciones con los Estados Unidos para reducir los armamentos.
Y la primera potencia mundial tampoco puede evitar las consecuencias catastróficas de los gastos de armamentos para su economía: su enorme déficit presupuestario no ha cesado de progresar desde los años 80 (y que después de haber permitido la “recuperación” tan alabada de 1983, aparece hoy claramente como una de las responsables de la agravación de la crisis) y acompaña con un notable paralelismo al considerable incremento de los presupuestos de defensa desde entonces. El acaparamiento por el sector militar de la flor y la nata de las fuerzas productivas (potencial industrial y científico) no es sólo algo propio de la URSS: la situación es idéntica en Estados Unidos (la diferencia consiste en que el nivel tecnológico que se utiliza en la fabricación de los tanques en la URSS es el que se utiliza en la fabricación de los tractores en Estados Unidos y que los ordenadores para el “gran público” americano son copiados por la URSS para sus necesidades militares. En EE.UU, por ejemplo, el 60% de las inversiones públicas de investigación se dedican oficialmente al armamento (95% en realidad); el centro de investigación atómica de Los Álamos (el que fabricó la primera bomba A) es sistemáticamente el beneficiario del primer ejemplar de cada uno de los ordenadores más potentes del mundo (Cray I y Cray II, Cray III); el organismo CODASYL que definió en los años 60 el lenguaje de programación informático COBOL (uno de los más utilizados en el mundo) estaba dominado por los representantes del ejército estadounidense; el nuevo lenguaje ADA, que está llamado a convertirse en uno de los “estándares” de la informática mundial es un encargo directo del Pentágono… La lista podría alargarse aún más con ejemplos que demostrarían la subordinación de los sectores puntas de la economía a lo militar, evidenciando la considerable esterilización de las fuerzas productivas, en especial aquellas con más rendimiento, que supone la industria armamentística en EE.UU como en el resto de países ([10]).
En efecto esos datos sobre la primera potencia mundial no son sino una ilustración general de los fenómenos más destacados del capitalismo en su fase de decadencia: incluso en su período de “paz” el sistema está carcomido por el cáncer del militarismo. A nivel mundial, según las estimaciones de la ONU, 50 millones de personas están ocupadas en el sector de la defensa, de las que 500.000 son científicos. En el año 1985, se gastaron 820.000 millones de dólares en el mundo para la guerra (es decir casi el equivalente a toda la deuda del Tercer Mundo).
Esta locura se amplifica de año en año: desde el inicio del siglo xx los gastos militares (a precio constante) se han multiplicado por 35.
La progresión permanente de los gastos armamentísticos se concreta especialmente en el hecho de que hoy, Europa –que sería el escenario central de una eventual Tercera Guerra Mundial– dispone de un potencial de destrucción incomparablemente más elevado que en el momento del estallido de la Segunda Guerra Mundial: 215 divisiones (contra 140), 11.500 aviones y 5200 helicópteros (contra 8700 aviones), 41600 carros de combate (contra 6000) a los que hay que añadir 86000 vehículos blindados de todo tipo. A esas cifras hay que añadir, sin contar las fuerzas navales, 31.000 piezas de artillería, 32.000 piezas anticarro y misiles de todo tipo, “convencionales” y nucleares. Las armas nucleares no desaparecerán ni siquiera si se realizara el reciente acuerdo entre la URSS y Estados Unidos sobre la eliminación de los misiles balísticos de medio alcance. Junto a todas las bombas transportadas por los aviones y los misiles de corta distancia, Europa seguirá amenazada por 20000 ojivas “estratégicas” transportadas por submarinos y misiles intercontinentales así como por decenas de miles de obuses y minas nucleares. Si una guerra estallara en Europa, aunque no sea nuclear, provocaría sobre el continente matanzas terribles (especialmente por la utilización de armas químicas y por nuevos explosivos llamados “casi nucleares” de una potencia sin comparación posible con los explosivos clásicos pero también con la parálisis de toda la actividad económica que hoy depende del transporte y de la distribución de electricidad, que se paralizarían: ¡la población superviviente a los bombardeos se moriría de hambre! Alemania, especialmente, que sería el escenario principal de los combates, quedaría prácticamente borrada del mapa. Pero una guerra de este tipo no se limitaría simplemente en emplear ese tipo de armas convencionales. Desde el momento en que uno de los campos viese degradarse su situación, tendría que utilizar primero su arsenal nuclear “táctico” (artillería con obuses nucleares y misiles de corto alcance con cargas de “débil” potencia) para ver como llegaban, rápidamente respuestas equivalentes por parte del adversario, empleando su arsenal “estratégico” compuesto por una decena de misiles cargados con una “fuerte” potencia: lo que sucedería sería simple y llanamente la destrucción de la humanidad ([11]).
Un guion así, con todo lo demencial que parezca, es de lejos el más probable en caso de que estallase una guerra en Europa: es por ejemplo el que ha pensado la OTAN en caso de que sus fuerzas fuesen superadas por el Pacto de Varsovia en caso de enfrentamiento entre tropas convencionales en esta región del mundo (el concepto estratégico que se utiliza es el de “respuesta graduada”). No hay que hacerse ninguna ilusión acerca de un posible “control” por parte de los dos bloques en caso de que se diese ese tipo de escalada: las dos guerras mundiales y en especial la última –que acabó con los bombardeos nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki- nos han mostrado ya lo absurdo que representa para la sociedad, desde el inicio de siglo XX, el modo de producción capitalista. Y esto no se expresa sólo por el peso más aplastante del militarismo sobre la economía, ni por el hecho de que la guerra haya perdido toda racionalidad económica real, se manifiesta también en la incapacidad de la clase dominante para controlar el engranaje que conduce a la guerra total. Pero si esta tendencia no es nueva, su pleno desarrollo que acompaña el hundimiento del capitalismo en su decadencia, introduce un nuevo elemento: la amenaza de una destrucción de la humanidad que sólo la lucha del proletariado puede impedir.
La segunda parte de este artículo se dedicará a evidenciar las características actuales de los enfrentamientos interimperialistas y especialmente el significado que adquiere en este contexto el despliegue de la armada occidental en el Golfo Pérsico.
RM, 30 de noviembre de 1987
[1] Ver la carta enviada el 29 de noviembre de 1864 en nombre del Consejo General de la A.I.T. (Asociación Internacional de los Trabajadores, la Iª Internacional) a Abraham Lincoln en ocasión de su reelección y la Carta al presidente Andrew Johnson el 13 de mayo de 1865.
[2] Ver los dos informes del Consejo General sobre la guerra franco-prusiana del 23 de julio y del 9 de septiembre de 1870.
[3] De esta manera saludaba la prensa oficial socialdemócrata la guerra contra Rusia en 1914: “La socialdemocracia alemana lleva acusando desde hace mucho tiempo al zarismo de ser la sangrienta muralla de la reacción europea, desde la época de Marx y Engels cuando seguían todos los hechos y gestos de este régimen bárbaro con sus análisis penetrantes… Ha llegado ya la hora de acabar con esta sociedad espantosa bajo las banderas de guerra alemanas” (Frankfurter Volksstimme 31 de julio, citado por Rosa Luxemburg en La crisis de la Socialdemocracia). A lo que Rosa Luxemburg respondía: “El bloque socialdemócrata caracterizó la guerra como de defensa de la nación alemana y la cultura europea, después de lo cual la prensa socialdemócrata procedió a bautizarla “salvadora de las naciones oprimidas”. Hindenburg pasó a ser el albacea de Marx y Engels.” (Ídem). Igualmente Lenin podía escribir en 1915: “Los socialchovinistas rusos (con Plejánov a la cabeza) se remiten a la táctica de Marx con respecto a la guerra de 1870; los alemanes (por el estilo de Lensch, David y Cía.) invocan la declaración de Engels en 1891, sobre el deber de los socialistas alemanes de defender la patria en caso de guerra contra Rusia y Francia coaligadas (…); … Quienes invocan hoy la actitud de Marx ante las guerras de la época de la burguesía progresista y olvidan las palabras de Marx, de que "los obreros no tienen patria" –palabras que se refieren precisamente a la época de la burguesía reaccionaria y caduca, a la época de la revolución socialista–, tergiversan desvergonzadamente a Marx y sustituyen el punto de vista socialista por un punto de vista burgués” (V. I. Lenin, El socialismo y la guerra, (La actitud del P. O. S. D. R. ante la guerra, https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/1915sogu.htm [11]).
[4] Por eso, corrientes políticas, como el bordiguismo o el GCI, son hoy todavía incapaces de comprender el carácter decadente del modo de producción capitalista por lo que también son incapaces de entender cómo, desde posiciones igualmente proletarias, Marx podía apoyar a Alemania contra Francia a principios de la guerra de 1870 (cuando Napoleón III aún no había sido derribado y antes de que Prusia invadiese Francia) y Lenin denunciar toda participación en la Primera Guerra Mundial.
[5] Informe de la Conferencia de julio de 1945 de la Gauche Communiste de France, recogido en el informe sobre el Curso Histórico adoptado durante el 3º Congreso de la CCI, Revista Internacional nº 18, 3º trimestre de 1979.
[6] La lista de todas estas guerras bastaría para llenar una página completa de esta Revista. A título ejemplificador podemos citar algunas entre las más sangrientas: las guerras de Indochina y África del Norte entre 1945 y 1962, que condujeron a la salida de Francia de aquella zona; las cinco guerras en las que se ha visto implicado el Estado de Israel contra los países árabes (1948, 1957, 1966, 1973 y 1982); las guerras del Vietnam y Camboya entre 1963 y 1975 (en este último país tras la intervención de Vietnam en 1978 la guerra continúa todavía); la guerra breve pero muy sangrienta entre China y Vietnam en los inicios de 1979; la guerra en Afganistán que dura ya 8 años; y la que enfrenta a Irán e Irak que dura ya 7 años. Se podrían citar además los múltiples conflictos en los que la India se ha visto involucrada tras su independencia (guerras contra Pakistán en Cachemira, en Bangladesh) y últimamente la guerra contra los tamiles en Sri Lanka. A este cuadro hay que añadir necesariamente las decenas de guerras que han devastado y continúan devastando el África negra y el África del Nordeste: Angola, Mozambique, Uganda, Congo, Etiopía, Somalia…, sin olvidar Chad.
[7] por ejemplo, las guerras napoleónicas que fueron las más importantes del siglo XIX, no involucraron a más de 500.000 hombres en Francia, para una población total de 30 millones de personas, mientras que en el curso de la Primera Guerra Mundial fueron más de 5 millones de soldados los movilizados, de una población francesa total de 39.200.000.
[8] H.Michel, La Seconde Guerre mondiale, PUF, capítulo sobre "El derrumbe de Alemania").
[9] Ya fuera durante la Primera Guerra Mundial como durante la Segunda el único país que puede considerarse vencedor fue Estados Unidos, cuyo nivel de producción al día siguiente de los conflictos era netamente superior al de antes. Pero este país, con todo lo importante que fue su papel en estas guerras, sobre todo en la Segunda, se vio beneficiado por un privilegio imposible para los países en el origen del conflicto: su territorio está a miles de kilómetros de distancia de las zonas de guerra, lo que le permitió evitar tanto las pérdidas de civiles como la destrucción de su potencial industrial y agrícola. El otro “vencedor” de la Segunda Guerra Mundial, la URSS, que accedió al final de la guerra al rango de potencia mundial, pagó con creces su “victoria” con el enorme precio de 20 millones de muertos y destrucciones materiales considerables, lo que contribuyó ampliamente en mantener su economía lejos detrás de la de Europa occidental e incluso detrás de sus propios “satélites”.
[10] La tesis de las “repercusiones tecnológicas positivas” para la economía y el sector civil de la investigación militar es puro cuento que se desmiente cuando se compara la competitividad tecnológica civil de Japón y de la RFA (que dedican entre el 0,01% y el 0,10% del PNB a la investigación militar) con la de Francia y Gran Bretaña (0,46% et 0,63%).
[11] Los estudios sobre las consecuencias de un conflicto nuclear generalizado ponen de relieve que 3 mil millones (de 5 mil millones) de seres humanos que sobrevivirían el primer día no podrían hacerlo a las sucesivas calamidades que se producirían en los días siguientes: radiactividad, rayos ultravioletas mortales tras la desaparición de la capa de ozono de la atmósfera, la glaciación debido a la nube de polvo que caería sobre toda la tierra sumiéndola en una larguísima noche. La única forma de vida que subsistiría sería la de las bacterias, o en el mejor de los casos de los insectos.
Links
[1] https://es.internationalism.org/files/es/for_traduccion.pdf
[2] https://es.internationalism.org/cci/200602/539/espana-1936-franco-y-la-republica-masacran-al-proletariado
[3] http://grupgerminal.org/?q=node/253
[4] https://es.internationalism.org/cci/200602/753/1critica-del-libro-jalones-de-derrota-promesas-de-victoria
[5] https://es.internationalism.org/cci/200602/755/3el-mito-de-las-colectividades-anarquistas
[6] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200608/1046/1936-frentes-populares-en-francia-y-en-espana-como-movilizo-la-izq
[7] https://es.internationalism.org/tag/21/542/conferencias-de-los-grupos-de-la-izquierda-comunista
[8] mailto:[email protected]
[9] https://es.internationalism.org/en/tag/corrientes-politicas-y-referencias/area-de-influencia-de-la-izquierda-comunista
[10] https://es.internationalism.org/en/tag/desarrollo-de-la-conciencia-y-la-organizacion-proletaria/la-oposicion-de-izquierdas
[11] https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/1915sogu.htm
[12] https://es.internationalism.org/en/tag/2/25/la-decadencia-del-capitalismo
[13] https://es.internationalism.org/en/tag/3/47/guerra
[14] https://es.internationalism.org/en/tag/3/48/imperialismo