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Crece, por el mundo entero, el sentimiento de que el orden actual de las cosas no puede seguir así. Tras las revueltas de la “Primavera árabe”, el movimiento de los Indignados en España y el de los Occupy en Estados Unidos, en 2011, el verano de 2013 ha visto grandes muchedumbres echarse a la calle casi simultáneamente en Turquía y Brasil.
Cientos de miles de personas, millones quizás, han protestado contra todo tipo de males: en Turquía, fue la destrucción del entorno a causa de un “desarrollo” urbano disparatado, la intrusión autoritaria de la religión en la vida privada y la corrupción de los políticos. En Brasil, fue el aumento de las tarifas de los transportes públicos, el desvío de la hacienda pública hacia gastos deportivos de prestigio a la vez que menguan los de salud, de transportes, educación y alojamiento– y se generaliza la corrupción de los políticos. En ambos casos, las primeras manifestaciones se las tuvieron que ver con una represión policiaca brutal que lo único que hizo fue ampliar y profundizar la revuelta. Y en ambos casos, la punta de lanza del movimiento fue la nueva generación de la clase obrera y no las “clases medias” de las que habla la prensa (que en lenguaje mediático incluye a cualquier persona que tenga todavía un empleo), una nueva generación de la clase obrera que, a pesar de poseer un buen nivel de instrucción, tiene pocas perspectivas de encontrar un trabajo estable y para la que vivir en una economía “emergente” significa sobre todo tener que contemplar cómo se incrementan las desigualdades sociales y la indecente riqueza de una minúscula élite de explotadores.
Por eso, hoy, un “fantasma recorre el mundo”, el de la indignación. Dos años después de la “primavera árabe” que estremeció por sorpresa los cimientos de Túnez y Egipto y el movimiento de los Indignados en España y de los Occupy en Estados Unidos, se han desarrollado casi simultáneamente los movimientos que han sacudido Turquía y la ola de manifestaciones de Brasil, logrando, en este país, movilizar a millones de personas en más de cien ciudades con unas características inéditas en este país.
Esos movimientos que han ocurrido en países muy diferentes y distantes entre sí, comparten sin embargo, unas características comunes: la espontaneidad, la brutal represión del Estado, la masividad, la participación mayoritaria de gente joven, sobre todo mediante las redes sociales. Pero el denominador común que los caracteriza es una gran indignación ante el deterioro de las condiciones de vida, un deterioro visto como el de la población mundial entera, provocado por una crisis que no cesa de profundizarse y de zarandear las bases mismas del sistema capitalista, una crisis que además ha sufrido un acelerón importante desde 2007. Tal deterioro se plasma en una precariedad cada vez mayor del nivel de vida de las masas obreras y una gran incertidumbre en cuanto al porvenir entre la juventud proletarizada o en vías de proletarización. No es por casualidad si el movimiento en España se puso el nombre de “Indignados”, y que haya sido el movimiento que fue más lejos en la oleada de movimientos sociales masivos tanto en la puesta en entredicho del sistema capitalista como en las formas de organización en asambleas generales masivas[1].
Las revueltas de Turquía y Brasil de 2013 son la prueba de que la dinámica creada en aquellos movimientos no se ha agotado. Los media eluden el hecho de que esas revueltas han surgido en países que estaban en fase de “crecimiento” durante estos últimos años, pero sí han tenido que reconocer la misma “indignación” de las masas de la población contra el funcionamiento del sistema: desigualdades sociales crecientes, codicia y corrupción desenfrenadas de la clase dominante, brutalidad de la represión estatal, quiebra de las infraestructuras, destrucción del entorno. Y, sobre todo, incapacidad del sistema para dar un futuro a las generaciones jóvenes.
Hace cien años, frente a la Primera Guerra mundial, Rosa Luxemburgo recordaba con solemnidad a la clase obrera que la alternativa a un orden capitalista en declive era: o el socialismo o la barbarie. La incapacidad de la clase obrera para llevar a término las revoluciones que habían sido la réplica a la guerra de 1914-18, significó un siglo de una monstruosa barbarie capitalista. Lo que hoy está en juego es más importante todavía, pues el capitalismo posee hoy los medios para destruir por completo toda vida en el planeta entero. La rebelión de explotados y oprimidos, la lucha masiva por la defensa de la dignidad humana y de un verdadero futuro: esa es la promesa de las revueltas sociales en Turquía y Brasil.
Algo muy significativo de la revuelta en Turquía es su proximidad con la guerra mortífera de Siria. La guerra en Siria también había empezado con manifestaciones populares contra el régimen, pero la debilidad del proletariado en ese país, las profundas divisiones étnicas y religiosas en la población, permitieron al régimen replicar con la violencia más brutal. Las fisuras en el seno de la burguesía se han abierto más y la revuelta popular –como en Libia en 2011– se ha precipitado en una guerra “civil” que ha acabado siendo una guerra por procuración entre potencias imperialistas. Siria se ha convertido hoy en el ejemplo mismo de la barbarie, un aviso terrorífico de la alternativa que ofrece el capitalismo para toda la humanidad. En países como Túnez y sobre todo Egipto, y eso que en este país los movimientos sociales habían mostrado que la clase obrera tuvo en ellos un peso real, tales movimientos no pudieron resistir a la presión de la ideología dominante y la situación ha ido degenerando en tragedia cuya víctima es la población misma y, en primer término, los proletarios entre ajustes de cuentas y enfrentamientos entre religiosos integristas, partidarios del antiguo régimen y demás fracciones rivales de la burguesía que están haciendo caer la situación nacional en un caos sangriento. En cambio, Turquía, Brasil, al igual que otras revueltas sociales, siguen mostrando el camino que se ha abierto a la humanidad: el del rechazo del capitalismo, hacia la revolución proletaria y la construcción de una nueva sociedad basada en la solidaridad y las necesidades humanas.
En Turquía
El movimiento de mayo-junio se inició en reacción contra la tala de árboles, primer paso para destruir el parque Gezi de Estambul. Acabó cobrando una amplitud desconocida antes en la historia del país. Muchos sectores de la población descontentos por la política reciente gobierno participaron en él, pero lo que echó las masas a la calle fue el terror estatal, el cual provocó una oleada de indignación en gran parte de la clase obrera. El movimiento en Turquía participa de la misma dinámica que les revueltas de Oriente Medio de 2011, entre las cuales, las más importantes (Túnez, Egipto, Israel) estuvieron muy marcadas por la clase obrera. Pero, sobre todo, el movimiento en Turquía se sitúa en la continuidad directa con el de los Indignados en España y Occupy en Estados Unidos, países en donde la clase obrera no sólo es la mayoría de la población en su conjunto, sino también de los participantes en el movimiento. Y lo mismo ocurre con la revuelta actual en Brasil, donde la inmensa mayoría de los componentes pertenece a la clase obrera, especialmente la juventud proletaria.
Quienes más participaron en el movimiento de Turquía son los pertenecientes a la llamada “generación de los años 1990”. El apoliticismo era la etiqueta que se les puso a los componentes de dicha generación, muchos de entre los cuales poco podían acordarse de la época anterior al gobierno del AKP[2]. Los componentes de tal generación, de quienes se decía que sólo les preocupaba salvarse a sí mismos y no la situación social, han comprendido que no hay salvación quedándose solos. Están hartos de los discursos gubernamentales sobre cómo deben ser y vivir. Los estudiantes, y especialmente los de secundaria, han participado en las manifestaciones masivamente. Los jóvenes obreros y desempleados han estado muy presentes en el movimiento. Y también los obreros y desempleados instruidos.
Una parte de los proletarios con trabajo participó también en el movimiento y ha sido el pilar de la tendencia proletaria en su seno. La huelga de Turkish Airlines en Estambul intentó unirse a la lucha de Gezi. En el sector textil, por ejemplo, se oyeron voces en ese sentido. En una de esas manifestaciones que se desarrolló en Bagcilar-Gunesli, en Estambul, los obreros del textil, sometidos a unas condiciones de explotación muy duras, quisieron compaginar sus reivindicaciones de clase con la expresión de su solidaridad con la lucha del parque Gezi. Y así lo expresaban en sus pancartas “¡Saludos de Bagcilar a Gezi!» y “¡El sábado debe ser día de asueto!”. En Estambul, había pancartas “Huelga general, resistencia general» llamando a otros trabajadores a unirse a ellos en una marcha en la que participaron miles en Alibeykoy; y también “¡Al trabajo no, a la lucha!” como lo enarbolaban los empleados de los centros comerciales y oficinas que se congregaron en la plaza Taksim. Además, el movimiento animó a la lucha entre los trabajadores sindicados. Las confederaciones KESK y DISK y las demás organizaciones sindicales que llamaron a la huelga, tuvieron que tomar tal decisión, sin la menor duda, no sólo a causa de las redes sociales sino a causa de la presión de sus propios afiliados. En fin, la Plataforma de las diferentes ramas de la Türk-IS[3] de Estambul, emanación de todas les secciones sindicales de Türk-IS de la ciudad, convocó a dicha organización y a todos los demás sindicatos a declarar una huelga general contra el terror estatal a partir del lunes posterior al ataque contra el parque Gezi. Si lanzaron esos llamamientos fue por la profunda indignación que provocó en la clase obrera todo lo que estaba ocurriendo.
En Brasil
Los movimientos sociales de junio de 2013 han tenido una gran importancia tanto para el proletariado brasileño como el de Latinoamérica y del resto del mundo, rompiendo el marco regionalista tradicional. Esos movimientos masivos no tienen absolutamente nada que ver con los “movimientos sociales" bajo control del Estado que ha habido en diferentes países de la región en las últimas décadas, como el de Argentina a principios de este siglo, los movimientos indigenistas en Bolivia y Ecuador, el zapatista en México o el chavismo en Venezuela, resultantes de enfrentamientos entre fracciones burguesas y pequeñoburguesas por el control del Estado. Las movilizaciones de junio en Brasil han sido el movimiento espontáneo de masas más importante en el país y en Latinoamérica desde hace 30 años. Por eso es esencial sacar las lecciones de esos acontecimientos desde un punto de vista de clase.
Es indiscutible que el movimiento sorprendió a la burguesía brasileña y mundial. La lucha contra la subida de tarifas en los transportes públicos (que se establecen cada año tras un acuerdo entre transportistas y Estado) fue el detonante del movimiento que acabó cristalizando toda la indignación acumulada desde hace tiempo en la sociedad brasileña y que ya se expresó por ejemplo en 2012 con las luchas en la función pública y en las universidades, en São Paulo en particular, y también numerosas huelgas por el país contra la baja de salarios y la precarización en el trabajo, en la educación y la salud en los últimos años.
A diferencia de otros movimientos masivos que ha habido en diferentes países desde 2011, el de Brasil surgió y se unificó en torno a una reivindicación concreta que permitió la movilización espontánea de amplios sectores del proletariado: contra el alza de tarifas de los transportes públicos. El movimiento adquirió masividad a nivel nacional desde el 13 de junio cuando las manifestaciones de protesta convocadas por el MPL (Movimento Passe Livre, Movimiento de acceso gratuito)[4], contra las subidas así como otros movimientos sociales, fueron brutalmente reprimidos por la policía en São Paulo[5]. Durante cinco semanas, además de las movilizaciones en São Paulo, hubo manifestaciones en torno a la misma reivindicación en varias ciudades del país, hasta el punto de que, por ejemplo, en Porto Alegre, Goiânia y otras ciudades, la presión obligó a varios gobiernos locales, de todo color político, a decidir la anulación de la subidas en los transportes, tras unas luchas muy duras reprimidas sin miramientos por el Estado.
El movimiento se inscribe de entrada en un terreno proletario. Hay que subrayar, para empezar, que la mayoría de los manifestantes pertenece a la clase obrera, jóvenes obreros y estudiantes principalmente, la mayoría de ellos de origen familiar proletario o en vías de proletarización. La prensa burguesa presenta el movimiento como expresión de las “clases medias", con la intención evidente de crear divisiones entre los trabajadores. En realidad la mayoría de aquellos a quienes se cataloga como miembros de la clase media son trabajadores que cobran sueldos a menudo más bajos que los de obreros calificados de las zonas industriales del país. De ahí el éxito y la simpatía que atrajo tal movilización contra la sabida del tique de los autobuses urbanos, que era ni más ni menos que un ataque directo contra los ingresos de las familias proletarias. Eso explica también por qué esa reivindicación inicial se transformó rápidamente en cuestionamiento del Estado a causa del deterioro de sectores como la salud, la educación y la ayuda social, y, además, en protesta contra las enormes cantidades de dinero público invertidas en la organización del Mundial de fútbol de 2014 y las Olimpiadas de 2016[6]. Para dichos eventos, la burguesía no ha vacilado en recurrir, por diferentes medios, al desahucio forzado de habitantes cercanos a los estadios: en Aldeia Maracanã, en Río, en el primer trimestre de este año; y en las zonas apetecidas por los promotores inmobiliarios de São Paulo pegando fuego a las favelas que entorpecían sus proyectos.
Es significativo que el movimiento se haya organizado con manifestaciones en torno a estadios de ciudades donde se estaban jugando los partidos de fútbol de la Copa Confederaciones, para así obtener una fuerte mediatización y hacerlo con el rechazo a un espectáculo preparado para beneficio de la burguesía brasileña; y también en torno a la represión brutal del Estado contra los manifestantes alrededor de los estadios, una represión responsable de la muerte de varios manifestantes. En un país en el que el fútbol es deporte nacional, que la burguesía ha sabido naturalmente usar como desahogo necesario para controlar la sociedad, las manifestaciones de los proletarios brasileños son una gran lección para el proletariado mundial. Bien se sabe que a la población brasileña le gusta el fútbol, pero eso no le ha impedido rechazar la austeridad para financiar los gastos fastuosos de unas celebraciones deportivas que prepara la burguesía para demostrar al mundo entero que es capaz de jugar en el patio del “primer mundo”. Los manifestantes exigían unos servicios públicos de “tipo FIFA” [7] para su vida diaria.
Algo muy significativo también fue el rechazo masivo a los partidos políticos (sobre todo al Partido de los Trabajadores, el PT, al que pertenecen Lula y la presidenta actual) y a los sindicatos: en São Paulo se expulsó de la manifestación a algunos que enarbolaban pancartas o símbolos de pertenencia a organizaciones políticas, sindicales o estudiantiles que apoyan al poder.
Hubo otras expresiones del carácter de clase del movimiento aunque fueron minoritarias. Se organizaron asambleas aunque no tuvieran la misma extensión ni alcanzaran el nivel de organización de las de los Indignados en España. Las de Río de Janeiro y Belo Horizonte, por ejemplo, que se autodenominaron “asambleas populares e igualitarias”, se propusieron crear un “nuevo espacio espontáneo, abierto e igualitario de debate”, en el que llegaron a participar más de 1000 personas.
Esas asambleas, aun demostrando la vitalidad del movimiento y la necesidad de autoorganización de las masas para imponer sus reivindicaciones, tenían varias debilidades:
Se hicieron también referencias explicitas a movimientos sociales de otros países, al de Turquía en particular, en donde también se hicieron referencias al de Brasil. A pesar de lo minoritario de esas expresiones, son un revelador de lo que se siente como común de ambos movimientos. En diferentes manifestaciones, pudieron verse banderolas con la proclama: “Somos griegos, turcos, mexicanos, nosotros somos sin patria, somos revolucionarios” o pancartas con la inscripción: “No es Turquía, no es Grecia; es Brasil quien sale de la inercia.”
En Goiânia, el Frente de Luta Contra o Aumento, que agrupaba a diferentes organizaciones de base, insistía en la solidaridad y el debate necesarios entre los componentes del movimiento: “¡No debemos contribuir ni a la criminalización ni a la pacificación del movimiento! ¡DEBEMOS MANTENERNOS FIRMES Y UNIDOS! A pesar de los desacuerdos, debemos mantener nuestra solidaridad, nuestra resistencia, nuestra combatividad y profundizar nuestra organización y nuestras discusiones. Como en Turquía, pacíficos y combativos pueden coexistir y luchar juntos, debemos seguir ese ejemplo.”
La gran indignación que alentó al proletariado brasileño puede resumirse en la reflexión de la Rede Extremo Sul, red de movimientos sociales de la periferia de São Paulo: “Para que se hagan realidad esas posibilidades, no podemos dejar que la indignación que se expresa en las calles se canalice hacia objetivos nacionalistas, conservadores y moralistas; no podemos permitir que las protestas sean copadas por el Estado y las élites y que estos las vacíen de su contenido político. La lucha contra el aumento del precio de los transportes y el estado lamentable de ese servicio está directamente relacionado con la lucha contra el Estado y las grandes empresas económicas, contra la explotación y la humillación de los trabajadores, y contra esta forma de vida en la que el dinero lo es todo y las personas son menos que nada.”
En Turquía
Se activaron diferentes tendencias políticas burguesas para intentar influir en el movimiento desde dentro y mantenerlo así en los límites del orden existente, para evitar su radicalización e impedir que las masas proletarias que se echaron a las calles contra el terror estatal, plantearan reivindicaciones de clase de sus propias condiciones de vida. De modo que, mientras que no se puede mencionar reivindicación alguna que fuera unánime en el movimiento, fueron las reivindicaciones democráticas las que solían predominar. La línea que pedía “más democracia” creada en torno a una postura anti-AKP y, de hecho, anti-Erdogan, no expresaba sino la exigencia de una reorganización del aparato de Estado turco de una manera más democrática. El impacto de las reivindicaciones democráticas en el movimiento fue su mayor debilidad ideológica. El propio Erdogan hilvanó todos sus ataques ideológicos contra el movimiento con el hilo de la democracia y de las elecciones; las autoridades gubernamentales, dando puntadas de mentiras y manipulaciones diversas, repetían hasta la saciedad el argumento de que, incluso en los países considerados como más democráticos, la policía usa la violencia contra las manifestaciones ilegales; y en eso cabe decir que no dejaban de tener razón. Además esa línea por la obtención de derechos democráticos ataba las manos de las masas frente a los ataques de la policía y el terror estatal y pacificaba su resistencia.
El elemento más activo de esa tendencia democrática, que tomó el control de la Plataforma de Solidaridad de Taksim, fueron las confederaciones sindicales de izquierda: la KSEK y la DISK. La Plataforma de Solidaridad de Taksim, o sea la tendencia democratista, formada por todo tipo de asociaciones y organizaciones, sacó su fuerza no de lazos orgánicos con los manifestantes, sino de su legitimidad burguesa, pudiendo así movilizar amplios recursos. La base de los partidos de izquierda, a los que se puede definir como la izquierda legal burguesa, quedó así en gran parte separada de las masas. En general, estuvo a la cola de la tendencia democrática. Los círculos estalinistas y trotskistas, o sea la izquierda radical burguesa, estuvieron en gran parte apartados de las masas. Sólo tuvieron influencia en los barrios en donde poseían cierta fuerza. Aunque se opusieran a la tendencia democrática en el momento en que ésta intentó dispersar el movimiento, en general le dieron su apoyo. Su eslogan más ampliamente aceptado entre las masas fue “hombro con hombro contra el fascismo”.
En Brasil
La burguesía nacional lo ha hecho todo desde hace décadas para hacer de Brasil una gran potencia continental y mundial. Para lograrlo no basta con poseer un inmenso territorio que es casi la mitad de América del Sur, ni de disponer de cuantiosos recursos naturales; es necesario crear las condiciones para mantener el orden social, el control de los trabajadores sobre todo. Así, desde los años 80, se estableció una especie de alternancia de gobiernos de derechas y de centro-izquierda basándose en unas elecciones “libres y democráticas”, indispensables para fortificar el capital brasileño en el ruedo mundial.
La burguesía brasileña logró así fortificar su aparato productivo y encarar lo más duro de la crisis económica de los años 90, a la vez que, en lo político, conseguía crear una fuerza política que le ha permitido controlar a las masas pauperizadas y, sobre todo, mantener la “la paz social”. Esta situación se consolidó con el acceso del PT al poder en 2002 usando a fondo el carisma y la imagen “obrera” de Lula.
Y así durante la primera década de este siglo, la economía brasileña logró alzarse al séptimo lugar del planeta según el Banco mundial. La burguesía mundial saludó el “milagro brasileño” alcanzado durante la presidencia de Lula, el cual, por lo visto, habría permitido salir de la pobreza a millones de brasileños y que otros cuantos millones accedieran a esa famosa “clase media”. En realidad, ese “gran éxito” se obtuvo utilizando una parte de la plusvalía para distribuirla en migajas a las capas más pauperizadas, a la vez que se agudizaba la precarización de las masas trabajadoras.
La crisis sigue siendo, sin embargo, el telón de fondo de la situación en Brasil. Para atenuar sus efectos, la burguesía lanzó una política de grandes obras estimulando así un boom en la construcción tanto pública como privada, a la vez que favorecía el crédito y en endeudamiento de las familias para reactivar el consumo interno. Los límites de esa política son ya tangibles en los indicadores económicos (ralentización del crecimiento) pero, sobre todo, en el deterioro de las condiciones de vida de la clase obrera: alza creciente de la inflación (previsión anual de 6,7% en 2013), aumento de precios de los productos de consumo y servicios (entre ellos el transporte), incremento sensible del desempleo, reducción de los gastos públicos. Ésa es la raíz del movimiento de protestas en Brasil.
El único resultado concreto obtenido bajo la presión de las masas, ha sido la anulación de la subida de los transportes públicos que el Estado acabará compensando por otros medios. Al iniciarse la oleada de protestas, para calmar los ánimos, mientras el gobierno preparaba una estrategia con la que intentar controlar el movimiento, la presidenta Dilma Rousseff declaraba, por su portavoz, que consideraba “legitima y compatible con la democracia” la protesta de la población; por su parte, Lula, “criticaba” los “excesos” de la policía. Eso ni impidió que cesara la represión estatal, ni tampoco las protestas.
Una de las trampas más elaboradas contra el movimiento fue la de propalar el mito de un “golpe de Estado” de derechas, bulo divulgado no sólo por el PT y el partido estalinista, sino también por los trotskistas del PSOL (Partido Socialismo e Liberdade) y del PSTU (Partido Socialista dos Trabalhadores Unificados): se trataba de desviar el movimiento para transformarlo en sostén al gobierno de Dilma Rousseff, muy debilitado y desprestigiado. Los hechos demostraban claramente que la feroz represión contra las manifestaciones de junio en Brasil ejecutada por el gobierno de izquierdas del PT igualaba a veces la de los regímenes militares, y es entonces cuando la izquierda y la extrema izquierda del capital brasileño se afanaron por enturbiar la realidad identificando represión y fascismo o regímenes de derechas. Después corrieron otra cortina de humo con lo del proyecto de “reforma política” propuesto por Dilma Rousseff, para combatir la corrupción en los partidos políticos y encerrar a la población en el terreno democrático llamando a votar por las reformas propuestas. De hecho, la burguesía brasileña ha sido más inteligente y hábil que la turca, la cual se limitó a repetir el ciclo provocación/represión frente a los movimientos sociales.
Para intentar influir en las movilizaciones sociales en la calle, los partidos políticos de la izquierda del capital y los sindicatos lanzaron con varias semanas de antelación un llamamiento a una “Jornada nacional de lucha” el 11 de julio, presentada como medio de protesta contra el fracaso de las convenciones colectivas de trabajo. Y Lula, demostrando su gran experiencia antiobrera, convocó el 25 de junio una reunión con los dirigentes de movimientos controlados por el PT y el partido estalinista, junto con otras organizaciones juveniles y estudiantiles aliadas al gobierno con el objetivo explícito de neutralizar la contestación callejera.
En Turquía
Al igual que en el movimiento Indignados y Occupy, esas movilizaciones expresaron la voluntad de acabar con la dispersión en sectores de la economía donde trabajan sobre todo jóvenes en unas condiciones de gran precariedad (repartidores de kebab, personal de bares, trabajadores de centros de llamadas y de oficinas…), lugares en donde es difícil luchar. Un acicate importante de la movilización y de la determinación fue no sólo la indignación sino también el sentimiento de solidaridad contra la violencia policiaca y el terror estatal.
Pero también es verdad que los trabajadores de las mayores concentraciones obreras participaron, sí, pero de manera individual, en las manifestaciones. Esto fue una de las debilidades más significativas del movimiento. Las condiciones de existencia de los proletarios, sometidos a la presión ideológica de la clase dominante de Turquía, no hizo fácil que la clase obrera se concibiera como tal clase lo cual reforzó las idea en los manifestantes de que eran esencialmente una masa de ciudadanos individuales, miembros legítimos de la comunidad “nacional”. El movimiento no reconoció sus propios intereses de clase, sus posibilidades de maduración se quedaron así bloqueadas, y la tendencia proletaria en su seno quedó en segundo plano. A esta situación contribuyó mucho la focalización sobre la democracia, eje central del movimiento frente a la política gubernamental. En las manifestaciones que hubo por toda Turquía fue difícil organizar discusiones de masas y que el movimiento pudiera controlarse mediante formas de autoorganización. Esta debilidad se debió sin duda a la escasa experiencia que existe en discusiones de masas, en reuniones, en asambleas generales, etc. Sin embargo, el movimiento sintió la necesidad de la discusión y de los medios para organizarla, pues estos empezaron a emerger, de lo que fueron testimonio algunas experiencias aisladas: constitución de una tribuna abierta en el parque Gezi que, es cierto, no atrajo a mucha gente ni duró mucho tiempo, pero tuvo impacto; en la huelga del 5 de junio, los asalariados de la universidad que son miembros de la Eğitim-Sen[8] sugirieron que se instalara una tribuna abierta, pero la dirección de la KSEK no sólo rechazó la propuesta sino que además aisló el ramo de la Eğitim-Sen al que pertenecen los asalariados de la universidad. La experiencia más concluyente la proporcionaron los manifestantes de la ciudad de Eskişehir, los cuales, en una asamblea general, crearon comités para organizarse y coordinar las manifestaciones; y, en fin, desde el 17 de junio, en los parques de diversos barrios de Estambul, multitudes de gentes, inspirándose en los foros del parque Gezi montaron asambleas de masas también llamadas “foros”. Y los días siguientes también las hubo en Ankara y otras ciudades. Los temas más debatidos se referían a los problemas relacionados con los enfrentamientos con la policía. Pero también emergió entre los manifestantes la comprensión de lo importante que es la implicación en la lucha de la parte del proletariado con trabajo.
El movimiento en Turquía no logró establecer un lazo firme con el conjunto de la clase obrera, pero los llamamientos a la huelga por medio de las redes sociales tuvieron cierta respuesta que se plasmó en paros laborales. En el movimiento, además, se afirmaron claramente las tendencias proletarias en su seno en personas muy conscientes de la importancia y de la fuerza de la clase y contrarias al nacionalismo. Una parte significativa de manifestantes defendía la idea de que el movimiento debía crear una auto-organización que le permitiera decidir su propio futuro. Por otra parte, la cantidad de gente que empezó a afirmar que sindicatos como la KSEK y la DISK, supuestamente “combativos”, no eran tan diferentes del gobierno se ha incrementado muy significativamente.
En fin, otra característica del movimiento, y no de las menos importantes: los manifestantes turcos saludaron la respuesta llegada desde el otro lado de los mares y con palabras en lengua turca: “¡Estamos juntos, Brasil + Turquía!" y “¡Brasil, resiste!".
En Brasil
La gran fuerza del movimiento estuvo en que, desde el principio, se fue afirmando como movimiento contra el Estado, no solo con la reivindicación central contra la subida de tarifas en los transportes públicos, sino también contra el abandono de los servicios públicos y contra el acaparamiento de una gran parte de los gastos previstos para manifestaciones deportivas. La amplitud y la determinación de la protesta obligaron a la burguesía a dar marcha atrás anulando la subida de las tarifas en varias ciudades.
La cristalización du movimiento en torno a una reivindicación concreta fue la fuerza del movimiento, pero también fue su límite desde el momento en que no parecía capaz de ir más lejos. De ahí que marcara el paso en cuanto se consiguió que se anulara la decisión del alza de las tarifas. Además tampoco se concibió como movimiento que pusiera en entredicho el orden capitalista, aspecto que sí estuvo presente, por ejemplo, en el movimiento de los Indignados en España.
La desconfianza hacia los principales medios de control social de la burguesía se plasmó en el rechazo de los partidos políticos y de los sindicatos. Eso significa para la burguesía que se ha abierto una brecha en el plano ideológico: el desgaste de las estrategias políticas que se implantaron tras la dictadura militar de 1965-85 y el desprestigio de los sucesivos equipos a la cabeza del Estado desde entonces, agravado por la corrupción patente en su seno. Sin embargo, lo peligroso sería que detrás de ese rechazo, esté el de toda política, el apoliticismo, que, de hecho, ha sido una fragilidad importante del movimiento. Pues, sin debate político, no hay manera real de avanzar en la lucha, ya que ésta se alimenta del debate, único modo de comprender la raíz de los problemas contra los que se lucha, sin que se pueda eludir une crítica de los fundamentos del sistema capitalista. No es pues casualidad si una debilidad del movimiento ha sido la ausencia de asambleas callejeras abiertas a todos los participantes donde puedan discutirse les problemas de sociedad, las acciones a realizar, la organización del movimiento, su balance y objetivos. Las redes sociales fueron un medio importante de movilización y para romper el aislamiento. Pero nunca podrán sustituir el debate vivo y abierto de las asambleas.
El movimiento no ha podido evitar el veneno nacionalista como lo atestigua la presencia en las movilizaciones de banderas brasileñas y consignas nacionalistas y no fue raro escuchar el himno nacional en las manifestaciones. Nunca ocurrió eso en el movimiento de los Indignados en España. El movimiento de Brasil presentó pues las mismas debilidades que las movilizaciones en Grecia o en los países árabes, en donde la burguesía consiguió minar la gran vitalidad del movimiento en un proyecto nacional de reforma o de defensa del Estado. En ese contexto, la protesta contra la corrupción benefició en fin de cuentas a la burguesía y sus partidos políticos, sobre todo a los de la oposición, los cuales, por ese medio, esperan volver a encontrar cierto prestigio político con vistas a las próximas elecciones. El nacionalismo es un callejón sin salida para las luchas del proletariado que además quebranta la solidaridad internacional de los movimientos de clase.
A pesar de una participación mayoritaria de proletarios en el movimiento, éstos sólo participaron en él de una manera fragmentada. El movimiento no consiguió movilizar a los trabajadores de los centros industriales con peso importante, especialmente en la región de São Paulo; ni siquiera emergió de él tal propuesta. La clase obrera, que acogió el movimiento con simpatía, identificándose incluso con él porque se luchaba por una reivindicación en la que reconocía sus intereses, no consiguió movilizarse como clase que es. Esa actitud es en realidad una característica de estos tiempos, un período en el que a la clase obrera no le es fácil afirmar son identidad de clase, algo que en Brasil se agrava por décadas de inmovilidad debida a la acción de partidos políticos y sindicatos, sobre todo el PT y la CUT.
El surgimiento de movimientos sociales de gran envergadura y de una importancia histórica nunca antes alcanzada desde 1908 en Turquía, desde hace 30 años en Brasil, son un ejemplo para el proletariado mundial de la respuesta que está dando la nueva generación de proletarios al ahondamiento de crisis mundial del sistema capitalista. A pesar de sus peculiaridades respectivas, esos movimientos son parte íntegra de la cadena de movimientos sociales internacionales, cuya referencia fue la movilización de los Indignados en España, que ha venido siendo la respuesta a la crisis histórica y mortal del capitalismo. Sean cuales hayan sido sus debilidades, son una fuente de inspiración y de enseñanzas para el proletariado mundial. Sus fragilidades, por su parte, deben dar lugar a una crítica sin concesiones por parte de los proletarios mismos, para así sacar las lecciones que en el mañana serán otras tantas armas en otros movimientos ayudándolos así a liberarse más y más cada día de la dictadura ideológica y de las trampas de la clase enemiga.
Esos movimientos no han sido sino la manifestación del “viejo topo” al que se refería Marx que está socavando los cimientos del orden capitalista.
Wim (11 de agosto)
[1] Ver nuestra serie de artículos sobre el movimiento de los “Indignados” en España, en particular el de la Revista International no 146 (3er trimestre de 2011) y 149 (3er trimestre 2012).
[2] Adalet ve Kalkınma Partisi (Partido por la justicia y el desarrollo), partido islamista “moderado”, en el poder desde 2002 en Turquía.
[3] KESK: Confederación de sindicatos de funcionarios. DISK: Confederación de sindicatos revolucionarios de Turquía. Türk-IS: Confederación de sindicatos turcos.
[4] Frente a la subida de tarifas, el MPL transmitió muchas ilusiones sobre el Estado, el cual, sometido a la presión popular podría garantizar el derecho a transportes gratuitos para toda la población frente a las empresas privadas de ese sector.
[5] Ver nuestros artículos en https://es.internationalism.org/ [3] y en nuestra prensa territorial impresa: “Junio de 2013 en Brasil: la represión policial desata la furia de los jóvenes:” y “La indignación desata la movilización espontánea de millones de personas”
[6] Según las previsiones, esos dos eventos costarán 31.300 millones de dólares al gobierno brasileño, o sea 1,6 % del PIB, mientras que el programa “Beca familiar", presentada como la medida social estrella del gobierno de Lula significa el 0,5% de dicho PIB.
[7] FIFA : Federación Internacional de Fútbol Asociación
[8] Unión sindical de profesores afiliada a la KSEK.
La CCI celebró el año pasado su vigésimo congreso internacional. El Congreso de una organización comunista es uno de los momentos más importantes de su actividad y de su existencia. Es cuando toda la organización (mediante delegaciones nombradas por cada una de las secciones) hace balance de sus actividades, analiza en profundidad la situación internacional, avanza perspectivas y elige el órgano cuya tarea es asegurarse de que las decisiones del Congreso se realicen.
Estamos convencidos de la necesidad del debate y de la cooperación entre organizaciones que luchan por el derrocamiento del sistema capitalista, por eso invitamos a tres grupos –dos de Corea y Opop de Brasil que ya asistieron a nuestros congresos internacionales. Los trabajos de un congreso de una organización comunista no son una cuestión “interna” sino que interesan a la clase obrera entera: por eso informamos a nuestros lectores de los temas esenciales discutidos en dicho Congreso.
Éste se desarrolló en un contexto de agudización de las tensiones en Asia, de la continuación de la guerra en Siria, de agravación de la crisis económica y de una situación de la lucha de clases compleja, marcada por un débil desarrollo de las luchas obreras “clásicas” contra los ataques económicos de la burguesía pero también por el surgimiento internacional de movimientos sociales cuyos ejemplos más significativos fueron el de los “Indignados” en España y “Occupy Wall Street” en Estados Unidos.
La “Resolución sobre la situación internacional” adoptada por el XX Congreso de la CCI, y que resume los análisis que se despejaron de las discusiones, está publicada en este mismo número de la Revista internacional. No vamos pues a entrar en detalles en esta presentación.
Dicha resolución recuerda el marco histórico en el que entendemos nosotros la situación actual de la sociedad, el de la decadencia del modo de producción capitalista, decadencia que se inició con la Primera Guerra Mundial, y la fase última de dicha decadencia a la que la CCI, desde mediados de los años 1980, ha analizado como la de la descomposición, la de la putrefacción de esta sociedad. Esta descomposición queda bien ilustrada en la forma que hoy toman los conflictos imperialistas, siendo la situación en Siria un ejemplo trágico (como puede leerse en el informe sobre esa cuestión que adoptó el congreso y que también publicamos aquí). Pero también queda plasmada en la dramática degradación del medio ambiente, una situación que la clase dominante, por muchas declaraciones y campañas alarmistas que despliegue, es totalmente incapaz de impedir, ni siquiera frenar.
El congreso no pudo realizar la discusión sobre los conflictos imperialistas por falta de tiempo y también porque las discusiones preparatorias habían puesto de relieve la gran homogeneidad en nuestras filas sobre esta cuestión. El congreso, sin embargo, asistió a una presentación del grupo coreano Sanoshin sobre las tensiones imperialistas en Extremo Oriente, presentación que hemos publicado en anexo en nuestro sitio Internet.
Sobre esto, la resolución pone de relieve la situación sin salida en la que está hoy la burguesía, incapaz de superar las contradicciones del modo de producción capitalista, lo cual es una confirmación evidente del análisis marxista. Un análisis que todos los “expertos”, ya sea de los que reivindican su “neoliberalismo” o de quienes lo rechazan, consideran con esa mueca despectiva típica de los ignorantes y que esos expertos combaten sobre todo por eso precisamente: porque prevé la quiebra histórica de este modo de producción y la necesidad de destruirlo por una sociedad en la que el mercado, la ganancia y el salario hayan sido colocados en las vitrinas de los museos de historia, en la que la humanidad se haya liberado de las leyes ciegas que la hunden en la barbarie, y pueda vivir según el principio “De cada cual según sus medios, a cada cual según sus necesidades”.
Sobre la situación actual de la crisis del capitalismo, el congreso se pronunció claramente por considerar que la “crisis financiera” actual no es ni mucho menos el origen de las contradicciones en las que se hunde la economía mundial como tampoco tiene sus raíces en una “financiarizacion de la economía” en la que la única preocupación serían las ganancias inmediatas y especulativas: “… es la sobreproducción la causa de la “financiarización”, ya que es cada vez más arriesgado el invertir en la producción dado que el mercado mundial se encuentra cada vez más saturado, lo que dirige el flujo financiero de forma creciente hacia la especulación. Es por eso que todas las “teorías económicas de izquierda”, que llaman a “controlar las finanzas internacionales” para salir de la crisis, no son más que sueños vacíos ya que “olvidan” las causas reales de la hipertrofia de la esfera financiera” ([1]). El Congreso también consideró que: “La crisis de las subprime en 2007, el gran pánico financiero de 2008 y la recesión de 2009 marcaron un nuevo y muy importante paso en el descenso del capitalismo hacia una crisis irreversible” ([2]).
Dicho lo cual, el Congreso pudo constatar que no había unanimidad en nuestra organización y que había que proseguir la discusión sobre una serie de temas como los siguientes:
La agravación de la crisis en 2007 ¿significó una ruptura cualitativa abriendo un nuevo capítulo que lleva la economía hacia un desmoronamiento rápido e inmediato? ¿Cuál es el significado de la etapa cualitativa de los acontecimientos de 2007? Y de manera más general, ¿qué tipo de evolución de la crisis nos espera: hundimiento repentino o “lento” declive acompañado “políticamente” por los Estados capitalistas? Y ¿qué países se hundirán antes y cuáles al final? ¿Le queda a la clase dominante un margen de maniobra y qué errores quiere evitar? O, de manera más general, cuando la clase dominante analiza las perspectivas de la crisis, ¿puede ignorar la posibilidad de reacciones de la clase obrera? ¿Cuáles son los criterios que la clase dominante toma en cuenta cuando adopta programas de austeridad en los diferentes países? ¿Estamos en una situación en la que todas las clases dominantes pueden atacar a la clase obrera como lo hizo en Grecia? ¿Podemos suponer que se reproduzcan ataques del mismo calibre (reducción de salarios hasta el 40 %, etc.) en los viejos países industriales centrales? ¿Qué diferencias hay entre la crisis de 1929 y la de hoy? ¿En qué nivel está la pauperización en los grandes países industrializados?
La organización recordó que, muy poco después de 1989, tomó conciencia y previó los cambios fundamentales en el plano imperialista y en la lucha de clases que hubo tras el hundimiento del bloque del Este y de los regímenes llamados “socialistas” ([3]). Sin embargo, en el plano de las consecuencias económicas, no previmos los grandes cambios habidos desde entonces. ¿Qué iban a significar para la economía mundial el abandono de cierta autarquía y de los mecanismos de aislamiento respecto al mercado mundial de regímenes como el de China o India?
Evidentemente, como lo hicimos con el debate realizado hace algunos años en nuestra organización sobre los mecanismos que permitieron el “boom” que siguió a la IIª Guerra Mundial ([4]), también daremos a conocer a nuestros lectores los elementos principales del debate actual en cuanto éste haya alcanzado un nivel suficiente de claridad.
El Informe sobre la lucha de clases en el congreso sacó un balance de los dos últimos años (desde la Primavera árabe, los movimientos de los Indignados, de Occupy, las luchas en Asia, etc.) y de las dificultades de la clase para replicar a los ataques cada vez mayores por parte de los capitalistas en Europa y en Estados Unidos. Las discusiones del congreso trataron sobre todo de las cuestiones siguientes: ¿cómo explicar las dificultades de la clase obrera para responder de “manera adecuada” a esos ataques en aumento? ¿Por qué todavía no se evoluciona hacia situaciones revolucionarias en los viejos centros industriales? ¿Qué política sigue la clase dominante para evitar luchas masivas en los viejos centros industriales? ¿Cuáles son las condiciones de la huelga de masas?
¿Qué papel desempeña la clase obrera de Asia en la relación de fuerzas global entre las clases, la de China especialmente? ¿Qué podemos esperar de nuestra clase? ¿Se ha desplazado a China el centro de la economía mundial y del proletariado mundial? ¿Cómo evaluar los cambios habidos en la composición de la clase obrera mundial? La discusión retomó nuestra posición sobre “el eslabón más débil” que habíamos desarrollado a principios de los años 1980 en oposición a la tesis de Lenin según la cual la cadena de la dominación capitalista acabaría rompiéndose por su “eslabón más débil” ([5]), o sea, los países poco desarrollados.
Aunque las discusiones no hicieron surgir desacuerdos sobre el informe presentado (y que queda resumido en la parte lucha de clases de la resolución), nos ha parecido que la organización debía proseguir la reflexión sobre el tema, discutiendo especialmente sobre “¿Con qué método debemos abordar el análisis de la lucha de clases en el período histórico actual?”
Las discusiones sobre la vida de la organización, sobre balance y perspectivas de sus actividades y de su funcionamiento ocuparon un lugar importante en los trabajos del XXº congreso, como así fue siempre en los precedentes. Eso plasma el hecho de que las cuestiones de organización no son “asuntos técnicos”, sino asuntos plenamente políticos que deben abordarse con la mayor profundidad. Cuando uno se fija en la historia de las tres internacionales que la clase obrera se construyó, se constata que quien de verdad se tomó a pecho esos problemas fue el ala marxista de aquéllas como queda ilustrado, entre otros muchos, por los ejemplos siguientes:
La experiencia histórica del movimiento obrero ha evidenciado el carácter indispensable de organizaciones políticas específicas que defiendan la perspectiva revolucionaria en el seno de la clase obrera para que ésta sea capaz de echar abajo el capitalismo y edificar la sociedad comunista. No basta, sin embargo, con proclamar la necesaria existencia de las organizaciones políticas proletarias, hay que construirlas. El objetivo es el derrocamiento del sistema capitalista y una sociedad comunista sólo puede construirse fuera de tal sistema y una vez que la burguesía haya sido echada abajo, pero resulta que es en la sociedad capitalista donde hay que construir una organización revolucionaria. Esta construcción se ve enfrentada a todo tipo de presiones y de obstáculos que imponen el sistema capitalista y su ideología. O sea que tal construcción no se hace en el vacío y las organizaciones revolucionarias son como un cuerpo extraño en la sociedad capitalista que ésta procura destruir constantemente. Una organización revolucionaria está constantemente obligada a defenderse contra toda una serie de amenazas procedentes de la sociedad capitalista.
Es una evidencia el hecho de que debe resistir a la represión. La clase dominante nunca ha dudado, cuando lo estima necesario, en dar rienda suelta a sus medios policiacos, cuando no militares, para acallar las voces de los revolucionarios. La mayoría de las organizaciones del pasado vivieron en condiciones de represión, estaban “fuera de la ley”, muchos militantes estaban en exilio. Sin embargo, tal represión no los quebraba. Muy a menudo, al contrario, fortalecía su resolución, ayudándoles a defenderse contra les ilusiones democráticas. Así ocurrió con el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) durante el periodo de las leyes antisocialistas, tiempo durante el cual resistió mejor a la ponzoña de la “democracia” y del “parlamentarismo” que durante el período en que fue legal. Lo mismo ocurrió con el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (especialmente su fracción bolchevique) que fue ilegal durante casi toda su existencia.
La organización revolucionaria debe asimismo resistir a la destrucción desde dentro originada por denunciadores, informadores o aventureros que pueden provocar estragos a menudo mucho más importantes que la represión abierta.
En fin, y sobre todo, debe resistir a la presión de la ideología dominante, especialmente la del démocratismo y la del “sentido común” (que Marx denunció), y luchar contra todos los “valores” y todos los “principios” de la sociedad capitalista. La historia del movimiento obrero nos ha enseñado, con la gangrena oportunista que acabó con la IIª y IIIª Internacionales, que la amenaza principal para las organizaciones proletarias es precisamente cuando son incapaces de luchar contra la penetración en su seno de los “valores” y modos de pensar de la sociedad burguesa.
Por ello, la organización revolucionaria no puede funcionar como la sociedad capitalista, sino que debe funcionar de manera asociada.
La sociedad capitalista funciona basada en la competencia, la alienación, la “comparación” de unos con otros, el establecimiento de normas, la máxima eficacia. Una organización comunista requiere el trabajo en común y la superación de la mentalidad competitiva. Sólo puede funcionar si sus miembros no se comportan como un rebaño de ovejas, si no siguen ni aceptan ciegamente lo que les dicen el órgano central u otros camaradas. La búsqueda de la verdad y de la claridad debe ser un estimulante permanente en todas las actividades de la organización. La autonomía del pensamiento, la capacidad de reflexión, de poner las cosas en cuestión es algo indispensable. Eso significa que no cabe ocultarse tras un colectivo sino tomar sus responsabilidades expresando su punto de vista y animando a la clarificación. El conformismo es un gran obstáculo en nuestra lucha por el comunismo.
En la sociedad capitalista, si no estás dentro de la “norma”, se te “excluye” de inmediato, acabando por ser un chivo expiatorio, en ése a quién se culpa por todo lo que ocurre. Una organización revolucionaria debe establecer un modo de funcionamiento en el cual los diferentes individuos, las personalidades diferentes puedan integrase en un gran conjunto único, es decir un funcionamiento que desarrolle el arte que haga contribuir y que integre todo tipo de personalidades. Eso significa que se debe combatir el engreimiento personal y otras actitudes ligadas a la competición a la vez que se estima y se da importancia a la contribución de cada camarada. Al mismo tiempo, eso significa que una organización debe tener un conjunto de reglas y principios. Estos deben ser elaborados, lo cual es ya un combate político. Mientras la ética de la sociedad capitalista no conoce escrúpulo alguno, los medios de la lucha proletaria deben ser acordes con el objetivo a alcanzar.
La construcción y el funcionamiento de una organización implican por lo tanto una dimensión teórica y moral, requiriendo ambas unos esfuerzos constantes y permanentes. Toda dejadez o debilitamiento en los esfuerzos y en la vigilancia en una de esas dos dimensiones acaba debilitando la otra. Esas dos dimensiones son inseparables una de la otra, determinándose mutuamente. Cuanto menos esfuerzos teóricos hace una organización más fácilmente se desarrollará una regresión moral, y la pérdida de su brújula moral debilitará, a su vez e inevitablemente, sus capacidades teóricas. Así lo puso en evidencia Rosa Luxemburg en el período entre finales del siglo xix y principios del xx: la deriva oportunista de la Socialdemocracia alemana iba emparejada con la regresión moral y teórica.
Algo fundamental de la vida de una organización comunista es su internacionalismo, no sólo en los principios, sino también en la idea que ella se hace de su modo de vida y de funcionamiento.
El objetivo– una sociedad sin explotación y que produce para las necesidades de la humanidad – sólo podrá alcanzarse a nivel internacional requiriendo la unificación del proletariado por encima de las fronteras. Por eso es por lo que el internacionalismo ha sido la consigna medular del proletariado desde su aparición. Las organizaciones revolucionarias deben ser la vanguardia, adoptando siempre un enfoque internacional, luchando contra toda perspectiva “localista”.
El proletariado, desde su nacimiento, siempre procuró organizarse a nivel internacional (La Liga de los Comunistas de 1847-1852 fue la primera organización internacional), pero la CCI es la primera organización en haberse centralizado a nivel internacional en la que todas las secciones defienden las mismas posiciones. Nuestras secciones están integradas en el debate internacional de la organización y todos sus miembros –en los diferentes continentes– se apoyan en la experiencia de toda la organización. Esto significa que siempre debemos estar aprendiendo a agrupar militantes que proceden de ámbitos de todo tipo, y a llevar a cabo debates en lenguas diferentes –siendo todo ello un proceso apasionante y fructífero en el que el esclarecimiento y la profundización de nuestras posiciones se enriquecen gracias a las contribuciones de camaradas del planeta entero.
Por último, y no por ello menos importante, la organización debe tener permanentemente una clara comprensión de la función que le incumbe en el combate del proletariado por su emancipación. La CCI ha insistido mucho en ello: la función de la organización revolucionaria no es hoy la de “organizar a la clase” ni siquiera sus luchas (como sí podía ser el caso en los primeros pasos del movimiento obrero, en el siglo xix). Su papel esencial, tal como está enunciado en El Manifiesto Comunista de 1848, se deduce de que “[Los comunistas] llevan a la masa restante del proletariado la ventaja de su comprensión de las condiciones, de la marcha y de los resultados generales del movimiento proletario.”
La función permanente y esencial de la organización es la elaboración de posiciones políticas y para ello no debe estar totalmente absorbida por las tareas de intervención en la clase. Está obligada a tener amplitud de miras, una visión general de lo que está en juego, a profundizar constantemente lo que se plantea a la clase en su conjunto y en el marco de su perspectiva histórica. Eso quiere decir que no puede contentarse con analizar la situación mundial sino, de manera más amplia, debe estudiar las cuestiones teóricas subyacentes, lo contrario de lo superficial y las distorsiones de la sociedad y de la ideología capitalistas. Es una lucha permanente, con miras a largo plazo, una lucha que abarque toda una serie de aspectos que superan con creces los problemas que puedan planteársele a la clase en tal o cual momento de su combate.
La revolución proletaria no es únicamente una lucha por “cuchillos y tenedores”, como decía Rosa Luxemburg, sino la primera revolución en la historia de la humanidad en la que se romperán las cadenas de la explotación y de la opresión, por ello la lucha lleva consigo necesariamente una ingente transformación cultural. Una organización revolucionaria no solo trata sobre temas de economía política y de lucha de clases en sentido limitado; debe desarrollar constantemente una visión sobre las cuestiones más importantes que la humanidad enfrenta, y estar abierta y lista para encarar nuevos problemas. La elaboración teórica, la búsqueda de la verdad, la inquietud por la clarificación deben ser una pasión cotidiana.
Al mismo tiempo, tampoco podremos desempeñar nuestro papel si la vieja generación de militantes no es capaz de transmitir experiencia y lecciones a los nuevos militantes. Si la vieja generación no posee ningún “tesoro” de experiencia ni ninguna lección que transmitir a la nueva generación, habría fracasado en su tarea. Construir la organización requiere pues el arte de combinar las lecciones del pasado para preparar el futuro.
La construcción de una organización revolucionaria es pues algo muy complejo que exige un combate permanente. Ya en el pasado, nuestra organización llevó a cabo combates importantes por la defensa de los principios enunciados antes. La experiencia nos ha demostrado, sin embargo, que esos combates fueron insuficientes y que debían proseguir ante las dificultades y debilidades debidas a los orígenes de nuestra organización y a las condiciones históricas en las que realiza su actividad:
“No hay una causa única, exclusiva, para cada una de las debilidades de la organización. Son el resultado de la combinación de diferentes factores que, aunque puedan estar relacionados entre sí, deben ser claramente identificados:
Las debilidades varias que hemos podido identificar, aunque se determinen mutuamente, se deben, en última instancia, a tres factores y su combinación:
• La subestimación de la elaboración teórica, y especialmente en lo referente a los problemas de organización, cuyo origen está en nuestros propios orígenes: el impacto de la revuelta estudiantil con su componente academicista (de naturaleza pequeñoburguesa) a la que se oponía una tendencia que confundía anti-academicismo y desprecio por la teoría, y eso en un ambiente de ‘contestación de la autoridad’ [de los militantes más antiguos]. “Después, esa subestimación de la teoría se vio alimentada por el ambiente general de destrucción del pensamiento propio en este período de descomposición y de impregnación creciente del “buen sentido común” (…).
• La pérdida de lo adquirido es una consecuencia directa de la subestimación de la elaboración teórica: las adquisiciones de la organización, ya sea sobre cuestiones programáticas, de análisis o de organización, no pueden mantenerse, especialmente frente a la presión constante de la ideología burguesa, si no son afianzadas y nutridas constantemente mediante la reflexión teórica: un pensamiento que no progresa contentándose con repetir fórmulas estereotipadas no solo se estanca, sino que retrocede. (…)
• El inmediatismo forma parte de los “pecados juveniles” de nuestra organización, la cual se formó con unos militantes que se abrieron a la política en un momento de reanudación espectacular de los combates de clase, muchos de los cuales se imaginaban que la revolución estaba a la vuelta de la esquina. Los más inmediatistas de nosotros no resistieron y acabaron desmoralizándose, abandonando el combate, pero esta debilidad también se mantuvo entre quienes se quedaron (…). Es una debilidad que puede ser mortal pues, asociada a la pérdida de lo adquirido, acaba desembocando en el oportunismo, una manera de actuar que retorna con regularidad a socavar las bases de la organización. (…)
• La rutina, por su parte, es una de la expresiones más importantes del peso en nuestras filas de las relaciones alienadas, cosificadas, dominantes en la sociedad capitalista y que tienden a transformar la organización en máquina y a los militantes en robots. (…)
• La mentalidad de circulo es, como lo muestra la historia de la CCI, y también la de todo el movimiento obrero, una de las ponzoñas más peligrosas para la organización que implica no sólo transformar un instrumento del combate proletario en un simple “grupo de amiguetes”, no sólo personalizar los problemas políticos –socavando así la cultura del debate– y destruyendo el trabajo colectivo en la organización, sino su unidad, especialmente mediante la mentalidad de clan. Es también responsable de la búsqueda de chivos expiatorios, socavando así la salud moral de la organización, así como también es uno de los peores enemigos de la cultura de la teoría porque destruye el pensamiento racional y profundo a favor de contorsiones y chismorreos. Es además un posible vector del oportunismo, antesala de la traición” ([6]).
Para luchar contra las debilidades y los peligros que enfrenta la organización, no existen fórmulas mágicas. Hay que hacer esfuerzos en varias direcciones. Uno de los puntos en los que se ha insistido muy especialmente ha sido la necesidad de luchar contra lo podríamos llamar el “rutinismo” (o funcionar por rutina) y el conformismo, subrayándose que la organización no es un cuerpo uniforme y anónimo sino una asociación de militantes diferentes, quienes, todos ellos, deben aportar su contribución específica a la labor común:
“Para la construcción de una verdadera asociación internacional de militantes comunistas en la que cada uno aporte su piedra a la labor colectiva, la organización rechaza la utopía reaccionaria del “militante modelo”, del “militante estándar”, del “supermilitante” invulnerable e infalible. (…) Los militantes no son ni robots ni “superhombres” sino seres humanos con sus personalidades, historias, orígenes socioculturales diferentes. Sólo gracias a una mejor comprensión de nuestra “naturaleza” humana y de la diversidad propia de nuestra especie, podrán construirse y consolidarse la confianza y la solidaridad entre los militantes. (…) En esta construcción, cada camarada tiene la capacidad de contribuir con algo único a la organización. También tiene la responsabilidad individual de hacerlo. Es responsabilidad de cada uno el expresar su posición en los debates, en especial sus desacuerdos y cuestionamientos pues, si no, la organización será incapaz de fomentar la cultura del debate y la elaboración teórica” ([7]).
El Congreso, con razón, insistió muy especialmente en la necesidad de porfiar, con decisión y perseverancia, en el esfuerzo de elaboración teórica.
“El primer reto para la organización es tomar conciencia de los peligros ante los que estamos. No podremos sobrepasarlos con “intervenciones de bombero” (…) debemos encarar todos los problemas con método teórico e histórico, oponiéndonos a todo análisis pragmático, superficial. Esto quiere decir que hay que fomentar una visión a largo plazo, no caer en lo empírico y en el “día a día”. El estudio teórico y el combate político deben volver al centro de la vida de la organización, no sólo en nuestra intervención en lo cotidiano, sino, más importante, continuando con las cuestiones teóricas más profundas, incluido el marxismo, que nos hemos planteado en los últimos diez años en orientaciones que nos hemos dado (…) Eso significa que nos damos el tiempo para profundizar y combatir todo conformismo en nuestras filas. La organización anima el cuestionamiento crítico, la expresión de dudas y los esfuerzos por explorar las cosas a fondo.
No olvidemos que “la teoría no es una pasión del cerebro, sino el cerebro de una pasión” y que cuando “la teoría se apodera de las masas acaba convirtiéndose en una fuerza material” (Marx). La lucha por el comunismo no incluye únicamente una dimensión económica y política, sino también una dimensión teórica (“intelectual” y moral). Fomentar la “cultura de la teoría”, o sea la capacidad de situar permanentemente en un marco histórico y/o teórico todos los aspectos de la actividad de la organización: sólo así podremos desarrollar y profundizar la cultura del debate en nuestro seno y asimilar mejor el método dialéctico del marxismo. Sin desarrollo de esa “cultura de la teoría”, la CCI no será capaz de “mantener el rumbo” a largo plazo, orientándose y adaptándose a situaciones inéditas, evolucionando, enriqueciendo el marxismo que no es un dogma invariante e inmutable sino una teoría viva orientada hacia el porvenir.
Esa “cultura de la teoría” no es un problema de “nivel de estudios” de los militantes. Contribuye en el desarrollo de un pensamiento racional, riguroso y coherente (indispensable para argumentar), en el desarrollo de la conciencia de todos los militantes y en la consolidación en nuestras filas del método marxista.
El trabajo de reflexión teórica no puede ignorar el aporte de las ciencias (especialmente de las ciencias humanas, como la psicología y la antropología), la historia de la especie humana Y del desarrollo de su civilización. Por ello es por lo que la discusión sobre el tema “marxismo y ciencia” fue de la mayor importancia de manera que los avances que aportó deben seguir presentes y reforzarse en la reflexión y la vida de la organización” ([8]).
La preocupación por lo que las ciencias pueden aportarnos no es nueva en la CCI. Ya hemos reseñado en algunos artículos sobre nuestros congresos precedentes la invitación de científicos que contribuyeron en la reflexión del conjunto de la organización sometiéndoles nuestras propias reflexiones en su ámbito de investigación. Esta vez hemos invitado a dos antropólogos británicos, Camilla Power y Chris Knight, que ya vinieron en congresos anteriores y a quienes queremos, en este artículo, mandarles nuestro más caluroso agradecimiento. Estos dos científicos compartieron una presentación sobre el tema de la violencia en la prehistoria, en las sociedades que todavía no conocían la división en clases. El interés de ese tema para los comunistas es, claro está, fundamental. El marxismo dedicó una amplia reflexión sobre el papel de la violencia. Engels dedica una parte importante del Anti-Dühring al papel de la violencia en la historia. Este año en que se va a celebrar el centenario de la Primera Guerra Mundial, un siglo marcado por la peores violencias que haya conocido la humanidad, ahora que la violencia es algo omnipresente en una sociedad en la que se desparrama a diario por las pantallas de televisión, es importante que quienes militan por una sociedad librada de las plagas de la sociedad capitalista, de las guerras y de la opresión se interroguen sobre el lugar de la violencia en las diferentes sociedades. Frente a las tesis de la ideología burguesa de que la violencia de la sociedad actual se debe a la “naturaleza humana”, cuya regla es “cada uno para sí”, en la que predomina la “ley del más fuerte”, es muy importante examinar el lugar de la violencia en unas sociedades que no conocieron la división en clases, como el comunismo primitivo.
No es este el lugar para hacer reseña de las presentaciones muy enjundiosas que Camilla Power y Chris Knight hicieron. Serán publicadas en podcast en nuestra página web. Pero vale ya la pena subrayar que esos dos científicos contradijeron la tesis de Steven Pinker de que gracias a la “civilización” y a la influencia del Estado, la violencia ha retrocedido. Demostraron que en las sociedades de cazadores-recolectores había un nivel de violencia mucho más bajo que en las sociedades que sucedieron a aquéllas.
La discusión que siguió a la presentación de Camilla Power y Chris Knight fue, como en otros congresos, de lo más animado. Ilustró perfectamente y una vez más lo enriquecedor que es para el pensamiento revolucionario el aporte de las ciencias, una idea que defendieron Marx y Engels hace más de siglo y medio.
El vigésimo congreso de la CCI, al poner de relieve los obstáculos que afronta la clase obrera en el combate por su emancipación, y también los obstáculos de la organización de revolucionarios en el cumplimiento de su responsabilidad especifica en dicho combate, ha podido comprobar lo dificultoso y largo que es el camino que ante nosotros tenemos. Pero no es eso, ni mucho menos, lo que va a desanimarnos. Como se dice en la resolución adoptada por el congreso:
“La tarea que nos espera es larga y difícil. Necesitamos paciencia, de la que Lenin decía que era una de las cualidades principales del bolchevique. Debemos resistir ante las dificultades. Son inevitables, debemos verlas no como una maldición sino, al contrario, como un ánimo para proseguir e intensificar el combate. Los revolucionarios, es una de sus características fundamentales, no son gente que busca lo cómodo o lo fácil. Son combatientes cuyo objetivo es contribuir de manera decisiva en la tarea más inmensa y más difícil que deberá realizar la especie humana, pero también la más apasionante pues consiste en liberar a la humanidad de la explotación y la alienación, e iniciar así su ‘verdadera historia’” ([9]).
CCI
[1]) “Resolución sobre la situación internacional”, punto 10.
[2]) Idem. punto 11.
[3]) Cf. Revista internacional no 60 (1er trimestre 1990): “Derrumbe del Bloque del Este: Dificultades en aumento para el proletariado”,
https://es.internationalism.org/node/3450 [7] y Revista internacional no 64 (1er trimestre 1991) “Texto de orientación: Militarismo y descomposición” (sólo, por ahora, en versión papel).
[4]) “Debate interno en la CCI – Las causas del período de prosperidad consecutivo a la Segunda Guerra Mundial”, en las Revista internacional nos 133, 135, 136, 138 (2008-2009), /revista-internacional/200806/2280/debate-interno-en-la-cci-las-causas-del-periodo-de-prosperidad-con [8] y siguientes.
[5]) Ver al respecto: "El proletariado de Europa Occidental en una posición central de la generalización de la lucha de clases [9]" en Revista internacional no 31 (1982).
[6]) “Resolución de actividades” adoptada por el congreso, punto 4.
[7]) Ídem, punto 9.
[8]) Ídem, punto 8
[9]) Ídem, punto 16.
1) Hace ya un siglo que el modo de producción capitalista entró en un periodo de declive histórico, en su época de decadencia [1]. Fue el estallido de la Primera Guerra mundial lo que marcó el paso de la “Belle Epoque”, el punto más alto de la sociedad burguesa, a la “época de las guerras y las revoluciones” descrita por la Internacional Comunista en su primer congreso de 1919. Desde entonces el capitalismo ha continuado hundiéndose en la barbarie, notablemente en la forma de una Segunda Guerra mundial que segó 50 millones de vidas. Y si el periodo de “prosperidad” que siguió a esta carnicería pudo sembrar la ilusión de que el sistema había finalmente superado sus contradicciones, la crisis económica abierta que aparece a finales de las años 1960[2] confirmó el veredicto que los revolucionarios ya habían dictado 50 años antes: el modo de producción capitalista no puede escapar al destino de otros modos de producción precedentes. Él también, habiendo constituido un paso de progreso en la historia humana, se había convertido en un obstáculo para el desarrollo de las fuerzas productivas y el avance de la humanidad. La hora para su derrocamiento y sustitución por otra sociedad había llegado.
2) A la vez que mostraba el callejón sin salida histórico al que el sistema capitalista se enfrentaba, esta crisis abierta, como la de los años 1930, colocaba de nuevo a la sociedad frente a la alternativa entre la guerra imperialista generalizada y el desarrollo de luchas proletarias decisivas con la perspectiva del derrocamiento revolucionario del capitalismo. Enfrentado a la crisis de los años 30, el proletariado mundial, que había sido aplastado ideológicamente por la burguesía tras la derrota de la oleada revolucionaria de 1917-1923, no fue capaz de construir su propia respuesta, dejando a la burguesía imponer la suya: una nueva guerra mundial. En cambio, con los primeros golpes de la crisis abierta a finales de los años 1960, el proletariado se lanzó a luchas masivas: Mayo del 68 en Francia, el “Otoño Caliente” en Italia en el 69, las gigantescas huelgas de los obreros en Polonia en 1970, y muchos otros combates menos espectaculares pero no menos importantes en tanto que signos de que se producía un cambio fundamental en la sociedad [3]. La contrarrevolución había acabado. Ante esta nueva situación la burguesía no tenía las manos libres para dirigirse hacia una nueva guerra mundial. En lo sucesivo seguirían más de cuatro décadas marcadas por una economía mundial hundiéndose cada vez más y por los ataques cada vez más violentos contra las condiciones de vida de los explotados. Durante esas décadas la clase obrera ha librado muchas luchas de resistencia. Sin embargo, aunque no ha sufrido una derrota decisiva que pudiera darle la vuelta al curso histórico, no le ha sido posible desarrollar luchas y conciencia hasta el punto de ofrecer a la sociedad el esbozo de una perspectiva revolucionaria.
“En una situación así, en la que las dos clases fundamentales –y antagónicas– de la sociedad se enfrentan sin lograr imponer su propia respuesta decisiva, la historia sigue, sin embargo, su curso. En el capitalismo, todavía menos que en los demás modos de producción que lo precedieron, la vida social no puede «estancarse» ni quedar “congelada”. Mientras las contradicciones del capitalismo en crisis no cesan de agravarse, la incapacidad de la burguesía para ofrecer a la sociedad entera la menor perspectiva y la incapacidad del proletariado para afirmar, en lo inmediato y abiertamente la suya propia, todo ello no puede sino desembocar en un fenómeno de descomposición generalizada, de putrefacción de la sociedad desde sus raíces” [4].
De este modo, una nueva fase en la decadencia capitalista se abría hace un cuarto de siglo: la fase en la que los fenómenos de la descomposición se han vuelto un elemento decisivo en la vida de toda la sociedad.
3) El aspecto en donde la descomposición de la sociedad capitalista se muestra de la forma más espectacular es en los conflictos militares y en las relaciones internacionales en general. Lo que llevó a la CCI a elaborar sus análisis sobre la descomposición en la segunda mitad de los años 1980 fue la serie de atentados mortales que golpearon a grandes ciudades europeas, especialmente París; ataques que no fueron perpetrados por grupos aislados sino por Estados establecidos. Este fue el comienzo de una forma de confrontaciones imperialistas, posteriormente descritas como “guerra asimétrica”, que marcaron un cambio profundo en las relaciones entre Estados, y de una forma más general, en toda la sociedad. La primera manifestación histórica de esta nueva y última fase de la decadencia del capitalismo fue el colapso de los regímenes estalinistas en Europa y de todo el Bloque del Este en 1989. Inmediatamente la CCI señaló la importancia de este evento en relación a los conflictos imperialistas:
“La desaparición del gendarme imperialista ruso, y también para el gendarme americano […], abre la puerta a un mayor número de rivalidades locales. Por el momento, estas rivalidades y confrontaciones no pueden derivar en una guerra mundial... Sin embargo, con la desaparición de la disciplina impuesta por los dos bloques, estos conflictos son plausibles de volverse cada vez más frecuentes y violentos, sobre todo en aquellas zonas donde el proletariado es más débil”[5].
Desde entonces la situación internacional no ha hecho más que confirmar este análisis:
4) De hecho, estos diferentes conflictos muestran claramente cómo la guerra ha adquirido un carácter totalmente irracional en la decadencia capitalista. Las guerras del siglo XIX, por muy sangrientas que pudieran ser, poseían una racionalidad desde el punto de vista del desarrollo del capitalismo. Las guerras coloniales permitieron a los Estados europeos establecer imperios de los que extraer materias primas, o como mercado para sus mercancías. La guerra civil estadounidense, ganada por el Norte, abrió la puerta al completo desarrollo industrial de la que posteriormente sería la primera potencia mundial. La guerra franco-prusiana de 1870 fue un elemento decisivo en la unidad alemana, y por ende, en la creación del marco político para el futuro centro neurálgico de Europa. Por contra, la Primera Guerra mundial desangró a las naciones europeas, tanto a los “vencedores” como a los “vencidos”, sobre todo a aquellos que se habían mostrado más “agresivos” (Austria, Rusia y Alemania). En la IIª Guerra mundial se confirmó y profundizó el declive del continente europeo, donde esta había empezado, con mención especial para Alemania, que en 1945 era una montaña de escombros, al igual que otra potencia “agresora”, Japón. De hecho, el único país que se benefició de esta guerra fue el que entró más tarde, y que por su posición geográfica no vio afectado su propio territorio: los EEUU. Sin embargo, la guerra más importante llevada a cabo por los USA tras la IIª Guerra mundial, la de Vietnam, mostró claramente su carácter irracional, ya que no le aportó nada a la potencia americana pese al considerable coste económico, y sobre todo, humano y político que le supuso.
5) Dicho esto, el carácter irracional de la guerra ha alcanzado un nivel superior en el periodo de la descomposición. Esto ha sido claramente ilustrado por las aventuras americanas en Irak y Afganistán. Estas guerras han tenido también un considerable coste, notablemente a nivel económico, siendo los beneficios muy limitados, si no negativos. En estos conflictos, la potencia americana ha sido capaz de desplegar su inmensa superioridad militar sin ser suficiente para obtener los objetivos que buscaba: estabilizar Irak y Afganistán, y forzar a sus antiguos aliados occidentales a cerrar filas en torno suyo. Actualmente, la retirada escalonada de las tropas de EEUU y la OTAN de Irak y Afganistán deja a estos países en un estado de inestabilidad sin precedentes, amenazando con agravar la de toda la región. Por su parte, el resto de participantes en estas aventuras, o han abandonado ya el barco, o lo irán haciendo de forma dispersa.
6) Durante este último periodo la naturaleza caótica de las tensiones y conflictos imperialistas se ha mostrado de nuevo con la situación en Siria y en Extremo Oriente. En ambos casos somos testigos de conflictos que implican la amenaza de una mucha mayor extensión y desestabilización. En Asia Oriental aumentan las tensiones entre Estados. Así, en los meses recientes ha habido tensiones que han afectado a toda una serie de países, desde Filipinas hasta Japón. China y Japón se disputan desde hace algún tiempo las islas Senkaku/Diyao; Japón y Corea del Sur la de Takeshima/Dokdo, mientras existen otras tensiones que afectan a Taiwán, Vietnam y Birmania. Pero el conflicto más relevante es obviamente el que enfrenta a Corea del Norte contra Corea del Sur, Japón y los EEUU. Atrapada por una dramática crisis económica, Corea del Norte trata de jugar la baza militar, con el propósito de poner presión sobre el resto de países, especialmente EEUU, con el fin de obtener algunas concesiones económicas. Pero esta política aventurera contiene dos elementos muy peligrosos. Por un lado, el hecho de que involucra, aunque sea de una manera indirecta, al gigante chino, que se mantiene como uno de los pocos aliados de Corea del Norte, y que está defendiendo cada vez más sus intereses imperialistas allá donde puede, no sólo en Asia por supuesto, sino también en Oriente Medio, por medio de su alianza con Irán (que es su principal proveedor de hidrocarburos), y también en África, donde su creciente presencia a nivel económico tiene el propósito de preparar el terreno para una futura presencia militar cuando disponga de los medios para ello. Por otro lado, la política aventurera del Estado norcoreano, cuyo brutal régimen policiaco evidencia su fragilidad, tiene el riesgo de írsele de las manos en un proceso incontrolado que crearía nuevos focos de enfrentamiento militar cuyas consecuencias serían difíciles de predecir, pero que sin duda significarían otro trágico episodio a añadir a la larga lista de la barbarie militar actual.
7) La guerra civil siria que comenzó tras la “primavera árabe” y debilitó al régimen de al-Asad ha abierto la caja de Pandora de las contradicciones y conflictos que el régimen había podido, con puño de hierro, mantener bajo control durante décadas. Los países occidentales se han posicionado a favor de la marcha de al-Asad, pero han sido incapaces de constituir una alternativa dado que la oposición se encuentra totalmente dividida y que su sector preponderante está formado por islamistas. Al mismos tiempo, Rusia ha brindado abundante apoyo militar a al-Asad, garantizando a su vez la posibilidad de mantener su flota de guerra en el puerto de Tartus. Y este no es el único Estado que apoya al régimen: están también Irán y China. Siria se ha convertido pues en el escenario de un conflicto sangriento que involucra a múltiples rivalidades imperialistas entre potencias de primer y segundo orden; rivalidades que llevan castigando a las poblaciones de Oriente Medio durante décadas. El hecho de que la “primavera árabe” en Siria haya resultado, no en alguna victoria para las masas explotadas y oprimidas, sino en una guerra que ya ha dejado más de 100.000 muertos, es una siniestra ilustración de la debilidades de la clase trabajadora en este país, la única fuerza capaz de construir una barrera a la barbarie militar. Lo que también es válido, aunque en una forma no tan trágica, en otros países árabes donde la caída de viejos dictadores ha tenido como resultado la llegada al poder de los sectores más retrógrados de la burguesía representados por los islamistas en Egipto o Turquía, o por el hundimiento en el caos más absoluto como en Libia.
De este modo, Siria ofrece hoy día un nuevo ejemplo de la barbarie que el capitalismo en descomposición desata sobre el planeta, una barbarie que no sólo toma la forma de sangrientas confrontaciones militares, sino que también golpea a zonas que no están en guerra pero en las que la sociedad se hunde en un caos creciente, como por ejemplo en Latinoamérica, donde los gángsteres de la droga, con la complicidad de sectores del Estado, imponen un reino de terror en numerosas áreas.
8) Pero es en relación a la destrucción medioambiental donde las consecuencias a corto plazo del colapso de la sociedad capitalista adquieren una forma totalmente apocalíptica. Aunque el desarrollo del capitalismo desde sus inicios se caracterizó por una rapacidad extrema en la búsqueda de beneficios y acumulación, en el nombre de la “conquista de la naturaleza”, los últimos 30 años esta tendencia ha alcanzado niveles de devastación sin precedentes, ya fuera en sociedades anteriores al capitalismo o en la época de su nacimiento “en la sangre y el lodo”. La preocupación del proletariado revolucionario frente a la naturaleza destructiva del capitalismo es tan antigua como la amenaza en sí. Marx y Engels ya denunciaron el impacto negativo –tanto en la naturaleza como en los seres humanos– de la aglomeración y hacinamiento de seres humanos en las primeras concentraciones industriales británicas a mediados del siglo XIX. En el mismo sentido, los revolucionarios de distintas épocas han comprendido y denunciado la naturaleza infame del desarrollo capitalista, mostrando el peligro que este representa, no sólo para la clase proletaria, sino para el conjunto de la humanidad y también para la misma supervivencia sobre el planeta.
La tendencia actual hacia la degradación definitiva e irreversible del medio ambiente es realmente alarmante, como lo muestran los constantes efectos del calentamiento global, el saqueo del planeta, la deforestación, la erosión del suelo, la extinción de especies, la contaminación del agua y el aire, o las catástrofes nucleares. Estas últimas son un vivo ejemplo del devastador peligro potencial que el capitalismo ha puesto al servicio de su lógica irracional, levantando una espada de Damocles sobre toda la humanidad. Y aunque la burguesía trate de atribuir la destrucción medioambiental a la maldad de individuos “carentes de conciencia ecológica” –creando una atmósfera de culpa y angustia–, en vanos e hipócritas intentos por resolver el problema, lo cierto es que no se trata de una cuestión de individuos, ni siquiera de empresas o naciones, sino de la misma lógica de destrucción inscrita en un sistema que, en el nombre de la acumulación, no posee ningún escrúpulo en dañar para siempre todas las premisas materiales para el intercambio metabólico entre la vida y la Tierra, siempre y cuando pueda obtener beneficios inmediatos de ello.
Este es el resultado inevitable de la contradicción entre las fuerzas productivas –humanas y naturales– que el capitalismo ha desarrollado, exprimiéndolas hasta el punto de su aniquilación, y las relaciones antagónicas basadas en la división en clases y en la competencia capitalista.
Este dramático escenario debe servir de estímulo al proletariado en su lucha revolucionaria, porque únicamente la destrucción del capitalismo puede hacer posible que florezca la vida de nuevo.
La crisis económica
9) En esencia, la incapacidad de la clase dominante ante la destrucción medioambiental, incluso cuando la burguesía misma es cada vez más consciente de la amenaza que esta plantea al conjunto de la humanidad, hunde sus raíces en la imposibilidad de superar las contradicciones económicas que perturban al modo de producción capitalista. Es la agravación irreversible de la crisis económica la causa fundamental de la barbarie que se extiende por toda la sociedad. No hay salida posible para el modo de producción capitalista. Sus propias leyes lo llevan al actual callejón sin salida, del que no puede salir sin abolir sus propias leyes, sin abolirse a sí mismo. En concreto, el motor del desarrollo del capitalismo desde sus comienzos ha sido la conquista de nuevos mercados fuera de su propia esfera. Las crisis comerciales que atravesó desde los primeros años del siglo XIX, y que de hecho expresaban que las mercancías producidas por un capitalismo en pleno desarrollo no podían encontrar compradores suficientes que absorbieran sus productos, fueron superadas por la destrucción del capital excedente pero también, y sobre todo, por la conquista de nuevos mercados, principalmente en zonas que no se habían desarrollado plenamente desde un punto de vista capitalista. Es por esto que el siglo XIX fue el de las conquistas coloniales: para cada potencia capitalista desarrollada era esencial el constituir zonas donde pudieran obtener materias primas baratas, pero sobre todo, que pudieran servir de salidas para sus mercancías. La Primera Guerra mundial fue en esencia el resultado de que la división del mundo entre las potencias capitalistas significaba que cualquier conquista de nuevas zonas por tal o cual potencia implicaba necesariamente su confrontación con otras. Esto no significaba que no existieran ya mercados extra-capitalistas capaces de absorber el exceso de mercancías producidas por el capitalismo. Como Rosa Luxemburg escribió en vísperas de la Primera Guerra mundial: “Cuanto más violentamente lleve a cabo el militarismo, tanto en el exterior como en el interior, el exterminio de capas no capitalistas, y cuanto más empeore las condiciones de vida de las capas trabajadoras, la historia diaria de la acumulación del capital en el escenario del mundo se irá transformando más y más en una cadena continuada de catástrofes y convulsiones políticas y sociales que, junto con las catástrofes económicas periódicas en forma de crisis, harán necesaria la rebelión de la clase obrera internacional contra la dominación capitalista, incluso antes de que haya tropezado económicamente con la barrera natural que se ha puesto ella misma” ([6]).
La Primera Guerra mundial fue precisamente la expresión más terrible de la época de “las catástrofes y las convulsiones” en la que el capitalismo estaba adentrándose, “incluso antes de que se llegue plenamente a este natural atolladero económico creado por el propio capital”. Y diez años después de la carnicería capitalista, la gran crisis de los años 30 fue la segunda expresión; una crisis que conduciría a la segunda masacre imperialista generalizada. Pero el periodo de “prosperidad” que el mundo vivió en la segunda posguerra, pilotada por mecanismos establecidos por el bloque occidental incluso antes del final de la guerra (de forma especial los acuerdos de Bretton Woods en 1944), basados en la intervención sistemática del Estado en la economía, eran la prueba de que este “natural atolladero económico” no había sido superado por el capital. La crisis abierta a finales de los años 60 mostró que el sistema estaba acercándose a sus límites, especialmente con el fin del proceso de descolonización que, paradójicamente, había hecho posible el abrir nuevos mercados. Desde entonces, la creciente estrechez de los mercados extra-capitalistas forzó al capitalismo, cada vez más amenazado por la sobreproducción generalizada, a hacer uso del crédito de forma creciente. Una auténtica huida hacia adelante ya que cuantas más deudas se acumulaban menor era la posibilidad de que fueran reembolsadas.
10) La creciente influencia del sector financiero de la economía en detrimento de la esfera propiamente productiva, y que hoy es señalada por políticos y periodistas de toda condición como responsable de la crisis, no es de ninguna manera el resultado del triunfo de un tipo de pensamiento económico sobre otro (“monetaristas” contra “keynesianos”, o “neoliberales” contra “intervencionistas”). Este hecho se deriva fundamentalmente de que la huida hacia adelante del crédito ha otorgado un creciente peso a aquellos organismos cuya función es distribuirlo: los bancos. En este sentido, la “crisis financiera” no es el origen de la crisis económica y la recesión. Al contrario, es la sobreproducción la causa de la “financialización”, ya que es cada vez más arriesgado el invertir en la producción dado que el mercado mundial se encuentra cada vez más saturado, lo que dirige el flujo financiero de forma creciente hacia la especulación. Es por eso que todas las “teorías económicas de izquierda”, que llaman a “controlar las finanzas internacionales” para salir de la crisis, no son más que sueños vacíos ya que “olvidan” las causas reales de la hipertrofia de la esfera financiera.
11) La crisis de las subprime en 2007, el gran pánico financiero de 2008 y la recesión de 2009 marcaron un nuevo y muy importante paso en el descenso del capitalismo hacia una crisis irreversible. Durante décadas, el capitalismo había usado y abusado del crédito para contrarrestar su creciente tendencia hacia la sobreproducción, expresada de forma particular por la sucesión de recesiones cada vez más profundas y devastadoras, seguidas por “recuperaciones” cada vez más tímidas. El resultado de esto ha sido, dejando a un lado variaciones de tasas de crecimiento de un año a otro, que el crecimiento medio en la economía mundial ha continuado cayendo década tras década a la vez que el desempleo aumentaba. La recesión de 2009 ha sido la más importante que el capitalismo haya vivido desde la Gran Depresión de los años 1930, llevando las tasas de desempleo en muchos países a niveles no vistos desde la Segunda Guerra mundial. Únicamente la intervención masiva del FMI, decidida en la cumbre del G-20 de marzo 2009, pudo salvar a los bancos de la bancarrota generalizada resultante de la acumulación de “deuda tóxica”, es decir, de créditos que nunca serían devueltos. Con este hecho, la “crisis de la deuda”, como los comentaristas burgueses la describen, alcanzaba un nivel superior: ya no serían únicamente individuos particulares (como pasó en los EEUU con la crisis inmobiliaria), empresas o bancos los incapaces de rembolsar sus deudas, o incluso pagar los intereses de estas. Se trata desde entonces de Estados enteros los que se verán enfrentados de forma creciente al terrible peso de la deuda –la “deuda soberana”–, lo que debilitará su capacidad para intervenir en sus respectivas economías nacionales a través del déficit presupuestario.
12) En este contexto presenciamos en el verano de 2011 lo que posteriormente se conocería como la “crisis del Euro”. Como en Japón o en EEUU, la deuda de los Estados europeos ha crecido de manera espectacular, especialmente en aquellos países de la Eurozona cuyas economías son más frágiles o más dependientes de paliativos ficticios puestos en marcha durante el periodo previo: los PIIGS (Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España). En los países que tienen su propia moneda, como USA, Japón o Reino Unido, la deuda estatal puede ser parcialmente compensada emitiendo moneda. Así, la Reserva Federal americana ha comprado grandes cantidades de Bonos del Tesoro, o lo que es lo mismo, asume deudas del Estado, para transformarla en billetes impresos. Pero esta posibilidad no existe a nivel individual en países que han abandonado su moneda nacional en favor del Euro. Sin la posibilidad de “monetarizar” su deuda, estos países de la Eurozona no tienen otro recurso que pedir prestadas cada vez mayores cantidades para tapar el agujero de sus cuentas públicas. Y si los países del norte de Europa aún son capaces de conseguir fondos de bancos privados a tipos de interés razonables, esto es algo imposible para los PIIGS, cuyos préstamos sufren de intereses enormes, dada su evidente insolvencia, que los obliga a pedir toda una serie de “planes de salvamento” llevados al cabo por el BCE y el FMI, acompañados por la exigencia de reducciones drásticas de sus respectivos déficit públicos. Las consecuencias de estas reducciones son ataques dramáticos a las condiciones de vida de la clase trabajadora; pero ni siquiera estas hacen posible el limitar sus déficit públicos, ya que la recesión que estas provocan disminuye la recaudación de impuestos. Por tanto estos “remedios” utilizados para “curar al enfermo” amenazan cada vez más con matar al paciente. Esta es también una de las razones de porqué la Comisión Europea decidió recientemente el suavizar las exigencias de reducción de déficit en ciertos países como España y Francia. Vemos de nuevo el callejón sin salida al que se enfrenta el capitalismo: la deuda ha sido usada como una forma de compensar la insuficiencia de mercados solventes, pero no puede crecer de forma indefinida, como hemos visto con la crisis financiera comenzada en 2007. No obstante, todas las medidas que puedan tomarse para limitar la deuda se ven confrontadas con la crisis de sobreproducción capitalista, en un contexto internacional en constante deterioro y que limita cada vez más el margen de maniobra.
13) El caso de los países “emergentes”, notablemente de los BRIC's (Brasil, Rusia, India y China), cuyas tasas de crecimiento se mantienen muy por encima de las de EEUU, Japón o Europa occidental, no contradice la naturaleza irresoluble de las contradicciones del sistema capitalista. En realidad, el “éxito” de estos países (las diferencias entre los cuales deben ser subrayadas, ya que por ejemplo Rusia debe su crecimiento principalmente a la preponderancia de la exportación de materias primas, hidrocarburos especialmente) ha sido en parte consecuencia de la crisis general de sobreproducción de la economía capitalista, que, exacerbando la competencia entre empresas y obligándolas a reducir drásticamente los costes laborales, ha llevado a la “recolocación” de partes importantes del aparato productivo de los antiguos países industriales (sector del automóvil, textil, electrónica, etc.) a regiones donde los salarios son mucho menores. Sin embargo, la estrecha dependencia de estos países emergentes de las exportaciones a los países más desarrollados, les llevará tarde o temprano hacia convulsiones económicas cuando las ventas a estos últimos se vean afectadas por el agravamiento económico, lo que sin duda tendrá lugar.
14) Así, como ya dijimos hace cuatro años, “aún cuando el sistema capitalista no va a caer como un castillo de naipes, la perspectiva es de un hundimiento cada vez mayor en un atolladero histórico, sumiendo a la sociedad de forma creciente en las convulsiones que le golpean hoy. Durante más de cuatro décadas la burguesía no ha sido capaz de impedir la agravación continua de la crisis. Hoy en día esta hace frente a una situación mucho más grave que la de los años 60. Pese a toda la experiencia que ha acumulado durante estas décadas, la situación no puede más que empeorar” [7]. Esto no significa que volvamos a una situación similar a la de 1929 y los años 30. Hace 70 años la burguesía internacional se encontró completamente desprotegida frente al colapso de su economía y las políticas que aplicó, con cada país encerrándose en sí mismo, sólo consiguieron exacerbar las consecuencias de la crisis. La evolución de la situación económica las últimas cuatro décadas ha mostrado que, incluso si es claramente incapaz de evitar que el capitalismo se hunda cada vez más en su crisis, la clase dominante tiene la habilidad de ralentizar ese descenso y evitar una situación de pánico generalizado como el “Martes negro” del 24 de octubre de 1929. Existe otra razón por la que no se va a reeditar una situación similar a la de los años 30. En esa ocasión la onda expansiva de la crisis empezó desde la principal potencia, los EEUU, y de ahí se extendió a la segunda potencia, Alemania. Fue en estos dos países donde se vivieron las consecuencias más dramáticas de la crisis, como un desempleo masivo que alcanzó un 30 % de la población activa, o las interminables colas frente a las oficinas de empleo o los comedores sociales, mientras que países como Reino Unido o Francia se vieron relativamente poco afectados. Hoy en día se desarrolla una situación comparable en países del sur de Europa (especialmente en Grecia), sin alcanzarse aún el mismo nivel de miseria obrera de los EEUU y Alemania en los años 30. A su vez, los países más desarrollados del norte de Europa, EEUU y Japón se encuentran aún lejos de una situación de ese tipo. Por un lado porque sus economías nacionales son más capaces de resistir a la crisis, pero también, y sobre todo, porque hoy el proletariado de estos países, y especialmente en Europa, no se encuentra dispuesto a aceptar tales niveles de ataques a sus condiciones de existencia. Por tanto, uno de los elementos clave en la evolución de la crisis escapa al estricto determinismo económico para trasladarse al ámbito social, al balance de fuerzas entre las dos clases principales de la sociedad: la burguesía y el proletariado.
Situación y perspectivas de la lucha de clases
15) Aunque a la clase dominante le gustaría presentar sus podridas llagas como si fueran bonitos lunares, la humanidad comienza a despertarse de un sueño que se ha vuelto pesadilla, y a comprender la total bancarrota histórica de esta sociedad. Pero aunque el sentimiento de la necesidad de un orden distinto está ganando terreno frente a la brutal realidad de un mundo en descomposición, esta vaga conciencia no significa aún que el proletariado se haya convencido de la necesidad de abolir este sistema, y menos aún de que haya desarrollado la perspectiva de construir uno nuevo. Por tanto, la agravación sin precedentes de la crisis capitalista en el contexto de la descomposición es el marco en el que se desarrolla hoy día la lucha de clases, aunque sea de una manera incierta en la medida que esta lucha no tiene lugar en la forma de confrontaciones abiertas entre las dos clases. Aquí debemos subrayar el marco sin precedentes de las presentes luchas, ya que tienen lugar en el contexto de una crisis que dura ya cerca de 40 años y cuyos efectos graduales –aparte de convulsiones particulares– han “habituado” al proletariado a ser testigo del lento deterioro de sus condiciones de vida, lo que hace más difícil la comprensión de la gravedad de los ataques y la implementación de una respuesta acorde a esta. Es más, se trata de una crisis cuyo ritmo hace difícil el comprender qué se encuentra detrás de los ataques, que aparecen como sucesos “naturales” por su aplicación lenta y escalonada. Esta situación es muy diferente a las convulsiones inmediatas y evidentes de todo el conjunto social que tienen lugar en un contexto de guerra. De este modo, hay diferencias entre el desarrollo de la lucha de clase –a nivel de las posibles respuestas, del ritmo, amplitud, profundidad, extensión y contenido– en el marco de una guerra, que convierte la lucha en algo dramáticamente urgente, como fue el caso durante la Primera Guerra mundial a comienzos del siglo XX –aún cuando no existiera una respuesta inmediata a la guerra–, y la lucha frente a una crisis que evoluciona a un ritmo lento.
El punto de partida de las luchas actuales es precisamente la ausencia de la identidad de clase de un proletariado que, desde que el capitalismo entró en su fase de descomposición, ha tenido serias dificultades no sólo para desarrollar su perspectiva histórica sino incluso para reconocerse a sí mismo como una clase social. La llamada “muerte del comunismo”, causada supuestamente por la caída del Bloque del este en 1989, desató una campaña ideológica cuyo propósito fue la negación de la misma existencia del proletariado, y significó un golpe muy duro a la conciencia y militancia proletaria. Los efectos de esta campaña han pesado en el curso de las luchas desde entonces. Pese a esto, como hemos visto desde 2003, la tendencia hacia confrontaciones de clase ha sido confirmada por el desarrollo de varios movimientos en los que la clase trabajadora “ha demostrado su existencia” a una burguesía que quería enterrarla antes de tiempo. Así, la clase obrera en todo el mundo no ha cesado de lanzar luchas, aún cuando estas no han alcanzado la esperada amplitud o radicalidad que la presente situación exige. Sin embargo, reflexionar sobre la lucha de clase en términos de lo que “debería ser”, como si la situación actual hubiera simplemente caído del cielo, es algo que los revolucionarios no se pueden permitir. Comprender las dificultades y potencialidades de la lucha de la clase ha sido siempre una tarea que exige un enfoque paciente, histórico y materialista, con el fin de encontrar sentido al aparente caos; para entender qué es nuevo y difícil y qué es prometedor.
16) Es en este contexto de crisis, de descomposición y de frágil estado subjetivo del proletariado cómo podemos llegar a entender las debilidades, insuficiencias y errores, así como la fuerza potencial de las luchas, reafirmándonos en nuestra convicción de que la perspectiva comunista no aparece de forma automática o mecánica bajo determinadas circunstancias. De este modo, durante los dos últimos años hemos sido testigos del desarrollo de movimientos que hemos descrito con la metáfora de los cinco ríos:
Estos cinco ríos pertenecen a la clase trabajadora pese a sus diferencias; cada uno a su manera expresa un esfuerzo del proletariado por reencontrarse, a pesar de las dificultades y obstáculos que la burguesía pone en su camino. Cada uno contiene una dinámica de búsqueda, de clarificación, de preparación del terreno social. A diferentes niveles, son parte de una búsqueda “de la palabra que nos llevará al socialismo” (como lo expresó Rosa Luxemburg refiriéndose a los consejos obreros) a través de las asambleas generales. Las expresiones más avanzadas de esta tendencia fueron los movimientos de los Indignados y Occupy –especialmente en España–, porque fueron los que más claramente mostraron las tensiones, contradicciones y potencial de la lucha de clase hoy. Pese a la presencia de capas provenientes de la pequeña burguesía empobrecida, la impronta proletaria de estos movimientos se manifiesta en la búsqueda de solidaridad, en las asambleas, en los intentos por desarrollar una cultura de debate, en la capacidad de evitar las trampas de la represión, en las semillas de internacionalismo, y en la aguda sensibilidad hacia aspectos subjetivos y culturales. Y es a través de estos elementos que preparan el terreno subjetivo cómo estos movimientos mostrarán toda su importancia en los combates del futuro.
17) La burguesía por su parte ha mostrado signos de ansiedad ante esta resurrección internacional de su enterrador, que ha reaccionado contra los horrores que le impone diariamente el sistema. El capitalismo ha ampliado su ofensiva fortaleciendo la barrera sindical, sembrando ilusiones democráticas y avivando el nacionalismo. No es por casualidad que su contraofensiva se haya centrado en estas cuestiones: la agravación de la crisis y sus efectos en las condiciones de vida del proletariado ha provocado una resistencia que los sindicatos tratan de controlar a través de acciones que fragmentan la unida de las luchas y ahondan en la pérdida de confianza del proletariado en sus propias fuerzas.
Debido a que el desarrollo de la lucha de clase está teniendo lugar hoy día en el marco de una crisis abierta del capitalismo que dura ya casi 40 años –que es en cierta medida una situación sin precedentes en el movimiento obrero–, la burguesía trata de evitar que el proletariado tome conciencia del carácter mundial e histórico de la crisis. Así, la idea de soluciones nacionales y el uso de un discurso nacionalista impiden una comprensión del carácter real de la crisis, que es indispensable para que la lucha del proletariado tome una dirección radical. En la medida que el proletariado no se reconoce a sí mismo como clase, su resistencia tiende a surgir como una expresión general de indignación contra lo que acontece en la sociedad. Esta ausencia de identidad de clase, y por ende de perspectiva de clase, hace posible que la burguesía desarrolle mistificaciones sobre ciudadanía y luchas por una “democracia real”. Y hay otras razones para esta pérdida de identidad de clase, que encuentran sus raíces en la propia estructura de la sociedad capitalista y la forma en que se presenta la presente agravación de la crisis. La descomposición, que supone un brutal empeoramiento de las mínimas condiciones de supervivencia humana, se ve acompañada por una devastación insidiosa del terreno personal, mental y social. Esto se traslada a una “crisis de confianza” en la humanidad. Además, la agravación de la crisis y la extensión del desempleo y la precariedad laboral han debilitado la socialización de la juventud, y facilitado las tendencias a escapar a un mundo de abstracción y atomización.
18) Así, los movimientos de estos últimos dos años, y especialmente los “movimientos sociales”, están marcados por muchas contradicciones. En particular la escasez de reivindicaciones específicas no se corresponde con la trayectoria “clásica” de lo particular a lo general que podría esperarse de la lucha de clase. Pero debemos también tener en cuenta los aspectos positivos de este punto de vista general, que se deriva del hecho de que los efectos de la descomposición se sienten a nivel generalizado, y por la naturaleza universal de los ataques económicos lanzados por la clase dominante. Hoy el camino trazado por el proletariado tiene su punto de partida en lo “general”, que tiende a plantear la cuestión de la politización de una manera mucho más directa. Confrontados con la evidente bancarrota del sistema y los efectos de la descomposición las masas explotadas se rebelan, no pudiendo avanzar hasta que comprendan que esos problemas son productos de la decadencia del sistema, y de ahí la necesidad de superarlo. Es en ese punto que los métodos de la lucha proletaria que hemos visto (asambleas generales, debates abiertos y fraternales, solidaridad, desarrollo creciente de una perspectiva política) cobran gran importancia, ya que son estos los métodos que hacen posible el llevar a cabo una reflexión crítica y llegar a la conclusión de que el proletariado puede no sólo destruir el capitalismo sino crear un mundo nuevo. Un momento decisivo en ese proceso será la entrada de la lucha en los centros de trabajo y su conjunción con las movilizaciones más generales, una perspectiva que está empezando a desarrollarse pese a las dificultades que vamos a encontrar en los años venideros. Este es el contenido de la perspectiva de convergencia de los “cinco ríos” mencionados arriba en el “océano de fenómenos” que Rosa Luxemburg llamó huelga de masas.
19) Para entender esta perspectiva de convergencia la relación entre identidad de clase y conciencia de clase es de capital importancia, lo que plantea una cuestión: ¿puede la conciencia desarrollarse sin identidad de clase?, o lo que es lo mismo: ¿emergerá esta última del desarrollo de la conciencia? El desarrollo de la conciencia y de una perspectiva histórica se asocian correctamente con el redescubrimiento de la identidad de clase, pero no podemos situar este proceso dentro de una secuencia rígida: primero se forja la identidad, entonces la lucha, después la conciencia y la perspectiva, o algún otro de estos elementos. La clase obrera no aparece hoy día como un creciente polo de oposición, por lo que es más probable el desarrollo de una posición crítica por un proletariado que aún no se reconoce a sí mismo. La situación es compleja pero es más probable que veamos una respuesta en forma de un cuestionamiento general, lo que es potencialmente positivo en términos políticos, partiendo no de una marcada identidad de clase sino de movimientos que tienden a encontrar su propia perspectiva a través de la lucha. Como dijimos en 2009, “Para que la conciencia de la posibilidad de la revolución comunista gane un terreno significativo en el seno de la clase obrera, esta debe ganar confianza en su propia fuerza, y esto tiene lugar a través del desarrollo de luchas masivas” [8]. La fórmula “desarrollo de sus luchas para ganar confianza en sí misma y su perspectiva” es perfectamente adecuada ya que significa reconocerse a sí misma y su perspectiva, pero el desarrollo de estos elementos sólo puede surgir de las luchas mismas. El proletariado no “crea” su conciencia sino que se vuelve consciente de lo que realmente es.
Dentro de este proceso el debate es la clave para criticar las insuficiencias de los puntos de vista parciales, exponer las trampas, rechazar la búsqueda de chivos expiatorios, comprender la naturaleza de la crisis, etc. A este nivel, las tendencias hacia el debate abierto y fraterno de estos últimos años son muy prometedoras para ese proceso de politización que la clase deberá llevar a cabo. Transformar el mundo transformándonos a nosotros mismos empieza a tomar fuerza en la aparición de iniciativas de debates y en el desarrollo de preocupaciones basadas en la crítica de las cadenas más poderosas que atan al proletariado. El proceso de politización y radicalización necesita debate para realizar una crítica del orden existente y situar los problemas en su dimensión histórica. En este sentido, se mantiene vigente que “la responsabilidad de las organizaciones revolucionarias y de la CCI en particular es participar plenamente en la reflexión que tiene lugar en la clase obrera, no solamente interviniendo activamente en las luchas que ya están apareciendo, sino también estimulando el posicionamiento de grupos y elementos que desean unirse a la lucha” [9]. Debemos estar firmemente convencidos de que la responsabilidad de los revolucionarios en la fase que se abre ahora es el contribuir y catalizar el naciente desarrollo de la conciencia, que se expresa en las dudas y críticas que ya aparecen en el seno del proletariado. Desarrollar y profundizar la teoría debe estar en el núcleo de nuestra contribución, no sólo para combatir los efectos de la descomposición, sino también como una forma de sembrar pacientemente el terreno social, como un antídoto al inmediatismo en nuestra actividad, porque sin la profundización en la teoría por parte de las minorías revolucionarias, la teoría nunca se adueñará de las masas.
[1] En nuestra Web, en el apartado TEXTOS POR TEMAS, se puede encontrar la serie La Decadencia del Capitalismo, ver https://es.internationalism.org/series/492 [11]
[2] En nuestra Web, en el apartado TEXTOS POR TEMAS, se puede encontrar la serie 30 años de Crisis, ver https://es.internationalism.org/series/520 [12]
[3] En nuestra Web, en el apartado TEXTOS POR TEMAS, se puede encontrar la serie Mayo de 1968, ver https://es.internationalism.org/series/380 [13]
[4] Ver nuestras “Tesis sobre la Descomposición”, /revista-internacional/200510/223/la-descomposicion-fase-ultima-de-la-decadencia-del-capitalismo [14]
[5] Ver Revista Internacional no 61, “Tras el hundimiento del bloque del este, inestabilidad y caos”, https://es.internationalism.org/node/2114 [15]
[6] Rosa Luxemburg, La acumulación del Capital, capítulo 32.
[7] Revista Internacional nº 138, “Resolución sobre la situación internacional del 18º Congreso de la CCI” https://es.internationalism.org/node/2629 [16].
[8] Idem.
[9] Revista Internacional nº 130, “Resolución sobre la situación internacional del 17º Congreso de la CCI [17]”.
Al final de los años 80, la CCI presentó la idea de que el capitalismo había entrado en su fase de descomposición: “En una situación así, en la que las dos clases fundamentales -y antagónicas- de la sociedad se enfrentan sin lograr imponer su propia respuesta decisiva, la historia sigue, sin embargo, su curso. En el capitalismo, todavía menos que en los demás modos de producción que lo precedieron, la vida social no puede «estancarse» ni quedar «congelada». Mientras las contradicciones del capitalismo en crisis no cesan de agravarse, la incapacidad de la burguesía para ofrecer a la sociedad entera la menor perspectiva y la incapacidad del proletariado para afirmar, en lo inmediato y abiertamente la suya propia, todo ello no puede sino desembocar en un fenómeno de descomposición generalizada, de putrefacción de la sociedad desde sus raíces”[1].
La implosión del bloque del Este[2] ha acelerado enormemente el repliegue de los diferentes componentes del cuerpo social en "cada una para sí mismo", en una caída en el caos y si hay un área donde se confirma de inmediato es precisamente en las tensiones imperialistas: "El final de la 'guerra fría' y la consecuente desaparición de los bloques ha exacerbado los antagonismos imperialistas propios del capitalismo decadente, y cualitativamente ha agravado el caos sangriento en el que toda la sociedad se hunde"[3]. Allí se precisan dos características de enfrentamientos imperialistas en el período de descomposición:
a) La irracionalidad de los conflictos, que es una de las características llamativas de la guerra en descomposición: "Mientras que la guerra del Golfo es una ilustración de la irracionalidad de la totalidad del capitalismo decadente, también contiene un elemento adicional y significativo de irracionalidad que es característico de la apertura de la fase de descomposición. Las otras guerras de decadencia, a pesar de su irracionalidad básica, aún tendrían metas aparentemente 'racionales' (por ejemplo, la búsqueda de 'espacio' para la economía alemana o la defensa de posiciones imperialistas por los aliados durante la segunda guerra mundial). Esto no es en absoluto el caso de la guerra del Golfo. Los objetivos de esta guerra, de un lado o del otro, expresan claramente el estancamiento total y desesperado que existe hoy el capitalismo." (ídem.).
b) El papel central desempeñado por la potencia dominante –Estados Unidos- en la extensión del caos sobre el conjunto del planeta: " La diferencia es que hoy la iniciativa no la toma una potencia que quiere inclinar la balanza imperialista de su lado, sino que lo hace la principal potencia mundial, que por el momento tiene la mejor rebanada del pastel (...) El hecho es que en el presente momento el mantenimiento del "orden mundial" (...) no implica una actitud 'defensiva' (...) de la potencia dominante, sino que se caracteriza por un uso cada vez más sistemático de la ofensiva militar e incluso de las operaciones que desestabilizan regiones enteras con el fin de asegurar la sumisión de las otras potencias; (y esto) expresa claramente la caída del capitalismo decadente en el militarismo más desenfrenado. Esto es precisamente uno de los elementos que distinguen a la fase de descomposición de las fases anteriores de la decadencia capitalista." (ídem.).
Estas características alimentan un creciente caos que se aceleró aún más después de los ataques del 11 de septiembre de 2001 y las guerras en Irak y Afganistán que surgieron de estos eventos. El XIX Congreso se dedicó a evaluar el impacto de estos últimos 10 años de la "guerra contra el terrorismo" en el documento general de tensiones imperialistas, el desarrollo de "cada uno para sí mismo" y la evolución del liderazgo de Estados Unidos. Se presentaron las siguientes cuatro orientaciones en el desarrollo de enfrentamientos imperialistas:
a) El aumento del “cada uno a la suya”, que se muestra particularmente en la propagación en todas direcciones de las ambiciones imperialistas, llevando a la exacerbación de las tensiones, sobre todo en Asia, alrededor de la expansión económica y militar de China. Sin embargo, a pesar de una fuerte expansión económica, del crecimiento del poder militar y de una presencia en la confrontación imperialista cada vez más marcada, China no tiene la capacidad industrial y tecnológica suficiente para imponerse como la cabeza de un bloque y así desafiar a los Estados Unidos a nivel mundial.
b) El callejón sin salida de la política estadounidense y su deslizamiento hacia la barbarie guerrera: El aplastante revés de la intervención en Irak y en Afganistán ha debilitado el liderazgo mundial de Estados Unidos. Incluso si la burguesía bajo Obama, eligiendo una política de retirada controlada de Irak y Afganistán, ha reducido el impacto de la catastrófica política emprendida por Bush, no ha sido capaz de revertir esta tendencia y ha conducido a la barbarie militarista. La ejecución de Bin Laden expresa el intento de los Estados Unidos de reaccionar ante el revés a su liderazgo y subraya su absoluta superioridad técnica y militar. Sin embargo, esta reacción no pone en entredicho la tendencia básica hacia el debilitamiento que la ahoga. Por el contrario, este asesinato aceleró la desestabilización de Pakistán y, por tanto, la extensión de la guerra, mientras que las bases ideológicas para ello (la "guerra contra el terrorismo") están más debilitadas que nunca.
c) Una tendencia hacia la extensión de inestabilidad y caos permanentes en zonas de regiones enteras del planeta, desde Afganistán hasta África, a tal punto que algunos analistas burgueses, como J. Attali en Francia, hablan sin rodeos de la "Somalización" del mundo.
d) La ausencia de cualquier vínculo automático e inmediato entre el agravamiento de la crisis y el desarrollo de tensiones imperialistas, Aunque algunos fenómenos pueden tener un cierto impacto recíproco:
Estas orientaciones generales, presentadas en el anterior Congreso, no sólo se han confirmado en los últimos dos años, sino que se ha ampliado de manera espectacular durante el mismo período: su exacerbación aumenta gravemente la desestabilización de las relaciones de fuerza entre imperialismos; aumenta el riesgo de guerra y el caos en importantes regiones del planeta como el Medio y el lejano Oriente, con todas las consecuencias catastróficas que pueden producir tales eventos a nivel humano, ecológico y económico para el conjunto del planeta y para la clase obrera en particular.
Los últimos cuarenta y cinco años de la historia del Medio Oriente expresan notablemente el avance de la descomposición y la pérdida de control por la principal potencia del mundo:
Sin duda la política de retiro progresivo ("paso a paso") de los Estados Unidos en Irak y Afganistán por la administración Obama ha logrado limitar los daños para el policía del mundo, pero estas guerras han provocado un caos desmedido en toda la región.
La acentuación del “cada uno para sí mismo” en enfrentamientos imperialistas y la extensión del caos, que abre el desarrollo particular de sucesos imprevistos, se ilustran en el periodo reciente a través de cuatro situaciones más específicas:
1.1. Una breve perspectiva histórica
Por razones económicas y estratégicas (de las rutas comerciales hacia Asia, petróleo...) la región siempre ha tomado una importante participación en la confrontación entre potencias. Desde el inicio de la decadencia del capitalismo y el colapso del Imperio otomano en particular, ha sido el centro de las tensiones imperialistas:
1.2. Creciente peligro de enfrentamientos militares entre imperialismos
Más que nunca, la guerra amenaza la región: la intervención preventiva por parte de Israel (con o sin la aprobación de los Estados Unidos) contra Irán, las posibilidades de intervención por parte de distintos imperialismos en Siria, la guerra de Israel contra los palestinos (apoyado actualmente por Egipto), las tensiones entre Irán y las monarquías del Golfo. El Medio Oriente es una terrible confirmación de nuestro análisis sobre el estancamiento del sistema y el declive hacia el "cada uno para sí mismo":
Es una situación explosiva que se escapa del control de los grandes imperialismos; y la retirada de las fuerzas occidentales en Irak y Afganistán acentuará aún más esta desestabilización, aunque Estados Unidos ha intentado limitar el daño:
Globalmente sin embargo, a lo largo de la "primavera árabe", América ha demostrado su incapacidad para proteger a los regímenes favorables a él (que ha llevado a una pérdida de confianza: por ejemplo la actitud de Arabia Saudita que ha tomado su distancia de los Estados Unidos) y se está volviendo cada vez más impopular.
Esta multiplicación de tensiones imperialistas puede conducir a consecuencias importantes que estallarían en cualquier momento: países como Irán o Israel podrían provocar choques terribles y hundir toda la región en el caos, sin que nadie sea capaz de prevenirlo, porque nadie puede asegurar un control real de la situación. Por lo tanto estamos en una situación extremadamente peligrosa e impredecible para la región, pero también, debido a las consecuencias que pueden derivarse de ella, para todo el planeta.
1.3. La inestabilidad creciente de muchos Estados de la región
Desde 1991, con la invasión de Kuwait y la primera guerra del Golfo, el frente sunita[5] puesto en marcha por occidente para contener a Irán, se ha derrumbado. La explosión de "cada uno para sí mismo" en la región ha sido impresionante e Irán ha sido el principal beneficiario de las dos guerras del Golfo, con el fortalecimiento de Hezbollah y algunos movimientos chiítas; en cuanto a los kurdos, su cuasi-independencia ha sido el efecto colateral de la invasión de Irak. La tendencia de cada uno para sí mismo se agudiza otra vez en la extensión de los movimientos sociales de la "primavera árabe", en particular donde el proletariado es más débil y esto ha llevado a la cada vez más marcada desestabilización de numerosos Estados de la región:
El agravamiento de las tensiones entre las facciones adversas está mezclado con diversas tensiones religiosas. Por lo tanto, fuera de la oposición Suníes/Chiíes o cristiano/musulmán, los conflictos dentro del mundo sunita también están aumentando con la llegada al poder en Turquía del moderado islamista Erdogan o recientemente la Hermandad Musulmana en Egipto, en Túnez (Ennahda) y dentro del gobierno marroquí, apoyada hoy por Qatar, que se opone el movimiento salafista/wahabíes financiado por Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos (Dubai), que apoyó a Mubarak y Ben Ali respectivamente.
Por supuesto estas tendencias religiosas, unas más bárbaras que otras, existen sólo para ocultar intereses imperialistas que rigen las políticas de las diferentes camarillas de los gobiernos. Más que nunca hoy, con la guerra en Siria o las tensiones en Egipto, es evidente que no existen tales "Bloque musulmán" o "Bloque árabe", sino que los diversos grupos burguesas defienden sus propios intereses imperialistas explotando las oposiciones religiosas (cristianos, judíos, musulmanes y diversas tendencias dentro de religiones suníes o chiítas), que aparece también en países como Turquía, Marruecos, Arabia Saudita y Qatar para controlar las mezquitas del extranjero (Europa).
Pero, en particular, esta explosión de antagonismos y facciones religiosas desde finales de los 80 y el colapso de los regímenes "socialistas" y "modernos", (Irán, Egipto, Siria, Irak...) sobre todo expresa el peso de la descomposición, del caos y la miseria, la total ausencia de cualquier perspectiva a través de un descenso en las ideologías totalmente retrógradas y bárbaras.
En resumen, la idea de que Estados Unidos podría restablecer una forma de control sobre la región, a través de la expulsión de Assad por ejemplo, no es racional. Desde la primera guerra del Golfo, todos los intentos de restaurar su liderazgo han fracasado y por el contrario, han llevado a desencadenar apetitos regionales, en particular aquellos de un Irán fuertemente militarizado, rico en energía y respaldada por Rusia y China. Pero este país está en competencia con Arabia Saudita, Israel, Turquía... Las ambiciones imperialistas "ordinarias" de cada estado, la explosión del "cada uno por sí mismo", la cuestión israelo-palestino, oposiciones religiosas, pero también las divisiones étnicas (kurdos, turcos, árabes), todos juegan en la exacerbación de las tensiones y hacen la situación particularmente impredecible y dramática para los habitantes de la región, pero potencialmente también para el conjunto del planeta: así, una mayor desestabilización en Irán, y un eventual bloqueo del estrecho de Ormuz, podría tener consecuencias incalculables para la economía del mundo.
2.1. Una breve perspectiva histórica
El lejano Oriente ha sido una zona crucial para el desarrollo de enfrentamientos imperialistas desde el principio de la decadencia: guerra ruso-japonesa de 1904-05, la “revolución” china de 1911 y la feroz guerra entre grupos diversos y señores de la guerra que le siguió hasta bien avanzados los años 20, la ofensiva japonesa en Corea y Manchuria (1932), la invasión japonesa de China (1937), el conflicto ruso-japonés (mayo-agosto de 1939) que acabó incorporándose a la segunda guerra mundial donde el lejano Oriente supone uno de los frentes centrales de esta guerra y los conflictos posteriores:
2.2 El poder creciente de China y la exacerbación de las tensiones guerreras
El desarrollo de la potencia económica y militar de China y sus intentos de imponerse como potencia de primer orden no sólo en el lejano Oriente, sino también en el Medio Oriente (Irán), África (Sudán, Zimbabwe, Angola) o incluso en Europa donde está buscando un acercamiento estratégico con Rusia, significa que es vista por los Estados Unidos como el peligro potencial más importante para su hegemonía. Desde este punto de partida Estados Unidos está orientando fundamentalmente sus maniobras estratégicas contra China, tal como demostró en 2012 con la visita de Obama a Birmania y Camboya, dos países aliados de China.
El ascenso económico y militar de China le impulsa inevitablemente a hacer valer a escala mundial sus intereses económicos y estratégicos nacionales, en otras palabras a expresar una creciente agresividad imperialista y así convertirse en un factor cada vez más desestabilizador en el lejano Oriente.
Este crecimiento del poder de China, preocupa no sólo a EEUU sino también a numerosos países en Asia misma, desde Japón a India, Vietnam o Filipinas, que se sienten amenazados por el tigre Chino y por ello han aumentado palpablemente el gasto en armas. Estratégicamente, los Estados Unidos ha tratado de promover una gran alianza con el objetivo de contener las ambiciones chinas, reagrupando a su alrededor los apoyos del Japón, India y Australia, los países menos poderosos como Corea del sur, Vietnam, Filipinas, Indonesia y Singapur. Encabezando dicha alianza y sobre todo con el objetivo de emitir una advertencia a China, el policía del mundo pretende restaurar la credibilidad de su liderazgo que está en caída libre en todo el mundo.
Los acontecimientos recientes confirman que en el presente período el mayor desarrollo económico de un país no puede hacerse sin un importante aumento de las tensiones imperialistas. El contexto de la aparición de este rival más serio en la escena mundial, en una situación de debilitamiento de la posición del líder gendarme mundial, anuncia un futuro más peligroso de confrontaciones imperialistas, no sólo en Asia sino en todo el mundo.
Este peligro de enfrentamientos es mucho más real que las tendencias del "cada uno para sí mismo" que están muy presentes en otros países del lejano Oriente. Así se confirma el endurecimiento de la posición de Japón con el retorno al poder del nacionalista Shinzo Abe que hizo campaña sobre el tema de la restauración del pederío imperialista nacional. Su política tiene 3 ejes: 1) Sustituir la fuerza de autodefensa por un verdadero ejército; 2) enfrentarse directamente a China por un grupo de islas en el mar de China oriental; ·) Restablecer las alianzas con diversos países de la región y especialmente con Estados Unidos y Corea del sur.
Lo mismo sucede con Corea del Sur, donde ha sido elegido Park Geun-Hye, el candidato por el partido conservador (e hija del viejo dictador Park Chung-hee), que también podría conducir a una acentuación de "cada uno para sí mismo" y de las ambiciones imperialistas de este país.
Además, hay toda una serie de conflictos aparentemente secundarios entre los países asiáticos que pueden aumentar aún más la desestabilización: existe el conflicto indo-pakistaní por supuesto, los continuos altercados entre las dos Corea, pero también las menos publicitadas tensiones entre Corea del sur y Japón (sobre las islas Dokdo/Takeshima), entre Camboya y Vietnam o Tailandia, entre Birmania y Tailandia, entre la India y Birmania o Bangladesh, etc., todos contribuyen a la exacerbación de las tensiones en toda la región.
2.3. Tensiones dentro del aparato político de la burguesía China
El reciente Congreso del partido "Comunista" chino ha dado varias indicaciones confirmando que la actual situación económica, social e imperialista está provocando fuertes tensiones dentro de la clase gobernante. Esto plantea una pregunta que ha sido insuficientemente tratada hasta ahora: la cuestión de las características del aparato político de la burguesía en un país como China y la forma en que la relación de fuerzas han evolucionado en su interior. La insuficiencia de este tipo de aparato político fue un factor importante en la implosión del bloque oriental, pero ¿qué pasa con China? Rechazando cualquier tipo de "Glasnost" o "perestroika", la burguesía ha introducido con éxito los mecanismos de la economía de mercado manteniendo una rígida organización estalinista a nivel político. En informes anteriores, hemos señalado las debilidades estructurales del aparato político de la burguesía China como uno de los argumentos para establecer por qué China no podría convertirse en un verdadero rival a los Estados Unidos. Además, el deterioro de la economía bajo el impacto de la crisis mundial, la multiplicación de las explosiones sociales y el crecimiento de las tensiones imperialistas sin duda reforzará las tensiones existentes entre las facciones de la burguesía China, como hemos visto con ciertos acontecimientos sorprendentes, como la eliminación de la "estrella ascendente" Bo Xilai y la misteriosa desaparición durante quince días del "futuro Presidente" Xi Jinping algunas semanas antes de que se celebrara el Congreso.
Las diferentes líneas de fractura deben tenerse en cuenta para entender la lucha entre las facciones:
Estas tres líneas de fractura no son separadas por supuesto pero sí que se superponen y han jugado en las tensiones que han marcado el Congreso del PCCh y en el nombramiento de los nuevos dirigentes. Según observadores, este último ha estado marcado por la victoria de los "conservadores" sobre los "progresistas" (de los 7 miembros del Buró Político permanente, 4 son conservadores). Pero las revelaciones más frecuentes sobre el comportamiento, la corrupción, la acumulación de gigantescas fortunas, que afectan a las más altas esferas del partido (la fortuna de la familia del antiguo primer ministro Wen Jiabao se estima en $2,7 billones a través de una compleja red de negocios, a menudo en nombre de su madre, esposa o hija; y la del nuevo Presidente Xi Jinping, ya se estima en al menos 1 billón de dólares). Esto no sólo muestra efectivamente un problema de proporciones gigantescas, sino también una creciente inestabilidad en el ámbito de la dirección que el nuevo liderazgo conservador y envejecido parece incapaz de controlar
La explosión de caos y el "cada uno para sí mismo" ha originado zonas de inestabilidad sin ley, que no han dejado de expandirse desde el final del siglo XX y se están extendiendo en el presente sobre todo en el Medio Oriente hasta Pakistán. También cubren la totalidad del continente africano que se hunde en una terrible barbarie. Esta "Somalización" se manifiesta de varias formas.
3.1. La tendencia hacia la fragmentación de los Estados
Escrito en la carta de la organización de unidad africana (OUA) en 1963, el principio de la inviolabilidad de las fronteras parece haberse desmoronado. En 1993, Eritrea se ha separado de Etiopía y desde entonces este proceso ha afectado toda África: desde finales de los años 90, la desaparición del poder central en Somalia ha visto la fragmentación de los países con la aparición de Estados fantasma, como Somalilandia y Puntlandia. Recientemente ha habido la secesión de Sudán del sur de Sudán y la sangrienta rebelión en Darfur, la secesión de Azawad en Malí; y las tendencias separatistas en Libia (Cyrenaica alrededor de Bengasi), en Casamance, en Senegal y, recientemente, en la región de Mombasa en Kenya.
Además de las regiones cada vez más numerosas que han declarado la independencia, desde finales de los años 90 vemos también una multiplicación de los conflictos internos de carácter político étnico o étnico - religioso: por ejemplo, Liberia y Sierra Leona, Costa de Marfil tienden a reiniciar guerras civiles que han hecho implosionar el estado en beneficio de los clanes armados. En Nigeria hay una rebelión musulmana en el norte, el "ejército de Dios" en Uganda y los clanes hutus y tutsis que se están desgarrando mutuamente en el este de la República Democrática del Congo.
La difusión transnacional de las tensiones y conflictos en un contexto de Estados debilitados incapaces de asegurar el orden nacional, empuja a que las diversas fracciones se refugien en lealtades religiosas y étnicas, lo cual debilita aún más a los Estados. Esto obliga a que cada fracción defienda sus propios intereses a través de milicias armadas.
Estas fragmentaciones internas a menudo son promovidas y explotados por las intervenciones desde el exterior: así pues, la intervención occidental en Libia ha empeorado la inestabilidad interna y provocado la propagación de armas y grupos armados en el Sahel. La creciente presencia de China en el continente y su apoyo a la política bélica de Sudán son un ejemplo de esto y de la desestabilización de toda la región. Por último, las grandes multinacionales y las grandes potencias han orquestado guerras como por ejemplo en la RDC.
Seul le sud du continent semble échapper à ce scénario. On assiste pourtant là aussi à une dilution des limites territoriales, mais ici cela se fait au profit d’une sorte "d’aspiration" des États faibles de la région (le Mozambique, le Swaziland, le Botswana, mais aussi la Namibie, la Zambie, le Malawi) par l’Afrique du Sud qui les transforme en semi-colonies.
Solamente la zona sur del continente africano parece escapar a este escenario caótico. Sin embargo, asistimos a una progresiva disolución de los límites territoriales, pero esto parece favorecer un proceso de “absorción” de los Estados más débiles de la región (Mozambique, Swazilandia, Botswana, y también Namibia, Zambia, Malawi), en beneficio de África del Sur que los está transformando en semi – colonias.
3.2. El desgaste de las fronteras
La desestabilización de los Estados está siendo alimentada por una criminalidad transfronteriza, tales como el tráfico de armas, drogas y seres humanos. En consecuencia, estos límites territoriales se diluyen en beneficio de las zonas de frontera donde la regulación se efectúa "desde abajo". Insurrecciones armadas, incapacidad de las autoridades para mantener el orden, tráfico transnacional de armas y municiones, líderes de bandas locales, injerencia extranjera, acceso a los recursos naturales, todos juegan un papel en este proceso delicuescente. Los estados –en especial los más débiles- están perdiendo el control de estas "zonas grises" cada vez más amplias, que a menudo se administran de manera criminal (a veces también hay el efecto perverso de la intervención de las organizaciones humanitarias que hacen las zonas protegidas "extraterritoriales" de hecho). Algunos ejemplos:
3.3. El dominio de los clanes y señores de la guerra
Con la delicuescencia de los Estados nacionales, regiones enteras caen bajo el control de grupos y caudillos a lo largo de las fronteras. Es no sólo Somalilandia y Puntlandia donde clanes y jefes locales armados reinan por la fuerza de las armas. En la región del Sahel cumple este papel Al-Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), Ansar Dine, el movimiento por la unidad de la jihad en África del oeste (Mujao) y algunos grupos de nómadas Tuareg. En el este del Congo, un grupo como el M23 es un ejército privado al servicio de un señor de la guerra que consigue la mayor parte del dinero.
Dichos grupos están generalmente vinculados a traficantes con quienes intercambian dinero y servicios. Así en Nigeria, en el Delta del Níger, grupos similares ocupan las empresas para obtener rescate y sabotear las instalaciones petroleras.
La aparición y la extensión de las zonas "sin ley" sin duda no se limitan a África. Por lo tanto la generalización de la delincuencia organizada, las guerras entre bandas en varios países de América Latina, por ejemplo, México y Venezuela, incluso el control de barrios enteros por bandas en las grandes ciudades occidentales, son testigo de la progresión de la descomposición por todo el planeta. Sin embargo, el nivel de fragmentación y caos alcanzando la escala de un continente entero da una idea de la barbarie provocada por la descomposición del sistema para toda la humanidad.
En el informe para el XIX Congreso de la CCI, subrayamos que no existía un vínculo mecánico entre la agravación de la crisis y la agudización de las tensiones imperialistas. Pero eso no significa que no existe una relación de reciprocidad entre ambos factores. Este es particularmente el caso del papel de los Estados europeos en la escena imperialista.
4.1. El impacto de las ambiciones imperialistas en el mundo
La crisis del euro y la UE han impuesto la cura de austeridad presupuestaria en la mayoría de los Estados Europeos, que se expresa también en el nivel del gasto militar. Por lo tanto, contrariamente a los Estados del extremo Oriente o de Oriente Medio, que han visto aumentar los presupuestos de sus armamentos, los presupuestos de las principales potencias europeas han sido apreciablemente rebajados.
Esta reducción en las provisiones de armamentos ha rebajado las ambiciones imperialistas europeas en la escena internacional (con la excepción tal vez de Francia, que está presente en Malí y está intentando un impulso diplomático en Afganistán al reunir a todas las facciones afganas bajo su tutela en Chantilly): hay menos énfasis en la autonomía por parte de las potencias europeas e incluso un cierto acercamiento con los Estados Unidos, un "retorno a las filas" parcial que es sin duda circunstancial.
4.2. El impacto sobre las tensiones entre los Estados europeos
Dentro de la UE, esto va junto con una creciente tensión entre tendencias centrípetas (una necesidad de centralización más fuerte para afrontar con más fuerza el colapso económico) y tendencias centrífugas hacia el “cada uno para sí mismo”.
Las condiciones para el nacimiento de la UE fueron un plan para contener a Alemania después de 1989, pero lo que la burguesía necesita hoy en día es una centralización mucho más fuerte, una Unión presupuestaria y por lo tanto una unión mucho más política. Esto es lo que necesita si quiere hacer frente a la crisis de la manera más eficaz posible, lo que también corresponde a los intereses alemanes. El necesario empuje para una mayor centralización fortalece así el control alemán sobre otros Estados europeos en la medida en que permite a Alemania dictar las medidas necesarias a tomar e intervenir directamente en el funcionamiento de otros Estados europeos: "De ahora en adelante, Europa hablará alemán", como el Presidente del grupo de CDU/CSU en el Bundestag señaló en 2011.
Por otro lado, la crisis y las medidas drásticas impuestas están empujando hacia una fractura de la Unión Europea y un rechazo de la sumisión al control de otro país, es decir una presión hacia “cada uno para sí mismos”. Gran Bretaña ha rechazado firmemente las medidas propuestas de centralización y en los países europeos meridionales está creciendo un nacionalismo anti-alemán. Las fuerzas centrífugas también pueden implicar una tendencia a la fragmentación de los Estados, la autonomía de regiones como Cataluña, norte de Italia, Flandes y Escocia.
Por lo tanto, la presión de la crisis, a través de un complejo juego de fuerzas centrífugas y centrípetas, está acentuando el desmembramiento de la Unión Europea y está exacerbando las tensiones entre los Estados.
De manera global, este informe acentúa las orientaciones establecidas en el informe que el XIX Congreso de la CCI y subraya la aceleración de las tendencias que se identifican. Más que nunca, la naturaleza cada vez más absoluta del estancamiento histórico del modo capitalista de producción se está haciendo evidente. Así, el período de apertura "tenderá a imponer las conexiones cada vez más claras entre
A partir de hoy, para la clase obrera, este enlace representa un punto de reflexión fundamental sobre el futuro que el capitalismo está reservando para la humanidad y sobre la necesidad de encontrar una alternativa frente a este sistema moribundo”.
CCI
[1]Revista Internacional nº 62: Tesis sobre la descomposición. /revista-internacional/200510/223/la-descomposicion-fase-ultima-de-la-decadencia-del-capitalismo [14]
[2] Formado por la antigua URSS y sus satélites.
[3] Revista Internacional nº 67, 1991, IX Congreso de la ICC, la resolución sobre la situación internacional, punto 6
[4] El informe fue escrito en mayo 2013 cuando Morsi aún era presidente de Egipto.
[5] El sunismo es una de las dos principales ramas del Islam, la otra es la chiita.
En el artículo anterior de esta serie, examinamos la forma en que en los años treinta, los comunistas de izquierda, belgas e italianos, en torno a la revista Bilan, criticaron las ideas de los comunistas consejistas holandeses sobre la fase de transición del capitalismo al comunismo. Examinamos principalmente los aspectos políticos del período de transición, en particular los argumentos de Bilan que consideraba que los camaradas holandeses subestimaban los problemas planteados por la revolución proletaria y por la inevitable recomposición de una forma de poder de Estado durante el período de transición. En este artículo, vamos a estudiar las críticas hechas por Bilan a lo que forma el eje central del libro de los comunistas holandeses Grundprinzipien Kommunistischer Produktion und Veiteilung (1): el programa económico de la revolución proletaria.
Las críticas de Bilan se centran en dos aspectos principales:
El autor de los artículos de Bilan, Mitchell, comienza afirmando que la revolución proletaria no puede ser inmediatamente el inicio del comunismo integral, sino solamente la apertura de un período de transición con una forma social híbrida, aún marcada por los “estigmas” del pasado tanto ideológicamente como en sus concreciones más materiales: la ley del valor y, en consecuencia, también el dinero y los salarios, aunque con una forma modificada. Para resumir, la fuerza de trabajo no dejará de ser inmediatamente una mercancía porque los medios de producción se hayan convertido en propiedad colectiva. Sigue midiéndose en términos de “valor”, esta calidad extraña que “aunque se origine en la actividad de una fuerza física, el trabajo, no tiene por sí mismo ninguna realidad material” ([2]). En cuanto a las dificultades planteadas por el concepto de valor, Mitchell cita a Marx en su prólogo de El Capital, donde señala que, por lo que se refiere a la forma-valor: “No obstante, la inteligencia humana se ha dedicado a investigarla durante más de 2000 años, sin resultados” ([3]) (y es preciso decir que esta cuestión sigue siendo una fuente de perplejidad y controversia, incluso entre los auténticos discípulos de Marx…).
En su esfuerzo por penetrar el secreto, por descubrir lo que supone que una mercancía “vale” algo en el mercado, Marx, de acuerdo con los economistas clásicos, reconoce que el núcleo del valor está en la actividad humana concreta, en el trabajo efectuado en una relación social determinada – más concretamente, en el tiempo medio de trabajo incorporado en la mercancía. No es un mero resultado de la oferta y la demanda, ni de caprichos y decisiones arbitrarias, aunque estos elementos puedan provocar fluctuaciones de precio. Es en realidad el principio regulador que se oculta tras la anarquía del mercado. Pero Marx fue más lejos que los economistas clásicos, mostrando cómo también es la base de la forma particular tomada por la explotación en la sociedad burguesa y la del carácter específico de la crisis y del hundimiento del capitalismo, o sea una pérdida de control total por la humanidad de su propia actividad productiva. Estas revelaciones llevaron a la mayoría de los economistas burgueses a abandonar la teoría del valor-trabajo incluso antes de que el sistema capitalista entrara en su fase de decadencia.
En 1928, el economista soviético Isaak I. Rubin, que pronto iba a ser acusado de desviación del marxismo y a ser eliminado por el estalinismo como muchos otros comunistas, publicó un análisis magistral de la teoría del valor de Marx, con el título Ensayo sobre la teoría del valor de Marx. Al principio del libro, insiste en el que la teoría del valor de Marx es inseparable de su crítica del fetichismo de la mercancía y de la “reificación” de las relaciones humanas en la sociedad burguesa – la transformación de una relación entre las personas en una relación entre las cosas: “El valor es una relación de producción entre productores autónomos de mercancías; asume la forma de una propiedad de las cosas y se vincula con la distribución del trabajo social. O bien, considerando el mismo fenómeno desde el otro ángulo, el valor es la propiedad del producto del trabajo de cada productor de mercancías que lo vuelve intercambiable con los productos del trabajo de cualquier otro productor de mercancías en una proporción determinada que corresponde a un nivel dado de productividad del trabajo en las diferentes ramas de la producción. Tenemos aquí una relación humana que adquiere la forma de la propiedad de las cosas y que se vincula con el proceso de distribución del trabajo en la producción. En otras palabras, estamos ante relaciones cosificadas de producción entre personas. La cosificación del trabajo en el valor es la conclusión más importante de la teoría del fetichismo, que explica la inevitabilidad de la “cosificación” de las relaciones de producción entre las personas en una economía mercantil” ([4]).
La izquierda holandesa era ciertamente consciente de que la cuestión del valor y de su eliminación era la clave de la transición hacia el comunismo. Su libro fue un intento para elaborar un método que permitiera guiar a la clase obrera en el paso de una sociedad donde los productos dominan a los productores, a otra sociedad donde los productores tienen el control directo de la totalidad de la producción y del consumo. Su planteamiento era buscar cómo sustituir las relaciones “cosificadas” [o “reificadas”], características de la sociedad capitalista, por la simple transparencia de las relaciones sociales que Marx menciona en el primer capítulo de El Capital cuando describe la futura sociedad de los productores asociados.
¿Cómo pensaban conseguirlo los camaradas holandeses? Como lo escribíamos en la primera parte de este artículo ([5]): “Para los Gründprinzipien, la nacionalización o la colectivización de los medios de producción pueden coexistir perfectamente con el trabajo asalariado y la alienación de los obreros respecto a lo que producen. Lo que es clave, sin embargo, es que los propios trabajadores, a través de sus organizaciones arraigadas en los lugares de trabajo, dispongan no solamente de los medios materiales de producción sino de todo el producto social. Para estar sin embargo seguros de que el producto social permanezca en manos de los productores desde el principio al final del proceso del trabajo (decisiones sobre qué producir, en qué cantidades, distribución del producto incluida la remuneración del productor individual), es necesaria una ley económica general que pueda estar sometida a cálculos rigurosos: el cálculo del producto social sobre la base “del valor” del tiempo de trabajo medio socialmente necesario”.
Para Mitchell, como lo vimos, la ley del valor perdura inevitablemente durante el período de transición. Es obviamente el caso en la fase de guerra civil, durante la cual el bastión proletario “no puede abstraerse de la economía mundial que sigue funcionando con una base capitalista” ([6]). Pero alega también que, incluso en “la economía proletaria” (y después de la victoria sobre la burguesía en la guerra civil), no todos los sectores de la economía pueden ser inmediatamente socializados (tenía en la mente el ejemplo del enorme sector campesino en Rusia y en toda la periferia del sistema capitalista). Habrá pues intercambio entre el sector socializado y esos vestigios considerables de la producción a pequeña escala, y eso impondrá, con más o menos fuerza, las leyes del mercado al sector controlado directamente por el proletariado. La ley del valor, en lugar de pretender abolirla por decreto, debe más bien pasar por una especie de retorno histórico: “si la ley del valor, en vez de desarrollarse como lo hizo yendo de la producción mercantil simple a la producción capitalista, siguiera el proceso opuesto de regresión y extinción que va de la economía “mixta” al comunismo integral” ([7]).
Mitchell considera que los camaradas holandeses se equivocan cuando piensan que es posible suprimir la ley del valor simplemente mediante el cálculo del tiempo de trabajo. En primer lugar, su idea de formular una especie de ley matemática contable, que permitiera terminar con la forma-valor, tropezaría con dificultades considerables. Para medir precisamente el valor del trabajo, es necesario establecer el tiempo de trabajo “social medio” incorporado en las mercancías. Pero la unidad de esta media social sólo podría ser la del trabajo no cualificado o simple, es decir trabajo reducido a su expresión más elemental: el trabajo cualificado o compuesto debe pues reducirse a su forma más simple. Y según Mitchell, el propio Marx admitió que no había conseguido solucionar este problema. En resumen, “… sigue sin explicación el fenómeno de reducción del trabajo compuesto a trabajo simple (que es la verdadera unidad de medida). Por eso, la elaboración de un modo de cálculo científico del tiempo de trabajo que debería de tener necesariamente en cuenta esa reducción, es imposible. Incluso puede ocurrir que el día en que pudiera aparecer una ley así, ésta será inútil, es decir, el día en que la producción pueda satisfacer todas las necesidades y, por consiguiente, la sociedad no tenga por qué molestarse en calcular el trabajo, pues la “administración de las cosas” sólo exigirá un simple registro. Y ocurrirá entonces en el ámbito económico un proceso paralelo y análogo al que se extenderá en la vida política en la cual la democracia resultará superflua en el momento en que se haya realizado plenamente” ([8]).
Quizá más importante es la crítica de Mitchell según la cual, tanto a través de los medios que propone para avanzar hacia los objetivos más elevados, como a través de su definición de las fases más avanzadas de la nueva sociedad, la visión del comunismo que se extrae de los Grundprinzipien contiene en realidad una forma disfrazada de la ley del valor, debido a que se basa en su esencia, o sea en medir el trabajo por medio del tiempo de trabajo social medio.
Para apuntalar ese argumento, Mitchell advierte del peligro que corre la “red no centralizada” de empresas prevista en los Grundprinzipien de funcionar realmente como una sociedad de producción mercantil (lo que no es muy diferente de la visión anarcosindicalista que los camaradas holandeses critican con mucha razón en su libro): “[Los camaradas holandeses] están sin embargo de acuerdo con que “la supresión del mercado debe entenderse en que aparentemente sobrevive el mercado en el comunismo, pero se modifica completamente el contenido social de la circulación de mercancías y productos, una circulación basada en el tiempo de trabajo, expresión de la nueva relación social” (p. 110). Pero, precisamente, si el mercado sobrevive (aunque se modifiquen el fondo y la forma de los intercambios) es porque solo puede funcionar basado en el valor. Eso no lo perciben los internacionalistas holandeses, “subyugados” como están por su fórmula “tiempo de trabajo”, la cual, sustancialmente, no es otra cosa sino el valor mismo. Para ellos, además, no se excluye que en el “comunismo” se siga hablando de “valor”, pero evitan decir lo que eso implica desde el punto de vista del mecanismo de las relaciones sociales, resultante del mantenimiento del tiempo de trabajo. Salen del paso concluyendo que, puesto que el contenido del valor se modificará, habrá que sustituir la palabra “valor” por la expresión “tiempo de producción”, lo cual no modificará para nada la realidad económica. También dicen que no habrá intercambio de productos, sino paso de productos (pp. 53 y 54). Y también que: “en lugar de la función del dinero, tendremos el registro de movimiento de los productos, la contabilidad social, basado, en la hora de trabajo social media” (p. 55)” ([9]).
La crítica que hace Mitchell a la defensa, por parte de la izquierda holandesa, de la igualdad de las remuneraciones a través del sistema de bonos de tiempo de trabajo se conecta a una crítica más general que hemos examinado en la primera parte de este artículo: la de una visión abstracta donde todo funciona sin contratiempos a partir del día de la insurrección. Mitchell reconoce que los camaradas holandeses así como Hennaut comparten la distinción que hace Marx (desarrollada en la Crítica del programa de Gotha) entre las etapas inferiores y superiores del comunismo, y comparten también la idea de que, en la primera etapa, sigue perdurando el “derecho burgués”. Pero para Mitchell, los camaradas holandeses tienen una interpretación unilateral de lo que Marx decía en este documento: “Pero, además de eso, los internacionalistas holandeses deforman el significado de las palabras de Marx sobre el reparto de los productos. En la afirmación de que el obrero recibe, en el reparto, según la cantidad de trabajo realizado, no descubren más que un aspecto de la doble desigualdad que hemos subrayado y es el resultante de la situación social del obrero (pág. 81); pero no se detienen a considerar el otro aspecto: los trabajadores, durante un mismo tiempo de trabajo, proporcionan cantidades diferentes de trabajo simple (trabajo simple que es la medida común del valor) dando como resultado un reparto desigual. Prefieren quedarse en su reivindicación: supresión de las desigualdades salariales, que queda suspendida en el aire pues a la supresión del salariado capitalista no le corresponde inmediatamente la desaparición de las diferencias en la retribución del trabajo” ([10]).
En otras palabras, aunque los camaradas holandeses estén en continuidad con Marx que veía que las situaciones diferentes en las que están los trabajadores individuales significan una persistencia de desigualdad (“Pero unos individuos son superiores, física e intelectualmente a otros y rinden, pues, en el mismo tiempo, más trabajo, o pueden trabajar más tiempo (…) Prosigamos: un obrero está casado y otro no; uno tiene más hijos que otro, etc., etc.”, como dice Marx ([11])), ignoran el problema más profundo del cálculo del trabajo simple, lo que implica que la remuneración de los trabajadores sobre la única base de las horas de trabajo significa que no se remunerará igual a trabajadores en la misma situación social, pero trabajando con medios de producción diferentes.
Mitchell critica a Hennaut por motivos similares: “El camarada Hennaut da una solución parecida al problema del reparto en el período de transición, solución que saca también de una interpretación errónea, por ser incompleta, de las críticas de Marx al Programa de Gotha. En Bilan, página 747, dice: “la desigualdad que deja subsistir la primera fase del socialismo no resulta de la remuneración desigual aplicada a los diferentes tipos de trabajo: el trabajo simple del peón o el trabajo compuesto del ingeniero con todas las escalas intermedias entre esos dos extremos. No, todos los tipos de trabajo son equivalentes, sólo deben medirse su «duración» y su “intensidad”; pero la desigualdad se debe a que se aplica a hombres con capacidades y necesidades diferentes, unas tareas y unos recursos uniformes”. Y Hennaut pone patas arriba el pensamiento de Marx cuando le hace descubrir la desigualdad en que “la parte del beneficio social se mantiene equivalente – en base a una prestación equivalente, claro está-, para cada individuo, aun cuando sus necesidades y el esfuerzo realizado para alcanzar una misma prestación son diferentes” mientras que, como ya hemos dicho, Marx ve la desigualdad en que los individuos reciben partes desiguales, porque proporcionan cantidades desiguales de trabajo y es en eso en lo que se basa la aplicación del derecho igual burgués” ([12]).
Al mismo tiempo, la base de ese rechazo del igualitarismo “absoluto” en las primeras fases de la revolución es una crítica profunda incluso del concepto de igualdad: “el hecho de que el móvil fundamental en la economía proletaria ya no sea la producción de plusvalía y de capital ampliados sin cesar, sino la producción ilimitada de valores de uso, no significa que las condiciones estén maduras para una nivelación de los “salarios” que se traduzca en una igualdad en el consumo. Además, ni esa igualdad se instaura al principio del período de transición ni tampoco se realiza en la fase comunista como expresión de la fórmula inversa “a cada uno según sus necesidades”. En realidad, la igualdad formal no podrá existir nunca: lo que el comunismo realiza es, finalmente, la igualdad real en la desigualdad natural” ([13]).
La adhesión de Marx al comunismo comenzó por un rechazo del comunismo de “cuartel” o vulgar que se había desarrollado en los inicios del movimiento obrero y, contra ese tipo de “colectivismo basura” realizado en cierta medida por el capitalismo de Estado estalinista, a lo que Marx opone una asociación de individuos libres donde se cultivará en positivo “la desigualdad” natural o la diversidad.
El otro objetivo de la crítica de Mitchell es la visión del GIC según la cual remunerar el trabajo sobre la base del tiempo de trabajo –el famoso sistema de bonos de trabajo– ya habría permitido superar lo fundamental del salariado. Mitchell no parece estar en desacuerdo con el argumento de Marx en favor de ese sistema en la Crítica del programa de Gotha, ya que lo cita sin crítica en su artículo. Está también de acuerdo con Marx en que en ese modo de distribución, el dinero ha perdido su carácter de “‘riqueza abstracta’ (…) capaz de apropiarse de cualquier riqueza” ([14]). Pero contrariamente al GIC, Mitchell destaca la continuidad de este modo de distribución con el salariado más bien que su discontinuidad, ya que hace especialmente hincapié en el pasaje de la Crítica del Programa de Gotha donde Marx dice francamente que “Aquí reina, evidentemente, el mismo principio que regula el intercambio de mercancías, por cuanto éste es intercambio de equivalentes. Han variado la forma y el contenido, porque bajo las nuevas condiciones nadie puede dar sino su trabajo, y porque, por otra parte, ahora nada puede pasar a ser propiedad del individuo, fuera de los medios individuales de consumo. Pero, en lo que se refiere a la distribución de estos entre los distintos productores, rige el mismo principio que en el intercambio de mercancías equivalentes: se cambia una cantidad de trabajo, bajo una forma, por otra cantidad igual de trabajo, bajo otra forma distinta.”
En este sentido, parece que Mitchell considera que los bonos de tiempo de trabajo son una especie de salario, que no los considera como un sistema de calidad superior en las primeras etapas de la revolución: el sistema de igualdad de racionamiento en la revolución rusa no era “un método económico capaz de asegurar el desarrollo sistemático de la economía, sino que se debía al régimen de un pueblo asediado que ponía en tensión todas sus energías hacia la guerra civil” ([15]).
Para Mitchell, la clave de la abolición real del valor no residía realmente en la elección de las formas particulares con las que se remuneraría el trabajo en el período de transición, sino en la capacidad para superar los estrechos horizontes del derecho burgués creando una situación en la que, según los términos de Marx, “corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva” ([16]). Sólo tal sociedad podría “escribir en sus estandartes: ¡De cada cual, según sus capacidades; a cada cual según sus necesidades!” ([17]).
Los camaradas del GIC no respondieron a las críticas de Mitchell y el comunismo de consejos, como corriente organizada, desapareció prácticamente. Pero el camarada norteamericano David Adam, que escribió mucho sobre Marx, Lenin y el período de transición ([18]), se identifica en cierta medida con la tradición representada por el GIC y Mattick en Estados Unidos. En una correspondencia con el autor de este artículo, hizo estos comentarios respecto a Mitchell y Bilan: “En cuanto a la lectura por parte de Bilan de la Crítica del programa de Gotha de Marx, creo que es confusa. Bilan identifica claramente la primera fase del comunismo con la de la transición hacia el comunismo durante la cual la ley del valor permanece, y parece identificar la existencia de un “derecho burgués” con la ley del valor. Pienso que eso crea problemas, y no menores, para la interpretación de los Grundprinzipien. Bilan identifica ese tipo de contabilidad defendida por la Izquierda holandesa con la ley del valor, mientras que los Grundprinzipien son claros sobre el hecho de que hablan de una sociedad socialista que surge después del período de la dictadura del proletariado, lo que está de acuerdo con Marx. Mitchell parece también pensar que la Izquierda holandesa habla de una fase de transición en la cual el mercado sigue existiendo, y no es así. Creo pues que eso disminuye el valor de la crítica hecha a los Grundprinzipien, porque no creo que esa crítica haya entendido a Marx. Y eso podría significar que Bilan no ve la necesidad de una transformación de las relaciones económicas desde el inicio del proceso revolucionario, como si la ley del valor no pudiera simplemente pasar por “cambios profundos de naturaleza” para acabar desapareciendo. Toda la idea de su desaparición está vinculada a la aparición de un control social eficaz sobre la producción, que es la primera etapa a la que debe dedicarse el comunismo. Pero Bilan parece decir que en cuanto estos mecanismos de planificación se hayan elaborado, ya no serán necesarios. No creo que sea verdad”.
Aquí tenemos varios elementos:
1. ¿Han sido siempre claros los camaradas holandeses sobre la distinción entre las etapas inferior y superior del comunismo? Ya vimos que Mitchell acepta, como ellos, hacer esta distinción. En el artículo anterior, también citamos un pasaje de los Grundprinzipien que reconoce claramente que la medida del trabajo individual se hace menos importante cuando se llega al comunismo pleno. Pero también vimos que los Grundprinzipien contienen una serie de ambigüedades. Como lo señalamos en la primera parte de este artículo, suelen hablar muy rápidamente de una sociedad que funciona como una asociación de productores libres e iguales, sin precisar siempre claramente si hablan de un destacamento avanzado proletario o de una situación en la que la burguesía ya ha sido derrocada mundialmente.
2. Quizá se trata de saber si el mismo Marx consideraba que la etapa inferior del comunismo se iniciaba después o durante la dictadura del proletariado. Eso exigiría una discusión mucho más larga. Es cierto que el período de transición, en el sentido pleno del término, no puede comenzar durante una fase dominada por la guerra civil y la lucha contra la burguesía. Pero en nuestra opinión, incluso después de esta victoria “inicial” política y militar sobre la antigua clase dirigente, el proletariado no puede comenzar la transformación comunista positiva de la sociedad sobre la base de su dominación política, porque no será la única clase de la sociedad. Volveremos de nuevo sobre este problema en un futuro artículo.
3. ¿La medida de la producción y de la distribución en términos de tiempo laboral es necesariamente una forma de valor?, como parece inducirse de la crítica de Mitchell a los internacionalistas holandeses por estar “subyugados” (…) por su formulación de “tiempo de trabajo” que, esencialmente, no es otra cosa que el valor” ([19]). Como siempre con la cuestión del valor, eso plantea cuestiones complejas. ¿Puede haber un valor sin valor de cambio?
Es cierto que Marx se vio obligado, en El Capital, a hacer una distinción teórica entre valor y valor de cambio, “Ese algo común que se manifiesta en la relación de intercambio o en el valor de cambio de las mercancías es, pues, su valor. […] Un valor de uso o un bien, por ende, sólo tiene valor porque en él está objetivado o materializado trabajo abstractamente humano” ([20]).
Sin embargo, como lo pone en evidencia Rubin,: “Así, la “forma del valor” es la forma más general de la economía mercantil; es característica de la forma social que adquiere el proceso de producción en un determinado nivel del desarrollo histórico. Puesto que la economía política analiza una forma social de producción históricamente transitoria, la producción mercantil, la “forma del valor”, es una de las piedras angulares de la teoría del valor de Marx. Como puede verse en los párrafos citados, la “forma del valor” se halla estrechamente relacionada con la “forma mercancía”, es decir, con la característica básica de la economía contemporánea y, o sea, el hecho de que los productos del trabajo son producidos por productores autónomos privados. Solo mediante el cambio de mercancías aparece la conexión del trabajo entre los productores” ([21]).
Ambos aspectos, el valor y el valor de cambio, no tienen una aplicación general sino en el contexto de las relaciones sociales de la sociedad mercantil capitalista. Una sociedad que deja de funcionar sobre la base de intercambios entre unidades económicas independientes ya no está regulada por la ley del valor, así que el problema que se plantea es saber hasta qué punto la Izquierda holandesa preveía la supervivencia de las relaciones de intercambio en la fase inferior del comunismo. Y como lo mencionamos, también existen ambigüedades en los Grunprinzipien a este respecto. Anteriormente en este artículo, citamos el argumento de Mitchell según el cual la red de empresas prevista por el GIC parece conservar relaciones comerciales de ese tipo. Por otra parte, otros pasajes van en sentido contrario y es muy probable que expresen más exactamente el pensamiento del GIC. Por ejemplo, en el capítulo 2, en la sección titulada “Comunismo libertario”, el GIC desarrolla una crítica al anarquista francés Faure, que evidencia claramente que el GIC es favorable a construir la economía en una única unidad: “No se puede reprochar al sistema de Faure de reunir toda la vida económica en una única unidad orgánica. Esta fusión es el resultado de un proceso que los propios productores-consumidores han de realizar. Pero para eso, es necesario sentar las bases que lo hagan posible” ([22]).
Hay que añadir que el argumento de Mitchell de que cualquier forma de medida del tiempo de trabajo es esencialmente una expresión del valor no corresponde a lo expuesto por Marx en sus descripciones de la sociedad comunista. En los Grundrisse, por ejemplo, Marx afirma que “… economía del tiempo y repartición planificada del tiempo de trabajo entre las distintas ramas de la producción resultan siempre la primera ley económica sobre la base de la producción colectiva. Incluso vale como ley en mucho más alto grado. Sin embargo, esto es esencialmente distinto de la medida de valores de cambio (trabajos o productos del trabajo) mediante el tiempo de trabajo. Los trabajos de los individuos en una misma rama y los diferentes tipos de trabajo varían no solo cuantitativamente sino también cualitativamente. ¿Qué supone la distinción puramente cuantitativa de los objetos? Su identidad cualitativa. Así la medida cuantitativa de los trabajos presupone su igualdad cualitativa, la identidad de su cualidad” ([23]).
La verdadera debilidad del GIC está, diríamos, no tanto en sus concesiones ocasionales a la idea de mercado, sino más bien en su fe desproporcionada en el sistema contable. Como lo dice el GIC en la frase que viene inmediatamente después del pasaje citado más arriba: “Para alcanzar este objetivo, deben llevar una contabilidad exacta del número de horas de trabajo que efectuaron, bajo todas las formas, de tal modo que puedan determinar el número de horas de trabajo que contiene cada producto. Ninguna “administración central” tiene ya entonces que distribuir el producto social; son los propios productores, quienes, con ayuda de su contabilidad en términos de tiempo de trabajo, decide esa distribución” ([24]). No cabe a duda que sea muy importante el cálculo preciso del tiempo de trabajo efectuado por los productores, pero el GIC parece subestimar completamente hasta qué punto el mantenimiento del control sobre la vida económica y política durante el período de transición es una lucha por el desarrollo de la conciencia de clase, por la construcción consciente de nuevas relaciones sociales, una lucha que va mucho más allá que la elaboración de un sistema contable.
4. ¿Subestima Bilan la necesidad de un cambio radical, social y económico, desde el principio? Quizá sea ésa una crítica más importante. Por ejemplo, en su crítica de la remuneración igualitaria, Mitchell mantiene que tal sistema perjudicaría a la productividad laboral y que, para llegar al comunismo, es necesario un desarrollo extraordinario de las fuerzas productivas. Claro está que la realización del comunismo se basa en una transformación y un desarrollo profundos de las fuerzas productivas. Pero aquí, la cuestión clave es ésta: ¿sobre qué base se hará ese desarrollo? Sabemos que el último capítulo del estudio de Mitchell contiene un claro rechazo del “productivismo”, del sacrificio del consumo de los trabajadores en aras del desarrollo de la industria y que, a lo largo de su existencia, éste fue un aspecto fundamental de la crítica hecha por Bilan a la supuesta “realización del socialismo” en URSS. Sin embargo, debido a que Mitchell insiste tanto en que no puede desaparecer el salariado, al menos esencialmente, hasta una fase mucho más avanzada de la transformación revolucionaria, persiste la duda de saber si Mitchell no preconiza una versión “más obrera” “de la acumulación socialista”.
En el último número de Bilan (no 46, diciembre-enero de 1938), contestando a la serie de artículos “Problemas del período de transición”, un lector hasta llega a acusar a los camaradas de Bilan de ser un nuevo tipo de reformistas para quienes la revolución no hará sino sustituir a un conjunto de dueños por otro (véase a continuación, en “Eco al estudio del período de transición”, el contenido de esta carta y la respuesta de Mitchell).
Pensamos obviamente que esta acusación carece tanto de espíritu de compañerismo como de fundamento, pero dos debilidades principales del arsenal teórico de Bilan le dan una apariencia de realidad: su dificultad en ver el carácter capitalista de la URSS, incluso en los años treinta, y su incapacidad para romper con el concepto de dictadura del partido. A pesar de todas sus críticas al régimen estalinista y su reconocimiento de que una forma de explotación existía en la URSS, los camaradas de Bilan permanecían apegados a la idea de que el carácter colectivizado de la economía “soviética” le confería un carácter proletario, incluso degenerado. Eso parece revelar una especie de dificultad para sacar las consecuencias de lo que, básicamente, había comprendido ya la izquierda italiana, o sea que una economía basada en el salariado es obligatoriamente capitalista, ya sea “individual” o “colectiva” la propiedad de los medios de producción. Y una consecuencia de esta dificultad sería una reticencia a ver la lucha contra el salariado como parte íntegra de la revolución social. Y es precisamente otro aspecto de la lucha a la que llama David Adam por el “control social efectivo de la producción” por los propios trabajadores.
Al mismo tiempo, la idea de que la función del partido sea ejercer la dictadura del proletariado (aunque evitando en cierto modo la interpenetración con el Estado ([25])) es contraria a la necesidad para la clase obrera de imponer su control tanto sobre la producción como sobre el aparato del poder político. Es cierto que los trabajadores tendrán mucho que aprender para asumir la producción, no solo en el marco de la empresa individual sino en toda la sociedad. Lo mismo ocurre con la cuestión del poder político, que en cualquier caso no es una esfera separada del problema de la reorganización de la vida económica. También es cierto que Bilan siempre entendió que los trabajadores tendrán que aprender de sus propios errores y que no podrán ir hacia el socialismo por la fuerza. Sin embargo, la noción de la dictadura del partido contiene la idea más bien sustitucionista de que los trabajadores sólo estarían en condiciones de controlar plenamente su destino en un determinado momento del futuro, y que hasta entonces, una minoría de la clase debe mantenerse al poder “en su nombre”.
Precisamente porque la izquierda italiana era una corriente proletaria y no una alternativa al reformismo, podían superarse esas debilidades en el momento oportuno como así lo hicieron, por ejemplo, la Fracción francesa y elementos del partido formado en Italia en 1943. A nuestro parecer, es la Fracción francesa, y más tarde la Izquierda Comunista de Francia, la que más profundizó en esos esclarecimientos y no es casualidad si pudo, en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, entablar un debate fructífero con la tradición y las organizaciones de la izquierda comunista holandesa. Volveremos sobre esto en el próximo artículo de esta serie.
No pretendemos haber solucionado todos los problemas planteados por el debate entre las izquierdas italiana y holandesa sobre el período de transición. Estos problemas (cómo se eliminará la ley del valor, cómo se remunerará el trabajo, cómo guardarán los trabajadores el control sobre la producción y la distribución) quedan por esclarecer, o incluso no pueden ni serán definitivamente resueltos sino durante la propia revolución. Sin embargo pensamos que las contribuciones y debates desarrollados por aquellos revolucionarios de un período tan sombrío tras la derrota de la clase obrera siguen siendo una base teórica indispensable para los debates que, quizás, un día sirvan de guía para la transformación práctica de la sociedad.
CD Ward
[1]) Principios de la producción y de la distribución comunistas, publicado, por el Groep Van Internationale Communisten, GIC
[2]) Bilan no 34, republicado en la Revista Internacional no 130.
[3]) “Prologo” a la primera edición de El Capital.
[4]) Rubin, Ensayo sobre la teoría del valor de Marx, Capitulo 8, “Las características básicas de la teoría del valor de Marx”.
[5]) Revista internacional no 151.
[6]) Bilan, no 34, op. cit.
[7]) Idem.
[8]) Idem.
[9]) Idem.
[10]) Bilan no 35, publicado en la Revista internacional no 131
[11]) Critica del Programa de Gotha
[12]) Bilan no 35, op. cit.
[13]) Ídem.
[14]) Bilan no 34, op. cit.
[15]) Bilan no 35, op. cit.
[16]) Idem.
[17]) Idem
[18]) Por ejemplo: https://libcom.org/article/karl-marx-and-state [18]; https://www.libcom.org/library/lenin-liberal-reply-chris-cutrone [19].
[19]) Bilan no 34, op. cit.
[20]) Marx, El Capital, Libro primero: “El proceso de producción del capital”, Sección primera: “Mercancía y dinero”; Capitulo 1, “La mercancía”.
[21]) Isaak I. Rubin, op. cit., Capitulo 12: “Contenido y forma del valor”.
[22]) Los fundamentos de la producción y de la distribución comunistas (Grunprinzipien), traducido del francés.
[23]) Marx, Grundrisse, El capítulo del dinero, “Tiempo de trabajo y producción social”. La hipótesis de Mitchell que supone que la medida del tiempo de trabajo siempre es igual a un valor está mencionada en las críticas de los Grundprinzipien en nuestro libro sobre la Izquierda germano-holandesa. El último párrafo de ese artículo dice: “La debilidad básica de los Grundprinzipien está en el problema mismo del cálculo del tiempo de trabajo, incluso en una sociedad comunista avanzada que haya superado la penuria. Económicamente, este sistema podría reintroducir la ley del valor, atribuyéndole al tiempo de trabajo necesario a la producción un valor más contable y menos social. El GIC aquí va en contra de Marx, para quien la medida estándar en la sociedad comunista ya no es el tiempo de trabajo, sino el tiempo libre, el tiempo del ocio”. Esto seguramente se refiere al pasaje de los Grundrisse en que Marx escribe: “La verdadera riqueza significa, efectivamente, el desarrollo de la fuerza productiva de todos los individuos. Desde entonces, la medida de riqueza ya no es el tiempo de trabajo sino el tiempo de ocio” (Grundrisse, “El capital”, cuaderno III). Pero esto no significa para Marx que la sociedad dejaría de medir el tiempo de trabajo que le es necesario para satisfacer sus necesidades y las capacidades creadoras de cada individuo. Eso está claramente expresado en Teorías sobre la plusvalía en donde Marx escribe: “el tiempo de trabajo, aunque se elimine el valor de cambio, siempre sigue siendo la sustancia creadora de riqueza, y la medida del costo de su producción. Pero el tiempo libre, el tiempo disponible, es la riqueza misma, en parte para el disfrute del producto, en parte para la libre actividad, que –a diferencia del trabajo– no se encuentra dominada por la presión de un objetivo extraño, que debe satisfacerse, y cuya satisfacción se considera como una necesidad natural o una obligación social, según la inclinación de cada uno” (Teoría sobre la plusvalía, Tomo III editorial Cartago, “Oposición a los economistas. La importancia de los interrogantes que formula en cuanto al papel del comercio exterior en la sociedad capitalista, y del “tiempo libre” como riqueza social).
[24]) Fundamentos de la producción y de la distribución comunista, op. cit.
[25]) Las contradicciones de Bilan sobre “la dictadura del partido” están analizadas de forma más detallada en el artículo de la serie El comunismo no es un bello ideal, sino una necesidad material, titulado “Los años 1930: el debate sobre el periodo de transición”, publicado en el no 127 de la Revista internacional.
Hemos recibido una carta crítica de un lector de Clichy que publicamos íntegramente y, a continuación, un breve comentario de nuestro colaborador. Nuestro impaciente corresponsal nos disculpará por no haber publicado su carta en nuestro número anterior, ya que nos llegó cuando éste estaba ya en imprenta.
Después de la publicación en Bilan del resumen del libro de los comunistas de izquierda holandeses sobre Los fundamentos de la producción y de la distribución comunistas por Hennaut, se podía pensar que los reformistas de derecha o izquierda estaban definitivamente desarmados y que ya no se atreverían a rechistar. Era conocerlos mal. En efecto, en el número que publicaba el final del resumen, se hicieron oír sus críticas: los camaradas holandeses así como Hennaut no razonaban como marxistas. A continuación, tuvimos el estudio marxista de Mitchell sobre los “Problemas del período de transición”. Este estudio tenía por objeto, por supuesto, demostrar la utopía antimarxista de los que creen que la revolución proletaria liberará realmente a los trabajadores de cualquier tipo de explotación. Por eso no hemos de asombrarnos si Mitchell se esfuerza a lo largo de su artículo en probar con montones de citas que esta revolución sólo servirá para que los proletarios que la hagan cambien de dueño, al igual que en las revoluciones pasadas. Reconocemos la opinión tradicional de los reformistas de todo pelaje. Por cierto, Mitchell ha puesto cuidado en informarnos en su “exposición introductoria” que su trabajo trataría los siguientes puntos: “a) de las condiciones históricas en que surge la revolución proletaria; b) de la necesidad del Estado transitorio; c) de las categorías económicas y sociales que, necesariamente, sobreviven en la fase transitoria; d) y algunos elementos sobre una gestión proletaria del Estado transitorio”.
Una vez señalados estos aspectos, era fácil imaginar lo que sería el artículo. En efecto, a Mitchell no le produce el menor empacho afirmar, a priori, la supervivencia después de la revolución “de las categorías económicas y sociales que, necesariamente (¡!) sobreviven en la fase transitoria”. Esta afirmación, por sí sola, era más que suficiente para que cualquier persona informada se imaginara lo que venía a continuación. Lo que asombra más en el artículo de Mitchell, es la abundancia de citas a las que un marxista revolucionario puede darles la vuelta en todo momento contra lo que intenta probar y justificar. No son necesarias cincuenta páginas de Bilan para hacer trizas la sabia argumentación del reformista Mitchell. Cualquiera que haya leído a Marx y Engels sabe que, para ellos, el famoso período de transición señala el final de la sociedad capitalista y el nacimiento de una sociedad totalmente nueva en la que habrá dejado de existir la explotación del hombre por el hombre; es decir, en la que habrán desaparecido las clases y en donde el Estado como tal ya no tendrá razón de ser. Ahora bien, en la sociedad de transición tal como lo entienden Mitchell y demás reformistas consagrados o no, subsiste la explotación del proletariado y de la misma forma que en el sistema capitalista: por medio del salariado. Habrá en esta sociedad una escala salarial… ¡Igualito que ahora! Lo cual permite socializar (¿?) en primer lugar las ramas más avanzadas de la producción, y luego, no se sabe cuándo ni cómo, toda la producción industrial y agrícola. O sea que durante la fase transitoria, una parte de los trabajadores seguirá estando explotada por particulares, y los demás por el Estado-Patrón. Con ese enfoque, la fase superior del comunismo correspondería a la nacionalización íntegra de la producción, ¡al capitalismo de Estado tal como lo vemos funcionar en Rusia! Lo más indignante es que se atreven a basarse en Marx y Engels para defender semejante opinión. Ya se sabe que Stalin se atrevió, en su discurso del 23 de junio de 1931, a basarse en Marx para justificar la increíble desigualdad de los salarios que reina en la URSS y, como Mitchell, alegando la calidad del trabajo suministrado. Sin embargo Marx se explicó claramente a este respecto en su Crítica al programa de Gotha. ¿Es necesario recordar que, para Marx, la desigualdad que subsiste en la primera fase del comunismo no procederá para nada, como lo piensan los Mitchell y demás, de la desigualdad en la remuneración del trabajo, sino simplemente de que los obreros no viven todos de la misma forma?: “un obrero está casado y otro no; uno tiene más hijos que otro, etc., etc. A igual trabajo y, por consiguiente, a igual participación en el fondo social de consumo, uno obtiene de hecho más que otro, uno es más rico que otro, etc. Para evitar todos estos inconvenientes, el derecho no tendría que ser igual, sino desigual.” Esto resulta demasiado claro para que sea necesario insistir.
Se sabe que, según Marx, “el salariado es la condición de existencia del capital”, o sea que si se quiere matar el capital, es necesario suprimir el salariado. Pero los reformistas no lo entienden así: la revolución consiste para ellos en hacer pasar progresivamente todo el capital entre las manos del Estado para que éste se convierta en el único amo. Lo que quieren es sustituir el capitalismo privado por el capitalismo de Estado. Pero que no se les hable de suprimir la explotación capitalista, de destruir la máquina estatal que sirve para mantener tal explotación: los proletarios solo deben hacer la revolución para cambiar de dueño. O sea que todos los que conciben la revolución como un medio de liberarse de la explotación serían vulgares utopistas. ¡Aviso a los obreros revolucionarios!
Nada es más pesado que contestar a una crítica que toma la libertad de ejercerse contra una materia que no se ha asimilado, o imperfectamente, y que cree tanto más fácilmente poder dar formulaciones justas pero en realidad puramente ilusorias.
Tranquilicemos inmediatamente a nuestro contradictor en cuanto a nuestro supuesto “reformismo de izquierda”: todo lo que alega contra nosotros para justificar este “reformismo” es precisamente lo que se combate en nuestro estudio de la forma más clara posible. Además, no basta con que nuestro corresponsal nos acuse de “abundancia” de las citas, lo que debe probar es lo que insinúa, o sea que estas citas tienen un significado contrario al que le damos. Si no lo puede demostrar, y si le gustan las soluciones fáciles y simplistas, puede impugnar la pertinencia de algunas ideas, por ejemplo de las observaciones de Marx sobre la necesidad de tolerar temporalmente la remuneración desigual del trabajo en el período transitorio. Puede, entonces, “negar” a Marx, pero no deformar su pensamiento.
Sobre la cuestión de la remuneración del trabajo, puesto que nuestro contradictor opina que Marx no la desarrolló como lo afirmamos, que nos haga el favor de leer la parte de nuestro trabajo en la que tratamos de la medida del trabajo (Bilan no 34, páginas 1133 a 1138) y toda la parte donde tratamos sobre la remuneración del trabajo, especialmente a partir de la parte baja de la página 1157 hasta la parte de arriba de la segunda columna de la página 1159 (no 35).
Además, con todo respeto al camarada, es Marx quien afirma la pervivencia de una transición de las categorías capitalistas como el valor, el dinero, el salario, puesto que el período de dictadura del proletariado “presenta todavía en todos sus aspectos (…) el sello de la vieja sociedad de cuya entraña procede” (véase Crítica el Programa de Gotha y página 1137 de Bilan).
Por otra parte, sobre el problema del Estado, ¿cómo es posible situarnos entre los partidarios del capitalismo de Estado en base de lo que hemos desarrollado en la segunda parte de nuestro trabajo? (Bilan, no 31, página 1035).
Si nuestro corresponsal no comparte nuestra opinión sobre esta cuestión capital, por lo menos que dé la suya y adopte el método de la crítica positiva.
Mitchell
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[1] https://es.internationalism.org/files/es/rint_152_web.pdf
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[7] https://es.internationalism.org/node/3450
[8] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200806/2280/debate-interno-en-la-cci-las-causas-del-periodo-de-prosperidad-con
[9] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200604/855/el-proletariado-de-europa-occidental-en-una-posicion-central-de-la-
[10] https://es.internationalism.org/en/tag/vida-de-la-cci/resoluciones-de-congresos
[11] https://es.internationalism.org/series/492
[12] https://es.internationalism.org/series/520
[13] https://es.internationalism.org/series/380
[14] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200510/223/la-descomposicion-fase-ultima-de-la-decadencia-del-capitalismo
[15] https://es.internationalism.org/node/2114
[16] https://es.internationalism.org/node/2629
[17] https://es.internationalism.org/en/revista-internacional/200708/2004/xvii-congreso-internacional-resolucion-sobre-la-situacion-internac
[18] https://libcom.org/article/karl-marx-and-state
[19] https://www.libcom.org/library/lenin-liberal-reply-chris-cutrone
[20] https://es.internationalism.org/en/tag/21/228/el-comunismo-entrada-de-la-humanidad-en-su-verdadera-historia
[21] https://es.internationalism.org/en/tag/2/38/la-dictadura-del-proletariado