En el presente artículo que escribimos en noviembre de 1989 anunciábamos que los acontecimientos en la URSS y países satélites eran "pan bendito" para el Capital pues daban la idea de que el comunismo ha muerto, la clase obrera ha fracasado etc. Esto dijimos que iba a constituir un fuerte golpe para el proletariado que se veía sin confianza en si mismo, sin idea clara de una sociedad propia alternativa al capitalismo, en una pérdida de identidad. El peso de ello es importante y todavía hoy se sufren las consecuencias
El estalinismo ha sido la punta de lanza de la contrarrevolución más bestial que el proletariado haya sufrido a lo largo de su historia. Una contrarrevolución que hizo posible la mayor carnicería jamás conocida: la II Guerra Mundial y el hundimiento de toda la sociedad en una barbarie sin precedentes. Hoy, con el desmoronamiento económico y político de los países llamados “socialistas” y con la desaparición de hecho del bloque imperialista dominado por la URSS, el estalinismo, como forma de organización político-económica del capital y como ideología, está agonizando; está desapareciendo uno de los peores enemigos de la clase obrera. Pero esa desaparición no le facilita, ni mucho menos, la tarea a esta clase revolucionaria; al contrario, el estalinismo está haciendo, con su muerte, un último servicio al capitalismo. Todo esto es lo que quiere poner de relieve este artículo.
El estalinismo es sin duda el fenómeno más trágico y odioso que haya existido jamás en toda la historia de la humanidad; no sólo porque es responsable de la matanza directa de millones de seres, y porque ha instaurado durante décadas un terror implacable en una tercera parte de la humanidad sino porque se ha destacado como el peor enemigo de la revolución comunista (es decir, de la condición necesaria para emancipar a la especie humana de las cadenas de la explotación y de la opresión) y eso en nombre precisamente de “la revolución comunista”.
El estalinismo ha sido pues el principal artífice de la destrucción de la conciencia de clase en el proletariado mundial durante la contrarrevolución más terrible de su historia.
El papel del estalinismo en la contrarrevolución
La burguesía, desde que estableció su dominación política sobre la sociedad, ha visto siempre en el proletariado a su peor enemigo. Ya durante la revolución burguesa de finales del siglo XVIII, cuyo bicentenario están celebrando a bombo y platillo, la clase capitalista comprendió enseguida el carácter subversivo de las ideas de alguien como Babeuf; ideas que consideró suficientes como para mandarlo al cadalso, a pesar de que en aquel entonces su movimiento (babuvismo -comunismo agrario; ved en el: "Manifiesto de los iguales”) no representase una amenaza real para el Estado capitalista[1]. Toda la historia de la dominación burguesa está jalonada de masacres de obreros, con el objetivo principal de mantener su dominación de clase: el aplastamiento de los obreros textiles de Lyon (los Canuts) en 1831, de los tejedores de Silesia en 1844, de los obreros parisinos en junio de 1848, de los comuneros de París en 1871, de los insurgentes de 1905 en todo el imperio ruso; son ejemplos sobresalientes.
Para esas faenas la burguesía siempre pudo encontrar, entre sus grupos políticos clásicos, a los matones que necesitaba; pero cuando la revolución proletaria se puso a la orden del día de la historia, la burguesía no se contenta únicamente con llamar a esos grupos para mantener su poder y se atrae a las organizaciones de las que el proletariado se había dotado anteriormente, para que les echen una mano a los partidos tradicionales, incluso poniéndoles al mando de sus operaciones: los partidos socialistas primero (a partir de 1914) y los partidos comunistas después (a partir de 1926).
El papel específico de estos nuevos reclutas de la burguesía, la función para la que eran indispensables e insustituibles estribaba en su capacidad, gracias a sus mismos orígenes y a su propia denominación, para ejercer un control ideológico sobre el proletariado, para minar así su toma de conciencia y encuadrarlo en el terreno de la clase enemiga. El insigne honor, la gran hazaña de armas de la Socialdemocracia, como partido burgués, no fue tanto desarrollar su papel de responsable directo de las matanzas del proletariado a partir de 1919 en Berlín (donde el socialdemócrata G. Noske, ministro de los ejércitos, asumió a la perfección su responsabilidad de “perro sanguinario” -mote que él mismo se puso) sino servir de banderín de enganche para la I Guerra Mundial y más tarde de agente mistificador de la clase obrera; agente de división y dispersión de sus fuerzas, frente a la oleada revolucionaria que puso fin, con éxito, al holocausto imperialista.
Únicamente la traición del ala oportunista que dominaba la mayoría de los partidos de la II Internacional, únicamente su paso con armas y equipo al campo de la burguesía hizo posible, en nombre de la “defensa de la civilización”, el encuadramiento del proletariado europeo tras las banderas de la “defensa nacional” y el estallido de aquella carnicería. Así mismo la política de esos partidos, que pretendían aun ser “socialistas” y habían conservado gracias a ello una influencia importante entre el proletariado, desempeñó un papel primordial en el mantenimiento dentro de éste de ilusiones reformistas y democráticas que lo dejaron desarmado, impidiéndole proseguir el ejemplo que le habían dado los obreros en Rusia, en Octubre de 1917.Durante ese periodo, las personas y las fracciones que se habían levantado contra tamaña traición, los que se habían mantenido en pie contra viento y marea, izaron el estandarte del internacionalismo y la revolución proletarios y se agruparon en los partidos comunistas, secciones de la III Internacional.
Sin embargo esos mismos partidos iban a desempeñar en el periodo siguiente un papel semejante al de los partidos socialistas. Corroídos por el oportunismo que el fracaso de la revolución mundial había hecho entrar en tromba en sus filas, fieles ejecutores de la dirección de una “internacional”, que tras haber sido la vigorosa impulsora de la Revolución se fue transformando en un simple instrumento del Estado ruso en busca de su integración en el mundo burgués, los partidos comunistas iban a seguir el mismo camino que sus antecesores: al igual que los partidos socialistas, acabaron integrándose totalmente en el aparato político del capital nacional de sus países respectivos; participando también en la derrota de las últimas sacudidas de la oleada revolucionaria de la posguerra, como fue el caso de China en 1927-28 y, sobre todo, contribuyeron de modo decisivo en la transformación de la derrota de la revolución mundial en terrible contrarrevolución.
Tras una derrota de tales proporciones, la contrarrevolución, la desmoralización y la desorientación del proletariado eran inevitables. Lo peor era que la forma que tomó la contrarrevolución en la misma URSS -no el derrocamiento del poder surgido de la revolución de Octubre de 1917, sino la degeneración de ese poder y la del partido que lo detentaba- le dio una amplitud y una profundidad infinitamente mayores que si la revolución hubiera sucumbido ante los embates de los ejércitos blancos. El Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), vanguardia del proletariado mundial, tanto en la Revolución de 1917 como en la fundación de la Internacional Comunista de 1919, se convirtió en un auténtico verdugo de la clase obrera, tras su integración e identificación con el Estado posrevolucionario[2].
La aureola de prestigio de sus pasadas acciones le permitió seguir forjando ilusiones en la mayoría de los demás partidos comunistas, de sus militantes y de las grandes masas del proletariado mundial. Gracias a este prestigio, del que se aprovechan los partidos comunistas de los demás países, aquellos militantes y las masas proletarias aceptan todas las traiciones que el estalinismo llevó a cabo en aquel periodo; en especial, el abandono del internacionalismo proletario, ahogado bajo la tapadera de la “construcción del socialismo en un solo país”, la identificación del “socialismo” con el capitalismo que se ha reconstituido en la URSS en sus formas más brutales, la sumisión de las luchas del proletariado mundial a los imperativos de la defensa de la “patria socialista” y de la “defensa de la democracia contra el fascismo”.
Todas esas mentiras, esas patrañas no hubieran podido, en gran medida, hacérselas tragar a las masas obreras sino hubiese sido porque eran divulgadas por los partidos que seguían presentándose como “herederos legítimos” de la exitosa revolución de Octubre y que en realidad eran sus asesinos.
La identificación entre estalinismo y comunismo si no es la mayor patraña de la historia es al menos la más repugnante, en cuyo montaje colaboraron todos los sectores de la burguesía mundial[3], fue la que permitió que la contrarrevolución alcanzara la amplitud que tuvo, paralizando a varias generaciones obreras, echándolas, atadas de pies y manos, a la II Carnicería Imperialista (1939-45), destruyendo a las fracciones comunistas que habían luchado contra la degeneración de la Internacional Comunista y sus partidos o dejándolas en una situación de pequeños núcleos totalmente aislados.A los partidos estalinistas, durante los años treinta, se les debe en especial, una parte considerable de la labor de desviar hacia el terreno de la burguesía la cólera y la combatividad de los obreros duramente golpeados por la crisis económica mundial de 1929. Esta crisis, por la amplitud y la profundidad que tuvo, era el signo indiscutible de la quiebra histórica del modo de producción capitalista y como tal habría podido ser, en otras circunstancias, una recia palanca para una nueva oleada revolucionaria. Pero, la mayoría de los obreros que quería emprender ese camino quedan atrapados en las redes del estalinismo que pretendía representar la tradición de la revolución mundial. En nombre de la defensa de la “patria socialista” y en nombre del antifascismo, los partidos estalinistas vaciaron sistemáticamente de todo contenido de clase los combates proletarios de éste periodo, transformándolos en fuerzas auxiliares de la democracia burguesa y cuando no en preparativos para la guerra imperialista.
Ocurrió así, entre otros ejemplos, con los “Frentes populares” en España y Francia, donde la gran combatividad obrera fue servida en bandeja al antifascismo y destruida por él; un antifascismo que se las daba de “obrero” y cuyos principales propagandistas eran los estalinistas. En ambos casos los partidos estalinistas dieron buena prueba de que incluso fuera de la URSS, donde ya desde años atrás venían ejecutando el oficio de verdugos, eran tan valiosos como sus maestros los socialdemócratas para cumplir la insigne tarea de carniceros de la clase obrera, incluso los superaban. Recuérdese en especial el papel de aquellos en la represión del levantamiento del proletariado en Barcelona en Mayo de 1937 (puede leerse al respecto nuestro libro, con artículos de Bilan, “España 1936”)[4].
Por la cantidad de sus víctimas, de la que es directamente responsable a escala mundial, el estalinismo no tiene nada que envidiarle al fascismo, es otra expresión de la contrarrevolución. En cambio, su papel antiobrero fue mucho más importante al haber asumido esos crímenes en nombre de la revolución comunista y del proletariado, provocando en esta clase un retroceso de su conciencia sin comparación en la historia.De hecho, mientras que al final de la I Guerra Imperialista y al final de la Posguerra, un periodo en que la oleada revolucionaria estaba en aumento, el impacto de los partidos comunistas estaba en correlación directa con la combatividad y sobre todo con la conciencia en el proletariado, a partir de los años 1930, en cambio, la evolución de su influencia es inversamente proporcional a la conciencia en la clase obrera. En el momento de su fundación, la fuerza de los partidos comunistas era como una especie de baremo de la fuerza de la revolución; tras su venta a la burguesía por el estalinismo, la fuerza de los partidos que continuaban llamándose “comunistas” daba la medida de la profundidad de la contrarrevolución. El estalinismo nunca ha sido tan poderoso como al término de la II Guerra Mundial. Este periodo fue la cota más alta de la contrarrevolución. Gracias, en especial, a la labor de los partidos estalinistas a quienes la burguesía les debía el haber podido desencadenar una vez más la carnicería imperialista y el que ejercieran como los mejores banderines de enganche, gracias a los “movimientos de resistencia”. Esta carnicería no provocó el resurgir revolucionario del proletariado. La ocupación de una buena parte de Europa por el “Ejército Rojo”[5] y la participación de los partidos estalinistas en los gobiernos de “liberación” lograron abortar toda pretensión que pudiese existir en el proletariado de combatir en su terreno de clase, utilizando el terror y la mistificación; lo que lo hundió en un desánimo todavía más profundo que el de antes de la Guerra. Aquella victoria, presentada como la “Victoria de la “Democracia” y de la “Civilización” sobre la barbarie fascista”, permitió a la burguesía hacer más atractivas las ilusiones democráticas y la creencia en un Capitalismo “humano” y “civilizado.” Fue así como consiguió que la sombría noche de la contrarrevolución se prolongara durante décadas.
No fue casualidad que el final de la contrarrevolución, con la reanudación de los combates de clase a partir de 1968, coincida con un importante debilitamiento del control estalinista sobre el conjunto del proletariado mundial, del peso de las ilusiones en la naturaleza de la URSS y de las mistificaciones antifascistas. Esto es muy patente en los dos países occidentales en los que existían los partidos “comunistas” más poderosos; países donde tuvieron lugar las expresiones más significativas de esta vuelta al combate por parte del proletariado: Francia en 1968 e Italia en 1969.
¿Cómo utiliza la burguesía el hundimiento del estalinismo?
El debilitamiento del imperio ideológico del estalinismo sobre la clase obrera es resultado, en gran parte, de que los obreros han descubierto la realidad de los regímenes autodenominados “socialistas”. En los países dominados por esos regímenes los obreros no tardaron en comprender que el estalinismo era uno de sus peores enemigos. 1953 en Alemania del Este, 1956 en Polonia y Hungría[6]: las masivas revueltas obreras y su sangrienta represión fueron la prueba de que en estos países los obreros no se hacían ninguna ilusión sobre el estalinismo. Esos acontecimientos, así como la intervención militar del Pacto de Varsovia en Checoslovaquia en 1968, ayudaron a abrir los ojos a bastantes obreros de Occidente sobre la naturaleza del estalinismo[7]; más decisivas fueron aun las luchas de 1970, 76 y 80 en Polonia; éstas, al encontrarse mucho más directamente en el terreno de clase y al inscribirse en un momento de reanudación mundial de luchas obreras, lograron poner mucho más al desnudo, ante los proletarios occidentales, el carácter antiobrero de los regímenes estalinistas[8]. Esta es la razón de que, cuando estas luchas se desarrollan, los partidos estalinistas de Occidente se distanciaran respecto a la represión que sufrieron por parte de los Estados “socialistas”.Otro factor que ha contribuido al desgaste de las patrañas estalinistas es que estas luchas pusieron en evidencia la bancarrota de la economía “socialista”. Sin embargo, tal y como se iba afianzando esta quiebra e iban retrocediendo las mentiras estalinistas, la burguesía occidental aprovechaba la situación para llevar a cabo estridentes campañas publicitarias acerca de “la superioridad del capitalismo sobre el socialismo”. De igual manera, las ilusiones democráticas y sindicalistas de los obreros de Polonia han sido explotadas a fondo, sobre todo desde 1980, con la formación del sindicato Solidarnosc. El refuerzo de esas ilusiones acentuado por la represión de diciembre de 1981 y la ilegalización de Solidarnosc es lo que nos permite comprender el desánimo y el retroceso de la clase obrera en los inicios de 1980.
El desarrollo de una nueva oleada masiva de luchas en el otoño de 1983 en la mayoría de los países de Europa occidental y la simultaneidad de esos combates a escala internacional fue la prueba de que la clase obrera dejaba atrás el lastre de las ilusiones y mistificaciones que la habían paralizado en la etapa precedente. El debilitamiento de la mistificación sindicalista quedó muy patente en el desbordamiento de los sindicatos e incluso su rechazo durante la huelga de los ferroviarios de Francia a finales de1986 y en la huelga de la enseñanza en Italia en 1987, que obligó a los izquierdistas a montar estructuras de encuadramiento, las “coordinadoras”, que se presentaban como organismos “no- sindicales”, en su propio país y en algunos otros. El debilitamiento de las mentiras electoralistas es frecuente en este periodo, lo que se hace evidente en el aumento de los porcentajes de abstención en las elecciones, especialmente en las zonas obreras.
Hoy, con la caída de los regímenes estalinistas y las campañas mediáticas que provoca, la burguesía ha logrado quebrar la tendencia manifestada desde mediados de los años 1980.Las trampas, sindicalista y democrática, que desplegó la burguesía durante los acontecimientos del 1980 al 81 en Polonia, añadido a la represión facilitada por esas trampas que habían abierto el camino, logró paralizar las luchas; esto permite a la burguesía provocar una sensible desorientación en el proletariado de los países más avanzados. El hundimiento total e histórico del estalinismo, al que hoy estamos asistiendo, acabará produciendo en el proletariado un desconcierto aun mayor. La situación ha cambiado desde entonces, los acontecimientos actuales son de mayor importancia que los de Polonia en 1980. No es un país solo el escenario, hoy están afectados todos los países de un bloque imperialista, empezando por el más importante: la URSS.
La propaganda estalinista pudo justificar las dificultades del régimen polaco diciendo que eran resultado de los errores de E. Gierek. Hoy a nadie se le ocurre, empezando por los nuevos dirigentes de esos países, responsabilizar de las dificultades de sus regímenes a las políticas llevadas a cabo en los últimos años por los dirigentes derrocados. Lo que se pone en entredicho según las mismas afirmaciones de muchos de sus dirigentes, en especial los de Hungría, es la totalidad de la estructura económica y de la práctica política aberrante que ha marcado a los regímenes estalinistas desde sus orígenes. Reconocer así la quiebra de estos países por quienes los dirigen es pan bendito para las campañas mediáticas de la burguesía occidental.
La segunda razón por la que la burguesía puede usar a fondo y eficazmente el desmoronamiento del estalinismo y del bloque que domina, estriba en que tal hundimiento no es resultado de la acción de la lucha de la clase obrera, sino de la bancarrota total de la economía en esos países. En los sucesos que hoy se están produciendo en los países del Este, el proletariado como clase, en tanto que portador de una política antagónica al capitalismo, está dolorosamente ausente. Las huelgas obreras de esta último verano en las minas de la URSS son más bien una excepción y además ponen de relieve la debilidad política del proletariado de esos países a causa del peso de los engaños que las han lastrado. Han sido fundamentalmente una consecuencia del hundimiento del estalinismo y no un factor activo en ese hundimiento. Es más, la mayoría de las huelgas habidas en los últimos tiempos en la URSS no tienen, al contrario de la de los mineros, el objetivo de defender intereses obreros, sino que están empantanadas de lleno en un terreno nacionalista y por tanto burgués (Países Bálticos, Armenia, Azerbaiyán, etc.).
Por otra parte, en las numerosas manifestaciones que estos días están agitando los países de Europa del Este, en especial la RDA, Checoslovaquia y Bulgaria y que han obligado a los gobiernos a una limpieza urgente de su imagen, no se vislumbra el mínimo asomo de reivindicación obrera. Estas manifestaciones están totalmente dominadas por reivindicaciones exclusivamente democrático-burguesas: “elecciones libres”, “libertad”, “dimisión de los PCs en el poder”, etc.
Si bien el impacto de las campañas democráticas desarrolladas tras los acontecimientos de Polonia en 1980-81 fue limitado por el hecho de que se basaban en combates de la clase obrera, la ausencia de una lucha de clases significativa en los países del Este, hoy, no puede sino reforzar los efectos devastadores de las campañas actuales de la burguesía.
El hundimiento de un bloque imperialista entero, cuyas repercusiones serán enormes, y el hecho que tal acontecimiento histórico haya tenido lugar sin la participación activa de la clase obrera, engendrará en ésta un fuerte sentimiento de impotencia, por mucho que lo ocurrido haya sido posible, como lo demuestran las Tesis publicadas en esta misma Revista, por la incapacidad de la burguesía para alistar, hasta ahora y a nivel mundial, a la clase obrera en un tercer holocausto imperialista.Fue la lucha de la clase lo que, tras derrocar al zarismo y después a la burguesía en Rusia, puso fin a la I Guerra Mundial provocando el hundimiento de la Alemania imperial. En gran medida esta fue razón por la que pudo desarrollarse a escala mundial la primera oleada revolucionaria.
En cambio, el hecho de que la lucha de la clase obrera fuera un factor de segundo orden en el hundimiento de los países del eje y en el final de la II Guerra Mundial, tuvo mucha importancia en la parálisis y la desorientación del proletariado en la Posguerra. Hoy, el que el bloque del Este se haya hundido bajo los envites de la crisis económica y no ante los de la clase obrera, no deja de ser de suma importancia. Si esto último hubiera sido la realidad: la confianza en sí mismo del proletariado hubiera salido fortalecida y no debilitada, como está ocurriendo hoy.
Al producirse el hundimiento del Bloque del Este tras un periodo de Guerra Fría con el Bloque del Oeste, “Guerra” en la que este último aparece como “Vencedor” sin haber librado batalla, va a acrecentar entre las poblaciones de occidente y entre ellas en los obreros, un sentimiento de euforia y de confianza en sus gobernantes, algo similar, salvando las distancias, al que desorientó a la clase obrera de los países “vencedores” tras las dos guerras mundiales y que fue incluso una de las causas del fracaso de la oleada revolucionaria que se produjo tras la I Guerra Mundial.Tal euforia, catastrófica para la conciencia del proletariado, estará evidentemente más limitada por el hecho mismo de que el mundo no sale hoy de una matanza imperialista mundial; sin embargo, las consecuencias nefastas de la situación actual se verán reforzadas por la euforia de las poblaciones de algunos países del Este, que no dejarán de impactar en el Oeste.
Cuando la apertura del Muro de Berlín, símbolo por excelencia del terror que el estalinismo ha impuesto a las poblaciones sobre las que gobernaba, la prensa y algunos políticos compararon el ambiente que inundaba esta ciudad con el de la “Liberación”. No es por casualidad: los sentimientos de las poblaciones de Alemania del Este durante la destrucción de este símbolo eran comparables al de las poblaciones que habían sufrido durante años y años la ocupación y el terror de la Alemania nazi. Como la historia nos enseña, no hay peores obstáculos para la toma de conciencia del proletariado que esos sentimientos, esas emociones. La satisfacción que sienten los habitantes del Este ante la caída del estalinismo y, sobre todo, el refuerzo de las ilusiones democráticas que esos sentimientos permiten, va a repercutir fuertemente, entre los proletarios de los países occidentales, y muy especialmente entre los de Alemania, cuya importancia es muy grande en el proletariado mundial en la perspectiva de la revolución. Además, la clase obrera de ese país va a tener que soportar en el periodo venidero el peso de las mistificaciones nacionalistas reforzadas por la posible reunificación de Alemania, prácticamente a la orden del día.Ya hoy los engaños nacionalistas son muy fuertes entre los obreros de la mayoría de los países del Este. No sólo existen en las diferentes repúblicas que forman la URSS; también tienen un peso enorme entre los obreros de las democracias populares a causa, entre otras cosas, de la manera tan bestial con la que “el Hermano Mayor” soviético ha ejercido sobre ellas su dominación imperialista. Las sangrientas intervenciones de los tanque rusos en la RDA en 1953, en Hungría en 1956, en Checoslovaquia en 1968, así como el saqueo sistemático de las economías de los países “satélites” han tenido que soportar durante años, no pueden sino acrecentar esas mistificaciones nacionalistas.
Junto a las mentiras democráticas y sindicales, las nacionalistas contribuyeron sobremanera, durante el periodo1980-81, en la desorientación de los obreros en Polonia, dejando vía libre al aplastamiento de diciembre de 1981. Con la dislocación del Bloque del Este, a la que estamos asistiendo, los mitos nacionalistas tendrán un nuevo impulso que hará todavía más difícil la toma de conciencia de los obreros de estos países y serán también un lastre para los obreros de Occidente; no necesariamente (excepto en el caso de Alemania) porque se vaya a fortalecer un nacionalismo directo en sus filas, sino por el desprestigio y la alteración que en sus conciencia va sufrir la idea misma de internacionalismo proletario.
No olvidemos que esta noción ha sido totalmente desnaturalizada por el estalinismo y, siguiendo sus pasos, por la totalidad de las fuerzas burguesas, identificándola con la dominación imperialista de la URSS sobre su bloque. En 1968 la intervención de los tanques del Pacto de Varsovia en Checoslovaquia se hizo en nombre del “Internacionalismo proletario”. El hundimiento y el rechazo de las poblaciones de los países del Este hacia el “internacionalismo” de tipo estalinista no dejará de pesar negativamente en la conciencia de los obreros del Oeste y eso tanto más porque la burguesía occidental no dejará pasar la mínima ocasión para contraponer al verdadero internacionalismo proletario su propia “solidaridad internacional”, entendida como apoyo a las desbaratadas economías del Este (y eso cuando no sea un llamamiento directo a la caridad) o a las “reivindicaciones democráticas” de sus poblaciones cuando estas tengan que enfrentarse a represiones brutales (recordamos la campaña a propósito de Polonia en 1981 o en China recientemente).
De hecho, (con esto entramos en lo que es meollo de las campañas que la burguesía está articulando en estos tiempos), su objetivo último y fundamental es la perspectiva misma de la revolución comunista mundial (el internacionalismo es uno de los factores de esa perspectiva) que hoy se ve afectada por el hundimiento del estalinismo. La insoportable tabarra que vomitan día y noche los medios de comunicación, con una campaña en la que repiten hasta el hartazgo que: “el comunismo ha muerto, se ha declarado en quiebra”, resume el mensaje fundamental que todos los burgueses del mundo quisieran meter en la mente de los obreros a quienes explotan. Y la mentira en la que coincidieron unánimemente todas las fuerzas burguesas en el pasado, en los peores momentos de la contrarrevolución,”la identificación entre comunismo y estalinismo”, vuelve a servírnosla con la misma unanimidad. Esa identificación le permitió a la burguesía, en los años 1930, alistar a la clase obrera tras el estalinismo para así rematar la derrota. Ahora que el estalinismo está totalmente desprestigiado entre los obreros, la misma mentira le sirve para desviarlos de la perspectiva del comunismo.
Hace ya tiempo que la clase obrera vive en el desconcierto en los países del Este; así que cuando términos como “dictadura” del proletariado lo utilizan para ocultar el terror policiaco, cuando con “poder de la clase obrera” se refieren al poder cínico de los burócratas, cuando “socialismo” es explotación bestial, miseria, penuria y fraudes, cuando en la escuela hay que aprenderse de memoria citas de Marx o de Lenin, no puede uno sino apartarse de esas nociones; o sea, rechazar lo que han sido siempre las bases mismas de la perspectiva histórica del proletariado, negarse categóricamente a estudiar los textos de base del movimiento obrero, pues los términos mismos de “movimiento obrero”, “clase obrera” acaban por parecer obscenidades.
En tal contexto, la misma idea de una Revolución del proletariado está totalmente desprestigiada. “¿De qué nos sirve volver a empezar como en Octubre de 1917 si acabaremos en la barbarie estalinista?”. Ese es actualmente el sentir predominante entre los obreros de los países del Este. De tal manera, manejando el hundimiento y la agonía del estalinismo, la burguesía de los países occidentales empuja a que se desarrollen sentimientos similares entre los obreros occidentales. La quiebra de ese sistema es tan evidente y espectacular que en gran parte lo consigue. Es previsible que todos los acontecimientos que están sacudiendo los países del Este y que repercuten en el mundo entero, influyan negativamente durante todo un periodo en la toma de conciencia de la clase obrera. En un principio, la caída del “Telón de acero”, que separaba en dos al proletariado mundial, no va a permitir a los obreros occidentales compartir con sus hermanos de clase del Este las experiencias adquiridas en sus luchas contra las trampas y engaños desplegados por la burguesía más fuerte del mundo; al contrario, serán sus ilusiones en el mito de la “superioridad del capitalismo sobre el socialismo” lo que va a caer en tromba sobre el Oeste debilitando, en el periodo inmediato y durante cierto tiempo, lo que los proletarios habían ganado en experiencia en esta parte del mundo. Por todo ello, la agonía del estalinismo, instrumento por antonomasia de la contrarrevolución, es reutilizada por la burguesía contra la clase obrera.
Las perspectivas para la lucha de clases
La caída de los regímenes estalinistas, esencialmente resultado de la quiebra completa de su economía, no podrá, en un contexto mundial de agudización de la crisis capitalista, sino agravar dicha quiebra. Eso significa, para la clase obrera de esos países, ataques y miseria sin precedentes, incluso hambre. Una situación así provocará necesariamente explosiones de cólera. Pero, el contexto político e ideológico es tal, en los países del Este, que la combatividad obrera no podrá, durante un largo tiempo, desembocar en un verdadero desarrollo de la conciencia (Véase el Editorial de esta Revista Internacional). El caos y las convulsiones que se desarrollan en estos países en el plano económico y político; la barbarie y la putrefacción, desde su misma raíz, del conjunto de la sociedad capitalista, que en ellos se expresan de manera concentrada y caricaturesca, no podrán llevarlos a comprender la necesidad de echar abajo el sistema mientras los batallones decisivos del proletariado, los de las grandes concentraciones obreras de Occidente y en especial de Europa, no hayan hecho suya esa comprensión[9].
Como hemos visto, también esos sectores del proletariado están hoy soportando de lleno el empleo de violentas campañas burguesas y viven un retroceso en la conciencia; lo que no quiere decir que estén incapacitados para entablar combates contra los ataques económicos de un capitalismo cuya crisis mundial es irreversible. Eso significa, sobre todo, que durante cierto tiempo esas luchas van a quedar prisioneras, mucho más que en los años precedentes, de los órganos del Estado para el encuadramiento de la clase obrera, y en primera línea de los sindicatos, como puede comprobarse ya en los combates más recientes; estos instrumentos van a ser los beneficiarios de las ganancias debidas al reforzamiento general de las ilusiones democráticas, van a encontrar también el terreno más favorable para sus maniobras, gracias al desarrollo de la ideología reformista resultante del aumento de las ilusiones en la “superioridad del capitalismo” respecto a cualquier otra forma de sociedad.
Sin embargo, el proletariado de hoy no es el de los años treinta; no acaba de salir de una derrota como la que tuvo que soportar tras la oleada revolucionaria de la primera Posguerra. La crisis mundial del capitalismo es insoluble y va a agravarse cada día más (Véase el artículo sobre la crisis económica en este mismo número). Tras el hundimiento del “Tercer mundo” a finales de los setenta, tras la implosión actual de las economías llamadas “socialistas”, le toca el turno al sector del capital mundial formado por los países más desarrollados que, desplazando hacia la periferia del sistema sus peores convulsiones, han podido hasta ahora ir sorteando los obstáculos y escamoteando los fracasos con mayor o menor éxito. La inevitable bancarrota, no de un sector particular del capitalismo sino del conjunto de este modo de producción, acabará minando las bases mismas de las campañas de la burguesía occidental sobre la “superioridad del capitalismo”.
El desarrollo de la combatividad proletaria deberá conducir a un nuevo desarrollo de su conciencia de clase, actualmente interrumpido y contrarrestado por el hundimiento del estalinismo. Les incumbe a las organizaciones revolucionarias contribuir con decisión en ese desarrollo. No se trata de consolar a los obreros sino de poner en evidencia que, a pesar de las dificultades del camino, al proletariado no le queda otro que el que lleva a la revolución comunista. F. M. 25/11/89
[6] Ver Lucha de clases en los países del Este (Revista Internacional nº 27): https://es.internationalism.org/node/2321 [5]
Tesis adoptadas por nuestra organización en octubre de 1989 ante los acontecimientos que condujeron a la desaparición de la URSS y del bloque imperialista a su alrededor
Los recientes acontecimientos en los países de régimen estalinista (enfrentamientos en la cima del Partido y represión en China, estallidos nacionalistas y luchas obreras en URSS, formación en Polonia de un gobierno dirigido por Solidarnosc) son de la mayor importancia. Evidencian la crisis histórica del estalinismo su entrada en un periodo de convulsiones agudas. Todo lo que está ocurriendo nos pone ante la responsabilidad de reafirmar, precisar y actualizar nuestros análisis sobre la naturaleza de esos regímenes y las perspectivas de su evolución.
1 Las convulsiones que están sacudiendo los países de régimen estalinista no pueden comprenderse fuera del marco general de análisis válido para los demás países del mundo entero, de la decadencia del modo de producción capitalista y de la agravación inexorable de su crisis. Sin embargo, todo análisis serio de la situación actual en esos países exige obligatoriamente que se tenga en cuenta lo específico de sus regímenes. Tal examen ya lo ha hecho, en varias ocasiones, la CCI; en especial cuando las luchas obreras del verano de 1980 en Polonia y la formación del sindicato “independiente” Solidarnosc.
En diciembre de 1980 el marco general para este análisis lo habíamos esbozado así:
«Como para el conjunto de los países del bloque, la situación en Polonia se caracteriza por:
En octubre de 1981, dos meses antes de la instauración del estado de guerra, en el momento en que se agudizaba la campaña gubernamental contra Solidarnosc, volvíamos sobre la cuestión en los términos siguientes:
«Los enfrentamientos entre Solidaridad y el POUP[1] no son simple teatro, como tampoco es puro teatro la oposición entre izquierdas y derechas en los países occidentales. En estos, el marco institucional permite, por lo general, la “gestión” de estas oposiciones para que no amenacen la estabilidad del régimen y también para reprimir las luchas por el poder y hacer que se solucionen con la fórmula más apropiada para enfrentar al enemigo proletario. En cambio, si la clase dominante ha logrado instaurar mecanismos de este estilo en Polonia, a través de mucha improvisación pero por ahora con éxito, nada prueba que se trate de una fórmula definitiva exportable hacia otros “países hermanos”. Las mismas invectivas que sirven para dar crédito a un socio/adversario cuando éste es indispensable para el mantenimiento del orden, pueden ser utilizadas para aplastarlo en cuanto ha perdido su utilidad. (…) Al obligar a las burguesías de Europa del Este a repartirse los papeles de un modo al que son estructuralmente refractarias, las luchas obreras en Polonia han creado una contradicción viva. Todavía es demasiado pronto para prever cómo se resolverá. La tarea de los revolucionarios ante una situación históricamente nueva es estar atentos a los hechos, con modestia». (Revista internacional; nº 27. 1981)[2].
Tras la instauración del estado de guerra en Polonia y la ilegalización de Solidarnosc, la CCI se vio obligada por los acontecimientos en junio de 1983 (Revista Internacional, nº 34 –en inglés y francés; nº 36/37; enero 1984 –en español) a desarrollar este cuadro de análisis. A partir de éste, que debe evidentemente ser completado, podremos comprender lo que está ocurriendo hoy en esta parte del mundo.
2«La característica más evidente, la más conocida de los países del Este, en la que se basa el mito de su “naturaleza socialista”, reside en el grado extremo de estatalización de la economía. Como hemos insistido en nuestras publicaciones, el capitalismo de Estado no es un fenómeno propio de estos países. Es un fenómeno que muestra, sobre todo, las condiciones de sobrevivencia del modo de producción capitalista en el periodo de su decadencia frente a la amenaza de dislocación de una economía y un cuerpo social sometido a frecuentes contradicciones. Frente a la exacerbación de las rivalidades comerciales e imperialistas que provoca la saturación general de los mercados, sólo el refuerzo permanente del peso del Estado en la sociedad permite mantener un mínimo de cohesión en su seno y asumir su crecimiento militar. Si bien la tendencia al capitalismo de Estado es un hecho histórico universal, no afecta de manera idéntica a todos los países». (Revista Internacional; nº 36/37).
3 En los países avanzados, donde existe una antigua burguesía industrial y financiera, esa tendencia se plasma por lo general en una progresiva imbricación de los sectores “privados” y los estatalizados. En un sistema así, la burguesía “clásica” no va a estar desposeída de su capital, conservando lo esencial de sus privilegios. El imperio del Estado se expresa menos en la nacionalización de los medios de producción que en la acción conjugada de una serie de instrumentos financieros, monetarios y reglamentarios, que le permiten en todo momento dar orientaciones a las grandes opciones económicas sin por ello poner en entredicho los mecanismos del mercado.
Esta tendencia hacia el capitalismo de Estado «toma sus formas más extremas allí donde el capitalismo conoce sus contradicciones más brutales, allí donde la burguesía clásica es más débil. En este sentido, el hecho de que el Estado tome directamente a su cargo lo esencial de los medios de producción, característica de los países del Este y en gran medida del Tercer Mundo, es ante todo una manifestación del atraso y de la fragilidad de su economía». (Ibídem)
4 «Existe una estrecha relación entre las formas de dominación económica de la burguesía y las formas de su dominación política». (Ibídem):
Sin embargo, «el régimen de partido único no es exclusivo de los países del Este ni del Tercer Mundo; existió durante decenios en países de Europa occidental como Italia, España o Portugal. El ejemplo más destacable es evidentemente el régimen nazi que dirigió el país más desarrollado y fuerte de Europa entre 1933 y 1945. De hecho, la tendencia histórica al capitalismo de Estado no comporta únicamente un aspecto económico; se manifiesta también por una concentración creciente del poder político en manos del ejecutivo, en detrimento de las formas clásicas de la democracia burguesa; o sea, el parlamento y el juego de los partidos. Mientras que en los países desarrollados del siglo XIX, los partido políticos eran los representantes de la sociedad civil dentro y ante el Estado, con la decadencia del capitalismo se transforman en representantes del Estado en la sociedad civil (el ejemplo más evidente es el de los antiguos partidos obreros encargados hoy de encuadrar a la clase obrera tras el Estado). Las tendencias totalitarias del Estado se expresan, incluidos los países donde subsisten los mecanismos formales de la democracia, en una tendencia al partido único cuya concreción más patente se verifica durante las convulsiones más agudas de la sociedad burguesa: la unión nacional, en las guerras imperialistas; la unión de todas las fuerzas burguesas tras sus partidos de izquierda, en los periodo revolucionarios (…)».
5 «La tendencia al partido único encuentra raramente su culminación en los países más avanzados; EEUU, Gran Bretaña, Holanda, Escandinavia no han conocido esa culminación. El caso de Francia, bajo el régimen de Vichy, está ligado esencialmente a la ocupación militar alemana. El único ejemplo histórico de un país plenamente desarrollado, donde esa tendencia ha llegado hasta el final, fue Alemania. (Por razones que la Izquierda Comunista ya analizó hace mucho tiempo) (…) Si en los demás países avanzados se han mantenido las estructuras políticas y los partidos tradicionales es porque han sido lo bastante sólidos, gracias a su antigua implantación, su experiencia, su relación con la esfera económica, la fuerza mistificadora que consigo acarrean, como para asegurar la estabilidad y la cohesión del capital nacional frente a las dificultades que han debido encarar (crisis, guerra, luchas sociales)». (Ibídem). El estado de la economía de esos países, el poderío que ha conservado la burguesía clásica, no necesitan ni permiten la adopción de medidas “radicales” de estatalización del capital, que únicamente pueden llevar a cabo las estructuras y los partidos llamados “totalitarios”.
6 «Pero lo que sólo existe, como excepción, en los países más avanzados se convierte en la regla general en los países más atrasados. Al no existir las condiciones que acabamos de enumerar estos países acusan más violentamente las convulsiones de la decadencia capitalista». (Ibídem).
Así por ejemplo, en las antiguas colonias, que alcanzaron la “independencia” en el siglo XX (en especial tras la II Guerra mundial), la formación de un capital nacional se realizó en la mayoría de los casos mediante y en torno al Estado y en general bajo la dirección, en ausencia de una burguesía autóctona, de una intelligentsia formada en las universidades europeas. En ciertas circunstancia pudo incluso verse la yuxtaposición y la cooperación de esa nueva burguesía de Estado con los restos de antiguas clases explotadoras precapitalistas.
«Entre los países atrasados, los del Este ocupan un lugar particular: a los factores directamente económicos que explican el peso que tiene el capitalismo de Estado, se superponen factores históricos y geopolíticos: las circunstancias de la formación de la URSS y de su imperio, son un ejemplo» (Ibídem).
7 «El Estado capitalista de la URSS se construyó sobre los escombros de la revolución proletaria. La débil burguesía de la época zarista fue completamente eliminada por la Revolución de 1917 (…) y por el fracaso de los ejércitos blancos. De este hecho se desprende que no era aquella ni sus partidos tradicionales quienes podían encargarse de la inevitable contrarrevolución resultante de la derrota de la revolución mundial. De esta tarea se encargaría el Estado que surgió tras la Revolución y que rápidamente absorbió al Partido Bolchevique. (…) Por este hecho, la clase burguesa no se reconstituyó a partir de la antigua burguesía (salvo de forma excepcional e individual) ni a partir de la propiedad individual de los medios de producción sino a partir de la burocracia del Partido-Estado y de la propiedad estatal de los medios de producción. En Rusia, un cúmulo de factores: atraso del país, desbandada de la burguesía clásica, aplastamiento físico del proletariado (la contrarrevolución y el terror que éste ha tenido que soportar está en relación con su avance revolucionario), motivaron que la tendencia al capitalismo de Estado tomase su forma más extrema: la estatalización casi completa de la economía y la dictadura del partido único. El Estado, al no tener que disciplinar a los diferentes sectores de la clase dominante ni tener en cuenta eventualmente sus intereses económicos, porque ha absorbido completamente a la clase dominante, puede evitar las formas políticas clásicas de la sociedad burguesa (democracia y pluralismo) incluso como ficción» (Revista Internacional; nº 36/37).
8 La misma brutalidad y centralización extrema con las que el régimen de la URSS ejerce su poder sobre la sociedad, están en la forma con la que establece y conserva su dominio sobre el conjunto de los países de su bloque imperialista. La URSS ha formado su imperio únicamente mediante la fuerza de las armas: primero durante la II Guerra mundial misma (apropiación de los Países bálticos y de la Europa del Este) y, ya más tarde, con ocasión de las diferentes guerras de “independencia nacional” que fueron continuación de aquella (caso de China o Vietnam del Norte) o también gracias a golpes de Estado militares (caso de Egipto en 1952, Etiopía en 1974, Afganistán en 1978,…). En un momento u otro siempre el uso de la fuerza armada (Hungría 1956, Checoslovaquia 1968, Afganistán 1979), o la amenaza de su uso ha sido la forma casi exclusiva del mantenimiento de la cohesión de este bloque.
9 Al igual que la forma de su capital nacional y de su régimen político ese modo de dominación imperialista es fundamentalmente el resultado de la debilidad económica de la URSS (cuya economía es más atrasada que la de la mayoría de sus vasallos).
«EEUU, primera potencia económica y financiera del mundo y mucho más desarrollado que los demás Estados de su bloque, se asegura el dominio sobre los principales países de su imperio (que son también países plenamente desarrollados) sin recurrir, a cada paso, a la fuerza militar; igualmente, estos países no necesitan la represión permanente para asegurar su estabilidad. (…) Es de manera “voluntaria” cómo, los sectores dominantes de las principales burguesías occidentales se adhieren a la alianza americana: encuentran ventajas económicas, financieras, políticas y militares (el “paraguas” americano frente al imperialismo ruso)» (Ibídem, pág. 42). En cambio, el que un capital nacional pertenezca al bloque del Este significa generalmente para su economía una desventaja catastrófica, debido en particular al saqueo directo que sobre ésta ejerce la URSS. «en los principales países del bloque americano no existe una “propensión espontánea” a pasarse al otro bloque, algo que sí puede comprobarse en el otro sentido (cambio de bloque de Yugoslavia en 1948, de China a finales de los años 60, las tentativas de Hungría en 1956)» (Ibídem). La permanencia de fuerzas centrífugas en el bloque ruso expresa la brutalidad de la dominación imperialista que en él se ejerce y el tipo de régimen político que dirige esos países.
10 «La fuerza y la estabilidad de EEUU permite que todo tipo de regímenes se acomode en su bloque: desde el “comunista” chino al ultra “anticomunista” de Pinochet, de la dictadura militar turca a la “superdemocrática” Inglaterra, de la bicentenaria República francesa a la Monarquía feudal saudí, de la España franquista a la socialdemócrata». (Ibídem). En cambio, «El hecho de que la URSS sólo pueda mantener su control por la fuerza militar, determina el hecho de que sus satélites se doten de regímenes que, como el suyo, sólo pueden mantener su control sobre la sociedad mediante la fuerza militar (policía y ejército)». (Ibídem, pág. 41). Además, sólo de los partidos estalinistas puede la URSS esperar un mínimo de sumisión (a veces ni eso) pues la subida al poder y su permanencia en él dependen, por regla general, del apoyo directo del “Ejército Rojo”. Así, «Mientras que el bloque americano puede “garantizar” perfectamente la “democratización” de un régimen fascista o militar cuando éste resulta inútil (Japón, Alemania o Italia tras la II Guerra mundial; Portugal, Grecia o España en los años 1970), la URSS no puede acomodar dentro de su bloque a ninguna “democracia”» (Ibídem; pág. 42). Un cambio de régimen político en un país “satélite” comporta la amenaza directa del paso de tal país al bloque adverso.
11 El fortalecimiento del capitalismo de Estado es un hecho permanente y universal en la decadencia del capitalismo. Sin embargo, como ya hemos visto, esta tendencia no se plasma obligatoriamente en una estatalización total de la economía, en una apropiación directa del aparato productivo por el Estado. En ciertas circunstancias históricas esta es la única vía posible para el capital nacional o la fórmula mejor adaptada para su defensa y desarrollo; es sobre todo válido para las economías atrasadas, pero en ciertas condiciones (periodos de reconstrucción, por ejemplo) también lo es para economías desarrolladas, como la de Gran Bretaña y Francia tras la II Guerra mundial. Sin embargo, esta forma particular de capitalismo de Estado tiene graves inconvenientes para la economía nacional.
En los países atrasados, la confusión entre aparato político y aparato económico permite y engendra el desarrollo de una burocracia totalmente parásita, con la única preocupación de llenarse la faltriquera, chupar del bote y saquear sistemáticamente la economía nacional para acumular fortunas colosales: los ejemplos de Batista, Marcos, Duvalier, Mobutu son ya conocidos pero no los únicos. El saqueo, la corrupción y la estafa, fenómenos generalizados en los países subdesarrollados, que afectan a todos los niveles del Estado y de la economía, son un lastre suplementario que las empuja todavía más hacia el abismo.
En los países adelantados la presencia de un fuerte sector estatalizado tiende también a convertirse en un lastre para la economía nacional, según se va agravando la crisis mundial. En este sector el modo de gestionar las empresas, sus estructuras y organización del trabajo y de la mano de obra limitan muy a menudo su necesaria adaptación al aumento del nivel de competencia. “Servidores del Estado”, vestales del “servicio público”, que disfrutan, en la mayoría de los casos, de la garantía de empleo a sabiendas que su empresa, el Estado mismo, no va a quebrar ni a echar el cierre; la capa social de los funcionarios, incluso cuando no se dedica a la corrupción, no es siempre la más capacitada para adaptarse a las leyes despiadadas del mercado. En la gran oleada de “privatizaciones”, que lleva afectando últimamente a la mayoría de los países occidentales avanzados, debe verse no solo un medio de limitar la amplitud de los conflictos de clase, al sustituir un patrón único, el Estado, por múltiples patronos, sino también como el medio para reforzar el nivel competitivo del aparato productivo.
12 En los países de régimen estalinista las responsabilidades económicas en su totalidad se relacionan esencialmente con el lugar que se ocupa en el aparato del Partido, de modo que la “Nomenklatura” desarrolla a una escala aun mayor los obstáculos para mejorar la competitividad del aparato productivo. Mientras que la economía “mixta” de los países desarrollados de Occidente obliga en cierto modo a las empresas públicas y a las Administraciones a preocuparse por la productividad y la rentabilidad; el capitalismo de Estado, gobernante en los países de régimen estalinista, tiene como característica la de hacer totalmente irresponsable a la clase dominante. Ante una mala administración no existe la sanción del mercado y las sanciones administrativas no son reglamentadas, en la medida que es todo el Aparato, de arriba abajo, quien manifiesta tal irresponsabilidad. Fundamentalmente, la condición para el mantenimiento de privilegios es el servilismo ante la jerarquía del Aparato o ante alguna de sus camarillas. La primera preocupación de la gran mayoría de los “responsables”, tanto económicos como políticos (por lo general son los mismos) no es hacer fructificar el capital sino sacar provecho de su puesto para llenarse los bolsillos, los de su familia y los de “los suyos”, sin preocuparse lo más mínimo del buen funcionamiento de las empresas o de la economía nacional. Este tipo de “gestión” evidentemente no excluye la explotación feroz de la fuerza de trabajo. Pero esa ferocidad no se muestra en la imposición de normas de trabajo que permitan aumentar la productividad sino que, esencialmente, se manifiesta en el nivel de vida miserable de los obreros y en la brutalidad con la que se les responde a sus reivindicaciones.
Podemos caracterizar este tipo de Régimen como el reino de los aduladores, de los jefecillos incompetentes y vociferantes, de los prevaricadores cínicos, de los manipuladores sin escrúpulos y de los policías. Estas características son generalmente propias de toda la sociedad capitalista, reforzadas además por los fenómenos de su descomposición, pero cuando se imponen totalmente, en vez de la competencia técnica, de la explotación racional de la fuerza de trabajo y de la búsqueda de la competitividad en el mercado, comprometen radicalmente los resultados de una economía nacional.
En tales condiciones las economías de estos países, en su mayoría ya bastante atrasadas, están por lo general mal preparadas para enfrentar la crisis capitalista y la agudización de la competencia que esa crisis provoca en el mercado mundial.
13 Ante su quiebra total la única alternativa que puede permitir a la economía de esos países, no ya alcanzar una competitividad real sino al menos mantenerse a flote, consiste en la introducción de mecanismos que permitan un grado de responsabilidad efectiva y real de sus dirigentes. Tales mecanismos suponen una “liberalización” de la economía, la creación de un mercado interior que exista realmente, una “autonomía” mayor de las empresas y el desarrollo de un sector “privado” fuerte. Ese es el programa de la “Perestroika” así como el del Gobierno de Tadeusz Masowiecki en Polonia y el de Deng Xiaoping en China. Sin embargo, aunque dicho programa sea cada vez más indispensable su puesta en práctica tropieza con obstáculos prácticamente insuperables.
En primer lugar, ese programa implica la instauración de la “veracidad en los precios” del mercado, lo que quiere decir que los productos de consumo corriente y hasta los de primera necesidad -que hoy se subvencionan- van a tener que aumentar de manera vertiginosa: los aumentos del 500% que se vieron en Polonia en agosto del 1989 dan una idea de lo que le espera a la población y especialmente a la clase obrera. La experiencia pasada (y también la presente) de la misma Polonia da prueba de que esa política puede provocar explosiones sociales violentas que comprometerán su aplicación.
En segundo lugar, ese programa supone cerrar empresas “no rentables” (que son cantidad) o bien reducciones muy fuertes de plantilla. El desempleo que ahora es un fenómeno marginal se desarrollará de manera masiva; lo cual constituye una nueva amenaza para la estabilidad social, en la medida en que el pleno empleo era una de las pocas garantías que le quedaban al obrero y uno de los medios de control de una clase obrera harta de sus condiciones de vida. Aun más que en los países occidentales el desempleo masivo puede transformarse en verdadera bomba social.
En tercer lugar, la “autonomía” de las empresas choca contra la resistencia encarnizada de toda la burocracia económica cuya razón oficial de ser es planificar, organizar y controlar la actividad del aparato productivo. La notoria ineficacia que hasta el presente ha manifestado esa burocracia podría volverse, en esta misión, eficazmente terrible si decide sabotear las “reformas”.
14 En fin, la aparición, junto a la burguesía de Estado, de una capa de “gestores” al modo occidental, realmente capaces de valorar el capital invertido, va a ser para aquella (que está integrada en un aparato de poder político) un competidor inaceptable. El carácter esencialmente parasitario de su existencia se verá expuesto sin piedad a la luz del día, lo que al cabo será una amenaza no sólo para su poder sino también para el conjunto de sus privilegios económicos. Para el partido como un todo, cuya razón de ser reside en la aplicación y la dirección del “socialismo real” (según la Constitución polaca es la “fuerza dirigente de la sociedad en la construcción del socialismo”) es todo su Programa, su propia identidad lo que será puesto en entredicho.
El fracaso patente de la “Perestroika”[4] de Gorbachov, así como el de todas las reformas precedentes que tenían la misma dirección, delatan claramente esas dificultades. De hecho, la aplicación efectiva de esas reformas no puede conducir más que a un conflicto declarado entre los dos sectores de la burguesía, la burguesía de Estado y la burguesía “liberal” (aunque esta última se reclute igualmente en una parte del aparato del Estado). La conclusión brutal de este conflicto, como vimos recientemente en China, da una idea de las formas que puede tomar en los demás países de régimen estalinista.
15 Así como existe un estrecho lazo entre el tipo de aparato económico y la estructura del aparato político, la reforma de uno repercute necesariamente en la otra. La necesidad de una “liberalización” de la economía encuentra su expresión en el surgimiento en el seno del partido o fuera de él de fuerzas políticas que se hacen portavoces de esa necesidad. Ese fenómeno acarrea fuertes tendencias a la escisión en el partido (hipótesis evocada recientemente por un miembro de la dirección del Partido húngaro) así como a la creación de formaciones “independientes” que se proclaman de manera más o menos explícita a favor del restablecimiento de las formas clásicas del capitalismo, como es el caso de Solidarnosc[5].
Esta tendencia a la aparición de varias formaciones políticas con programas económicos diferentes lleva consigo la presión a favor del reconocimiento legal del “pluripartidismo” y del “derecho de asociación”, de elecciones “libres”, de la “libertad de prensa”; en resumen, de los atributos clásicos de la democracia burguesa. Además, cierta libertad de crítica o el “llamamiento a la opinión pública”, pueden ser palancas para desmontar a los burócratas “conservadores” que se aferran a la poltrona. De ahí que por regla general los “reformadores” a nivel económico lo son también a nivel político. Por eso, la “Perestroika” va emparejada a la “Glasnost”[6]. La “democratización” e incluso la aparición de fuerzas políticas de “oposición” pueden en ciertas circunstancias, como en Polonia en 1980 y en 1988, o como en la URSS hoy, servir de señuelo y de medio de encuadramiento ante la explosión de descontento de la población y, especialmente, de la clase obrera. Ese último elemento es evidentemente un factor suplementario de presión a favor de las “reformas políticas”.
16 Sin duda, del mismo modo que la “reforma económica” se propuso tareas prácticamente irrealizables, la “reforma política” tiene pocas probabilidades de éxito. La introducción efectiva del “pluripartidismo” y de elecciones “libres”, que es la consecuencia lógica de un proceso de “democratización”, son una verdadera amenaza para el partido en el poder. Como vimos recientemente en Polonia y, en cierta medida, en la URSS el año pasado, dichas elecciones no pueden conducir más que a la puesta en evidencia del desprestigio total del partido, del verdadero odio que le tiene la población. En la lógica de esas elecciones, lo único que el partido puede esperar es la pérdida de su poder. Ahora bien, eso es algo que el partido, a diferencia de los partidos “democráticos” de Occidente, no puede tolerar porque:
Mientras que en los países de economía “liberal” o “mixta”, en donde se mantiene una clase burguesa clásica directamente propietaria de los medios de producción, el cambio de partido en el poder (a menos que se traduzca en la llegada de un partido estalinista) no tiene más que un impacto débil en sus privilegios y en el lugar que ocupa en la sociedad ; un acontecimiento así en un país del Este, significa, para la gran mayoría de los burócratas, pequeños y grandes , la pérdida de sus privilegios, el desempleo y hasta persecuciones de parte de los vencedores. La burguesía alemana pudo arreglárselas con el Káiser, con la república socialdemócrata, con la república conservadora, con el totalitarismo nazi, con la república democrática, sin que sus privilegios se viesen amenazados en lo esencial. En cambio, un cambio de régimen en la URSS significaría la desaparición de la burguesía en este país, bajo su forma actual, al tiempo que la del partido. Y si bien un partido político puede suicidarse, puede declararse disuelto, una clase dominante y privilegiada no se suicida.
17 Por todo ello, las resistencias que se manifiestan en el aparato de los partidos estalinistas de los países del Este contra las reformas políticas no pueden quedar reducidas al simple miedo de los burócratas más incompetentes a perder sus puestos y privilegios. Es el partido como cuerpo, como entidad social y como clase dominante el que se expresa en esa resistencia.
Además, lo que escribíamos hace nueve años de que «Todo movimiento de protesta corre el riesgo de cristalizar el enorme descontento que existe en un proletariado y una población sometidos desde hace décadas a la más violenta de las contrarrevoluciones», sigue hoy siendo válido. Efectivamente, si las “reformas democráticas” tienen como uno de sus objetivos servir de válvula de seguridad a la enorme cólera que existe en la población, también contienen el riesgo de dejar que esa cólera se exprese en forma de explosiones incontrolables. Cuando las manifestaciones de descontento ya no son, desde su comienzo e inmediatamente, aplastadas en sangre y con encarcelamientos masivos existe el riesgo de que se expresen abierta y violentamente. Cuando la presión se hace demasiado fuerte en la olla, el vapor que debería salir por la válvula puede hacer saltar la tapadera.
En cierta medida las huelgas del último verano en la URSS han sido una ilustración de ese fenómeno. En un contexto diferente al de la “Perestroika” la explosión de combatividad obrera no hubiera podido extenderse de esa manera ni durante tanto tiempo. Pasa lo mismo con la explosión actual de movimientos nacionalistas, en aquel país, que ponen en evidencia el peligro que representa para su integridad territorial misma la política de “democratización” de la segunda potencia mundial.
18 En efecto, teniendo en cuenta que el factor prácticamente único de cohesión del bloque ruso es la fuerza armada, toda política que tienda a hacer pasar a un segundo plano este factor lleva consigo la fragmentación del bloque. El bloque del Este nos está dando ya la imagen de una dislocación creciente. Por ejemplo, las invectivas entre Alemania del Este y Hungría, entre los gobiernos “conservadores” y “reformadores”, no son representaciones teatrales; dan una idea de las divisiones reales que se están estableciendo entre las diferentes burguesías nacionales. En esa zona, las tendencias centrífugas son tan fuertes que se desatan en cuando se les da ocasión de hacerlo y hoy esa ocasión se alimenta con los temores, suscitados en los partidos dirigidos por los “conservadores”, de que el movimiento procedente de la URSS y que se extendió a Polonia y Hungría venga por contagio a desestabilizarlos.
Fenómeno similar es el que se puede observar en las repúblicas periféricas de la URSS: esos regímenes son en cierto modo colonias de la Rusia zarista o de la Rusia estalinista (como los países Bálticos anexionados gracias al Pacto Germano-soviético de 1939). Pero al contrario de las otras potencias, Rusia no ha podido nunca proceder a una descolonización pues esto habría significado para ella la pérdida definitiva de todo control en esas regiones, algunas de ellas, además, muy importantes desde el punto de vista económico. Los movimientos nacionalistas que favorecidos por el relajamiento del poder central del partido ruso se desarrollan hoy, con casi medio siglo de atraso respecto a los movimientos que habían afectado al imperio francés o al británico, llevan consigo una dinámica de separación de Rusia.
A fin de cuentas, si el poder central de Moscú no reaccionara asistiríamos a un fenómeno de explosión no sólo del bloque ruso sino igualmente de su potencia dominante. En una dinámica así, la burguesía rusa, clase hoy dominante de la segunda potencia mundial, no se encontraría a la cabeza mas que de una potencia de segundo orden, mucho más débil que Alemania, por ejemplo.
19 La “Perestroika” ha abierto una verdadera caja de Pandora al crear situaciones cada vez más incontrolables; como por ejemplo, la que acaba de instalarse en Polonia, con la constitución de un gobierno dirigido por Solidarnosc. La política “centrista” (como la define Yeltsin) de Gorbachov es en realidad un ejercicio en la cuerda floja, de equilibrio inestable entre dos tendencias cuya confrontación es inevitable: la que quiere ir hasta el final del movimiento de “liberación”, porque las medias tintas no pueden resolver nada ni a nivel económico ni a nivel político, y la tendencia que se opone a ese movimiento por miedo a que provoque la caída de la forma actual de la burguesía o incluso hasta el desmoronamiento de la potencia imperialista de Rusia.
En la medida en que, actualmente, la burguesía reinante dispone todavía del control de la fuerza policíaca y militar (incluso evidentemente en Polonia), esa confrontación no puede conducir más que a enfrentamientos violentos, y hasta baños de sangre, como el que se acaba de ver en China. Y esos enfrentamientos serán tanto más brutales en cuanto que desde hace más de medio siglo en la URSS y casi cuarenta años en sus “Satélites”, la población ha ido acumulando cantidades industriales de odio profundo hacia una camarilla estalinista sinónimo de terror, de matanzas, de torturas, de hambre y escasez y de una monstruosa y cínica arrogancia. Si la burocracia estalinista pierde el poder en los países que controla, será victima de auténticos pogromos.
20 Pero cualquiera que sea la evolución futura de la situación en los países del Este, los acontecimientos que hoy los están zarandeando son la confirmación de la crisis histórica, del desmoronamiento definitivo del estalinismo, de esa monstruosidad símbolo de la más terrible contrarrevolución que haya sufrido el proletariado.
En esos países se ha abierto un periodo de inestabilidad, de sacudidas, de convulsiones, de caos sin precedentes cuyas implicaciones irán mucho más allá de sus fronteras. En particular el debilitamiento del bloque ruso, que se va a acentuar aun más, abre las puertas a una desestabilización del sistema de relaciones internacionales y de las constelaciones imperialistas que habían surgido de la II Guerra mundial con los acuerdos de Yalta. Sin embargo esto no quiere decir en manera alguna que se ponga en tela de juicio el curso histórico hacia enfrentamientos de clase. En realidad, el desmoronamiento actual del bloque del Este es una de las manifestaciones de la descomposición general de la sociedad capitalista; descomposición debida precisamente a la imposibilidad de la burguesía para aportar su propia respuesta (la guerra generalizada) a la crisis declarada en la economía mundial[7]. Por eso, hoy más que nunca la clave de la perspectiva histórica, la clave del porvenir está en manos del proletariado.
21 Los acontecimientos actuales en los países del Este confirman claramente que la responsabilidad del proletariado mundial recae principalmente en sus batallones de los países centrales y especialmente los de Europa occidental. En efecto, en la perspectiva de convulsiones económicas y políticas, de enfrentamientos entre sectores de la burguesía en los regímenes estalinistas, existe el peligro de que los obreros de esos países se dejen enrolar y hasta matar en defensa de unas fuerzas capitalistas enfrentadas (como ocurrió en España en 1936), incluso de que sus luchas sean desviadas a ese terreno. Las luchas obreras del verano de 1989, a pesar de su carácter masivo y de la combatividad que desarrollaron, no suprimieron el enorme atraso político que lastra al proletariado de la URSS y del bloque dominado por ella. En esta parte del mundo, a causa del atraso económico del capital mismo pero sobre todo a causa de la profundidad y brutalidad de la contrarrevolución, los obreros todavía son muy vulnerables ante las mistificaciones y trampas democráticas, nacionalistas y sindicalistas. Las explosiones nacionalistas de estos últimos meses en la URSS así como las ilusiones que revelaron las luchas recientes en este país y el bajo nivel actual de conciencia política de los obreros en Polonia (a pesar de la importancia de sus combates en estos últimos veinte años) son una ilustración más del análisis de la CCI sobre esta cuestión (Rechazo de la teoría del “eslabón más débil” –ver la Revista Internacional; nº 31[8]). Por todo ello, la denuncia, en los procesos de lucha, de todas las mistificaciones democráticas y sindicalistas por parte de los obreros de los países centrales, precisamente por el peso de las ilusiones que sobre occidente se hacen los obreros de los países del Este, será un factor fundamental de la capacidad de estos últimos para desmontar las trampas que la burguesía no cesará de tenderles, para no dejarse desviar de su terreno de clase.
22 Los acontecimientos que hoy están agitando a los países llamados “socialistas”, la desaparición de hecho del bloque ruso, la bancarrota patente, definitiva, del estalinismo a nivel económico, político e ideológico, constituyen el hecho histórico más importante desde la II Guerra Mundial junto con el resurgimiento internacional del proletariado a finales de los años 60. Un acontecimiento de esa envergadura tendrá repercusiones, y ha empezado ya a tenerlas en la conciencia de la clase obrera y más todavía por tratarse de una ideología y un sistema político presentados durante más de medio siglo, por todos los sectores de la burguesía, como “socialistas” y “obreros”. Con el estalinismo desaparece el símbolo y la punta de lanza de la más terrible contrarrevolución de la historia. Eso no significa que el desarrollo de la conciencia del proletariado mundial tenga ahora ante sí un camino más fácil, sino al contrario. Hasta en su muerte el estalinismo está aportando un último servicio a la dominación capitalista: al descomponerse, su cadáver sigue contaminando la atmósfera que respira el proletariado. Para los sectores dominantes de la burguesía, el desmoronamiento definitivo de la ideología estalinista, los movimientos “democráticos”, “liberales” y nacionalistas que están zarandeando a los países del Este, son una ocasión pintiparada para desatar e intensificar más aun sus campañas mistificadoras. La identificación establecida sistemáticamente entre comunismo y estalinismo, la mentira repetida miles y miles de veces, machacada hoy todavía más que antes, de que la revolución proletaria no puede conducir más que a la bancarrota, va a tener, con el hundimiento del estalinismo y durante todo un periodo un impacto creciente en las filas de la clase obrera. Es posible que vivamos un retroceso momentáneo en la conciencia del proletariado, cuyas manifestaciones se advierten, especialmente ya, en el retorno a bombo y platillo de los sindicatos en el ruedo social. Aunque el capitalismo no dejará de llevar a cabo sus incesantes ataques, cada vez más duros, contra los obreros, lo que les obligará a entrar en lucha; no por ello el resultado va a ser, al comienzo, el de una mayor capacidad de la clase para avanzar en su toma de conciencia.
En vista de la importancia histórica de los hechos que lo determinan, el retroceso actual del proletariado, aunque no ponga en tela de juicio el curso histórico -es decir, la perspectiva general hacia enfrentamientos de clase-, aparece como más importante que el que había acarreado la derrota del proletariado en Polonia en 1981. Sin embargo, no se puede prever ni su amplitud ni su duración. En particular, el ritmo del hundimiento del capitalismo occidental, en el que se percibe actualmente una aceleración hacia una nueva recesión abierta y patente, va a determinar el plazo de la próxima reanudación de la marcha del proletariado hacia su conciencia revolucionaria. Al barrer las ilusiones sobre la “reactivación” de la economía mundial, al poner al desnudo la mentira que nos presenta al capitalismo “liberal” como una solución a la bancarrota del pretendido “socialismo”, al revelar la quiebra histórica del conjunto del modo de producción capitalista y no sólo de sus retoños estalinistas, la intensificación de la crisis capitalista obligará al proletariado a dirigirse de nuevo hacia la perspectiva de otra sociedad, a inscribir de manera creciente sus combates en esa perspectiva. Como la CCI escribía a ya, después de la derrota del 81 en Polonia, la crisis capitalista sigue siendo el mejor aliado de la clase obrera.
CCI 5 octubre 1989
[1] POUP: Partido Obrero Unificado de Polonia, el partido único, de obediencia estalinista de entonces, hoy ya desaparecido
[3]El que en algunos países del Este existan varios partidos (en la “ultra-ortodoxa” RDA hay no menos de cinco, entre ellos un partido “liberal” y un partido “socialdemócrata”) no cambia nada ya que es el partido estalinista quien tiene todo el poder, siendo los demás simples apéndices y “valedores” de aquél. RDA: la antigua República Democrática Alemana absorbida por la Alemania “federal” en 1990.
[4]Perestroika quiere decir “reestructuración” y es el nombre que adoptó la política de Gorbachov –ascendido al poder de la URSS en 1985- para intentar reformar la economía del país ante los golpes brutales que le propinaba la crisis capitalista. Ver en Revista Internacional nº 58 La perestroika de Gorbachov una mentira en la continuidad del estalinismo /revista-internacional/200608/1037/la-perestroika-de-gorbachov-una-mentira-en-la-continuidad-del-esta [9]
[5]Por ejemplo, en la dirección del partido en Polonia, algunos se proclaman “socialdemócratas”; en el Buró Político del Partido húngaro se encuentra un tal Imre Pozsgay, candidato designado para la elección presidencial prevista para el 1990, que declara que : «es imposible reformar la práctica comunista existente actualmente en URSS y Europa del Este…, este sistema debe liquidarse». Así mismo el Apparatchik Boris Yeltsin, exjefe del PC de Moscú, declara a los estadounidenses que la URSS debe aprender de los EEUU y de T. Masowiecki, quien en los discursos de investidura de su gobierno no menciona ni una sola vez la palabra “socialismo”
[6]En la tentativa desesperada por salvar la forma particular de capitalismo entonces reinante en la URSS, la Perestroika –en resumen, “reforma económica”- se acompañó de la Glasnost, literalmente “transparencia”, y que era lo que podríamos llamar el intento de “reforma política”.
[7]Para un análisis de la descomposición social, ideológica y estructural del capitalismo ver en Revista Internacional nº 62 Tesis sobre la Descomposición /revista-internacional/200510/223/la-descomposicion-fase-ultima-de-la-decadencia-del-capitalismo [10]
Links
[1] https://es.internationalism.org/revista-internacional/197507/998/la-degeneracion-de-la-revolucion-rusa
[2] https://es.internationalism.org/revista-internacional/197507/940/las-ensenanzas-de-kronstadt
[3] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201008/2908/la-izquierda-comunista-en-rusia-i-el-manifiesto-del-grupo-obrero-d
[4] https://es.internationalism.org/cci/200602/539/espana-1936-franco-y-la-republica-masacran-al-proletariado
[5] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200808/2321/lucha-de-clases-en-la-europa-del-este-1920-1970
[6] https://es.internationalism.org/content/2318/un-ano-de-luchas-obreras-en-polonia
[7] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200604/855/el-proletariado-de-europa-occidental-en-una-posicion-central-de-la-
[8] https://es.internationalism.org/en/tag/2/29/la-lucha-del-proletariado
[9] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200608/1037/la-perestroika-de-gorbachov-una-mentira-en-la-continuidad-del-esta
[10] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200510/223/la-descomposicion-fase-ultima-de-la-decadencia-del-capitalismo
[11] https://es.internationalism.org/en/tag/21/472/entender-la-descomposicion
[12] https://es.internationalism.org/en/tag/2/28/el-estalinismo-el-bloque-del-este
[13] https://es.internationalism.org/en/tag/3/45/descomposicion