SABEMOS ahora que los atentados de Nueva York
han causado más de 6000 muertos. Más allá de esta
cantidad - espantosa ya - la destrucción del World Trade Center
significa un giro en la historia cuyo alcance no podemos hoy calibrar.
Es el primer ataque contra territorio estadounidense desde Pearl Harbour
en 1941. El primer bombardeo de su historia en el territorio americano
de Estados Unidos. El primer bombardeo de una metrópoli de un país
desarrollado desde la Segunda Guerra mundial. Ha sido un indudable acto
de guerra como dice la prensa. Y como todo acto de guerra ha sido un crimen
abominable, un crimen cometido contra una población civil sin defensa.
Como siempre, ha sido la clase obrera la principal víctima de ese
acto. Secretarias, barrenderos, obreros almacenistas, oficinistas, la
amplia mayoría de los muertos eran de los nuestros, de nuestra
clase.
Negamos todo derecho a la burguesía hipócrita y a la prensa
a sus órdenes a lloriquear por los obreros asesinados. La clase
dominante es responsable de ya demasiadas matanzas: la espantosa carnicería
de la Primera Guerra mundial; la todavía más atroz de la
Segunda, en la que por vez primera, los civiles fueron sus blancos principales.
recordemos de qué ha sido capaz la burguesía: bombardeos
de Londres, de Dresde y de Hamburgo, de Hiroshima y Nagasaki, millones
de muertos en los campos de concentración nazis y en los gulags
estalinistas.
Recordemos el infierno de los bombardeos sobre poblaciones civiles, y
del ejército iraquí huyendo durante la Guerra del Golfo
en 1991, y sus cientos de miles de muertos.
Recordemos las matanzas cotidianas,
de hoy de ayer y de mañana, en Chechenia, perpetradas por la burguesía
rusa con la complicidad plena de los Estados democráticos de Occidente.
Recordemos la complicidad de los Estados belga, francés o norteamericano
en la guerra civil en Argelia, las matanzas horribles en Ruanda.
Recordemos en fin que hoy, la población afgana, aterrorizada por
los inminentes bombardeos estadounidense, ha sufrido veinte años
de guerra ininterrumpida, que han dejado dos millones de refugiados en
Irán, dos millones más en Pakistán, más de
un millón de muertos, y la mitad de la población dependiente
de abastecimientos de la ONU o una ONG.
Son esos solo unos cuantos ejemplos de los desmanes de una capitalismo
hundido en una crisis económica sin salida, en una decadencia irremediable.
Un capitalismo en el atolladero.
El bombardeo no es un ataque "contra la civilización",
sino, al contrario, la mismísima expresión de la "civilización"
burguesa.
Hoy, cínica, hipócrita, la clase dirigente de este sistema
putrefacto, se planta ante nosotros, con las manos chorreando todavía
la sangre de tantos obreros y desventurados asesinados bajo sus bombas,
lloriqueando por unas personas de cuya muerte es ella la responsable.
Las campañas actuales de las democracias occidentales contra el
terrorismo son especialmente hipócritas. No solo porque la destrucción
perpetrada contra poblaciones civiles por el terror estatal de esas democracias
es mil veces más carnicero que el peor de los atentados (millones
de muertos, citando solo las guerras de Corea o de Vietnam). No solo porque,
so pretexto de combatir el terrorismo, esas mismas democracias se asocian
con Rusia, entre otras potencias, de la que han denunciado en varias ocasiones
los actos de guerra contra su propia población en Chechenia. No
sólo porque nunca vacilaron en usar el golpe de Estado y las dictaduras
más bestiales para imponer sus intereses (como Estados Unidos en
Chile, por ejemplo). Son hipócritas porque ellas mismas nunca han
hecho ascos al uso del arma terrorista, al sacrificio de vidas civiles,
si esos métodos podían servir a sus intereses del momento.
Recordemos algunos ejemplos de la historia reciente:
- En los años 80, la aviación rusa derriba un Boeing de
la Korean Air Lines en el espacio aéreo de la URSS; después
se supo que el desvío había sido provocado por los servicios
de inteligencia de EE.UU. para estudiar las reacciones rusas ante la incursión
en su espacio aéreo.
- Durante la guerra Irán-Iraq, EE.UU. derriba un avión de
línea iraní que sobrevolaba el golfo Pérsico. Fue
una advertencia al Estado iraní para que se mantuviera tranquilo
y no desencadenara la guerra en los Estados del Golfo.
- Mientras llevaba a cabo sus pruebas nucleares en Mururoa en el Pacífico,
Francia mandó a sus servicios secretos a Nueva Zelanda a que dinamitaran
y hundieran el navío "Rainbow Warrior" de Greenpeace.
-Un
atentado en la estación italiana de Bolonia que mató a unas
cien personas en los años 70 se achacó durante mucho tiempo
a las Brigadas Rojas, para acabar reconociendo que fueron los servicios
secretos italianos. Estos mismos servicios estuvieron involucrados en
toda la madeja mafiosa de la red Gladio instalada por EE.UU. en Europa
entera y de la que se sospecha toda una serie de ataques asesinos en Bélgica.
- Durante la guerra civil en Nicaragua, el gobierno Reagan organizó
el transporte de armas y dinero para los guerrilleros de la "Contra".
Fue una acción ilegal, ocultada al Congreso y financiada con la
venta de armas a Irán (ilegal también) y el narcotráfico.
- El Estado tan democrático de Israel prosigue hoy una campaña
de asesinatos y atentados en territorio palestino contra dirigentes del
Fatah, de Hamas y otros (1).
No podemos hoy afirmar con certeza que haya sido Osama Ben Laden el responsable
del ataque a las Torres Gemelas, como lo acusa el Estado norteamericano.
Si esta hipótesis se confirmara, se trataría de un señor
de la guerra vuelto incontrolable por sus antiguos dueños. Ben
Laden no es un simple terrorista fanático ahíto de Islam.
Su carrera, al contrario, se inició como eslabón de la cadena
del imperialismo americano durante la guerra contra la URSS en Afganistán.
Perteneciente a una pudiente familia saudí apoyada plenamente por
la familia real, Ben Laden fue reclutado por la C.I.A. en Estambul en
1979:
"La guerra de Afganistán acaba de estallar. Estambul es el
lugar de tránsito escogido por EEUU para conducir a los voluntarios
hacia la guerrilla afgana. Osama Ben Laden se convierte en intermediario
financiero del tráfico de armas, financiado a partes iguales por
EE.UU y Arabia Saudí, hasta 1200 millones de $ por año.
En 1980, llega a Afganistán en donde permanecerá hasta la
retirada de las tropas rusas en 1989. Se encarga de repartir el tesoro
entre las diferentes facciones de la resistencia, función clave,
eminentemente política. En aquel entonces, goza del apoyo total
de los americanos y del régimen saudí, gracias a su amigo
el príncipe Turki Ben Faysal, hermano del rey y jefe de los servicios
secretos saudíes, y a la familia de éste. Transforma dinero
"limpio" en "sucio" y después hará lo
contrario" (Le Monde, 15 de septiembre).
Según este diario francés, Ben Laden construyó una
red de tráfico de opio junto con su amigo Gulbuddin Hekmatyar,
jefe talibán apoyado también por EE.UU. Quienes ahora se
tratan mutuamente de "gran Satán" o "terrorista
mundial nº 1" y otras lindezas, cual si fueran enemigos irreductibles,
eran ayer mismo en realidad aliados indefectibles (2).
Más allá, sin embargo, de la aversión
que nos inspiran a la vez las matanzas de Nueva York y la hipocresía
de la burguesía que las denuncia, los revolucionarios y la clase
obrera necesitan comprender los porqués de esa masacre si no queremos
quedarnos de simples espectadores aterrorizados por el acontecimiento.
Y contra la prensa y los medios burgueses que no cesan de declarar que
el responsable es el integrismo, los "Estados delincuentes",
los "fanáticos", nosotros contestamos que el verdadero
responsable es el sistema capitalista como un todo.
Para nosotros (3), los inicios del siglo pasado estuvieron marcados por
la entrada de la sociedad capitalista en su período de decadencia
a nivel mundial. Con la entrada en los años 1900, el capitalismo
terminó su misión histórica: la integración
de todo el planeta en un único mercado mundial; la eliminación
del dominio de antiguas formas de poder (feudal, tribal, etc.) todo lo
que puso las bases materiales sobre las que se hacía posible la
construcción de una verdadera comunidad humana por vez primera
en la historia. Al mismo tiempo, el que las fuerzas productivas hubieran
alcanzado ese punto de desarrollo significó que las relaciones
de producción capitalistas se convirtieron entonces en una traba
para su desarrollo posterior. Desde entonces, el capitalismo dejó
de ser un sistema progresista, convirtiéndose en un estorbo para
la sociedad.
La decadencia de una forma social nunca se abre a un simple período
histórico de declive o de estancamiento. Al contrario, el conflicto
entre fuerzas productivas y relaciones de producción es obligatoriamente
violento. En la historia es lo que se vio en el período de decadencia
del Imperio romano esclavista, marcado por convulsiones, guerras internas
y externas, invasiones de los bárbaros, hasta la instalación
de nuevas relaciones de producción, las feudales, que permitieran
la eclosión de una nueva forma de sociedad. De igual modo, la decadencia
del modo de producción feudal estuvo marcado por dos siglos de
guerras destructoras hasta que las revoluciones burguesas (especialmente
en Inglaterra en el siglo XVII y en Francia en el XVIII) acabaran con
el poder de los señores feudales y de las monarquías absolutas,
abriéndose así el período de dominación de
la burguesía capitalista.
El modo de producción capitalista ha sido el más dinámico
de toda la historia humana, pues vive únicamente mediante el trastorno
constante de las técnicas productivas existentes y - lo que es
todavía más importante - mediante la ampliación continua
de su campo de actividad. Menos todavía que otro modo de producción,
su decadencia no podía ser un período de paz. Materialmente,
la entrada del capitalismo en su decadencia estuvo marcada por dos hechos
gigantescos y contrarios: la Primera Guerra mundial y la Revolución
obrera de 1917 en Rusia.
Con la guerra de 1914, los enfrentamientos entre grandes potencias imperialistas
ya no serán guerras limitadas o enfrentamientos en países
lejanos como cuando la carrera colonial. Desde entonces los conflictos
van a ser mundiales, de una inconcebible mortandad y destrucción.
Con la Revolución de Octubre de 1917, el proletariado ruso logró
por vez primera en la historia derrocar un Estado capitalista; la clase
obrera reveló su naturaleza de clase revolucionaria capaz de poner
fin a la barbarie bélica y abrir los caminos hacia la constitución
de una nueva sociedad.
En su Manifiesto, la IIIª Internacional, fundada precisamente para
dirigir al proletariado por el camino de la revolución, declaró
que el período abierto por la guerra era el de la decadencia capitalista,
el "período de guerras y de revoluciones", en el que
- como decían Marx y Engels en El manifiesto comunista - la alternativa
era o victoria de la revolución o "ruina común de las
clases en conflicto". Los revolucionarios de la Internacional comunista
consideraban o la victoria o la caída en los infiernos de toda
la civilización humana.
No podían ni imaginarse lo que serían los horrores de la
Segunda Guerra mundial, los campos de concentración, los bombardeos
nucleares. Todavía menos podrían haberse imaginado la situación
histórica inédita en la que nos encontramos hoy.
Al igual que la guerra de 1914 significó la entrada del capitalismo
en su período de decadencia, el desmoronamiento del bloque ruso
en 1989 marcó la entrada del capitalismo en una nueva fase de esa
decadencia: la fase de la descomposición. La tercera guerra mundial,
que se fue preparando desde que terminó de la Segunda Guerra mundial
en 1945, no se produjo. Desde mayo de 1968 en Francia, donde ocurrió
la mayor huelga de la historia, una serie de luchas obreras que estremeció
a los principales países capitalistas hasta finales de los años
80, demostró que el proletariado mundial, y especialmente el de
los países del corazón del sistema, no estaba dispuesto
a alistarse en guerras "como en 1914", ni siquiera como en 1939.
Sin embargo, por mucho que la clase obrera se negara implícitamente
y por sus actos a dejarse alistar, no por ello logró alcanzar la
conciencia de su verdadero lugar en la sociedad capitalista, ni de su
papel histórico de enterrador del capitalismo. Una de las expresiones
más patentes de esa dificultad se plasma en la incapacidad de las
organizaciones comunistas de hoy para ser algo más que unos grupos
minúsculos, dispersos y sin eco significativo en la clase obrera.
Desapareció pues la amenaza de guerra mundial en dos bloques imperialistas,
pero el peligro para la humanidad permanece. La descomposición
del capitalismo no es una "fase más" a la que le sucederían
otras. No, es la última de su decadencia, que sólo tiene
dos salidas: o la revolución proletaria con el paso a otra forma
de sociedad humana o caída más o menos acelerada en una
barbarie infinita, que ya conocen bastantes países subdesarrollados
y que acaba de golpear por vez primera en el corazón mismo de la
sociedad burguesa. Eso es lo que está en juego en el período
en el que vivimos.
La desaparición del imperio ruso no ha acabado, ni mucho menos,
con las rivalidades imperialistas. Muy al contrario, ha permitido la libre
expresión de las ambiciones imperialistas no solo de las antiguas
grandes potencias europeas, sino también de las potencias secundarias,
regionales, y hasta los países más pequeños y hasta
los últimos y más cutres señores de la guerra.
El 1989, el presidente Bush nos anunció el final del conflicto
contra el "imperio del mal", prometiéndonos una nueva
era de paz y de prosperidad. En 2001, Estados Unidos es golpeado por primera
vez en su historia y el Bush-hijo, presidente ahora, nos propone una cruzada
del "bien contra el mal", una cruzada que durará "hasta
la erradicación de todos los grupos terroristas de alcance mundial".
El 16 de septiembre, Donald Rumsfeld, ministro de Defensa de EE.UU., repite
que será "un esfuerzo largo, amplio, sostenido" que se
extenderá no solo "durante semanas y días, sino por
años" (citado en Le Monde del 18/09/01). Estamos pues ante
una guerra cuyo fin ni siquiera la clase dominante pretende vislumbrar.
No es el momento de hacer aspavientos sobre los diez años pasados
de "prosperidad" americana, sino de tomar conciencia de una
realidad que Winston Churchill prometió al pueblo inglés
en 1940: "sangre, sudor y lágrimas".
La situación ante la que hoy estamos confirma palabra por palabra
la resolución que en nuestro XIVº Congreso internacional verificado
en la primavera de este año:
"la dislocación de los antiguos bloques, en su estructura
y su disciplina dio rienda suelta a las rivalidades entre naciones a unos
niveles desconocidos, resultado de un combate cada día más
caótico, cada uno para sí, un combate que involucra desde
las grandes potencias mundiales hasta los más ruines caudillos
de guerras locales (…) La característica de las guerras en
la fase actual de descomposición del capitalismo es que no son
menos imperialistas que las guerras en las fases anteriores de su decadencia,
pero sí se han vuelto más extensas, más incontrolables
y más difíciles de hacer cesar incluso temporalmente. (…)
[Los Estados capitalistas] están todos entrampados en una lógica
que no pueden controlar, una "lógica" que cada vez lo
es menos, incluso con un enfoque capitalista, y es eso precisamente lo
que hace que la situación ante la que está enfrentada la
humanidad sea tan peligrosa e inestable".
En el momento en que escribimos, nadie - ningún
Estado, ningún grupo terrorista - ha reivindicado el atentado.
Es sin embargo evidente que ha exigido una larga preparación y
unos medios materiales importantes; el debate entre "especialistas"
sigue abierto para saber si ha sido obra de un grupo terrorista únicamente,
o si una acción de tal calibre no necesitaba que se involucraran
los servicios secretos de un Estado. Todas las declaraciones públicas
de las autoridades estadounidenses señalan a la organización
Al Qaida de Osama Ben Laden, pero ¿habrá que creer esas
declaraciones a pies juntillas? (4).
A falta de elementos verdaderamente concretos y con la poca confianza
que podamos acordar a los medios de la burguesía, nos vemos obligados
a seguir el viejo método de cualquier detective que se precie,
o sea, buscar el móvil. ¿A quién favorece el crimen?
¿Lo habría intentado otra gran potencia? Uno de los Estados
europeos, por qué no Rusia o China, perjudicados por la superpotencia
norteamericana, que hace sombra a sus propias ambiciones, ¿no habría
intentado dar un tremendo golpe en el corazón de Estados Unidos
desprestigiando así la imagen de la superpotencia en el mundo?
Esta tesis nos parece, a priori, tanto más imposible por cuanto
el resultado de los atentados parece previsible en el plano internacional,
o sea, la determinación estadounidense de golpear militarmente
donde le parezca oportuno y su capacidad para involucrar, de mal o buen
grado, a todas las potencias.
Están después los llamados "Estados delincuentes"
como Irak, Irán, Libia, etc. La tesis, en este caso también,
nos parece de lo más improbable. Porque, además de que esos
Estados son menos "indeseables" que lo que quieren hacer creer
(el gobierno iraní, por ejemplo, es más bien favorable a
una alianza con EE.UU.), es evidente que el riesgo para ellos sería
enorme si se descubriera el crimen. Arriesgarían el aplastamiento
militar total por unas ventajas muy inciertas.
En Oriente Próximo están también los palestinos y
el Estado de Israel que se acusan mutuamente de terrorismo. Apartamos
inmediatamente la hipótesis palestina: Arafat y sus secuaces saben
perfectamente que solo EE.UU. puede impedir a Israel acabar con su aborto
estatal; para ellos, los atentados de Nueva York son un desastre total,
pues hacen caer el desprestigio sobre todo lo árabe. Es este mismo
razonamiento, pero en el otro sentido (para mostrar al mundo y sobre todo
a EE.UU. que hay que acabar con el "terrorista Arafat") lo que
podría incitar a plantearse la pista israelí. Es un crimen
del que sería posiblemente capaz el Mosad (servicios secretos de
Israel) en lo que a organización se refiere, pero es difícil
imaginarse cómo iba el Mosad a actuar sin el acuerdo del Estado
norteamericano.
Las acusaciones estadounidenses están sin duda justificadas: los
atentados se deberían a uno de esos grupo de la enorme nebulosa
de grupos terroristas que pululan en Oriente Medio y diseminados por el
mundo entero. En este caso, sería más difícil encontrar
el móvil, al no tener esos grupos un interés estatal fácilmente
identificable. Puede sin embargo ponerse de relieve que incluso si el
grupo Al Qaida fuera inculpado, no por ello se esclarecerían las
cosas; el deterioro de la economía capitalista mundial ha venido
acompañada por el desarrollo de una gigantesca economía
paralela, basada en la droga, la prostitución, el tráfico
de armas y el de refugiados. Así, el austero régimen islámico
de los talibán no ha impedido - ni mucho menos - que Afganistán
se haya convertido en el abastecedor principal del mundo en opio y en
heroína. En Rusia, el hombre de negocios Berezovski, gran amiguete
de Yeltsin, apenas si ha ocultado sus vínculos de negocios con
las mafias chechenas. En Latinoamérica, las guerrillas izquierdistas,
como las FARC colombianas, se financian con la venta de cocaína.
Por todas partes, los Estados manipulan esos grupos por sus propios intereses.
Y esto, como mínimo desde la guerra de 1939-1945 cuando el ejército
americano mandó sacar de la cárcel al mafioso Lucky Luciano
para que éste pudiera favorecer el desembarco de las tropas aliadas
en Sicilia. Tampoco puede excluirse que algunos servicios secretos hayan
podido actuar por cuenta propia fuera de la voluntad de sus gobiernos.
La última hipótesis podría parecer la más
"descabellada": el gobierno norteamericano, o una fracción
de éste en el seno de la CIA por ejemplo, habría podido,
aunque no fuera preparar el atentado, haberlo provocado y dejarlo ejecutar
sin intervenir. Cierto es que los destrozos en la credibilidad de EE.UU.
en el mundo y en la economía son demasiado descomunales para que
tal teoría fuera tal solo imaginable.
Sin embargo, antes de descartarla, vale la pena hacer una comparación
en profundidad con el ataque japonés a Pearl Harbour (comparación
muy presente en la prensa, por lo demás), haciendo un paréntesis
histórico.
El 8 de diciembre de 1841, la fuerza aeronaval japonesa ataca la base
estadounidense de Pealr Harbour, en Hawai, en donde se ha agrupado la
práctica totalidad de las fuerzas navales americanas del Pacífico.
El ataque sorprende totalmente a los militares encargados de la seguridad
de la base, provocando grandes estragos: la mayoría de los navíos
anclados son destruidos, al igual que la mitad de los aviones, hubo más
de mil muertos o heridos del lado americano contra solo 30 aviones del
lado japonés. Hasta entonces, la mayoría de la población
de EE.UU. se opone a la entrada en guerra contra las fuerzas del Eje y
los sectores aislacionistas de la burguesía americana, que animan
el Comité "América primero", ocupan el terreno.
El ataque "hipócrita y cobarde" de los japoneses hará
callar todas las resistencias. El presidente Roosevelt, quien, ya desde
el principio, quería que su país participara en la guerra,
aportando ya desde hacía tiempo un apoyo al esfuerzo bélico
de Gran Bretaña, declara: "debemos constatar que la guerra
moderna, conducida a la manera nazi, es algo repugnante. Nosotros no queríamos
entrar en ella. En ella estamos y vamos a combatir con todos nuestros
recursos." Y realiza desde entonces una unión nacional sin
fisuras en torno a su política.
Después de la guerra, impulsada por el Partido republicano, se
lleva a cabo una amplia investigación para determinar por qué
causas los militares norteamericanos fueron sorprendidos hasta semejante
grado por el ataque japonés. La investigación hizo aparecer
claramente que las autoridades políticas más elevadas eran
las responsables del ataque japonés y de su éxito. Por un
lado, durante las negociaciones americano-japonesas que se estaban desarrollando
en esos momentos, se había impuesto a Japón condiciones
inaceptables, en particular, el embargo de petróleo. Por otro lado,
aun cuando estaban al corriente de los preparativos japoneses (especialmente
en la intercepción de mensajes del estado mayor cuyo código
secreto conocían), los dirigentes americanos no informaron al mando
de la base de Pearl Harbour. Roosevelt incluso desautorizó al almirante
Richardson, que se había opuesto a que toda la flota del Pacífico
se amontonara en esa base. Cabe señalar, sin embargo, que los tres
portaaviones (o sea los tres navíos, con mucho, más importantes)
que habitualmente fondeaban en Pearl Harbour habían dejado puerto
unos cuantos días antes. De hecho, la mayoría de los historiadores
serios está hoy de acuerdo en considerar que el gobierno provocó
a Japón para justificar la entrada de EE.UU. en la Segunda Guerra
mundial obteniendo de ese modo la adhesión de la población
estadounidense y de todos los sectores de la burguesía.
Es difícil hoy decir quién es el responsable de los atentados
de Nueva York, ni afirmar que hayan sido una especie de reedición
del ataque de Pearl Harbour. En cambio, lo que sí podemos afirmar
con la mayor certidumbre es que el poder estadounidense es el primero
en sacar provecho de ellos, demostrando así una gran capacidad
para transformar en ventajas los contratiempos.
Cómo saca partido Estados Unidos de la situación
The Economist lo dice con pocas palabras:"La coalición que
Estados Unidos ha reunido es extraordinaria. Una alianza que incluye a
Rusia, a los países de la OTAN, a Uzbekistán, a Tayikistán,
Pakistán, Arabia Saudí y a los demás países
del Golfo, con el acuerdo tácito de Irán y de China no hubiera
sido imaginable antes del 11 de septiembre"
Y, en efecto, la OTAN ha invocado por vez primera en su historia el artículo
Vº del Tratado del Atlántico, que obliga a todos los miembros
a acudir en ayuda de otro Estado atacado desde el extranjero. Todavía
más extraordinario, el presidente ruso Putin ha dado su acuerdo
para el uso de las bases en operaciones "humanitarias" (tan
"humanitarias" sin duda como los bombardeos de la guerra de
Kosovo), proponiendo incluso su ayuda logística: Rusia no se opone
a que Tayikistán y Uzbekistán permitan el uso de sus bases
aéreas para operaciones militares americanas contra Afganistán:
ya habría tropas norteamericanas y británicas echándole
una fuerte mano a la Alianza del Norte, única fuerza afgana todavía
activa contra el gobierno talibán.
Todo eso no deja de tener, claro está, segundas intenciones. Rusia,
en primer lugar, procura sacar tajada de la situación y que se
acaben las críticas a su sanguinaria guerra en Chechenia y cortar
los víveres transportados a los rebeldes desde Afganistán
(rebeldes apoyados sin lugar a dudas por el ISI, los servicios secretos
pakistaníes). El poder uzbeko saluda la llegada de las fuerzas
americanas como medio de presión contra Rusia, hermano mayor demasiado
"atento" para su gusto.
En cuanto a los Estados europeos, no se han puesto tras Estados Unidos
con una alegría desbordante, contando cada uno de ellos con la
posibilidad de guardar su libertad de acción. Por ahora, sólo
la burguesía británica muestra una solidaridad total y militar
con Estados Unidos, con una fuerza embarcada de 20000 hombres ya en ejercicio
en el golfo Pérsico, la mayor desde la guerra de las Malvinas,
y el envío de unidades de élite de la SAS a Uzbakistán.
Incluso si la burguesía inglesa ha tomado algunas distancias respecto
de EE.UU. en los últimos años (apoyo a la formación
de una fuerza de reacción rápida europea capaz de actuar
por su cuenta, sin EE.UU., cooperación naval con Francia), su historia
particular en Oriente Medio, con sus intereses vitales e históricos
en la región, hace que la defensa de sus propios intereses en esa
región la obligue hoy a ponerse detrás de EE.UU., Gran Bretaña
juega su partida como los demás, pero en este caso su juego exige
una cooperación fiel con EE.UU. Como ya decía lord Palmerston
en el siglo XIX: "Nosotros no tenemos ni aliados eternos, ni enemigos
permanentes. Nuestros intereses son eternos, y es nuestro deber darles
continuidad" (citado por Kissinger en La Diplomacia). Lo cual no
ha impedido a otro lord, Robertson, actual secretario general de la OTAN,
insistir sobre la independencia de cada Estado miembro:
"Está claro que hay una obligación solemne, moral,
para cada país de aportar una asistencia. Esta dependerá
a la vez de lo que el país atacado (…) decida que es idóneo,
y también de la manera que los países miembros estiman que
pueden contribuir en esta operación" (Le Monde, 15 de septiembre).
Francia matiza mucho más; para Alain Richard, ministro de Defensa,
los principios de "apoyo mutuo [de la OTAN] se van a aplicar",
pero "cada nación (…) lo hace con los medios que ella
considera adecuados" y que si "la acción militar puede
ser una de las herramientas para debilitar la amenaza terrorista, también
hay otras". "Solidaridad no significa ceguera", añade
H. Emmanuelli, uno de los dirigentes del Partido socialista francés
(5). El presidente Chirac, de visita en Washington quiso puntualizar:
"La cooperación militar puede, evidentemente, imaginarse,
pero en la medida en que nos hayamos concertado previamente sobre objetivos
y modalidades de una acción cuya finalidad sea la eliminación
del terrorismo" (citas sacadas de Le Monde, 15 y 20 de diciembre).
Hay sin embargo una diferencia entre la situación de hoy y la de
la Guerra del Golfo en 1990-91. Hace once años, la Alianza reunida
por EE.UU. incorporó fuerzas de varios Estados europeos y árabes
(Arabia Saudí y Siria, en particular). Hoy, en cambio, Estados
Unidos ha dado a entender de que va a actuar solo en el plano militar.
Lo cual muestra hasta qué punto ha ido incrementándose el
aislamiento diplomático de EE.UU. desde aquella guerra, al igual
que la desconfianza de este país hacia sus "aliados".
EE.UU. acabará obligándolos a apoyar, claro está,
incluso, y especialmente, intentando acaparar sus redes de información,
pero no soportarán el más mínimo estorbo ante sus
acciones armadas.
Puede ponerse de relieve otra ventaja que saca la fracción dominante
de la burguesía estadounidense, esta vez hacia el interior. Desde
siempre existe una tendencia "aislacionista" de la burguesía
norteamericana que considera que su país está lo bastante
aislado por los océanos, que es lo bastante rico para no andar
metiéndose en los asuntos del mundo. Fue esa misma fracción
la que resistió contra la entrada de EE.UU. en la Segunda Guerra
mundial, y a la que, como hemos dicho, Roosevelt redujo al silencio tras
el ataque japonés contra Pearl Harbour. Está claro que hoy
esa fracción ha perdido su influencia: el Congreso acaba de votar
una partida suplementaria de 40000 millones de dólares para la
defensa y la lucha "antiterrorista", 20000 millones de entre
los cuales dejados a discreción del Presidente. O sea, un fortalecimiento
importantísimo del poder del Estado central.
Ha sido con una rapidez extraordinaria con la
que la policía y los servicios secretos de EE.UU han señalado
con el dedo al culpable del atentado: Osama Ben Laden y sus anfitriones
talibanes (6). Y mucho antes de presentar la menor prueba concreta, el
Estado norteamericano ya había designado su diana y sus intenciones:
acabar con el régimen talibán. En el momento en que escribimos
esto (7), la prensa anuncia que cinco portaaviones americanos y británicos
ya está en la zona o en camino, que ya están aterrizando
aviones americanos en Uzbekistán y que se prevé un ataque
en 48 horas. Si se compara con los seis meses de preparación que
precedieron el ataque contra Irak en 1991, puede uno preguntarse si no
estaba previsto de antemano. Sea como sea, es evidente que la burguesía
estadounidense ha decidido imponer su orden en Afganistán. Y no
será, desde luego, para conquistar riquezas económicas ni
mercados en ese país exangüe. ¿Por qué, entonces,
Afganistán?
Si bien ese país nunca tuvo el menor interés en el plano
económico, basta, en cambio, observar un mapa para comprender su
importancia estratégica desde hace más de dos siglos. Desde
la creación del Raj (el imperio británico en India) y durante
todo el siglo XIX, Afganistán fue el lugar privilegiado de enfrentamientos
entre los imperialismos inglés y ruso, en lo que entonces solía
llamarse "El Gran Juego". A Gran Bretaña la contrariaba
el avance del imperialismo ruso hacia los emiratos de Tashkent, Samarcanda,
y Bujara y más todavía hacia sus "cotos privados"
de la antigua Persia (Irán hoy). El Reino Unido consideraba, con
razón para él, que la meta de los ejércitos del Zar
era la conquista de la India de donde sacaba pingües beneficios y
un gran prestigio. Por eso envió en dos oca siones expediciones
militares a Afganistán; en la primera sufrió una derrota
humillante en la que perdieron la vida 16000 hombres y hubo un solo superviviente.
Antes del siglo XX, el descubrimiento de inmensas reservas de petróleo
en Oriente Medio, la creciente dependencia de las economías capitalistas
desarrolladas y, especialmente, de sus ejércitos de esa materia
prima incrementó tanto más la importancia estratégica
de Oriente Medio. Tras la Segunda Guerra mundial, Afganistán se
convierte en encrucijada regional en los mecanismos militares de los dos
grandes bloques imperialistas. Estados Unidos reúnen a Turquía,
Irán y Pakistán en el CENTO (Central Teatry Organisation),
Irán se atiborra de estaciones de escucha norteamericanas, Turquía
se convierte en uno de los países más poderosos militarmente
de Oriente Próximo y Pakistán, por su parte, es indefectiblemente
apoyado por EE.UU para hacer contrapeso a una India demasiado abierta
a las demandas rusas.
La "revolución" islámica en Irán extrajo
a este país del dispositivo americano. La invasión de 1979
de Afganistán por la URSS, la cual intenta sacar partido de esa
debilidad estadounidense, es una amenaza de lo más peligroso para
la posición estratégica del bloque americano no sólo
en Oriente Medio, sino en toda Asia del Sur. Al no poder atacar directamente
las posiciones rusas (debido en parte al resurgir espectacular de las
luchas obreras con la huelga masiva en Polonia), EE.UU. interviene a través
de la guerrilla. A partir de entonces, mediante el Estado pakistaní
y su ISI con el papel de secuaces, EE.UU. apoya con las armas más
modernas el movimiento de "liberación" sin duda más
atrasado del planeta. Y para no quedarse de espectadores, los servicios
secretos ingleses y franceses se apresuraron en aportar su ayuda a la
Alianza del Norte del comandante Masud.
Al amanecer de este siglo XXI, dos nuevos acontecimientos han vuelto a
realzar la importancia estratégica de Afganistán. Por un
lado, el desmoronamiento del imperio ruso y la aparición de nuevos
Estados inestables (los cinco "stán": Kazajstan, Uzbekistán,
Tayikistán y Turkmenistán, y Armenia, Azerbaiyán
y Georgia) ha agudizado los apetitos imperialistas de las potencias secundarias:
Turquía intenta montar alianzas con los nuevos Estados de lengua
turca, Pakistán presiona al gobierno Talibán para fortalecer
su influencia y ganar terreno en su guerra larvada contra India en Cachemira.
Y eso sin hablar de los nuevos intentos rusos para imponer de nuevo su
presencia militar en la región. Por otro lado, el descubrimiento
de importantes reservas de petróleo en torno al mar Caspio, sobre
todo en Kazajstán, atrae a las grandes empresas petroleras occidentales.
No podemos aquí desmadejar todas las rivalidades y conflictos interimperialistas
que agitan la región desde 1989 (8). No obstante, para darse una
idea del polvorín que rodea Afganistán, baste con enumerar
algunos de los conflictos y rivalidades actuales:
- La geografía absurda que ha dejado el desmoronamiento de la URSS
ha hecho que la región más rica y más poblada - el
valle del Fergana - esté compartida por Uzbekistán, Tayikistán
y Kirguizistán, de tal modo que ninguno de esos países dispone
de ruta directa entre su capital y su área más poblada…
- Tras una guerra civil de cinco años, los islamistas de la Oposición
unificada tayik han entrado en el gobierno; sin embargo, se sospecha que
no han abandonado sus vínculos con el Movimiento islámico
de Uzbekistán (la organización guerrillera más importante),
sobre todo porque éste tiene que atravesar Tayikistán para
atacar Uzbekistán a partir de sus bases en Afganistán.
- Uzbekistán es el único país en haberse negado a
aceptar tropas rusas en su territorio; está así sometido
a todo tipo de presiones de Rusia.
- Pakistán apoya desde el principio a los Talibán, incluso
con 2000 soldados en la última ofensiva contra la Alianza del Norte.
Espera así darse una "profundidad estratégica"
en la región contra Rusia e India, y eso por no hablar del lucrativo
negocio de la heroína que pasa en gran parte por Pakistán
y está en manos de los generales del ISI.
- China, que ya tiene sus propios problemas con los separatistas uiguros
en Xingjiang, intenta también incrementar su influencia en la zona
mediante la Shanghai Cooperation Organisation que agrupa a los "cinco
Stán" (salvo Turkmenistán, reconocido como país
neutral por la ONU) y Rusia. China quiere a la vez mantener buenas relaciones
con los talibanes y acaba de firmar un acuerdo industrial y comercial
con ese gobierno.
- Y, claro está, Estados Unidos no quiere quedar fuera del tinglado.
Ya ha aportado su apoyo al tan poco recomendable gobierno uzbeko: "Los
militares US conocen muy bien a los militares uzbekos y la base aérea
de Tashkent. Unidades US han participado en ejercicios de entrenamiento
militar con tropas uzbekas, kazajas y kirguisas como parte de los ejercicios
Centrazbat en el marco del programa de la OTAN 'Asociación por
la Paz'. algunos de esos ejercicios se han desarrollado en la base militar
de Shirshik en las cercanías de Tashkent. Uzbekistán ha
buscado también un apoyo US desde su independencia en 1991, a menudo
en detrimento de sus relaciones con Rusia (…) Durante una visita
en el año 2000 de la secretaria de Estado de entonces, M.Albright,
Estados Unidos prometió a Uzbekistán varios millones de
dólares de equipamiento militar y las fuerzas especiales US han
entrenado a las tropas uzbekas en los métodos antiterroristas y
de combate de montaña."
Los Estados Unidos intervienen, por lo tanto, en un verdadero polvorín,
con la pretensión de aportar en él nada menos que una "Libertad
duradera". No podemos evidentemente prever hoy cuál será
el resultado final de semejante aportación. Lo que sí nos
indica, en cambio, la historia de la Guerra del Golfo es que diez años
después del final de la guerra:
- la región en sentido amplio no conoce la paz ni mucho menos,
pues los enfrentamientos entre israelíes y palestinos, entre kurdos
y turcos, entre gobiernos y guerrillas fundamentalistas siguen con mayor
fuerza todavía, así como los bombardeos casi cotidianos
de la aviación americana y británica en Irak;
- las tropas estadounidenses se han instalado durablemente en la región,
gracias a las nuevas bases en Arabia Saudí, en donde esta presencia
es a su vez fuente de inestabilidad (atentado antiamericano en Dahran)
No podemos sino afirmar con certeza que la intervención que se
prepara en Afganistán no aportará ni paz, ni libertad, ni
justicia, ni estabilidad, sino más guerra, más miseria que
atizarán más y más las brasas del resentimiento y
de la desesperanza de las poblaciones que se apoderó de los kamikazes
del once de septiembre.
La crisis y la clase obrera
Unos días antes del atentado, Hewlett-Packard anunciaba su fusión
con Compaq. Esta fusión se iba a concretar en la pérdida
de 14000 empleos. Es ése un ejemplo entre muchos más de
que la crisis se ahonda, que se dispone a golpear más y más
duramente a los obreros.
Apenas unos días después del atentado, United Airlines,
US Air y Boeing anunciaron decenas de miles de despidos. Desde entonces,
les han seguido los pasos las líneas aéreas del mundo entero
(Bombardier Aircraft, Air Canada, Scandinavian Airlines, British Airways
y Swissair, por solo mencionar las más recientes).
Además, la burguesía tiene el descaro de usar el atentado
del Wolrd Trade Center para explicar la nueva crisis abierta que está
cayendo sobre la clase obrera (9). Es una explicación que podría
parecer aceptable, con los 6 billones de dólares en valores perdidos
en la auténtica quiebra bursátil mundial que se ha producido
desde el 11 de septiembre. En realidad, la crisis ya estaba ahí
y los patronos no han hecho sino aprovechar la ocasión. Así,
según Leo Mullin, patrón de Delta Airlines :
"incluso si el Congreso otorga una ayuda financiera global a la industria,
la aportación se ha calculado en función de lo no ganado
por causa únicamente de los acontecimientos del 11 de septiembre
(...) Ahora bien, la demanda baja mientras que los costes de explotación
se incrementan. Delta está registrando un flujo de tesorería
negativo".
Y, en efecto, el mundo capitalista ya se está ahogando con la tenaza
de la recesión, lo cual se concreta en primer lugar en los ataques
contra la clase obrera. En Estados Unidos, entre enero y finales de agosto
de 2001, hubo un millón de desempleados suplementarios. Gigantes
como Motorola y Lucent, la canadiense Nortel, la francesa Alcatel, la
sueca Erikson, han despedido a mansalva por decenas de miles. En Japón,
donde el desempleo era de 2 %, ha subido a 5 % este año (10). La
fulgurante celeridad de nuevas pérdidas de empleo anunciadas (57
700 entre el 11 y el 21 de septiembre) nos muestran cómo los patronos
han echado mano del pretexto del atentado para llevar a cabo los planes
de despidos que ya tenían previstos desde hacía meses.
La clase obrera no sólo deberá pagar por la crisis, también
deberá pagar por la guerra, y no sólo en EE.UU., en donde
la cuenta alcanza ya a 40 000 millones de $ como mínimo. En Europa
todos los gobiernos están de acuerdo para incrementar sus esfuerzos
por construir fuerzas de intervención rápida que den a las
potencias europeas una capacidad de acción independiente. En Alemania,
20000 millones de marcos para la reestructuración militar no han
encontrado todavía su sitio en el presupuesto federal. Ni que decir
tiene que el sitio lo van a encontrar y que serán los obreros quienes
tendrán que pagar el pato.
Sin lugar a dudas, la solidaridad de la unión sagrada es una solidaridad
de sentido único, o sea la de los obreros para con la clase dominante.
Y el cinismo de esta clase, que utiliza a los muertos de la clase obrera
de pretexto para despedir, no parece tener límites.
Víctima primero en carne propia. Víctima
sobre todo en su conciencia. Aún cuando es la clase obrera la única
capaz de acabar con este sistema responsable de la guerra, la burguesía
se sirve de ella, antes y ahora, para llamar a la unión sagrada.
La unión sagrada de los explotados con sus explotadores. La unión
sagrada entre quienes sufren en primer término del capitalismo
con quienes sacan de él sus satisfacciones y privilegios.
La primera reacción de los proletarios neoyorquinos, de una de
las primeras ciudades obreras del mundo, no fue la del patrioterismo vengativo.
Asistimos, primero, a una reacción espontánea de solidaridad
hacia las víctimas, como testimoniaron las colas para donar sangre,
los miles de actos individuales de ayuda y ánimo. En los barrios
obreros, después, en donde se lloraba a los muertos sin poderlos
enterrar, podían leerse declaraciones en pancartas como: "Zona
libre de odio", "Vivir como un solo mundo es la única
manera de honrar a los muertos", "La guerra no es la respuesta".
Evidentemente, consignas así están impregnadas de sentimientos
democráticos y pacifistas. Sin un movimiento de lucha capaz de
dar consistencia a una enérgica resistencia contra los ataques
capitalistas y, sobre todo, sin un movimiento revolucionario capaz de
hacerse oír en la clase obrera, esa solidaridad espontánea
no podrá sino ser barrida por la descomunal oleada de patriotismo
transmitida por los medios después del atentado. Quienes intenten
rechazar la lógica de la guerra corren el riesgo de verse arrastrados
por el pacifismo, el cual acaba siempre siendo el primer belicista cuando
"la patria está en peligro". Como ejemplo valga esta
declaración individual que puede leerse en un sitio web pacifista:
"cuando una nación es atacada, la primera decisión
debe ser o capitular o combatir. Creo que no hay camino intermedio aquí:
o luchas o no luchas y no hacer nada equivale a capitular" (según
el Willamette Week Online). Para los ecologistas, "la nación
está hoy unida: nosotros no queremos aparecer en desacuerdo con
el gobierno" (Alan Metrick, portavoz del Natural Ressources Defense
Council, 530 000 miembros, citado en Le Monde del 28 de sep tiembre).
"La paz mundial no puede ser salvaguardada mediante planes utópicos
o básicamente reaccionarios tales como los tribunales internacionales
de diplomáticos capitalistas, de convenciones diplomáticas
sobre el "desarme" (…) etc. No se podrá eliminar
ni siquiera poner coto al imperialismo, el militarismo y la guerra mientras
las clases capitalistas sigan ejerciendo su dominación de clase
de manera indiscutible. El único medio de resistir con éxito
y salvaguardar la paz mundial, es la capacidad de acción política
del proletariado internacional y su voluntad revolucionaria de poner todo
su peso en la balanza".
Así escribía Rosa Luxembug en 1915 (Tesis sobre las tareas
de la socialdemocracia internacional) en medio de uno de los períodos
más negros que haya conocido la humanidad, en un momento en el
que los proletarios de los países más desarrollados se estaban
matando unos a otros en los campos de batalla de la guerra imperialista.
Hoy también el período es duro para los obreros y los revolu
cionarios que siguen manteniendo bien izado el estandarte de la revolución
comunista.
Como Rosa Luxemburg, sin embargo, seguimos convencidos de que la alternativa
es socialismo o barbarie y que la clase obrera mundial sigue siendo la
única fuerza para resistir a la barbarie y crear el socialismo.
Con Rosa Luxemburg afirmamos que la implicación de los obreros
en la guerra :
"... es un atentado no contra la cultura burguesa del pasado, sino
contra la civilización socialista del porvenir, un golpe mortal
asestado a esta fuerza que lleva en sí el porvenir de la humanidad
y que solo ella puede transmitir los valiosos tesoros del pasado a una
sociedad mejor. Aquí el capitalismo ha descubierto su calavera,
aquí ha desvelado que se terminó su derecho de existencia
histórica, que el mantenimiento de su dominación ha dejado
de ser compatible con el progreso de la humanidad (…) Esta locura
cesará el día que los obreros (…) se despierten al
fin de su borrachera y se den una mano fraterna, que haga callar a la
vez el coro bestial de los causantes de guerras imperialistas y el ronco
aullido de las hienas capitalistas, lanzando el antiguo y poderoso grito
de guerra del Trabajo: ¡proletarios de todos los países,
uníos!" (Folleto de Junius, 1915).
Jens
3 de octubre de 2001
1) En realidad todos los Estados mantienen servicios secretos dispuestos a realizar "golpes sucios" y cuando no usan sus propios asesinos, pagan los servicios de "agencias" independientes. 2) Según las revelaciones de R. Gates (antiguo jefe de la CIA), Estados Unidos no sólo replicó a la invasión rusa en Afganistán sino que la había provocado mediante la ayuda a la oposición al régimen prosoviético de Kabul de entonces. Entrevistado por el Nouvel observateur en 1998, Zbigniew Brzezinski (que fue consejero del presidente Carter) contestó: "Aquella operación secreta fue una idea excelente. Metió a los rusos en la trampa afgana, ¿y usted quiere que yo lo lamente? 3) Ver nuestro folleto La decadencia del capitalismo. 4) Se puede recordar aquí, por ejemplo, el juicio a los agentes secretos libios acusados de haber cometido el atentado de Lockerbie. Gran Bretaña y Estados Unidos mantuvieron sin transigir que debía juzgarse a los libios, incluso cuando fue evidente que los responsables eran más bien sirios. Pero entonces, Estados Unidos andaba guiñándole el ojo a Siria intentando que este país se metiera en el proceso de paz entre Israel y los palestinos. 5) Añadamos de paso que el llamado Partido comunista francés no anda con tales remilgos: el 13 de septiembre, el consejo nacional del PCF observa dos minutos de silencio para "expresar su solidaridad con todo el pueblo americano, con todos los ciudadanos y ciudadanas de ese gran país y con los dirigentes que se ha dado". Y qué decir de los titulares de primera página de Lutte ouvrière (trotskista): "No se puede andar manteniendo guerras por el mundo entero sin que un día te alcancen", lo cual podría traducirse por: "Obreros americanos asesinados: os han dado lo que merecíais". 6) Cabe hacerse conjeturas sobre tal celeridad: un coche de alquiler encontrado unas cuantas horas después del atentado con manuales de aviación redactados en árabe, aún cuando los pilotos kamikazes llevaban viviendo desde hacía meses cuando no años en EE.UU donde proseguían estudios; y el informe según el cual se habría encontrado entre los escombros del World Trade Center un pasaporte de uno de los terroristas, que la explosión de cientos de toneladas de queroseno no habría destruido… 7) Es evidente que la situación habrá evolucionado ampliamente cuando salga esta revista de imprenta. 8) Mencionemos de paso los conflictos permanentes por la construcción de nuevos oleoductos para el crudo entre el Caspio y los países desarrollados, con el Estado ruso que intenta imponer una ruta que pasara por Chechenia y Rusia acabando en Novosibirks en la costa rusa del mar Negro, con el gobierno de EE.UU. que promueve la ruta Bakú- Tiflis-Ceyhan (o sea Azarbaiyán-Georgia-Turquía) que dejaría fuera de juego a los rusos. Hay que decir que el gobierno americano ha tenido que imponer su opción en contra de las compañías petroleras que la consideraban económicamente ruinosa. 9) Como lo hizo en 1974, cuando pretendía que la crisis se debía al incremento del precio del petróleo y fue la misma explicación que nos volvieron a dar en 1980. En cuanto a la crisis de 1990-93 habría sido una consecuencia de la Guerra del Golfo… 10) Señalemos además que si esa tasa parece relativamente baja con relación a otros países, ello muestra no ya los éxitos del Estado nipón en el freno del desempleo, sino en la manipulación de las cifras.
el movimiento obrero ha afirmado, desde el último cuarto del siglo xix, que el desarrollo del imperialismo planteaba a la humanidad la alternativa “socialismo o barbarie”. Engels había comenzado a plantear esta alternativa en los años 1880-90. Desde entonces, la historia de la decadencia ha mostrado ampliamente que el capitalismo en putrefacción es capaz de desarrollar una barbarie terrible cuyo nivel era difícilmente sospechable en el siglo pasado. Actualmente, nos encontramos en la fase última del capitalismo, la de su descomposición, desarrollo del caos y del cada uno para sí. La descomposición nos pone en una situación en parte inédita. Para comprender la amplitud y el significado de esta situación, debemos referirnos a la forma con la que el marxismo ha analizado el desarrollo del imperialismo.
Queremos demostrar que en la decadencia, y aún más en el periodo actual de descomposición, la burguesía no tiene como primer objetivo, en las guerras que desarrolla, la obtención de ganancias económicas sino que desarrolla aspiraciones esencialmente estratégicas, aún si por supuesto, el telón de fondo sigue siendo la cuestión económica, es decir la decadencia del capitalismo.
“La irracionalidad de la guerra es el resultado del hecho que los conflictos militares modernos – contrariamente a los de la ascendencia capitalista (guerras de liberación nacional o de conquista colonial que ayudaban a la expansión geográfica y económica del capitalismo) – buscan únicamente un nuevo reparto de las posiciones económicas y estratégicas ya existentes. En estas circunstancias, las guerras de la decadencia, por las devastaciones que ocasionan y su gigantesco costo, no representan un estímulo sino un peso muerto para el modo de producción capitalista” (“Resolución sobre la situación internacional para el xiii Congreso”, Revista internacional no 97).
Es importante recordar también que, para el periodo actual, situamos nuestro análisis en el marco de un curso que sigue abierto hacia enfrentamientos de clase decisivos.
Desde los años 1880, el movimiento obrero vio aparecer el fenómeno del imperialismo. Los congresos de Bruselas de 1891 y de Zurich en agosto de 1893 se preocuparon por la cuestión. En esta época, Engels había puesto en evidencia los antagonismos que se desarrollaban entre Alemania y Francia. Veía formarse bloques: Alemania-Austria / Hungría-Italia de una parte contra Francia-Rusia de la otra. Veía desarrollarse el militarismo y el riesgo de una guerra en Europa, que sería una guerra imperialista, de la cual temía las consecuencias para el movimiento obrero internacional y para la humanidad. Frente a estos peligros, el congreso de agosto de 1893 adoptó una resolución basada en la idea de que la guerra era inmanente al capitalismo, defendiendo el internacionalismo y declarándose contra los créditos para la guerra. Así, el fenómeno del imperialismo ligado a los antagonismos económicos se percibía y observaba como fuente de guerra y barbarie. Si bien esta barbarie fue subestimada en aquel entonces, Engels veía en la guerra un gran riesgo de debilitar como tambien de destruir el socialismo, mientras que la paz le daba muchas más oportunidades de éxito, aún cuando la perspectiva guerrera anunciaba el momento en que el socialismo podría vencer al capitalismo:
“La paz asegura la victoria del partido socialista alemán en una década; la guerra le ofrece, o la victoria en dos o tres años, o la ruina completa, al menos por quince o veinte años. En esta posición, los socialistas alemanes estarían locos si prefirieran apostar por la guerra en vez de por el triunfo seguro que les promete la paz” (Carta a Lavrov, 5 de febrero de 1884).
Es en 1916 cuando Lenin escribe El imperialismo, fase superior del capitalismo. Denuncia al imperialismo pero, más que un análisis, describe los fenómenos introduciendo además visiones falsas. Él insiste en dos aspectos: la exportación de capitales de los grandes países desarrollados y la rapiña. Lenin ve en la exportación de capitales de las grandes potencias, la “base sólida para
la opresión y la explotación imperialista de la mayor parte de los países y pueblos del mundo, por el parasitismo capitalista de un puñado de Estados opulentos” (...) En las transacciones internacionales de este tipo, el prestamista, en efecto, obtiene casi siempre cualquier cosa: una ventaja durante la conclusión de un tratado comercial, unas minas de carbón, la construcción de un puerto, una generosa concesión, una compra de cañones.
Las elevadas ganancias que obtienen del monopolio los capitalistas de una rama industrial entre muchos otros, de un país entre muchos otros, etc. les da la posibilidad económica de corromper a ciertas capas de obreros, e incluso momentáneamente una minoría obrera muy importante, es ganada para la causa de la burguesía de la rama industrial o de la nación consideradas y las enfrentan contra todas las otras.”
“... el rasgo característico del periodo examinado, es la repartición definitiva del globo, definitiva no en el sentido de que una nueva repartición sea imposible, siendo por el contrario nuevas reparticiones posibles e inevitables, sino en el sentido de que la política colonial de los países capitalistas ha terminado con la conquista de los territorios desocupados de nuestro planeta.”
De esta manera, lo que está a la orden del día, es la “lucha por los territorios económicos”, por lo que el imperialismo engendra la guerra. Los bordiguistas se refieren siempre a esta visión de Lenin que, por una parte, era sobre todo una descripción más que una explicación de los fenómenos (los cuales, además, han evolucionado considerablemente con la evolución de la decadencia), pero que por otra parte contenían visiones falsas tales como las de la aristocracia obrera y el desarrollo desigual del capitalismo([1]), visiones que eran suyas. A pesar de estos errores, Lenin sabrá sin embargo sacar lo mejor de sus predecesores a nivel de la orientación decisiva que había que promover en el marco de la primera guerra imperialista mundial, la de transformar la guerra imperialista en guerra civil para el derrocamiento del capitalismo. Pero sus errores debilitaban sin embargo, para el futuro, la tierra firme de los análisis sobre los cuales el movimiento obrero tendría que apoyarse para llevar a cabo su combate.
Es Rosa Luxemburgo quien hace un análisis más profundo de las contradicciones del capitalismo y quien, en lugar de la visión de Lenin sobre el desarrollo desigual del capitalismo, que dejaba la puerta abierta a la posibilidad de un desarrollo económico en ciertas áreas, dará una explicación que destaca la cuestión de los mercados como contradicción esencial y partiendo de la evolución del capitalismo en su globalidad mundial y no país por país. Ella desarrolla su análisis en la Acumulación del capital (1913). Como Lenin, pone en evidencia la relación imperialismo-guerra:
“Pero a medida que aumenta el número de países capitalistas participantes en la caza de territorios de acumulación y a medida que se estrechan los territorios aún disponibles para la expansión capitalista la lucha del capital por sus territorios de acumulación se vuelve cada vez más encarnizada y sus campañas engendran a través del mundo una serie de catástrofes económicas y políticas: crisis mundiales, guerras, revoluciones” (...) “el imperialismo consiste precisamente en la expansión del capitalismo hacia nuevos territorios y en la lucha económica y política a la que se entregan los viejos países capitalistas para disputarse esos territorios.” (...) “sólo la comprensión teórica exacta del problema desde la raíz puede dar a nuestra lucha práctica contra el imperialismo esta seguridad del fin y esta fuerza indispensables para la política del proletariado” (p.‑152-153, Ed. Maspero).
En 1915, Rosa Luxemburgo publica El Folleto de Junius. En éste reafirma que en adelante el capitalismo domina la Tierra entera.
“Esta marcha triunfal durante la cual el capitalismo abre brutalmente su vía mediante todos los medios: la violencia, el pillaje y la infamia, posee un lado luminoso: ha creado las condiciones preliminares para su propia desaparición definitiva; ha instaurado la dominación mundial del capitalismo a la cual solamente la revolución mundial del socialismo le puede suceder.”
Plantea muy claramente que en el imperialismo, hay a la vez cuestiones de intereses económicos pero también estratégicos. Tomando el ejemplo de Rusia, dice:
“En las tendencias conquistadoras del régimen zarista se expresan, de una parte, la expansión tradicional de un imperio poderoso cuya población comprende actualmente 170 millones de seres humanos y que, por razones económicas y estratégicas, busca obtener el libre acceso a los mares, desde el Océano Pacífico por el Este, hasta el Mediterráneo por el Sur y, de otra parte, interviene esa necesidad vital del absolutismo: la necesidad en el plano de la política mundial de mantener una actitud que imponga el respeto en la competencia general de los grandes Estados, para obtener del capitalismo extranjero el crédito financiero sin el cual el zarismo no es en absoluto viable.”
Como dice la resolución del 13º Congreso de la CCI (ya citado), “Rosa Luxemburgo reconocía la primacía de las consideraciones estratégicas globales sobre los intereses económicos inmediatos para los principales protagonistas de la primera guerra mundial”. En este sentido estratégico, Rosa Luxemburgo indica también por ejemplo, en qué la política de Alemania hacia Turquía representa para aquélla un punto de apoyo de la política alemana en Asia Menor. El desencadenamiento del imperialismo conlleva el desarrollo de la guerra; pero lejos de una visión mecánica que vería a la burguesía estallar la guerra como respuesta a los momentos más agudos de la crisis, ella muestra las estrategias y la preparación a largo plazo de los momentos en que la burguesía intentará por la fuerza una repartición del mundo. Al final del siglo XIX y comienzo del XX, la burguesía alemana se preocupaba mucho, por ejemplo, de construir una flota capaz de hacer incursiones del imperialismo alemán en el mundo.
“Con esta flota ofensiva de primera calidad y con los crecimientos militares que, paralelamente a su construcción, se suceden a una cadencia acelerada, era un instrumento de la política futura lo que se creaba, política cuya dirección y objetivos dejaban el campo libre a múltiples posibilidades.”
Esta tenía en la mira directamente a Inglaterra. Se llevaba a cabo en el contexto de desencadenamiento del imperialismo, que anunciaba la decadencia, la tendencia a la saturación de los mercados, la guerra. Rosa cita a un ministro alemán, Von Vulgo que decía en noviembre de 1899, a propósito de la fuerza naval:
“Si los ingleses hablan de una Mayor Bretaña, si los franceses hablan de una Nueva Francia, si los rusos se vuelven hacia Asia, por nuestra parte tenemos la pretensión de crear una Fuerte Alemania...”
“Aquí también, la guerra actual se revela no solamente como un gigantesco asesinato, sino también como un suicidio de la clase obrera europea. Porque son los soldados del socialismo, los proletarios de Inglaterra, Francia, Alemania, Rusia, Bélgica, los que desde hace meses se masacran unos a otros bajo las órdenes del capital, son ellos los que se hunden en el corazón el hierro mortal, se enlazan en un abrazo mortal, se tambalean en conjunto, llevando cada uno al otro a la tumba.”
Se puede señalar previamente que la visión más profunda de los mecanismos que conducen al capitalismo a su decadencia, la de Rosa, nos permite evitar los errores de los bordiguistas de confundir las guerras imperialistas con las guerras de liberación nacional, sobre la base de que existieran todavía áreas geográficas que se pudieran desarrollar. Actualmente, sin embargo, esta visión es difícil de mantener y los bordiguistas prácticamente ya no la destacan, pero sin saber precisamente porqué, de manera empírica y por tanto frágil. Por el contrario, continúan aferrándose a la visión de “territorios económicos” por conquistar queriendo encontrar sistemáticamente un objetivo económico inmediato en cada guerra. Este es el caso también de Battaglia y el BIPR. Lo que correspondía a una visión fotográfica del momento en Lenin, que, además, era mucho menos clara que la de Rosa Luxemburgo, se ha fijado en ellos.
Hay que decir también que Trotski, en sus escritos de 1924 y 1926 Europa y América, ¿a dónde va Inglaterra? se atiene a la visión de Lenin. Sólo ve la competencia económica entre las grandes naciones y nación por nación. Ve correctamente que son los Estados Unidos quienes salen como grandes vencedores de la primera guerra mundial y que toman el primer lugar del mundo. Pero solamente ve el aspecto económico, a saber, que los Estados Unidos quieren la “tutela económica de Europa”. El capital americano “busca el dominio del mundo, quiere instaurar la supremacía de América sobre nuestro planeta (...) ¿Qué debe hacer respecto a Europa? Debe, dice, pacificarla. ¿Cómo? Bajo su hegemonía. ¿Qué significa esto? Que debe permitir a Europa reedificarse, pero dentro de límites bien determinados, concederle sectores determinados, restringidos, del mercado mundial.”
Esta competencia sólo puede conducirles a enfrentarse, lo que es verdad de manera general. Pero al no ver los aspectos estratégicos en toda su amplitud, correspondientes a la necesidad de mantenerse como gran potencia si no puede mantenerse como la primera de ellas, como fue el caso para Inglaterra después de la Primera Guerra mundial, Trotski hace coincidir la competencia económica con los enfrentamientos imperialistas. De este modo, al pasar Inglaterra a segunda fila detrás de los Estados Unidos, él ve en la competencia entre estos dos países el eje mayor de los enfrentamientos imperialistas venideros: “El antagonismo capital del mundo es el antagonismo anglo-americano. Es éste el que mostrará más claramente el porvenir”. El porvenir, justamente, no verificó eso. Verificará, por el contrario, que entre más avance la decadencia, más dominará el aspecto estratégico, poniendo en el centro las consideraciones sobre las alianzas que permitirán mantenerse como gran nación o al menos como nación, y ello en detrimento de los intereses económicos inmediatos. Esto será toda la cuestión de la irracionalidad de la guerra desde un punto de vista estrictamente económico, cuestión que será puesta a la luz por la Izquierda comunista de Francia. Esta última llegará a formular la tesis de la irracionalidad de la guerra y el hecho de que al filo de la decadencia, la guerra ya no está al servicio del desarrollo de la economía sino que es la economía la que está al servicio de la guerra.
Estos dos aspectos se verifican a todo lo largo de la decadencia, pero sin embargo, el aspecto estratégico, la irracionalidad de la guerra desde el punto de vista económico, va ir predominando. Incluso aunque la Primera Guerra mundial no fue desencadenada mecánicamente en el momento más agudo de la crisis, y aunque los objetivos estratégicos de expansión habían sido calculados por Alemania, y aunque correspondiera, desde el punto de vista económico, a una voluntad de repartición del mundo alrededor de la cuestión de los mercados, esta guerra resultaría ya más costosa que ventajosa desde el punto de vista económico, para los vencedores mismos, con excepción de los Estados Unidos. Hablando de Inglaterra al salir de la Primera Guerra mundial, Sternberg dice, en El conflicto del siglo:
“Debido a la guerra, sin embargo, no perdió solamente una parte de sus haberes, sino que toda su posición en la economía mundial se debilitó a tal punto que quedó reducida en adelante a emplear la mayor parte de los intereses que extraía de sus inversiones en el financiamiento de sus importaciones y a afectar solamente una parte mínima para la constitución de nuevos capitales de inversión.”.
En cuanto a la riqueza y el crecimiento económico efectivo de los Estados Unidos luego de esta guerra, “el enriquecimiento de los Estados Unidos por la guerra” del que habla el trotskista Pierre Naville en su prefacio al libro de Trotski citado más arriba, no viene por principio de la guerra sino del hecho de que los Estados Unidos todavía no habían totalmente agotado los mercados precapitalistas de su inmenso territorio, por ejemplo quedaba todavía por efectuar la construcción de ciertos ferrocarriles, pero también a que no habían participado en la guerra sino cuando su final, lejos de su territorio en el que no conocieron destrucción alguna.
La Segunda Guerra mundial tiene aún por objetivo la repartición del mundo. La burguesía alemana se reconocía en la consigna de Hitler: “¡exportar o morir!”. Pero si bien el final de la guerra ve efectivamente una repartición del mundo entre los dos bloques, el bloque ruso y el bloque occidental, una buena parte de las inversiones para la reconstrucción tiene un objetivo esencialmente estratégico: cortar los deseos de Alemania y los países del Sudeste asiático de pasarse al otro bloque y así establecer un cordón sanitario alrededor de Rusia. La política de los Estados Unidos respecto a la URSS, llamada de “contención”, tenía como objetivo, en este sentido, impedir a esta última llegar a los mares, mantenerla como potencia continental. De donde también, en los años 1950, la guerra de Corea, con este mismo fin. Desde el punto de vista económico, se puede citar nuevamente a Sternberg: “En fin, la Segunda Guerra mundial fuerza a Inglaterra a liquidar la gran mayoría de sus haberes en el extranjero, provocando así un nuevo retroceso de su posición en los mercados mundiales hasta el punto que debe apelar, durante muchos años, a la ayuda directa de América para pagar sus importaciones”. Los Estados Unidos afirman su rango de primera potencia mundial pero en un contexto en que, más allá del periodo de reconstrucción, es el capitalismo mundial como un todo el que continúa debilitándose, incluidos ellos mismos.
En este marco de bloques, el reto es defenderse frente al otro bloque. Para ello, se utilizan las armas económicas y militares. Por supuesto, el bloque económicamente más poderoso tiene la ventaja en esta guerra fría. Puede sacar ventaja del cebo económico y tener ventaja de medios en la carrera armamentista. Después de la muerte de Nasser, los Estados Unidos utilizan el arma económica para hacer caer a Egipto en su bloque. A partir de 1975, los Estados Unidos trabaja para que China se acerque a ellos. Se verá que para mantener este acercamiento, el estatuto de nación privilegiada, al nivel de los intercambio comerciales, le será concedido. Todavía en este periodo de los años 70, los préstamos acordados a los países de Africa bajo tutela tienen, por supuesto, como objetivo mantener la posibilidad de intercambios comerciales con ellos, pero también el de mantenerlos en el bloque occidental.
Se puede ver por tanto que el aspecto estratégico domina ampliamente sobre el aspecto económico. Esto es una característica que se desarrolla claramente a partir de 1945. Lo hemos señalado más arriba con la política de “contención”. Por tanto hay que señalar una diferencia enorme en relación con lo que Lenin podía aún constatar a principio del siglo xx cuando habla de la exportación de capitales. En ese momento la burguesía sabía que sería reembolsada, que cobraría los intereses de su préstamo y que además ganaría mercados. A partir de los años 1970, es cada vez más a fondos perdidos que la burguesía presta, y lo sabe. Es por ello que, al inicio de los años 1980, el presidente del Estado francés, Mitterrand, podía hacerse el dadivoso cuando proponía una moratoria para la deuda de Africa. Se pueden recordar otros ejemplos que muestran los objetivos estratégicos:
Se puede verificar así que, si bien la economía sigue siendo el telón de fondo, ésta se halla cada vez más al servicio de la guerra y no a la inversa. La guerra se ha convertido en el modo de vida del capitalismo. Si a comienzos del imperialismo y luego de la decadencia la guerra se concebía como el medio para la repartición de los mercados, ésta se ha convertido, en este estadio, un medio para imponerse como gran potencia, para hacerse respetar, para defender su rango frente a los otros, para salvar la nación. Las guerras no tienen ya racionalidad económica; cuestan mucho más caro de lo que reportan. La reflexión de Brezinski citada más arriba es muy significativa.
¿Y las guerras que se han sucedido desde 1989, tras el hundimiento del bloque del Este y la desaparición del occidental?
La burguesía había anunciado una era de paz y prosperidad. Hemos visto y seguimos viendo el desarrollo de la miseria y la guerra. El fin de los bloques expresa la entrada en la fase de descomposición, el desarrollo del cada uno para sí a nivel imperialista y el avance de la barbarie y el caos. Tras esta desaparición de los bloques, se ve a las grandes potencias volver a sus estrategias de expansión anteriores a 1914. Pero es necesario notar una gran diferencia: a principios del siglo xx, para alcanzar sus estrategias, la burguesía tendía a constituir constelaciones (alianzas). Hoy, es el cada uno para sí el que domina al punto que las alianzas, desde 1989, han sido siempre efímeras y que, en los conflictos, cada potencia defiende sus propios intereses. En este contexto, son estrategias propias lo que cada potencia trata de defender.
Ante esto, Estados Unidos han indicado claramente que ellos buscan defender su liderazgo. Tal fue el objetivo de la Guerra del Golfo en 1991. A pesar de ello, unos meses después, Alemania abría las hostilidades en Yugoslavia reconociendo unilateralmente la independencia de Eslovenia y Croacia. A pesar de las advertencias de los Estados Unidos unos meses antes, Alemania reanuda su vieja política de expansión hacia el Sudeste, vía los Balcanes, sabiendo que Serbia representaría una barrera que habría que hacer saltar. En la guerra de Kosovo, Alemania continúa esta política. Lo hace sin complejos ya que, por primera vez después de la Segunda Guerra mundial, se le ve desplegar su fuerza militar en otro país. Además, da a entender claramente que en el futuro utilizará su ejército para defender sus intereses en cualquier parte del mundo que sea necesario.
Se sabe que Estados Unidos, Francia, Inglaterra y Rusia no estaban dispuestos a dejar el campo libre a Alemania y cómo reaccionaron para contrarrestar las pretensiones germanas. Resulta claro que los intereses económicos no están en el centro de esta guerra, sino que son los intereses estratégicos, con el objetivo de defender o tratar de desarrollar su rango de gran potencia, sus zonas de influencia.
Son también intereses esencialmente estratégicos los que se hallan en juego en el Cáucaso, alrededor de la guerra en Chechenia. El petróleo está efectivamente en juego: pero ¿qué lugar ocupa? Un lugar estratégico y no económico. En efecto, se ve a los EE.UU. hacer transacciones con Azerbaiyán, Georgia, Armenia y Turquía sin tomar en cuenta a Rusia, a lo cual ésta ha reaccionado asesinando ministros y diputados en el parlamento de Erevan, ya que los EE.UU. quieren controlar esta región a causa de su petróleo; no con una meta de beneficios económicos, sino para que Europa no pueda abastecerse de este energético necesario en caso de guerra. Podemos recordar que durante la Segunda Guerra mundial, en 1942, Alemania había dirigido una ofensiva sobre Bakú para tratar de apropiarse de este energético tan necesario para mantener la guerra. La situación es diferente para Azerbaiyán y Turquía por ejemplo, para quienes la cuestión del petróleo representa un beneficio inmediato apreciable. Pero el reto central de la situación no es ese.
En África, la guerra de Zaire que la burguesía presentó como una voluntad de los americanos para apropiarse de las riquezas del subsuelo, en realidad tenía como objetivo expulsar a Francia de esa región. El hecho de que algunos hombres de negocios se hayan precipitado inmediatamente al lugar, no minimiza en nada ese objetivo central. Es lo mismo con la visita de Clinton a Senegal, a fines del 98, donde el objetivo era ir a competir con Francia, a nivel diplomático, directamente en su patio trasero. Regularmente, con el fin de ocultar el sentido real de esos actos, es la burguesía misma la que voluntariamente destaca supuestos objetivos económicos.
En el conflicto entre la India y Pakistán, Cachemira no es en primer lugar un reto económico. Mediante ese conflicto, actualmente, Pakistán querría recuperar la importancia regional que tuvo durante la época de los bloques y que perdió después. Y por supuesto, vemos a los EE.UU. reajustar su política y reanudar las relaciones con la India.
Pero hoy, es sin duda el Medio Oriente el que indica el punto más alto del aspecto estratégico central de las cuestiones imperialistas. En estos últimos tiempos, se ha visto a los países de Europa impugnar a los EE.UU. hasta en esta zona tan crucial. Francia se muestra “preocupada” por la suerte de los Palestinos, Alemania ha mostrado por ejemplo ciertas solicitudes acerca de Israel. Francia intenta reintroducir su influencia en Líbano; mantiene los lazos con Siria. Es esta impugnación a los EE.UU. lo que ha desembocado en la explosión actual. Pero es necesario agregar que los incendiarios han perdido en parte el control del fuego que han atizado. La descomposición se manifiesta en toda su gravedad. La provocación de Sharon, apoyado por una parte del ejército y del Estado, no era, ciertamente, lo que los EE.UU. querían. Arafat no controla ya gran cosa. Y aún si los EE.UU., para tratar de encontrar una solución que les permitiera controlar de nuevo la región hicieran de Palestina un campo de ruinas, ello no resolvería nada. El imperialismo no ofrece ninguna posibilidad de paz; sólo el desencadenamiento de guerras esta al orden del día.
En la arena mundial, actualmente, las dos principales potencias que se enfrentan para imponer su influencia y tratar de aglutinar alrededor de ellos, son los EE.UU. y Alemania. Potencias como Francia (aún si hace ruido), Inglaterra, no pueden rivalizar con aquéllas. La descomposición juega a favor de Alemania, lo hemos visto en Yugoslavia. Las cosas son más difíciles para los EE.UU., ya que es su propio liderazgo el que tienen que defender y debido a que su dominación empuja a los estados europeos en primer lugar, aunque también a la mayor parte de Estados, a impugnarles. No se ve brotar la constitución de bloques, sino todo lo contrario. La situación en el Medio Oriente muestra hoy hasta qué punto la humanidad avanzaría hacia su destrucción, incluso sin guerra mundial, si el proletariado, a plazo, no consigue imponerse. Se ve también hasta qué punto el no ver en las guerras mas que cuestiones económicas revela una subestimación de su gravedad e incluso constituye una ceguera, como lo dice la resolución del 13º congreso frente a la verdadera amplitud de los retos:
“En fin, las explicaciones (que se encuentran incluso entre los grupos revolucionarios) que tratan de interpretar la ofensiva actual de la OTAN como una tentativa para controlar las materias primas en la región (Kosovo ndr) constituyen una subestimación, si no es que una ceguera, frente a la verdadera amplitud de los retos”. Punto 3.
La resolución del xiii congreso decía:
“Actualmente, aún si los EE.UU. están a la cabeza de la cruzada contra Milosevic, deben contar, mucho más que antes, con las pretensiones específicas de las otras potencias – principalmente Alemania – lo que introduce un factor considerable de incertidumbre sobre el resultado del conjunto de la operación” (...) “Alemania está obligada a encarar su ascenso a rango de superpotencia a largo plazo, mientras que los EE.UU. desde ahora, y esto ya desde hace algunos años, están confrontados a la pérdida de su liderazgo y al aumento del caos mundial”.
¿Dónde está el liderazgo americano?
Como dice la resolución, tiende a debilitarse. Hay que constatar sin embargo, que le es menos difícil mantenerlo en las regiones que están alejadas de Europa. A pesar de las dificultades que tienen en todos lados, incluso por ejemplo en América Latina donde el presidente de Venezuela, Chávez, apoya a la guerrilla colombiana y hace una visita ostensible a Saddam Hussein, le es menos difícil, hasta el presente; ante la India y Pakistán donde Estados Unidos alcanzan a recuperar las situaciones de resbalón; en Indonesia, en Filipinas, e incluso con Japón a pesar de que quiera independizarse de la tutela americana. También es verdad que con China tienen más dificultades.
Pero cerca de Europa, Estados Unidos tiene muchas más dificultades. Se ha visto con Yugoslavia donde le fue difícil hallar una forma de implantarse. Con Kosovo, donde las hostilidades se desencadenaron bajo la égida de la OTAN, ejército de los EE.UU. y terminaron con un retorno de la ONU, expresión de un retorno de la influencia de las potencias antiamericanas. Con Irak, donde países como Francia tratan de romper el embargo impuesto por los americanos; en Medio Oriente donde la impugnación de las potencias europeas ha animado, aunque sea indirectamente, iniciativas, ya sea de Sharon o de los islamitas, que se traducen en resbalones y pérdidas de control de los EE.UU. Hay que confirmar, por tanto, que hay una tendencia histórica al debilitamiento del liderazgo americano, pero debemos agregar que esto no significa que las potencias europeas saldrán mejor libradas. Actualmente en el Medio Oriente, los europeos tampoco controlan la situación.
Esta impugnación generalizada hacia los EE.UU. obliga a estos últimos a utilizar cada vez más la fuerza militar en un contexto que ya no es el de la Guerra del Golfo. Como dice la resolución del xiiiº congreso, en ese momento “los
EE.UU. aún conservaban un liderazgo muy fuerte sobre la situación mundial, lo que les permitió conducir sin fallas las operaciones tanto militares como diplomáticas aún cuando la Guerra del Golfo tenía como vocación el acallar las veleidades de contestación a la hegemonía americana que ya se habían manifestado, particularmente por parte de Francia y Alemania. En ese momento, los antiguos aliados de los EE.UU. aún no habían tenido la ocasión para desarrollar sus propias pretensiones imperialistas en contradicción con las de los EE.UU.”. El
avance de la descomposición juega contra los EE.UU. Actualmente, la situación dramática en Medio Oriente ilustra claramente cómo no logran controlar ni a todas las fracciones de Israel ni a las de Palestina. Es significativo que los EE.UU. hayan sido obligados a dejar a la ONU entrar en acción. Todo esto no hace sino agregarse a la gravedad de la situación ya que, si bien es incontestable que la superioridad militar de los EE.UU. podrían permitirle hacer de Palestina un campo de ruinas, esto no resolvería nada. Este debilitamiento del liderazgo americano es la expresión del avance de la descomposición. Esto no sucede de manera lineal ya que los EE.UU. oponen una resistencia encarnizada; pero la tendencia general es irresistiblemente esa. En cuanto a Alemania, si bien avanza, como lo dijimos más arriba, aprovechando la descomposición, tampoco lo hace en línea recta, por ejemplo en Turquía donde se vio directamente confrontada por los EE.UU. En este contexto general, aún si la tendencia sigue existiendo, como característica de la decadencia, no se ve dibujarse la constitución de bloques.
La importancia no es para el análisis en sí, sino para comprender la gravedad de los conflictos, la gravedad de los retos, mostrar cuál es la única perspectiva que nos ofrece el capitalismo si la clase obrera no logra alzarse a la altura de sus responsabilidades. La guerra se ha convertido en el modo de vida del capitalismo. Debemos encontrar el sentido profundo de las preocupaciones de Engels y de Rosa Luxemburgo concerniente al debilitamiento que el desarrollo de esta barbarie representa para la revolución. Por el momento, las destrucciones y las matanzas abarcan sobre todo a la periferia del capitalismo y, por tanto, no a los países centrales ni a las fuerzas vivas del proletariado, como sucede durante una guerra mundial. Ello es la expresión del curso histórico actual abierto todavía a los enfrentamientos de clase. Pero esas destrucciones representan, a pesar de todo, un debilitamiento. Además, las guerras de hoy, guerras de la descomposición, no favorecen el desarrollo de la conciencia.
La situación actual en Medio Oriente representa un nuevo golpe de mazo sobre la cabeza de la clase obrera, al desarrollar un sentimiento de impotencia. El aumento del nacionalismo y del odio, un posible incendio de la región conduciría a situaciones donde, en ciudades industriales como Haifa, los obreros árabes e israelíes, que han trabajado y luchado codo a codo, podrían enfrentarse.
Hay que agregar, en correspondencia con esta situación general, que después de una corta atenuación a principios de los 90, las políticas de armamentos retoman toda su fuerza. Se puede citar, en ese sentido, la adopción en marzo de 1999, de un programa de defensa contra misiles para proteger a los EE.UU. contra los ataques de “Estados gamberros” y el uso accidental o no autorizado de ingenios balísticos rusos y chinos. Esto entraña una reacción en cadena en la cual se ve a cada Estado justificarse por el desarrollo del armamento en nombre de la necesidad de responder a esta escalada.
Cara a las subestimaciones e incluso a la ceguera dramática del medio político proletario, se ha de poner en evidencia el significado real de las guerras actuales. Los retos que contienen agudizan la responsabilidad de la clase obrera, la única clase que puede poner fin a la barbarie. Si la única perspectiva que puede ofrecer la burguesía es la barbarie, la clase obrera, y ella sóla, es portadora de una distinta. La cuestión no es guerra o paz sino socialismo o barbarie. Esto no es sólo una consigna. Esto expresa una relación de fuerzas: cuando la barbarie avanza, la perspectiva del socialismo es atacada. Actualmente las cosas pasan sobre todo en la periferia del capitalismo. El curso sigue abierto. Pero el caos y la barbarie que se desarrollan subrayan la responsabilidad del proletariado de los países centrales.
[1] Véase, en la Revista internacional no 31, el artículo “El proletariado de Europa del Oeste al centro de la lucha de clases”, y en la Revista internacional no 25 el artículo “La aristocracia obrera”.
Desde el informe sobre la lucha de clases en el último congreso, no ha habido cambios inmediatos en la situación a la que ha estado enfrentada la clase obrera. El proletariado ha demostrado con sus luchas que su combatividad sigue intacta y su descontento creciente (empleados de los transportes de Nueva York, “huelga general” en Noruega, huelgas que han afectado a muchos sectores en Francia, la huelga de empleados de Correos en Gran Bretaña, movimientos en países de la periferia como Brasil, China, Argentina, etc.). Pero la situación sigue estando más definida por las dificultades que ante sí encuentra la clase. Esas dificultades vienen impuestas por las condiciones del capitalismo en descomposición y continuamente reforzadas por las campañas ideológicas de la burguesía sobre “la muerte de la clase obrera”, la “nueva economía”, la “globalización” y hasta “el anticapitalismo”. Mientras tanto, en el seno del medio político proletario, se mantienen los desacuerdos fundamentales sobre la relación de fuerzas entre las clases, utilizando algunos grupos lo que ellos llaman visión “idealista” de la CCI sobre el curso histórico, como razón para no participar en ninguna iniciativa conjunta contra la guerra en Kosovo.
Es ésta una razón para centrar este Informe no tanto en las luchas del período reciente, sino en el intento de profundizar nuestra comprensión del curso histórico tal como el movimiento obrero lo ha desarrollado: si queremos responder con eficacia a las críticas que se nos hacen, debemos evidentemente ir a la raíz histórica de las incomprensiones que recorren el medio proletario.
Lo que sigue aquí abajo dista mucho de ser un estudio exhaustivo; su objetivo es ayudar a la organización a profundizar el método general con el que el marxismo ha abordado esta cuestión.
El concepto de “curso histórico” tal como lo desarrolló sobre todo la Fracción italiana de la Izquierda comunista, deriva de la alternativa histórica desarrollada por el movimiento marxista en el siglo xix: socialismo o barbarie. En otras palabras, el modo de producción capitalista contiene en su seno dos tendencias y posibilidades contradictorias – la tendencia a la autodestrucción y la tendencia a la asociación del trabajo a escala mundial y la emergencia de un orden social nuevo y superior. Hay que insistir que para el marxismo, ninguna de esas tendencias se impone a la sociedad capitalista desde fuera, contrariamente a las teorías burguesas que explican las expresiones de barbarie como el nazismo o el estalinismo como intrusiones extrañas a la normalidad capitalista, o en las diferentes versiones místicas o utópicas del advenimiento de una sociedad comunista. Las dos salidas posibles de la trayectoria histórica del capital son la culminación lógica de sus procesos vitales más profundos. La barbarie, el hundimiento social y la guerra imperialista proceden de la competencia a muerte que empuja al sistema hacia delante, a partir de las divisiones inherentes a la producción de mercancías y a la guerra perpetua de todos contra todos; el comunismo, por su parte, procede de la necesidad para el capital del trabajo asociado y unificado, que produce así su propio enterrador, el proletariado. Contra todos los errores idealistas que intentan separar proletariado y comunismo, Marx definió a éste como la expresión de “su movimiento real”, insistiendo en que los obreros “no tienen ideal que realizar, sino liberar los elementos de la nueva sociedad de la que está preñada la vieja sociedad burguesa que se está hundiendo” (La Guerra civil en Francia).
En El Manifiesto comunista, hay cierta tendencia a suponer que esa preñez acabará en nacimiento sano, que es inevitable la victoria del proletariado. Al mismo tiempo, El Manifiesto afirma, cuando habla de las sociedades de clase precedentes, que en caso de no haber salida revolucionaria, el resultado es “la ruina mutua de las clases en presencia”, o sea, la barbarie. Aunque esta alternativa no esté claramente anunciada para el capitalismo, es la deducción lógica que viene del reconocimiento de que la revolución proletaria no es, en modo alguno, un proceso automático y requiere la autoorganización consciente del proletariado, la clase cuya misión es crear una sociedad que permita por primera vez a la humanidad ser dueña de su destino. Por eso, El Manifiesto comunista está centrado en la necesidad para los proletarios de “constituirse ellos mismos en clase, y por lo tanto en partido político”. A pesar de las clarificaciones posteriores sobre la distinción entre partido y clase, el núcleo central de esta toma de posición sigue siendo profundamente válido: el proletariado no puede actuar como fuerza revolucionaria y consciente de sí misma más que enfrentando al capitalismo a nivel político. Y para ello, no puede prescindir de la necesidad de formar un partido político.
Una vez más, estaba claro que la “constitución del proletariado en clase” armado con un programa explícito contra la sociedad capitalista no era posible en todo momento. Primero, El Manifiesto insistía en la necesidad de que la clase atravesara un largo periodo de aprendizaje durante el cual haría avanzar sus luchas desde sus formas “primitivas” iniciales (el luddismo, por ejemplo) a formas más organizadas y conscientes (formación de los sindicatos y partidos políticos). Y a pesar del “optimismo de juventud” de El Manifiesto sobre las posibilidades inmediatas de la revolución, la experiencia de 1848-52 demostró que los períodos de contrarrevolución y de derrotas también forman parte del aprendizaje del proletariado, y que, en esos períodos, las tácticas y la organización del movimiento proletario debían adaptarse en consecuencia. Ése es el sentido de la polémica entre la corriente marxista y la tendencia Willich-Schapper, la cual, según los términos de Marx, “había sustituido la concepción materialista por una concepción idealista. En lugar de ver la situación real como la fuerza motriz de la revolución, sólo veía la simple voluntad” (Carta al Consejo general de la Liga comunista, septiembre de 1850). Este planteamiento fue decisivo en la decisión de disolver la Liga comunista y de concentrarse en las tareas de clarificación y defensa de los principios (tareas de una fracción) en lugar de malgastar energías en grandiosas aventuras revolucionarias. En su práctica real, la vanguardia marxista demostró durante la fase ascendente del capitalismo que era estéril intentar fundar un partido de clase realmente eficaz en los períodos de reflujo y de reacción: el esquema de fundación de los partidos durante la fase de lucha ascendente de la clase y el reconocimiento de su muerte en las fases de derrotas sería después seguido con la Primera internacional y la creación de la Segunda.
Es cierto que los escritos de los marxistas en ese período, aún conteniendo muchos aspectos vitales, no desarrollan una teoría coherente sobre el papel de la fracción en períodos de reflujo; como lo subraya Bilan, eso solo fue posible cuando la propia noción de partido se elaboró teóricamente, tarea que no podía cumplirse plenamente sino en el período de lucha directa por el poder, inaugurada por la decadencia del sistema capitalista (ver nuestro artículo sobre las relaciones entre fracción y partido en la Revista internacional nº 64). Además, las condiciones de la decadencia agudizan todavía más los contornos de esta cuestión en la práctica en el período ascendente, con la lucha a largo plazo por reformas, los partidos políticos podían mantener un carácter proletario sin por ello estar enteramente compuestos de revolucionarios, mientras que en la decadencia, el partido de clase sólo puede estar compuesto de militantes revolucionarios y no puede mantenerse durante mucho tiempo como partido comunista, o sea, como órgano capaz de llevar a cabo la ofensiva revolucionaria, fuera de las fases de lucha abierta.
De igual modo, las condiciones del capitalismo ascendente no permitieron que evolucionara plenamente la idea de que la evolución ya sea hacia la guerra mundial ya hacia levantamientos revolucionarios depende de la relación de fuerzas global entre las clases. La guerra mundial no era en aquél entonces un “requisito” para el capitalismo, el cual podía superar siempre sus crisis económicas periódicas mediante la expansión del mercado mundial; y como la lucha por reformas no se había agotado todavía, la revolución mundial seguía siendo, para la clase obrera, una perspectiva global más que una necesidad urgente. La alternativa histórica entre el socialismo y la barbarie no podía “resumirse” todavía en una alternativa inmediata entre guerra y revolución.
Ya a partir de 1887, sin embargo, la emergencia del imperialismo permitió a Engels prever claramente la forma precisa que obligatoriamente iba a tener la tendencia del capitalismo a la barbarie: una guerra devastadora en el corazón mismo del sistema:
“No hay otra guerra posible para Prusia-Alemania sino una guerra mundial y una guerra mundial de una extensión y una violencia inimaginables hasta ahora. Ocho a diez millones de soldados matándose unos a los otros, y, a la vez, devorando toda Europa hasta devastarla como nunca la haya devastado ningún enjambre de saltamontes. La ruina de la guerra de los Treinta años comprimida en tres o cuatro y extendida por todo el continente; las hambres, el envenenamiento, la caída general en la barbarie, tanto de los ejércitos como de las masas del pueblo; una confusión sin esperanza para nuestro sistema de comercio, de industria y de crédito que desembocaría en la bancarrota general, en el hundimiento de los antiguos Estados y de su sabiduría elitista tradicional hasta el punto de que las coronas rodarán por docenas por las calles y que no habrá nadie para recogerlas; la imposibilidad absoluta de prever cómo acabará todo eso y quién saldrá victorioso de la lucha; un solo resultado es absolutamente cierto: el agotamiento general y el establecimiento de condiciones de la victoria final de la clase obrera” (15/12/1887). Vale la pena recordar que Engels – basándose sin duda en la experiencia real de la Comuna de París una década y media antes – preveía que esa guerra europea haría surgir la revolución proletaria.
Durante la primera década del siglo xx, la amenaza creciente de esa guerra se volvió una preocupación importante para el ala revolucionaria de la socialdemocracia, de aquellos que no se dejaban engañar por los cantos de sirena del “progreso perpetuo”, del “superimperialismo” y otras ideologías que se habían incrustado en amplios sectores del movimiento. En los congresos de la II Internacional, fue el ala izquierda –Lenin y Rosa Luxemburg en particular– especialmente el que insistió con mayor fuerza en que la Internacional tomara una postura clara frente al peligro de guerra. La resolución de Stuttgart de 1907 y la de Basilea que reafirmó en 1912 las premisas de aquélla, fueron el fruto de sus esfuerzos. La primera estipula: “en caso de una amenaza de estallido de la guerra, el deber de la clase obrera y de sus representantes en el Parlamento en los países que participen en ella, fortalecidos por la acción unificadora del Buró internacional, es hacer todo lo posible por impedir que estalle, usando los medios que les parezcan más eficaces, que son naturalmente diferentes según la intensificación de la guerra de clase y de la situación política general.
“Si, a pesar de todo, estallara la guerra, su deber es intervenir para que acabe rápidamente actuando con todas sus fuerzas para utilizar la crisis económica y política violenta que ha acarreado la guerra para que las masas se alcen, acelerando así la caída d la dominación de la clase capitalista”.
En resumen, frente a la caída imperialista hacia una guerra catastrófica, la clase obrera no sólo debía oponerse, sino, si la guerra estallara, responder con la acción revolucionaria. Esas resoluciones debían servir de base a la consigna de Lenin durante la Primera Guerra mundial: “Transformación de la guerra imperialista en guerra civil”.
Cuando se reflexiona sobre este período, es importante no proyectar hacia atrás una conciencia por parte de ambas clases que ellas no tenían. En ese estadio, ni el proletariado ni la burguesía podían tener plenamente conciencia de lo que significaba realmente la guerra mundial. Especialmente, al ser la guerra imperialista moderna una guerra total y ya no un combate alejado entre ejércitos profesionales, ya no podía llevarse a cabo sin la movilización plena del proletariado, obreros en uniforme y obreros del frente interior. Es cierto que la burguesía comprendió que no podía lanzarse a una guerra antes de que la socialdemocracia estuviese lo bastante corrompida para no oponerse a ella, pero los acontecimientos de 1917-21, provocados directamente por la guerra, le enseñaron muchas lecciones que nunca olvidará, especialmente sobre la necesidad de preparar totalmente el terreno político y social antes de lanzarse a una gran guerra, o, en otras palabras, rematar la destrucción física e ideológica de la oposición proletaria.
Si se mira el problema desde el punto de vista proletario, lo que está claramente ausente en la resolución de Stuttgart es la relación de fuerzas entre las clases – de la fuerza real del proletariado, de su capacidad para resistir a la pendiente hacia la guerra. Para la resolución, la guerra podía ser impedida mediante la acción de la clase, o podría ser detenida después de haber comenzado. De hecho, la resolución argumenta que las diferentes tomas de posición e intervenciones contra la guerra hechas por los sindicatos y los partidos socialdemócratas de entonces “son testimonio de la fuerza creciente del proletariado y de su poder para asegurar la paz mediante una intervención decisiva”. Esta toma de posición optimista era una subestimación del grado en que la socialdemocracia y los sindicatos se habían integrado en el sistema, más que inútiles para una respuesta internacionalista. Esto iba a dejar a las izquierdas un tanto desconcertadas cuando estalló la guerra, como demuestra el hecho de que Lenin creyó al principio que el Alto mando alemán había confeccionado el Vortwärts que llamaba a los obreros a apoyar la guerra, como también el aislamiento del grupo Die Internationale en Alemania, etc. No cabe la menor duda de que fue la repugnante traición de las antiguas organizaciones obreras, su incorporación gradual al capitalismo, lo que hizo inclinar la relación de fuerzas contra la clase obrera, abriendo el curso hacia la guerra y esto a pesar del muy alto nivel de combatividad expresado por los obreros en numerosos países en la década anterior a la guerra e incluso en los meses que la precedieron.
Éste hecho permitió a menudo que se saque la teoría de que la burguesía habría desencadenado la guerra como medida preventiva contra la inminencia de la revolución, teoría basada, como así creemos nosotros, en la incapacidad de distinguir combatividad y conciencia y que minimiza el significado histórico y el efecto de la traición de las organizaciones por cuya construcción tanto había batallado la clase obrera. Cierto es, sin embargo, que la manera con la que la burguesía logró su primera victoria crucial sobre los obreros (la “Unión sagrada” proclamada por socialdemócratas y sindicatos) resultó ser insuficiente para quebrar totalmente la dinámica de huelga de masas que había ido madurando en la clase obrera europea, rusa y norteamericana durante la década precedente. La clase obrera se mostró capaz de recuperarse de la derrota, sobre todo ideológica, de 1914 y lanzar su respuesta revolucionaria tres años después. Así, el proletariado, a través de su propia acción cambió el curso histórico: el curso se alejaba ahora del conflicto imperialista mundial e iba hacia la revolución comunista mundial.
Durante los años revolucionarios siguientes, la práctica de la burguesía proporcionó su propia “contribución” a la profundización del problema del curso histórico. Demostró que frente al reto abiertamente revolucionario de la clase obrera, el curso hacia la guerra pasaba a segundo plano respecto a la necesidad de recuperar el control de las masas explotadas. Esto no sólo fue así en el ardor mismo de la revolución, cuando los levantamientos en Alemania obligaron a la clase dominante a poner fin a la guerra y unirse contra su enemigo mortal, sino también durante los años siguientes, pues, aunque las oposiciones interimperialistas no habían desaparecido (el conflicto entre Francia y Alemania por ejemplo), quedaron en segundo plano mientras la burguesía intentaba solucionar la cuestión social. Ése es el sentido, por ejemplo, del apoyo dado al programa de Hitler de terror contra la clase obrera por parte de muchas fracciones de la burguesía mundial, cuyos intereses imperialistas estaban necesariamente amenazados por el resurgir del militarismo alemán. El período de reconstrucción de la primera posguerra – aunque limitado en extensión y profundidad comparado con la de después del 45 – también sirvió para posponer temporalmente el problema del nuevo reparto del botín imperialista en la clase dominante.
Por su parte, la Internacional comunista (IC) dispuso de poco tiempo para dilucidar esas cuestiones, aunque desde el principio estableció claramente que si la clase obrera no lograba relanzar al reto revolucionario lanzado por los obreros rusos, quedaría expedito el camino hacia una nueva guerra mundial. El Manifiesto del Primer congreso de la IC (marzo de 1919) advertía que si la clase obrera se dejaba engañar por los discursos oportunistas:
“el desarrollo capitalista celebraría su restauración con nuevas formas más concentradas y más monstruosas sobre los hombros de muchas generaciones y con la perspectiva de una nueva e inevitable guerra mundial. Afortunadamente, eso ya no es hoy posible”.
Durante este período, la relación de fuerzas entre las clases era algo crucial, pero menos con respecto al peligro de guerra que respecto a las posibilidades inmediatas de la revolución. La última frase del pasaje citado da materia para reflexionar: en las primeras y enardecedoras fases de la oleada revolucionaria, había una clara tendencia a considerar la victoria de la revolución mundial como algo inevitable, y, por lo tanto, a imaginar que una nueva guerra mundial no era realmente posible. Esto era una clara subestimación de la tarea gigantesca que ante sí tenía la clase obrera, la de crear una sociedad basada en la solidaridad social y el dominio consciente de las fuerzas productivas. Además de este problema general, que lo es de cualquier movimiento revolucionario de la clase, el proletariado de los años 14-21, se vio enfrentado a la “erupción” repentina y brutal de una nueva época histórica que lo obligó a quitarse rápidamente de encima los hábitos y métodos de lucha arraigados y adquirir “del día a la mañana” métodos adaptados a la nueva época.
Al irse debilitando el ímpetu inicial de la oleada revolucionaria, el optimismo un tanto simplista de los primeros años apareció cada vez más fuera de lugar, y se hizo cada vez más urgente hacer una valoración sobria y realista de la verdadera relación de fuerzas entre las clases. A principios de los años 20, hubo particularmente una polémica muy fuerte entre la IC y la Izquierda alemana sobre esta cuestión, debate en el que la verdad no se encontraba entera en ninguno de los lados. La IC se dio más rápidamente cuenta de la realidad del reflujo de la revolución, después de 1921, y por ello de la necesidad de consolidar la organización y desarrollar la confianza de la clase obrera participando en sus luchas defensivas. Pero, presionada por las necesidades del Estado ruso y de su economía, el cual buscaba apoyos fuera de Rusia, la IC fue plasmando aquella perspectiva en un lenguaje oportunista (el Frente único, la fusión con los partidos centristas, etc.). La Izquierda alemana rechazó firmemente esas conclusiones oportunistas, pero su impaciencia revolucionaria y la teoría de la crisis mortal del capitalismo le impidieron hacer la distinción entre el período general de declive del capitalismo, que plantea la necesidad de la revolución en términos históricos generales, y las diferentes fases en cada período, fases que no presentan automáticamente todas las condiciones requeridas para un movimiento revolucionario. La incapacidad de la Izquierda alemana para analizar la relación de fuerzas objetiva entre las clases estaba acompañada de una debilidad crucial en el plano organizativo (su incapacidad para entender las tareas de una fracción que lucha contra la degeneración del viejo partido). Esas debilidades iban a tener consecuencias fatales para la existencia misma de la Izquierda alemana como corriente organizada.
Es en eso en donde la Izquierda italiana encuentra su justificación como esclarecedora referencia internacional. A principios de los años 20, tras haber atravesado la experiencia del fascismo, supo percibir que el proletariado estaba retrocediendo ante una resuelta ofensiva de la burguesía. Pero eso no la llevó ni al sectarismo (pues siguió participando plenamente en las luchas defensivas de la clase), ni al oportunismo, pues hizo una crítica muy lúcida del peligro oportunista en la I.C., especialmente en sus concesiones a la socialdemocracia. Por haber estado ya instruida en las tareas de una fracción en el combate político llevado a cabo en el seno del partido socialista de antes de la Primera Guerra mundial, la Izquierda italiana se daba perfecta cuenta de la necesidad de luchar en el seno de los órganos existentes de la clase mientras éstos siguieran teniendo un carácter proletario. Hacia 1927-28, sin embargo, la Izquierda reconoció que la expulsión de la Oposición de izquierdas del Partido bolchevique, y de otras corrientes a nivel internacional, significaba un ahondamiento cualitativo de la contrarrevolución y pidió la constitución formalizada de una Fracción de izquierda independiente, aunque se dejara abierta la posibilidad de reconquistar los partidos comunistas.
El año 1933 fue una nueva fecha significativa para la Izquierda italiana: no sólo porque el primer número de Bilan apareció entonces, sino también porque el triunfo del nazismo en Alemania convenció a la Fracción de se había abierto el curso hacia una Segunda Guerra mundial. La manera con la que Bilan percibió la dinámica de la relación de fuerzas entre las clases desde 1917 se resumía en el lema que puso durante algún tiempo en sus publicaciones: “Lenin 1917, Noske 1919, Hitler 1933”: Lenin personalizaba la revolución proletaria, Noske la represión de la oleada revolucionaria por la socialdemocracia, Hitler el remate de la contrarrevolución burguesa y de los preparativos de una nueva guerra. Así, desde el principio, la posición de Bilan sobre el curso histórico fue una de sus características específicas.
Es cierto que el artículo editorial de Bilan nº 1 parece, en cierto modo, vacilar sobre la perspectiva que se presenta al proletariado, aun reconociendo la derrota profunda que la clase obrera había atravesado, dejando la puerta abierta a la posibilidad de que ésta encontrara las capacidades de revitalizar su lucha y por lo tanto impedir el estallido de la guerra gracias al desarrollo de la revolución (ver nuestro folleto La Izquierda comunista de Italia). Quizás eso se debiera en parte a que Bilan no quería negar totalmente la posibilidad de que pudiera invertirse el curso contrarrevolucionario. Pero en los años siguientes, todos los análisis hechos por Bilan de la situación internacional, ya fueran los de las luchas nacionales de la periferia, o el despliegue de la potencia alemana en Europa, sobre el Frente popular en Francia, la integración de la URSS en el ruedo imperialista o la pretendida revolución española, se basaron en el reconocimiento precavido de que la relación de fuerzas había evolucionado claramente en contra del proletariado y que la burguesía estaba despejando el camino hacia una nueva matanza imperialista. Esta evolución quedó expresada con templada claridad en el texto de Bilan nº 17: “Defender la constitución de fracciones en una época en la que el aplastamiento del proletariado viene acompañado de la realización concreta de las condiciones para que se desencadene la guerra, expresa un “fatalismo” que acepta que el estallido de la guerra es inevitable y que es imposible que el proletariado se movilice contra ella” (“Proyecto de resolución sobre la situación internacional”).
Ese proceder ideológico es muy diferente de la postura de Trotski, el cual, en aquel entonces, era, y con mucho, el “representante” más conocido de la oposición de izquierdas al estalinismo (y todavía hoy). Hay que decir que también Trotski interpretó que 1933 y la victoria del nazismo fue un giro decisivo. Como para Bilan, ese acontecimiento también marcó la traición definitiva de la Internacional comunista; respecto al régimen de la URSS, Trotski, como Bilan, seguía hablando de un Estado obrero, pero a partir de ese período, dejó de creer que el régimen estalinista pudiera reformarse; al contrario, debía ser derrocado por la fuerza mediante una “revolución política”. Sin embargo, tras esas aparentes similitudes seguía habiendo diferencias fundamentales que acabarían en ruptura definitiva entre la Fracción italiana y la Oposición de izquierda internacional. Esas diferencias estaban profundamente relacionadas con la noción de la Izquierda italiana sobre el curso histórico, y, en aquel contexto, con la tarea de una fracción. Para Trotski, la quiebra del viejo partido significaba proclamación inmediata de uno nuevo. Bilan rechazaba esto tildándolo de actitud voluntarista e idealista, insistiendo en que el partido, como dirección efectiva de la clase obrera, no podía existir en momentos de profunda depresión del movimiento de la clase. Los esfuerzos de Trostki por formar una organización de masas en tal período no podían sino desembocar en oportunismo, y esto quedó plasmado en el giro que dio la Oposición de izquierda hacia el ala izquierda de la socialdemocracia a partir de 1934. Para Bilan, un verdadero partido del proletariado sólo podía formarse cuando la clase estaba en un curso hacia un conflicto abierto con el capitalismo. Y únicamente una fracción que definía como tarea principal suya la de hacer el “balance” (esto es lo que significa en francés la palabra “bilan”) de las victorias y de las derrotas pasadas, podía preparar esa modificación y establecer las bases del futuro partido.
Sobre la URSS, la visión global que tenía Bilan sobre la situación a la que se enfrentaba el proletariado, le hizo rechazar la perspectiva de Trotski de un ataque del capital mundial contra el estado obrero, y de ahí la necesidad de que el proletariado defendiera a la URSS contra tal ataque. Bilan, al contrario, veía en el período de reacción, la tendencia inevitable a que un Estado proletario aislado se viera arrastrado al sistema de alianzas capitalistas que preparaban el terreno de una nueva guerra mundial. De ahí el rechazo total a la defensa de la URSS, la cual sería incompatible con el internacionalismo.
Es cierto que los escritos de Trotski muestran a menudo una gran perspicacia sobre las tendencias profundamente reaccionaras que predominaban en la situación mundial. Pero a Trotski le faltaba un método riguroso, le faltaba una verdadera visión del curso histórico. Y así, a pesar del triunfo completo de la reacción, y aun reconociendo que se acercaba la guerra, Trotski siguió cayendo en un falso optimismo que veía en el fascismo la última carta de la burguesía contra el peligro de la revolución y en el antifascismo una especie de radicalización de las masas, lo cual le hizo apoyar la idea de que “todo era posible” cuando las huelgas bajo el Frente Popular en la Francia de 1936, o tomarse en serio la idea de que en España se estaba produciendo subterráneamente una revolución proletaria en ese mismo año. En resumen, la incapacidad de Trotski para comprender la verdadera naturaleza del período aceleró la inclinación del trotskismo hacia la contrarrevolución, mientras que la clarividencia de Bilan sobre la misma cuestión le permitió resistir en defensa de los principios de clase, incluso a costa de un terrible aislamiento.
Verdad es que la Fracción misma pagó caro ese aislamiento, pues esa clarividencia tuvo que ser defendida con grandes combates en sus propias filas. Primero contra las posiciones de la minoría sobre la Guerra de España: la presión para participar en la ilusoria “revolución española” era enorme y la minoría sucumbió a ella con su decisión de luchar en las milicias del POUM. La mayoría supo mantener su intransigencia en gran parte porque se negó a considerar aisladamente los acontecimientos de España, viéndolos como una expresión de la relación de fuerzas mundial entre las clases. Y así, cuando grupos como Unión comunista o la LCI, cuyas posiciones eran similares a las de la minoría, acusaron a Bilan de ser incapaz de ver un movimiento de clase si no estaba dirigido por un partido y considerar el partido como una especie de deus ex machina, sin el cual las masas eran incapaces de hacer gran cosa, Bilan contestó que la ausencia de partido en España era el resultado de las derrotas sufridas internacionalmente por el proletariado y a la vez que expresaba su solidaridad total con los obreros españoles ponía de relieve que la ausencia de claridad programática había llevado las reacciones obreras a ser desviadas de su propio terreno hacia el terreno de la burguesía y de la guerra interimperialista.
El punto de vista de la Fracción sobre los acontecimientos de España se verificó en los hechos, pero nada más terminarse esa prueba, ya se vio envuelta en una todavía más peligrosa: la adopción por parte de Vercesi, uno de los teóricos principales de la Fracción, de una noción que ponía en cuestión todo el análisis anterior sobre el período histórico, la teoría de la economía de guerra.
Esta teoría era el resultado de una huida en el inmediatismo. Al constatar la capacidad del capitalismo para utilizar el Estado y sus preparativos guerreros para reabsorber parcialmente el desempleo masivo que había caracterizado la primera fase de la crisis económica de los años 30, Vercesi y sus adeptos sacaron de ello la conclusión que en cierto modo, había habido un cambio en el capitalismo, superando su crisis histórica de sobreproducción. Vercesi retorna al elemental principio marxista según el cual la contradicción principal en la sociedad es la existente entre la clase explotadora y la explotada, y de ahí da un salto que lo lleva a la idea de que la guerra imperialista mundial no era ya una respuesta del capitalismo a sus contradicciones económicas internas, sino un acto de solidaridad interimperialista cuya finalidad era el aplastamiento de la clase obrera. Por lo tanto, si la guerra se acercaba era porque la revolución proletaria se había vuelto una amenaza cada día mayor para la clase dominante. En fin de cuentas, la consecuencia principal, durante ese período, de la teoría vercesiana de la economía de guerra fue minimizar al máximo el peligro de guerra. Según Vercesi, las guerras locales y las masacres selectivas podían desempeñar el mismo papel para el capitalismo que la guerra mundial. El resultado fue la incapacidad completa para prepararse al impacto que la guerra iba a tener inevitablemente sobre el trabajo de la organización y, por lo tanto, la desintegración completa de la Fracción al iniciarse la guerra. Y las teorías de Vercesi sobre el sentido de la guerra, una vez estallada ésta, rematarían su desbandada: la guerra quería decir “desaparición social del proletariado” haciendo inútil toda actividad militante organizada. El proletariado solo encontraría el camino de la lucha tras el estallido de “la crisis de la economía de guerra” (provocada no por la operación de la ley del valor, sino por el agotamiento de los medios materiales necesarios para la continuación de la producción de guerra). Vamos a examinar rápidamente las consecuencias que este aspecto de la teoría tuvo al finalizar la guerra, pero su efecto inicial fue el de sembrar el desconcierto y la desmoralización en las filas de la Fracción.
En el periodo que siguió a 1938, cuando Bilan fue sustituido por Octobre en espera de un nuevos asaltos revolucionarios de la clase obrera, se mantuvo el análisis original de Bilan, desarrollándolo una minoría que no veía razones de poner en entredicho que la guerra era inminente, que iba a haber un nuevo conflicto interimperialista por la división del mundo y que los revolucionarios debían mantener su actividad en la adversidad para así mantener prendida la antorcha del internacionalismo. Esta labor fue sobre todo realizada por los militantes que hicieron revivir la Fracción a partir de 1941 y que contribuyeron a la formación de la Fracción francesa en los años siguientes de guerra.
Aquellos que se mantuvieron fieles a la labor de Bilan también mantuvieron su interpretación del cambio de curso en el fuego de la guerra misma. Este punto de vista se arraigaba profundamente en la experiencia real de la clase, la de 1871, la de 1905 y de 1917 y que los acontecimientos de 1943 en Italia parecieron confirmar. Hubo un auténtico movimiento de clase con una clara dimensión contra la guerra y que encontró un eco en las demás potencias europeas del Eje, incluso en Alemania. El movimiento en Italia produjo una poderosa impulsión hacia el agrupamiento de las fuerzas proletarias desperdigadas en Italia misma; mientras que el núcleo francés de la Izquierda comunista, al igual que la Fracción italiana en el exilio concluían que “el curso hacia la formación del partido está ya abierto”. Pero, mientras que una parte de militantes dedujo que había que formar ya el partido y con bases poco definidas programáticamente, la fracción francesa, el camarada Marco en particular (MC, que pertenecía a ambas fracciones, la francesa y la italiana) no abandonó el rigor de su método. La Fracción francesa, opuesta a la disolución de la Fracción italiana y a la formación del partido, insistía también en que había que analizar la situación italiana a la luz de la situación mundial de conjunto, negándose a caer en un “italocentrismo” sentimental que se había adueñado de muchos camaradas de la Fracción italiana. El grupo en Francia (convertido en Izquierda comunista de Francia) fue también el primero en reconocer que el curso no había cambiado y que la burguesía había sacado las lecciones necesarias de la experiencia de 1917 y había infligido una derrota decisiva al proletariado.
En el texto “la tarea del momento: formación del partido o formación de cuadros”, publicado en Internationalisme de agosto de 1946 (reproducido en la Revista internacional nº 32) hay una polémica muy aguda contra la incoherencia de las demás corrientes del medio proletario de aquel entonces. El objetivo de la polémica era demostrar que la decisión de haber fundado el PCInt en Italia se basaba en una estimación errónea del período histórico, acarreando con ello el abandono del concepto materialista de fracción a favor de un voluntarismo y un idealismo, muy propio del trotskismo, para el cual los partidos deben “construirse” en cualquier momento, sin tener en cuenta la situación histórica real en la que está inmersa la clase obrera. Pero, probablemente porque el PCInt mismo, lanzado ya en una huida ciega de activismo, no había desarrollado un concepto coherente del curso histórico, el artículo se centra en los análisis desarrollados por otros grupos del medio, especialmente la Fracción belga de la Izquierda comunista, vinculada organizativamente al PCInt.
Durante el período precedente a la guerra, la Fracción belga, conducida por Mitchell, se había opuesto enérgicamente a la teoría de Vercesi sobre la economía de guerra; los restos que se habían mantenido tras la guerra eran ahora sus más fervientes partidarios. La teoría contenía la idea de que la crisis de la economía de guerra no podría estallar sino después de la guerra, de modo que: “es el período de posguerra cuando se realiza la transformación de la guerra imperialista en guerra civil…La situación actual debe pues analizarse como la de la ‘transformación en guerra civil’. Con este análisis central como punto de partida, la situación en Italia se muestra especialmente avanzada, justificándose así la inmediata constitución del partido, a la vez que las insurrecciones en India, Indonesia y otras colonias cuyas riendas están firmemente agarradas por los diferentes imperialismos y por las burguesías locales, se ven como signos de inicio de una guerra civil anticapitalista”.
Las consecuencias catastróficas de un análisis totalmente erróneo de la relación de fuerzas entre las clases son evidentes: la Fracción belga acabó viendo en los conflictos interimperialistas locales como las expresiones de un movimiento hacia la revolución.
También cabe mencionar que el artículo de Internationalisme criticaba una teoría alternativa sobre el curso histórico desarrollada por los RKD (que habían roto con el trotskismo durante la guerra y tomado posturas internacionalistas). Para Internationalisme, los RKD “de
manera más prudente se refugian en la teoría de un curso doble, o sea un desarrollo simultáneo y paralelo de un curso hacia la revolución y de un curso hacia la guerra imperialista. Es evidente que los RKD no han comprendido que el desarrollo de un curso hacia la guerra está ante todo condicionado por el debilitamiento del proletariado y por el peligro de la revolución”.
Internationalisme, en cambio, era capaz de ver claramente que la burguesía había sacado las lecciones de la experiencia de 1917, y tomó medidas preventivas brutales contra el peligro de levantamientos revolucionarios provocados por la guerra : así había infligido una derrota decisiva a la clase obrera centrada en Alemania:
“Cuando el capitalismo termina una guerra imperialista que ha durado seis años sin la menor llamarada revolucionaria, ello significa derrota del proletariado, significa que no estamos viviendo en vísperas de grandes luchas revolucionarias, sino en la estela de una derrota. Esta derrota ha ocurrido en 1945, con la destrucción física del centro revolucionario que era el proletariado alemán y ha sido tanto más decisiva porque el proletariado mundial se ha mantenido inconsciente de la derrota que acababa de padecer”.
Así Internationalisme rechazaba con la mayor insistencia cualquier proyecto de fundación de un nuevo partido en semejante período de reflujo, tildándolo de activista y voluntarista y defendiendo que la única tarea del momento era la de la “formación de cuadros”, o dicho en otras palabras, la de continuar con la labor de las fracciones de izquierda.
Había, sin embargo, una seria debilidad en los argumentos de la Izquierda comunista de Francia: la conclusión, expresada en ese artículo, según la cual “el curso hacia la tercera guerra mundial está abierto…En las condiciones actuales, no vemos fuerza capaz alguna de detener o modificar ese curso”. Una teorización suplementaria de esa posición se encuentra en el artículo “La evolución del capitalismo y la nueva perspectiva”, publicado en 1952 (Internationalisme, reproducido en la Revista internacional nº 21). Es ése un texto fecundo, pues resume la labor de la Izquierda comunista de Francia por comprender el capitalismo de Estado como una tendencia universal en el capitalismo decadente y no sólo como fenómeno limitado a los regímenes estalinistas. Pero no logra establecer una clara distinción entre la integración de las viejas organizaciones obreras en el capitalismo de Estado y la del proletariado mismo. “El proletariado se encuentra ahora asociado a su propia explotación. está así mental y políticamente integrado en el capitalismo”. Para Internationalisme, la crisis permanente del capitalismo en la era del capitalismo de Estado ya no tendrá la forma de “crisis abiertas” que arrojan a los obreros de la producción y los impulsa a reaccionar contra el sistema, sino que alcanzará, al contrario, su punto culminante en la guerra y sólo será durante la guerra – que la Izquierda comunista de Francia juzgaba inminente – cuando la lucha proletaria podrá recobrar un sentido revolucionario. Si no es así, la clase “no puede expresarse más que como categoría económica del capital”. Lo que Internationalisme no percibía era que los propios mecanismos del capitalismo, al intervenir en un período de reconstrucción tras la destrucción masiva de la guerra, iban a permitirle entrar en un período de “boom” durante el que los antagonismos interimperialistas, aunque siguieran siendo muy violentos, no planteaban la nueva guerra mundial como necesidad absoluta y eso a pesar de la debilidad del proletariado.
Poco tiempo después de haber escrito ese texto, la preocupación de la Izquierda comunista de Francia por conservar sus cuadros frente a una guerra mundial que ella juzgaba inminente (conclusión que no era, ni mucho menos, absurda, pues acababa de estallar la guerra de Corea) la llevó a “mandar al exilio” a uno de sus camaradas dirigentes, MC, a Venezuela y a la disolución rápida del grupo. Pagó así a alto precio la debilidad de no haber vislumbrado con suficiente claridad la perspectiva. Pero la del grupo también confirmaba el diagnóstico sobre la naturaleza contrarrevolucionaria del período. No es casualidad si el PCInt conoció su escisión más importante ese mismo año. Toda la historia de esta escisión está todavía por contar en un foro internacional, pero, por de pronto, muy pocos esclarecimientos han salido de ella. En pocas palabras, la escisión se verificó entre, por un lado, la tendencia en torno a Damen y, por otro, la inspirada por Bordiga. La tendencia Damen estaba más cerca del espíritu de Bilan desde el punto de vista de las posiciones políticas, o sea que compartía la voluntad de Bilan de discutir las posiciones de la Internacional comunista en sus primeros años, (sobre los sindicatos, la liberación nacional, el partido y el Estado, etc.). Pero aquélla era propensa al activismo y le faltaba el rigor teórico de Bilan. Esto era especialmente cierto sobre la cuestión del curso histórico y las condiciones de formación del partido, puesto que todo retorno al método de Bilan habría llevado a poner en tela de juicio la fundación misma del PCInt. Esto, la tendencia de Damen, o más precisamente el grupo Battaglia comunista, nunca quiso hacerlo. La corriente de Bordiga, en cambio, parece haber sido más consciente de que el período era un período de reacción y que haber procedido a un reclutamiento activista era algo manifiestamente estéril. Por desgracia, el trabajo teórico de Bordiga durante el período posterior a la escisión – aún teniendo un gran valor en un plano general – se había cortado casi por completo de los avances realizados por la Fracción durante los años 30. Las posiciones políticas de su nuevo “partido” no eran un avance sino una regresión hacia los análisis más frágiles de la IC, sobre los sindicatos o sobre la cuestión nacional, por ejemplo. Y su teoría del partido y sus relaciones con el movimiento histórico se basaba en especulaciones semimísticas sobre la “invariabilidad” y sobre la dialéctica entre el “partido histórico” y el “partido formal”. En suma, con esos puntos de partida, ninguno de los grupos salidos de la escisión podía contribuir con algo que tuviera un valor real que ayudara al proletariado a comprender la relación de fuerzas histórica. Esta cuestión siempre ha sido desde entonces una de sus principales debilidades.
A pesar de los errores reales cometidos en los años 40 y 50 – sobre todo el de que la guerra mundial era inminente – la lealtad básica de la Izquierda comunista de Francia al método de la Izquierda italiana permitió a su sucesor Internacionalismo en Venezuela, en los años 60, reconocer que el boom de la reconstrucción de posguerra, al igual que el período de contrarrevolución, estaban llegando a su fin. La CCI ya ha citado en varias ocasiones los términos incisivos de Internacionalismo nº 8, en enero de 1968, pero no vendrá mal volverlos a citar una vez más, pues son un buen ejemplo de la capacidad del marxismo – sin por ello pretender otorgarle un poder profético –, para anticipar el curso general de los acontecimientos: “No somos profetas y no pretendemos predecir cuándo y cómo van a suceder las cosas en el futuro. Pero de algo sí que somos conscientes y estamos seguros: el proceso en el que se ha hundido hoy el capitalismo no podrá cesar… y lleva directamente a la crisis. Y estamos también convencidos de que el proceso inverso de desarrollo de la combatividad del que hoy somos testigos, llevará a la clase obrera a una lucha directa y sangrienta por la destrucción del Estado burgués”.
El grupo venezolano expresa ahí que ha comprendido no sólo que una crisis económica estaba a punto de estallar, sino que además se iba a encontrar con una nueva generación de proletarios que no había sufrido derrotas. Los acontecimientos de Mayo del 68 en Francia y la oleada internacional de luchas de los 4 ó 5 años posteriores, fueron una palmaria confirmación de aquel diagnóstico. Evidentemente, un aspecto que formaba parte de ese diagnóstico era el comprender que la crisis iba a agudizar las tensiones imperialistas entre los dos grandes bloques militares que dominaban el planeta; pero el vigoroso ímpetu de la primera oleada internacional de luchas demostró que el proletariado no iba a aceptar dejarse arrastrar a un nuevo holocausto mundial. En resumen, el curso de la historia no iba hacia la guerra mundial, sino hacia confrontaciones de clase masivas.
Una consecuencia directa de la reanudación de la lucha de clases fue la aparición de nuevas fuerzas políticas proletarias tras un largo período durante el cual las ideas revolucionarias habían desaparecido más o menos del escenario. Los acontecimientos de Mayo del 68 y sus continuaciones engendraron una abundancia de nuevos agrupamientos políticos, marcados por muchas confusiones, pero ávidos de aprender y de asimilarse las verdaderas tradiciones comunistas de la clase obrera. La insistencia sobre “la necesidad del agrupamiento de los revolucionarios” por parte de Internacionalismo y de sus descendientes – RI en Francia e Internationalism en Estados Unidos – resume bien ese aspecto de la nueva perspectiva. Esas corrientes estuvieron pues en las posiciones de vanguardia para animar al debate, la correspondencia y las conferencias internacionales. Este esfuerzo recibió un verdadero eco entre los más claros de los nuevos grupos políticos para los cuales era más fácil entender que se había abierto un nuevo período. Esto se aplica especialmente a los grupos que se alinearon con la “tendencia internacional” formada por RI e Internationalism, pero también puede aplicarse a un grupo como Revolutionary Perspectives, cuya primera plataforma reconocía claramente la reanudación histórica del movimiento de la clase: “paralelamente al retorno de la crisis, un nuevo período de lucha de clases internacional se ha abierto en 1968 con las huelgas masivas en Francia, seguidas por los trastornos en Italia, Gran Bretaña, Argentina, Polonia, etc. Sobre la generación actual de obreros ya no pesa el reformismo como después de la Primera Guerra mundial, ni la derrota como en los años 30, y ello nos permite albergar una esperanza en su futuro y en el futuro de la humanidad. esas luchas muestran todas ellas, por mucho que les disguste a los modernistas dilettantes, que el proletariado no se ha integrado en el capitalismo a pesar de los cincuenta años de derrotas casi totales: con sus luchas, está haciendo revivir la memoria de su propio pasado histórico y preparándose para la última tarea” (RP nº 1, antigua serie, 1974).
Desafortunadamente, los grupos “establecidos” de la Izquierda italiana, que habían logrado mantener una continuidad organizativa durante toda la reconstrucción de posguerra, lo lograron, sin embargo, a costa de un proceso de esclerosis. Ni Battaglia comunista, ni Programma otorgaron gran significado a las revueltas de finales de los 60 y principios de los 70, viendo sobre todo en ellas las características estudiantiles-pequeñoburguesas que, sin duda, estaban presentes. Para esos grupos que habían empezado, recordémoslo, viendo un curso a la revolución en un período de derrota profunda, la noche de la contrarrevolución no había terminado y no veían razones suficientes para salir del magnífico aislamiento que los había “protegido” durante tanto tiempo. La corriente de Programma tuvo de hecho una época de importante crecimiento en los años 70, pero era un castillo construido en el arenal del oportunismo, especialmente sobre la cuestión nacional. Las consecuencias catastróficas de semejante crecimiento aparecerían con la explosión del PCInt a principios de los 80. Por su parte, Battaglia durante mucho tiempo no echó el ojo más allá de las fronteras italianas. Tardó casi diez años antes de lanzar su propio llamamiento a conferencias internacionales de la Izquierda comunista, y, cuando lo hizo, sus razones no eran nada claras (“la socialdemocratización de los partidos comunistas”).
Durante ese tiempo, los grupos que formaron la CCI tuvieron que combatir en dos frentes. Por un lado, debían argumentar contra el escepticismo de los grupos existentes de la Izquierda comunista que no veían nada nuevo bajo el sol. Por otro lado, también tenían que criticar el inmediatismo y la impaciencia de muchos nuevos grupos, estando algunos de ellos convencidos de que Mayo del 68 había enarbolado el estandarte de la revolución inmediata (como así ocurría con quienes estaban influidos por los Internacional situacionista, la cual no veía la menor relación entre lucha de clases y estado de la economía capitalista). Pero de igual modo que “el espíritu de Mayo 68” (la influencia de los prejuicios estudiantiles, consejistas y anarquistas) tenía un peso considerable en el joven CCI sobre todo lo que concierne la comprensión de las tareas y del funcionamiento de la organización revolucionaria, esas influencias se expresaban igualmente en su concepto del nuevo curso histórico, de la reanudación proletaria, tendiendo a ir emparejada con una subestimación de las enormes dificultades a las que tenía que enfrentarse la clase obrera internacional. Esto se expresó de diferentes maneras:
En la década siguiente, los análisis de la CCI se fueron afinando y desarrollando. E inició una labor de examen de los mecanismo utilizados por la burguesía para “controlar” la crisis, y, por lo tanto, de explicación de las razones por las cuales la crisis seguiría inevitablemente un proceso largo y desigual; asimismo, tras las experiencias de los reflujos de mediados los 70 y de principios de los 80, la CCI se vio obligada a reconocer más claramente que dentro de un contexto de una curva histórica globalmente ascendente de la lucha de clases, habría sin duda importantes momentos de reflujo. Además, la CCI había reconocido explícitamente que no había automatismo en el curso histórico; así pues, en su Vº Congreso, adoptó una resolución que criticaba el término “curso a la revolución”: “La existencia de un curso a enfrentamientos de clase significa que la burguesía no tiene las manos libres para desencadenar una nueva carnicería mundial: primero tiene que enfrentar y derrotar a la clase obrera. Pero precisamente esto no prejuzga el resultado de ese enfrentamiento, en un sentido o en otro. Por eso es preferible hablar de “curso hacia enfrentamientos de clase” mejor que de “curso a la revolución” (Resolución sobre la situación internacional, publicada en la Revista internacional nº 35).
En el Medio, sin embargo, las dificultades y los retrocesos vividos por el proletariado fortalecieron el escepticismo y el pesimismo, durante largo tiempo propios de los grupos “italianos”. Esto se expresó claramente, en particular, en las Conferencias internacionales a finales de los 70 cuando la CWO se alineó con el enfoque de Battaglia, rechazando el de la CCI, según el cual la lucha de clase es una barrera contra la guerra mundial. La CWO vaciló en su explicación de las razones por las cuales la guerra no había estallado, atribuyéndolo durante un tiempo a que la crisis no era bastante profunda, después dijo que se debía a que los bloques no estaban todavía formados; más recientemente, a la racionalidad de la burguesía rusa, la cual reconoció que era incapaz de ganar la guerra. También hubo ecos de ese pesimismo en la CCI misma; lo que iba a ser la tendencia GCI y RC en especial, que adoptó un punto de vista similar, atravesaron una fase en la que eran “más Bilan que Bilan” y argumentaban que estábamos en un curso hacia la guerra.
A finales de los 70, pues, el primer gran texto de la CCI sobre el curso histórico, adoptado en el Tercer congreso y publicado en la Revista internacional nº 18 debía definir nuestra posición contra el empirismo y el escepticismo que empezaban a dominar el medio.
El texto atacaba todas las confusiones existentes en el medio:
El texto termina tratando también sobre quienes hablan abiertamente de curso hacia la guerra, un punto de vista que estuvo algún tiempo de moda, pero que ha perdido muchos puntos desde que se desmoronó uno de los campos que debía enfrentarse en tal guerra.
En muchos aspectos, el debate sobre el curso histórico en el medio proletario no ha avanzado mucho desde que se escribió ese texto. En 1985, la CCI escribió otra crítica al concepto de curso paralelo, defendido éste en un documento del Xº congreso de Battaglia comunista (Revista internacional nº 85: “Los años 80 no son los años 30”). En los 90, los textos del BIPR reafirmaron a la vez el punto de vista “agnóstico” que cuestiona la capacidad de los marxistas para hacer diagnósticos generales sobre la dinámica de la sociedad capitalista y la noción estrechamente relacionada de un curso paralelo. Así, en la polémica sobre el significado del Mayo 68 en Revolutionary Perspectives nº 12, la CWO cita un artículo de Word Revolution nº 216 que resume una discusión sobre ese tema que tuvo lugar en una de nuestras reuniones públicas de Londres. Nuestro artículo subraya que : “el rechazo aparente por parte de la CWO de la posibilidad de prever el curso global de los acontecimientos es también un rechazo del trabajo llevado a cabo sobre esta cuestión vital para los marxistas durante toda la historia del movimiento obrero”.
La respuesta de CWO es de lo más bufonesco: “Si ése es el caso, los marxistas han obtenido un pobre resultado. Dejemos de lado el ejemplo habitual (pero no válido) de Marx después de las revoluciones de 1848 y observemos la Izquierda italiana en los años 30. Aun habiendo hecho una buena labor para hacer frente a la terrible derrota de la oleada revolucionaria después de la Primera Guerra mundial, la Izquierda italiana se dedicó sobre todo a teorizar la puesta en entredicho de su propia existencia justo antes de la segunda matanza imperialista”.
Dejando de lado la increíble condescendencia hacia el conjunto del movimiento marxista: lo que verdaderamente llama aquí la atención es cómo la CWO es incapaz de comprender que es precisamente porque abandonó su claridad anterior sobre el curso histórico, por lo que una parte de la Izquierda italiana “se dedicó a teorizar la puesta en entredicho de su propia existencia” en vísperas de la guerra, como ya hemos visto en la primera parte de este Informe.
Los grupos bordiguistas, por su parte, no tienen por costumbre participar en debates con los grupos del Medio, pero en la reciente correspondencia con un contacto común en Australia, el grupo Programma ha descartado como algo imposible que la clase obrera sea un obstáculo a la guerra mundial y sus especulaciones sobre si la crisis desembocará en la guerra o en la revolución no difieren sustancialmente de las del BIPR.
Si algo ha cambiado en las especulaciones defendidas por el BIPR es la virulencia de su polémica contra la CCI. Antes, una de las razones para romper las discusiones con la CCI era nuestra visión “consejista” del partido; últimamente, las razones para rehusar todo trabajo con nosotros se han ido centrando de manera acentuada en nuestras divergencias sobre el curso histórico. Nuestro enfoque de la cuestión es considerado como la prueba principal de nuestro método idealista y de nuestro divorcio completo de la realidad; además, según el BIPR, ha sido el naufragio de nuestras perspectivas históricas, de nuestro concepto “años de la verdad” lo que ha sido la causa verdadera de la crisis reciente de la CCI, siendo todo el debate sobre el funcionamiento una medio para ocultar el problema central.
De hecho, aunque el debate en el Medio haya avanzado poco desde finales de los años 70, la realidad sí que ha avanzado. La entrada del capitalismo decadente en la fase de descomposición ha modificado profundamente la manera con la que hay que abordar la cuestión del curso histórico.
El BIPR nos ha reprochado durante tiempo el haber defendido que “años de la verdad” quería decir que en los 80 estallaría la revolución. ¿Qué decíamos en realidad? En el artículo original “Años 80, años de la verdad” (Revista internacional nº 20), defendíamos que frente a la profundización de la crisis y la intensificación de las tensiones imperialistas concretadas en la invasión de Afganistán por las tropas rusas, la clase capitalista estará cada día más obligada a dejar de lado el lenguaje del bienestar y de la ilusión y cambiarlo por el “de la verdad”, a llamar a “la sangre, el sudor y las lágrimas”; y nosotros nos comprometíamos con el siguiente pronóstico: “En el decenio que empieza ahora, se decidirá la alternativa histórica decisiva: o el proletariado prosigue su ofensiva, paralizando así el brazo asesino del capitalismo, juntando todas sus fuerzas para derrocar este sistema podrido, o, si no, acabará por dejarse entrampar, cansar y desmoralizar por los discursos y la represión y, entonces, el camino queda abierto para un nuevo holocausto que puede ser definitivo para la sociedad humana” (Revista internacional nº 20, “Años 80: los años de la verdad”).
Hay ambigüedades, especialmente cuando se sugiere que la lucha proletaria está ya en la ofensiva, mala formulación que viene de la tendencia, ya identificada, a subestimar las dificultades a las que se enfrenta la clase obrera para pasar de una lucha defensiva a una lucha ofensiva (o, en otras palabras, a un enfrentamiento con el Estado capitalista). A pesar de ello, la noción de “años de la verdad” contiene una visión profunda. Los años 80 iban a ser una década decisiva, pero no según lo contemplado en el texto. Pues el decenio no fue testigo del avance significativo de ninguna de las dos clases, sino de un bloqueo social que ha ido iniciando un proceso de descomposición que está desempeñando un papel central y determinante en la evolución social. Así, la década de los 80 se inició con la invasión rusa de Afganistán, lo cual provocó una exacerbación de las tensiones imperialistas; pero este acontecimiento vino seguido inmediatamente por la lucha de masas en Polonia que demostró claramente la imposibilidad casi total del bloque ruso para movilizar sus fuerzas para la guerra. Pero la lucha en Polonia también puso de relieve las debilidades políticas crónicas de la clase obrera. Y si bien los obreros polacos tuvieron que hacer frente a problemas particulares para politizar su lucha en un sentido proletario, debido a la profunda mentira del estalinismo (y de la reacción contra éste), tampoco los obreros del Oeste, aun habiendo realizado importantes avances en sus luchas durante los 80, fueron capaces de desarrollar una perspectiva política clara. Su movimiento quedó pues “sumergido” por los escombros del desmoronamiento del estalinismo; más generalmente, el inicio definitivo del período de descomposición ha venido a poner dificultades considerables ante la clase, reforzándose casi en cada nuevo episodio el reflujo de la conciencia resultante de los acontecimientos de 1989-91.
En suma, el inicio de la descomposición ha sido el resultado de un curso histórico identificado por la CCI desde los años 60, puesto que ha estado parcialmente condicionada por la incapacidad de la burguesía para movilizar a la sociedad para la guerra. Pero también nos ha obligado a plantear el problema del curso histórico de una manera nueva y que no habíamos previsto:
Esto es perfectamente evidente en cuanto al aspecto “ecológico” de la descomposición. Por mucho que la destrucción por el capitalismo del entorno natural se haya convertido ya por sí sola en una amenaza para la supervivencia de la humanidad (cuestión sobre la que el movimiento obrero sólo ha podido tener una conocimiento parcial hasta las últimas décadas), es ése un proceso contra el cual el proletariado poco puede hacer mientras no asuma él mismo el poder político a escala mundial. Las luchas contra las contaminaciones con una base de clase son posibles, pero no serán sin duda un factor fundamental para estimular la resistencia del proletariado.
Podemos pues ver que la descomposición del capitalismo pone a la clase obrera ante una situación más difícil que antes. En la situación anterior, se necesitaba una derrota frontal de la clase obrera, una victoria de la burguesía en un enfrentamiento de clase contra clase, antes de que pudieran cumplirse plenamente las condiciones para una guerra mundial. En el contexto de la descomposición, la “derrota” del proletariado puede ser más gradual, más insidiosa, ante la que resistir es más difícil. Y por encima de todo eso, los efectos de la descomposición, como ya lo hemos venido analizando tantas veces, tienen un efecto profundamente negativo en la conciencia del proletariado, sobre su propio sentido de sí mismo como clase, pues en todos los diferentes aspectos de la descomposición – mentalidad de gang, racismo, criminalidad, droga, etc. – sirven para atomizar a la clase, incrementar las divisiones en su seno, disolverla en una refriega social generalizada. Ante esta alteración profunda de la situación mundial, la respuesta del medio proletario ha sido totalmente inadecuada. Aunque sean capaces de reconocer los efectos de la descomposición, los grupos del Medio no son capaces ni de ver sus raíces – puesto que niegan la noción de bloqueo entre las clases – ni de sus verdaderos peligros. Así el rechazo por el BIPR de la teoría de la descomposición de la CCI como algo que no sería más que una mera descripción del “caos”, le lleva a buscar en la práctica las posibilidades de estabilización capitalista. Esto es patente en su concepto del “capital internacional” que busca la paz en Irlanda del Norte para así poder disfrutar pacíficamente de los beneficios de la explotación; pero es eso también visible en su teoría de que hay nuevos bloques en formación en torno a polos hoy en competencia (Unión europea, Estados Unidos, etc.) Aunque esta visión, junto con su negativa a hacer la menor “previsión” a largo plazo pueda incluir la idea de guerra inminente, se debe la mayoría de las veces a una fidelidad conmovedora a la racionalidad de la burguesía: puesto que los nuevos “bloques” son económicos más que militares y, ya que ahora hemos entrado en un período de “globalización”, la puerta está al menos medio abierta a la idea de esos bloques por intereses del “capital internacional” podrían llegar a conseguir una estabilización mutuamente benéfica del mundo hacia un futuro indeterminado.
El rechazo de la teoría de la descomposición sólo puede desembocar en una subestimación de los peligros que corre la clase obrera. Subestima el grado de barbarie y de caos en el que está ya inmerso el capitalismo; tiende a minimizar la amenaza de un debilitamiento progresivo del proletariado a causa de la desintegración de la vida social, y no logra comprender claramente que la humanidad podría ser destruida sin que haya tercera guerra mundial.
Así pues, la apertura del período de descomposición ha cambiado la manera con la que nos planteamos nosotros la cuestión del curso histórico, pero no la ha hecho caduca, sino todo lo contrario. De hecho, la descomposición hace plantear con mayor fuerza todavía la cuestión central: ¿No será demasiado tarde? ¿No estará ya derrotado el proletariado? ¿Existe un obstáculo contra la caída en la barbarie total? Como ya hemos dicho, es, hoy, más difícil contestar a esa pregunta que en la época en la que la guerra era más directamente una opción de la burguesía. Así, Bilan, por ejemplo, fue capaz de poner relieve no sólo la derrota sangrienta de los levantamientos proletarios y el terror contrarrevolucionario que siguió en los países en donde la revolución había culminado más alto, sino también, tras ello, la movilización ideológica hacia la guerra, la adhesión “en positivo” de la clase obrera tras las banderas belicistas de la clase dominante (fascismo, democracia, etc.). En las condiciones actuales en las que la descomposición del capitalismo puede engullir al proletariado sin que haya habido ni derrota final ni ese tipo de movilización “positiva”, los signos de una derrota insuperable son, por definición, difíciles de discernir. En cambio, la clave de la comprensión del problema sigue estando en el mismo lugar que en 1923, o que en 1945, como ya hemos visto en el análisis sobre la Izquierda comunista de Francia (GCF) – en las concentraciones centrales del proletariado mundial y ante todo en Europa occidental. Estos sectores centrales del proletariado mundial ¿dijeron ya su última palabra en los años 80 (o como algunos lo piensan en los años 70), o conservan bastantes reservas de combatividad y un potencial suficiente para el desarrollo de la conciencia de clase, para así poder estar seguros de que los enfrentamientos de clase trascendentales siguen estando al orden del día?
Para contestar a esa pregunta, es necesario establecer un balance provisional de la última década, del período que siguió al desmoronamiento del bloque del Este y de la apertura definitiva del período de descomposición.
En problema estriba en que, desde 1989, el “esquema” de la lucha de clases ha cambiado en relación con lo que fue durante el período siguiente a 1968. Durante este último período, hubo oleadas de luchas de clase claramente identificables cuyo epicentro estaba en los principales centros capitalistas, aunque sus ondas de choque atravesaron el planeta entero. Además era posible analizar esos movimientos y evaluar los avances de la conciencia de clase realizados en ellos, como, por ejemplo, sobre la cuestión sindical o en el proceso de la huelga de masas.
Además, no eran solo las minorías revolucionarias las que llevaban acabo la reflexión. Durante las diferentes oleadas de lucha, es evidente que las luchas en un país podían ser un estimulante directo para las de otros países (no hay más que ver el enlace entre Mayo del 68 e Italia del 69, entre Polonia del 80 y los movimientos que hubo después en Italia, entre los grandes movimientos de los años 80 en Bélgica y las reacciones abiertas en los países vecinos). Al mismo tiempo, podía verse que los obreros sacaban las lecciones de los movimientos anteriores – por ejemplo en Gran Bretaña – en donde la derrota de los mineros provocó una reflexión en la clase sobre la necesidad de evitar caer en la trampa de las aisladas y largas huelgas de desgaste, o también en Francia e Italia en 1986 y 1987, en donde hubo intentos de organizarse fuera de los sindicatos, reforzándose mutuamente unas a otras.
La situación desde 1989 no se ha caracterizado por avances en la conciencia de clase que se puedan discernir con tanta facilidad. Esto no quiere decir que durante los años 90, el movimiento no haya tenido ninguna característica que resaltar. En el “Informe sobre la lucha de clases” para el XIII Congreso de la CCI pusimos de relieve las principales fases que ha atravesado el movimiento:
Ninguno de esos movimientos ha tenido ni la escala ni el impacto capaces de dar una verdadera respuesta a las campañas ideológicas masivas de la burguesía sobre el final de la lucha de clases; nada de comparable a los acontecimientos de Mayo del 68 o la huelga de masas en Polonia, ni a ciertos movimientos seguidos de los años 80. Incluso las luchas más importantes parecen tener poco eco en el resto de la clase: el fenómeno de unas luchas en un país que son una “respuesta” a movimientos en otros países parece hoy ser algo inexistente. En ese contexto, es difícil incluso para los revolucionarios, ver claramente un tipo de lucha ni signos definidos de progreso de la lucha de clases en los años 90.
Para la clase en general, la naturaleza fragmentada de unas luchas sin relación mutua favorece poco, al menos en superficie, el fortalecimiento o, más bien, la restauración de la confianza del proletariado en sí mismo, su conciencia en sí mismo como fuerza distinta en la sociedad, como clase internacional con un potencial capaz de desafiar al orden existente.
Esta tendencia de una clase obrera desorientada a perder de vista su identidad de clase específica y, por lo tanto, a sentirse, en fin de cuentas, impotente ente una situación mundial cada vez más grave es el resultado de una serie de factores entremezclados. Lo básico – y es un factor que los revolucionarios han tenido siempre tendencia a subestimar, precisamente por ser tan básico – es la posición de la clase obrera como clase explotada que es y que soporta todo el peso de la ideología dominante. Además de ese factor “invariable” en la vida de la clase obrera, está el efecto dramático del siglo xx, la derrota de la oleada revolucionaria, la larga noche de la contrarrevolución, y la casi desaparición del movimiento político proletario organizado durante este período. Esos factores, por su naturaleza misma, siguen siendo muy poderosos durante la fase de descomposición. De hecho, incluso refuerzan ambos su influencia negativa y son reforzados a su vez por ella. Es especialmente claro con lo de las campañas anticomunistas: derivan históricamente de la experiencia de la contrarrevolución estalinista, la cual fue la primera en establecer la gran mentira según la cual estalinismo equivalía a comunismo. Pero el hundimiento del estalinismo – fruto por excelencia de la descomposición – fue después utilizado por la burguesía para reforzar todavía más el mensaje según el cual no puede haber alternativa al capitalismo y que la guerra de clases ha dejado de existir.
Sin embargo, para comprender las dificultades particulares que encuentra la clase obrera en esta fase, es necesario centrarse en los efectos más específicos de la descomposición sobre la lucha de clases. Sin entrar en detalles, pues ya hemos escrito bastante sobre ese problema, podemos decir que esos efectos operan en dos niveles: el primero es el de los efectos materiales, reales, en el proceso de descomposición, el segundo es la manera con la que la clase dominante utiliza esos efectos para acentuar la desorientación de la clase obrera. Algunos ejemplos:
Podrían darse otros ejemplos: se trata aquí de subrayar el alcance y el impacto considerables de las fuerzas que actúan en el día de hoy como contrapeso a que el proletariado se “constituya a sí mismo como clase”. Sin embargo, contra todas esas presiones, contra todas las fuerzas que proclaman que el proletariado está muerto y enterrado, los revolucionarios deben seguir afirmando que la clase obrera no ha desaparecido, que el capitalismo no puede existir sin proletariado, y que el proletariado no puede existir sin luchar contra el capital. Para un comunista, es elemental. Pero lo específico de la CCI es que está dispuesta a analizar el curso histórico y la relación de fuerzas entre las clases. Y aquí, hay que afirmar que el proletariado mundial a principios del siglo xxi, a pesar de las dificultades que enfrenta, no ha dicho su última palabra, y sigue siendo la única barrera contra el pleno despliegue de la barbarie capitalista y que sigue conteniendo en sí mismo la potencialidad de lanzarse a confrontaciones de clase masivas en el corazón del sistema.
No se trata de una fe ciega, ni de una verdad eterna; no excluimos la posibilidad de que tengamos que revisar en el futuro nuestro análisis y reconocer que un cambio fundamental en esa relación de fuerzas pueda ocurrir en detrimento del proletariado. Nuestros argumentos se basan en una observación constante de la evolución en el seno de la sociedad burguesa que nos llevan a concluir:
La permanencia de la amenaza proletaria puede también medirse, en cierto modo, “en negativo”, examinando las políticas y las campañas de la burguesía. Podemos observarlo a diferentes niveles – ideológico, económico y militar. En el plano ideológico, la campaña sobre el “anticapitalismo” es un buen ejemplo. Al iniciarse la década, las campañas de la burguesía apuntaban a acentuar el desconcierto de una clase que había sido golpeada recientemente por el hundimiento del bloque del Este, y los temas eran abiertamente burgueses: la campaña en torno al asunto Dutroux estuvo enteramente centrada en la democracia. La insistencia de hoy sobre el “anticapitalismo” es, al contrario, una expresión del desgaste de la mistificación sobre el “triunfo del capitalismo”, de la necesidad de que el capitalismo recupere y desvíe el potencial de un cuestionamiento real en el seno de la clase obrera. El que las protestas anticapitalistas no hayan movilizado a los obreros sino marginalmente, no disminuye su impacto ideológico general. Podría decirse lo mismo de la táctica de la izquierda en el gobierno. Aunque la mayor parte de la ideología de los gobiernos de izquierda deriva directamente de las campañas sobre la quiebra del socialismo y la necesidad de una nueva y tercera vía para el futuro, esos gobiernos han sido instalados, en gran medida, no sólo para mantener la desorientación existente en la clase obrera e impedirle que levante cabeza y haga salir a la luz todas las insatisfacciones que se han ido acumulando en sus filas durante diez años.
A nivel económico, hemos demostrado en otros lugares, que la burguesía de los grandes centros seguirá usando todos los medios a su disposición para impedir que se hunda la economía y se “ajuste” a su nivel real. La lógica es, en última instancia, económica y social. Es económica en el sentido que la burguesía debe a toda costa seguir haciendo funcionar su economía e incluso conservar sus propias ilusiones sobre la perspectiva de expansión y de prosperidad. Pero también es social en el sentido de que la clase dominante sigue viviendo en el terror de que una caída dramática de la economía provoque reacciones masivas del proletariado, el cual estaría entonces con mayor capacidad para ver la bancarrota del modo de producción capitalista.
Más importante todavía, hemos podido observar cómo en todos los grandes conflictos que han involucrado a las potencias imperialistas centrales durante la década pasada (guerra del Golfo, de los Balcanes, África) hemos presenciado una gran prudencia por parte de las clase dominante, su repulsa a utilizar a soldados no profesionales en las operaciones e, incluso en este caso, su vacilación a hacerles arriesgar la vida por miedo a provocar reacciones ‘de vuelta al país’.
Es muy significativo que con el bombardeo de Serbia por la OTAN, la guerra imperialista diera un nuevo paso hacia el corazón del sistema. Pero Serbia no es Europa occidental. No es en absoluto evidente que hoy la clase obrera de los grandes países industriales esté dispuesta a desfilar tras las banderas nacionales, a alistarse en conflictos imperialistas, e incluso en un país como Serbia se ha podido observar que hay límites en el sacrificio, aunque el descontento masivo haya sido desviado hacia el circo democrático. El capitalismo siempre está obligado a enmascarar sus divisiones imperialistas tras una careta de alianzas por una intervención humanitaria. Esto hace resaltar la incapacidad de las potencias secundarias para desafiar la dominación estadounidense como ya hemos visto, pero eso también expresa el hecho de que el sistema no posee una base ideológica seria para cimentar nuevos bloques imperialistas, algo que ignoran por completo otros grupos proletarios, los cuales reducen lo esencial de los bloques a una función económica. Los bloques imperialistas tienen una función más militar que económica, pero para actuar a nivel militar también deben ser ideológicos. Hoy por hoy es imposible ver qué temas ideológicos podrían utilizarse para justificar la guerra entre las principales potencias imperialistas –todas ellas tienen la misma ideología democrática, ninguna puede andar señalando con el dedo un “Imperio del mal” que sería la amenaza número uno para su modo de vida. El antiamericanismo, fomentado en un país como Francia sólo es un pálido reflejo de las ideologías pasadas del antifascismo y del anticomunismo. Hemos dicho que el capitalismo siempre ha tenido que infligir una grande y rotunda derrota a la clase obrera de los países avanzados antes de poder crear las condiciones para movilizarla directamente en la guerra mundial. Pero hay muchas razones para pensar que esto se aplica también a los conflictos limitados entre bloques en formación que prepararían el terreno para un conflicto más generalizado. Es ésta una expresión real del peso “negativo” de un proletariado no derrotado en la evolución de la sociedad capitalista.
Evidentemente, nosotros hemos reconocido que en el contexto de la descomposición, el proletariado podría ser sumergido sin esa derrota frontal y sin una gran guerra entre las potencias centrales. Podría sucumbir a la barbarie en los países centrales, en un proceso de desmoronamiento social, económico e ideológico comparable, pero todavía más estremecedor, que lo que ya se ha iniciado en países como Ruanda o el Congo. Pero, aunque sea más insidioso, un proceso semejante no sería invisible y todavía estamos lejos de él, y este hecho se expresa también “en negativo” en las recientes campañas sobre “los solicitantes de asilo” que se basan en el reconocimiento de que Europa occidental y Norteamérica siguen siendo oasis de prosperidad y de estabilidad en comparación con las áreas de Europa del Este o del “Tercer mundo”, más afectadas por los horrores de la descomposición.
Podemos pues decir sin dudarlo que el hecho de que el proletariado no haya sido derrotado en los países avanzados sigue siendo una barrera contra el pleno desencadenamiento de la barbarie en los centros del capital mundial.
Pero no es solo eso: el desarrollo de la crisis económica mundial corroe lentamente la ilusión de que se perfila un avenir radiante –un futuro basado en la “nueva economía” en la que todo el mundo tendría en sus manos sus propias bazas. Esta ilusión se evaporará todavía más cuando la burguesía esté obligada a centralizar y profundizar sus ataques contra las condiciones de vida de la clase obrera para así “ajustarse” al estado real de su economía. Y aunque estemos lejos de una lucha abiertamente política contra el capitalismo, no estamos, sin duda, lejos de una serie de luchas defensivas duras e incluso a gran escala cuando el descontento del proletariado que se está incubando tome la forma de una combatividad directa. Y es en esas luchas donde podrán germinar las semillas de una politización futura. Ni que decir tiene que la intervención de los revolucionarios será un factor determinante en ese proceso.
Es pues reconociendo clara y sobriamente las dificultades y los peligros terribles que tiene ante sí nuestra clase la manera con la que los revolucionarios pueden seguir afirmando su confianza: el curso histórico no se nos ha puesto en contra. Ante nosotros sigue estando la perspectiva de enfrentamientos de clase masivos y seguirá siendo determinante en nuestra actividad actual y futura.
Diciembre de 2000
LOS ATENTADOS terroristas que han provocado más de 6000 muertos en Estados Unidos el 11 de septiembre, igual modo que la nueva guerra que se está preparando tras ellos, son una nueva ilustración trágica de la barbarie en la que se está hundiendo hoy la sociedad capitalista. Como lo decíamos en el artículo "En Nueva York como por todas partes, el capitalismo siembra la muerte", en esta misma Revista internacional dedicada a este acontecimiento, esta barbarie es expresión de que el capitalismo, que desde la Primera Guerra mundial entró en su período de decadencia, conoce desde hace más de una década una nueva agravación de dicha decadencia cuya característica más importante es la descomposición de la sociedad, su verdadera putrefacción de raíz. Nuestra organización señaló esta nueva fase de la decadencia capitalista, la fase de descomposición, desde finales de los años 80 (ver nuestro primer artículo sobre esta cuestión: "La descomposición del capitalismo" en la Revista internacional nº 57, 1989), sistematizando su análisis en 1990 en un documento publicado en la Revista internacional nº 62, justo después del desmoronamiento de los regímenes estalinistas y del bloque del Este. Es este documento el que aquí publicamos, pues nos parece que sigue, cada vez más, de plena actualidad. Es el marco que permite comprender el porqué del empleo creciente del terrorismo en los conflictos entre Estados así como el incremento de la desesperanza, del nihilismo, del oscurantismo religioso, de todo lo cual los atentados de Nueva York son hoy por hoy las expresiones más patentes. También se aborda en este texto por qué las diferentes manifestaciones de la descomposición son hoy un obstáculo importante para la toma de conciencia de la clase obrera. Eso es precisamente lo que hoy podemos comprobar, al ser aprovechados por la burguesía la emoción y el miedo provocados por los atentados de Nueva York, especialmente en Estados Unidos, para amordazar a la clase obrera en nombre de la "unión nacional". La descomposición, fase última de la decadencia del capitalismo
EL HUNDIMIENTO del bloque imperialista del Este ha venido a confirmar la entrada del capitalismo en una nueva fase de su período de decadencia : la de la descomposición general de la sociedad. Antes incluso de que se produjera lo del Este, la CCI ya había puesto de relieve ese fenómeno histórico (ver en especial la Revista internacional n° 57). Esos acontecimientos, la entrada del mundo en un período de inestabilidad nunca antes vista, obligan a los revolucionarios a analizar con la mayor atención dicho fenómeno, sus causas y sus consecuencias, para poner de relieve lo que en la nueva situación histórica se está jugando.
1. Todos los modos de producción del pasado conocieron un período de ascendencia y un período de decadencia. Para el marxismo, aquel período corresponde a una plena adecuación de las relaciones de producción dominantes con el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad, y el segundo período es expresión de que las rela ciones de producción se han vuelto demasiado estrechas para contener ese desarrollo. Contrariamente a las aberraciones defendidas por los bordiguistas, el capitalismo también está sometido a esas leyes. Desde principios de siglo, y en especial desde la primera guerra mundial, los revolucionarios han puesto de relieve que, a su vez, ese modo de producción había entrado en su período de decadencia. Sin embargo, sería falso contentarse con afirmar que el capitalismo seguiría el mismo camino que los modos de producción que lo precedieron. También hay que subrayar las diferencias fundamentales entre la decadencia del capitalismo y las de las sociedades pasadas. En realidad, la decadencia del capitalismo, tal como la conocemos desde principios del siglo XX, aparece como el período de decadencia por excelencia, valga la expresión. Comparada con la decadencia de otras sociedades anteriores (la esclavista y la feudal), la decadencia del capitalismo se sitúa a un nivel muy diferente. Y esto es así, porque :
En fin de cuentas, la diferencia entre la amplitud y la profundidad de la decadencia capitalista y las decadencias del pasado no pueden quedar resumidas a un problema de simple cantidad. Lo cuantitativo mismo da una "calidad" diferente y nueva. La decadencia del capitalismo es, en efecto :
2. Todas las sociedades en decadencia contenían aspectos de descomposición ; dislocación del cuerpo social, putrefacción de sus estructuras económicas, políticas e ideológicas, etc. Lo mismo ha ocurrido en el capitalismo desde que se inició su decadencia. Sin embargo, del mismo modo que hay que distinguir claramente esa decadencia de las del pasado, también es indispensable poner de relieve las diferencias fundamentales entre el principio de este siglo y la descomposición generalizada en la que hoy se está hundiendo el sistema y que no cesará de agravarse. Y en eso, más allá de lo puramente cuantitativo, el fenómeno de descomposición social está hoy alcanzando tal profundidad y tal extensión que está cobrando una calidad nueva, una cualidad singular, expresión de la entrada del capitalismo decadente en una fase específica - y última - de su historia, aquélla en la que la descomposición social se convierte en un factor, incluso en el factor, decisivo de la evolución de la sociedad.
Por ello, sería falso identificar decadencia y descomposición social. No puede concebirse que exista una fase de descomposición fuera de un período de decadencia ; pero sí puede concebirse la existencia de una decadencia sin que ésta se plasme en descomposición social.
3. De hecho, del mismo modo que el capitalismo conoce diferentes períodos en su recorrido histórico - nacimiento, ascendencia, decadencia -, cada uno de esos períodos contiene también sus distintas fases. Por ejemplo, el período de ascendencia tuvo las fases sucesivas del libre mercado, de la sociedad por acciones, del monopolio, del capital financiero, de las conquistas coloniales, del establecimiento del mercado mundial. Del mismo modo, el período de decadencia ha tenido también su historia : imperialismo, guerras mundiales, capitalismo de Estado, crisis permanente y, hoy, descomposición. Se trata de diferentes expresiones sucesivas de la vida del capitalismo ; esas expresiones quizás ya existían en la fase anterior, quizás se mantenían en la siguiente, pero son, sin embargo, lo característico de una fase determinada de la vida del capitalismo. Por ejemplo, en un plano más general, si bien el salariado existía ya en la sociedad esclavista o feudal (al igual que el esclavismo o la servidumbre se mantuvieron en el capitalismo), sólo en el capitalismo esa relación de explotación llegó a ser dominante en la sociedad. El imperialismo existió durante la fase ascendente del capitalismo. Sin embargo, no adquiere el lugar preponderante en la sociedad, en la política de los Estados y en las relaciones internacionales más que con la entrada del capitalismo en su período de decadencia imprimiendo con su marca la primera fase de esa decadencia lo que hizo que los revolucionarios de entonces lo identificaran con la decadencia misma.
Así, la fase de descomposición de la sociedad capitalista no aparece únicamente como la continuación cronológica de las caracterizadas por el capitalismo de Estado y la crisis permanente. En realidad, las contradicciones y expresiones de la decadencia del capitalismo que la han ido marcado sucesivamente en sus distintas fases se mantienen e incluso se han profundizado, de tal modo que la fase de descomposición es la resultante de la acumulación de todas esas características de un sistema moribundo, la fase que remata tres cuartos de siglo de agonía de un modo de producción condenado por la historia. O sea que no sólo el carácter imperialista de todos los Estados, la amenaza de guerra mundial, la absorción de la sociedad civil por el monstruo estatal, la crisis permanente de la economía capitalista, se mantienen en la fase de descomposición, sino que además, ésta aparece como la consecuencia última, como síntesis acabada de todos esos elementos. Es el resultado :
Es la última y definitiva etapa hacia la que tienden las espeluznantes convulsiones que, desde principios de siglo, a través de una espiral infernal de crisis-guerra-reconstrucción-nueva crisis, han zarandeado a la sociedad y a sus diferentes clases :
- dos espantosas carnicerías imperialistas que dejaron exangües a la mayoría de los principales países y que tuvieron repercusiones sin precedentes en toda la humanidad ;
4. Ese último punto es precisamente lo nuevo, lo específico, lo inédito que, en última instancia, ha sido la causa de la entrada del capitalismo decadente en una nueva fase de su historia, la de la descomposición. La crisis abierta que se inicia a finales de los años 60, consecuencia del agotamiento de la reconstrucción de la posguerra, abre de nuevo la vía a la alternativa histórica de guerra mundial o enfrentamientos de clase generalizados hacia la revolución proletaria. Pero, contrariamente a la crisis abierta de los años 30, la crisis actual se ha desarrollado en un momento en el que la clase obrera no estaba sometida a la contrarrevolución. Por eso, con su resurgir histórico a partir del año 1968, dio la prueba de que la burguesía no tenía las manos libres para desencadenar una tercera guerra mundial. Al mismo tiempo, aunque el proletariado ha encontrado las fuerzas para impedir esa "solución", en cambio no ha encontrado todavía las fuerzas necesarias para echar abajo al capitalismo. Veamos por qué :
- a causa del ritmo de la crisis mucho más lento que en el pasado ;
- a causa del retraso histórico en el desarrollo de su conciencia y de sus organizaciones políticas, debido a la trágica ruptura orgánica en la continuidad de esas organizaciones, ruptura causada por la profundidad y la duración de la contrarrevolución.
En una situación así, en la que las dos clases fundamentales - y antagónicas - de la sociedad se enfrentan sin lograr imponer su propia respuesta decisiva, la historia sigue, sin embargo, su curso. En el capitalismo, todavía menos que en los demás modos de producción que lo precedieron, la vida social no puede "estancarse" ni quedar "congelada". Mientras las contradicciones del capitalismo en crisis no cesan de agravarse, la incapacidad de la burguesía para ofrecer a la sociedad entera la menor perspectiva y la incapacidad de proletariado para afirmar, en lo inmediato y abiertamente, la suya propia, todo ello no puede sino desembocar en un fenómeno de descomposición generalizada, de putrefacción de la sociedad desde sus raíces.
5. En efecto, ningún modo de producción puede seguir viviendo, desarrollarse, afianzarse en bases firmes, mantener la cohesión social, si no es capaz de dar una perspectiva al conjunto de la sociedad en la que impera. Y esto es tanto más cierto para el capitalismo, al haber sido el modo de producción más dinámico de la historia. Cuando las relaciones de producción capitalistas eran el marco apropiado para el desarrollo de las fuerzas productivas, esta perspectiva se confundía con el progreso histórico, no sólo de la sociedad capitalista, sino de la humanidad entera. En estas circunstancias, a pesar de los antagonismos de clase o de rivalidades entre sectores, en especial nacionales, de la clase dominante, el conjunto de la vida social podía irse desarrollando sin mayores convulsiones. Cuando esas relaciones de producción se convirtieron en trabas para el crecimiento de las fuerzas productivas y, por lo tanto, en trabas para el desarrollo social, marcando así la entrada en un período de decadencia, surgieron las convulsiones que hemos conocido desde hace tres cuartos de siglo. En un marco así, la perspectiva que el capitalismo podía ofrecer a la sociedad no podía sino depender de los límites que su decadencia permite :
La situación actual se define, en cambio, en que la clase obrera no es todavía capaz de entablar ya el combate por su propia perspectiva, la única verdaderamente realista, la de la revolución comunista, pero también en que la burguesía es incapaz de proponer la menor perspectiva, ni siquiera a corto plazo, pues la capacidad que ésta demostró en el pasado, incluso en el período de decadencia, para limitar y controlar el fenómeno de descomposición va a desaparecer ante los golpes de ariete de la crisis. Por eso es por lo que la situación actual de crisis abierta aparece como totalmente diferente a los de la anterior crisis del mismo tipo, la de los años 30. Si esta última no dio lugar a un fenómeno de descomposición, ello no se debe a que sólo duró diez años, mientras que la actual ya dura desde hace dos décadas. Si no se desarrolló la descomposición de la sociedad en los años 30, ello se debió, sobre todo, a que la burguesía, frente a la crisis, tenía las manos libres para dar rienda suelta a su "solución". Una solución de una crueldad indecible, una respuesta a la crisis de carácter suicida que produjo la mayor catástrofe de la historia humana, una respuesta que la burguesía no había escogido deliberadamente puesto que le venía impuesta por la agravación de la crisis ; pero también una solución en torno a la cual, ella pudo, al no haber una resistencia significativa del proletariado, organizar el aparato productivo, político e ideológico de la sociedad. Hoy en cambio, por el hecho mismo que desde hace dos décadas el proletariado ha sabido impedir que pueda llevarse a cabo semejante solución, la burguesía ha sido incapaz de organizar lo mínimo para movilizar a los diferentes componentes de la sociedad, incluso entre la clase dominante, en torno a un objetivo común, si no es el de aguantar paso a paso y sin esperanzas de lograrlo, ante los avances de la crisis.
6. Es así como, incluso si la fase de descomposición aparece como remate, como síntesis de todas las contradicciones y manifestaciones sucesivas de la decadencia capitalista :
Esta fase de descomposición está determinada esencialmente por condiciones históricas nuevas, inéditas e inesperadas : la situación de bloqueo momentáneo de la sociedad, a causa de la "neutralización" mutua de sus dos clases fundamentales, lo que impide que cada una de ellas aporte su respuesta decisiva a la crisis abierta de la economía capitalista. Las manifestaciones de la descomposición, las condiciones de su evolución sólo pueden examinarse poniendo en primer plano ese aspecto.
7. Si pasamos revista a las características esenciales de la descomposición tal como hoy están apareciendo, podemos comprobar que tienen como denominador común la mencionada falta de perspectivas. Por ejemplo :
Todas esas calamidades económicas y sociales, aunque se deben en general a la decadencia misma del sistema, dan cuenta, por su acumulación y amplitud, del callejón sin salida en que se ha metido un sistema que no tiene el más mínimo porvenir que proponer a la inmensa mayoría de la población mundial, si no es el de una barbarie en aumento e inimaginable. Un sistema cuyas políticas económicas, cuya investigación e inversiones se hacen sistemáticamente en detrimento del futuro de la humanidad y, por lo tanto, en detrimento del sistema mismo.
8. La ausencia total de perspectivas de la sociedad actual se expresa con todavía mayor evidencia en lo político e ideológico. Por ejemplo :
Todas esas manifestaciones de la putrefacción social que, hoy, a una escala desconocida en la historia, invaden por todos sus poros a la sociedad humana, expresan no sólo la dislocación de la sociedad burguesa, sino y sobre todo la destrucción de todo principio de vida colectiva en el seno de una sociedad sin el menor proyecto, la menor perspectiva, incluso a corto plazo, incluso la más ilusoria.
9. Entre las características más importantes de la descomposición de la sociedad capitalista, hay que subrayar la creciente dificultad de la burguesía para controlar la evolución de la situación en el plano político. La base de este fenómeno es, claro está, que la clase dominante cada día controla menos su aparato económico, infraestructura de la sociedad. El atolladero histórico en que está metido el modo de producción capitalista, los fracasos sucesivos de las diferentes políticas instauradas por la burguesía, la huida ciega permanente en el endeudamiento con el cual va sobreviviendo la economía mundial, todos esos factores repercuten obligatoriamente en un aparato político incapaz, por su parte, de imponer a la sociedad, y en especial a la clase obrera, la "disciplina" y la adhesión que se requieren para movilizar todas las fuerzas y todos las energía para la guerra mundial, única "respuesta" histórica que la burguesía sea capaz de "ofrecer". La falta de la menor perspectiva (si no es la de ir parcheando la economía) hacia la cual pueda movilizarse como clase, y cuando el proletariado no es todavía una amenaza de su supervivencia, lleva a la clase dominante, y en especial a su aparato político, a una tendencia a una indisciplina cada vez mayor y al sálvese quien pueda. Es un fenómeno que nos permite explicar el hundimiento del estalinismo y del bloque imperialista del Este.
Ese derrumbe es globalmente consecuencia de la crisis económica mundial del capitalismo ; pero tampoco puede analizarse sin tener en cuenta lo que las circunstancias históricas de su aparición han hecho de específico en los regímenes estalinistas (véase al respecto las "Tesis sobre la crisis económica y política en la URSS y en los países del Este", Revista internacional n° 60). Sin embargo, no puede comprenderse plenamente ese hecho histórico tan importante e inédito (el hundimiento desde dentro de todo un bloque imperialista sin que se deba a una revolución o a una guerra) si no se tiene en cuenta en el análisis a ese otro factor inédito que es la entrada de la sociedad en una fase de descomposición tal como hoy puede verificarse. La centralización extrema y la total estatalización de la economía, la confusión entre aparato económico y político, la tramposería constante y a gran escala con la ley del valor, la movilización de todos los recursos económicos para lo militar, todas esas características propias de los regímenes estalinistas estaban perfectamente adaptadas a un contexto de guerra imperialista (ese tipo de régimen atravesó victoriosamente la Segunda Guerra mundial, reforzándose incluso gracias a ella), pero se toparon brutal y radicalmente con sus límites en cuanto la burguesía tuvo que afrontar durante años la agravación de la crisis económica sin que esta situación pudiera desembocar en tal guerra imperialista. El desinterés general que en esos países reina, al no existir la sanción del mercado (y que precisamente el restablecimiento del mercado pretende eliminar) es inconcebible en tiempos de guerra cuando la ón" primera de los obreros, y de los responsables de la economía, era el fusil que tenían detrás. La desbandada general dentro mismo del aparato estatal, la pérdida de control de su propia estrategia política, ese espectáculo que hoy nos están ofreciendo la URSS y sus satélites, son, en realidad la caricatura (caricatura debida a lo específico de esos regímenes) de un fenómeno mucho más general que afecta al conjunto de la burguesía mundial, un fenómeno que es propio de la fase de descomposición.
10. Esa tendencia general a que la burguesía pierda el control de su política, si ya es uno de los primeros factores en el hundimiento del bloque del Este, se va a agudizar todavía más precisamente por ese hundimiento, a causa de :
Esa desestabilización política de la clase burguesa, bien ilustrada por la inquietud que aparece entre sus sectores más sólidos respecto a la posible contaminación del caos que se está desplegando en los países del ex bloque del Este, podría acabar desembocando incluso en la incapacidad para volver a formar un nuevo orden mundial en dos bloques imperialistas. La agravación de la crisis mundial conduce obligatoriamente a la agudización de las rivalidades imperialistas entre Estados. Por eso, el aumento y la agravación de los enfrentamientos militares entre ellos están ya a la orden del día de la actualidad. En cambio, la reconstitución de una estructura económica, política y militar que agrupe a esos diferentes Estados supone que exista entre ellos una disciplina que la descomposición hará cada día más problemática. Por ello, este fenómeno, que ya es responsable en parte de la desaparición del sistema de bloques heredado de la Segunda Guerra mundial, puede, al impedir que vuelva a formarse un nuevo sistema de bloques, no sólo alejar, como ya está ocurriendo ahora, sino incluso a que desaparezca definitivamente la perspectiva de guerra mundial.
11. La posibilidad de semejante cambio de perspectiva general del capitalismo, resultado de las importantísimas transformaciones que la descomposición está haciendo en la vida de la sociedad, no pone, ni mucho menos, en entredicho el resultado final que este sistema reserva para la humanidad en caso de que el proletariado resultara incapaz de derrocarlo. En efecto, si bien la perspectiva histórica de la sociedad ya se planteó en términos generales por Marx y Engels con la forma de "socialismo o barbarie", el desarrollo mismo de la vida del capitalismo (y en especial en su decadencia) ha permitido precisar, e incluso agravar, ese juicio con la forma de :
Hoy, tras la desaparición del bloque del Este, esa espeluznante perspectiva sigue siendo totalmente válida. Pero cabe precisar que la destrucción de la humanidad puede venir tanto de la guerra imperialista generalizada como de la descomposición de la sociedad.
En efecto, no debe considerarse la descomposición como regresión de la sociedad. Aunque es cierto que la descomposición hace que vuelvan a surgir algunas características típicas del pasado del capitalismo, y en particular del período ascendente de ese modo de producción, como, por ejemplo :
La descomposición no retrotrae a ningún tipo de sociedad anterior, a ninguna fase precedente de la vida del capitalismo. Ocurre con la sociedad capitalista como con un anciano de quien se dice que "ha vuelto a la infancia". Quizás haya podido perder éste ciertas facultades y comportamientos adquiridos en la madurez y recobrar algunos de la infancia (fragilidad, dependencia, debilidad de raciocinio), no por eso va a recobrar la vitalidad propia de la tierna edad. Hoy, la civilización humana está perdiendo cierta cantidad de lo adquirido (el dominio de la naturaleza, por ejemplo) ; pero no por eso va a volver a recuperar la capacidad de progreso y de conquista, características, en especial, del capitalismo ascendente. El discurrir de la historia es irreversible : la descomposición lleva, como su nombre tan bien lo indica, al desmembramiento y a la putrefacción de la sociedad, a la nada. Abandonada a su propia lógica, a sus consecuencias últimas, arrastraría a la humanidad a los mismos resultados que la guerra mundial. Ser aniquilado bestialmente por un chaparrón de bombas termonucleares en una guerra generalizada o serlo por la contaminación, la radioactividad de las centrales nucleares, las hambres, las epidemias y las matanzas en conflictos guerreros, en los que, además, se utilizarían las armas atómicas, todo ello es, en fin de cuentas, lo mismo. La única diferencia entre ambas formas de destrucción es que aquélla es más rápida mientras que ésta va más lenta y, por ende, con muchos más sufrimientos si cabe.
12. Es de la mayor importancia que el proletariado, y en su seno los revolucionarios, sean capaces de captar la amenaza mortal que la descomposición es para la sociedad entera. En un momento en el que las ilusiones pacifistas pueden desarrollarse a causa del alejamiento de una posible guerra generalizada, hay que combatir con el mayor ahínco toda tendencia en la clase obrera a buscar consuelos, a ocultarse la extrema gravedad de la situación mundial. Y muy especialmente, sería tan falso como peligroso el considerar que la descomposición, porque es una realidad, sería, por ello, una necesidad para avanzar hacia la revolución.
Hay que poner sumo cuidado en no confundir necesidad y realidad. Ya Engels criticaba duramente la fórmula de Hegel : "Todo lo que es racional es real y todo lo que es real es racional", rechazando la segunda parte de esta fórmula y dando el ejemplo de la persistencia de la monarquía en Alemania, que era muy real pero en absoluto racional (y este razonamiento de Engels podría aplicarse hoy todavía y desde hace mucho tiempo a las monarquías de muchos paises). La descomposición, si bien es un hecho real hoy, no por eso es una prueba de que sea necesaria para la revolución proletaria.Con un enfoque así, se podrían en entredicho la Revolución de Octubre de 1917 y toda la oleada revolucionaria de la primera posguerra que surgieron sin que hubiera fase de descomposición del capitalismo. De hecho, el distinguir claramente la decadencia del capitalismo y esa fase específica, fase postrera de la decadencia que es la descomposición, tiene una de sus aplicaciones en la cuestión de la realidad y de la necesidad : la decadencia del capitalismo era necesaria para que el proletariado fuera capaz de echar abajo el sistema ; en cambio, la aparición del fenómeno histórico de la descomposición, resultado de la prolongación de la decadencia al no haber revolución proletaria, no es en absoluto una etapa necesaria en el camino de su emancipación.
Con esta fase de la descomposición ocurre como con lo de la guerra imperialista.La guerra de 1914 fue un hecho fundamental que la clase obrera y los revolucionarios debían tener evidentemente en cuenta (¡ y de qué modo !), pero eso no implica ni mucho menos que fuera una condición necesaria a la revolución.Sólos los bordiguistas lo creen y lo afirman. La CCI ya tuvo ocasión de demostrar que la guerra no es ni mucho menos una condición especialmente favorable para el triunfo de la revolución internacional.Y si se considera la perspectiva de una tercera guerra mundial, el problema queda inmediatamente "resuelto".
13. En realidad, hay que ser de lo más clarividente sobre el peligro que significa la descomposición en la capacidad del proletariado para ponerse a la altura de su tarea histórica. Del mismo modo que el estallido de la guerra imperialista en el corazón del mundo "civilizado" fue una "sangría que podía acabar por agotar mortalmente al movimiento obrero europeo", que "amenazaba con enterrar las perspectivas del socialismo bajo las ruinas amontonadas por la barbarie imperialista", "segando en los campos de batalla (...) a las mejores fuerzas (...) del socialismo internacional, las tropas de vanguardia del proletariado mundial entero" (Rosa Luxemburg, La Crisis de la socialdemocracia), la descomposición de la sociedad, que no hará sino agravarse, puede también segar, en los años venideros, las mejores fuerzas del proletariado, comprometiendo definitivamente la perspectiva del comunismo. Y ello es así porque el envenenamiento de la sociedad que acarrea la putrefacción del capitalismo no deja libre a ninguno de sus componentes, a ninguna de sus clases, ni siquiera al proletariado. Y aunque el debilitamiento del imperio de la ideología burguesa debido a la entrada del capitalismo en su fase de decadencia era una de las condiciones de la revolución, el fenómeno de descomposición de esa misma ideología, tal como hoy se está desarrollando, aparece esencialmente como un obstáculo a la toma de conciencia del proletariado.
La descomposición ideológica afecta, evidentemente, en primer lugar a la clase capitalista misma y de rebote, a las capas pequeñoburguesas, que carecen de la menor autonomía. Puede incluso decirse que estas capas se identifican muy bien con la descomposición, pues al dejarlas su propia situación sin la menor posibilidad de porvenir, se amoldan a la causa principal de la descomposición ideológica : la ausencia de toda perspectiva inmediata para el conjunto de la sociedad. Unicamente el proletariado lleva en sí una perspectiva para la humanidad, y por eso es en sus filas en donde existen las mejores capacidades de resistencia a la descomposición. Pero también le afecta ésta, sobre todo porque la pequeña burguesía, con la que convive, es uno de sus principales vehículos. Los diferentes factores que son la fuerza del proletariado chocan directamente con las diferentes facetas de la descomposición ideológica :
14. Uno de los factores que está agravando esa situación es evidentemente, que una gran proporción de jóvenes generaciones obreras está recibiendo en pleno rostro el latigazo del desempleo, incluso antes de que muchos hayan podido tener ocasión, en los lugares de producción, junto con los compañeros de trabajo y lucha, de hacer la experiencia de una vida colectiva de clase. De hecho, el desempleo, resultado directo de la crisis económica, aunque en sí no es una expresión de la descomposición, acaba teniendo, en esta fase particular de la decadencia, consecuencias que lo transforman es aspecto singular de la descomposición. Aunque en general sirve para poner al desnudo la incapacidad del capitalismo para asegurar un futuro a los proletarios, también es, hoy, un poderoso factor de "lumpenización" de ciertos sectores de la clase obrera, sobre todo entre los más jóvenes, lo que debilita de otro tanto las capacidades políticas actuales y futuras de ella, lo cual ha implicado, a lo largo de los años 80, que han conocido un aumento considerable del desempleo, una ausencia de movimientos significativos o de intentos reales de organización por parte de obreros sin empleo. El que en pleno período de contrarrevolución, cuando la crisis de los años 30, el proletariado, en especial en Estados Unidos, hubiera sido capaz de darse formas de lucha da una idea, por contraste, del peso de las dificultades que hoy acarrea el desempleo en la toma de conciencia del proletariado, a causa de la descomposición.
15. De hecho, no sólo es en la cuestión del desempleo en donde se han visto en los últimos años el peso de la descomposición como factor de las dificultades en la toma de conciencia del proletariado. Incluso dejando de lado el hundimiento del bloque del Este y la agonía del estalinismo (que son una expresión de la fase de descomposición y que han provocado un retroceso evidente en la conciencia de clase, véase al respecto la Revista internacional nos 60 y 61), debemos considerar que las dificultades de la clase obrera para hacer avanzar la perspectiva de unificación de las luchas, aún cuando esto ya estaba contenido en la dinámica misma de su lucha contra los ataques cada día más frontales del capitalismo, se deben en gran parte a la presión que está ejerciendo la descomposición. Las vacilaciones del proletariado, ante la necesidad de alzarse a un nivel superior de su lucha, aunque es una característica general del movimiento obrero analizada ya por Marx en El 18 de Brumario, se ha acentuado con la falta de confianza en sí mismo y en el porvenir que la descomposición inocula en la clase. E igualmente, la ideología del "cada uno a lo suyo", que marca especialemente el período actual, ha favorecido las trampas del corporativismo que la burguesía ha puesto delante de las luchas obreras en los últimos años.
Es así como a lo largo de los años 80, la descomposición de la sociedad capitalista ha desempeñado un papel de freno de la toma de conciencia de la clase obrera. Junto a otros factores, identificados ya en el pasado, que también han contribuido a frenar ese proceso, como :
1)el ritmo lento de la crisis misma ;
2)la debilidad de las organizaciones políticas de la clase debida a la ruptura orgánica entre las formaciones del pasado y las que han surgido con la reanudación histórica de finales de los años 60, es importante añadir la presión de la descomposición. Estos factores no actúan, sin embargo, de la misma manera.Mientras que el tiempo que pasa es un factor que contribuye a restar importancia a aquéllos, no hace sino aumentar la importancia de éste. Es, pues, fundamental, comprender que cuanto más tarde el proletariado en derrocar al capitalismo, tanto más importantes serán los peligros y los efectos nocivos de la descomposición.
16. Es conveniente poner en evidencia que hoy, contrariamente a la situación de los años 70, el tiempo ya no juega en favor de la clase obrera. Mientras la amenaza de destrucción de la sociedad estaba representada por la guerra imperialista "únicamente", al ser capaces de mantenerse como obstáculo decisivo ante semejante conclusión, las luchas obreras cerraban el camino a la destrucción. En cambio, contrariamente a la guerra imperialista, la cual, para poder estallar, requiere la adhesión del proletariado a los ideales de la burguesía, la descomposición no necesita ningún alistamiento de la clase obrera para destruir a la humanidad. Del mismo modo que no pueden oponerse al hundimiento económico, las luchas proletarias en este sistema tampoco serán capaces de llegar a ser un freno a la descomposición.En estas condiciones, aunque la amenaza que representa la descomposición para la vida social aparece como algo a más largo plazo que la que vendría de una guerra mundial (si las condiciones para ésta estuvieran reunidas, lo que no es el caso hoy), es, en cambio, mucho más insidiosa.Para acabar con la amenaza que es la descomposición, las luchas obreras de resistencia a los efectos de la crisis no son suficientes: únicamente la revolución comunista podrá destruir esa amenaza. Del mismo modo, en todo el período venidero, el proletariado no podrá utilizar en beneficio propio el debilitamiento que la descomposición está provocando en el seno de la burguesía misma. En este período, su objetivo será resistir ante los efectos nocivos de la descomposición en su propio seno, no contando más que con sus propias fuerzas, con su capacidad para luchar colectiva y solidariamente, en defensa de sus intereses como clase explotada, aunque, eso sí, la propaganda de los revolucionarios deberá insistir constantemente en los peligros de la descomposición. Sólo será en el período revolucionario, cuando el proletariado esté a la ofensiva, cuando entable directa y abiertamente el combate por su propia perspectiva histórica, cuando entonces podrá utilizar ciertos efectos de la descomposición de la ideología burguesa y de las fuerzas del poder capitalista, como punto de apoyo para volverlas contra el capital.
17. La evidencia de los peligros considerables que a la clase obrera y a la humanidad entera hace correr el fenómeno histórico de la descomposición no debe llevar a la clase y especialmente a sus minorías revolucionarias a adoptar frente a ella una actitud fatalista.La perspectiva histórica sigue abierta. A pesar del golpe en su toma de conciencia dado por el hundimiento del bloque del Este, el proletariado no ha sufrido derrotas importantes en el terreno de sus luchas. Su combatividad sigue intacta. Pero, además, y es éste un factor que determina en última instancia la evolución de la descomposición, o sea, la agravación inexorable de la crisis del capitalismo, es un estimulo esencial de la lucha y de la toma de conciencia de la clase, condición misma en su capacidad para resistir al veneno ideológico de la putrefacción de la sociedad. En efecto, si bien las luchas parciales contra los efectos de la descomposición no pueden ser un terreno de unificación de clase, en cambio la lucha contra los efectos de la crisis misma es la base para que se desarrolle su fuerza y su unidad de clase. Y esto es así porque :
Sin embargo, la conciencia de la crisis por sí sola no puede resolver los problemas y las dificultades ante los que se enfrenta y deberá enfrentarse cada día más el proletariado.Unicamente :
permitirá a la clase obrera responder golpe a golpe a los ataques de todo tipo desencadenados por el capitalismo para finalmente pasar a la ofensiva y acabar de una vez con este sistema cruel y despiadado.
La responsabilidad de los revolucionarios es participar activamente en el desarrollo de ese combate del proletariado.
FM, Mayo del 90
EN RESPUESTA al horrible crimen de guerra del 11 de septiembre, con su trágico balance de más de 6000 muertos, nuevos e igualmente horribles crímenes de guerra están siendo cometidos por USA y sus "aliados".
Antes ya del comienzo de los nuevos ataques militares sobre un Afganistán completamente arruinado, decenas de miles de refugiados afganos estaban condenados a muerte por hambre y enfermedades. Sin embargo, la lista de muertes va a crecer dramáticamente ahora que las acciones militares han empezado. Las bombas y los misiles causarán desabastecimiento y hambrunas a una escala todavía mayor por mucho que Estados Unidos, por razones publicitarias, lance unos cuantos paquetes de alimentos. Respecto a los llamados "ataques de precisión" no tenemos más que recordar lo que ocurrió anteriormente en las guerras contra Irak en 1991 y contra Serbia en 1999. Las poblaciones de ambos países todavía están padeciendo los resultados devastadores de estos bombardeos "humanitarios".
Se nos dice que esta nueva guerra es una guerra en defensa de la democracia y la civilización contra la red de fanáticos islámicos dirigida por Ben Laden. Pero Ben Laden y sus secuaces, que han matado deliberadamente el máximo número de civiles posible, no hacen sino seguir el ejemplo de lo que tantas veces han hecho los llamados Estados "civilizados". La civilización que reina en el planeta, tanto en los países occidentales como en el llamado "mundo musulmán", es una civilización capitalista, y es este sistema social el que está en un profundo declive desde la Primera Guerra mundial. En esta época de decadencia nos ha dado numerosas muestras de barbarie y carnicería humana: los campos de concentración de los nazis y del estalinismo; los bombardeos de terror de Londres durante la Segunda Guerra Mundial, los bombardeos de Dresde y Hamburgo en 1944 realizados por los Aliados, Hiroshima y Nagasaki; Vietnam y Camboya. Muchas de estas carnicerías se han hecho en nombre de la democracia y de la civilización. Baste mirar la última década del siglo XX: masacres en Kuwait e Irak, en Yugoslavia, en Ruanda, en Argelia, Congo, Chechenia, en Oriente Medio. En cada una de esas historias de horror, la población civil ha sido tomada como rehén, forzada a huir, bombardeada, torturada, secuestrada, encerrada en campos de concentración. ¡Esa es la civilización que nos piden que defendamos!. Una civilización que vive en un estado de guerra caótica, que se hunde cada vez más profundamente en su propia descomposición, que amenaza la supervivencia de toda la especie humana.
Lo de una "guerra contra el terrorismo" es una rematada mentira. En primer lugar, porque los primeros en utilizar el terrorismo o en alentarlo son los propios Estados "democráticos". Tomemos el ejemplo de Estados Unidos: en los años 80 apoyaron a los Contras de Nicaragua, en los 90 a los fundamentalistas islámicos de Argelia ... y sobre todo ¡al propio Ben Laden que empezó su carrera como agente de la CIA en la guerra contra los rusos en Afganistán!.
En realidad, la "lucha contra el terrorismo" no es el auténtico móvil de las acciones militares actuales. El hundimiento en 1989 del antiguo bloque soviético trajo como resultado la desaparición del bloque occidental alrededor de Estados Unidos. Este país se ha visto desde entonces ante una situación en la que sus antiguos aliados y toda clase de pequeños o medianos Estados intentan desafiar su liderazgo siguiendo sus propias ambiciones imperialistas. En respuesta, Estados Unidos ha realizado grandes exhibiciones de fuerza, en 1991 contra Irak, en 1999 contra Serbia y ahora contra Afganistán. En cada una de esas ocasiones, sus antiguos aliados - Gran Bretaña, Alemania, Francia - se han visto obligados a seguirles si no querían verse relegados en el tablero imperialista mundial.
Pero cuanto más intenta Estados Unidos imponer su autoridad más tensiones y desacuerdos genera. Con anterioridad al 11 de septiembre, EE.UU. tuvo que hacer frente a la creciente hostilidad de sus antiguos aliados europeos que se manifestó ruidosamente con ocasión de los Acuerdos de Kyoto, el Escudo antimisiles o el asunto del Euroejército. Por ello, con el nuevo despliegue militar supuestamente contra el terrorismo, Estados Unidos les fuerza una vez más a seguirle los pasos a la vez que intenta obtener importantes posiciones estratégicas en la región clave de Afganistán, pivote entre el subcontinente indio y Oriente Medio.
Por el momento, la "Coalición contra el Terrorismo" ha conseguido acallar las divisiones entre EE.UU. y las demás potencias. Pero esas divisiones volverán a estallar en el futuro. Actualmente, la guerra está desestabilizando profundamente el "mundo musulmán", creando nuevos conflictos que no dejarán de ser explotados por los rivales de los americanos. Lejos de crear un mundo más seguro, la guerra actual acelerará la caída hacia un caos militar. Este incluirá el empleo de atentados terroristas asesinos que se convertirán en un medio rutinario de la guerra interimperialista actual.
Con la masacre del 11 de septiembre hemos entrado en una nueva etapa dentro del conflicto imperialista global, una etapa en la que la guerra se hará mucho más presente y tomará una amplitud que jamás había tenido desde 1945. Y como en todas las guerras capitalistas, la clase obrera y los sectores más desfavorecidos de la sociedad, serán las principales víctimas. En las Torres Gemelas la mayoría de los muertos son trabajadores administrativos, limpiadoras, bomberos, es decir, proletarios. En Afganistán, una población ya de por sí muy castigada por más de 20 años de guerra, es hoy de nuevo quien paga los platos rotos, víctima tanto de los talibanes que les obligan a alistarse en el ejército como de los bombardeos de Estados Unidos.
Pero la clase obrera no es solo víctima en sus propias carnes, lo es también en su conciencia. En Estados Unidos la burguesía se aprovecha de la legítima indignación que ha suscitado el ataque terrorista para desarrollar las peores formas de histeria patriótica, llamar a la unidad nacional, a la solidaridad entre explotadores y explotados.
En Europa nos dicen que "todos somos americanos" para, una vez más, tratar de transformar la solidaridad con los muertos en una apoyo hacia las nuevas acciones bélicas. Y si lo rechazamos, el bando de la "civilización contra el terrorismo" nos dice que estamos apoyando a Ben Laden. Nos quieren encerrar en una falsa disyuntiva: o la Coalición internacional o sostener a Bin Laden como pretendido símbolo de la "resistencia" contra la opresión, llamándonos a preparar la "guerra santa" como en Afganistán, Pakistán, Oriente Medio o entre las poblaciones musulmanas de los países centrales. Según esta versión de los hechos del 11 de septiembre "los americanos habrían recibido su merecido". Este antiamericanismo es otra forma de racismo y de chovinismo, su función es obstaculizar el desarrollo entre los trabajadores de su propia identidad de clase, la cual significa romper con las fronteras nacionales y los nacionalismos.
En todos los países, el proletariado está siendo sometido al terror estatal en nombre del "antiterrorismo". No solo el terror impuesto por el delirio nacionalista sino el de las medidas concretas de represión que se están estableciendo por el mundo entero. El temor real que generan los ataques terroristas proporciona a las autoridades el clima propicio para imponer un sistema completo de controles policiales, control de identidad, intervenciones telefónicas y otras medidas de "seguridad", un sistema que en el futuro no se usará contra los terroristas sino contra los trabajadores y revolucionarios que luchen contra el capitalismo. El establecimiento del carné de identidad en Estados Unidos y Gran Bretaña no es sino la punta del iceberg de este proceso.
La clase dominante es plenamente consciente de la necesidad de garantizarse la plena lealtad de toda la población y especialmente de la clase obrera, si quiere llevar adelante sus designios guerreros. Sabe muy bien que el único obstáculo a la guerra es la clase obrera que produce la mayoría de las riquezas sociales y es la primera en morir en las guerras capitalistas. Y esta es precisamente la razón por la cual los trabajadores deben rechazar cualquier identificación con cualquier interés nacional. La lucha contra la marcha hacia la guerra debe vivificar y desarrollar la lucha por sus propios intereses de clase. La lucha contra los despidos que están siendo impuestos no sólo a causa de los atentados terroristas sino sobre todo como consecuencia del propio desarrollo de la recesión. La lucha contra los sacrificios en el trabajo impuestos tanto para sostener a la economía nacional como para desarrollar el esfuerzo de guerra. Solo esta lucha puede hacer que los trabajadores entiendan la necesidad de la solidaridad de clase internacional con todas las víctimas de la devastación y la crisis capitalista. Solo esta lucha puede conducir hacia la perspectiva de una nueva sociedad liberada de la explotación y de la guerra.
La lucha del proletariado no tiene nada que ver con el pacifismo que defienden las diversas coaliciones "para detener la guerra" en la que participan grupos verdes, pacifistas, trotskistas u otros. El pacifismo solicita a la ONU, apelando a la "ley internacional", la lucha del proletariado solo puede desarrollarse si rompe las barreras de la ley burguesa. Actualmente, en muchos países "democráticos", toda forma efectiva de lucha (tentativas de extender las luchas a otros sectores, toma de decisiones mediante Asambleas Generales y no a través de votos sindicales) se ha convertido en ilegal con la ayuda de los Sindicatos. La ilegalización de la lucha de clases será cada vez más explícita en este periodo dominado por la guerra.
Los pacifistas también llaman a "las gentes de buena voluntad", a una alianza de todas las clases sociales que se oponen a la política de Bush, Blair y compañía. Pero esto es otra forma de diluir al proletariado entre la masa de la población, ahora que el problema principal que el proletariado tiene es el de volver a descubrir su propia identidad social y política.
Pero, por encima de todo, el pacifismo jamás se ha opuesto al interés nacional el cual, en la época del imperialismo, solo puede ser defendido por los métodos guerreros e imperialistas. Esto no solo se aplica a los grupos "respetables" del pacifismo, como el CND inglés o los Verdes alemanes, hoy en el gobierno, sino también a los que se proclaman su "ala radical" como es el caso de los trotskistas. Estos también quieren que defendemos un nacionalismo contra otro. Durante la guerra del Golfo defendieron a Irak contra la coalición internacional; en la guerra balcánica llamaron a defender a Serbia o al Ejército de liberación nacional de Kosovo (es decir, un grupo apoyado por la OTAN). Hoy también andan buscando una fracción "antiimperialista" entre los bandos en conflicto. Y si no son los talibanes o Ben Laden entonces llaman a defender a los grupos armados de la "Resistencia palestina" cuyas ideas y métodos son exactamente los mismos.
Lejos de oponerse a la guerra, el pacifismo es el complemento imprescindible que necesita la coalición militar de la burguesía pues su papel es el desviar y confundir a los trabajadores impidiendo una auténtica conciencia de clase sobre el significado de la guerra en la sociedad actual.
La humanidad no se enfrenta a un dilema entre Guerra o Paz. La verdadera alternativa es hundirse en una violenta espiral de guerras imperialistas o desarrollar la guerra de clases. Hundimiento en la barbarie o victoria de la revolución comunista, tal fue la alternativa que mostraron contra la guerra de 1914, Lenin y Rosa Luxemburgo y que se concretó en las huelgas, motines y revoluciones que acabaron con ella. Tras casi un siglo de decadencia capitalista y de autodestrucción esta alternativa se plantea hoy con mayor agudeza y violencia.
Contra el capitalismo, responsable de las hambrunas, de las guerras, de la miseria creciente, de toda la barbarie del mundo actual, las consignas del movimiento obrero son hoy más actuales que nunca:
¡ proletarios del mundo entero, uníos !
La emancipación de los trabajadores será obra de los propios trabajadores
Corriente comunista internacional
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