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1990 - 60 a 63

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Revista Internacional 1990 : números 60 a 63

Revista Internacional nº 60: enero a marzo de 1990

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enero a marzo 1990

Derrumbe del Bloque del Este: Dificultades en aumento para el proletariado

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En el presente artículo que escribimos en noviembre de 1989 anunciábamos que los acontecimientos en la URSS y países satélites eran "pan bendito" para el Capital pues daban la idea de que el comunismo ha muerto, la clase obrera ha fracasado etc. Esto dijimos que iba a constituir un fuerte golpe para el proletariado que se veía sin confianza en si mismo, sin idea clara de una sociedad propia alternativa al capitalismo, en una pérdida de identidad. El peso de ello es importante y todavía hoy se sufren las consecuencias

El estalinismo ha sido la punta de lanza de la contrarrevolución más bestial que el proletariado haya sufrido a lo largo de su historia. Una contrarrevolución que hizo posible la mayor carnicería jamás conocida: la II Guerra Mundial y el hundimiento de toda la sociedad en una barbarie sin precedentes. Hoy, con el desmoronamiento económico y político de los países llamados “socialistas” y con la desaparición de hecho del bloque imperialista dominado por la URSS, el estalinismo, como forma de organización político-económica del capital y como ideología, está agonizando; está desapareciendo uno de los peores enemigos de la clase obrera. Pero esa desaparición no le facilita, ni mucho menos, la tarea a esta clase revolucionaria; al contrario, el estalinismo está haciendo, con su muerte, un último servicio al capitalismo. Todo esto es lo que quiere poner de relieve este artículo.

El estalinismo es sin duda el fenómeno más trágico y odioso que haya existido jamás en toda la historia de la humanidad; no sólo porque es responsable de la matanza directa de millones de seres, y porque ha instaurado durante décadas un terror implacable en una tercera parte de la humanidad sino porque se ha destacado como el peor enemigo de la revolución comunista (es decir, de la condición necesaria para emancipar a la especie humana de  las cadenas de la explotación y de la opresión) y eso en nombre precisamente de “la revolución comunista”.

El estalinismo ha sido pues el principal artífice de la destrucción de la conciencia de clase en el proletariado mundial durante la contrarrevolución más terrible de su historia.

El papel del estalinismo en la contrarrevolución

La burguesía, desde que estableció su dominación política sobre la sociedad, ha visto siempre en el proletariado a su peor enemigo. Ya durante la revolución burguesa de finales del siglo XVIII, cuyo bicentenario están celebrando a bombo y platillo, la clase capitalista comprendió enseguida el carácter subversivo de las ideas de alguien como Babeuf; ideas que consideró suficientes como para mandarlo al cadalso, a pesar de que en aquel entonces su movimiento (babuvismo  -comunismo agrario; ved en el: "Manifiesto de los iguales”) no representase una amenaza real para el Estado capitalista[1]. Toda la historia de la dominación burguesa está jalonada de masacres de obreros, con el objetivo principal de mantener su dominación de clase: el aplastamiento de los obreros textiles de Lyon (los Canuts) en 1831, de los tejedores de Silesia en 1844, de los obreros parisinos en junio de 1848, de los comuneros de París en 1871, de los insurgentes de 1905 en todo el imperio ruso; son ejemplos sobresalientes.

Para esas faenas la burguesía siempre pudo encontrar, entre sus grupos políticos clásicos, a los matones que necesitaba; pero cuando la revolución proletaria se puso a la orden del día de la historia, la burguesía no se contenta únicamente con llamar a esos grupos para mantener su poder  y se atrae a las organizaciones de las que el proletariado se había dotado anteriormente, para que les echen una mano a los partidos tradicionales, incluso poniéndoles al mando de sus operaciones: los partidos socialistas primero (a partir de 1914) y los partidos comunistas después (a partir de 1926).

El papel específico de estos nuevos reclutas de la burguesía, la función para la que eran indispensables e insustituibles estribaba en su capacidad, gracias a sus mismos orígenes y a su propia denominación, para ejercer un control ideológico sobre el proletariado, para minar así su toma de conciencia y encuadrarlo en el terreno de la clase enemiga. El insigne honor, la gran hazaña de armas de la Socialdemocracia, como partido burgués, no fue tanto desarrollar su papel de responsable directo de las matanzas del proletariado a partir de 1919 en Berlín (donde el socialdemócrata G. Noske, ministro de los ejércitos, asumió a la perfección su responsabilidad de “perro sanguinario” -mote que él mismo se puso) sino servir de banderín de enganche para la I Guerra Mundial y más tarde de agente mistificador de la clase obrera; agente de división y dispersión de sus fuerzas, frente a la oleada revolucionaria que puso fin, con éxito, al holocausto imperialista.

Únicamente la traición del ala oportunista que dominaba la mayoría de los partidos de la II Internacional, únicamente su paso con armas y equipo al campo de la burguesía hizo posible, en nombre de la “defensa de la civilización”, el encuadramiento del proletariado europeo tras las banderas de la “defensa nacional” y el estallido de aquella carnicería. Así mismo la política de esos partidos, que pretendían aun ser “socialistas” y habían conservado gracias a ello una influencia importante entre el proletariado, desempeñó un papel primordial en el mantenimiento dentro de éste de ilusiones reformistas y democráticas que lo dejaron desarmado, impidiéndole proseguir el ejemplo que le habían dado los obreros en Rusia, en Octubre de 1917.Durante ese periodo, las personas y las fracciones que se habían levantado contra tamaña traición, los que se habían mantenido en pie contra viento y marea, izaron el estandarte del internacionalismo y la revolución proletarios y se agruparon en los partidos comunistas, secciones de la III Internacional.

Sin embargo esos mismos partidos iban a desempeñar en el periodo siguiente un papel semejante al de los partidos socialistas. Corroídos por el oportunismo que el fracaso de la revolución mundial había hecho entrar en tromba en sus filas, fieles ejecutores de la dirección de una “internacional”, que tras haber sido la vigorosa impulsora de la Revolución se fue transformando en un simple instrumento del Estado ruso en busca de su integración en el mundo burgués, los partidos comunistas iban a seguir el mismo camino que sus antecesores: al igual que los partidos socialistas, acabaron integrándose totalmente en el aparato político del capital nacional de sus países respectivos; participando también en la derrota de las últimas sacudidas de la oleada revolucionaria de la posguerra, como fue el caso de China en 1927-28 y, sobre todo, contribuyeron de modo decisivo en la transformación de la derrota de la revolución mundial en terrible contrarrevolución.

Tras una derrota de tales proporciones, la contrarrevolución, la desmoralización y la desorientación del proletariado eran inevitables. Lo peor era que la forma que tomó la contrarrevolución en la misma URSS  -no el derrocamiento del poder surgido de la revolución de Octubre de 1917, sino la degeneración de ese poder y la del partido que lo detentaba-  le dio una amplitud y una profundidad infinitamente mayores que si la revolución hubiera sucumbido ante los embates de los ejércitos blancos. El Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), vanguardia del proletariado mundial, tanto en la Revolución de 1917 como en la fundación de la Internacional Comunista de 1919, se convirtió en un auténtico verdugo de la clase obrera, tras su integración e identificación con el Estado posrevolucionario[2].

La aureola de prestigio de sus pasadas acciones le permitió seguir  forjando ilusiones en la mayoría de los demás partidos comunistas, de sus militantes y de las grandes masas del proletariado mundial. Gracias a este prestigio, del que se aprovechan los partidos comunistas de los demás países, aquellos militantes y las masas proletarias aceptan todas las traiciones que el estalinismo llevó a cabo en aquel periodo; en especial, el abandono del internacionalismo proletario, ahogado  bajo la tapadera de la “construcción del socialismo en un solo país”, la identificación del “socialismo” con el capitalismo que se ha reconstituido en la URSS en sus formas más brutales, la sumisión de las luchas del proletariado mundial a los imperativos de la defensa de la “patria socialista” y de la “defensa de la democracia contra el fascismo”.

Todas esas mentiras, esas patrañas no hubieran podido, en gran medida, hacérselas tragar a las masas obreras sino hubiese sido porque eran divulgadas por los partidos que seguían presentándose como “herederos legítimos” de la exitosa revolución de Octubre y que en realidad eran sus asesinos.

La identificación entre estalinismo y comunismo si no es la mayor patraña de la historia es al menos la más repugnante, en cuyo montaje colaboraron todos los sectores de la burguesía mundial[3], fue la que permitió que la contrarrevolución alcanzara la amplitud que tuvo, paralizando a varias generaciones obreras, echándolas, atadas de pies y manos, a la II Carnicería Imperialista (1939-45), destruyendo  a las fracciones comunistas que habían luchado contra la degeneración de la Internacional Comunista y sus partidos o dejándolas en una situación de pequeños núcleos totalmente aislados.A los partidos estalinistas, durante los años treinta, se les debe  en especial, una parte considerable de la labor de desviar hacia el terreno de la burguesía la cólera y la combatividad de los obreros duramente golpeados por la crisis económica mundial de 1929. Esta crisis, por la amplitud y la profundidad que tuvo, era el signo indiscutible de la quiebra histórica del modo de producción capitalista y como tal habría podido ser, en otras circunstancias, una recia palanca para una nueva oleada revolucionaria. Pero, la mayoría de los obreros que quería emprender ese camino quedan atrapados en las redes del estalinismo que pretendía representar la tradición de la revolución mundial. En nombre de la defensa de la “patria socialista” y en nombre del antifascismo, los partidos estalinistas vaciaron sistemáticamente de todo contenido de clase los combates proletarios de éste periodo, transformándolos en fuerzas auxiliares de la democracia burguesa y cuando no en preparativos para la guerra imperialista.

Ocurrió así, entre otros ejemplos, con los “Frentes populares” en España y Francia, donde la gran combatividad obrera fue servida en bandeja al antifascismo y destruida por él; un antifascismo que se las daba de “obrero” y cuyos principales propagandistas eran los estalinistas. En ambos casos los partidos estalinistas dieron buena prueba de que incluso fuera de la URSS, donde ya desde años atrás venían ejecutando el oficio de verdugos, eran tan valiosos como sus maestros los socialdemócratas para cumplir la insigne tarea de carniceros de la clase obrera, incluso los superaban. Recuérdese en especial el papel de aquellos en la represión del levantamiento del proletariado en Barcelona en Mayo de 1937 (puede leerse al respecto nuestro libro, con artículos de Bilan, “España 1936”)[4].

Por la cantidad de sus víctimas, de la que es directamente responsable a escala mundial, el estalinismo no tiene nada que envidiarle al fascismo, es otra expresión de la contrarrevolución. En cambio, su papel antiobrero fue mucho más importante al haber asumido esos crímenes en nombre de la revolución comunista y del proletariado, provocando en esta clase un retroceso de su conciencia sin comparación en la historia.De hecho, mientras que al final de la I Guerra Imperialista y al final de la Posguerra, un periodo en que la oleada revolucionaria estaba en aumento, el impacto de los partidos comunistas estaba en correlación directa con la combatividad y sobre todo con la conciencia en el proletariado, a partir de los años 1930, en cambio, la evolución de su influencia es inversamente proporcional a la conciencia en la clase obrera. En el momento de su fundación, la fuerza de los partidos comunistas era como una especie de baremo de la fuerza de la revolución; tras su venta a la burguesía por el estalinismo, la fuerza de los partidos que continuaban llamándose “comunistas” daba la medida de la profundidad de la contrarrevolución. El estalinismo nunca ha sido tan poderoso como al término de la II Guerra Mundial. Este periodo fue la cota más alta de la contrarrevolución. Gracias, en especial, a la labor de los partidos estalinistas a quienes la burguesía les debía el haber podido desencadenar una vez más la carnicería imperialista y el que ejercieran como los mejores banderines de enganche, gracias a los “movimientos de resistencia”. Esta carnicería no provocó el resurgir revolucionario del proletariado. La ocupación de una buena parte de Europa por el “Ejército Rojo”[5] y la participación de  los partidos estalinistas en los gobiernos de “liberación” lograron abortar  toda pretensión que pudiese existir en el proletariado de combatir en su terreno de clase, utilizando el terror y la mistificación; lo que lo hundió en un desánimo todavía más profundo que el de antes de la Guerra. Aquella victoria, presentada  como la “Victoria de la “Democracia” y de la “Civilización” sobre la barbarie fascista”, permitió a la burguesía hacer más atractivas las ilusiones democráticas y la creencia en un Capitalismo “humano” y “civilizado.” Fue así como consiguió que la sombría noche de la contrarrevolución se prolongara durante décadas.

No fue casualidad que el final de la contrarrevolución, con la reanudación de los combates de clase a partir de 1968, coincida con un importante debilitamiento del control estalinista sobre el conjunto del proletariado mundial, del peso de las ilusiones en la naturaleza de la URSS y de las mistificaciones antifascistas. Esto es muy patente en los dos países occidentales en los que existían los partidos “comunistas” más poderosos; países donde tuvieron lugar las expresiones más significativas de esta vuelta al combate por parte del proletariado: Francia en 1968 e Italia en 1969.

¿Cómo utiliza la burguesía el hundimiento del estalinismo?

El debilitamiento del imperio ideológico del estalinismo sobre la clase obrera es resultado, en gran parte, de que los obreros han descubierto la realidad de los regímenes autodenominados “socialistas”. En los países dominados por esos regímenes los obreros no tardaron en comprender que el estalinismo era uno de sus peores enemigos. 1953 en Alemania del Este, 1956 en Polonia y Hungría[6]: las masivas revueltas obreras y su sangrienta represión fueron la prueba de que en estos países los obreros no se hacían ninguna ilusión sobre el estalinismo. Esos acontecimientos, así como la intervención militar del Pacto de Varsovia en Checoslovaquia en 1968, ayudaron a abrir los ojos a bastantes obreros de Occidente sobre la naturaleza del estalinismo[7]; más decisivas fueron aun las luchas de 1970, 76 y 80 en Polonia; éstas, al encontrarse mucho más directamente en el terreno de clase y al inscribirse en un momento de reanudación mundial de luchas obreras, lograron poner mucho más al desnudo, ante los proletarios occidentales, el carácter antiobrero de los regímenes estalinistas[8]. Esta es la razón de que, cuando estas luchas se desarrollan, los partidos estalinistas de Occidente se distanciaran respecto a la represión que sufrieron por parte de los Estados “socialistas”.Otro factor que ha contribuido al desgaste de las patrañas estalinistas es que estas luchas pusieron en evidencia la bancarrota de la economía “socialista”. Sin embargo, tal y como se iba afianzando esta quiebra e iban retrocediendo las mentiras estalinistas, la burguesía occidental aprovechaba la situación para llevar a cabo estridentes campañas publicitarias acerca de “la superioridad del capitalismo sobre el socialismo”. De igual manera, las ilusiones democráticas y sindicalistas de los obreros de Polonia han sido explotadas a fondo, sobre todo desde 1980, con la formación del sindicato Solidarnosc. El refuerzo de esas ilusiones acentuado por la represión de diciembre de 1981 y la ilegalización de Solidarnosc es lo que nos permite comprender el desánimo y el retroceso de la clase obrera en los inicios de 1980.

El desarrollo de una nueva oleada masiva de luchas en el otoño de 1983 en la mayoría de los países de Europa occidental y la simultaneidad de esos combates a escala internacional fue la prueba de que la clase obrera dejaba atrás el lastre de las ilusiones y mistificaciones  que la habían paralizado en la etapa precedente. El debilitamiento de la mistificación sindicalista quedó muy patente en el desbordamiento de los sindicatos e incluso su rechazo durante la huelga de los ferroviarios de Francia a finales de1986 y en la huelga de la enseñanza en Italia en 1987, que obligó a los izquierdistas a montar estructuras de encuadramiento, las “coordinadoras”, que se presentaban como organismos “no- sindicales”, en su propio país y en algunos otros. El debilitamiento de las mentiras electoralistas es frecuente en este periodo, lo que se hace evidente en el aumento de los porcentajes de abstención en las elecciones, especialmente en las zonas obreras.

Hoy, con la caída de los regímenes estalinistas y las campañas mediáticas que provoca, la burguesía  ha  logrado quebrar la tendencia manifestada desde mediados de los años 1980.Las trampas, sindicalista y democrática, que desplegó la burguesía durante los acontecimientos del 1980 al 81 en Polonia, añadido a la represión facilitada por esas trampas que habían abierto el camino, logró paralizar las luchas; esto permite a la burguesía provocar una sensible desorientación en el proletariado de los países más avanzados. El hundimiento total e histórico del estalinismo, al que hoy estamos asistiendo, acabará produciendo en el proletariado un desconcierto aun mayor. La situación ha cambiado desde entonces, los acontecimientos actuales son de mayor importancia que los de Polonia en 1980. No es un país solo el escenario, hoy están afectados todos los países de un bloque imperialista, empezando por el más importante: la URSS. 

La propaganda estalinista pudo justificar las dificultades del régimen polaco diciendo que eran resultado de los errores de E. Gierek. Hoy a nadie se le ocurre, empezando por los nuevos dirigentes de esos países, responsabilizar de las dificultades de sus regímenes a las políticas llevadas a cabo en los últimos años por los dirigentes derrocados. Lo que se pone en entredicho según las mismas afirmaciones de muchos de sus dirigentes, en especial los de Hungría, es la totalidad de la estructura económica y de la práctica política aberrante que ha marcado a los regímenes estalinistas desde sus orígenes. Reconocer así la quiebra de estos países por quienes los dirigen es pan bendito para las campañas mediáticas de la burguesía occidental.

La segunda razón por la que la burguesía puede usar a fondo y eficazmente el desmoronamiento del estalinismo y del bloque que domina, estriba en que tal hundimiento no es resultado de la acción de la lucha de la clase obrera, sino de la bancarrota total de la economía en esos países. En los sucesos que hoy se están produciendo en los países del Este, el proletariado como clase, en tanto que portador de una política antagónica al capitalismo, está dolorosamente ausente. Las huelgas obreras de esta último verano en las minas de la URSS son más bien una excepción y además ponen de relieve la debilidad política del proletariado de esos países a causa del peso de los engaños que las han lastrado. Han sido fundamentalmente una consecuencia del hundimiento del estalinismo y no un factor activo en ese hundimiento. Es más, la mayoría de las huelgas habidas en los últimos tiempos en la URSS no tienen, al contrario de la de los mineros, el objetivo de defender intereses obreros, sino que están empantanadas de lleno en un terreno nacionalista y por tanto burgués (Países Bálticos, Armenia, Azerbaiyán, etc.).

Por otra parte, en las numerosas manifestaciones que estos días están agitando los países de Europa del Este, en especial la RDA, Checoslovaquia y Bulgaria y que han obligado a los gobiernos a una limpieza urgente de su imagen, no se vislumbra el mínimo asomo de reivindicación obrera. Estas manifestaciones están totalmente dominadas por reivindicaciones exclusivamente democrático-burguesas: “elecciones libres”, “libertad”, “dimisión de los PCs en el poder”, etc.

Si bien el impacto de las campañas democráticas desarrolladas tras los acontecimientos de Polonia en 1980-81 fue limitado por el hecho de que se basaban en combates de la clase obrera, la ausencia de una lucha de clases significativa en los países del Este, hoy, no puede sino reforzar los efectos devastadores de las campañas actuales de la burguesía.

El hundimiento de un bloque imperialista entero, cuyas repercusiones serán enormes, y el hecho que tal acontecimiento histórico haya tenido lugar sin la participación activa de la clase obrera, engendrará en ésta un fuerte sentimiento de impotencia, por mucho que lo ocurrido haya sido posible, como lo demuestran las Tesis publicadas en esta misma Revista, por la incapacidad de la burguesía para alistar, hasta ahora y a nivel mundial, a la clase obrera en un tercer holocausto imperialista.Fue la lucha de la clase lo que, tras derrocar al zarismo y después a la burguesía en Rusia, puso fin a la I Guerra Mundial provocando el hundimiento de la Alemania imperial. En gran medida esta fue razón por la que pudo desarrollarse a escala mundial la primera oleada revolucionaria.

En cambio, el hecho de que la lucha de la clase obrera fuera un factor de segundo orden en el hundimiento de los países del eje y en el final de la II Guerra Mundial, tuvo mucha importancia en la parálisis y la desorientación del proletariado en la Posguerra. Hoy, el que el bloque del Este se haya hundido bajo los envites de la crisis económica y no ante los de la clase obrera, no deja de ser de suma importancia.  Si esto último hubiera sido la realidad: la confianza en sí mismo del proletariado hubiera salido fortalecida y no debilitada, como está ocurriendo hoy.

Al producirse el hundimiento del Bloque del Este tras un periodo de Guerra Fría con el Bloque del Oeste, “Guerra” en la que este último aparece como “Vencedor” sin haber librado batalla, va a acrecentar entre las poblaciones de occidente y entre ellas en los obreros, un sentimiento de euforia y de confianza en sus gobernantes, algo similar, salvando las distancias, al que desorientó a la clase obrera de los países “vencedores” tras las dos guerras mundiales y que fue incluso una de las causas del fracaso de la oleada revolucionaria que se produjo tras la I Guerra Mundial.Tal euforia, catastrófica para la conciencia del proletariado, estará evidentemente más limitada por el hecho mismo de que el mundo no sale hoy de una matanza imperialista mundial; sin embargo, las consecuencias nefastas de la situación actual se verán reforzadas por la euforia de las poblaciones de algunos países del Este, que no dejarán de impactar en el Oeste.

Cuando la apertura del Muro de Berlín, símbolo por excelencia del terror que el estalinismo ha impuesto a las poblaciones sobre las que gobernaba, la prensa y algunos políticos compararon el ambiente que inundaba esta ciudad con el de la “Liberación”. No es por casualidad: los sentimientos de las poblaciones de Alemania del Este durante la destrucción de este símbolo  eran comparables al de las poblaciones que habían sufrido durante años y años la ocupación y el terror de la Alemania nazi. Como la historia nos enseña, no hay peores obstáculos para la toma de conciencia del proletariado que esos sentimientos, esas emociones. La satisfacción que sienten los habitantes del Este ante la caída del estalinismo y, sobre todo, el refuerzo de las ilusiones democráticas que esos sentimientos permiten, va a repercutir fuertemente, entre los proletarios de los países occidentales, y muy especialmente entre los de Alemania, cuya importancia es muy grande en el proletariado mundial en la perspectiva de la revolución. Además, la clase obrera de ese país va a tener que soportar en el periodo venidero el peso de las mistificaciones nacionalistas reforzadas por la posible reunificación de Alemania, prácticamente a la orden del día.Ya hoy los engaños nacionalistas son muy fuertes entre los obreros de la mayoría de los países del Este. No sólo existen en las diferentes repúblicas que forman la URSS; también tienen un peso enorme entre los obreros de las democracias populares a causa, entre otras cosas, de la manera tan bestial con la que “el Hermano Mayor” soviético ha ejercido sobre ellas su dominación imperialista. Las sangrientas intervenciones de los tanque rusos en la RDA en 1953, en Hungría en 1956, en Checoslovaquia en 1968, así como el saqueo sistemático de las economías de los países “satélites” han tenido que soportar durante años, no pueden sino acrecentar esas mistificaciones nacionalistas.

Junto a las mentiras democráticas y sindicales, las nacionalistas contribuyeron sobremanera, durante el periodo1980-81, en la desorientación de los obreros en Polonia, dejando vía libre al aplastamiento de diciembre de 1981. Con la dislocación del Bloque del Este, a la que estamos asistiendo, los mitos nacionalistas tendrán un nuevo impulso que hará todavía más difícil la toma de conciencia de los obreros de estos países y serán también un lastre para los obreros de Occidente; no necesariamente (excepto en el caso de Alemania) porque se vaya a fortalecer un nacionalismo directo en sus filas, sino por el desprestigio y la alteración que en sus conciencia va sufrir la idea misma de internacionalismo proletario.

No olvidemos que esta noción ha sido totalmente desnaturalizada por el estalinismo y, siguiendo sus pasos, por la totalidad de las fuerzas burguesas, identificándola con la dominación imperialista de la URSS sobre su bloque. En 1968 la intervención de los tanques del Pacto de Varsovia en Checoslovaquia se hizo en nombre del “Internacionalismo proletario”. El hundimiento y el rechazo de las poblaciones de los países del Este hacia el “internacionalismo” de tipo estalinista no dejará de pesar negativamente en la conciencia de los obreros del Oeste y eso tanto más porque la burguesía occidental no dejará pasar la mínima ocasión para contraponer al verdadero internacionalismo proletario su propia “solidaridad internacional”, entendida como apoyo a las desbaratadas economías del Este (y eso cuando no sea un llamamiento directo a la caridad) o a las “reivindicaciones democráticas” de sus poblaciones cuando estas tengan que enfrentarse a represiones brutales (recordamos la campaña a propósito de Polonia en 1981 o en China recientemente).

De hecho, (con esto entramos en lo que es meollo de las campañas que la burguesía está articulando en estos tiempos), su objetivo último y fundamental es la perspectiva misma de la revolución comunista mundial (el internacionalismo es uno de los factores de esa perspectiva) que hoy se ve afectada por el hundimiento del estalinismo. La insoportable tabarra que vomitan día y noche los medios de comunicación, con una campaña en la que repiten hasta el hartazgo que: “el comunismo ha muerto, se ha declarado en quiebra”, resume el mensaje fundamental que todos los burgueses del mundo quisieran meter en la mente de los obreros a quienes explotan. Y la mentira en la que coincidieron unánimemente todas las fuerzas burguesas en el pasado, en los peores momentos de la contrarrevolución,”la identificación entre comunismo y estalinismo”, vuelve a servírnosla con la misma unanimidad. Esa identificación le permitió a la burguesía, en los años 1930, alistar a la clase obrera tras el estalinismo para así rematar la derrota. Ahora que el estalinismo está totalmente desprestigiado entre los obreros, la misma mentira le sirve para desviarlos de la perspectiva del comunismo.

Hace ya tiempo que la clase obrera vive en el desconcierto en los países del Este;  así que cuando términos como “dictadura” del proletariado lo utilizan para ocultar el terror policiaco, cuando con “poder de la clase obrera” se refieren al poder cínico de los burócratas, cuando “socialismo” es explotación bestial, miseria, penuria y fraudes, cuando en la escuela hay que aprenderse de memoria citas de Marx o de Lenin, no puede uno sino apartarse de esas nociones; o sea, rechazar lo que han sido siempre las bases mismas de la perspectiva histórica del proletariado, negarse categóricamente a estudiar los textos de base del movimiento obrero, pues los términos mismos de “movimiento obrero”, “clase obrera” acaban por parecer obscenidades.

En tal contexto, la misma idea de una Revolución del proletariado está totalmente desprestigiada. “¿De qué nos sirve volver a empezar como en Octubre de 1917 si acabaremos en la barbarie estalinista?”. Ese es actualmente el sentir predominante entre los obreros de los países del Este. De tal manera, manejando el hundimiento y la agonía del estalinismo, la burguesía de los países occidentales empuja  a que se desarrollen sentimientos similares entre los obreros occidentales. La quiebra de ese sistema es tan evidente y espectacular que en gran parte lo consigue. Es previsible que todos los acontecimientos que están sacudiendo los países del Este y que repercuten en el mundo entero, influyan negativamente durante todo un periodo en la toma de conciencia de la clase obrera. En un principio, la caída del “Telón de acero”, que separaba en dos al proletariado mundial, no va a permitir a los obreros occidentales compartir con sus hermanos de clase del Este las experiencias adquiridas en sus luchas contra las trampas y engaños desplegados por la burguesía más fuerte del mundo; al contrario, serán sus ilusiones en el mito de la “superioridad del capitalismo sobre el socialismo” lo que va a caer en tromba sobre el Oeste debilitando, en el periodo inmediato y durante cierto tiempo, lo que los proletarios habían ganado en experiencia en esta parte del mundo. Por todo ello, la agonía del estalinismo, instrumento por antonomasia de la contrarrevolución, es reutilizada por la burguesía contra la clase obrera.

Las perspectivas para la lucha de clases

La caída de los regímenes estalinistas, esencialmente resultado de la quiebra completa de su economía, no podrá, en un contexto mundial de agudización de la crisis capitalista, sino agravar dicha quiebra. Eso significa, para la clase obrera de esos países, ataques y miseria sin precedentes, incluso hambre. Una situación así provocará necesariamente explosiones de cólera. Pero, el contexto político e ideológico es tal, en los países del Este, que la combatividad obrera no podrá, durante un largo tiempo, desembocar en un verdadero desarrollo de la conciencia (Véase el Editorial de esta Revista Internacional). El caos y las convulsiones que se desarrollan en estos países en el plano económico y político; la barbarie y la putrefacción, desde su misma raíz, del conjunto de la sociedad capitalista, que en ellos se expresan de manera concentrada y caricaturesca,  no podrán llevarlos a comprender la necesidad de echar abajo el sistema mientras los batallones decisivos del proletariado, los de las grandes concentraciones obreras de Occidente y en especial de Europa, no hayan hecho suya esa comprensión[9].

Como hemos visto, también esos sectores del proletariado están hoy soportando de lleno el empleo de violentas campañas burguesas y viven un retroceso en la conciencia; lo que no quiere decir que estén incapacitados para entablar combates contra los ataques económicos de un capitalismo cuya crisis mundial es irreversible. Eso significa, sobre todo, que durante cierto tiempo esas luchas van a quedar prisioneras, mucho más que en los años precedentes, de los órganos del Estado para el encuadramiento de la clase obrera, y en primera línea de los sindicatos, como puede comprobarse ya en los combates más recientes; estos instrumentos van a ser los beneficiarios de las ganancias debidas al reforzamiento general de las ilusiones democráticas, van a encontrar también el terreno más favorable para sus maniobras, gracias al desarrollo de la ideología reformista resultante del aumento de las ilusiones en la “superioridad del capitalismo” respecto a cualquier otra forma de sociedad.

Sin embargo, el proletariado de hoy no es el de los años treinta; no acaba de salir de una derrota como la que tuvo que soportar tras la oleada revolucionaria de la primera Posguerra. La crisis mundial del capitalismo es insoluble y va a agravarse cada día más (Véase el artículo sobre la crisis económica en este mismo número). Tras el  hundimiento del “Tercer mundo” a finales de los setenta, tras la implosión actual de las economías llamadas “socialistas”, le toca el turno al sector del capital mundial formado por los países más desarrollados que, desplazando hacia la periferia del sistema sus peores convulsiones, han podido hasta ahora ir sorteando los obstáculos y escamoteando los fracasos con mayor o menor éxito. La inevitable bancarrota, no de un sector particular del capitalismo sino del conjunto de este modo de producción, acabará minando las bases mismas de las campañas de la burguesía occidental sobre la “superioridad del capitalismo”. 

El desarrollo de la  combatividad proletaria deberá conducir a un nuevo desarrollo de su conciencia de clase, actualmente interrumpido y contrarrestado por el hundimiento del estalinismo. Les incumbe a las organizaciones revolucionarias contribuir con decisión en ese desarrollo. No se trata de consolar a los obreros sino de poner en evidencia que, a pesar de las dificultades del camino, al proletariado no le queda otro que el que lleva a la revolución comunista. F. M. 25/11/89

 
[1] Es significativo que la burguesía francesa, “revolucionaria” y “democrática”, no dudara en vejar la “Declaración de los derechos del Hombre” que hacía poco que había adoptado (Declaración por la que hoy muestra un gran fervor) prohibiendo toda asociación obrera (Ley Le Chapelier del 14 de junio de 1791). Esta prohibición no fue derogada hasta 1884, un siglo después
[2] La degeneración y la traición del PCUS no ocurrió sin resistencia, de la clase obrera y del mismo de partido bolchevique. Una gran proporción de militantes y casi todos los dirigentes del partido de Octubre de 1917 fueron exterminados por el estalinismo. Sobre este tema pueden leerse los artículos: “La degeneración de la revolución rusa” y “La izquierda comunista en Rusia”, en la Revista Internacional, nº 3, 8, y 9, /revista-internacional/197507/998/la-degeneracion-de-la-revolucion-rusa [1] y "Las enseñanzas de Kronstadt [2]". También puede consultarse La Izquierda Comunista en Rusia: manifiesto del Grupo Obrero, /revista-internacional/201008/2908/la-izquierda-comunista-en-rusia-i-el-manifiesto-del-grupo-obrero-d [3]
[3] En la segunda mitad de los años veinte  y durante los años treinta, la burguesía democrática de Occidente no manifestó la misma repugnancia respecto al estalinismo “bárbaro y totalitario” que mostró a partir de la “Guerra fría”  y que hoy sigue cacareando en sus campañas. A Stalin le aportó un apoyo sin reservas en las persecuciones que desencadenó contra la Oposición de Izquierdas y su principal dirigente, Trotsky; para quien el mundo se convirtió en un “planeta sin visado” tras su expulsión de la URSS. Todos los “demócratas” del mundo y en primera línea los socialdemócratas que gobernaban en Alemania, Gran Bretaña, Noruega, Suecia, Bélgica o Francia dieron, una vez más, pruebas de su repugnante hipocresía, “pasándose por el forro” sus más virtuosos principios, como el Derecho de Asilo, por ejemplo. Toda esa gentuza no emitió la menor crítica durante los Juicios de Moscú en los que Stalin liquidó a los veteranos del Partido Bolchevique acusados de “Hitlero-trotskismo”.  Todas esas “almas cándidas” llevaron su infamia hasta el punto de decir que “Si el río suena agua lleva”.

[4] /cci/200602/539/espana-1936-franco-y-la-republica-masacran-al-proletariado [4]

[5] Esta ocupación constituye una prueba suplementaria de que los regímenes que se instalaron en los países de Europa del Este tras la II Guerra Mundial (igual que el existente en la URSS) no tienen nada que ver con el instaurado en Rusia en 1917, cuyos orígenes están marcados por la guerra imperialista. El carácter obrero de la Revolución de octubre queda demostrado por el hecho de que surgió CONTRA la guerra imperialista. El carácter antiobrero y capitalista de las democracias populares se confirma por el hecho de que se instauraron GRACIAS a la guerra imperialista.

[6] Ver Lucha de clases en los países del Este (Revista Internacional nº 27): https://es.internationalism.org/node/2321 [5]

[7] Ese no es el único factor que permite explicar el desgaste del impacto del estalinismo en la clase obrera o el conjunto de mistificaciones burguesas, entre el final de la Guerra y el resurgir histórico del proletariado a finales de los años sesenta. Por otro lado, en muchos países, especialmente en el Norte de Europa, el estalinismo no desempeña, desde la II Guerra Mundial, más que un papel muy secundario, en comparación al de la socialdemocracia, en el encuadramiento de los obreros. El debilitamiento de las mistificaciones antifascistas, por la falta, en muchos países, del espantajo “fascista” y el desgaste de la influencia de los sindicatos (sean estalinistas o socialdemócratas), muy utilizados ya durante los años sesenta en el sabotaje de las luchas, permite también explicar la reducción del impacto del estalinismo y la socialdemocracia en el proletariado, lo que facilita a éste volver a entrar en la rueda de la historia desde que comenzaron  los primeros ataques de la crisis.
[8] Ver Un año de luchas obreras en Polonia (Revista Internacional nº 27): https://es.internationalism.org/node/2318 [6]
[9] Ved nuestro análisis sobre el tema en el artículo: "El proletariado de Europa Occidental en una posición central de la generalización de la lucha de clases [7]", en nuestra Revista internacional, nº 31.

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La lucha del proletariado [8]

Tesis sobre la crisis económica y política en los países del Este

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Tesis adoptadas por nuestra organización en octubre de 1989 ante los acontecimientos que condujeron a la desaparición de la URSS y del bloque imperialista a su alrededor

Los recientes acontecimientos en los países de régimen estalinista (enfrentamientos en la cima del Partido y represión en China, estallidos nacionalistas y luchas obreras en URSS, formación en Polonia de un gobierno dirigido por Solidarnosc) son de la mayor  importancia. Evidencian la crisis histórica del estalinismo su  entrada en un periodo de convulsiones agudas. Todo lo que está ocurriendo nos pone ante la responsabilidad de reafirmar, precisar y actualizar nuestros análisis sobre la naturaleza de esos regímenes y las perspectivas de su evolución.

1  Las convulsiones que están sacudiendo los países de régimen estalinista no pueden comprenderse fuera del marco general de análisis válido para los demás países del mundo entero, de la decadencia del modo de producción capitalista y de la agravación inexorable de su crisis. Sin embargo, todo análisis serio de la situación actual en esos países exige obligatoriamente que se tenga en cuenta lo específico de sus regímenes. Tal examen ya lo ha hecho, en varias ocasiones, la CCI; en especial cuando las luchas obreras del verano de 1980 en Polonia y la formación del sindicato “independiente” Solidarnosc.

En diciembre de 1980 el marco general para este análisis lo habíamos esbozado así:

«Como para el conjunto de los países del bloque, la situación en Polonia se caracteriza por:

  1. la extrema gravedad de la crisis, que lleva hoy a millones de proletarios a una miseria casi de hambre;
  2. la gran rigidez de las instituciones, que no dejan sitio para que puedan surgir fuerzas políticas burguesas de oposición, capaces de hacer su papel de “tapón o parachoques” a las contradicciones y a la indignación de la población. En Rusia y en sus países satélites todo movimiento contestatario podría cristalizar el enorme descontento que existe en el proletariado y en la población, sometida desde hace décadas a la más violenta contrarrevolución, que está a la altura del formidable movimiento de clase que tuvo que aplastar; o sea, la Revolución de 1917;
  3. La enorme importancia del terror policíaco, como medio, prácticamente único, para mantener el orden». (Revista Internacional; nº 24; pág. 3).

En octubre de 1981, dos meses antes de la instauración del estado de guerra, en el momento en que se agudizaba la campaña gubernamental contra Solidarnosc, volvíamos sobre la cuestión en los términos siguientes:

«Los enfrentamientos entre Solidaridad y el POUP[1] no son simple  teatro, como tampoco es puro teatro la oposición entre izquierdas y derechas en los países occidentales. En estos, el marco institucional permite, por lo general, la “gestión” de estas oposiciones para que no amenacen la estabilidad del régimen y también para reprimir las luchas por el poder y hacer que se solucionen con la fórmula más apropiada para enfrentar al enemigo proletario. En cambio, si la clase dominante ha logrado instaurar mecanismos de este estilo en Polonia, a través de mucha improvisación pero por ahora con éxito, nada prueba que se trate de una fórmula definitiva exportable hacia otros “países hermanos”. Las mismas invectivas que sirven para dar crédito a un socio/adversario cuando éste es indispensable para el mantenimiento del orden, pueden ser utilizadas para aplastarlo en cuanto ha perdido su utilidad. (…) Al obligar a las burguesías de Europa del Este a repartirse los papeles de un modo al que son estructuralmente refractarias, las luchas obreras en Polonia han creado una contradicción viva. Todavía es demasiado pronto para prever cómo se resolverá. La tarea de los revolucionarios ante una situación históricamente nueva es estar atentos a los hechos, con modestia». (Revista internacional; nº 27. 1981)[2].

Tras la instauración del estado de guerra en Polonia y la ilegalización de Solidarnosc, la CCI se vio obligada por los acontecimientos en junio de 1983 (Revista Internacional, nº 34 –en inglés y francés; nº 36/37; enero 1984 –en español) a desarrollar este cuadro de análisis. A partir de éste, que debe evidentemente ser completado, podremos comprender lo que está ocurriendo hoy en esta parte del mundo.

2«La característica más evidente, la más conocida de los países del Este, en la que se basa el mito de su “naturaleza socialista”, reside en el grado extremo de estatalización de la economía. Como hemos insistido en nuestras publicaciones, el capitalismo de Estado no es un fenómeno propio de estos países. Es un fenómeno que muestra, sobre todo, las condiciones de sobrevivencia del modo de producción capitalista en el periodo de su decadencia frente a la amenaza de dislocación de una economía y un cuerpo social sometido a frecuentes contradicciones. Frente a la exacerbación de las rivalidades comerciales e imperialistas que provoca la saturación general de los mercados, sólo el refuerzo permanente del peso del Estado en la sociedad permite mantener un mínimo de cohesión en su seno y asumir su crecimiento militar. Si bien la tendencia al capitalismo de Estado es un hecho histórico universal, no afecta de manera idéntica a todos los países». (Revista Internacional; nº 36/37).

3 En los países avanzados, donde existe una antigua burguesía industrial y financiera, esa tendencia se plasma por lo general en una progresiva imbricación de los sectores “privados” y los estatalizados. En un sistema así, la burguesía “clásica” no va a estar desposeída de su capital, conservando lo esencial de sus privilegios. El imperio del Estado se expresa menos en la nacionalización de los medios de producción que en la acción conjugada de una serie de instrumentos financieros, monetarios y reglamentarios, que le permiten en todo momento dar orientaciones a las grandes opciones económicas sin por ello poner en entredicho los mecanismos del mercado.

Esta tendencia hacia el capitalismo de Estado «toma sus formas más extremas allí donde el capitalismo conoce sus contradicciones más brutales, allí donde la burguesía clásica es más débil. En este sentido, el hecho de que el Estado tome directamente a su cargo lo esencial de los medios de producción, característica de los países del Este y en gran medida del Tercer  Mundo, es ante todo una manifestación del atraso y de la fragilidad de su economía». (Ibídem)

4  «Existe una estrecha relación entre las formas de dominación económica de la burguesía y las formas de su dominación política». (Ibídem):

  • Un capital nacional desarrollado, poseído de modo “privado” por diferentes sectores de la burguesía tiene en la “democracia” parlamentaria su aparato político más apropiado;
  • «A la estatalización casi completa de los medios de producción, le corresponde el poder totalitario de un partido único»[3].

Sin embargo, «el régimen de partido único no es exclusivo de los países del Este ni del Tercer Mundo; existió durante decenios en países de Europa occidental como Italia, España o Portugal. El ejemplo más destacable es evidentemente el régimen nazi que dirigió el país más desarrollado y fuerte de Europa entre 1933 y 1945. De hecho, la tendencia histórica al capitalismo de Estado no comporta únicamente un aspecto económico; se manifiesta también por una concentración creciente del poder político en manos del ejecutivo, en detrimento de las formas clásicas de la democracia burguesa; o sea, el parlamento y el juego de los partidos. Mientras que en los países desarrollados del siglo XIX, los partido políticos eran los representantes de la sociedad civil dentro y ante el Estado, con la decadencia del capitalismo se transforman en representantes del Estado en la sociedad civil (el ejemplo más evidente es el de los antiguos partidos obreros encargados hoy de encuadrar a la clase obrera tras el Estado). Las tendencias totalitarias del Estado se expresan, incluidos los países donde subsisten los mecanismos formales de la democracia, en una tendencia al partido único cuya concreción más patente se verifica durante las convulsiones más agudas de la sociedad burguesa: la unión nacional, en las guerras imperialistas; la unión de todas las fuerzas burguesas tras sus partidos de izquierda, en los periodo revolucionarios (…)».

5 «La tendencia al partido único encuentra raramente su culminación en los países más avanzados; EEUU, Gran Bretaña, Holanda, Escandinavia no han conocido esa culminación. El caso de Francia, bajo el régimen de Vichy, está ligado esencialmente a la ocupación militar alemana. El único ejemplo histórico de un país plenamente desarrollado, donde esa tendencia ha llegado hasta el final, fue Alemania. (Por razones que la Izquierda Comunista ya analizó hace mucho tiempo) (…) Si en los demás países avanzados se han mantenido las estructuras políticas y los partidos tradicionales es porque han sido lo bastante sólidos, gracias a su antigua implantación, su experiencia, su relación con la esfera económica, la fuerza mistificadora que consigo acarrean, como para asegurar la estabilidad y la cohesión del capital nacional frente a las dificultades que han debido encarar (crisis, guerra, luchas sociales)». (Ibídem). El estado de la economía de esos países, el poderío que ha conservado la burguesía clásica, no necesitan ni permiten la adopción de medidas “radicales” de estatalización del capital, que únicamente pueden llevar a cabo las estructuras y los partidos llamados “totalitarios”.

6 «Pero lo que sólo existe, como excepción, en los países más avanzados se convierte en la regla general en los países más atrasados. Al no existir las condiciones que acabamos de enumerar estos países acusan más violentamente las convulsiones de la decadencia capitalista». (Ibídem).

Así por ejemplo, en las antiguas colonias, que alcanzaron la “independencia” en el siglo XX (en especial tras la II Guerra mundial), la formación de un capital nacional se realizó en la mayoría de los casos mediante y en torno al Estado y en general bajo la dirección, en ausencia de una burguesía autóctona, de una intelligentsia formada en las universidades europeas. En ciertas circunstancia pudo incluso verse la yuxtaposición y la cooperación de esa nueva burguesía de Estado con los restos de antiguas clases explotadoras precapitalistas.

«Entre los países atrasados, los del Este ocupan un lugar particular: a los factores directamente económicos que explican el peso que tiene el capitalismo de Estado, se superponen factores históricos y geopolíticos: las circunstancias de la formación de la URSS y de su imperio, son un ejemplo» (Ibídem).

7 «El Estado capitalista de la URSS se construyó sobre los escombros de la revolución proletaria. La débil burguesía de la época zarista fue completamente eliminada por la Revolución de 1917 (…) y por el fracaso de los ejércitos blancos. De este hecho se desprende que no era aquella ni sus partidos tradicionales quienes podían encargarse de la inevitable contrarrevolución resultante de la derrota de la revolución mundial. De esta tarea se encargaría el Estado que surgió tras la Revolución y que rápidamente absorbió al Partido Bolchevique. (…) Por este hecho, la clase burguesa no se reconstituyó a partir de la antigua burguesía (salvo de forma excepcional e individual) ni a partir de la propiedad individual de los medios de producción sino a partir de la burocracia del Partido-Estado y de la propiedad estatal de los medios de producción. En Rusia, un cúmulo de factores: atraso del país, desbandada de la burguesía clásica, aplastamiento físico del proletariado (la contrarrevolución y el terror que éste ha tenido que soportar está en relación con su avance revolucionario), motivaron que la tendencia al capitalismo de Estado tomase su forma más extrema: la estatalización casi completa de la economía y la dictadura del partido único. El Estado, al no tener que disciplinar a los diferentes sectores de la clase dominante ni tener en cuenta eventualmente sus intereses económicos, porque ha absorbido completamente a la clase dominante, puede evitar las formas políticas clásicas de la sociedad burguesa (democracia y pluralismo) incluso como ficción» (Revista Internacional; nº 36/37).

8 La misma brutalidad y centralización extrema con las que el régimen de la URSS ejerce su poder sobre la sociedad, están en la forma con la que establece y conserva su dominio sobre el conjunto de los países de su bloque imperialista. La URSS ha formado su imperio únicamente mediante la fuerza de las armas: primero durante la II Guerra mundial misma (apropiación de los Países bálticos y de la Europa del Este) y, ya más tarde, con ocasión de las diferentes guerras de “independencia nacional” que fueron continuación de aquella (caso de China o Vietnam del Norte) o también gracias a golpes de Estado militares (caso de Egipto en 1952, Etiopía en 1974, Afganistán en 1978,…).  En un momento u otro siempre  el uso de la fuerza armada (Hungría 1956, Checoslovaquia 1968, Afganistán 1979), o la amenaza de su uso ha sido la forma casi exclusiva del mantenimiento de la cohesión de este bloque.

9 Al igual que la forma de su capital nacional y de su régimen político ese modo de dominación imperialista es fundamentalmente el resultado de la debilidad económica de la URSS (cuya economía es más atrasada que la de la mayoría de sus vasallos).

«EEUU, primera potencia económica y financiera del mundo y mucho más desarrollado que los demás Estados de su bloque, se asegura el dominio sobre los principales países de su imperio (que son también países plenamente desarrollados) sin recurrir, a cada paso, a la fuerza militar; igualmente, estos países no necesitan la represión permanente para asegurar su estabilidad. (…) Es de manera “voluntaria” cómo, los sectores dominantes de las principales burguesías occidentales se adhieren a la alianza americana: encuentran ventajas económicas, financieras, políticas y militares (el “paraguas” americano frente al imperialismo ruso)» (Ibídem, pág. 42). En cambio, el que un capital nacional pertenezca al bloque del Este significa generalmente para su economía una desventaja catastrófica, debido en particular al saqueo directo que sobre ésta ejerce la URSS. «en los principales países del bloque americano no existe una “propensión espontánea” a pasarse al otro bloque, algo que sí puede comprobarse en el otro sentido (cambio de bloque de Yugoslavia en 1948, de China a finales de los años 60, las tentativas de Hungría en 1956)» (Ibídem). La permanencia de fuerzas centrífugas en el bloque ruso expresa la brutalidad de la dominación imperialista que en él se ejerce y el tipo de régimen político que dirige esos países.

10  «La fuerza y la estabilidad de EEUU permite que todo tipo de regímenes se acomode en su bloque: desde el “comunista” chino al ultra “anticomunista” de Pinochet, de la dictadura militar turca a la “superdemocrática” Inglaterra, de la bicentenaria República francesa a la Monarquía feudal saudí, de la España franquista a la socialdemócrata». (Ibídem). En cambio, «El hecho de que la URSS sólo pueda mantener su control por la fuerza militar, determina el hecho de que sus satélites se doten de regímenes que, como el suyo, sólo pueden mantener su control sobre la sociedad mediante la fuerza militar (policía y ejército)». (Ibídem, pág. 41). Además, sólo de los partidos estalinistas puede la URSS esperar un mínimo de sumisión (a veces ni eso) pues la subida al poder y su permanencia en él dependen, por regla general, del apoyo directo del “Ejército Rojo”. Así,  «Mientras que el bloque americano puede “garantizar” perfectamente la “democratización” de un régimen fascista o militar cuando éste resulta inútil (Japón, Alemania o Italia tras la II Guerra mundial; Portugal, Grecia o España en los años 1970), la URSS no puede acomodar  dentro de su bloque a ninguna “democracia”» (Ibídem; pág. 42). Un cambio de régimen político en un país “satélite” comporta la amenaza directa del paso de tal país al bloque adverso.

11 El fortalecimiento del capitalismo de Estado es un hecho permanente y universal en la decadencia del capitalismo. Sin embargo, como ya hemos visto, esta tendencia no se plasma obligatoriamente en una estatalización total de la economía, en una apropiación directa del aparato productivo por el Estado. En ciertas circunstancias históricas esta es la única vía posible para el capital nacional o la fórmula mejor adaptada para su defensa y desarrollo; es sobre todo válido para las economías atrasadas, pero en ciertas condiciones (periodos de reconstrucción, por ejemplo) también lo es para economías desarrolladas, como la de Gran Bretaña y Francia tras la II Guerra mundial. Sin embargo, esta forma particular de capitalismo de Estado tiene graves inconvenientes para la economía nacional.

En los países atrasados, la confusión entre aparato político y aparato económico permite y engendra el desarrollo de una burocracia totalmente parásita, con la única preocupación de llenarse la faltriquera, chupar del bote y saquear sistemáticamente la economía nacional para acumular fortunas colosales: los ejemplos de Batista, Marcos, Duvalier, Mobutu son ya conocidos pero no los únicos. El saqueo, la corrupción y la estafa, fenómenos generalizados en los países subdesarrollados, que afectan a todos los niveles del Estado y de la economía, son un lastre suplementario que las empuja todavía más hacia el abismo.

En los países adelantados la presencia de un fuerte sector estatalizado tiende también a convertirse en un lastre para la economía nacional, según se va agravando la crisis mundial. En este sector el modo de gestionar las empresas, sus estructuras y organización del trabajo y de la mano de obra limitan muy a menudo su necesaria adaptación al aumento del nivel de competencia. “Servidores del Estado”, vestales del “servicio público”,  que disfrutan, en la mayoría de los casos, de la garantía de empleo a sabiendas que su empresa, el Estado mismo, no va a quebrar ni a echar el cierre; la capa social de los funcionarios, incluso cuando no se dedica a la corrupción, no es siempre la más capacitada para adaptarse a las leyes despiadadas del mercado. En la gran oleada de “privatizaciones”, que lleva afectando últimamente a la mayoría de los países occidentales avanzados, debe verse no solo un medio de limitar la amplitud de los conflictos de clase, al sustituir un patrón único, el Estado, por múltiples patronos, sino también como el medio para reforzar el nivel competitivo del aparato productivo.

12 En los países de régimen estalinista las responsabilidades económicas en su totalidad se relacionan esencialmente con el lugar que se ocupa en el aparato del Partido, de modo que la “Nomenklatura” desarrolla a una escala aun mayor los obstáculos para mejorar la competitividad del aparato productivo. Mientras que la economía “mixta” de los países desarrollados de Occidente obliga en cierto modo a las empresas públicas y a las Administraciones a preocuparse por la productividad y la rentabilidad; el capitalismo de Estado, gobernante en los países de régimen estalinista, tiene como característica la de hacer totalmente irresponsable a la clase dominante. Ante una mala administración no existe la sanción del mercado y las sanciones administrativas no son reglamentadas, en la medida que es todo el Aparato, de arriba abajo, quien manifiesta tal irresponsabilidad. Fundamentalmente, la condición para el mantenimiento de privilegios es el servilismo ante la jerarquía del Aparato o ante alguna de sus camarillas. La primera preocupación de la gran mayoría de los “responsables”, tanto económicos como políticos (por lo general son los mismos) no es hacer fructificar el capital sino sacar provecho de su puesto para llenarse los bolsillos, los de su familia y los de “los suyos”, sin preocuparse lo más mínimo del buen funcionamiento de las empresas o de la economía nacional. Este tipo de “gestión” evidentemente no excluye la explotación feroz de la fuerza de trabajo. Pero esa ferocidad no se muestra en la imposición de normas de trabajo que permitan aumentar la productividad sino que, esencialmente, se manifiesta en el nivel de vida miserable de los obreros y en la brutalidad con la que se les responde a sus reivindicaciones.

Podemos caracterizar este tipo de Régimen como el reino de los aduladores, de los jefecillos incompetentes y vociferantes, de los prevaricadores cínicos, de los manipuladores sin escrúpulos y de los policías. Estas características son generalmente propias de toda la sociedad capitalista, reforzadas además por los fenómenos de su descomposición, pero cuando se imponen totalmente, en vez de la competencia técnica, de la explotación racional de la fuerza de trabajo y de la búsqueda de la competitividad en el mercado, comprometen radicalmente los resultados de una economía nacional.

En tales condiciones las economías de estos países, en su mayoría ya bastante atrasadas, están por lo general mal preparadas para enfrentar la crisis capitalista y la agudización de la competencia que esa crisis provoca en el mercado mundial.

13  Ante su quiebra total la única alternativa que puede permitir a la economía de esos países, no ya alcanzar una competitividad real sino al menos mantenerse a flote, consiste en la introducción de mecanismos que permitan un grado de responsabilidad efectiva y real de sus dirigentes. Tales mecanismos suponen una “liberalización” de la economía, la creación de un mercado interior que exista realmente, una “autonomía” mayor de las empresas y el desarrollo  de un sector “privado” fuerte. Ese es el programa de la “Perestroika” así como el del Gobierno de Tadeusz Masowiecki en Polonia y el de Deng Xiaoping en China. Sin embargo, aunque dicho programa sea cada vez más indispensable su puesta en práctica tropieza con obstáculos prácticamente insuperables.

En primer lugar, ese programa implica la instauración de la “veracidad  en los precios” del mercado, lo que quiere decir que los productos de consumo corriente y hasta los de primera necesidad -que hoy se subvencionan- van a tener que aumentar de manera vertiginosa: los aumentos del 500% que se vieron en Polonia en agosto del 1989 dan una idea de lo que le espera a la población y especialmente a la clase obrera. La experiencia pasada (y también la presente) de la misma Polonia da prueba de que esa política puede provocar explosiones sociales violentas que comprometerán su aplicación.

En segundo lugar, ese programa supone cerrar empresas “no rentables” (que son cantidad) o bien reducciones muy fuertes de plantilla. El desempleo que ahora es un fenómeno marginal se desarrollará de manera masiva; lo cual constituye una nueva amenaza para la estabilidad social, en la medida en que el pleno empleo era una de las pocas garantías que le quedaban al obrero y uno de los medios de control de una clase obrera harta de sus condiciones de vida. Aun más que en los países occidentales el desempleo masivo puede transformarse en verdadera bomba social.

En tercer lugar, la “autonomía” de las empresas choca contra la resistencia encarnizada de toda la burocracia económica cuya razón oficial de ser es planificar, organizar y controlar la actividad del aparato productivo.  La notoria ineficacia que hasta el presente ha manifestado esa burocracia podría volverse, en esta misión, eficazmente terrible si decide sabotear las “reformas”.

14  En fin, la aparición, junto a la burguesía de Estado, de una capa de “gestores” al modo occidental, realmente capaces de valorar el capital invertido, va a ser para aquella (que está integrada en un aparato de poder político) un competidor inaceptable. El carácter esencialmente parasitario de su existencia se verá expuesto sin piedad a la luz del día, lo que al cabo será una amenaza no sólo para su poder sino también para el conjunto de sus privilegios económicos. Para el partido como un todo, cuya razón de ser reside en la aplicación y la dirección del “socialismo real” (según la Constitución polaca es la “fuerza dirigente de la sociedad en la construcción del socialismo”) es todo su Programa, su propia identidad lo que será puesto en entredicho.

El fracaso patente de la “Perestroika”[4] de Gorbachov, así como el de todas las reformas precedentes que tenían la misma dirección, delatan claramente esas dificultades. De hecho, la aplicación efectiva de esas reformas no puede conducir más que a un conflicto declarado entre los dos sectores de la burguesía, la burguesía de Estado y la burguesía “liberal” (aunque esta última se reclute igualmente en una parte del aparato del Estado). La conclusión brutal de este conflicto, como vimos recientemente en China, da una idea de las formas que puede tomar en los demás países de régimen estalinista.

15  Así como existe un estrecho lazo entre el tipo de aparato económico y la estructura del aparato político, la reforma de uno repercute necesariamente en la otra. La necesidad de una “liberalización” de la economía encuentra su expresión en el surgimiento en el seno del partido o fuera de él de fuerzas políticas que se hacen portavoces de esa necesidad. Ese fenómeno acarrea fuertes tendencias a la escisión en el partido (hipótesis evocada recientemente por un miembro de la dirección del Partido húngaro) así como a la creación de formaciones “independientes” que se proclaman de manera más o menos explícita a favor del restablecimiento de las formas clásicas del capitalismo, como es el caso de Solidarnosc[5].

Esta tendencia a la aparición de varias formaciones políticas con programas económicos diferentes lleva consigo la presión a favor del reconocimiento legal del “pluripartidismo” y del “derecho de asociación”, de elecciones “libres”, de la “libertad de prensa”; en resumen, de los atributos clásicos de la democracia burguesa. Además, cierta libertad de crítica o el “llamamiento a la opinión pública”, pueden ser palancas para desmontar a los burócratas “conservadores” que se aferran a la poltrona. De ahí que por regla general los “reformadores” a nivel económico lo son también a nivel político. Por eso, la “Perestroika” va emparejada a la “Glasnost”[6]. La “democratización” e incluso la aparición de fuerzas políticas de “oposición” pueden en ciertas circunstancias, como en Polonia en 1980 y en 1988, o como en la URSS hoy, servir de señuelo y de medio de encuadramiento ante la explosión de descontento de la población y, especialmente, de la clase obrera. Ese último elemento es evidentemente un factor suplementario de presión a favor de las “reformas políticas”.

16 Sin duda, del mismo modo que la “reforma económica” se propuso tareas prácticamente irrealizables, la “reforma política” tiene pocas probabilidades de éxito. La introducción efectiva del “pluripartidismo”  y de elecciones “libres”, que es la consecuencia lógica de un proceso de “democratización”, son una verdadera amenaza para el partido en el poder. Como vimos recientemente en Polonia y, en cierta medida, en la URSS el año pasado, dichas elecciones no pueden conducir más que  a la puesta en evidencia del desprestigio total del partido, del verdadero odio que le tiene la población. En la lógica de esas elecciones, lo único que el partido puede esperar es la pérdida de su poder. Ahora bien, eso es algo que el partido, a diferencia de los partidos “democráticos” de Occidente, no puede tolerar porque:

  • si pierde el poder en las elecciones no podrá jamás, a diferencia de los otros partidos, volver a conquistarlo por ese medio:
  • la pérdida de su poder político significaría concretamente la expropiación de la clase dominante, puesto que su aparato político ES, precisamente, la clase dominante.

Mientras que en los países de economía “liberal”  o “mixta”, en donde se mantiene una clase burguesa clásica directamente propietaria de los medios de producción, el cambio de partido en el poder (a menos que se traduzca en la llegada de un partido estalinista) no tiene más que un impacto débil en sus privilegios y en el lugar que ocupa en la sociedad ; un acontecimiento así en un país del Este, significa, para la gran mayoría de los burócratas, pequeños y grandes , la pérdida de sus privilegios, el desempleo y hasta persecuciones de parte de los vencedores. La  burguesía alemana pudo arreglárselas con el Káiser, con la república socialdemócrata, con la república conservadora, con el totalitarismo nazi, con la república democrática, sin que sus privilegios se viesen amenazados en lo esencial. En cambio, un cambio de régimen en la URSS significaría la desaparición de la burguesía en este país, bajo su forma actual, al tiempo que la del partido. Y si bien un partido político puede suicidarse, puede declararse disuelto, una clase dominante y privilegiada no se suicida.

17  Por todo ello, las resistencias que se manifiestan en el aparato de los partidos estalinistas de los países del Este contra las reformas políticas no pueden quedar reducidas al simple miedo de los burócratas más incompetentes a perder sus puestos y privilegios. Es el partido como cuerpo, como entidad social y como clase dominante el que se expresa en esa resistencia.

Además, lo que escribíamos hace nueve años de que «Todo movimiento de protesta corre el riesgo de cristalizar el enorme descontento que existe en un proletariado y una población sometidos desde hace décadas a la más violenta de las contrarrevoluciones», sigue hoy siendo válido. Efectivamente, si las “reformas democráticas” tienen como uno de sus objetivos servir de válvula de seguridad a la enorme cólera que existe en la población, también contienen el riesgo de dejar que esa cólera se exprese en forma de explosiones incontrolables. Cuando las manifestaciones de descontento ya no son, desde su  comienzo  e inmediatamente, aplastadas en sangre y con encarcelamientos masivos existe el riesgo de que se expresen abierta y violentamente. Cuando la presión se hace demasiado fuerte en la olla,  el vapor  que debería salir por la válvula puede hacer saltar la tapadera.

En cierta medida las huelgas del último verano en la URSS han sido una ilustración de ese fenómeno. En un contexto diferente al de la “Perestroika” la explosión de combatividad obrera no hubiera podido extenderse de esa manera ni durante tanto tiempo. Pasa lo mismo con la explosión actual de movimientos nacionalistas, en aquel país, que ponen en evidencia el peligro que representa para su integridad territorial misma la política de “democratización” de la segunda potencia mundial.

18  En efecto, teniendo en cuenta que el factor prácticamente único de cohesión del bloque ruso es la fuerza armada, toda política que tienda a hacer pasar a un segundo plano este factor lleva consigo la fragmentación del bloque. El bloque del Este nos está dando ya la imagen de una dislocación creciente. Por ejemplo, las invectivas entre Alemania del Este y Hungría, entre los gobiernos “conservadores” y “reformadores”, no son representaciones teatrales; dan una idea de las divisiones reales que se están estableciendo entre las diferentes burguesías nacionales. En esa zona, las tendencias centrífugas son tan fuertes que se desatan en cuando se les da ocasión de hacerlo y hoy esa ocasión se alimenta con los temores, suscitados en los partidos dirigidos por los “conservadores”, de que el movimiento procedente de la URSS y que se extendió a Polonia y Hungría venga por contagio a desestabilizarlos.

Fenómeno similar es el que se puede observar en las repúblicas periféricas de la URSS: esos regímenes son en cierto modo colonias de la Rusia zarista o de la Rusia estalinista (como los países Bálticos anexionados gracias al Pacto Germano-soviético de 1939). Pero al contrario de las otras potencias, Rusia no ha podido nunca proceder a una descolonización pues esto habría significado para ella la pérdida definitiva de todo control en esas regiones, algunas de ellas, además, muy importantes desde el punto de vista económico. Los movimientos nacionalistas que favorecidos por el relajamiento del poder central del partido ruso se desarrollan hoy, con casi medio siglo de atraso respecto a los movimientos que habían afectado al imperio francés o al británico, llevan consigo una dinámica de separación de Rusia.

A fin de cuentas, si el poder central de Moscú no reaccionara asistiríamos a un fenómeno de explosión no sólo del bloque ruso sino igualmente de su potencia dominante. En una dinámica así, la burguesía rusa, clase hoy dominante de la segunda potencia mundial, no se encontraría a la cabeza mas que de una potencia de segundo orden, mucho más débil que Alemania, por ejemplo.

19 La “Perestroika” ha abierto una verdadera caja de Pandora al crear situaciones cada vez más incontrolables; como por ejemplo, la que acaba de instalarse en Polonia, con la constitución de un gobierno dirigido por Solidarnosc. La política “centrista” (como la define Yeltsin) de Gorbachov es en realidad un ejercicio en la cuerda floja, de equilibrio inestable entre dos tendencias cuya confrontación es inevitable: la que quiere ir hasta el final del movimiento de “liberación”, porque las medias tintas no pueden resolver nada  ni a nivel económico ni a nivel político, y la tendencia que se opone a ese movimiento por miedo a que provoque la caída de la forma actual de la burguesía o incluso hasta el desmoronamiento de la potencia imperialista de Rusia.

   En la  medida en que, actualmente, la burguesía reinante dispone todavía del control de la fuerza policíaca y militar (incluso evidentemente en Polonia), esa confrontación no puede conducir más que a enfrentamientos violentos, y hasta baños de sangre, como el que se acaba de ver en China. Y esos enfrentamientos serán tanto más brutales en cuanto que desde hace más de medio siglo en la URSS y casi cuarenta años en sus “Satélites”, la población ha ido acumulando cantidades industriales de odio profundo hacia una camarilla estalinista sinónimo de terror, de matanzas, de torturas, de hambre y escasez y de una monstruosa y cínica arrogancia. Si la burocracia estalinista pierde el poder en los países que controla, será victima de auténticos pogromos.

20 Pero cualquiera que sea la evolución futura de la situación en los países del Este, los acontecimientos que hoy los están zarandeando son la confirmación de la crisis histórica, del desmoronamiento definitivo del estalinismo, de esa monstruosidad símbolo de la más terrible contrarrevolución que haya sufrido el proletariado.

En esos países se ha abierto un periodo de inestabilidad, de sacudidas, de convulsiones, de caos sin precedentes cuyas implicaciones irán mucho más allá de sus fronteras. En particular el debilitamiento del bloque ruso, que se va a acentuar  aun más, abre las puertas a una desestabilización del sistema de relaciones internacionales y de las constelaciones imperialistas que habían surgido de la II Guerra mundial  con los acuerdos de Yalta. Sin embargo esto no quiere decir en manera alguna que se ponga en tela de juicio el curso histórico hacia enfrentamientos de clase. En realidad, el desmoronamiento actual del bloque del Este es una de las manifestaciones de la descomposición general de la sociedad capitalista; descomposición debida precisamente a la imposibilidad de la burguesía para aportar su propia respuesta (la guerra generalizada) a  la crisis declarada en la economía mundial[7]. Por eso, hoy más que nunca la clave de la perspectiva histórica, la clave del porvenir está en manos del proletariado.

21 Los acontecimientos actuales en los países del Este confirman claramente que la responsabilidad del proletariado mundial recae principalmente en sus batallones de los países centrales y especialmente los de Europa occidental. En efecto, en la perspectiva de convulsiones económicas y políticas, de enfrentamientos entre sectores de la burguesía en los regímenes estalinistas, existe el peligro de que los obreros de esos países se dejen enrolar y hasta matar en defensa de unas fuerzas capitalistas enfrentadas (como ocurrió en España en 1936), incluso de que sus luchas sean desviadas a ese terreno. Las luchas obreras del verano de 1989, a pesar de su carácter masivo y de la combatividad que desarrollaron, no suprimieron el enorme atraso político que lastra al proletariado de la URSS y del bloque dominado por ella. En esta parte del mundo, a causa del atraso económico del capital mismo pero sobre todo a causa de la profundidad y brutalidad de la contrarrevolución, los obreros todavía son muy vulnerables ante las mistificaciones y trampas democráticas, nacionalistas y sindicalistas. Las explosiones nacionalistas de estos últimos meses en la URSS así como las ilusiones que revelaron las luchas recientes en este país y el bajo nivel actual de conciencia política de los obreros en Polonia (a pesar de la importancia de sus combates en estos últimos veinte años) son una ilustración más del análisis de la CCI sobre esta cuestión (Rechazo de la teoría del “eslabón más débil” –ver la Revista Internacional; nº 31[8]). Por todo ello, la denuncia, en los procesos de lucha, de todas las mistificaciones democráticas y sindicalistas por parte de los obreros de los países centrales, precisamente por el peso de las ilusiones que sobre occidente se hacen los obreros de los países del Este, será un factor fundamental de la capacidad de estos últimos para desmontar las trampas que la burguesía no cesará de tenderles, para no dejarse desviar de su terreno de clase.

22 Los acontecimientos que hoy están agitando a los países llamados “socialistas”, la desaparición de hecho del bloque ruso, la bancarrota patente, definitiva, del estalinismo a nivel económico, político e ideológico, constituyen el hecho histórico más importante desde la II Guerra Mundial junto con el resurgimiento internacional del proletariado a finales de los años 60. Un acontecimiento de esa envergadura tendrá repercusiones, y ha empezado ya a tenerlas en la conciencia de la clase obrera y más todavía por tratarse de una ideología y un sistema político presentados durante más de medio siglo, por todos los sectores de la burguesía, como “socialistas” y “obreros”. Con el estalinismo desaparece el símbolo y la punta de lanza de la más terrible contrarrevolución de la historia. Eso no significa que el desarrollo de la conciencia del proletariado mundial tenga ahora ante sí un camino más fácil, sino al contrario. Hasta en su muerte el estalinismo está aportando un último servicio a la dominación capitalista: al descomponerse, su cadáver sigue contaminando la atmósfera que respira el proletariado. Para los sectores dominantes de la burguesía, el desmoronamiento definitivo de la ideología estalinista, los movimientos “democráticos”, “liberales” y nacionalistas que están zarandeando a los países del Este, son una ocasión pintiparada para desatar e intensificar más aun sus campañas mistificadoras. La identificación establecida sistemáticamente entre comunismo y estalinismo, la mentira repetida miles y miles de veces, machacada hoy todavía más que antes, de que la revolución proletaria no puede conducir más que a la bancarrota, va a tener, con el hundimiento del estalinismo y durante todo un periodo un impacto creciente en las filas de la clase obrera. Es posible que vivamos un retroceso momentáneo en la conciencia del proletariado, cuyas manifestaciones se advierten, especialmente ya, en el retorno a bombo y platillo de los sindicatos en el ruedo social. Aunque el capitalismo no dejará de llevar a cabo sus incesantes ataques, cada vez más duros, contra los obreros, lo que les obligará a entrar en lucha; no por ello el resultado va  a ser, al comienzo, el de una mayor capacidad de la clase para avanzar en su toma de conciencia.

En vista de la importancia histórica de los hechos que lo determinan, el retroceso actual del proletariado, aunque no ponga en tela de juicio el curso histórico -es decir, la perspectiva general hacia enfrentamientos de clase-, aparece como más importante que el que había acarreado la derrota del proletariado en Polonia en 1981. Sin embargo, no se puede prever ni su amplitud ni su duración. En particular, el ritmo del hundimiento del capitalismo occidental, en el que se percibe actualmente una aceleración hacia una nueva recesión abierta y patente, va a determinar el plazo de la próxima reanudación de la marcha del proletariado hacia su conciencia revolucionaria. Al barrer las ilusiones sobre la “reactivación” de la economía mundial, al poner al desnudo la mentira que nos presenta al capitalismo “liberal” como una solución a la bancarrota del pretendido “socialismo”, al revelar la quiebra histórica del conjunto del modo de producción capitalista y no sólo de sus retoños estalinistas, la intensificación de la crisis capitalista obligará al proletariado a dirigirse de nuevo hacia la perspectiva de otra sociedad, a inscribir de manera creciente sus combates en esa perspectiva. Como la CCI escribía a ya, después de la derrota del 81 en Polonia, la crisis capitalista sigue siendo el mejor aliado de la clase obrera.

CCI  5 octubre 1989

 

[1] POUP: Partido Obrero Unificado de Polonia, el partido único, de obediencia estalinista de entonces, hoy ya desaparecido

[2] Ver https://es.internationalism.org/node/2318 [6]

[3]El que en algunos países del Este existan varios partidos (en la “ultra-ortodoxa” RDA hay no menos de cinco, entre ellos un partido “liberal” y un partido “socialdemócrata”) no cambia nada ya que es el partido estalinista quien tiene todo el poder, siendo los demás simples apéndices y “valedores” de aquél. RDA: la antigua República Democrática Alemana absorbida por la Alemania “federal” en 1990.

[4]Perestroika quiere decir “reestructuración” y es el nombre que adoptó la política de Gorbachov –ascendido al poder de la URSS en 1985- para intentar reformar la economía del país ante los golpes brutales que le propinaba la crisis capitalista. Ver en Revista Internacional nº 58 La perestroika de Gorbachov una mentira en la continuidad del estalinismo /revista-internacional/200608/1037/la-perestroika-de-gorbachov-una-mentira-en-la-continuidad-del-esta [9]

[5]Por ejemplo, en la dirección del partido en Polonia, algunos se proclaman “socialdemócratas”; en el Buró Político del Partido húngaro se encuentra un tal Imre Pozsgay, candidato designado para la elección presidencial prevista para el 1990, que declara que :  «es imposible reformar la práctica comunista existente actualmente en URSS y Europa del Este…, este sistema debe liquidarse». Así mismo el Apparatchik Boris Yeltsin, exjefe del PC de Moscú, declara a los estadounidenses que la URSS debe aprender de los EEUU y de T. Masowiecki, quien en los discursos de investidura de su gobierno no menciona ni una sola vez la palabra “socialismo”

[6]En la tentativa desesperada por salvar la forma particular de capitalismo entonces reinante en la URSS, la Perestroika –en resumen, “reforma económica”- se acompañó de la Glasnost, literalmente “transparencia”, y que era lo que podríamos llamar el intento de “reforma política”.  

[7]Para un análisis de la descomposición social, ideológica y estructural del capitalismo ver en Revista Internacional nº 62 Tesis sobre la Descomposición /revista-internacional/200510/223/la-descomposicion-fase-ultima-de-la-decadencia-del-capitalismo [10] 

[8]Ver /revista-internacional/200510/223/la-descomposicion-fase-ultima-de-la-decadencia-del-capitalismo [10]  

 

Series: 

  • Entender la descomposición [11]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • El estalinismo, el bloque del Este [12]

Cuestiones teóricas: 

  • Descomposición [13]

Revista Internacional nº 61: abril a junio 1990

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abril a junio 1990

La crisis del capitalismo de Estado

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La economía mundial se hunde en el caos

«¡Victoria!, ¡El capitalismo ha vencido al comunismo! Mirad el Este: sólo ruinas y pobreza, nada funciona, la población está asqueada del socialismo. Mirad a Occidente riqueza y abundancia, inflación vencida, un crecimiento económico desde hace más de siete años. El mejor sistema es la democracia liberal y pluralista. Es el triunfo de la economía de mercado!»

En las capitales del mundo occidental retumban los aleluyas eufóricos de los aduladores de la economía capitalista. Con el pretexto del derrumbe del bloque del Este, se ha desatado una intensa campaña ideológica de glorificación del capitalismo liberal.

Dos verdades hay sin embargo en medio de esa maraña: la economía del bloque del Este está en ruinas y la ley del mercado se ha impuesto. Lo demás son mentiras, engaños que la clase dominante cultiva para su guerra ideológica contra el proletariado y que expresan sus propias ilusiones sobre su sistema.

El mayor engaño consiste en afirmar que los países del bloque del Este, y en particular la URSS, serían una encarnación del comunismo. El pretendido «socialismo real», según la terminología de moda, sería el infierno al que conduce la teoría marxista. En realidad, el proletariado sigue pagando el trágico fracaso de la revolución proletaria que había empezado en Rusia en 1917: la identificación de la contrarrevolución estalinista con una victoria del comunismo es la peor mentira que le haya tocado soportar en toda su historia.

Una clase obrera reducida al hambre, explotada de la manera más feroz, asesinada al menor signo de rebeldía; una clase dominante -la nomenklatura- aga­rrada férreamente a sus privilegios; un Estado tentacular, totalmente burocratizado y militarizado; una economía fundamentalmente orientada hacia la producción y el mantenimiento de armas; un imperialismo ruso de lo más brutal, que ha impuesto el saqueo y el racionamiento a su bloque. Todos esos rasgos, que caracterizan a los países del Este, no tienen nada que ver con lo que preconizaba Marx: abolición de las clases, debilita miento y desaparición del Estado, internacionalismo proletario.

Sin embargo, aunque tomen una forma caricaturesca bajo la dictadura estalinista, esas características no son una exclusiva del estalinismo. De manera más o menos marcada, el mundo entero las posee. A pesar de lo que le es específico -producto de su historia - la economía de los países del Este es capitalista.

 

El estallido de los bloques
y la crisis del capitalismo de Estado

Al acabar la segunda guerra mundial, la Nomenklatura estalinista, parasitaria (15 por ciento de la población), se encontró a la cabeza de un bloque cuya economía había quedado destruida o seguía siendo subdesarrollada. Su poder lo estableció haciendo trampas con la ley del valor, imponiendo medidas extremas de capitalismo de Estado, debido a la ausencia de la antigua burguesía de propietarios privados de los medios de producción, expropiada por la revolución proletaria de Octubre 1917: estatificación total de los medios de producción, mercado interior controlado y racionado, desarrollo masivo de la economía de guerra y sacrificio de toda la economía a las necesidades del ejército, única garantía, en última instancia, del poder sobre su bloque y de credibilidad imperialista internacional. Incapaz de ir a la guerra, única carta que le quedaba, con un ejército entorpecido por el mal funcionamiento de la economía y con un descontento en la población que el terror policíaco ya no consigue hacer callar, a la nueva burguesía rusa no le queda sino constatar el deterioro de su economía y su impotencia frente a la catástrofe.

El derrumbe económico del modelo estalinista no significa el derrumbe del socialismo sino un nuevo paso del capitalismo hacia su hundimiento en la crisis mundial que dura desde hace años. La tan vanagloriada ley del mercado se impone hoy como se impuso hace diez años a los países del llamado «tercer mundo», a los que hundió de manera definitiva en una miseria y una barbarie que poco tienen que envidiar a las que predominan en los países del Este.

No se juega impunemente con la ley del valor, base del sistema económico capitalista. Los ideólogos occidentales recuerdan sin cesar esta verdad, repitiendo «¡Viva el mercado!». Pero esa ley se impone también al conjunto de la economía llamada «liberal», fuera del bloque del Este. Mientras que la propaganda occidental, frente a la quiebra económica del bloque del Este, repite el mismo estribillo: «Todo anda bien en Occidente», la crisis sigue su labor de zapa y la famosa ley del mercado sigue actuando. A pesar de todas las manipulaciones estadísticas de que son objeto, las tasas de crecimiento siguen bajando en todas partes anunciando un mayor hundimiento de la economía mundial en la recesión.

La bancarrota del bloque del Este no anuncia días radiantes para el capitalismo Después de la del «Tercer mundo», lo que anuncia son las quiebras de los centros más avanzados del capitalismo. La primera potencia mundial, los Estados Unidos, están en primera fila.

La primera potencia mundial, que se presenta como campeón del liberalismo económico en el plano ideológico, no ha concretado sus discursos en la práctica. Al contrario, la intervención del Estado en la economía se ha intensificado durante las últimas décadas.

La caricatura estalinista, las nacionalizaciones y la abolición de la competencia en el mercado interno no bastan para comprender lo que es la tendencia al capitalismo de Estado. El capitalismo de Estado en su forma estadounidense, que integra al capital privado dentro de una estructura estatal y lo somete al control de ésta, el famoso modelo adecuadamente llamado «liberal», es mucho más eficaz, flexible, adaptable, implica un mayor sentido de responsabilidad en la gestión de la economía nacional y posee un mayor poder embaucador por estar mejor disfrazado. Sobre todo, posee una economía y un mercado mucho más poderosos: el PNB global de los países de la OCDE, 12 billones de dólares, equivale a más de seis veces la renta nacional de los países del COMECON (Mercado Común de los Países del ex-bloque ruso) en 1987.

Aunque frente a los medios de comunicación, Reagan y su equipo, aparecían como los principales defensores del liberalismo a todo trapo, en los oscuros pasillos del poder estatal, la política económica que se ha puesto en práctica está en total contradicción con sus credos públicos. Esas políticas estatales son distorsiones de la ley del valor, trampas con la sacrosanta ley del mercado.

Con la muy estatal política de tasas de interés, gestionada por el no menos estatal Banco Federal, los Estados Unidos han impuesto al mercado mundial la ley del Dólar -moneda con la cual se realizan las tres cuartas partes del comercio mundial-. En nombre de la defensa del rey Dólar se ha impuesto una disciplina a los grandes países industrializados, que son competidores pero también vasallos del bloque occidental, a través del G7 que agrupa a los más importantes. Despreciando todas las leyes de la libre competencia, en las discusiones del GATT, se reparten, intercambian y regatean partes de mercado. La famosa «desregulación» de los mercados ha sido tan sólo una expresión de la muy estatal voluntad estadounidense de imponer las normas de su mercado interno al mundo entero. Para proteger su agricultura o para ayudar a los bancos y cajas de ahorro en bancarrota, el Estado Federal otorga directamente subvenciones de centenares de miles de millones de dólares. Los encargos de armas del Pentágono son un subsidio disfrazado para toda la industria estadounidense, que depende cada vez más de esos pedidos. La reactivación económica de los USA, después de la brutal recesión mundial de principios de los años 80 (de la cual no han vuelto a levantarse los países subdesarrollados), fue realizada gracias a un masivo déficit presupuestario que sirvió para financiar un esfuerzo de guerra sin precedentes en tiempos de paz y gracias a un déficit comercial que batió todos los récords históricos. Sólo un endeudamiento astronómico hizo que esa política fuese posible.

Todas esas políticas de capitalismo de Estado han terminado por imponer distorsiones crecientes a los mecanismos de mercado, haciendo de éste algo cada vez más artificial, inestable, volátil. La economía estadounidense navega por un mar da deudas que, como cualquier país subdesarrollado, será incapaz de reembolsar. La deuda global de los USA, interna y externa, corresponde a casi dos años del PNB, la deuda externa de México o de Brasil (la deuda interna tiene poco sentido en países donde la moneda se ha desmoronado), de la que tanto hablan los banqueros del mundo entero, corresponde, respectivamente, a nueve y seis meses de actividad económica. La superpotencia USA tiene pies de arcilla y la deuda pesa cada vez más sobre sus hombros.

El pretendido mercado libre del mundo occidental -en realidad lo esencial del mercado mundial- es tan artificial como el del mundo del Este, pues sobrevive artificialmente mantenido por la emisión de dinero sin garantía real y por un endeudamiento creciente que nunca será reembolsado.

La producción de armas ha permitido un fortalecimiento de la supremacía imperialista de los Estados Unidos, pero no de su industria. Al contrario. En tres sectores claves de la industria: máquinas herramienta, automóviles, computadoras, las partes de mercado de los USA han disminuido, entre 1980 y 1987, de 12,7 a 9 %; de 11,5 a 9,4 %; de 31 a 22 %.

La producción de armas no sirve ni para reproducir la fuerza de trabajo ni para crear nuevas máquinas. Es riqueza, capital destruidos. Es una función improductiva que pesa sobre la competitividad de la economía nacional. Por ello, los dos líderes de los bloques surgidos de la repartición de Yalta, han visto su economía debilitarse y perder en competitividad frente a sus propios aliados. A eso conducen los gastos de fortalecimiento de la potencia militar, pero es la única manera de garantizarse una posición de líder imperialista, condición, en última instancia, de poder económico.

Al perder credibilidad el espantajo del imperialismo ruso, con el derrumbe económico de los países del COMECON, el bloque occidental pierde al mismo tiempo la razón esencial de su unidad.

Después de décadas de políticas de capitalismo de Estado dirigidas por los bloques imperialistas, el actual proceso de disolución de las alianzas, constituye efectivamente, desde cierto punto de vista, una brutal adecuación de las rivalidades imperialistas con las realidades económicas. Lo que se confirma es la incapacidad de las medidas de capitalismo de Estado de seguir trampeando eternamente con las leyes del mercado capitalista. Más allá de la realidad específica del bloque ruso, este fracaso traduce la impotencia en que se encuentra la burguesía mundial para enfrentar su crisis crónica de sobreproducción, la crisis catastrófica del capital. Es la demostración de la ineficacia creciente de las políticas estatales, utilizadas de manera cada vez más masiva, a escala de bloques, durante décadas, y presentadas, desde los años treinta, como la panacea contra las contradicciones insuperables del mercado capitalista.

La caída de los Estados Unidos en la recesión...

Los ideólogos a sueldo del capital se siguen extasiando con lo que llaman «la victoria del capitalismo de mercado», y creen ver, en el Este, signos de una nueva aurora para un capitalismo revivificado y triunfante. El huracán que se acerca a las costas de la economía USA les va a meter por la garganta todas las frases huecas que han pronunciado sobre el mercado.

El símbolo del capitalismo triunfante, la tierra santa de los cruzados del liberalismo, la economía norteamericana, anda alicaída y está iniciando las últimas maniobras improvisadas para un aterrizaje que no será suave.

Los Estados Unidos están perdiendo su credibilidad en el mercado financiero. Los prestamistas se hacen cada vez más reticentes. Tan sólo el pago de los intereses de la deuda federal previstos para 1991, o sea 180 mil millones de dólares, corresponde a más de seis meses de exportaciones. Los capitalistas japoneses y europeos, que han financiado hasta ahora lo esencial de la deuda, se hacen los remolones ante las emisiones del Tesoro USA, y el valor de esas emisiones se está cayendo: los bonos del Tesoro federal se venden hoy en día a 5 % por debajo de su valor nominal.

A la economía estadounidense le falta liquidez, le falta carburante, y su industria, artificialmente protegida, ha perdido su competitividad en el mercado mundial.

Durante el último trimestre de 1989 el crecimiento de la economía ha caído a un nivel de recesión: 0,5 % en comparación con el último trimestre de 1988. Los sectores más avanzados de la industria USA anuncian bajas en los beneficios y pérdidas. En el ramo de las computadoras, IBM anuncia una caída de 74 % de sus beneficios durante el cuarto trimestre de 1989, 40 % en el año; Digital Equipment 40 % en el año; Control Data ha perdido, en 1989, 680 millones de dólares, 196 millones en el último trimestre. Misma situación en el sector del automóvil: General Motors, Ford, Chrysler anuncian despidos por decenas de miles. La producción de petróleo ha caído a su más bajo nivel desde hace 26 años. La siderurgia está arruinada. Las empresas más débiles acumulan pérdidas.

Wall Street está cada día más inestable y, desde octubre, ha perdido 300 puntos pasando por varias situaciones de pánico. Los héroes de la bolsa siguen los pasos de sus colegas industriales y despiden de manera masiva: Merryl Lynch, Drexel-Burnham, Shearson-Lehman, etc. La perspectiva de una reducción del déficit estatal angustia a los industriales que temen una disminución de los encargos del Estado: una reducción de 1000 millones de dólares del presupuesto militar acarrea 30 000 despidos. Y con el desarrollo del desempleo el mercado solvente se reduce cada vez más.

El mercado inmobiliario, por falta de compradores, se hunde después de años de especulación desenfrenada. La brutal desvalorización del sector inmobiliario trae consigo la de los haberes de todo el capital estadounidense. Al ver el valor de sus inversiones inmobiliarias derretirse como nieve al sol, las cajas de ahorro quiebran y los especuladores internacionales, que construyeron imperios industriales a golpe de Ofertas Públicas de Adquisición (OPA) pagadas a crédito, se hallan en la incapacidad de pagar los plazos de sus deudas.

Los grandes bancos empiezan a saber lo que quiere decir pánico. No sólo son incapaces de resolver la cuestión de la deuda impagada de los países pobres, sino que además se enfrentan a la insolvencia creciente de la economía USA. En proporción con los fondos propios de los bancos, los créditos inmobiliarios que plantean problemas, han pasado de 8 a 15 % en un año, en el Noreste industrial. Con las peripecias de Wall Street, los préstamos que sirvieron para financiar las operaciones de concentración de capital y las especulaciones bursátiles, se hacen cada vez más inconsistentes. Así, por ejemplo, la bancarrota de tan sólo uno de los grandes especuladores, Robert Campeau, deja una cuenta que se estima entre 2 y 7 mil millones de dólares. El banco de negocios Drexel-Burnham anuncia perdidas de 40 millones de dólares y se declara en quiebra. Frente al marasmo del mercado, los industriales pueden cada vez menos reembolsar sus deudas y los 200 mil millones de dólares de «junk-bonds» (literalmente «obligaciones podridas», en realidad obligaciones de mucho riesgo pero muy bien remuneradas... mientras marche el negocio) pierden rápidamente su valor.

Los grandes bancos, paladines del capitalismo americano, acumulan pérdidas: J.P. Morgan 1 200 millones de dólares, la Chase Manhattan 665 millones, Manufacturers Hanover 5 18 millones. Y lo peor está por venir. Los efectos de la aceleración de la degradación, que se produjo durante el último trimestre de 1989, van a ser más violentos. Con este nuevo hundimiento en la recesión, el mercado USA está perdiendo su solvencia, no sólo en el plano nacional sino también, y sobre todo, en el plano internacional. La garantía del dólar es la base de la potencia económica de Estados Unidos y el derrumbe del mercado norteamericano conlleva el derrumbe del Dólar.

El sistema financiero internacional se ha transformado en un enorme castillo de naipes que tiembla cada vez más con el soplo asmático de la economía estadounidense. La famosa política de las tasas de interés aparece cada día más incapaz de frenar el aumento de la inflación y el hundimiento en la recesión.

...anuncia un nuevo hundimiento
de la economía mundial

Con la baja de actividad de la economía americana se anuncia un hundimiento en la recesión de la economía mundial todavía más profundo. Si el hundimiento económico de los países del Este ha tenido poco impacto en el mercado mundial -hace décadas que esos mercados estaban cerrados y los intercambios con el resto del mundo eran escasos- no puede ser igual cuando se trata de la economía americana. Aunque después del final de la segunda guerra mundial su parte de mercado cayó del 30 % al 16 %, y aunque su competitividad se ha ido deteriorado constantemente, la economía norteamericana sigue siendo la primera del mundo y su mercado es de lejos el más importante.

Las exportaciones de Japón y de los países industrializados de Europa dependen de aquel mercado. El «Imperio del Sol naciente» vende 34 % de sus exportaciones a EEUU. Es el que más depende del mercado americano. En 1989 su excedente comercial, por repercusión de las dificultades americanas, perdió 17 %. Por consiguiente, la recesión en EEUU, la insolvabilidad creciente de la economía americana, significan que se cierran las puertas a las importaciones procedentes de otros países y, por ende, una caída paralela de la producción mundial. En esa espiral de la catástrofe capitalista, la totalidad de la economía planetaria se está hundiendo en el caos. El desorden increíble que está sumergiendo al mundo y que dificulta todo pronóstico detallado sobre la forma exacta con la que se va a manifestarla aceleración de la crisis, demuestra por lo menos una cosa: la ilusión de estabilidad relativa que el capital había logrado mantener en lo económico en sus metrópolis más desarrolladas durante los años 1980, ha dejado de existir.

El conjunto de los mecanismos llamados «de regulación del mercado» se empieza a atascar. Los Estados tratan de engrasar los engranajes pero los remedios son cada vez más ineficaces.

Los bancos ven con terror sus balances descender hacia abismos sin fondo, mientras que los «golden boys» de Wall-Street, héroes del liberalismo reaganiano, se encuentran hoy en la cárcel o sin empleo. Las grandes plazas bursátiles están inquietas, tuvieron múltiples alertas -el 13 de Octubre de 1989, luego el 2 de Enero para comenzar el año 1990 y el 24 de Enero, para confirmar los augurios-. Cada vez, los Estados han inundado el mercado con liquideces para frenar el pánico, pero ¿hasta cuándo puede durar esa política de improvisación acrobática?

Como dato significativo de la inquietud que gana terreno en el mundo de los especuladores, el 2 de Enero no fue Wall Street sino la bolsa de Tokyo la que cayó primero, la cual se ha convertido en la primera plaza bursátil del mundo, y que hasta entonces se había hecho notar por su solidez y estabilidad. La cuenta atrás ha comenzado y anuncia quiebras y hundimientos futuros.

Nuevos mercados ilusorios

Sin embargo, a pesar de esas perspectivas sombrías, los ideólogos del capital siguen celebrando el famoso mercado. Y, mientras el mercado mundial se encoge de nuevo de manera drástica con el decaimiento de la economía americana, buscan desesperadamente nuevos oasis capaces de aplacar la sed de mercados de una industria cuyos medios de producción se han desarrollado enormemente, con las inversiones de estos últimos años. No encuentran más que nuevos espejismos para perpetuar la ilusión:

 

-        el mercado japonés que desde hace años debe abrirse pero que sigue desesperadamente cerrado porque su propia industria lo copa y no deja sitio para los exportadores extranjeros;

 

-        el mercado de los países de Este que acaba de abrirse más ampliamente a Occidente, pero que está arruinado por décadas de saqueos y de aberración burocrática estalinistas y que, para importar, deberá pedir créditos masivos a los países occidentales;

 

-        la futura «unificación» europea que en 1992 debería ser el mercado más grande del mundo, perspectiva hipotética que la inestabilidad mundial aleja todavía más y que, de todas maneras, es ya un mercado copado por muy dividido que esté.

Para todos esos mercados el problema es el mismo: con respecto a su capacidad solvente, están ya supersaturados. Una reactivación económica en esas regiones sólo podría hacerse a crédito, haciendo funcionar la fábrica de billetes. Esa es exac­tamente la política económica de EEUU desde hace años. ¡Y ya se ve adónde ha llevado!

La situación financiera mundial no incita a los inversores a conceder nuevos créditos que, como los anteriores tampoco serán reembolsados en su mayor parte. Es significativo que las buenas intenciones de los discursos sobre las ayudas al Este no se hayan transformado sino en créditos occidentales otorgados con cuentagotas. La economía mundial ha llegado a un umbral. La política que consistía, para forzar las exportaciones, en prestar al mismo tiempo el dinero para financiarlas, se está haciendo imposible y cada vez más peligrosa. Las brutales pócimas de la economía liberal administradas a los países del Este, con la apertura de su mercado, se están plasmando en:

-        una inflación galopante, 900 % en Polonia; precios de bienes de primera necesidad duplicados en Hungría;

-        cierre de las fábricas poco competitivas -la mayoría- y por consiguiente, un desempleo masivo, desconocido hasta ahora en esos países.

El Dorado mítico del capitalismo occidental que ha hecho soñar a generaciones de proletarios en el Este, se ha convertido en la pesadilla cotidiana de un deterioro insoportable de las condiciones de vida. Al igual que los países subdesarrollados, los cuales o nunca pudieron salir de la miseria o se hundieron en ella a finales de los años 1970, los países del ex bloque del Este no saldrán mañana de la catástrofe económica en la que se siguen hundiendo. Las recetas del capitalismo de Estado liberal no serán más eficaces que las del capitalismo de Estado estalinista.

¿Quién podría financiar una reactivación destinada a atenuar las consecuencias del hundimiento de la economía americana? Siempre optimista, la burguesía mundial responde «¡Pues Alemania y Japón!». Esos países han demostrado efectivamente en estos últimos años una salud insolente, batiendo récords de exportación, supercompetitivos en unos mercados machacados por la competencia, aplicando una política monetaria más estricta que su jefe norteamericano.

Sin embargo, todas las economías de esos países no bastan para mantener a flote a la economía mundial. Los dos juntos no representaban, en 1987, más que las tres cuartas partes del PNB norteamericano. Lo esencial de sus haberes está inmovilizado en bonos del Tesoro USA, en acciones y en reservas en dólares, que no pueden vender sin sembrar pánico en los mercados. La «reactivación» en Japón, en un mercado nacional superprotegido no puede servir más que a la industria japonesa y tendrá una incidencia ínfima en el mercado mundial. Con respecto a la «reactivación» alemana, el proyecto de unificación monetaria, preludio a la reunificación de las dos Alemanias, da una idea de lo que significa. Primero, nadie puede calcular su costo: las diferentes hipótesis varían entre unos cuantos billones de marcos alemanes y varios centenares de billones. La incertidumbre reina, pero el atractivo de una «Gran Alemania» ha animado a la RFA a soltar los cuartos, a usar una política de reactivación para financiar su reunificación. Como en el caso de Japón, «caridad bien entendida empieza por uno mismo».

Por consiguiente, el impacto de esa reactivación no puede tener más que efectos limitados a nivel internacional. El abandono de la política de rigor monetario de Alemania, tan alabada hasta ahora, despierta inquietud en el mundo de las finanzas atemorizado por ese salto hacia lo desconocido. Como consecuencia, los mercados europeos se desestabilizan, las tasas de interés, ante el temor de que dicha política tenga como efecto principal que vuelva la inflación, se ponen por las nubes en Frankfurt y en París, poniendo en dificultad los mercados especulativos: bolsas, MATIF y demás. Los inversores japoneses vacilan, la «serpiente monetaria» europea sufre. La opción alemana que ha tomado Alemania del Oeste descontenta a los demás países occidentales, especialmente los europeos que ven cómo se les va el dinero con el que contaban para salvar su propia economía.

La RFA no puede financiar a la vez la absorción de la RDA y una mini reactivación en Europa occidental. La Comunidad europea está en dificultad y el mercado único de 1992 cada vez más lejano e improbable, en un momento en que los efectos conjugados de la aceleración de la crisis y de la disgregación de la disciplina de los bloques incita a cada potencia capitalista a una competencia encarnizada en las que predomina el «sálvese quien pueda» y las tentaciones proteccionistas que se refuerzan día tras día.

Lejos de ser, como lo afirmaban los propagandistas del capital, una victoria del capitalismo y el amanecer de un nuevo desarrollo, el hundimiento económico del bloque del Este ha sido el signo precursor de un nuevo hundimiento de la economía mundial en la crisis. Atadas por un paradójico destino, las dos grandes potencias dominantes, que se repartieron el mundo en Yalta, se ahogan hoy en la crisis capitalista. Del Este al Oeste, del Norte al Sur, la crisis económica es mundial y aunque el hundimiento del bloque del Este ha sido un factor de desorientación y no de clarificación para el proletariado mundial, el hundimiento significativo de la economía mundial, tras la recesión norteamericana, en una crisis cada vez más aguda y dramática, va a ser una ocasión de dejar las cosas claras. El fatídico grado cero de crecimiento para EEUU debilitará inevitablemente los temas propagandísticos occidentales.

Las previsiones marxistas sobre la crisis catastrófica del capitalismo se van a concretar cada vez más amplia y claramente. Catástrofe de la economía planetaria que hunde a fracciones crecientes de la población mundial en una miseria insondable. Anarquía creciente de los mercados capitalistas que traduce la impotencia de todas las medidas capitalistas de Estado. Las metrópolis desarrolladas se están hundiendo a su vez: inflación, recesión, desempleo masivo, parálisis del funcionamiento del Estado burocrático, descomposición de las relaciones sociales.

Las leyes ciegas del mercado, las de las contradicciones del capitalismo, están haciendo su labor de zapa. Conducen a la humanidad a la barbarie y la descomposición, espejo de una máquina capitalista que se ha vuelto loca. Comienza otra oleada de ataques contra la clase obrera, más severa que nunca: nivel de vida roído por la inflación galopante, despidos masivos, medidas de austeridad de todo tipo. Por todas partes se está aplicando la misma política de miseria para la clase obrera. Los modelos se derrumban ante la realidad de los hechos, tanto el modelo de quienes pretendían ser los defensores de los intereses de la clase obrera como los demás modelos. No sólo el modelo estalinista, sino también ahora el «socialismo al modo sueco» con un gobierno socialdemócrata que anuncia el bloqueo de los salarios y propone que se prohíba el derecho de huelga. El deterioro se acelera y, más que nunca, el capitalismo, bajo todas sus formas, muestra el atolladero y la destrucción a que está llevando a la humanidad. Más que nunca se plantea la necesidad de la revolución comunista, único medio de poner fin a la ley del mercado, es decir, la ley del capital.

JJ - 15 de Febrero de 1990

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • El capitalismo de Estado [14]

La relación entre Fracción y Partido en la tradición marxista II - La Izquierda comunista internacional, 1937-1952

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La polémica cuya publicación continuamos aquí no es un debate académico entre historiadores: El proletariado no posee como arma sino su capacidad de  organización y su conciencia. Esta conciencia es histórica, puesto que es un instrumento cargado de futuro, pero también porque se nutre de la experiencia histórica de dos siglos de luchas proletarias. Se trata aquí de transformar en armas para el presente y el futuro, la terrible experiencia de los revolucionarios durante los años que antecedieron a la IIª guerra mundial y en especial cómo y en qué condiciones los grupos revolucionarios pueden transformarse en  verdaderos partidos políticos del proletariado. Pero para ello, hay que restablecer ciertos hechos históricos, combatir las falsificaciones que se han propalado, incluso, y por desgracia, en el medio revolucionario.

En la primera parte de este artículo[1], mostrábamos cómo en los años cruciales, de 1935 a 1937, la Fracción de la Izquierda Italiana en el extranjero había logrado, a costa de un terrible aislamiento político, mantener el hilo rojo de la continuidad marxista, frente al naufragio en el antifascismo de las demás corrientes de izquierda y de la primera entre ellas, la corriente trotskista[2]. Fue esa dramática delimitación histórica lo que formó los cimientos políticos y programáticos en los que todavía hoy se siguen basando las fuerzas de la Izquierda Comunista Internacional. En el primer artículo, también mostramos que para los camaradas de Battaglia Comunista (publicación del Partito Comunista Internazionalista), todo eso no es válido más que hasta cierto punto, pues para ellos, en 1935, la cuestión central era la de dar una respuesta definitiva al paso a la contrarrevolución de los antiguos partidos mediante la transformación de la Fracción en un nuevo partido comunista. Esta postura, defendida en 1935 por una minoría activista (que rompe al año siguiente con la Izquierda comunista para dar su adhesión a la guerra «antifascista» de España) fue rechazada por la mayoría, la cual, fiel a la posición de siempre de la Izquierda, supeditaba la transformación en partido a la reanudación de la lucha de clase. Según los camaradas de Battaglia, la mayoría, favorable a una actitud de espera (attentista, en italiano) y que en 1935 había defendido aquella posición, según ellos errónea, la habría corregido en 1936, para volverla a adoptar en el 37, con todas sus desastrosas consecuencias.

En especial, su portavoz más prestigioso, Vercesi, «en 1936, para zanjar la controversia entre el "attentista", Bianco, y el partidista Piero-Tito, se inclinaba más bien hacia estos últimos ("hay que, considerar que, en la situación actual, aunque no tengamos y no podamos tener todavía influencia en las masas, nos encontramos ante la necesidad de actuar ya no como fracción de un partido que traicionó, sino como partido en miniatura". Bilan, nº 8). En esta frase, Vercesi parecía acercarse prácticamente a una visión más dialéctica, según la cual, ante la traición de los partidos centristas había que responder haciendo surgir nuevos partidos, no ya para guiar hacia el poder de modo irresponsable a unas masas que no estaban todavía en él (...), sino para expresar la continuidad de clase que se había interrumpido, para llenar el vacío político que se había producido, para volver a dar a la clase un punto de referencia política indispensable incluso en las fases de reflujo, y que fuese capaz, aunque fuera minúsculo, de crecer algún día, a medida que ocurrían los acontecimientos, y no estarlos esperando como al mesías. Pero, en 1937, Vercesi se echó atrás, para, en su "Informe sobre la situación internacional", volver a proponer a las fracciones como única expresión política posible del momento, renunciando así implícitamente a toda transformación. (...) Más allá de los giros personales de Vercesi, con el estallido de la guerra, la fracción se vuelve prácticamente inoperante. Es el final de todas las publicaciones (boletines internos, Prometeo, Bilan y Octobre); se hacen escasos, cuando no cesan del todo, los contactos entre las secciones francesa y belga. En 1945, la Fracción se disuelve sin haber resuelto en el terreno de la práctica uno de los problemas más importantes que habían provocado su creación en Pantin, en 1928. A pesar de todo eso, el partido nace a finales de 1942 bajo la impulsión de camaradas que se habían quedado en Italia (Partito Comunista Internazionalista), partido al que se unirán al final de la guerra muchos elementos de la Fracción disuelta»[3].

Como de costumbre, los camaradas de BC reescriben nuestra historia a su gusto. Primero, Vercesi no era el portavoz de la mayoría attentista (como así la llama Battaglia), sino el portador de un intento de compromiso entre dos posturas que empezaron a afirmarse, aunque de manera ambigua, al final del Congreso de 1935. A principios de 1936, Vercesi usa todavía una expresión que contiene efectivamente toda la ambigüedad combatida por la mayoría, y que aparece en la cita anterior. Es cierto que la cita exacta habla de la necesidad de actuar «ya no como fracción de un partido que traicionó, sino como -si puede uno expresarse así- como un partido en miniatura». Pero incluso con esa expresión condicional, que los camaradas de BC han hecho tramposamente desaparecer, la expresión conserva toda la ambigüedad que consiste en presentar la fracción como un partido que tendría pocos militantes, cuando en realidad se trata de una forma de organización propia de fases de la lucha de la clase que no permiten la existencia de un partido, sea éste pequeño o grande. Los verdaderos portavoces de la mayoría tenían todas las razones de protestar contra esas fórmulas contradictorias que introducían como quien no quiere la cosa, la idea de que, podrían orientarse hacia una actividad de partido, cuando no existen en realidad las condiciones. No es por casualidad si el artículo de Bianco, en Bilan nº 28, que se opone al de Vercesi, se titula «Un poco de claridad, por favor». La claridad sobre el hecho de que sólo una fracción podía existir en las condiciones de entonces, queda restablecida, pero no en 1937, como lo afirma el artículo de Battaglia. Lo que dejó las cosas claras fue que la minoría, frente a los acontecimientos de España, rompió definitivamente amarras, enfangándose en el antifascismo, esclareciendo así, en los hechos mismos, adónde llevan los discursos sobre la necesidad de «acabar de una vez con las esperas». Enfrentado a ese giro brusco, Vercesi reacciona dejando momentáneamente de lado (y sólo momentáneamente, por desgracia) los discursos sobre las «nuevas fases». Al haberse mantenido con firmeza en sus posiciones, en el período crucial que va desde Julio de 1936 a Mayo de 1937 (en que se produjo el aplastamiento de los trabajadores de Barcelona), la fracción fue capaz de poner las bases de lo que hoy es la Izquierda Comunista Internacional, a costa, sin embargo, del mayor aislamiento respecto a un medio político en plena descomposición democrática. Aquella terrible presión ambiente iba a dejar obligatoriamente huellas en el seno mismo de la fracción italiana y de la recién creada fracción belga. En algunos camaradas empieza a despuntar la idea de que, en fin de cuentas, el hecho mismo de ir hacia la guerra no hace sino acercar la respuesta proletaria a la guerra misma, y, para estar preparados para esas futuras reacciones, había que empezar inmediatamente a tener una actividad «diferente». Hacia finales del 37, Vercesi empieza a teorizar el hecho de que en lugar de la guerra mundial, va a haber una serie de «guerras locales» cuya verdadera naturaleza será la de matanzas preventivas contra la amenaza proletaria venida de no sabe dónde ni cómo. Para estar preparados a esas convulsiones, había que «hacer más» y vuelve entonces a surgir, con otras palabras, aquella teoría de que la fracción debería actuar en cierto sentido como un partido en miniatura. Para tener una «actividad» de partido, en septiembre de 1937, las fracciones se meten en una absurda empresa de colecta de fondos para las víctimas de la guerra de España, para así hacerles la competencia, a nivel de las «masas», a los organismos socio-estalinistas como el Socorro Rojo, poniéndose en realidad en el terreno de éstos. Si bien en Diciembre del 36, Bilan nº 38 volvía a publicar el proyecto de 1933 de hacer un Buró Internacional de Informaciones, haciendo amargamente constar que no había la más mínima posibilidad de aceptar esta propuesta mínima, en Bilan nº 43, Vercesi declara que un simple Buró de Informaciones sería hoy «caduco y que hay que entrar en una nueva fase de trabajo» con la formación del Buró Internacional de las fracciones de izquierda. En sí misma, la exigencia de formar un órgano de coordinación entre las dos únicas fracciones existentes estaba totalmente justificada. El problema era que ese Buró, en lugar de coordinar la acción de clarificación y de formación de dirigentes, única labor posible para las fracciones en aquellas condiciones, se seguía viendo más que antes como órgano que debería estar listo en cuanto se reanudara la lucha de la clase obrera, para coordinar «la construcción de nuevos partidos y de la nueva internacional». Y así, con ese método de poner el carro delante de los bueyes, en Enero de 1938, se deja de publicar Bilan, sustituyéndolo por una revista, cuyo nombre, Octobre, quiere ser la anticipación de los movimientos revolucionarios que por parte alguna podían vislumbrarse ¡y de la que iban a sacarse ediciones en francés, inglés y alemán! El resultado de esa locura de querer actuar como «partido en miniatura» era previsible: la revista que iba a salir en tres lenguas no logra ni siquiera salir regularmente en francés, el Buró deja prácticamente de funcionar y, lo que es peor, entre los militantes, completamente desorientados, la desmoralización y las dimisiones se multiplican.

Cuando estalla la guerra mundial en Agosto del 39, la desbandada es total, agravada por el paso a la clandestinidad, el asesinato de muchos de sus mejores dirigentes y la detención de muchos otros, las fracciones se encuentran desorganizadas. A ello contribuye en gran medida el que Vercesi, quien había defendido que la labor de fracción no servía para nada y que se necesitaba un minipartido, con el estallido de la guerra, empieza a teorizar que, en vista de que el proletariado, no reaccionaba, era «socialmente inexistente» y en tales condiciones, la labor de fracción no sirve de nada.

Lo que aparece constantemente es la puesta en tela de juicio de la fracción como órgano revolucionario en fases históricamente desfavorables. De todo ello, Battaglia Comunista saca la conclusión de que quienes se dedicaron durante la guerra a hacer un trabajo de fracción no sacaron nada en limpio. En realidad, quienes no sacaron nada en limpio, como Vercesi, fueron precisamente los que se negaron al trabajo de fracción. Contrariamente a lo que intenta hacemos creer Battaglia, la fracción se mantuvo en actividad, reorganizándose ya a principios del 40 a iniciativa de la sección de Marsella, la que encabezaba la oposición a Vercesi; la fracción organiza conferencias clandestinas anuales, reorganiza las secciones de Lyón, Toulouse, París, reanuda contactos con los camaradas que habían permanecido en Bélgica. A pesar de las inimaginables dificultades materiales, se reanuda la publicación regular de un boletín de discusión, herramienta de formación de militantes, circulan textos de orientación de la Comisión Ejecutiva, que servían de base para las discusiones con otros grupos en contacto. Esa labor clandestina desembocó en la formación (de 1942 a 1944) de una nueva fracción, la fracción francesa, y en el acercamiento a las posiciones de la izquierda italiana, de bastantes comunistas alemanes y austriacos que habían roto con el trotskismo, corriente pasada ya entonces al campo de la contrarrevolución.

No se puede comprender en verdad cómo habrían conseguido hacer todo eso, en condiciones tan difíciles, personas que, según Battaglia, se habían quedado tranquilamente refugiados en sus «teorizaciones» en la «mesiánica» espera de que las masas volvieran a ser capaces por sí mismas de reconocerlos como la dirección justa. Tocamos aquí uno de los puntos esenciales de la cuestión.

Battaglia presenta a la fracción como un órgano (quizás seria mejor decir casi como círculo cultural), que, en períodos en que el proletariado no está a la ofensiva, se limita a estudios teóricos, puesto que intervenir en la clase no sirve de nada. La fracción es, al contrario, el órgano que permite la continuidad de la intervención comunista en la clase, incluso en los períodos más sombríos en los que esa intervención no tiene un eco inmediato. Toda la historia de las fracciones de la Izquierda Comunista lo demuestra de sobras. Junto a la revista teórica Bilan, la fracción italiana publicaba un periódico en italiano, Prometeo, que tenía en Francia una difusión superior a la de los trotskistas franceses, tan peritos éstos en el activismo. Los militantes de la fracción eran tan conocidos por su compromiso en las luchas de la clase que eran necesarias las intervenciones brutales de las direcciones nacionales de los sindicatos para expulsarlos de las estructuras de base que los defendían. Estos camaradas difundían la prensa, a pesar de la persecución conjunta que les hacía la policía y los sindicatos «tricolores»; golpeados hasta la sangre, volvían una y otra vez a difundir octavillas, con la pistola bien visible al cinto para dar claramente a entender su voluntad de dejarse aplastar allí mismo antes de renunciar a intervenir en su clase. A un obrero de la fracción, un tal Piccino, agarrado por estalinistas cuando estaba difundiendo la prensa y entregado por ellos a la policía francesa, le dieron tal paliza que lo dejaron minusválido de por vida, pero no por ello dejó de volver a difundir la prensa. En una carta de Abril de 1929, Togliatti pedía ayuda al aparato represivo de Stalin contra la «basura bordiguista», confesando que el empecinamiento de los camaradas de la fracción le estaba creando problemas por todas partes donde había obreros italianos. Viniendo del enemigo de clase, era ése el mejor de los reconocimientos.

Se necesita valor para presentar como teóricos en zapatillas y albornoz a militantes eliminados en campos de concentración, a militantes caídos en manos de la Gestapo cuando atravesaban clandestinamente la frontera para mantener el contacto con los camaradas de Bélgica, a militantes indocumentados y buscados por la policía que participaban en huelgas ilegales, a militantes que a la salida de las fábricas tenían que pasar entre los matones estalinistas encargados de asesinarlos y que sólo lograban salvarse saltando los muros del recinto. Battaglia escribe que los camaradas en el extranjero deberían haberse batido por transformar la guerra imperialista en guerra civil y que «las enseñanzas de Lenin (...) deberían haber tenido más crédito» sobre todo «en camaradas que se habían criado en la tradición leninista». Pero ¿hacían otra cosa los camaradas de las fracciones italiana y francesa cuando difundían llamamientos al derrotismo revolucionario, redactados en francés y en alemán, cuando en plena orgía patriótica de la «liberación» de París, arriesgaban la vida llamando a los obreros a desertar el encuadramiento de los «partisanos»?

Como puede verse, es totalmente falso escribir que «la única posibilidad de organizar alguna oposición a las tentativas del imperialismo por resolver sus contradicciones en la guerra, era la de la formación de nuevos partidos». Si no hubo transformación en guerra civil, eso no dependía de la ausencia de «alguna oposición» por parte de las fracciones, sino porque el capitalismo mundial había conseguido quebrar los primeros intentos que se hicieron en ese sentido, primero en Italia, después en Alemania, haciendo retroceder así la más mínima perspectiva revolucionaria. Según Battaglia, sin embargo, si la Fracción se hubiese transformado en partido, la presencia de ese partido habría cambiado las cosas. ¿Y en qué sentido habrían cambiado, pues?

Para contestar a esa pregunta, veamos la acción del Partito Comunista Internazionalista fundado en Italia a finales del 42 por camaradas en tomo a Onorato Damen. Este camarada, a diferencia de la fracción, la cual rompió todos sus lazos con el PCI (el PC italiano) en 1928, se quedó en ese partido hasta la mitad de los años 30, dirigiendo todavía en 1933, la revuelta de los detenidos inscritos en ese partido en las cárceles de Civitavecchia. BC, de la que Damen fue hasta su muerte uno de los dirigentes, en el artículo citado, ironiza sobre el llamamiento a salir de los partidos comunistas pasados a la contrarrevolución, llamamiento lanzado por el Congreso de la Fracción en 1935. BC se plantea que si no podía haberse transformado en partido porque las masas permanecían sordas en aquellos momentos a los llamamientos de la fracción, ¿a quién podía dirigirse entonces tal llamamiento? «Surge espontáneamente la sospecha de que la consigna en cuestión se había lanzado con la íntima esperanza de que el proletariado no la oyera para así no plantear problemas que pusieran en entredicho el esquema abstracto del ponente». La ironía de BC no viene muy a cuento, pues el llamamiento se dirigía a aquellos camaradas que como Damen, estaban todavía en las filas del PC con la esperanza de defender posiciones de clase en su seno, y habría interesado personalmente a Damen si los estalinistas no se hubieran encargado ya de resolver el problema expulsándolo del PC a finales de 1934. ¿O piensa BC que Bilan no debería haber animado a esos camaradas a salir de aquellos partidos vendidos y pasados a la burguesía para integrarse en la fracción, único lugar en el que seguía el combate por la reconstrucción del partido de clase? BC afirma, en efecto, que en 1935, para cualquier marxista, estaba claro que la salida definitiva del PCI implicaba automáticamente la fundación del nuevo partido. Y si esto estaba tan claro, ¿por qué Damen no fundó ese nuevo partido en 1935?, ¿Por qué se dedicó a la paciente labor clandestina de selección y formación de dirigentes, exactamente igual que la Fracción en el extranjero? Si fuera cierto que era la fundación de nuevos partidos la «única posibilidad de organizar alguna oposición» a la guerra, ¿por qué no se fundó, al menos en 1939 cuando estalló la guerra, cuando en realidad se esperó hasta finales del 42, tras tres años y medio de matanzas imperialistas? Según los análisis de BC hay que concluir que esos siete años de retraso serían una locura o una traición. Según nuestros análisis, es la mejor demostración de la falsedad de la tesis que pretende demostrar que para fundar un nuevo partido basta con que el antiguo haya traicionado. Si el nacimiento del PC Internazionalista se produjo a finales de 1942, fue porque se estaba desarrollando entonces una fuerte tendencia a la reanudación de la lucha de clases contra el fascismo y contra la guerra imperialista, tendencia que llevó en pocos meses a la huelgas de Marzo de 1943, a la caída del fascismo y a la reivindicación ante la burguesía italiana de una paz separada. Aunque la burguesía mundial consiguió desviar rápidamente esa reacción de clase del proletariado italiano, fue basándose en esa reacción si los camaradas en Italia estimaron que había llegado la hora de constituirse en partido. No es por casualidad si se hizo la misma valoración, de modo totalmente independiente, por los camaradas del extranjero, en cuanto se enteraron de lo de las huelgas de Marzo del 43: la Conferencia de la Fracción, de Agosto del mismo año, declara que se ha abierto «la fase del retorno de la fracción a Italia y de su transformación en partido». No fue posible, sin embargo, ese retorno organizado, en parte a causa de dificultades materiales casi insuperables (recordemos que el propio PC Internazionalista fundado en Italia no pudo dar a conocer su existencia fuera del país hasta 1945), dificultades agravadas por el asesinato y la detención de cantidad de camaradas.

Pero la debilidad fundamental era de orden político: la minoría de la Fracción Italiana ligada a Vercesi, reforzada por la Fracción Belga, negaba todo carácter de clase a las huelgas del 43, oponiéndose a toda actividad organizada por ser «voluntarista». La conferencia anual del 44 denunció las posiciones de la tendencia Vercesi y, a principios del 45, éste fue excluido de la Fracción por haber participado en el Comité de Coalición Antifascista de Bruselas. Sin embargo, la larga lucha había contribuido a reducir las energías para el retorno de la Fracción a Italia, sustituida en los hechos por retornos individuales de muchos militantes que, una vez en Italia, descubrían la existencia del partido y entraban en él, siempre a título individual. Esta política iba a ser duramente criticada por una parte de la Fracción y sobre todo por la Fracción reconstituida en Francia, la cual había desarrollado una labor clandestina contra la guerra, criticando la falta de decisión de la Fracción Italiana a favor de un retorno, a Italia, organizado. Fue entonces, en la primavera del 45, cuando llega como una bomba la noticia de que existe desde hacía años, en Italia, un partido que ya contaba «con miles de miembros» y con la contribución de Damen y Bordiga. La mayoría de la Fracción, rebosante de entusiasmo, decide, en una precipitada conferencia en Mayo 45, su autodisolución y la adhesión de sus militantes a un partido cuyas posiciones programáticas ignoraba totalmente. Como la Fracción en Francia apoyaba a la minoría que se oponía a ese suicidio político, la mayoría de la Conferencia rompió todos los lazos organizativos con el grupo francés, con el pretexto de que los camaradas franceses habían realizado su labor de derrotismo revolucionario junto con internacionalistas alemanes y austriacos que no pertenecían a las fracciones de la Izquierda Comunista.

La decisión de autodisolverse acarreó graves consecuencias para el desarrollo posterior de la Izquierda Comunista. La Fracción era depositaria de las lecciones políticas fundamentales que se habían sacado mediante la selección de las fuerzas comunistas realizada entre 1935 y 1937. La Fracción tenía el deber histórico de garantizar que el nuevo partido se formara basándose en esas lecciones, resumidas así en la primera parte de este artículo:

1)          El partido se formará mediante adhesión individual a las posiciones programáticas de la Izquierda, elaboradas por las fracciones, excluyendo toda integración de grupos de camaradas que se sitúen a medio camino entre la Izquierda y el Trotskismo.

2)          la garantía del derrotismo revolucionario será la denuncia frontal de todo tipo de «milicias partisanas», destinadas a alistar a los obreros para la guerra, como las «milicias obreras» españolas de 1936.

La ausencia de retorno organizado y la disolución de 1945 no permitieron que la Fracción cumpliera su función. Se trata ahora de saber si el partido fundado en Italia fue capaz de formarse en fin de cuentas con aquellas bases. Y esto, no para decidir cómo habría que juzgar a ese partido en particular, sino para comprender si es cierto o no que la labor de fracción es un requisito indispensable para la constitución del partido de clase.

Vamos por orden. Primero, las posiciones políticas y el método de reclutamiento. El primer congreso del PC Internacionalista (28 de Diciembre del 45 al 1 de Enero del 46), que se verifica tras la integración en el partido de los militantes de la Fracción, declara que el PC Internacionalista fue fundado en 1942 «basándose en la tradición política precisa»[4] que representa la Fracción en el extranjero a partir del 27. Los primeros núcleos se referían a «una plataforma compuesta de un breve documento en el que se fijaban las directivas que debía seguir el partido y que sigue manteniendo en lo esencial».

Resulta difícil decir hasta qué punto el documento se basaba en las posiciones de la Fracción, por la sencilla razón de que, al menos por lo que sabemos nosotros, Battaglia no se ha dignado volverlo a publicar, y eso que era corto. En el folleto de 1974 sobre las plataformas del PC Internacionalista, ni siquiera mencionan su existencia. ¡Curioso destino para la plataforma constitutiva del Partido! Nos vemos obligados a referimos a la Plataforma redactada por Bordiga en 1945 y aprobada por el primer Congreso a principios de 1946.

Sin entrar en análisis detallados, baste subrayar que ese texto admite la posibilidad de participar en las elecciones (posición rechazada por la Izquierda desde la época de la Fracción Abstencionista del PSI); que, como bases doctrinales del partido, toman «los Textos constitutivos de la Internacional de Moscú» (rechazando por lo tanto las críticas que de esos Textos había hecho la Fracción a partir de 1927); que en ese texto no se habla para nada de denunciar las luchas de liberación nacional (posición de la Izquierda a partir de 1935); y para acabar rematándola, el texto exalta nada menos que como «hecho histórico de primer orden» el alistamiento de los proletarios en las bandas armadas de «partigiani». La Plataforma es además inaceptable en otras cuestiones (y para empezar, la sindical), pero nos hemos limitado a los puntos en los que la Plataforma se sitúa fuera de las fronteras de clase marcadas ya gracias a la elaboración programática de la Izquierda Comunista.

El método de reclutamiento del partido está en total consonancia con ese batiburrillo ideológico. Es más, esa mezcolanza ideológica es el resultado obligado del método de reclutamiento, basado en la absorción sucesiva de grupos de camaradas con posiciones de lo más dispar cuando no contradictorias. Al final acabaron así encontrándose en el Comité Central: los primeros camaradas del 42, los dirigentes de la Fracción que habían excluido a Vercesi en el 44, a Vercesi en persona, admitido al mismo tiempo que los miembros de la minoría expulsados en 1936 por su participación en la guerra antifascista de España. Son admitidos grupos como la Fracción de Comunistas y Socialistas de Izquierda, del Sur de Italia, los cuales, en 1944, creían en la posibilidad de «enderezar» al partido estalinista y, puestos a ello, ¡hasta al partido socialista...! y que, en 1945, se disolvieron para entrar directamente en el partido. En cambio, el principal teórico y redactor de la Plataforma de 1945, Amadeo Bordiga, no está inscrito en el partido; por lo visto, sólo se integraría en él en 1949.

Sobre la segunda cuestión que quedó clarificada en los años 1935-37, la del peligro que representaban las milicias partisanas, la degradación del PC Internacionalista va emparejada con su aumento numérico a expensas de los principios. En 1943, el PC Internacionalista se sitúa en la valiente línea de denunciar sin equívocos el papel imperialista del movimiento partisano. En el 44, ya empiezan a verse obligados a hacer concesiones a las ilusiones sobre la guerra «democrática»: «Los elementos comunistas creen sinceramente en la necesidad de la lucha contra el nazi fascismo y piensan que una vez derribado este obstáculo, podrán ir hacia la conquista del poder, venciendo al capitalismo» (Prometeo, nº 15, Agosto de 1944).

En 1945, el círculo se va cerrando con la participación de federaciones enteras (como la de Turín) en la insurrección patriótica del 25 de Abril y la adopción de una Plataforma que define el movimiento partisano como «tendencia de grupos locales proletarios a organizarse y armarse para conquistar y conservar el control de situaciones locales», lamentando únicamente que esos movimientos no tuvieran «una orientación política suficiente» (!). Se trata de la misma posición que la que defendió la minoría en 1936 sobre la guerra de España y que le costó la expulsión de la Izquierda Comunista.

Está claro ahora que las posiciones globalmente expresadas por el PC Internacionalista están por debajo del nivel de clarificación alcanzado por la Fracción y de las bases consideradas como intangibles para la construcción del nuevo partido. Los camaradas de Battaglia, al contrario, consideran al partido «nacido a finales del 42» como el que no va más de la claridad en aquel tiempo. ¿Cómo pueden conciliar semejante afirmación con las confusiones y ambigüedades que hemos mencionado? Muy sencillamente: diciendo que esas confusiones no eran las del partido, sino que eran propias de los seguidores de Bordiga que se irán de él más tarde, en 1952, para fundar Programma Comunista. Ya en la Revista Internacional le contestábamos nosotros:

«En otras palabras: ellos y nosotros hemos participado en la formación del partido: lo que en ello hubo de bueno, se debió a nosotros, lo malo fue cosa de ellos. Aun admitiendo que las cosas hubieran sido así, queda el hecho de que ese "malo" fue un elemento fundamental y unitario en el momento de constituirse el partido y del que nadie hizo la menor crítica».

Lo que queremos decir es que las debilidades eran las del partido en su conjunto y no las de una fracción particular que estaría de paso allí por casualidad. Lo primero que BC ha negado siempre, es que las puertas del partido estaban abiertas para cualquiera que expresase la voluntad de apuntarse. Y el caso es que es el propio BC quien afirma que la presencia de Vercesi, procedente del Comité de Coalición Antifascista, se explica por el hecho de que a éste «le parecía que debía adherirse al partido»[5]. ¿Qué es entonces el partido?, ¿un casino provinciano? (aunque al menos, en éste, los nuevos socios deben ser aceptados por los demás para entrar...). Cabe además recordar que Vercesi «estimaba que debía adherirse» directamente al Comité Central del PC Internacionalista, volviéndose así uno de sus principales dirigentes. Y BC va y nos dice que Vercesi estaba en el CC, pero que el partido no era responsable de lo que hacía o decía: «las posiciones expresadas por el camarada Perrone (Vercesi) en la Conferencia de Turín (1946) (...) eran libres manifestaciones de una experiencia muy personal y con una perspectiva política caprichosa a la que no es legítimo referirse para criticar la formación del PC Internacionalista»[6].

Muy bien. Lo que pasa es que cuando se leen las actas de esa primera Conferencia Nacional del PC Internazionalista, se entera uno en la página 13, que esas «libres» afirmaciones políticas «caprichosas eran nada menos que el informe sobre el «partido y los problemas internacionales» presentado por el CC a la Conferencia de la que Vercesi era ponente oficial. Pero las sorpresas no se limitan a eso, pues en la página 16, al final del informe de Vercesi, para sacar las conclusiones, fue Damen mismo quien tomó la palabra afirmando que hasta entonces «no había habido divergencias, sino sensibilidades particulares que permiten una clarificación orgánica de los problemas» Si Damen pensaba que el informe Vercesi era política caprichosa, ¿por qué negó que había divergencias? ¿Porque quizás era entonces útil una alianza sin principios?

No nos paremos más en eso y pasemos directamente a la Plataforma escrita en 1945 por Bordiga. Battaglia la reeditó en 1974, al mismo tiempo que un proyecto de Programa difundido por los camaradas agrupados en torno a Damen, con una introducción en la que se afirma que el proyecto de 1944 es mucho más claro que la Plataforma de 1945. Eso es muy cierto para algunos puntos (balance de la revolución rusa por ejemplo), pero en otros puntos, el proyecto del 44 es peor que el documento del 45. En especial, en el punto que se refiere a la táctica, se dice que: «nuestro partido, que no subestima la influencia de otros partidos de masas, se hace defensor del "frente único"». Y si volvemos a las actas de la Conferencia de Turín, allí se encuentra el Informe de Lecci (Tullio), el cual hace el balance de la labor de la fracción en el extranjero y su delimitación respecto al trotskismo: «esta demarcación presuponía en primer lugar la liquidación de la táctica de frente único de bloques políticos» (p. 8). En la Conferencia del 46, pues, algunos puntos clave del proyecto estaban ya considerados incompatibles con las posiciones de la Izquierda Comunista. Veamos ahora lo que dice la introducción hecha en 1974 a la Plataforma de 1945:

«En 1945, el CC recibe el proyecto de Plataforma política del camarada Bordiga, el cual, subrayémoslo, no estaba inscrito en el partido. El documento, cuya aceptación fue exigida en términos de ultimatum, fue considerado incompatible con las posiciones firmes adoptadas desde entonces por el partido sobre problemas importantes, y, a pesar de las modificaciones aportadas, el documento ha sido siempre considerado como contribución al debate y no como plataforma de hecho. (...) El CC no podía, como ya se ha visto, sino aceptar el documento como una contribución totalmente personal para el debate del futuro congreso, que, postergado hasta 1948, hará surgir posiciones muy diferentes (cf. Reseña del Congreso de Florencia)»[7].

Así es la reconstitución de los hechos que los camaradas de Battaglia presentaban en 1974. Para comprobar si corresponde a la realidad, volvamos a la Conferencia de enero de 1946, la cual debería haberse pronunciado sobre la «exigencia en términos de ultimatum de la aceptación» de la plataforma redactada por Bordiga. En la página 17 de la Reseña, se lee «Al final del debate, al no haberse expresado ninguna divergencia substancial, la "plataforma del Partido" es aceptada y se deja para el próximo congreso la discusión sobre el "Esquema de Programa" y sobre otros documentos en vías de elaboración». Como puede verse, ocurrió exactamente lo contrario de lo que Battaglia nos cuenta: en la Conferencia de 1946, los camaradas de Battaglia mismos votaron por unanimidad la aceptación de la Plataforma escrita por Bordiga, desde entonces convertida en base oficial de adhesión al partido, y, como tal, publicada hacia el exterior. Los delegados franceses mismos dan su adhesión a la Conferencia en base al reconocimiento de la adecuación de la plataforma (pág. 6) y la resolución de formación del Buró Internacional de la Izquierda comunista empieza con estas palabras: «el CC, teniendo en cuenta que la Plataforma del PC Internacionalista es el único documento que da una respuesta marxista ante los problemas ocasionados por la derrota de la revolución rusa y la segunda guerra mundial, afirma que con esa base y el patrimonio de la izquierda italiana puede y debe constituirse el Buró Internacional de la Izquierda comunista» Para concluir, hagamos notar que existe efectivamente un documento considerado como una simple contribución al debate y cuya discusión se postergó hasta el congreso siguiente, pero resulta que no fue la plataforma de Bordiga sino... el Esquema de Programa elaborado en 1944 por el grupo de Damen y que hoy Battaglia intenta hacer pasar por la plataforma efectiva del PC Internacionalista de los años 1940.

Faltan palabras para condenar la falsificación total de la historia del Partito Comunista Internacionalista hecha durante todos estos años por los camaradas de Battaglia. Son como las falsificaciones estalinistas con sus reescrituras de la historia del partido bolchevique, que borraban los nombres de los camaradas de Lenin fusilados o que atribuían a Trotski los errores cometidos por Stalin. Battaglia, para dar la impresión de que el tinglado se tiene de pie, ha sido capaz de hacer desaparecer de la historia del partido su propia plataforma y en otros documentos[8], no ha vacilado en atribuir a los «padres de la CCI», los camaradas de la Izquierda comunista de Francia, las piruetas de Vercesi, con quien sus padres sí que habían establecido una alianza oportunista en 1945, admitiéndolo en el CC del Partido. Ya sabemos que éste es un juicio muy duro, pero lo basamos en los propios documentos oficiales del PC Int., como el Informe de la Conferencia de 1946, que Battaglia se ha dedicado a ocultar, mientras que sí ha vuelto a publicar el informe del congreso de 1948, porque entonces ya se había roto la alianza oportunista con Vercesi. Nosotros sometemos nuestras conclusiones y nuestros juicios a la voluntad crítica de todos los camaradas del medio político internacional de la Izquierda comunista. Si los documentos que hemos citado no existiesen, que lo diga y lo demuestre Battaglia, y, si no lo hace, así sabremos una vez más de dónde proceden las falsificaciones.

Queda, sin embargo, un problema por esclarecer: ¿cómo es posible que camaradas de la valía de un Onorato Damen, camaradas que mantuvieron alta la antorcha del internacionalismo en los momentos más duros para nuestra clase, hayan podido caer tan bajo con la falsificación de ese período de su historia?. ¿Cómo es posible que los camaradas de Programa Comunista (quienes se separaron de Battaglia en 1952), hayan podido llegar incluso a hacer desaparecer en la nada su historia desde 1926 hasta 1952? En base a todo lo que hemos expuesto en este artículo, la respuesta es clara: ni unos ni otros, en los años cruciales en torno a la segunda guerra mundial, fueron capaces de asegurar, en sus fundamentos, la continuidad histórica de la Fracción de Izquierda, única base posible para el partido de mañana. No se puede, desde luego, echarles en cara el haber creído en 1943 que las condiciones del renacimiento del partido habían madurado, teniendo en cuenta que incluso las Fracciones en el extranjero compartían esa ilusión, basada en el principio de una respuesta proletaria a la guerra que se había manifestado con las huelgas de 1943 en Italia. Pero en enero de 1946, cuando se celebra el congreso de Turín, estaba entonces claro que el capitalismo haba logrado quebrar la menor reacción proletaria, transformándola en un momento de la guerra imperialista, mediante el encuadramiento en las bandas partisanas. En tal situación, era necesario reconocer que no existía la más mínima condición indispensable para la formación del partido, que había que dedicar todas las fuerzas en el trabajo de fracción, en hacer balance y formar militantes basándose en ese balance. Ni unos ni otros fueron capaces de entrar plenamente en esa vía, lo cual explica sus posteriores contorsiones. La tendencia Damen empezó a teorizar que la formación del partido no tenía nada que ver con la reanudación de la lucha de clase, yendo así en contra de su propia experiencia de 1943. La tendencia Vercesi (cercana a Bordiga) empezó a zigzaguear entre algo que todavía no era el partido pero que ya no era la fracción (el viejo «partido-miniatura» de 1936 se reconvirtió en 1948 en «fracción ampliada»), precursora de los malabarismos de Programa Comunista sobre «partido histórico/partido formal». Únicamente la Izquierda comunista de Francia (Internationalisme), de la que se reivindica hoy la CCI, fue capaz de reconocer abiertamente los errores que se hicieron al creer que en 1943 existían las condiciones para la transformación de la fracción en partido, dedicándose a la labor de balance histórico que exigían los tiempos. Por parcial que sea, ese balance sigue siendo la base indispensable desde la que habrá que reconstruir el partido de mañana.

En la continuación de este trabajo, hemos de analizar lo que tal balance debe representar en el proceso de agrupamiento de revolucionarios que se está realizando a escala mundial.

Beyle



[1] Revista Internacional, nº 59, 4º trimestre de 1989.

[2] Véase el folleto: La Izquierda Comunista de Italia, 1917-1952 y su Suplemento sobre las relaciones entre la Izquierda italiana y la Oposición de izquierda internacional, publicados, en francés e italiano, por la CCI.

[3] «Frazione-Partito nell'esperienza della Sinistra Italiana », en Prometeo nº 2, marzo de 1979.

[4] Compte-rendu de la première conférence nationale du Parti Communiste Internationaliste d'Italie. Publicaciones de la Gauche communiste internationale, 1946.

[5] «Carta de Battaglia Comunista a la CCI», publicada en la Revista Internacional nº 8 de diciembre de 1976 Junto con nuestra respuesta.

[6] Prometeo nº 18, antigua serie, 1972:

[7] Documents de la Gauche italienne nº 1, Ed. Prometeo, enero de 1974.

[8] Battaglia Comunista nº 3, febrero de 1983, artículo reproducido en la Revista Internacional nº 34, 3er trimestre de 1983, con nuestra respuesta.

Series: 

  • Fracción y Partido [15]

Corrientes políticas y referencias: 

  • Izquierda Comunista [16]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La organización revolucionaria [17]

La tormenta del Este y la respuesta de los revolucionarios

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El hundimiento del bloque imperialista ruso es un acontecimiento de dimensión histórica que pone fin al orden mundial que establecieron las grandes potencias después de 1945. Obviamente un acontecimiento de esa envergadura es un verdadero test para las organizaciones políticas de la clase obrera, una especie de prueba de fuego que demostrará si poseen o no las armas teóricas y organizativas que la situación reclama.

Ese test opera a dos niveles de la actividad revolucionaria muy vinculados. En primer lugar, los acontecimientos en el Este han inaugurado una nueva fase de la vida del capitalismo mundial, un período de trastornos y de incertidumbres, de caos creciente, que exige que los revolucionarios desarrollen un análisis sobre el origen y la orientación de esos acontecimientos, así como de sus implicaciones para las principales clases de la sociedad. Ese análisis debe tener bases teóricas sólidas, capaces de resistir a las turbulencias y a las dudas del momento, pero debe también deshacerse de todo apego conservador a hipótesis y esquemas que se han vuelto caducos.

En segundo lugar, el hundimiento del bloque de Este ha abierto un período difícil para la clase obrera: los obreros del Este se han dejado arrastrar por la corriente de ilusiones democráticas y nacionalistas, y la burguesía mundial ha aprovechado la oportunidad para desatar una campaña ensordecedora sobre la quiebra del «comunismo» y el «triunfo de la democracia».

Ante ese torrente ideológico los revolucionarios tienen la obligación de intervenir contra la corriente, aferrarse a los principios de clase fundamentales, para responder a una cacofonía de mentiras que tiene un impacto real en la clase obrera.

En lo que respecta a la CCI, remitimos a los artículos de esta revista y al número anterior, así como a nuestras publicaciones territoriales sobre los acontecimientos. ¿Cómo han respondido los demás grupos del medio revolucionario a esa prueba? Es éste el tema de este artículo(*).

El BIPR: un paso adelante, pero muchos atrás

Los componentes del BIPR son el Partido comunista internacionalista, que publica Battaglia Comunista en Italia y la Communist Workers Organisation en Gran Bretaña. Son grupos serios, que publican con regularidad y, lógicamente, sus números recientes han tratado los acontecimientos en el Este. Esto es en sí algo importante porque, como veremos, una de las principales características de la respuesta del medio político proletario a los acontecimientos ha sido... la ausencia de respuesta o, en el mejor de los casos, una respuesta pero con un retraso lamentable. Pero como tomamos en serio al BIPR, nos ocuparemos aquí principalmente del contenido o de la calidad de su respuesta. Y aunque sea demasiado pronto para hacer un balance definitivo, podemos decir que hasta ahora, si bien hay artículos del BIPR que contienen algunos puntos claros, esos elementos positivos se ven debilitados, por no decir socavados, por una serie de incomprensiones y de francas confusiones.

La CWO (Workers' Voice)

La primera impresión es que de los dos componentes del BIPR, la CWO (Communist Workers Organisation) respondió de la manera más adecuada. El hundimiento del bloque del Este no es solamente un acontecimiento de una importancia histórica considerable, sino que además no tiene ningún precedente en la historia. Nunca antes se había derrumbado un bloque imperialista, no bajo la presión de una derrota militar o de una insurrección proletaria, sino primero y ante todo por su total incapacidad para resistir a la crisis económica mundial. Por esa razón no era posible prever cómo se iban a desarrollar esos acontecimientos, por no hablar de su extraordinaria rapidez. Cogieron por sorpresa no sólo a la burguesía sino a las minorías revolucionarias también, incluso a la CCI. A ese nivel hay que reconocer que la CWO supo ver, desde Abril-Mayo del año pasado, que Rusia estaba perdiendo el control de sus satélites de Europa del Este, posición que World Revolution (nuestra publicación territorial en Gran Bretaña) cometió el error de criticar como concesión a las campañas pacifistas de la burguesía, y eso a causa del retraso con el que acabamos por comprobar la auténtica desintegración del sistema estalinista.

El número de Workers' Voice de Enero de 1990, el primero que salió después del hundimiento efectivo del bloque, comienza con un artículo que denuncia correctamente la mentira de que «el comunismo está en crisis», y, en otros artículos, demuestra cierto nivel de claridad sobre los tres puntos centrales siguientes:

-        la desintegración de los regímenes estalinistas es producto de la crisis económica mundial, que afecta a esos países con particular ferocidad;

-        esa crisis no se ha producido gracias al «poder del pueblo», y menos todavía a la clase obrera; las manifestaciones masivas en RDA y en Checoslovaquia no se sitúan en un terreno proletario;

-        se trata de «acontecimientos de importancia histórica mundial», que significan «el inicio del derrumbe del orden mundial que fue creado a finales de la segunda guerra mundial», y abren un período de «formación de nuevos bloques imperialistas».

Pero a pesar de su importancia, esas intuiciones se quedan a mitad de camino. Así pues, aunque vean el «inicio» de la desaparición del tinglado imperialista montado en la posguerra, no dicen claramente si el bloque ruso está verdaderamente acabado o no. Presentan los acontecimientos como «de importancia histórica mundial», pero el tono frívolo de los dos artículos de primera página apenas si lo sugieren. Y, en la página cinco del mismo periódico, se niega esa posición.

Más importante: las intuiciones de la CWO se basan más en una observación empírica de los acontecimientos que en un marco analítico claro, lo que significa que pueden ser fácilmente ocultadas con la evolución de los acontecimientos. En nuestras «Tesis sobre la crisis económica y política en la URSS y en los países del Este», de Septiembre de 1989 (Revista Internacional, nº 60), tratamos de plantear ese marco: especialmente, explicamos por qué el hundimiento fue tan repentino y total por la peculiar rigidez e inmovilidad de la forma político-económica estalinista, forma que adquirió ese régimen al haber sido la expresión de la contrarrevolución que se produjo en Rusia. En ausencia de ese marco, lo que dice la CWO es ambiguo con respecto a la profundidad real del hundimiento del estalinismo. Así pues, aunque un artículo diga que la política de Gorbachov de no intervención -lo que significaba que ya nada mantenía a los gobiernos estalinistas de Europa del Este- era «muy poco voluntaria pero impuesta al Kremlin por el estado desastroso de la economía soviética», en otras partes se da la impresión de que en el fondo la no intervención es una estrategia de Gorbachov para integrar a Rusia en un nuevo imperialismo basado en Europa, y para mejorar la economía importando tecnología occidental. Es subestimar la pérdida de control de la situación por parte de la burguesía soviética, que está simplemente luchando para sobrevivir como puede, sin ninguna estrategia seria a largo plazo.

Una vez más, la posición de la CWO sobre las manifestaciones masivas en Europa del Este y el éxodo enorme de refugiados de la RDA, no capta la gravedad de la situación. Descarta esos fenómenos alegremente diciendo que se trata de «la revuelta de la clase media contra el capitalismo de Estado» motivada por los deseos de disfrutar de las bellas mercancías occidentales: «Quieren automóviles BMW. (...) Oírles decir que tienen que esperar diez años para poder comprar un automóvil nuevo hace sangrar el corazón democrático de algunos!» Esa actitud despectiva pasa por alto un punto crucial: los obreros de Alemania del Este y de Checoslovaquia participaron masivamente en esas manifestaciones, no como clase, sino como individuos diluidos en el «pueblo». Y eso es un problema serio para los revolucionarios porque quiere decir que la clase obrera se movilizó tras las banderas de su clase enemiga. La CWO se burla más bien tontamente de la CCI porque la represión que habíamos visto como posibilidad para la burguesía de Alemania del Este no ocurrió. Pero las consecuencias trágicas y sangrientas de que los obreros se dejen embaucar en el terreno falso de la democracia fueron demostradas muy claramente por los acontecimientos de Rumania, un mes después, así como por los sucesos violentos de Azerbaiyán y de otras repúblicas de la URSS.

Asimismo, el número de WV de Diciembre no responde realmente a las campañas sobre la «democracia» en Occidente, ni toma posición sobre las consecuencias negativas que esos acontecimientos tienen para la lucha de la clase, tanto en el Este como en el Oeste.

El PCI (Battaglia Comunista)

Aunque la CWO y Battaglia Comunista formen parte del mismo agrupamiento internacional, ha existido siempre bastante heterogeneidad entre los dos grupos, tanto a nivel programático como en sus tomas de posición ante acontecimientos de la situación mundial. Con los acontecimientos del Este, esa heterogeneidad aparece muy claramente: Y en este caso, resulta que Battaglia, a pesar de ser el grupo con más experiencia, ha demostrado confusiones mucho más graves que la CWO. Es lo que resalta cuando se examinan los últimos números de Battaglia Comunista.

Octubre: Battaglia publica un artículo: «La burguesía occidental aplaude la apertura de los países del Este», que afirma que los regímenes estalinistas son capitalistas y que el origen de sus problemas es la crisis económica mundial. Pero aquí se acaba lo positivo, como lo decimos en la crítica de ese artículo que publicamos en Révolution Internationale nº 187; el resto del artículo demuestra una subestimación tremenda del hundimiento económico y político del Este. Las Tesis que adoptamos más o menos en la misma época, es decir antes de los acontecimientos espectaculares de Alemania del Este, Checoslovaquia, Bulgaria y Rumania, reconocen la desintegración efectiva del bloque ruso; BC opina que la formación, de regímenes «democráticos» (es decir, multipartidistas) en Europa del Este es perfectamente compatible con la cohesión del bloque. Al mismo tiempo, para BC la crisis económica que originó esos acontecimientos, pudo haber golpeado a los países occidentales en los años 70, pero no golpeó a los regímenes estalinistas sino «más recientemente» cuando, en realidad, esos países se han ido hundiendo en un pantano económico desde hace veinte años. Quizás esa extraña ilusión sobre la relativa buena salud de las economías estalinistas explica su ingenua creencia en que la apertura del «mercado del Este» representa una esperanza real para la economía capitalista mundial: «el hundimiento de los mercados de la periferia del capitalismo, el de América Latina por ejemplo, ha creado nuevos problemas de insolvabilidad para retribuir al capital... Las nuevas oportunidades que se abren en el Este de Europa pueden representar una válvula de seguridad para esa necesidad de inversiones. (...) Si ese proceso de colaboración entre Este y Oeste se concreta, representará un poco de oxígeno para el capitalismo internacional».

Hemos publicado ya una respuesta a las pretensiones de la burguesía sobre las «nuevas oportunidades» que se abren al Este (ver Revista Internacional nº 60), así que no diremos aquí más que esto: las economías del Este están tan arruinadas como las de Latinoamérica. Agobiadas por las deudas, la inflación, el despilfarro y la polución, ofrecen muy poco a Occidente en términos de oportunidades de inversión y de expansión. La idea del Este como «nuevo mercado» es pura propaganda burguesa y, al igual que en el artículo de RI, tenemos que concluir que Battaglia cayó en la trampa cual mosca en tela de araña.

Noviembre: En la época de las manifestaciones masivas en RDA y en Checoslovaquia, cuando millones de obreros se pusieron tras las banderas de la «democracia» sin la más mínima reivindicación de clase, Battaglia desafortunadamente saca un editorial que titula «Resurgimiento de la lucha de clases en el Este», otra prueba de la dificultad de Battaglia para sintonizar con la situación. El artículo se refiere no a los acontecimientos de Europa del Este sino, esencialmente, a las luchas de los mineros en la URSS que, aunque se desarrollaron a escala masiva en el verano pasado, quedaron totalmente eclipsadas por la «revolución» democrática y nacionalista que invadió al bloque. Además el artículo contiene ciertas ambigüedades sobre las reivindicaciones democráticas de los obreros rusos, al lado de reivindicaciones que expresaban sus intereses reales de clase. Aunque admite que el primer tipo de reivindicación puede fácilmente ser utilizado por el ala «radical» de la clase dominante, dice también

«... para esas masas embebidas de anti-estalinismo y de ideología del capitalismo occidental, las primeras reivindicaciones necesarias son las de derribar el régimen "comunista" con una liberalización del aparato productivo y con la conquista de libertades democráticas».

No cabe duda de que los obreros en los regímenes estalinistas han presentado reivindicaciones políticas burguesas en el curso de sus luchas (incluso en ausencia de agentes infiltrados de la clase enemiga). Pero esas reivindicaciones no son «necesarias» para la lucha proletaria; al contrario, si sirven para algo es para llevar las luchas a atolladeros, y los revolucionarios deben oponerse a ellas. Pero si Battaglia utiliza el término «necesario» no es por descuido. Es en perfecta coherencia con las teorizaciones acerca de la «necesidad» de reivindicaciones democráticas que contienen sus «Tesis sobre las tareas de los comunistas en los países periféricos»[1] ; está claro que aplican la misma lógica a los países que componían el bloque del Este.

Total, ese número de Battaglia es una respuesta de lo más inadecuada a la riada de mentiras «democráticas» que sufre el proletariado mundial. Después de haberse negado, durante veinte años, a reconocer el verdadero resurgimiento de lucha de clase, ¡Battaglia de repente empieza a verlo y a proclamarlo en el mismo momento en que la ofensiva «democrática» de las burguesías está haciendo retroceder temporalmente la concien­cia de clase!

Diciembre: Aun después de los acontecimientos en la RDA, en Checoslovaquia y en Bulgaria, BC publica un artículo «Derrumbe de las ilusiones sobre el socialismo real», que contiene una serie de ideas diferentes, pero que parece dirigido en contra de la Tesis de la CCI sobre el hundimiento del bloque.

«La perestroika rusa es un abandono de la antigua política con respecto a los países satélites, y tiene por objeto la transformación de éstos. La URSS se debe abrir a la tecnología occidental y el COMECON debe hacer lo mismo, no -como algunos piensan- en un proceso de desintegración del bloque del Este y de una retirada total de la URSS de los países europeos, sino para facilitar, mediante una reactivación de las economías del COMECON, una revitalización de la economía soviética».

Una vez más, como con la CWO, se nos describe un proceso que corresponde a un plan muy bien previsto por Gorbachov, para integrar a Rusia en una nueva prosperidad económica europea. Pero, independientemente de las fantasías de Gorbachov (o de Battaglia), la verdadera política de la clase dominante rusa le ha venido impuesta por un proceso de desintegración interna que no controla en absoluto y cuyo resultado desconoce.

Enero: Ese número contiene un artículo largo, «La deriva del continente soviético» que desarrolla ideas similares sobre los objetivos de la política extranjera de Gorbachov, pero que al mismo tiempo parece admitir que puede haber una «dislocación» del bloque del Este. Quizás BC haya progresado un poco en eso, pero si ese artículo significa un paso adelante, el artículo sobre Rumania equivale a varios pasos atrás, hacia el abismo izquierdista.

La propaganda burguesa, desde la derecha hasta la izquierda, describe los acontecimientos de Rumania en Diciembre pasado como una auténtica «revolución popular»; una sublevación espontánea de toda la población contra el odiado Ceausescu. Es verdad que en Timisoara, en Bucarest y en muchas otras ciudades, cientos de miles de personas, animadas por un odio legítimo al régimen, se echaron a la calle desafiando a la Securitate y al ejército, dispuestas a dar la vida por el derrocamiento de ese aparato de terror monstruoso. Pero también es verdad que las masas, ese «pueblo» amorfo en el que la clase obrera no estuvo nunca presente como fuerza autónoma, fueron utilizadas fácilmente como carne de cañón por los opositores, los que están ahora dirigiendo la maquinaria de la represión de Estado más o menos intacta. Los estalinistas reformistas, políticos, generales del ejército, y ex jefes de la Securitate que forman ahora el Frente de Salvación Nacional habían preparado, en gran parte, su plan con antelación: el propio Frente de Salvación Nacional había sido creado, en secreto, seis meses antes de los acontecimientos de Diciembre. Lo único que estaban esperando era que se presentara la ocasión, que llegó con las matanzas en Timisoara y con las manifestaciones masivas que hubo después. A la una, los generales del ejército ordenaban a los soldados disparar contra los manifestantes, a las dos «pasaban del lado del pueblo», es decir, utilizaban al pueblo de peldaño para subirse al sillón gubernamental. Eso no es una revolución. Una revolución implica que el proletariado se organice él mismo como clase y disuelva el aparato de Estado de la burguesía y especialmente la policía y el ejército. A lo sumo eso fue una revuelta desesperada que fue canalizada inmediatamente hacia un terreno político capitalista por las fuerzas todavía intactas de la oposición burguesa. Ante esa inmensa tragedia que costó la vida a miles de obreros, por una causa que no era la suya, los revolucionarios tienen el deber de elevar la voz en contra de esa marea de propaganda burguesa que la presenta como una revolución.

¿Pero cómo responde BC?... Cayendo en la trampa:

«Rumania es el primer país de las regiones industrializadas en donde la crisis económica mundial ha provocado una auténtica insurrección popular que derrocó al gobierno reinante» («Ceausescu ha muerto, pero el capitalismo sigue vivo»). En efecto, «en Rumania todas las condiciones objetivas y casi todas las condiciones subjetivas estaban presentes para convertir la insurrección en una revolución social verdadera y auténtica» (ibid). Y no es difícil adivinar qué «factor subjetivo» particular faltaba: «La ausencia de una fuerza política de clase genuina dejó el campo abierto a las fuerzas que trabajaron por el mantenimiento de las relaciones burguesas de producción» (ibid).

«Una insurrección popular verdadera y auténtica». ¿Qué bicho es ése? En sentido estricto, insurrección es la toma del poder armada por una clase obrera organizada y consciente como en Octubre de 1917. Una «insurrección popular» es una contradicción en los términos, porque el «pueblo» en sí, que para el marxismo sólo significa un conglomerado amorfo de clases (cuando no es un disfraz de fuerzas de la burguesía), no puede tomar el poder. Lo que en realidad sucede aquí es que, una vez más, Battaglia hace concesiones más que embarazosas a las campañas de la burguesía sobre la «revolución popular», campañas en las cuales los izquierdistas han desempeñado un papel muy importante.

Esos pasajes revelan también el idealismo profundo de Battaglia cuando se trata de la cuestión del partido. ¿Cómo es posible que declaren que el único elemento «subjetivo» que faltaba en Rumania era la organización política? Otro elemento subjetivo indispensable para la revolución es una clase obrera organizada en organismos unitarios, los consejos obreros, En Rumania no sólo era inexistente sino que además la clase obrera ni siquiera estaba luchando en el más elemental terreno de clase; durante los acontecimientos de Diciembre no se vio signo de ninguna reivindicación de clase por parte de los obreros. Toda huelga era canalizada inmediatamente hacia la «guerra civil» burguesa que arrasaba el país.

La organización política de la clase no es un deus ex machina. Sólo puede ganar una influencia significativa en la clase, tener un peso a favor de la revolución, cuando los obreros van hacia enfrentamientos masivos y directos contra la burguesía. Pero en Rumania los obreros ni siquiera luchaban por sus intereses más básicos. Todo su valor y sus ganas de luchar se movilizaron al servicio de la burguesía. En ese sentido estaban más lejos de la revolución que todas las luchas defensivas de Europa occidental en los últimos diez años, luchas que a Battaglia le costó tanto percibir.

Considerando que el BIPR es el segundo polo principal del medio político proletario internacional, el desconcierto de Battaglia ante la «tormenta del Este» es una triste indicación de la debilidad más general del medio. Y por el peso de Battaglia en el mismo BIPR, es muy probable que la CWO retroceda hacia las confusiones de Battaglia en vez de empujar hacia una claridad mayor (hay que esperar a ver qué dicen acerca de la «revolución» en Rumania). En todo caso, la incapacidad del BIPR de hablar con una sola voz sobre esos acontecimientos históricos revela una debilidad que le costará cara en el período venidero.

Bordiguismo, neobordiguismo, consejismo, neoconsejismo, etc.

Como hemos dicho, aparte de la CCI y del BIPR, la respuesta más característica ha sido o el silencio o la rutina de publicaciones irregulares o poco frecuentes, negándose a hacer un esfuerzo especial para responder a esos cambios históricos mundiales. Aunque, aquí también, existen varios grados.

Así, después de un largo silencio, Fomento Obrero Revolu­cionario en Francia publicó un número de Alarme en respuesta a los acontecimientos. El editorial es una respuesta relativamente clara a las campañas de la burguesía sobre «la quiebra del comunismo». Pero cuando, en otro artículo, FOR desciende de ese nivel general a los acontecimientos concretos de Rumania, llega a posiciones cercanas a las de BC: no habrá sido una revolución, pero sí fue una «insurrección». Y «aunque probablemente nadie pensó entonces en hablar de comunismo en Rumania, medidas como el armamento de los obreros, el mantenimiento de comités de vigilancia y la toma en manos de la organización de la lucha, de la producción (determinar las necesidades alimenticias y médicas según su naturaleza, sus calidades y cantidades), la exigencia de disolución de los cuerpos armados estatales (ejército, milicia, policía...), y la confluencia con, por ejemplo, el comité que ocupaba el palacio presidencial, hubieran constituido los primeros pasos de una revolución comunista.».

Como BC, FOR se ha lamentado durante mucho tiempo por «la ausencia» de lucha de clase; ahora ve «los primeros pasos de una revolución comunista» en el momento en que la clase obrera ha sido desviada hacia el terreno de la burguesía. Es lo mismo cuando considera los efectos «positivos» del hundimiento del bloque ruso (hundimiento que parece reconocer, puesto que escribe: «se puede considerar que el bloque estalinista está vencido (...)». Según FOR esto ayudará a los obreros a ver la identidad de su condición a nivel internacional. Puede que eso sea verdad, pero insistir sobre ese punto en este momento es ignorar el impacto esencialmente negativo que la ofensiva ideológica actual de la burguesía tiene en el proletariado.

La corriente «ortodoxa» bordiguista posee todavía cierta solidez política, por ser producto de una tradición histórica en el movimiento revolucionario. Se pueden ver los «restos» de esa solidez, por ejemplo, en la última edición de Le Prolétaire, publicación en Francia del Partido Comunista Internacional (Programa Comunista). A diferencia del entusiasmo injustificado de BC y de FOR por los acontecimientos en Rumania, el número de Diciembre del 89-Febrero del 90 de Le Prolétaire toma posición claramente en contra de la idea de que las manifestaciones de masas en Europa del Este pertenezcan a la revolución, o sean los «primeros pasos» de una revolución:

« Además de las aspiraciones a la libertad y a la democracia, la característica común de todos los manifestantes de Berlín, de Praga y de Bucarest, es el nacionalismo. El nacionalismo y la ideología democrática que pretenden abarcar a «todo el pueblo», son ideologías de clase, ideologías burguesas. Y de hecho, son capas burguesas y pequeño-burguesas, frustradas por verse excluidas del poder, quienes fueron los verdaderos actores de esos movimientos y que finalmente lograron enviar a sus representantes a los nuevos gobiernos. La clase obrera no se manifestó como clase por sus propios intereses. Cuando hizo huelga, como en Rumania y en Checoslovaquia, fue siguiendo el llamamiento de los estudiantes, como simple componente indiferenciado del "pueblo". No ha tenido la fuerza hasta ahora de rechazar los llamamientos a mantener la unión del pueblo, la unión nacional entre las clases.

Aunque esas movilizaciones tuvieron un carácter violento, no alcanzaron el estadio de una «insurrección popular»: «En Rumania, los combates sangrientos que decidieron el desenlace, opusieron el ejército regular a elementos de los cuerpos especiales (Securitate) es decir que los combates se desarrollaron entre fracciones del aparato de Estado, no contra ese mismo aparato.»

Con respecto a las causas históricas y los efectos de esos acontecimientos, Le Prolétaire parece reconocer el papel clave de la crisis económica, y afirma igualmente que la desintegración del bloque occidental es la consecuencia inevitable de la desintegración del bloque del Este. También es consciente de que el pretendido hundimiento del «socialismo» es utilizado para embrollar la conciencia de los obreros en todas partes, y denuncia también correctamente la mentira según la cual los regímenes del bloque del Este no tendrían nada que ver con el capitalismo.

Del lado negativo, Le Prolétaire parece subestimar todavía la verdadera dimensión del hundimiento del Este, puesto que defiende que «quizás la URSS esté debilitada, pero sigue siendo, para el capitalismo mundial, responsable del mantenimiento del orden en su zona de influencia», cuando en realidad, el capitalismo mundial tiene conciencia de que ya no puede contar con la URSS para mantener el orden en el interior de sus propias fronteras. Al mismo tiempo, sobrestima la capacidad de los obreros del Este para superar las ilusiones sobre la democracia con sus luchas propias. En efecto, parece pensar que habrá luchas contra las nuevas «democracias» del Este que ayudarán a los obreros del Oeste a deshacerse de sus ilusiones, cuando lo cierto es lo contrario.

Ahora bien, el PCI-Programa Comunista, en los últimos años, se ha acercado mucho a posiciones abiertamente burgue­sas, sobre cuestiones tan críticas como la «liberación nacional» y la cuestión sindical. La respuesta relativamente sana de Le Prolétaire a los acontecimientos del Este prueba que existe todavía una vida proletaria en ese organismo. Pero no creemos que eso represente realmente un nuevo renacimiento: lo que les permite defender una posición de clase con respecto a estos acontecimientos es más la antipatía «clásica» que le tienen los bordiguistas a la democracia, que un examen crítico de las bases oportunistas de su política.

Se podría decir lo mismo del «otro» PCI, el que publican Partito Comunista en Italia y La Gauche Communiste (La Izquierda Comunista) en Francia. Con respecto a los acontecimientos de la primavera en China y del otoño en Alemania del Este, es capaz de afirmar claramente que la clase obrera no ha aparecido en su propio terreno. En el artículo «En China, el Estado defiende la libertad del capital contra los obreros», llega a la difícil pero necesaria conclusión que «aunque las ametralladoras que barrieron las calles también dispararon contra él, (el proletariado chino) tuvo la fuerza y la voluntad de no dejarse atraer por un ejemplo ciertamente heroico, pero que no le concierne».

Con respecto a Alemania del Este, escribe «por el momento se trata de movimientos interclasistas que se sitúan en un terreno democrático y nacional. El proletariado se encuentra ahogado en la masa pequeño-burguesa y no se diferencia en nada de ella en cuanto a reivindicaciones políticas».

Bueno. Pero ¿cómo puede ese PCI reconciliar esa sobria realidad con el artículo que publica sobre las huelgas de los mineros en Rusia, en donde proclama que el proletariado en los regímenes estalinistas es menos permeable a la ideología democrática que los obreros del Oeste?[2].

Fuera de la corriente bordiguista «ortodoxa» existe un montón de sectas a las que les gusta el plato de la «Izquierda italiana» pero condimentado con una pizca de modernismo, o de anarquismo, pero sobre todo, de academicismo. Así, durante todos los meses en que se desarrollaron esos acontecimientos que son la historia actual, nada perturbó la tranquilidad de grupos como Communisme ou Civilisation o Mouvement Communiste («por el Partido Comunista mundial», eso sí), que prosiguen sus investigaciones sobre la crítica de la economía política, convencidos de estar siguiendo los pasos de Marx cuando se retira del «partido formal» para concentrarse en Das Kapital. ¡Como si Marx se hubiera podido quedar callado ante acontecimientos históricos de tal dimensión! Pero hoy, hasta los elementos más activistas de esa corriente, como el Grupo Comunista Internacionalista, parecen haberse encerrado al calor de sus bibliotecas, pues fuera hace frío y viento...

¿Y qué es de los consejistas? No hay mucho que decir. En Gran Bretaña, silencio por parte de Wildcat y de Subversion. Un grupo de Londres, The Red Menace (La amenaza roja) pidió disculpas por no haber publicado nada sobre Europa del Este en el número de Enero de su boletín. Sus energías estaban ocupadas en la denuncia mucho más apremiante... del Islam, pues es ése el contenido principal de una hoja que publicaron recientemente. Sin embargo, como esa hoja también pone en el mismo nivel bolchevismo y estalinismo, la revolución de Octubre y la contrarrevolución burguesa, sirve también para recordar de qué manera el consejismo hace eco a las campañas de la burguesía que también se dedican a demostrar que existe una continuidad entre la revolución de 1917 y los campos de concentración estalinistas.

Con respecto a los neo-consejistas de la Fracción Externa de la CCI, podemos decir poco por el momento, puesto que su última publicación es del verano pasado y que no les ha parecido necesario hacer publicación especial alguna sobre la situación. Pero lo menos que se puede decir es que su último número (Perspective lnternationaliste nº 14) no inspira mucha confianza. Para la FECCI, la instalación del gobierno Solidar­nosc en Polonia no implicó ninguna pérdida de control por parte de los estalinistas al contrario, reveló su capacidad de utilizar la carta democrática para engañar a los obreros. Aquí también, difícilmente se puede esperar una clara posición de clase con respecto al baño de sangre en Rumania, puesto que vieron detrás de las matanzas en China no una lucha salvaje entre fracciones burguesas sino una huelga de masas embriona­ria, y denuncian a la CCI por no haberla visto. Y, si se pueden tomar en cuenta afirmaciones hechas en reuniones públicas en Bélgica, la FECCI sigue guiándose por el ya viejo principio del medio: decir lo contrario de lo que dice la CCI. Ponen mucho hincapié en negar que el bloque del Este se ha derrumbado; un bloque imperialista sólo se puede derrumbar por derrota militar o por la lucha de clase, porque así sucedió en el pasado. Para un grupo que pretende ser el castigador de todas las versiones osificadas y dogmáticas del marxismo, esto aparece como una tentativa patética de aferrarse a esquemas probados y comprobados. Pero no diremos más mientras no hayamos visto sus posiciones por escrito.

El nuevo período
y la responsabilidad de los revolucionarios

Aunque se trate de una situación en evolución, tenemos ya suficientes elementos como para concluir que los acontecimientos del Este han puesto violentamente en evidencia las debilidades del medio proletario existente. Fuera de la CCI que, a pesar de atrasos y errores, fue capaz de asumir sus responsabilidades ante estos sucesos, y aparte de algunos rasgos de clarividencia mostrados por los grupos políticos más serios, hemos visto diversos grados de confusión, o una incapacidad total para decir algo. Para nosotros eso no provoca ningún sentimiento victorioso de «superioridad», sino que pone en evidencia la enorme responsabilidad que pesa en la CCI. Al haber entrado en un período de reflujo de la conciencia de la clase, las dificultades del medio no se van a atenuar. Al contrario, pero eso no es un argumento para caer en la pasividad o el pesimismo. Por un lado, la aceleración de la historia va a incrementar a su vez el proceso de decantación que habíamos observado ya en el medio. La rueda implacable de la historia arrasará con los grupos efímeros y parasitarios que han demostrado su total incapacidad para responder al nuevo período, pero va a sacudir desde la raíz también a las corrientes más importantes si no son capaces de corregir sus errores y sus ambigüedades. Ese proceso será sin duda doloroso pero no negativo obligatoriamente, a condición de que los elementos más avanzados en el medio, y la CCI particularmente, sean capaces de despejar una orientación clara que pueda servir en un momento difícil de la historia.

Una vez más, un reflujo general de la conciencia de la clase, es decir, a nivel de la extensión de la conciencia en la clase, no significa «desaparición» de la conciencia de clase, el fin de su desarrollo en profundidad. Hemos visto ya, de hecho, que los acontecimientos del Este han sido un estímulo considerable para una minoría de personas que tratan de comprender lo que está pasando y que han vuelto a tomar contacto con la vanguardia política. Aunque habrá vacilaciones, el proceso subyacente continuará. Nuestra clase no ha sufrido derrota histórica y existen posibilidades reales de que vuelva a salir del repliegue actual para desafiar al capitalismo de manera más profunda que nunca.

Para la minoría revolucionaria, es indudablemente un momento durante el cual las tareas de clarificación política y de propaganda general tenderán a adquirir más importancia que la intervención de agitación. Pero eso no significa que los revolucionarios deban retirarse a sus estudios. Nuestra tarea es quedarnos con y en nuestra clase, aunque nuestra intervención se haga en condiciones más difíciles y vaya más que antes «contra la corriente». Más que nunca, las voces de los revolucionarios deben hacerse oír; es efectivamente una de las condiciones para que la clase supere sus dificultades actuales y vuelva al centro del escenario de la historia.

CDW, Febrero de 1990.



(*)Terminando ya esta revista, nos llegaron nuevas publicaciones: Workers' Voice, Battaglia Comunista, Suplemento a Perspective Internationa­liste, cuya critica no podemos incluir en este articulo. Globalmente, WV mantiene el mismo análisis del periodo, denunciando más claramente los peligros para el proletariado. BC parece haber abandonado en parte sus delirios sobre la «Insurrección popular» en Rumania. PI anda con rodeos y minimiza el hundimiento del bloque y, sin decir nada sobre su gran descubrimiento «teórico» sobre «la transición de la dominación formal a la dominación real del capital» como explicación de la situación en la URSS, ve la situación bastante bien controlada por Gorbachov. La posición minoritaria del mismo PI admite más claramente el hundimiento del bloque ruso y sus orígenes en la crisis económica. La evolución de las posiciones demuestra que los acontecimientos empujan a la clarificación, pero el problema del marco general de análisis sigue planteado tal y como lo enfocamos en este articulo, escrito antes de recibir estas publicaciones.

 

[1] Ver nuestra critica de ese texto en la Revista Internacional nº 46, 3er trimestre de 1986.

[2] Ver articulo: «La responsabilidad de los revolucionarios» en Rivoluzíone Internazionale nº 62.

Corrientes políticas y referencias: 

  • Izquierda Comunista [16]

Acontecimientos históricos: 

  • Hundimiento del Bloque del Este [18]

Cuestiones teóricas: 

  • Descomposición [13]

Tras el hundimiento del bloque del este, inestabilidad y caos

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El hundimiento del bloque del Este que acabamos de presenciar, es, junto con la reanudación histórica del proletariado a finales de los años 60, el hecho más importante desde la segunda guerra mundial. En efecto, lo ocurrido en la segunda mitad del año 1989 ha significado el final de la configuración del mundo tal como había sido durante décadas. Las Tesis sobre la crisis económica y política en URSS y en los países del Este (véase Revista Internacional nº 60), redactadas en septiembre del 89, proporcionan el marco para comprender lo que

El hundimiento del bloque del Este que acabamos de presenciar, es, junto con la reanudación histórica del proletariado a finales de los años 60, el hecho más importante desde la segunda guerra mundial. En efecto, lo ocurrido en la segunda mitad del año 1989 ha significado el final de la configuración del mundo tal como había sido durante décadas. Las Tesis sobre la crisis económica y política en URSS y en los países del Este (véase Revista Internacional nº 60), redactadas en septiembre del 89, proporcionan el marco para comprender lo que está en juego en esos acontecimientos. Esencialmente, ese análisis ha sido ampliamente confirmado por lo ocurrido en estos últimos meses. Por eso, no es necesario volver aquí ampliamente sobre dicho análisis, si no es para dar cuenta de los principales acontecimientos producidos desde la aparición del número anterior de esta Revista. En cambio, es esencial para los revolucionarios examinar las implicaciones de esta nueva situación histórica, sobre todo por la importancia de las diferencias que tiene con el período anterior. Esto es lo que se propone este artículo.

Durante varios meses, la evolución de la situación en los países del Este parecía cumplir los deseos de la burguesía en favor de una «democratización pacífica». Sin embargo, desde finales de diciembre, la perspectiva de enfrentamientos homicidas que ya preveíamos en las Tesis obtenía su trágica confirmación.

Las convulsiones brutales y el baño de sangre que se han vivido en Rumania y en Azerbaiyán soviético no serán una excepción. La «democratización» de aquel país era el final de una etapa en el hundimiento del estalinismo, el de la desaparición de las «democracias populares»[1]. A la vez, abría un período nuevo: el de las convulsiones sangrientas que van afectar a esa parte del mundo, y muy especialmente a ese país de Europa donde el partido estalinista sigue conservando el poder (haciendo salvedad de la minúscula Albania), o sea, la URSS misma. En efecto, los acontecimientos de las últimas semanas en ese país confirman la total pérdida de control de la situación por las autoridades, incluso si, por el momento, Gorbachov parece ser capaz de mantener su posición al mando del Partido. Los tanques rusos en Bakú no son en absoluto una demostración de fuerza del poder que dirige la URSS; son, al contrario, una terrible demostración de flaqueza. Gorbachov había prometido que desde ahora, las autoridades no recu­rrirían a la fuerza armada contra la población: el baño de sangre del Cáucaso ha rubricado el fracaso total de su política de «reestructuración». Ya que lo que está ocurriendo en esas regiones no es sino el anuncio de convulsiones mucho mayores que van a zarandear y, en fin de cuentas, hundir a la URSS.

La URSS se hunde en el caos

En unos cuantos meses, la URSS ha perdido el bloque imperialista que dominaba hasta el verano pasado. Ya no existe el «bloque del Este»; se ha ido deshaciendo a la vez que se iban derrumbando cual castillo de naipes los regímenes estalinistas que dirigían las «democracias populares». Pero no iba a quedarse ahí semejante ruina. La causa primera de la descomposición del  bloque del Este es la quiebra económica y política total del régimen de su potencia dominante, debida a los golpes de la agravación inexorable de la crisis mundial del capitalismo. Y es obligatoriamente en esa potencia dominante en donde esa quiebra iba a aparecer con mayor brutalidad. La explosión del nacionalismo en el Cáucaso, los enfrentamientos armados entre azeríes y armenios, los pogromos de Bakú, todas las convulsiones que originaron la intervención masiva y sangrienta del Ejército «rojo», son un paso más en el hundimiento, en el estallido de lo que era, hace menos de un año, la segunda potencia mundial. La secesión abierta de Azerbaiyán (en donde incluso el Soviet supremo se ha levantado contra Moscú), pero también la de Armenia, en donde quien domina en la calle son fuerzas armadas que no tienen nada que ver con las autoridades oficiales, no son sino los precedentes de otras secesiones del conjunto de regiones que rodean a Rusia. El recurso a la fuerza armada ha sido para las autoridades de Moscú el intento de acabar con ese proceso, cuyas próximas etapas vienen anunciadas ya por la secesión «tranquila» de Lituania y las manifestaciones nacionalistas en Ukrania a primeros de enero. La represión no podrá, en el mejor de los casos, sino postergar lo ineluctable. En Bakú, ya hoy, por no mencionar otras ciudades y el campo, la situación dista mucho de estar bajo el control de las autoridades centrales. El silencio que ahora mantienen los media no significa ni mucho menos que las «aguas hayan vuelto a sus cauces». En la URSS, al igual que en Occidente, la glasnost es selectiva. No hay que animar a otras nacionalidades a que sigan el ejemplo de armenios y azeríes. Y aunque, por ahora, los tanques han logrado imponer la losa del silencio sobre las manifestaciones nacionalistas, el poder de Moscú no ha arreglado nada. Hasta ahora, sólo una parte de la población se había movilizado activamente contra la tutela de Rusia. La llegada de los tanques y las matanzas han unificado a los azeríes contra el «ocupante». Los armenios no son los únicos en temer por sus vidas. La población rusa de Azerbaiyán corre el riesgo de pagar los platos rotos de la operación militar. Además, las autoridades de Moscú no tienen medios para emplear por todas partes el mismo método de «mantenimiento del orden». Primero, los azeríes no son sino una pequeña parte de la totalidad de pueblos no rusos que viven en la URSS. Cabe preguntarse, por ejemplo, con qué medios podría el gobierno, meter en cintura a 40 millones de ukranianos. Segundo, las autoridades no pueden contar con la obediencia del mismísimo Ejército «rojo». En él, los soldados pertenecientes a las minorías que hoy exigen su independencia están cada vez menos dispuestos a que los maten para garantizar la tutela rusa sobre esas minorías. Los rusos mismos, por lo demás, cada vez tienen menos ganas de asumir tal labor. Eso lo han demostrado manifestaciones como la del 19 de enero en Krasnódar, en el sur de Rusia, cuyas consignas demostraban claramente que la población no está dispuesta a aceptar un nuevo Afganistán y que obligaron a las autoridades a liberar a los reservistas movilizados días antes.

Es así como el mismo fenómeno que llevó hace algunos meses a la explosión del ex-bloque ruso, continúa hoy con la de su ex-líder. Al igual que sus regímenes estalinistas mismos, el bloque del Este no aguantaba sino con el terror, con la amenaza, varias veces llevada a cabo, de una represión armada bestial. En cuanto la URSS, a causa de su bancarrota económica y la parálisis resultante en su aparato político y militar, dejó de tener los medios de ejercer tal represión, su imperio se dislocó inmediatamente. Y esta dislocación ha arrastrado con ella la de la URSS misma, puesto que este país está también formado por un mosaico de nacionalidades bajo la tutela de Rusia. El nacionalismo de esas minorías, cuyas manifestaciones abiertas habían sido impedidas por la despiadada represión estalinista, pero que se ha acrecentado a causa de esa misma represión y del silencio a que estaba condenado, se ha desencadenado en cuanto pareció, con la perestroika gorbachoviana, que se alejaba la amenaza de la represión. Hoy, la represión está de nuevo al orden del día, pero ya es demasiado tarde para dar marcha atrás a la rueda de la historia. Al igual que la situación económica, la situación política escapa totalmente al control de Gorbachov y su partido. Lo único que su perestroika ha permitido es que haya todavía menos cosas en los estantes de los almacenes, que haya más miseria y que, además, se haya dado rienda suelta a los más sórdidos sentimientos patrioteros y xenófobos, a los pogromos, matanzas y persecuciones de todo tipo.

Y eso sólo es el principio. El caos que impera ya hoy en la URSS se irá agravando, pues el régimen que gobierna todavía el país, al igual que el estado de su economía, no ofrecen la menor perspectiva. La perestroika, o sea la tentativa de adaptar pasito a paso un aparato económico y político paralizado frente a la agravación de la crisis mundial, está demostrando cada día más su quiebra total. El retorno a la situación anterior, restableciendo la centralización total del aparato económico y el terror de la época estalinista o brezhneviana, incluso si es intentado por los sectores «conservadores» del aparato, no resolvería nada. Estos métodos ya demostraron su ineficacia, puesto que la perestroika surgió precisamente de la comprobación de su inutilidad. Desde entonces, la situación no ha ido sino empeorándose en todos los planos y a una escala considerable. La resistencia todavía muy fuerte de un aparato burocrático que comprueba cómo se van disolviendo a sus pies las bases mismas de su poder y de sus privilegios, acabará en baño de sangre sin que ello permita superar el caos. Y, en fin, el establecimiento de formas más clásicas de dominación capitalista (autonomía de gestión de las empresas, introducción de criterios de competencia en el mercado), aunque sea la única «perspectiva», no podrá, en lo inmediato, sino agravar todavía más el caos de la economía. Ya pueden verse hoy en Polonia las consecuencias de tal política: 900 % de inflación, aumento imparable del desempleo, parálisis creciente de las empresas (en el 4º trimestre del 89, la producción de bienes alimenticios tratados por la industria bajó en un 41 %, la del vestido en un 28 %). En un contexto así, de caos económico, no hay cabida para una «democratización suave», ni para la estabilidad política.

Así, sea cual sea la política que surgirá de las esferas dirigentes del PC de la URSS, sea cual sea el posible sucesor de Gorbachov, el resultado no sería muy diferente, la perspectiva en ese país es la de convulsiones en aumento. De éstas, las últimas semanas no nos han dado sino una pequeña muestra: hambres, matanzas, ajustes de cuentas entre camarillas de la «Nomenklatura» y entre poblaciones embrutecidas por el nacionalismo. Mediante la mayor de las barbaries logró el estalinismo establecer su poder sobre el cadáver de la Revolución comunista de octubre de 1917, víctima de su trágico aislamiento internacional. Y en la barbarie, el caos, la sangre y el fango está hoy agonizando ese inmundo sistema estalinista.

Cada día más, la situación de la URSS y de la mayoría de los países de Europa del Este, va a parecerse a la de los países del «Tercer Mundo». La barbarie total que desde hace años ha convertido a estos países en auténtico infierno, la descomposición de toda vida social, la ley impuesta por cuadrillas armadas, todo lo que nos propone como ejemplo el Líbano, serán cada día menos una especialidad de las áreas alejadas del corazón del capitalismo. Ya hoy, toda una parte del mundo dominada hasta ahora por la segunda potencia mundial está amenazada de «libanización». Y ello, en Europa misma, a unos cuantos cientos de kilómetros de las concentraciones industriales más antiguas e importantes del mundo.

Por todo ello, el hundimiento del bloque imperialista del Este no sólo acarrea trastornos para los países del área y para las constelaciones imperialistas tal como habían surgido de la segunda guerra mundial. Ese hundimiento lleva consigo una inestabilidad general que acabará afectando a todos los países del mundo, incluidos los más sólidos. Es, por eso, de suma importancia que los revolucionarios sean capaces de comprender la amplitud de estos cambios y, en especial, de actualizar el marco de análisis que era válido hasta el verano pasado, cuando se celebró nuestro último congreso internacional (véase Revista Internacional nº 59), pero que los acontecimientos de la segunda mitad de 1989 han vuelto en parte caducos. Esa actualización es lo que aquí nos proponemos hacer, en torno a los tres «clásicos» ejes del análisis de la situación internacional:

  • la crisis del capitalismo,
  • los conflictos imperialistas,
  • la lucha de clases.

La crisis del capitalismo

Es el punto de los análisis del último Congreso que sigue estando de actualidad. En efecto, la evolución de la situación de la economía mundial durante los 6 últimos meses ha confirmado plenamente los análisis del Congreso en cuanto a la agravación de la crisis de la economía mundial. Las ilusiones que los «especialistas» burgueses habían intentado mantener en cuanto al «desarrollo» y la «salida de la crisis» -ilusiones basadas en las cifras de 1988 y principios del 89, particularmente en la evolución del PNB- ya están siendo puestas en entredicho (véanse los artículos sobre el tema en este número de la Revista Internacional y en el precedente).

Por lo que se refiere a los países del ex-bloque del Este, la glasnost, que hoy permite hacerse una idea más realista de su verdadera situación, también permite darse una idea de la amplitud del desastre. Las cifras oficiales anteriores, que ya daban cuenta de un desastre de primera importancia, estaban muy por debajo de la realidad. La economía de los países del Este aparece como un auténtico mundo en ruinas. La agricultura (que emplea sin embargo una proporción mucho más alta de la población que en los países occidentales), está totalmente incapacitada para alimentar a la población. El sector industrial no sólo es totalmente anacrónico y caduco, sino que además está totalmente bloqueado, incapaz de funcionar, por falta de transportes y de abastecimiento en piezas de recambio, a causa del desgaste de las máquinas etc., y, sobre todo, a causa del desinterés general de todos sus protagonistas, desde los aprendices hasta los directores de fábrica. Casi medio siglo después de la segunda guerra mundial, una economía que, según lo que decía Jruschev a principios de los años 60, iba a alcanzar y adelantar a la de los países occidentales y «dar la prueba de la superioridad del "socialismo" sobre el capitalismo», parece como si acabara de salir de la guerra. Como ya hemos dicho, es la quiebra total de la economía estalinista, comprobada ya desde hace años frente a la agravación de la crisis mundial, lo que ha originado el hundimiento del bloque del Este, pero tal quiebra no ha alcanzado su punto extremo ni mucho menos. Y eso tanto más por cuanto a nivel mundial, la crisis económica va a agravarse todavía más, acentuándose encima sus efectos a causa precisamente de la catástrofe que afecta a los países del Este.  

A este respecto, hay que denunciar la imbecilidad, propagada por sectores de la burguesía, pero también por ciertos grupos revolucionarios, de creer que la apertura de la economía de los países del Este al mercado mundial sería un «balón de oxí­geno» para la economía capitalista en su conjunto. La realidad es muy diferente.

Primero, para que los países del Este pudieran contribuir a mejorar la situación de la economía mundial, antes deberían ser un mercado real. Necesidades no deja de haber, desde luego, como también las hay en los países subdesarrollados. De lo que se trata es de saber con qué van a comprar todo lo que les falta. Y ahí es donde se comprueba inmediatamente la absurdez de aquel análisis. Esos países NO TIENEN NADA con qué pagar lo que compren. No disponen del más mínimo recurso finan­ciero; de hecho, hace ya tiempo que se han apuntado a la peña de los países endeudados: la deuda externa del conjunto de las ex-democracias populares ascendía en 1989 a 100 mil millones de dólares[2], o sea, un monto cercano al de Brasil para una población y un PNB igualmente comparables. Para poder comprar, primero tendrían que vender. Y ¿qué van a vender en el mercado mundial cuando precisamente la causa primera del hundimiento de los regímenes estalinistas, en el contexto de crisis general del capitalismo, es la falta total de capacidad competitiva en el mercado mundial de las economías que dirigían?

Ante esa objeción, algunos sectores de la burguesía responden que estaría bien un nuevo «Plan Marshall» que permitiera reconstituir el potencial económico de esos países. Cierto es que la economía de los países del Este tiene algunas analogías con la de toda Europa tras la segunda guerra mundial, pero, hoy, un nuevo «Plan Marshall» es totalmente imposible. Ese Plan, cuya finalidad esencial no era tanto la de reconstruir Europa sino sustraerla a la amenaza de control por parte de la URSS, tuvo éxito en la medida en que el mundo entero (salvo Estados Unidos) necesitaba reconstruirse. En aquella época no existía el problema de sobreproducción general de mercancías; fue precisamente el final de la reconstrucción de Europa Occidental y de Japón lo que originó la crisis abierta que hoy conocemos desde finales de los años 60. Por eso, una inyección masiva de capitales en los países del Este hoy, para desarrollar su potencial económico y especialmente el industrial, está fuera de lugar. Aún suponiendo que se pudiera poner en pie ese potencial productivo, las mercancías producidas no harían sino atascar todavía más un mercado mundial supersaturado. Con los países que hoy están saliendo del estalinismo ocurre lo mismo que los subdesarrollados: toda la política de créditos masivos inyectados en éstos durante los años 70 y 80 ha desembocado obligatoriamente en la situación catastrófica bien conocida: una deuda de 1 billón 400 millones de $ y unas economías todavía más destrozadas que antes. A los países del Este, cuya economía se parece en muchos aspectos a la de los subdesarrollados, no les espera otro destino. Los financieros de las grandes potencias occidentales no se engañan y no andan corriendo a codazo limpio para aportar capitales a países que, como la recién «desestalinizada» Polonia que necesitaría como mínimo 10 mil millones de dólares en tres años, los piden a gritos, mandando de pedigüeño incluso al «obrero» premio Nóbel, Walesa en persona. Y como esos responsables financieros lo son todo menos filántropos, no habrá ni créditos ni ventas masivas de los países más desarrollados hacia los países que acaban de «descubrir» las «virtudes» del liberalismo y de la «democracia». Lo único que podrán esperar es que les manden algún que otro crédito y ayuda urgente para que esos países eviten la bancarrota financiera abierta y hambres que no harían sino agravar las convulsiones que los están sacudiendo. Y no será eso lo que podría significar un «balón de oxígeno» para la economía mundial.

Entre los países del ex-bloque del Este, la RDA es, evidentemente, un caso aparte. Este país no está destinado a mantenerse como tal. La perspectiva de su absorción por la RFA es algo ya admitido, no sólo, de mala gana, por las grandes potencias sino también por su actual gobierno. Sin embargo, la integración económica, primera etapa de la «reunificación», único medio para atajar el éxodo masivo de la población de la RDA hacia la RFA, está ya planteando problemas considerables, tanto a este país como a sus socios occidentales. El «salvamento» de la economía de Alemania Oriental es un fardo enorme financieramente hablando. Si bien, por un lado, las inversiones que se realizarán en esa parte de Alemania, podrán ser una «salida» momentánea para ciertos sectores industriales de la Occidental y de otros países de Europa, por otro lado, esas inversiones acabarán agravando el endeudamiento general de la economía capitalista, a la vez que servirán para atascar más todavía el mercado mundial. Por eso, el reciente anuncio de la creación de una unión monetaria entre las dos Alemanias, decisión motivada más por razones políticas que económicas (como lo demuestran las reticencias del presidente del Banco federal), no ha levantado, ni mucho menos, mareas de entusiasmo en los países occidentales. En realidad, la RDA es, en lo económico, un regalo envenenado para la RFA. Alemania del Este es: una industria arruinada, una economía agotada, un montón de deudas y vagones enteros de marcos-Este que apenas si valen el papel con que están hechos, pero que la RFA deberá comprar a precio fuerte cuando el marco alemán se convierta en moneda común para las dos partes de Alemania. En RFA, la fábrica de billetes va a ponerse a tope, y la inflación también.

Es así como lo que fundamentalmente puede esperar la economía capitalista del bloque del Este, no es ni mucho menos, una atenuación de la crisis sino dificultades en aumento. Por un lado, como ya hemos visto, la crisis financiera (la montaña de deudas impagables) se agravará; además, el debilitamiento en la cohesión del bloque occidental y, a la larga, su desaparición (véase más lejos) traen la perspectiva de mayores dificultades para la economía mundial. Como ya hemos puesto en evidencia desde hace tiempo, una de las razones por las que el capitalismo ha podido hasta ahora aminorar el ritmo de su hundimiento, ha sido la instauración de una política de capitalismo de Estado a escala de todo el bloque occidental, o sea, de la esfera dominante del mundo capitalista. Esta política exigía una disciplina muy seria por parte de los diferentes países que componen el bloque, disciplina obtenida sobre todo con la autoridad ejercida por Estados Unidos sobre sus aliados, gracias a su potencia económica y también militar.

El «paraguas militar» de EEUU frente a la «amenaza soviética», de igual modo, claro está, que tenía su lugar preponderante y el de su moneda en el sistema financiero internacional, exigía, como contrapartida, la sumisión ante las decisiones norteamericanas en lo económico. Hoy, tras la desaparición de la amenaza militar de la URSS sobre los Estados del bloque occidental (en especial sobre los de Europa occidental y Japón), los medios de presión de Estados Unidos sobre sus «aliados» han disminuido considerablemente, y esto tanto más por cuanto la economía norteamericana, con sus déficits enormes y el continuo retroceso de su competitividad en el mercado mundial, ha ido perdiendo mucho terreno respecto a sus principales competidores. La tendencia que se irá reforzando cada vez más será que las economías más capacitadas, y en primer término las de Alemania y Japón, van a procurar quitarse de encima la tutela americana para jugar sus propias bazas en el tapete económico mundial, lo cual hará que se agudice la guerra comercial y se agrave la inestabilidad general de la economía capitalista.

Hay que afirmar claramente, en fin de cuentas, que el hundimiento del bloque del Este, las convulsiones económicas y políticas de los países que lo formaban, no son ni mucho menos signos de no se sabe qué mejora de la situación económica de la sociedad capitalista. La quiebra económica de los regímenes estalinistas, consecuencia de la crisis general de la economía mundial, no hace sino anticipar, anunciándolo, el hundimiento de sectores más desarrollados de esta economía.

Los antagonismos imperialistas

Los acontecimientos que se desarrollaron durante la segunda mitad del año 89 han puesto en entredicho la configuración geopolítica en la cual vivía el mundo desde la segunda guerra mundial. Ya han dejado de existir los dos bloques imperialistas que se repartían el planeta.

El bloque del Este ya no existe, es una evidencia incluso para los sectores de la burguesía que durante años tanto nos querían asustar con el peligro del «imperio del mal» y su «formidable» potencia militar. Esta realidad la confirma toda una serie de acontecimientos recientes tales como:

  • el apoyo que los principales dirigentes occidentales (Bush, Thatcher, Mitterrand especialmente) dan a Gorbachov (apoyo acompañado de elogios ditirámbicos);
  •  los resultados de diferentes encuentros en recientes Conferencias en la cumbre (Bush-Gorbachov, Mitterrand-Gorbachov, etc.) que ponen de relieve la desaparición efectiva de los antagonismos que han opuesto durante décadas al Este y el Oeste;
  • anuncio por la URSS de la retirada de sus tropas en el extranjero;
  • reducción de los gastos militares de Estados Unidos, planificados ya;
  • la decisión conjunta de reducir rápidamente a 195 000 las tropas de los ejércitos soviético y norteamericano basados en Europa Central (en especial en las dos Alemanias), lo cual corresponde de hecho, a una retirada de 405 000 hombres para la URSS contra 90 000 para EEUU;
  • la actitud de los principales dirigentes occidentales cuando los acontecimientos de Rumania, pidiendo a la URSS una intervención militar para apoyar a las fuerzas «democráticas» ante la resistencia encontrada por parte de los últimos fieles de Ceaucescu;
  • el apoyo aportado por esos mismos a la intervención de los tanques rusos en Bakú, en Enero.

Diez años después de la ruidosa protesta provocada en los países occidentales por la entrada de esos mismos tanques en Kabul, el contraste con la actitud de hoy no puede ser más significativo del cambio total en la geografía imperialista del planeta. Ese cambio ha estado confirmado por la conferencia, co-presidida por Canadá y Checoslovaquia, celebrada en Ottawa, entre la OTAN y el Pacto de Varsovia, durante la cual la URSS aceptó prácticamente todas las exigencias occidentales.

¿Significa esa desaparición del bloque del Este que el mundo, desde ahora en adelante, estará dominado por un solo bloque imperialista o que el capitalismo ya no conocerá más enfrentamientos imperialistas? Estas hipótesis son totalmente ajenas al marxismo.

La tesis del «superimperialismo», desarrollada por Kautsky antes de la primera guerra mundial fue combatida tanto por los revolucionarios (en particular, Lenin) como por los hechos mismos. Y seguía siendo tan falsa y mentirosa cuando fue recogida y aumentada por estalinistas y trotskistas para afirmar que el bloque dominado por la URSS no era imperialista. Y no será, hoy, el hundimiento del bloque del Este lo que podría volver a dar vida a semejantes análisis; ese hundimiento lleva en sí el del bloque occidental. Además, no sólo las grandes potencias que dirigen los bloques son imperialistas, contrariamente a la tesis que defienden grupos como la CWO. En el período de decadencia del capitalismo[3], TODOS los Estados son imperialistas y toman sus disposiciones para asumir esa realidad: economía de guerra, armamento, etc. Por eso, la agravación de las convulsiones de la economía mundial va a agudizar las peleas entre los diferentes Estados, incluso, y cada vez más, militarmente hablando. La diferencia con el período que acaba de terminar, es que esas peleas; esos antagonismos, contenidos antes y utilizados por los dos grandes bloques imperialistas, van ahora a pasar a primer plano. La desaparición del gendarme imperialista ruso, y lo que de ésa va a resultar para el gendarme norteamericano respecto a sus principales «socios» de ayer, abren de par en par las puertas a rivalidades más localizadas. Esas rivalidades y enfrentamientos no podrán, por ahora, degenerar en conflicto mundial, incluso suponiendo que el proletariado no fuera capaz de oponerse a él. En cambio, con la desaparición de la disciplina impuesta por la presencia de los bloques, esos conflictos podrían ser más violentos y numerosos y, en especial, claro está, en las áreas en las que el proletariado es más débil.

Hasta ahora, en el período de decadencia del capitalismo, una situación así, de dispersión de los antagonismos imperialistas, de ausencia de reparto del mundo (o de sus zonas decisivas) entre dos bloques, no se había prolongado nunca. La desaparición de las dos constelaciones imperialistas surgidas de la segunda guerra mundial lleva inscrita la tendencia a la recomposición de dos nuevos bloques. Sin embargo, una situación así no está todavía al orden del día a causa de:

  • la permanencia de ciertas estructuras del antiguo reparto, como la existencia formal de las dos grandes alianzas militares, la OTAN y el Pacto de Varsovia, con el despliegue de los dispositivos militares correspondientes;
  • la ausencia de una gran potencia capaz de tomar ya la función, perdida definitivamente por la URSS, de cabeza de bloque que se enfrentaría al teóricamente dominado por Estados Unidos.

Para esa función, un país como Alemania, sobre todo tras su reunificación, sería el mejor situado gracias a su poderío económico y a su situación geográfica. Por esta razón, se ha producido ahora una unidad de intereses entre países occidentales y la URSS para frenar un poco, o al menos procurar controlar, el proceso de reunificación. Sin embargo, aunque de un lado hay que constatar el considerable debilitamiento de la cohesión del bloque USA, debilitamiento que irá acentuándose, hay que tener cuidado, como acabamos de poner de relieve, con anunciar precipitadamente la formación de un nuevo bloque dirigido por Alemania. En lo militar, este país dista mucho de poder asumir ese papel. Por su situación de «vencido» de la segunda guerra mundial, sus ejércitos están muy por debajo de su poderío económico. La RFA no ha sido autorizada hasta hoy para poseer armas atómicas, y el enorme arsenal de material nuclear desplegado en su suelo está totalmente controlado por la OTAN. Además, y eso es todavía más importante a largo plazo, la tendencia a un nuevo reparto del mundo entre dos bloques militares está frenada, quizás incluso definitivamente, por el fenómeno cada día más profundo y general de la descomposición de la sociedad capitalista, tal como ya lo hemos recalcado nosotros (véase Revista Internacional nº 57).

Ese fenómeno de descomposición, que se ha venido desarrollando a lo largo de los años 80, es resultado de la incapacidad de las dos clases fundamentales de la sociedad para dar su propia respuesta a la crisis sin salida en la que se está hundiendo el modo de producción capitalista. Aunque la clase obrera, al no dejarse alistar tras las banderas de la burguesía, lo que sí ocurrió en los años 30, ha podido hasta ahora impedir que el capitalismo pudiera desencadenar una tercera guerra mundial, no ha encontrado, sin embargo, la fuerza de afirmar claramente su perspectiva: la revolución comunista. En una situación así, con una sociedad momentáneamente «bloqueada», sin perspectiva alguna mientras que la crisis del capitalismo no deja de agravarse, no por eso se va a parar la historia. Su «curso» se concreta en una putrefacción creciente de toda vida social, cuyas múltiples manifestaciones ya hemos analizado en esta Revista: desde la plaga de la droga hasta la corrupción general de los políticos, pasando por las amenazas constantes al medio ambiente, la multiplicación de catástrofes «naturales» o «accidentales», el aumento de la criminalidad, del nihilismo y la desesperación entre los jóvenes. Una de las expresiones de la descomposición es la incapacidad creciente de la clase burguesa para controlar no sólo la situación económica, sino también la política. Evidentemente, ese fenómeno es ya muy profundo en los países de la periferia del capitalismo, en aquéllos que por haber llegado demasiado tarde al desarrollo industrial, han sido los primeros y los más duramente golpeados por la crisis del sistema. Hoy, el caos económico y político que se está desplegando en los países del Este, la total pérdida de control de la situación por parte de las burguesías locales, es una nueva expresión del fenómeno general. Y la burguesía más fuerte, la de los países avanzados de Europa y América del Norte, es también consciente de que no está al abrigo de todas esas convulsiones. Por eso le ha dado todo su apoyo a Gorbachov en sus intentos por «poner orden» en su imperio, incluso cuando lo ha hecho aplastando en la sangre como ocurrió en Bakú. Aquélla tiene mucho miedo de que el caos que se está instaurando en el Este traspase las fronteras y acabe afectando al Oeste, al igual que la nube radioactiva de Chernóbil.

Respecto a eso, la evolución de la situación en Alemania es significativa. La increíble rapidez con la que se han ido encadenando los acontecimientos desde el último otoño no significa en absoluto que a la burguesía le haya entrado el frenesí de la «democratización». En realidad, si ya la situación en Alemania Oriental dejó hace tiempo de ser la concreción de una política deliberada de la burguesía local, para la burguesía de la RFA, y para el conjunto de la burguesía mundial, ocurre otro tanto. La reunificación de ambas Alemanias, que ninguno de los «vencedores» de 1945 quería hace tan sólo unas semanas (hace 3 meses, Gorbachov la veía para «dentro de un siglo»), por miedo a que a una «Gran Alemania» hegemónica en Europa se le afilaran los colmillos imperialistas, ahora se impone cada día más como único medio para atajar el caos en RDA y el contagio a los países vecinos. Y eso a pesar de que incluso para la burguesía germano-occidental las cosas van «demasiado deprisa». En las condiciones en que se está produciendo, la reunificación, tan deseada desde hace décadas, no acarreará más que dificultades. Y cuanto más se retrase, mayores serán esas dificultades. El que la burguesía de RFA, una de las más sólidas del mundo, esté hoy obligada a correr detrás de los acontecimientos da una idea de lo que le espera al conjunto de la clase dominante.

En un contexto así, de pérdida de control de la situación para la burguesía mundial, no es evidente que haya sectores dominantes de ella que hoy sean capaces de imponer la organización y la disciplina necesarias para la reconstitución de bloques militares. Una burguesía que ya no controla la política de su propio país, mal armada está para imponerse a otras, lo cual es en fin de cuentas lo que acabamos de ver con el desmoronamiento del bloque del Este, cuya causa primera ha sido el derrumbe económico y político de su potencia dominante.

Por todo eso, es fundamental poner de relieve que: la solución proletaria, la revolución comunista, es la única capaz de oponerse a la destrucción de la humanidad, tal destrucción es la única «respuesta» que la burguesía puede dar a su crisis; pero esta destrucción no vendría necesariamente de una tercera guerra mundial. Podría ser el resultado de la continuación hasta sus más extremas consecuencias de la descomposición ambiente: catástrofes ecológicas, epidemias, hambres, guerras locales sin fin, y un largo etcétera.

La alternativa histórica «Socialismo o Barbarie», tal como la puso de relieve el marxismo, tras haberse concretado en «Socialismo o Guerra imperialista mundial» durante la mayor parte del siglo XX, se fue precisando bajo la forma aterradora de «Socialismo o Destrucción de la humanidad» durante las últimas décadas con el desarrollo de las armas atómicas. Hoy, tras el derrumbe del bloque del Este, esa perspectiva sigue siendo totalmente válida. Pero hay que decir que semejante destrucción puede venir de la guerra imperialista generalizada O de la descomposición de la sociedad.

El retroceso de la conciencia en la clase obrera

Las «Tesis sobre la crisis: económica y política en los países del Este», que hemos publicado en la Revista Internacional nº 60, ponen en evidencia que el derrumbamiento del bloque del Este y la agonía del estalinismo van a repercutir en la conciencia del proletariado, con un retroceso de dicha conciencia. Las causas y manifestaciones de este retroceso se analizaban en el artículo «Dificultades en aumento para el proletariado» en la mencionada publicación. Pueden resumirse así:

  • al igual que la aparición, en 1980, de un sindicato «independiente» en Polonia, pero a una escala mucho más amplia, debido a la importancia de los acontecimientos actuales, el desmoronamiento del bloque del Este y la agonía del estalinismo van a permitir que se desarrollen las ilusiones democráticas, no sólo en el proletariado de los países del Este, sino también en el de los países occidentales;
  • « el que tal acontecer histórico haya tenido lugar sin la presencia activa de la clase obrera engendrará en ella un sentimiento de impotencia» (ibídem);
  • «Además, al producirse el hundimiento del bloque del Este tras un período de "guerra fría" con el bloque del Oeste, "guerra" de la que este último aparece como "vencedor" sin haber librado batalla, va a crear y alimentar entre las poblaciones de Occidente y entre ellas los obreros, un sentimiento de euforia y de confianza hacia sus gobernantes, algo similar, aunque salvando las distancias, al que desorientó a la clase obrera de los países "vencedores" tras las dos guerras mundiales»;
  • la dislocación del bloque del Este va a aumentar el peso del nacionalismo en las repúblicas periféricas de la URSS y en las antiguas «democracias populares», pero también en algunos países de Occidente y, en especial, en uno tan importante como Alemania, a causa de la reunificación de sus dos partes;
  • «los mitos nacionalistas (...) también van a ser un lastre para los obreros de Occidente (...) por el desprestigio y la alteración que en sus conciencias va a cobrar la idea misma de internacionalismo proletario (...), noción totalmente pervertida por el estalinismo y, siguiéndole los pasos, por la totalidad de las fuerzas burguesas, identificándola con la dominación imperialista de la URSS sobre su bloque»;
  • « de hecho (...) es la perspectiva misma de la revolución comunista mundial la que se ve afectada por el hundimiento del estalinismo. (...) La identificación entre comunismo y estalinismo (...) había permitido a la burguesía en los años 30, el alistar a la clase obrera tras el estalinismo para así rematar la derrota de ésta. Ahora que el estalinismo está totalmente desprestigiado entre los obreros, la misma mentira le sirve para desviarlos de la perspectiva del comunismo».

Puede completarse lo dicho considerando la evolución de lo que queda de los partidos estalinistas en los países occidentales.

El derrumbamiento del bloque del Este implica, a la larga, la desaparición de los partidos estalinistas, no solamente en los países en donde dirigían el Estado, sino también en los países en donde su función consistía en controlar a la clase obrera. Esos partidos o bien se transformarán radicalmente, como está ocurriendo con el PC de Italia, abandonando por completo lo que les era específico (incluso su propia apelación), o bien se hallarán convertidos en pequeñas sectas (como ya ocurre en Estados Unidos y en la mayoría de los países de Europa del Norte). Aún podrán representar algún interés para los etnólogos o los arqueólogos, pero dejarán de ejercer un papel serio como órganos de control y de sabotaje de las luchas obreras. El lugar que hasta ahora ocupaban para eso en ciertos países, se verá ocupado por la socialdemocracia o por sectores de la izquierda de ésta. Por esto, el proletariado tendrá cada vez menos ocasiones, en el desarrollo de su lucha, de enfrentarse con el estalinismo, lo cual no podrá sino favorecer aún más el impacto del embuste que identifica estalinismo y comunismo.

Las perspectivas para la lucha de clases

El hundimiento del bloque del Este y la muerte del estalinismo han creado nuevas dificultades para la toma de conciencia en el proletariado. ¿Quiere eso decir que lo sucedido va también a provocar una baja sensible en los combates de clase?

Sobre esto, cabe recordar que las tesis hablan de un «retroceso de la conciencia» y no de un retroceso de la combatividad del proletariado. Hasta precisan que «el capitalismo no dejará de llevar a cabo sus incesantes ataques cada vez más duros contra los obreros, lo cual les obligará a entrar en lucha», pues sería falso considerar que el retroceso de la conciencia vendrá acompañado de un retroceso de la combatividad. Ya se ha evidenciado en varias ocasiones la no identidad entre conciencia y combatividad. No vamos, pues, a volver sobre el tema aquí. En el preciso marco de la situación actual, hay que subrayar que el actual retroceso de la conciencia no es el resultado de una derrota directa de la clase obrera consecutiva a un combate que habría entablado. Los acontecimientos que hoy día siembran la confusión en su seno, han sido completamente ajenos a ella y a sus luchas. Por esta razón, lo que hoy pesa sobre ella no es la desmoralización. Aunque su conciencia haya quedado afectada, su potencial de combatividad, en cambio, sigue estando entero. Y este potencial, con los ataques cada vez más brutales que se van a desencadenar, puede manifestarse a la menor ocasión. Es, pues, importante no dejarse sorprender por las previsibles explosiones de combatividad. No hemos de interpretarlas como una puesta en entredicho de nuestro análisis sobre el retroceso de la conciencia, ni «olvidar» que la responsabilidad de los revolucionarios es intervenir en su seno.

En segundo lugar, sería falso establecer una continuidad entre la evolución de las luchas y de la conciencia del proletariado en el período anterior al derrumbamiento del bloque del Este y el período actual. En el periodo anterior, la CCI criticó la tendencia dominante, en el medio político proletario, a subestimar la importancia de las luchas de la clase y los avances realizados por ésta en su toma de conciencia. Poner de relieve el retroceso actual en la conciencia del proletariado no significa en absoluto poner en entredicho nuestros análisis del período anterior y, en particular, los que se hicieron en el VIIIº Congreso (Revista Internacional nº 59).

Es verdad pues, que el año 88 y la primera mitad del 89 estuvieron marcados por las dificultades en el desarrollo de la lucha y de la conciencia de la clase, y particularmente por el retorno de los sindicatos al primer plano. Esto ya se había señalado antes del VIIIº Congreso, particularmente en el editorial de la Revista Internacional nº 58, en la que se decía que «esta estrategia (de la burguesía) ha conseguido por ahora desorientar a la clase obrera y entorpecer su camino hacia la unificación de sus luchas». Sin embargo, nuestro análisis basado en los elementos de la situación internacional de entonces, ponía de relieve los límites de aquel momento de dificultad. En realidad, las dificultades que encaraba la clase obrera en el 88 y a principios del 89 eran parecidas (aunque más agudas) a las del año 85, puestas de relieve éstas en el VIº Congreso de la CCI (cf. «Resolución sobre la situación internacional», Revista Internacional, nº 44). No se excluía de manera alguna la posibilidad «de nuevos surgimientos masivos cada vez más determinados y conscientes de la lucha proletaria» (Revista Internacional, nº 58), de la misma manera que la baja de 1985 había desembocado en el 86 en movimientos tan importantes y significativos como las huelgas masivas de la primavera en Bélgica y la huelga del ferrocarril en Francia. En cambio, las dificultades con que se enfrenta el proletariado hoy están a un nivel completamente diferente. El derrumbamiento del bloque del Este y del estalinismo es un acontecimiento histórico considerable cuyas repercusiones en todos los aspectos de la situación mundial son de la mayor importancia. Ese acontecimiento, desde el punto de vista de su impacto en la clase obrera, no se puede considerar al mismo nivel que tal o cual serie de maniobras de la burguesía como las que hemos presenciado durante estos 20 últimos años, incluida la baza de la izquierda en la oposición, a finales de los años 70.

En realidad, es otro período el que se está abriendo hoy, distinto del que hemos estado viviendo desde hace 20 años. Desde 1968, el movimiento general de la clase, a pesar de algunos momentos de disminución o de breves retrocesos, se ha ido desarrollando en el sentido de luchas cada vez más conscientes que, en especial, iban liberándose cada vez más del imperio de los sindicatos. Al contrario, las condiciones mismas en las que se ha derrumbado el bloque del Este, el que el estalinismo no haya sido derribado por la lucha de clases sino por implosión interna, económica y política, determinan el desarrollo de una cortina de humo ideológica (independientemente de las campañas mediáticas que se están desencadenando hoy), de un desconcierto en el seno de la clase obrera sin comparación con todo lo que ésta ha tenido que encarar hasta ahora, ni siquiera con la derrota de 1981 en Polonia. En realidad, hemos de considerar que incluso si el derrumbamiento del bloque del Este se hubiera producido cuando las luchas del proletariado estaban en pleno desarrollo (por ejemplo a finales del 83 y principios del 84, o en el 86), la profundidad del retroceso que ese acontecimiento hubiera provocado en la clase no habría sido diferente (incluso si este retroceso hubiera podido tardar un poco más en producir sus efectos).

Por esto es por lo que resulta necesario reactualizar el análisis de la CCI sobre la «izquierda en la oposición». Esta baza le era necesaria a la burguesía desde finales de los años 70 y todo a lo largo de los años 80, frente a la dinámica general de la clase obrera hacia enfrentamientos cada vez más determinados y conscientes, frente a su creciente rechazo de las mistificaciones democráticas, electorales y sindicales. A pesar de las dificultades encontradas en algunos países (como por ejemplo en Francia) para realizar esa política en las mejores condiciones, ésta era el eje central de la estrategia de la burguesía contra la clase obrera, plasmada en los gobiernos de derechas en EEUU, en la RFA y en Gran Bretaña. Al contrario, el actual retroceso de la clase ha dejado de imponer a la burguesía por algún tiempo el uso prioritario de esta estrategia. Esto no significa que la izquierda vaya necesariamente a volver al gobierno en esos países: ya hemos evidenciado en varias ocasiones (Revista Internacional, nº 18) que esta fórmula sólo le es indispensable a la burguesía en los períodos revolucionarios o de guerra imperialista. No nos hemos de sorprender, sin embargo, si ocurre semejante acontecimiento, o considerar que se trata de un «accidente» o de la expresión de una «debilidad particular» de la burguesía en tal o cual país. La descomposición general de la sociedad se plasma para la clase dominante en crecientes dificultades para dominar su juego político, pero estamos lejos del momento en que las burguesías más fuertes del mundo dejen el terreno social desguarnecido frente a una amenaza del proletariado.

Así, la situación mundial, en el plano de la lucha de clases, aparece con características muy diferentes a las que prevalecían antes de que se desmoronara el bloque del Este. La evidencia de lo importante que es el actual retroceso de la conciencia en la clase, no debe llevar, sin embargo, a poner en entredicho el curso histórico tal como la CCI lo ha analizado desde hace más de 20 años, incluso si se ha de precisar esta noción como ya se ha dicho.

En primer lugar, hoy un curso hacia la guerra mundial resulta imposible: han dejado de existir los dos bloques imperialistas.

En segundo lugar, hay que subrayar los límites del actual retroceso de la clase. Incluso si la naturaleza de las mistificaciones democráticas que hoy se están reforzando en el seno del proletariado puede ser comparada con las que se desencadenaron cuando la «Liberación», también hay que señalar las diferencias entre las dos situaciones. Por una parte, fueron los principales países industrializados, y por consiguiente el corazón del proletariado mundial, los que resultaron directamente implicados en la IIª guerra mundial. Por lo tanto, la euforia democrática sobre ese proletariado fue un peso directo. Al contrario, los sectores de la clase que están hoy en primera fila de esas mistificaciones, los de los países del Este, son relativamente periféricos. Es principalmente a causa del «viento del Este» que está soplando hoy si el proletariado del Oeste ha de enfrentarse a esas dificultades, y no porque estuviera en el centro del ciclón. Por otra parte, las mistificaciones democráticas de después de la guerra tuvieron un poderoso relevo en la «prosperidad» que acompañó la reconstrucción. El considerar la «Democracia» como «el mejor de los mundos», pudo basarse durante dos décadas en una real mejora de las condiciones de vida de la clase obrera en los países avanzados y en la impresión que daba el capitalismo de haber conseguido superar sus contradicciones (impresión que hasta se introdujo en ciertos revolucionarios). Hoy la situación es totalmente diferente: los parloteos burgueses sobre la «superioridad» del capitalismo «democrático» se van a enfrentar con la dura realidad de una crisis económica insuperable y cada día más profunda.

Dicho esto, también es importante no forjarse ilusiones y dejarse adormecer. Incluso si la guerra mundial no podrá ser hoy, y quizás definitivamente, una amenaza para la vida de la humanidad, esta amenaza podría muy bien venir de la descomposición de la sociedad. Y eso más todavía si se considera que si bien el desencadenamiento de la guerra mundial requiere la adhesión del proletariado a los ideales de la burguesía, fenómeno que no está ni mucho menos al orden del día en la situación actual para los batallones decisivos de aquél, la descomposición no requiere adhesión alguna para acabar destruyendo a la humanidad. En efecto, la descomposición de la sociedad no es, en sentido estricto, una «respuesta» de la burguesía a la crisis abierta de la economía mundial. En realidad, ese fenómeno puede agudizarse precisamente porque la clase dominante es incapaz, a causa de la ausencia de alistamiento proletario, de dar SU respuesta específica a la crisis, o sea, la guerra mundial y la movilización que ésta entraña. La clase obrera, al ir desarrollando sus luchas (como así lo ha hecho desde finales de los años 60), al no dejarse alistar tras las banderas de la burguesía, ha podido impedir que la burguesía desencadene la guerra mundial. En cambio, únicamente el derrocamiento del capitalismo podrá acabar con la descomposición de la sociedad. Las luchas del proletariado en el sistema no son un freno a su descomposición, del mismo modo que tampoco pueden ser un freno al hundimiento económico del capitalismo.

Por todo eso, si hasta ahora considerábamos que «el tiempo iba obrando a favor del proletariado», que la lentitud del desarrollo de las luchas de la clase le iba permitiendo a ésta, y también a las organizaciones revolucionarias, volver a hacer suyas las experiencias que la contrarrevolución había sumido en el abismo, no podemos ahora seguir pensando igual. No se trata para los revolucionarios de impacientarse o de querer «forzar la historia», sino de tomar conciencia de la creciente gravedad de la situación si quieren estar a la altura de sus responsabilidades.

Por esto, en su intervención, aunque deben evidenciar que la situación histórica sigue en manos del proletariado, que éste sigue siendo perfectamente capaz, en sus luchas y mediante ellas, de superar los obstáculos que ha sembrado la burguesía en su camino, también deben insistir en la importancia de lo que está en juego en la situación actual, y por consiguiente sobre su propia responsabilidad.

Así pues, para la clase obrera, la perspectiva actual consiste en la continuación de sus luchas contra los crecientes ataques económicos. Estas luchas se van a desarrollar durante todo un período en un contexto político e ideológico difícil. Esto es muy evidente, claro está, para el proletariado de los países en donde se está instaurando hoy la «Democracia». En estos países, la clase obrera se halla en una situación de extrema debilidad, como lo viene confirmando, día a día, lo que allí está ocurriendo (incapacidad de expresar la menor reivindicación independiente de clase en los diferentes «movimientos populares», alistamiento en los conflictos nacionalistas -particularmente en la URSS-, participación incluso en huelgas típicamente xenófobas contra tal o cual minoría étnica, como recientemente en Bulgaria). Estos acontecimientos nos dan una imagen de lo que sería una «clase obrera» dispuesta a dejarse alistar en la guerra imperialista.

Para el proletariado de los países occidentales, la situación es, claro está, muy diferente. Este proletariado no está sufriendo ni mucho menos las mismas dificultades que el del Este. El retroceso de su conciencia se plasmará particularmente en el retomo de los sindicatos, cuya labor estará facilitada por el desarrollo de las mentiras democráticas y de las ilusiones reformistas: «la patronal puede pagar», «reparto de beneficios», «interesémonos por el crecimiento», patrañas que facilitan la identificación por parte de los obreros de sus intereses con los del capital nacional. Además, la continuación y la agravación del fenómeno de putrefacción de la sociedad capitalista ejercerán, aún más que durante los años 80, sus efectos nocivos sobre la conciencia de la clase. En el ambiente general de desesperanza que impera en la sociedad, en la descomposición misma de la ideología burguesa cuyas pútridas emanaciones emponzoñan la atmósfera que respira el proletariado, ese fenómeno va a significar para él, hasta el período prerrevolucionario, una dificultad suplementaria en el camino de su conciencia.

Para el proletariado no hay otro camino que el de negarse en redondo a dejarse alistar en luchas interclasistas contra algunos aspectos particulares de la sociedad capitalista moribunda (la ecología por ejemplo). El único terreno en donde puede hoy movilizarse como clase independiente (y es ésta una cuestión todavía más crucial en un momento en que en medio de la marea de mentiras democráticas sólo existen «ciudadanos», o «pueblos») es el terreno en el que sus intereses específicos no se pueden confundir con las demás capas de la sociedad y que, más globalmente, determina todos los demás aspectos de la sociedad: el terreno económico. Y es precisamente por eso; como lo venimos afirmando desde hace ya tiempo, por lo que la crisis es «el mejor aliado del proletariado». La agudización de la crisis es lo que va a obligar al proletariado a unirse en su propio terreno, a desarrollar sus luchas que son la condición para superar las actuales trabas en su toma de conciencia, lo que le va a abrir los ojos sobre las mentiras sobre la «superioridad» del capitalismo, lo que le va a obligar a perder sus ilusiones sobre la posibilidad para el capitalismo de superar su crisis y por consiguiente también las ilusiones sobre quienes quieren atarlo al «interés nacional» mediante «el reparto de los beneficios» y demás cuentos.

Ahora que la clase obrera tiene que batallar contra todas las cortinas de humo que la burguesía ha conseguido momentáneamente ponerle delante, siguen siendo válidas las palabras de Marx:

«No se trata de lo que tal o cual proletario o incluso el proletariado entero se representa en tal momento como meta final. Se trata de lo que es el proletariado y de lo que, conforme a su ser, estará obligado históricamente a hacer».

Les incumbe a los revolucionarios el contribuir plenamente en la toma de conciencia en la clase de esa meta final para la que la historia la ha designado, para que así pueda ella hacer por fin realidad la necesidad histórica de la revolución que nunca fue tan acuciante.

CCI, 10 de Febrero de 1990



[1]  La poquísima resistencia de la casi totalidad de los antiguos dirigentes de las «democracias populares» que ha facilitado una transición «suave» en esos países no es en absoluto expresión de que esos dirigentes, al igual que los partidos estalinistas, hayan renunciado de buena gana y voluntariamente a su poder y privilegios. En realidad, eso da una idea, además de la quiebra económica total de esos regímenes, de su profunda fragilidad política, fragilidad que ya habíamos evidenciado nosotros desde hace tiempo pero que se ha revelado todavía mayor de lo que podía uno imaginarse.

[2] Entre esos países, Polonia y Hungría son «campeones» con 40 mil 600 millones de $ de deudas aquélla y 20 mil 100 millones ésta, o sea el 63,4 % y el 64,6 % del PNB anual respectivamente. A su lado, Brasil, con una deuda equivalente a «sólo» el 39,2 % de su PNB, parece un «buen alumno».

[3] Véase nuestro folleto La Decadencia del Capitalismo.

Series: 

  • Entender la descomposición [11]

Acontecimientos históricos: 

  • Hundimiento del Bloque del Este [18]

Cuestiones teóricas: 

  • Descomposición [13]

Revista Internacional nº 62: junio a septiembre 1990

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junio - septiembre 1990

La barbarie nacionalista

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Estamos asistiendo en toda Europa Oriental y en la URSS a una violenta explosión nacionalista.

Yugoslavia está en vías de desintegración. La civilizada y «europea» Eslovenia pide la independencia y, entre tanto, somete las repúblicas «hermanas» de Serbia y Croacia a un fuerte bloqueo económico. En Serbia, el nacionalismo agitado por el estalinista Milosevic lleva a pogromos, al envenenamiento de aguas, a la represión más brutal contra las minorías albanesas. En Croacia, las primeras elecciones «democráticas» dan el triunfo al CDC grupo violentamente revanchista y nacionalista; un partido de fútbol entre el Dynamo de Zagreb y otro equipo de Belgrado (Serbia) degenera en violentos enfrentamientos.

Toda Europa del Este está sacudida por las tensiones nacionalistas. En Rumania, una organización parafascista repleta de elementos de la antigua Securitate, Cuna Rumana, que cuenta con el apoyo indirecto de los «liberadores» del FSN, lleva a cabo sádicos apaleamientos de húngaros. Estos a su vez, aprovecharon la caída de Ceaucescu para perpetrar pogromos antirumanos. Por su parte, el gobierno central de Bucarest, niña bonita de los gobiernos «democráticos», persigue con saña a las minorías gitanas y de origen alemán. Hungría, pionera de los cambios «democráticos», discrimina a los gitanos y azuza las reivindicaciones de la minoría húngara en la Transilvania rumana. En Bulgaria, la recién estrenada «democracia» da cobijo a huelgas y manifestaciones masivas contra las minorías turcas. En la Checoslovaquia de la «revolución de terciopelo», el gobierno del «soñador» Havel persigue «democráticamente» a los gitanos y una violenta polémica sazonada de manifestaciones y enfrentamientos se ha destapado entre checos y eslovacos centrándose en la trascendente cuestión de si el nombre de la «nueva» República «libre» será Checoslovaquia o Checo-Eslovaquia...

Pero es, sobre todo, en la URSS donde el estallido nacionalista alcanza proporciones que están poniendo en entredicho la existencia de un Estado que era, hasta hace 6 meses, la segunda potencia mundial. Este estallido es especialmente sangriento y caótico. Matanzas de azeríes a manos de armenios y de armenios a manos de azeríes, de absajios víctimas de georgianos, de turcomanos linchados por uzbekos, de rusos apaleados por kazakos... Entre tanto, Lituania, Estonia, Letonia, Georgia, Armenia, Azerbaiyán, Ucrania... piden la independencia.

La explosión nacionalista:
la descomposición capitalista en carne viva

Para los propagandistas de la burguesía estos movimientos serían una «liberación» producto de la «revolución democrática» con la que los pueblos del Este se han quitado de encima la bota «comunista».

Si «liberación» ha habido es la de la caja de Pandora. El hundimiento del estalinismo ha destapado las violentas tensiones nacionalistas, las fuertes tendencias centrífugas, que con la decadencia del capitalismo se habían incubado, radicalizado, profundizado, en esos países, alimentadas por su atraso insuperable y por la dominación estalinista, expresión y factor activo de dicho atraso[1].

El llamado «orden de Yalta» que ha dominado el mundo durante 45 años encaminaba las enormes tensiones y contradicciones que la decadencia del capitalismo madura inexorablemente hacia el holocausto total de una III guerra imperialista mundial; sin embargo, el renacimiento de la lucha proletaria desde 1968 ha bloqueado este curso «natural» del capitalismo decadente. Ahora bien, al no haber sido capaz la lucha proletaria de ir hasta sus últimas consecuencias -la ofensiva revolucionaria internacional- las tendencias centrífugas, las contradicciones cada vez más profundas, las aberraciones crecientemente destructivas, propias de la decadencia capitalista, continúan operando y agravándose, originando un pudrimiento en la raíz del orden capitalista que es lo que denominamos su descomposición generalizada[2].

Esta descomposición en los antiguos dominios del Oso Ruso ha «liberado» los peores sentimientos de racismo, revanchismo nacionalista, chovinismo, antisemitismo, fanatismo patriótico y religioso... que han acabado expresándose en toda su furia destructora.

«Avergonzada, deshonrada, nadando en sangre y chorreando mugre: así vemos a la sociedad capitalista. No como la vemos siempre, desempeñando papeles de paz y rectitud, orden, filosofía, ética, sino como bestia vociferante, orgía de anarquía, vaho pestilente, devastadora de la cultura y la humanidad así se nos aparece en toda su horrorosa crudeza» (Rosa Luxemburgo, La crisis de la socialdemocracia, cap. I).

La burguesía suele distinguir entre un nacionalismo «salvaje», «fanático», «agresivo»... y un nacionalismo «democrático», «civilizado», «respetuoso de los demás», etc.

Esta distinción es una pura superchería fruto de la hipocresía de los grandes Estados «democráticos» de Occidente cuya posición de fuerza les permite emplear con más inteligencia y astucia la barbarie, la violencia y la destrucción inherentes por principio a toda nación y todo nacionalismo en el capitalismo decadente.

El nacionalismo «democrático», «civilizado»y «pacífico» de Francia, USA y demás, es el de las matanzas y las torturas en Vietnam, Argelia, Panamá, África Central, Chad o el de su apoyo sin disimulos a Irak en la guerra del Golfo...

Es el de dos guerras mundiales con un saldo de más de 70 millones de muertos donde la exaltación del patriotismo, de la xenofobia, del racismo, acompañaron, cual manto protector, actos de barbarie que nada tienen que envidiar a sus rivales nazis: los bombardeos americanos de Dresde o de Hirosima y Nagasaki o las atrocidades francesas con las poblaciones alemanas de sus zonas de ocupación tanto tras la I Guerra Mundial como después de la segunda.

Es la «civilización» y el «pacifismo» de la «liberación» francesa con la derrota de los nazis: las fuerzas «republicanas» de De Gaulle y el P «C» F los que alentaban conjuntamente a la delación, al pogromo de alemanes; «A cada uno su boche[3]» era la «civilizada» consigna de la Francia «eterna» encarnada por esos postores del nacionalismo más vociferante y agresivo que siempre han sido los estalinistas.

Es el del cinismo hipócrita de favorecer la emigración ilegal de obreros de África para tener una mano de obra barata permanentemente intimidada y chantajeada por la represión policial (que según las necesidades de la economía nacional no duda en devolver en condiciones atroces a su país de origen miles de obreros emigrantes) y, al mismo tiempo, exhibir con lágrimas de cocodrilo un «antirracismo» enternecedor...

Es el del fariseísmo descarado de la Thatcher que al mismo tiempo que «lamenta» «horrorizada» la barbarie en Rumanía devuelve a Vietnam a 40 000 emigrantes ilegales cazados como ratas por la policía de Su Majestad en Hong Kong.

Toda forma, toda expresión de nacionalismo, grande o pequeño, lleva necesaria y fatalmente la marca de la agresión, de la guerra, del «todos contra todos», del exclusivismo y la discriminación.

Si en el periodo ascendente del capitalismo, la formación de nuevas naciones, constituía un paso adelante en el desarrollo de las fuerzas productivas, en el camino para darles un marco de expansión y pleno desenvolvimiento, el del mercado mundial, en el siglo XX, en cambio, en la decadencia del capitalismo, estalla brutalmente la contradicción entre el carácter mundial de la producción y la naturaleza inevitablemente privada-nacional de las relaciones capitalistas. Bajo tal contradicción la nación, como célula básica de agrupamiento de cada bando de capitalistas en la guerra a muerte por el reparto de un mercado sobresaturado, revela su carácter reaccionario, su naturaleza congénita de fuerza de división, traba al desarrollo de las fuerzas productivas de la humanidad.

«De un lado la formación de un mercado mundial internacionaliza la vida económica marcando profundamente la vida de los pueblos; pero, de otro lado se produce la nacionalización, cada vez más acentuada, de los intereses capitalistas lo que traduce, del modo más manifiesto la anarquía de la concurrencia capitalista en el marco de la economía mundial y que conduce a violentas conmociones y catástrofes, a una inmensa pérdida de energías, planteando imperiosamente el problema de la organización de nuevas formas de vida social». (Bujarín, La economía mundial y el imperialismo, 1916).

Todo nacionalismo es imperialista

Los trotskistas, extrema izquierda del capital, permanentes apoyos «críticos» del imperialismo ruso, presentan una lectura «positiva» de la explosión nacionalista en el Este. Según ellos significaría el ejercicio de la «autodeterminación de los pueblos» lo que habría supuesto un golpe contra el imperialismo, una desestabilización de los bloques imperialistas.

Ya hemos argumentado y ampliamente demostrando la falacia de la consigna «autodeterminación de los pueblos» incluso en el periodo ascendente del capitalismo[4]. Aquí queremos demostrar que tal explosión nacionalista si bien es una consecuencia de la hecatombe del bloque imperialista ruso y se inscribe en un proceso de desestabilización de las constelaciones imperialistas que han dominado el mundo los últimos 40 años (el «orden» de Yalta), no supone ninguna puesta en cuestión del imperialismo y, desde luego, lo que es más importante, semejante proceso de descomposición no aporta nada favorable al proletariado.

Toda mistificación se apoya, para engañar con eficacia, en falsas verdades o en apariencias de verdad. Así, es obvio que el bloque imperialista occidental ve con embarazo y preocupación el actual proceso de estallido en mil pedazos de la URSS. Su actitud ante la independencia de Lituania ha sido, aparte de las bravatas propagandísticas de «no me toquen a Lituania» y las palmaditas al hombro a Landsbergis y su panda, la de un apoyo muy poco disimulado a Gorbachov.

Estados Unidos y sus aliados de Occidente, no tienen, por el momento, ningún interés en que la URSS reviente. Saben que tal estallido daría lugar a una enorme desestabilización, con salvajes guerras civiles y nacionalistas, donde podrían ponerse en juego los arsenales nucleares acumulados por Rusia. Por otro lado, una desestabilización de las actuales fronteras en la URSS repercutiría inevitablemente sobre Oriente Medio y Asia, destapando las igualmente enormes tensiones nacionalistas, religiosas, étnicas, etc., allí acumuladas y a duras penas contenidas.

No obstante, esta actitud por el momento unánime de las grandes potencias imperialistas de Occidente es circunstancial. Inevitablemente, a medida que se agudice el proceso, ya en curso, de dislocación del bloque occidental -cuyo principal factor de cohesión, la unidad contra el peligro del Oso Ruso, ha desaparecido- cada potencia empezará a jugar sus propias cartas imperialistas, soplando el fuego de tal o cual bando nacionalista, apoyando a tal o cual nación contra otra, sosteniendo tal o cual independencia nacional, etc.

De esta forma, esa burda especulación sobre la desestabilización del imperialismo, queda claramente desmentida, poniéndose en evidencia lo que los revolucionarios hemos defendido desde la I Guerra mundial: «Las "luchas de liberación nacional" son momentos de la lucha a muerte entre las potencias imperialistas, grandes o pequeñas, para controlar más y mejor el mercado mundial. La consigna de "apoyo a los pueblos en lucha" no es, de hecho, sino un llamamiento para la defensa de una potencia imperialista contra otra con palabrería nacionalista o "socialista"» (Prin­cipios Básicos de la CCI).

Sin embargo, aún admitiendo que la actual fase de descomposición del capitalismo acentúa la expresión anárquica y caótica de los apetitos imperialistas de cada nación, por pequeña que sea, y que tal «libre expresión» tiende a escapar cada vez más del control de las grandes potencias, semejante realidad no elimina el imperialismo, ni las guerras imperialistas localizadas, ni las hace menos mortíferas; todo lo contrario, aviva las tensiones imperialistas y radicaliza y agrava sus capacidades de destrucción.

Lo que todo esto demuestra es otra posición de clase de los revolucionarios: todo capital nacional, por pequeño que sea, es imperialista, y no puede sobrevivir sin recurrir a una política imperialista. Esta posición la defendimos con la máxima firmeza frente a las especulaciones en el medio revolucionario, expresadas particularmente por la CWO, de que no todos los capitales nacionales eran imperialistas, lo que daba pie a todo género de peligrosas ambigüedades, entre otras la reducción del imperialismo, en última instancia, a una «superestructura» localizada en un reducido grupo de superpotencias, lo que, se quiera o no, hace de la «independencia nacional» del resto de naciones algo que tendría algo de «positivo»[5].

Lo que la época actual de descomposición del capitalismo pone de manifiesto es que toda nación o pequeña nacionalidad, todo grupo de gángsters capitalistas, ya tenga por finca privada el territorio gigantesco de los USA, ya un minúsculo barrio de Beyruth, es necesariamente imperialista, su objetivo, su medio de vida, es la rapiña y la destrucción.

Si la descomposición del capitalismo y, por tanto, la expresión caótica y descontrolada, de la barbarie imperialista, es resultado de la dificultad del proletariado para llevar su lucha hasta lo que reclama su propio ser, o sea, el de una clase internacional y por consiguiente revolucionaria; entonces, lógicamente, todo apoyo al nacionalismo, incluso disfrazado de «táctica marxista» -el llamado de los trotskistas «apoyemos a las pequeñas naciones que desestabilizan al imperialismo»- aleja al proletariado de su vía revolucionaria y alimenta el pudrimiento del capitalismo, su descomposición hasta la destrucción de la humanidad.

El único golpe real, en la raíz, al imperialismo, es la lucha revolucionaria internacional del proletariado, su lucha autónoma como clase, desligada y claramente opuesta a todo terreno nacionalista, interclasista.

La falsa comunidad nacional

La actual «primavera de los pueblos» es vista por los anarquistas como una «confirmación» de sus posturas. Expresarían su idea de la «federación» de los pueblos agrupados libremente en pequeñas comunidades según afinidades de lengua, territorio etc. y su otra idea, la «autogestión» es decir la descomposición del aparato económico en pequeñas unidades supuestamente así más accesibles al pueblo.

Lo que confirma la barbarie anárquica y caótica de la explosión nacionalista en el Este es el carácter radicalmente reaccionario de las posturas anarquistas.

La descomposición en curso de amplios territorios del mundo, hundidos en un caos tremendo, confirma que la «autogestión» es una forma radicaloide, «asamblearia», de adaptarse y, consecuentemente espolear, tal descomposición.

Si algo aportó el capitalismo a la humanidad fue la tendencia a la centralización de las fuerzas productivas a escala del planeta, con la formación de un mercado mundial. Lo que revela la decadencia del capitalismo es su incapacidad para ir más allá en tal proceso de centralización y su tendencia inevitable a la destrucción, a la dislocación. «La realidad del capitalismo decadente, a pesar de los antagonismos imperialistas que lo hacen aparecer momentáneamente como dos unidades monolíticas enfrentadas, es la tendencia a la dislocación y desintegración de sus componentes. La tendencia del capitalis­mo decadente es el cisma, el caos, de ahí la necesidad esencial del socialismo que quiere realizar el mundo como una unidad» (Internationalisme, «Informe sobre la situación internacional», 1945).

Lo que pone en evidencia con toda su agudeza la descomposición del capitalismo es el desarrollo de tendencias crecientes a una dislocación, a un caos, a una anarquía cada vez menos controlable en segmentos enteros del mercado mundial.

Si las grandes naciones, que en el siglo pasado constituyeron unidades económicas coherentes, son hoy un marco demasiado estrecho, un obstáculo reaccionario, contra todo desarrollo real de las fuerzas productivas, una fuente de concurrencia destructiva y de guerras; la dislocación en pequeñas naciones agudiza aún más fuertemente esas tendencias hacia la distorsión y el caos de la economía mundial.

Por otra parte, en esta época de descomposición del capitalismo, la falta de perspectivas de la sociedad, la evidencia manifiesta del carácter destructivo y reaccionario del orden social, genera un formidable vacío de valores, de guías a las que atenerse, de creencias a las que agarrarse para sostener la vida de los individuos.

Ello hace crecer las tendencias, que el anarquismo estimula con su consigna de las «pequeñas comunas federadas», a agarrarse como clavo ardiendo a todo tipo de falsas comunidades como la nacional, que proporcionen una sensación ilusoria de seguridad, de «respaldo colectivo».

Es evidente que la clientela privilegiada de tales manipulaciones suelen ser las clases medias, pequeño burguesas, marginadas, que por su falta de perspectiva y de cohesión como clase, necesitan el falso agarradero de la «comunidad nacional».

«Aplastadas materialmente, sin porvenir alguno ante sí, vegetando en un presente con los horizontes completamente cerrados y en una mediocridad cotidiana sin límites, esas clases son, por su falta de esperanzas, presa fácil para toda clase de mistificaciones, desde las más pacíficas hasta las más sangrientas (grupos patrioteros, pogromistas, racistas, Ku-Klux-Klan, bandas fascistas, gangsters y mercenarios de toda ralea). Es sobre todo en estas últimas, las más sangrientas, donde encuentran la compensación de una dignidad ilusoria a su decadencia real que el desarrollo del capitalismo aumenta día a día. Es ése el heroísmo de la cobardía, la valentía del pusilánime, la gloria de la mediocridad sórdida» (Revista Internacional nº 14, «Terror, terrorismo y violencia de clase» p. 9).

En las matanzas nacionalistas, en los enfrentamientos interétnicos que sacuden el Este, vemos el sello de estas masas pequeño burguesas, desesperadas por una situación que no pueden mejorar, envilecidas por la barbarie del antiguo régimen al que a menudo han servido desempeñando las más bajas tareas, soliviantadas por fuerzas políticas burguesas abiertamente reaccionarias.

Pero ese peso de la «comunidad nacional» como falsa comunidad, como raíces ilusorias, actúa también sobre el proletariado. En el Este, su debilidad, su terrible atraso político como fruto de la barbarie estalinista, han determinado su ausencia como clase autónoma en los acontecimientos que han sellado la caída de los regímenes del «socialismo real» y tal ausencia ha alimentado con mayor fuerza la acción irracional y reaccionaria de esas capas, a la vez que, consecuentemente, incrementaba la vulnerabilidad del proletariado.

Lo que la clase obrera debe afirmar contra las ilusiones reaccionarias del nacionalismo, propagadas por la pequeña burguesía, es que la «comunidad nacional» es el disfraz que toma la dominación de cada Estado capitalista.

La nación no es el dominio soberano de todos los «nacidos en la misma tierra» sino la finca privada del conjunto de los capitalistas que organizan desde ella, a través del Estado Nacional, la explotación de los trabajadores y la defensa de sus intereses frente a la concurrencia despiadada de los demás Estados Capitalistas.

«Estado Capitalista y Nación son dos conceptos indisolubles subordinados uno al otro. La nación sin Estado es tan imposible como el Estado sin la nación. En efecto, esta última es el medio social necesario para movilizara todas las clases en torno a los intereses de una burguesía que lucha por la conquista del mundo, pero como expresión de las posiciones de la clase dominante, la nación no puede tener otro eje que el aparato de opresión de aquella: el Estado» (Bilan nº 14, «El problema de las minorías nacionales» p. 474).

La cultura, la lengua, la historia, el territorio comunes, que intelectuales y plumíferos a sueldo del Estado nacional presentan como «fundamento» de la «comunidad nacional», son el producto de siglos de explotación, son el sello marcado a sangre y fuego con el que la burguesía ha acabado creándose un coto privado en el mercado mundial. «Para los marxistas no existe verdaderamente ningún criterio suficiente para indicar dónde comienza y dónde termina una "nación", un "pueblo" y el "derecho" de minorías nacionales a erigirse en naciones... Ni desde el punto de vista de la raza, ni del de la historia, el conglomerado que representan los Estados burgueses nacionales o los grupos nacionales, se justifican. Dos hechos solamente animan la charlatanería académica sobre el nacionalismo: la lengua y el territorio comunes y estos dos elementos han variado continuamente a través de guerras y de conquistas» (Bilan, ídem. p. 473).

La falsa comunidad nacional es la máscara de la explotación capitalista, la coartada de todo Capital Nacional para embarcar a sus «ciudadanos» en el crimen que son las guerras imperialistas, la justificación para pedir a los obreros aceptar despidos, hachazos al salario etc. -pues la «economía nacional no puede»-, el reclamo para embarcarlos en la batalla de la «competitividad» con los demás capitalismos nacionales; lo que con la misma fuerza que los separa y enfrenta respecto a sus hermanos de clase de los demás países, los encadena a nuevos y peores sacrificios, a la miseria y el paro.

La única comunidad hoy progresista es la unificación autónoma de toda la clase obrera. «Para que los pueblos puedan unificarse realmente sus intereses deben ser comunes. Para que sus intereses sean realmente comunes es menester abolir las actuales relaciones de propiedad, pues éstas condicionan la explotación de los pueblos entre sí; la abolición de las actuales relaciones de propiedad es interés exclusivo de la clase obrera. También es la única que posee los medios para ello. La victoria del proletariado sobre la burguesía es, al mismo tiempo, la victoria sobre los conflictos nacionales e industriales que enfrentan hostilmente entre sí, hoy en día, a los diversos pueblos» (Karl Marx, «Discurso sobre Polonia», 1847).

La lucha del proletariado lleva en germen la superación de las divisiones de tipo nacional, étnico, religioso, lingüístico, con el que el capitalismo -continuando la obra opresora de anteriores modos de producción- ha atormentado a la humanidad. En el cuerpo común de la lucha unida por los intereses de clase desaparecen de manera natural y lógica semejantes divisiones. La base común son unas condiciones de explotación que en todas partes tienden a empeorarse con la crisis mundial, el interés común es la afirmación de sus necesidades como seres humanos contra las necesidades inhumanas, cada vez más despóticas, de la mercancía y el interés nacional.

La meta del proletariado, el comunismo, es decir la comunidad humana mundial, representa una nueva centralización, una nueva unidad de la humanidad, a la altura del nivel alcanzado por las fuerzas productivas, capaz de darles el marco que permita su desarrollo y plena expansión. Es la unidad de la centralización consciente basada en intereses comunes producto de la abolición de las clases, de la destrucción de la explotación asalariada y de las fronteras nacionales.

«La aparente comunidad en que se han asociado hasta ahora los individuos ha cobrado siempre una existencia propia e independiente contra ellos y, por tratarse de la asociación de una clase en contra de otra, no sólo era, al mismo tiempo, una comunidad puramente ilusoria para la clase dominada sino también una nueva traba Dentro de la comunidad real y verdadera, los individuos adquieren, al mismo tiempo su libertad al asociarse y por medio de la asociación». (Marx, Engels, La ideología alemana, cap. I: «Feuerbach: contraposición entre la concepción materialista y la idealista»).

Adalen 16/05/1990



[1] Véase en la Revista Internacional nº 60, «Tesis sobre la crisis económica y política en los países del Este».

[2] Véase «La descomposición, fase última de la decadencia capitalista» en este mismo número.

[3] Alemán o alemana.

[4] Véase «Los revolucionarios ante la cuestión nacional », en la Revista Internacional nº 34 y 42.

[5] Véase «Acerca del Imperialismo», Revista Internacional nº 19.

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La cuestión nacional [19]

Acontecimientos históricos: 

  • Hundimiento del Bloque del Este [18]

Cuestiones teóricas: 

  • Descomposición [13]

La situación en Alemania

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La evolución de las contradicciones que se concentran hoy en Alemania constituye una clave fundamental de la evolución de la situación mundial. Publicamos aquí un informe de nuestra sección en ese país que destaca la dinámica global y las diversas hipótesis que se presentan.

El desarrollo de la economía alemana antes de la unión económica y monetaria

A finales de los años 80 y principios de los 90, cuando la economía mundial ha vuelto a encontrar problemas cada vez más fuertes, la economía alemana estaba todavía en pleno auge. Batió muchos records de producción durante varios años seguidos, especialmente en el sector del automóvil. En 1989 batió un nuevo record de excedente comercial. La tasa de utilización de las capacidades industriales alcanzó su punto culminante desde los años 1970. En los últimos meses, la falta de mano de obra calificada fue el factor principal que impidió la expansión de la producción en muchos sectores. Numerosas empresas tuvieron que rechazar pedidos por esa causa.

Ese boom no es expresión de la salud de la economía mundial, sino de la competitividad aplastante del capital de Alemania occidental, conforme a la ley según la cual sobreviven los más adaptados. Alemania se ha desarrollado a expensas de sus rivales, como lo demuestran ampliamente sus excedentes de exportación.

La posición de Alemania en la competencia se ha ido reforzando notablemente a todo lo largo de los años 1980. En lo económico, la tarea principal del gobierno Kohl-Genscher ha sido permitir un aumento enorme de los capitales de las grandes empresas, lo cual ha permitido una modernización y una automatización gigantescas de la producción. El resultado ha sido una marea de «racionalización» increíble, comparable en extensión a la que existió en la Alemania de los años 20. Los ejes principales de esa política han sido:

  • más de 100 mil millones de marcos economizados gracias a reducciones de los gastos sociales y transferidos más o menos directamente a manos de los capitalistas, mediante reducciones masivas de impuestos;
  • una serie de nuevas leyes que han sido adoptadas autorizando a las empresas a acumular enormes reservas totalmente libres de impuestos -por ejemplo la creación de compañías de seguros privadas en donde se acumulan fondos de inversión, producto en gran parte de especulaciones gigantescas.

El resultado es que hoy, el gran capital está «nadando en dinero». Mientras que a principios de los años 80, cerca de los dos tercios de las inversiones de las mayores empresas eran financiadas por préstamos bancarios, hoy las 40 empresas más importantes pueden financiar sus inversiones casi íntegramente con sus fondos propios, situación única en Europa.

Además de los medios financieros, el gobierno ha aumentado considerablemente el poder de los dirigentes de empresas sobre la fuerza de trabajo que emplean: flexibilidad, desregulación, jornada continua a cambio de una reducción mínima de la semana laboral.

No cabe duda de que la industria alemana está profundamente satisfecha del trabajo a ese nivel del gobierno Kohl durante los años 1980. A principios de 1990, el portavoz liberal de los industriales, Lambsdorff, anunciaba orgullosamente: «Alemania occidental es hoy el líder mundial de los países industrializados y el que menos necesita medidas proteccionistas»

Por ejemplo, mientras todos los demás países de la CEE (Comunidad Económica Europea) han adoptado medidas proteccionistas radicales contra las importaciones de automóviles japoneses,   Alemania fue capaz de limitar el porcentaje japonés en el mercado alemán de automóviles a un poco menos del 20 % y, en términos de valor, exporta más automóviles a Japón que Japón a Alemania.

El plan de la burguesía alemana para los años 90 antes del derrumbe del Este

A pesar de esa fuerza relativa, se suponía que la onda de racionalización de los años 80 no era más que un comienzo. Ante una sobreproducción masiva, ante la perspectiva de la recesión, de la bancarrota del «tercer mundo» y de Europa del Este, estaba claro que los años 90 iban a ser los de la lucha por la supervivencia, y eso hasta para los países más industrializados. Y que esa supervivencia no podría hacerse más que a expensas de los demás países industrializados rivales.

Ante ese reto, Alemania occidental no está tan bien preparada como parece a primera vista.

  • El sector de producción de medios de producción (maquinarias, electrónica, química) es temiblemente fuerte. En la medida en que Alemania no ha tenido nunca un mercado colonial cerrado, y en que es un productor clásico de medios de producción, creando constantemente su propia competencia, ese sector ha aprendido históricamente que la supervivencia no es posible sino a condición de estar siempre un paso delante de los demás.
  • Alemania fue, inicialmente, mucho más lenta que Estados Unidos (EEUU), Gran Bretaña o Francia en desarrollar una producción masiva de bienes de consumo, y especialmente la industria del automóvil. Ésta se desarrolló esencialmente después de la segunda guerra mundial, con la apertura del mercado mundial a las exportaciones alemanas, mientras que al mismo tiempo, Alemania, al igual que Japón, estaba excluida en gran parte del sector militar, lo cual le permitió superar su atraso y convertirse en uno de los líderes mundiales del sector del automóvil Hoy, ante la sobreproducción absoluta (se estima que la industria occidental tiene, para 1990, una capacidad de producción excedentaria de ¡8 millones de automóviles!) y, con una competencia internacional cada vez más intensa en ese sector, la gran dependencia de Alemania de la industria del automóvil (cerca de 1/3 de los empleos industriales dependen directa o indirectamente de ella) anuncia hoy perspectivas realmente catastróficas para la economía alemana.
  • El campo principal en el cual Alemania ha sufrido la derrota de la segunda guerra mundial es el sector de la alta tecnología, que fue desarrollado históricamente en relación con el sector militar del cual Alemania fue excluida. El resultado es que hoy, a pesar de su aparato productivo de lo más moderno, Alemania tiene un atraso masivo con respecto a EEUU y Japón en ese campo.

La perspectiva de los años 90 era, por consiguiente, reducir radicalmente la dependencia de la economía alemana de la industria del automóvil, no abandonando voluntariamente partes del mercado, claro está, sino desarrollando fuertemente el sector de la alta tecnología. De hecho la burguesía alemana está convencida de que en los años 90, o se impone entre las naciones líderes de la alta tecnología, al lado de EEUU y de Japón, o desaparece completamente como potencia industrial independiente de primera importancia. Esa lucha a muerte ha sido preparada durante los años 80, no solamente con la racionalización y la acumulación de inversiones enormes, sino también con la creación simbólica de la mayor empresa europea de alta tecnología, bajo la dirección de Daimler-Benz y de la Deutsche Bank. Se supone que Daimler y Siemens van a ser la punta de lanza de esa ofensiva. Esa tentativa de la industria alemana hacia la hegemonía mundial en los años 90 requiere:

  • inversiones absolutamente gigantescas, dejando las de los años 80 pequeñas en comparación, e implicando una transferencia aun más masiva de ingresos de la clase obrera hacia la burguesía;
  • la existencia de una estabilidad política a la vez internacionalmente (disciplina del bloque americano) y, en el interior, especialmente por parte de la clase obrera.

El derrumbe del Este: el objetivo de guerra alemán finalmente alcanzado

Después de la caída del muro de Berlín, el mundo imperialista tembló ante la idea de una Alemania unificada. No solamente en el extranjero sino en la misma Alemania, el SPD[1], los sindicatos, iglesia, la prensa, todos lanzaron advertencias contra un nuevo revanchismo alemán, peligro aparentemente presente con las ambigüedades de Kohl acerca de la frontera Oder-Neisse. La visión de una nueva Alemania que ponga en tela de juicio sus fronteras con los vecinos, siguiendo los pasos de Adolfo Hitler, no inquietan verdaderamente a la burguesía alemana. En realidad esas advertencias no hacen sino disfrazar la realidad de las cosas, a saber, que con la carrera hacia la Europa del 92 y el hundimiento del bloque del Este, la burguesía alemana ha alcanzado ya los objetivos que fueron la causa de dos guerras mundiales. Hoy, la burguesía alemana triunfante no necesita en absoluto poner en tela de juicio ninguna frontera porque es ella la potencia dominante en Europa. El establecimiento de una «Grossraumwirtschaft» (zona extensa de economía y de intercambio) dominada por Alemania, en Europa occidental, y de una reserva de mano de obra barata y de materias primas en Europa del Este, dominada también por Alemania, objetivos del imperialismo alemán, formulados desde antes de 1914, son hoy prácticamente una realidad. Es por eso que toda la bulla que se está armando en torno a la frontera Oder-Neisse no sirve en realidad más que para esconder la victoria real del imperialismo alemán en la Europa de hoy.

Pero una cosa debe estar clara: esa victoria del imperialismo alemán, cuyo mejor representante es el ministro liberal de asuntos exteriores, Genscher (y no los extremistas de derecha), no implica que Alemania pueda hoy dominar a Europa de la manera en que Hitler lo quería hacer. No existe actualmente ningún bloque europeo constituido y dirigido por Alemania, Mientras que en las primera y segunda guerras mundiales, Alemania se creía suficientemente fuerte para dominar a Europa de manera dictatorial, esa ilusión es imposible hoy. Si en aquella época, Alemania era el único país industrializado importante en el continente europeo (sin contar Gran Bretaña), hoy no es el caso (Francia, Italia...). La unificación alemana no aumentará más que de 21 a 24 % el porcentaje de Alemania en la producción de la CEE. Además, en la primera y segunda guerras mundiales, la tentativa alemana de dominación de Europa se hizo contando con el aislacionismo de EEUU; hoy el imperialismo americano está masiva e inmediatamente presente en el viejo continente y se esmerará en prevenir esas ambiciones. En fin, Alemania es hoy demasiado frágil militarmente y no posee armas de destrucción masiva. La formación de un bloque europeo no es posible, en las condiciones actuales más que si existe una potencia suficientemente fuerte como para someter a todas las demás. No es el caso hoy.

La victoria de Alemania: victoria pírrica

A diferencia de los años 30, la Alemania de hoy no es la «nación proletaria» (¡fórmula del KPD -Partido comunista- en los años 20!), excluida del mercado mundial e intentando trastornar las fronteras en torno suyo. Mientras no esté cortada del mercado mundial y del abastecimiento en materias primas, la burguesía alemana no tiene absolutamente ninguna ambición ni ningún interés en formar un bloque militar opuesto a EEUU. De hecho la Alemania de hoy es, en cierto modo, mas bien una potencia «conservadora» que ha «obtenido lo que deseaba» y que está más preocupada por «no perder lo que tiene». Y es verdad: Alemania es una potencia que tiene todas la de perder en el caos y la descomposición actuales. Su preocupación principal hoy es evitar que su victoria se transforme en catástrofe, una catástrofe que es muy probable.

El coste de la unificación

El coste de la unificación es tan gigantesco que pone en peligro la salud de las finanzas del Estado y la posición inmediata de Alemania en la competencia internacional. Es más que probable que los capitales que van a ser utilizados para la unificación, sean los mismos que estaban previstos para financiar la famosa imposición en el mercado de la alta tecnología, para alcanzar a EEUU y a Japón. En otras palabras, lejos de ser un refuerzo a ese nivel, la unificación podría muy bien ser, para la burguesía alemana, el factor de destrucción de sus esperanzas de seguir siendo una de las potencias industriales dominantes del mundo.

El coste de Europa del Este

Del mismo modo que tratará de erigir un nuevo «muro de Berlín» a lo largo de la línea Oder-Neisse para contener el caos del Este, es seguro que Alemania se verá obligada a invertir en los países limítrofes para crear una especie de «cordón sanitario» contra la anarquía total que se está desarrollando todavía más al Este. Claro, Alemania va a dominar y domina ya los mercados de Europa del Este. Sin embargo, es interesante notar que la burguesía alemana, lejos de saborear su triunfo, lanza gritos de alarma sobre los peligros que eso implica:

  • peligro que la obligación de invertir en el Este acarree pérdidas de mercados occidentales, cuando son éstos mucho más importantes en la medida en que pagan al contado y son mucho más solventes;
  • peligro de que disminuya el nivel técnico de la industria por el hecho que las mercancías que Europa del Este va a necesitar serán más simples y rudimentarias que las que exige el mercado mundial.

El coste de la desintegración del bloque USA

La desintegración del bloque occidental que pierde su razón de ser con la desaparición del  bloque del Este, contiene el peligro, a largo plazo, de disgregación del mercado mundial que hasta ahora había sido mantenido y vigilado militarmente por la disciplina impuesta por EEUU. Esa eventualidad sería un desastre para Alemania occidental como nación exportadora líder y como principal potencia, junto con Japón, beneficiaria a nivel industrial del orden establecido después de la guerra.

El coste de toda fragilización del Mercado común europeo

El mercado europeo, y sobre todo el proyecto de la Europa del 92, están amenazados por la influencia creciente del «cada uno a lo suyo», por la voluntad de evitar compartir el coste de Europa del Este, las reacciones de Francia ante la pérdida del liderazgo frente a Alemania occidental que ocupaba en Europa, liderazgo que asumirá ahora Alemania sola.

Si la Europa del 92 (con lo cual entendemos el establecimiento de normas para la «liberalización» de los intercambios, de reglas para regir la batalla de todos contra todos, que favorecen siempre a los más fuertes, que no es lo mismo que los irrealizables «Estados Unidos de Europa») fracasara, y si el mercado europeo debiera desintegrarse, sería una catástrofe total para Alemania occidental, puesto que es ahí donde se encuentran sus principales mercados de exportación. Por eso es una fórmula incorrecta, a menudo utilizada por la prensa burguesa, el decir que Bonn, al conducir rápidamente la reunificación, puso en primer plano sus propios intereses en contra de los de la CEE. El interés particular de Bonn es la CEE. Fue la aceleración increíble del caos lo que la obligó a hacer la unificación inmediatamente

El desmoronamiento de la Unión Soviética

Mientras la URSS se mantenía todavía en pie, Europa del Este era, por un lado, un territorio enemigo y una amenaza militar para Alemania del Oeste, pero, por otro lado, una garantía de vecindad estable en la frontera oriental de Alemania. El caos terrible que se está desplegando hoy en la URSS es una preocupación de primer orden para EEUU, y de lo más inquietante para Francia y Gran Bretaña. Pero para la burguesía alemana, que está justo al lado, es una visión de pesadilla absoluta. En la nueva Alemania unificada, sólo Polonia la separará de la URSS. El ministerio de Asuntos Exteriores de Genscher vive con la pesadilla de guerras civiles sangrientas, de toneladas de armamentos y de centrales nucleares que explotan, de millones de refugiados de la Unión Soviética invadiendo Occidente, amenazando con destruir completamente la estabilidad política de Alemania. Para evitar ese «guión catastrófico», la burguesía alemana deberá asumir una responsabilidad importante para tratar de limitar la anarquía en la Unión Soviética, lo que representará también una carga económica enorme. Por ejemplo: el gobierno de Alemania occidental se ha comprometido a respetar y honrar todos los anteriores compromisos comerciales entre Alemania del Este y la Unión Soviética, promesa que es de inspiración política y que será respetada a regañadientes. Así como la ruptura de la CEE significaría la anulación de la victoria de los objetivos de guerra del imperialismo alemán (Grossraumwirtschaft), el desarrollo de una anarquía total en la Unión Soviética destruiría el segundo plan, el de una Europa del Este suministradora de materias primas baratas. Esto sería trágico para el capitalismo alemán, en la medida en que la Unión soviética es la única reserva disponible de materias primas no procedentes de ultramar y por lo tanto no dependientes de EEUU. Un ejemplo de los efectos de la anarquía del Este sobre las ambiciones del imperialismo alemán: uno de los proyectos preferidos de Gorbachov es la creación de una zona industrial libre de impuestos en Kaliningrado, a la que quiere convertir en el nuevo escaparate de Rusia hacia el Oeste. Tiene la intención de transferir alemanes del Volga hacia esa zona de la que fue antigua ciudad alemana con el nombre de Konigsberg, como medida estimulante suplementaria para atraer capitales alemanes. Así que se quiere hacer de Kaliningrado una ventana alemana hacia el Este, es decir, una «vía segura» para las materias primas procedentes de Siberia, evitando las repúblicas asiáticas de la Unión soviética. Hoy, el separatismo y el mini-imperialismo de las repúblicas del Báltico están sembrando desorden en esos planes. Ya Landbergis ha dejado que los lituanos reivindiquen Kaliningrado.

Las medidas de la burguesía alemana contra el caos y la descomposición

Ante la tremenda aceleración de la crisis, de las guerras económicas, de la descomposición, del hundimiento del Este, existe un peligro real:

  • que el combate de la burguesía alemana para abrirse un camino en la lucha por la hegemonía en el mercado mundial contra EEUU y Japón, se de en condiciones mucho menos favorables;
  • que Alemania pierda completamente su puesto privilegiado de «surfista» por encima de la ola de la crisis a expensas de sus rivales. Por el contrario, existe realmente el peligro de que la posición de Alemania se fragilice particularmente, como en los años 30, pero esta vez ante una clase obrera no derrotada;
  • que la descomposición y el caos mundiales arruinen la famosa estabilidad política alemana.

La tendencia a la ruina económica total y al caos completo es históricamente irreversible. No obstante, toda tendencia tiene sus contratendencias, que en este caso no van a detener pero sí pueden frenar, o por lo menos influenciar momentáneamente el curso de ese movimiento, haciendo que no se desarrolle de la misma manera en todos los países. Es necesario examinar especialmente las medidas que la burguesía alemana está tomando para protegerse, La burguesía alemana- no es sólo la más poderosa de Europa en lo económico y una de las más ricas en experiencias amargas, sino que tiene también las estructuras políticas y estatales más modernas (por ejemplo, la modernidad política del Estado alemán comparado con el británico es tan marcada como su diferencia en lo económico). La burguesía alemana ha sido capaz de combinar sus «cualidades tradicionales» y todo lo que aprendió de su mentor americano a finales de los años 1940 (Alemania occidental es sin duda alguna, en muchos respectos, el país europeo más «americanizado»).

Unificar al mejor precio

A través de la unión monetaria, Bonn tiene la intención de dar a los alemanes del Este dinero del Oeste, pero tan poquito como sea posible, y así tener la justificación política para detener su venida hacia el Oeste. El objetivo es que la RDA asuma ella misma, lo más posible, la carga de la unificación, así como la CEE y, sobre todo (como veremos más adelante), la clase obrera del Este y del Oeste. Por lo demás, la burguesía alemana occidental trata de conservar exclusivamente para ella los aspectos más benéficos de esa unificación, es decir, fuentes de fuerza de trabajo increíblemente barata con las cuales podrá también ejercer presiones en los salarios del Oeste, o el acceso a las materias primas soviéticas y a la tecnología espacial gracias a los lazos históricos que la unen con las empresas de Alemania del Este.

Evitar la disgregación de la CEE

Si existe una tendencia hacia la disgregación de la CEE, también existen importantes contra-tendencias. Entre ellas:

  • el interés imperioso de Alemania por evitarlo;
  • el interés de los demás países europeos que viven con la obsesión de que les gane Japón. Aunque es cierto que hoy la tendencia es hacia el «cada uno por su cuenta», los gangsters tienden, a pesar de todo, a reagruparse para enfrentar a otros gangsters.

La Europa del 92 no es un nuevo bloque contra Estadas Unidos. Y seguramente no tiene ninguna posibilidad de serlo si los norteamericanos deciden sabotearla. Bonn está tratando actualmente de convencer a Washington de que Europa del 92 está esencialmente dirigida contra Japón, y no contra EEUU. La burguesía de Alemania occidental está convencida de que una de las bases principales de la gran competitividad japonesa en el mercado mundial es la cerrazón total del mercado interior japonés, y que los altos precios en el mercado interior japonés financian su dumping en el mercado mundial. Bonn proclama que si Japón se ve obligado, con medidas proteccionistas, a construir fábricas en Europa, no serán éstas más competitivas que las europeas, o al menos que las alemanas. El mensaje es claro: si Europa 92 puede servir para obligar a Japón a abrir su mercado interior, es posible vencer al gigante asiático. Además, Bonn subraya sin cesar que el mercado europeo, que será entonces el mercado unificado mayor del mundo, es el único medio que pueda permitir a EEUU colmar su gigantesco déficit comercial, es decir que Bonn propone un reparto germano-norteamericano del mercado europeo.

***

Antes de las primera y segunda guerras mundiales, los marxistas alertaron a la clase obrera acerca de las matanzas por venir, y expresaron qué actitud debía adoptar el proletariado al respecto. Hoy nuestra tarea es alertar a los obreros contra la guerra mundial comercial que se ha desatado a una escala sin precedentes en la historia, y armarlos contra el peligro mortal del nacionalismo económico, es decir el tomar partido por su propia burguesía. El coste de esa guerra para la clase obrera será, sin lugar a dudas, terrible.

La unificación alemana y la posibilidad de una recesión brutal

Hemos mostrado hasta ahora las enormes implicaciones del caos y de la descomposición actuales para el capital alemán en la perspectiva de los años 90. Pero existe también una perspectiva inmediata, la de los efectos de la unión económica y monetaria especialmente. Esos efectos van a ser catastróficos para la clase obrera, y para la de Alemania del Este en especial.

Es difícil predecir las consecuencias inmediatas de la situación porque se trata de una situación inédita en la historia. Pero existe una posibilidad de que pueda permitir frenar temporalmente la tendencia de la economía mundial hacia la recesión, arruinando las finanzas del Estado alemán y agudizando aun más las contradicciones globales. La otra posibilidad que no se debe excluir, en vista de la gran fragilidad de la coyuntura económica mundial actual, es que los desórdenes monetarios y de las tasas de interés, el pánico de las inversiones y de las bolsas de valores que podrían suceder sean la gota de agua que haga derramar el vaso, hundiendo la economía mundial en una recesión declarada.

Lo que se puede decir con certeza es que la llegada del marco alemán a Alemania del Este va a provocar la pérdida de millones de empleos y la explosión de una pauperización masiva que, por su rapidez y su brutalidad, serán quizás sin precedentes en la historia del capitalismo para un país industrializado, fuera de un período de guerra. También es cierto que el coste incalculable de esas medidas drásticas no se puede conseguir sin presionar a los obreros de Alemania occidental... Los sistemas de subvención a los desempleados y de seguro social del Oeste, por ejemplo, se van a encontrar al borde de la insolvencia al tener que financiar al Este. Además, no existe absolutamente ninguna garantía de que se obtenga el principal objetivo político inmediato de la unión monetaria -evitar la venida de Alemanes del Este al Oeste-. Ante un mundo capitalista que se hunde, el dilema de la burguesía alemana occidental salta a la vista cuando se ve que la no realización inmediata de la unificación tendría seguramente efectos aun más desastrosos que la unificación. Lambsdorff no bromeaba cuando declaraba recientemente que si no se organizaban elecciones rápidamente en toda Alemania, se iría a la bancarrota, no solamente Alemania del Este sino también la del Oeste (se refería a la supervivencia de la burguesía estalinista de Alemania del Este que sueña con continuar sus cuarenta años de mala administración, pero financiada ahora directamente por el Oeste).

El desconcierto de la burguesía tras la caída del muro

Cuando cayó el muro, la burguesía se encontró desconcerta­da, sorprendida y dividida. Hubo una serie de crisis políticas:

  • Genscher apoyaba -posición original- la pertenencia rápida pero separada de la RDA a la CEE, con lazos solamente federativos con Alemania occidental;
  • Brandt tuvo que pelear entre bastidores para convencer al SPD sobre la posición a favor de la reunificación; una coalición regional y local SPD-CDU[2] fue necesaria para obligar a Kohl a poner fin a las leyes que incitaban a la emigración del Este, leyes útiles durante la guerra fría, pero que hoy conducen al desastre;
  • Bonn tuvo que apoyar a la vez a los gobiernos de Krenz y de Modrow, en espera de colmar el vacío político;
  • Bonn tuvo que cambiar su política inicial de ayuda económica vacilante, por la de unión
  • la lucha del aparato de Estado estalinista de RDA por un puesto en la nueva Alemania causó una serie de crisis, desde la agravación de la inmigración hacia el Oeste, hasta los chantajes que hizo la Stasi («Staatssicheiheit», policía de Estado) a líderes políticos (no sólo del Este);
  • las maniobras de Kohl en torno a la frontera Oder-Neisse causaron crisis internas y escándalos internacionales.

Ofensiva de estabilización hacia la unidad nacional

El primer eje de la ofensiva de estabilización fue el restablecimiento de la unidad de las corrientes burguesas dominantes. A pesar de todos los conflictos y del caos, se desarrolló muy rápidamente el sentimiento de que ese tipo de crisis histórica necesitaba cierto tipo de unidad nacional. Hoy existe un acuerdo real entre la CDU, el FDP y el SPD sobre los problemas fundamentales planteados por la apertura del muro: unificación rápida, unión monetaria inmediata (apoyada políticamente hasta por la Bundesbank, aunque la considere como suicida económicamente), política anti-inmigración con respecto al Este, permanencia en la OTAN (que integrará por etapas a la RDA), reconocimiento de la frontera Oder-Neisse.

Segunda fase de inestabilidad: la «digestión» de la RDA

El otro eje de la «estabilización» no hace sino desplazar el caos de un nivel a otro. La unificación precipitada no es posible sin cierto grado de caos. Provoca conflictos con las grandes potencias y amenaza con desestabilizar aun más a la URSS. Y la unión monetaria es una de las políticas más aventureras de la historia humana, quizás comparable a la ofensiva «Barbarroja» de Hitler contra Rusia. El destrozo económico de la industria de la RDA va a ser tan sangriento, el desempleo masivo tan elevado (algunos hablan de 4 millones de desempleados), que a lo mejor incluso va a fracasar el objetivo inmediato que tiene: detener la inmigración masiva hacia el Oeste. El remedio contra el caos conducirá probablemente... al caos.

A pesar de la oposición directa, especialmente de las «grandes potencias» europeas, a la perspectiva de unificación inmediata de Alemania después de la apertura del muro de Berlín, el proceso de unificación se ha ido acelerando, con el apoyo especial de EEUU (cuya fórmula de pertenencia de una Alemania unida a la OTAN sirve sobre todo para mantener la presencia americana en Alemania y en Europa, a expensas no sólo de Alemania, sino también de Gran Bretaña, de Francia y de la URSS), y eso a pesar del riesgo de una desestabilización aún mayor del régimen de Gorbachov y de la URSS. Por dos razones:

  • todas las potencias principales están asustadas por el vacío creado en Europa central, vacío que sólo Alemania puede colmar;
  • es el hundimiento de la URSS, que convierte automáticamente a Alemania en la potencia dirigente de Europa, lo que hace que desaparezca la obligación de Bonn de compartir la dirección de Europa occidental con Paris, etc. Por el contrario, es poco probable, y no ha sido comprobado, que la actual unificación alemana conduzca al fortalecimiento de Alemania como potencia principal. Económicamente, la unificación representa sin duda un debilitamiento, y todas las ventajas estratégico-militares serán probablemente más que contrarrestadas por los .efectos del caos del Este. Cuando comprendieron que la unificación no significaba ni mucho menos un fortalecimiento automático de Alemania, sus «aliados» lo aceptaron mejor.

Cronológicamente hablando:

  • Después de la apertura del muro, hubo una explosión nacionalista en la burguesía alemana, desde Kohl a Brandt: «nosotros, alemanes, somos los mejores» etc., a pesar de las advertencias inmediatas de los más moderados (por ejemplo Lafontaine). El pánico, el terror y la envidia de los aliados fueron simbolizados por la oposición declarada a la unificación y la visita relámpago de Mitterrand a Berlín-Este y a Budapest, para asegurarse de que Francia obtendría una parte del botín.
  • La burguesía está de vuelta en sus ilusiones estúpidas. Cuanto más se va dando cuenta Bonn de que «la manzana está envenenada», tanto más está obligada la burguesía alemana a comérsela cuanto antes, para evitar que crezca y se multiplique el caos. Ahora es Bonn quien tiene pánico y quien está furioso ante la nueva actitud de los aliados, que dejan a Alemania del Oeste sola con sus problemas y sobre todo con el coste de ese embrollo.
  • Bonn logró convencer a los demás de que no puede encargarse solo del problema y que si no participan activamente, el resultado podría ser la desestabilización de toda Europa occidental.

Las elecciones venideras:
una tendencia a instaurar estructuras estabilizadoras

En Noviembre de 1989 habíamos notado que en la nueva situación la presencia del SPD en la oposición para controlar mejor a la clase obrera, ha dejado de ser una obligación para la burguesía, por el retroceso de la conciencia de clase provocado por los acontecimientos del Este, y que la continuación del gobierno Kohl-Genscher depende de la superación de sus divergencias. Ahora parece que esas divergencias no van a ser el centro de las elecciones (menos la extensión de la estabilidad, es decir la aplicación de las estructuras políticas de Alemania del Oeste a la RDA). La CDU sigue teniendo un poco más de fuerza que el SPD en una Alemania unida, el FDP sigue siendo el «factor de coalición», los Republicanos siguen fuera del Parlamento. No hay razón para pensar que un gobierno dirigido por Lafontaine sería fundamentalmente diferente del actual.

Un problema que se plantea es el de las tensiones y de las confusiones dentro del aparato político:

  • rivalidades entre CDU y CSU en torno a su respectiva influencia en RDA;
  • rivalidades entre el SPD y los estalinistas por el control de los sindicatos en RDA;
  • divergencias fuertes en el partido de los Verdes sobre la unificación;
  • desorientación en los izquierdistas, cuya mayoría se aferra al Estado de la RDA y al PDS (ex-SED, partido comunista) que ya nadie quiere ni en el Este (aparte de los principales funcionarios estalinistas), ni en el Oeste.

Por importantes que sean las tentativas de estabilización, nuevas oleadas de anarquía están ya a la vista:

  • el hundimiento definitivo de la URSS ;
  • la crisis económica mundial (después de la URSS, EEUU es probablemente el próximo gran barco que va a naufragar);
  • las tensiones dentro de la OTAN.

Lucha de clases: la combatividad de la clase sigue intacta

Evidentemente, Alemania no es una excepción en el reflujo, particularmente de la conciencia, en la clase obrera. Al contrario:

  • el reflujo comenzó en Alemania antes que en otras partes, desde 1988-89, y ya esencialmente por la situación en el Este;
  • las propuestas de reducción de armamentos por Moscú provocaron ilusiones reformistas en torno a la idea de un capitalismo más pacífico
  • la afluencia de cerca de un millón de personas por año procedentes del Este;
  • la enorme campaña sobre la «derrota del comunismo», desde la matanza de Pekín;
  • un impacto más profundo, por la proximidad del Este, de las ilusiones democráticas reformistas, pacifistas e interclasistas que pesan más que en cualquier otra parte. Las cuestiones de la unificación de las luchas y del cuestionamiento de los sindicatos, aunque hayan sido planteadas ya por las luchas de Krupp en Diciembre de 1987, fueron planteadas de manera menos fuerte que en otras partes y están pues hoy todavía más debilitadas.

Por otro lado, la combatividad, después de haber sufrido una parálisis momentánea bajo el impacto de la inmigración del Este, en vez de seguir retrocediendo después de la apertura del muro, como se hubiera podido suponer, ha vuelto a empezar a expresarse (como lo mostraron recientemente paros simbólicos durante las negociaciones sindicales). La ausencia de todo signo, por el momento, que indique que los obreros de Alemania occidental están dispuestos a aceptar sacrificios materiales por la unificación es el problema central de la burguesía. Parece más bien que sólo la idea ya hace desaparecer los últimos vestigios de patriotismo de las mentes de muchos obreros.

Crisis y unificación: balance de los años 80

La crisis juega un papel esencial para la unificación aun cuando la burguesía logra evitar que se concrete esta última en las luchas. La aparición, a principios de los años 80, del desempleo masivo, de «la nueva pobreza», a mediados de esos años, todo eso ha incrementado mucho el potencial de unificación. Pero su desarrollo es contradictorio y no lineal.

La ofensiva de modernización de los años 1980, el ataque más fuerte en Alemania desde los años 1920, ha transformado parcialmente el mundo del trabajo. El obrero industrial moderno tiene a menudo que controlar varias máquinas a la vez, tiene que responder a agotadoras exigencias de energía, de concentración, de calificación y recalificación permanente, etc., de tal modo que una parte creciente de la población se ve automáticamente excluida del proceso de producción (por edad avanzada, enfermedad, falta de fuerza mental para aguantar la presión, falta de calificación, etc.).

Eso explica en gran parte la paradoja de que exista por un lado, un desempleo masivo y, simultáneamente, millares de empleos vacantes en los sectores especializados. La anarquía es total. Millones de obreros están desempleados, no solamente porque no hay empleos, sino también porque no pueden responder a las increíbles exigencias actuales. Esa masa en constante aumento ya no es útil al capital como medio de presión sobre los salarios y sobre los trabajadores con empleo, así que no hay ninguna razón económica para mantenerlos en vida. Es así que se han aplicado medidas de lo mas radical en ese sector; por eso es por lo que en los años 80, Bonn decidió parar la construcción de viviendas sociales.

Los efectos inmediatos de la ofensiva de racionalización-modernización del capital alemán no sólo produjeron efectos positivos en la unificación de las luchas. También produjeron ciertas tendencias a la división entre obreros:

  • entre quienes pueden todavía responder a los imperativos actuales de producción y que, a pesar del control de los salarios, tienen mas ingresos hoy que hace cinco años por la cantidad de horas extras que tienen que hacer (esto es válido seguramente para la mayoría de los obreros). Estos piensan que, por la falta actual de mano de obra calificada, el capital los necesita y eso favorece las ilusiones individualistas y corporativistas («nos podemos defender solos»);
  • y quienes no pueden responder a esos imperativos, que se ven marginados y excluidos de la producción, que caen en una pobreza creciente y son a menudo las primeras victimas de la descomposición social (desesperación, droga, explosiones de violencia ciega -como el ejemplo de Kreuzberg en Berlín-), y que se sienten aislados del resto de su clase. En relación con eso (sin ser idéntico), se debe ver el fracaso de las luchas de los desempleados y su falta de conexión con los obreros activos.

La crisis y la unificación de las luchas en perspectiva

Entre los efectos más inmediatos del cambio histórico, cabe señalar:

  • las ilusiones en un boom económico duradero como consecuencia de:
  1. la apertura de Europa del Este,
  2. la perspectiva de Europa del 92,
  3. una esperanza de paz, como consecuencia de la reducción radical de los gastos militares;
  • el miedo a un nuevo empobrecimiento, por causa de la unificación de Alemania, lo que no acarrea solamente una radicalización sino también tendencias a la división de la clase obrera (Oeste contra Este);
  • la unión monetaria duplicará al fin y al cabo la cantidad de desempleados en Alemania;
  • un verdadera escabechina de empleos parece inevitable en los sectores en donde la el coste de los años 1990, los enormes programas de inversión, la anulación de las deudas impagables de los países de la periferia, etc., todo eso exigirá que el capital reduzca aún, más los ingresos de los proletarios;
  • si la «racionalización» sigue al ritmo actual, a mediados de los años 90, millones de obreros se encontrarán en un estado de agotamiento total y de desgaste físico completo antes de los 40 años: es una amenaza que se cierne sobre fuerzas esenciales de la clase.

Las principales dificultades
para la unificación política de la clase obrera

El reforzamiento de la socialdemocracia, de los sindicatos, de la ideología reformista, del pacifismo, del interclasismo, nada de eso podrá ser superado ni fácil ni rápida ni automáticamente. Se necesitan:

  • luchas repetidas;
  • movilizaciones y discusiones colectivas;
  • la intervención comunista.

Las lecciones de los últimos veinte años de crisis y de luchas no han desaparecido, pero se han vuelto menos accesibles, sumidas en una montaña de confusión. No es hora de complacencia; hay que sacar el tesoro a la superficie o, si no, la clase fracasará en su misión histórica.

El atraso del proletariado de RDA

Aunque la RDA haya formado parte de Alemania hasta en 1945, los efectos del estalinismo han sido profundamente catastróficos para la clase obrera. Existe un atraso fundamental que va aun más lejos que la falta de experiencia sobre la democracia, los sindicatos «libres», el odio violento al «comunismo». El aislamiento detrás del muro produjo en los obreros una verdadera «provincialización». La «economía de escasez» los llevó a considerar a los extranjeros como enemigos que «compran todo y nos dejan sin nada». El «internacionalismo» soviético y el aislamiento del mercado mundial estimularon un nacionalismo fuerte. Si en Alemania occidental, quizás un obrero de cada diez es racista, en RDA uno de cada diez no es racista. La economía burocrática acarreó una pérdida de dinamismo y de iniciativa, apatía y pasividad, siempre en la eterna «espera de órdenes», cierto servilismo (ni siquiera atenuada por un mercado negro floreciente como en Polonia). Y atraso técnico: la mayoría de los obreros ni siquiera están acostumbrados a usar teléfono. El estalinismo ha dejado a la clase profundamente dividida por el nacionalismo, los problemas étnicos, los conflictos religio­sos, la delación (probablemente un obrero de cada cinco daba regularmente informaciones a la Stasi sobre sus colegas).

Es de alegrarse de que, cuando Alemania fue dividida después de la guerra, 63 millones de personas se encontraran en el Oeste y solamente 17 millones en el Este, y no el contrario.

El papel crucial de los obreros del Oeste;
la alternativa histórica sigue abierta

La inmensa ola nacionalista reaccionaria venida del Este se ha quebrado, hasta el momento, en la roca del proletariado de Alemania occidental. Con eso no queremos decir que la contrarrevolución haya obtenido, en el Este, una victoria irreversible. Pero si es todavía posible que participen en movimientos revolucionarios en el futuro, es porque los obreros del Oeste no se han dejado arrastrar al mismo terreno burgués que en el Este, que es tan eficaz como lo fue en España durante la guerra civil. La clase obrera de Alemania occidental ha mostrado que no tiene, por el momento, la misma afición nacionalista.

El obrero alemán occidental típico asocia hoy el nacionalismo con las derrotas de las guerras mundiales y con la pobreza más tremenda, y asimila por el contrario cierta prosperidad a la CEE, al mercado mundial, etc. Un empleo industrial de dos en Alemania depende del mercado mundial. Y hasta la inmigración masiva procedente del Este tuvo efectos notables de división solamente en los sectores débiles y no en los «batallones» principales de la clase. El proletariado sigue siendo una fuerza decisiva de la situación mundial. Por ejemplo, si la burguesía alemana, a pesar del coste increíble de la unificación, de la lucha en el mercado mundial, etc. debiera emprender una carrera hacia el rearmamento para convertirse en una superpotencia militar, el precio sería tan elevado que acarrearía probablemente una guerra civil. La clase obrera en los países industriales del Oeste sigue invicta, sigue siendo una fuerza que la burguesía debe tener en cuenta en permanencia.

No sabemos con certeza si la clase obrera podrá superar las dificultades actuales y restablecer su propia perspectiva de clase. Ni siquiera podemos consolarnos con la ilusión determinista según la cual «el comunismo es inevitable». Pero sí sabemos que el proletariado hoy no sólo tiene que perder cadenas; es su propia vida la que está amenazada. En cambio sigue teniendo un mundo que ganar y para eso, no es todavía demasiado tarde.

Weltrevolution - 8/5/90



[1] La CDU es el partido de derechas del actual canciller Kohl al que hay que añadir la CSU bávara. El FDP es el partido de centro-derecha (liberales) que sirve para hacer coaliciones con la derecha o la Izquierda según las necesidades. Hoy gobierna con la CDU-CSU; es el partido de Genscher. El SPD es el partido socialista, en la oposición. Su candidato para las próximas elecciones es O. Lafontaine. Los Republicanos son la extrema derecha (NDT).

[2] La economía no constituye automática e inmediatamente un incentivo favorable a la tendencia hacia la unificación de las luchas. Pero, a largo plazo, la recesión es una fuerza poderosa en favor de esa unificación, aunque la situación del capital mundial ya sea desastrosa incluso sin recesión declarada.

Geografía: 

  • Alemania [20]

Acontecimientos históricos: 

  • Hundimiento del Bloque del Este [18]

POLEMICA: Frente a la conmoción en el Este una vanguardia en retraso

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El hundimiento del bloque del Este es el acontecimiento histórico más importante:

-        después de los acuerdos de Yalta de 1945, que establecieron la división y el reparto del mundo entre dos bloques imperialistas antagónicos dominados por los USA y la URSS respectivamente.

-        después de la reanudación de la lucha de clases a partir de 1968 que puso fin a los negros años de contrarrevolución reinantes desde finales de los años 20.

Un acontecimiento de tal importancia es una prueba, un test determinante, para las organizaciones revolucionarias y el medio proletario en su conjunto. No es simplemente un revelador de la claridad o de la confusión de las organizaciones políticas, tiene implicaciones muy concretas. De su capacidad para responder claramente depende no sólo su propio futuro político, también está en juego la capacidad de la clase obrera para orientarse en la tempestad de la historia.

La actividad de los revolucionarios no es gratuita, tiene consecuencias prácticas para la vida de la clase. La capacidad para desarrollar una intervención clara contribuye al reforzamiento de la conciencia en la clase, pero lo contrario también es cierto; la impotencia para intervenir, la confusión de las organizaciones proletarias, son trabas para la dinámica revolucionaria de la que la clase es portadora.

Frente al seísmo económico, político y social que está asolando a los países del Pacto de Varsovia desde el verano de 1989: ¿cómo ha reaccionado el medio político proletario y las organizaciones que lo componen?, ¿cómo se han comprendido tales acontecimientos?, ¿que intervención se ha desarrollado? Estas cuestiones no son ni secundarias ni pretextos para polémicas estériles, son problemas esenciales que influyen muy concretamente en las perspectivas del futuro.

El retraso del medio político
ante la importancia de los acontecimientos[1]

El PCI-Battaglia Comunista comienza una toma de posición evolutiva durante el otoño de 1989, pero había que esperar hasta el nuevo año para que aparezcan las primeras tomas de posición de la CWO, del PCI-Programma Comunista, Le Prolétaire, y del FOR; a finales de Febrero 1990, aparecen dos textos de debate interno de la FECCI sobre la situación en los países del Este pero, habrá que esperar hasta Abril para ver aparecer su publicación: Perspective Internationaliste, nº 16, ¡fechada en invierno! Con la primavera, las pequeñas sectas encuentran un poco de vigor y publican finalmente sus tomas de posición. Communisme ou Civilisation, Union Prolétarienne, el GCI, Mouvement communiste pour la formation du Parti Mondial, salen de su letargo. En los largos meses transcurridos hasta finales de 1989, aparte de las tomas de posición de la CCI, los proletarios deseosos de clarificarse y de conocer el punto de vista de los grupos revolucionarios no han tenido nada que echarse a la boca más que un escaso número de BC y de Le Prolétaire. Cuando la CCI publica en la Revista Internacional nº 61, una polémica escrita a finales de Febrero[2], no puede tratar más que de las posiciones de tres organizaciones: el BIPR que reagrupa a CWO y BC, el PCI-Le Prolétaire y el FOR, y, ya habían transcurrido seis meses después de los primeros acontecimientos significativos.

Ciertamente, el hundimiento de un bloque imperialista bajo los golpes de la crisis económica mundial no tiene precedentes en la historia del capitalismo, la situación es históricamente nueva, y por tanto difícil de analizar. Sin embargo, independientemente del contenido mismo de las posiciones desarrolladas, este retraso traduce ante todo una increíble subestimación de la importancia de los acontecimientos y del papel de los revolucionarios. La pasividad de las organizaciones políticas que rodean a la CCI frente a la implosión del bloque del Este y a los interrogantes que necesariamente esto plantea en el seno de la clase obrera dice mucho del estado de decrepitud política en el que se están hundiendo.

No es ciertamente por casualidad si las organizaciones que más rápidamente han reaccionado han sido las que están ligadas por su historia a las tradiciones comunistas de las Izquierdas, y particularmente a las de la Izquierda Italiana, las que, a lo largo del tiempo, han demostrado ya una relativa solidez. Estas constituyen los polos políticos e históricos del medio proletario. Las pequeñas sectas que pululan alrededor, producto la mayoría de múltiples escisiones, no expresan puntos de vista originales o nuevos que puedan justificar su existencia separada. Para distinguirse no pueden más que ir de «descubrimiento» en «descubrimiento», hundiéndose en la confusión y en la nada, o imitando de forma estéril y caricaturesca las posiciones clásicamente en debate en el seno del medio revolucionario.

En este artículo de polémica, vamos a privilegiar ante todo al BIPR que, aparte de la CCI, es el principal polo de reagrupamiento, y a los grupos bordiguistas, que si bien como corriente se ha hundido como polo de reagrupamiento, son un polo político importante de debates en el seno del medio revolucionario. Intentaremos no obviar las tomas de posición de los grupos «parásitos», tales como la FECCI, Communisme ou Civilisation, e incluso las del GCI aunque nos preguntemos razonablemente si este último tiene aún la punta del dedo del pie en el campo proletario. La lista, evidentemente no es exhaustiva. Estos últimos grupos traducen, generalmente de forma exagerada, las debilidades que se expresan en el seno del medio proletario y son el indicador de la lógica a la que conducen las confusiones que arrastran los grupos más serios.

Frente a las conmociones sucedidas en los países del Este, en su conjunto, todas las organizaciones revolucionarias, han sabido expresar claramente a nivel teórico general dos posiciones de base que, a menudo a falta de un análisis de la situación, han servido como primera toma de posición:

-        la afirmación de la naturaleza capitalista de la URSS y sus países satélites;

-        la denuncia del peligro que constituyen para la clase obrera las ilusiones democráticas.

La claridad sobre estos dos principios de base que fundan la existencia y la unidad del medio político proletario es lo mínimo que podíamos esperar de parte de organizaciones revolucionarias. Pero, a parte de esto, la confusión absoluta es lo dominante en cuanto al análisis de los acontecimientos. El retraso en las tomas de posición de la mayor parte de los grupos del campo revolucionario no es un simple retraso práctico, una incapacidad para cambiar el ritmo confortable de la fecha de aparición de las publicaciones para hacer frente a acontecimientos históricos que lo requieren, es un retraso para reconocer la evidencia de la realidad, para simplemente constatar los hechos y en primer lugar el hundimiento y la explosión del bloque del Este.

En Octubre de 1989, BC ve «el imperio oriental aún sólidamente bajo la bota rusa», en Diciembre del 89, escribe: «La URSS debe abrirse a las tecnologías occidentales y el Comecon debe hacer lo mismo, no -como piensan algunos- en un proceso de desintegración del bloque del Este y desengache total de la URSS de los países de Europa, sino para facilitar, revitalizando las economías del Comecon, el relanzamiento de la economía sovietica». Es únicamente en Enero de 1990, cuando aparece una primera toma de posición del BIPR en Worker's Voice, la publicación de CWO: estos «acontecimientos de una importancia histórica mundial» significan «el principio de un hundimiento del orden mundial creado a finales de la 2a Guerra mundial» y abren un período de «nueva formación de bloques imperialistas».

Los dos principales grupos de la diáspora bordiguista mostraron más rapidez y reflejos que el BIPR. En su número de Septiembre de 1989, Programma Comunista anuncia la desagregación del Pacto de Varsovia y la posibilidad de nuevas alianzas, del mismo modo así lo afirmó Il Partito Comunista.

Sin embargo estas tomas de posición planteadas como hipótesis no están desprovistas de ambigüedades. Así, en Francia, Le Prolétaire escribe aún que «la URSS puede estar debilitada, pero cuenta aún con mantener el orden en su zona de influencia».

En Enero, el FOR anuncia tímidamente sin más desarrollos, que «podemos considerar que el bloque estalinista está vencido».

La FECCI, en la primavera del 90, nos ofrece dos posiciones. La mayoritaria, posición oficial de esta organización, no ve en los acontecimientos del Este más que «una tentativa del equipo de Gorbachov de reunir progresivamente todas las condiciones que permitan al Estado ruso lanzar una real contraofensiva contra el Oeste». La minoría, más lúcida, señala que la situación escapa al control de la dirección soviética y que las reformas no hacen más que agravar la debacle del bloque ruso.

Para Communisme ou Civilisation, que publica sobre este tema un artículo en el nº 5 de la Revista Internacional del Movimiento Comunista, «la importancia de los acontecimientos en curso se debe en primer lugar a su situación geográfica» (!). Y después de un largo rollo académico en el que una multitud de hipótesis de todo tipo se plantean, ninguna toma de posición clara se desprende: de hecho, en Europa del Este, asistiríamos a una simple crisis de reestructuración.

En cuanto al GCI y a su avatar, el Mouvement communiste pour la formatión du Parti Comuniste Mondial, cuando recibimos sus publicaciones en primavera, vemos que el hundimiento del bloque del Este ni se plantea; se trataría para ellos de simples maniobras de reestructuración para hacer frente a la crisis y sobre todo a la lucha de clases.

Como se ve, las organizaciones del medio proletario se han tomado su tiempo para medir el significado de los sucesos, y en muchos casos subsiste la ambigüedad y dejan la puerta abierta a la ilusión de que Rusia pueda retomar el control de su ex-bloque. Seis meses después del inicio de los acontecimientos, el BIPR no ve más que el «comienzo» de un proceso en el que la URSS ya habría perdido, fundamentalmente, todo el control sobre su zona de influencia del Este de Europa. En cuanto a las sectas parásitas, no han visto nada, por así decirlo. Solidarnosc ha ganado las elecciones en Polonia durante el verano; en otoño, cae el muro de Berlín, los partidos estalinistas han sido expulsados del poder en Checoslovaquia y Hungría, Ceaucescu ha sido derrocado en Rumania mientras que, en la mismísima Rusia la agitación del Cáucaso y de los países bálticos muestran la pérdida de control del poder central y la dinámica de estallido que implica el «despertar de las nacionalidades», pero, frente a todo esto, el Medio Político Revolucionario ha estado aletargado. Todo esto manifiesta una increíble ceguera frente a la simple realidad de los hechos.

Mientras que los plumíferos de la prensa burguesa no dejan de constatar un hecho: el hundimiento del bloque ruso, nuestros doctores en teoría marxista henchidos de un conservadurismo cobarde se niegan a admitirlo. La falta de reflejo político que se ha evidenciado en el medio proletario estos últimos meses es la manifestación de las profundas debilidades que lo marcan. Incapaz de intervenir con determinación en las luchas de la clase en estos últimos años, una gran parte del medio proletario se ha mostrado incapaz de hacer frente a la brutal aceleración de la historia de estos últimos meses. Encerrado en un gélido repliegue a lo largo de los años 80 se ha quedado sordo, ciego y mudo. Tal situación no puede eternizarse. Aunque continúen reclamándose de la clase obrera, estas organizaciones que son incapaces de asumir su papel no tienen ninguna utilidad para ella y se convierten en obstáculos. Pierden su razón de ser.

Cuando vemos con qué dificultad las organizaciones del medio político han abierto los ojos a la realidad y como aumentaba su ceguera a medida que transcurrían los meses y el bloque ruso se hundía, podemos tener una idea de la confusión de los análisis que han sido desarrollados y de la desorientación política reinante. No se trata aquí de retomar en detalle todos los aspectos y cambios teóricos que los grupos políticos revolucionarios han podido elaborar, varios números de nuestra Revista Internacional no serían suficientes. Nos centraremos, ante todo, en situar las implicaciones de las tomas de posición del medio sobre dos aspectos: la crisis económica y la lucha de clases. Veremos a continuación cuáles han sido las implicaciones de todo ello, sobre la vida misma del medio proletario.

La crisis económica, elemento básico
en el hundimiento del bloque del Este:
una subestimación general

Todas las organizaciones del medio proletario ven la crisis económica en la base de las convulsiones que sacuden a la Europa del Este, con la excepción del FOR, que no hace ninguna referencia a ella, aplicando una vez más su posición surrealista según la cual no existe crisis económica del capitalismo actual. Sin embargo, más allá de esta posición de principio, la apreciación misma de la profundidad de la crisis y de su naturaleza determinan la comprensión de los acontecimientos actuales, y esta apreciación varía de un grupo a otro.

En Octubre BC escribe: «En los países con capitalismo avanzado de Occidente, la crisis se manifestó, sobre todo en los años 70. Más recientemente, la misma crisis del proceso de acumulación del capital ha estallado en los países "comunistas" menos avanzados». Es decir que BC no ve la crisis abierta del capital en los países del Este antes de los años 80. ¿Acaso en el periodo anterior no había «crisis del proceso de acumulación del capital» en Europa del Este? ¿Estaba el capitalismo ruso en plena expansión como predicaba la propaganda estalinista? De hecho, BC subestima profundamente la crisis crónica y congénita que existe desde hace décadas. En este mismo artículo, continua BC: «El hundimiento de los mercados de la periferia del capitalismo, por ejemplo América Latina, ha creado nuevos problemas de insolvencia a la remuneración del capital (...) las nuevas oportunidades que se abren en el Este de Europa pueden representar una válvula de escape respecto a esta necesidad de inversiones (...) de concretarse un largo proceso de colaboración Este-Oeste, supondría un balón de oxigeno para el capitalismo internacional». Como vemos, no es únicamente la crisis en el Este lo que BC subestima, también la crisis en Occidente. ¿Donde encontrará Occidente los nuevos créditos necesarios para la reconstrucción de las economías devastadas de los países del Este? Simplemente para mantener a flote la economía de Alemania del Este, la RFA se prepara a invertir varios miles de millones de marcos sin estar segura del resultado y, para procurárselos deberá convertirse, de principal prestamista que era a nivel mundial tras Japón, en un fuerte acreedor, acelerando aún más la crisis del crédito de Occidente. Podemos imaginar las sumas colosales que harían falta para sacar al conjunto del ex-bloque del Este de la catástrofe económica en la que se vienen hundiendo desde su nacimiento: la economía mundial no dispone de los medios para tal política, no es posible un nuevo Plan Marshall

¿En qué son más solventes las economías del Este de Europa que las de América Latina, cuando ya Polonia o Hungría son incapaces de devolver las deudas contraídas desde hace años? De hecho, BC no ve que el hundimiento del bloque del Este, una década después del hundimiento económico de los países del «Tercer Mundo», marca un nuevo paso en la crisis mortal de la economía capitalista. El análisis del BIPR va al revés de la realidad. Donde hay un hundimiento dramático en la crisis, BC ve una perspectiva para el capitalismo de encontrar un nuevo «balón de oxigeno», un medio de frenar la degradación económica (!). Es lógico que con tal visión, BC sobreestime la capacidad de maniobra de la burguesía rusa y pueda admitir una posible reestructuración de la economía del bloque del Este, bajo la batuta de Gorbachov y el apoyo de Occidente.

EL PCI-Programme Communiste reconoce la crisis económica como origen del hundimiento del Pacto de Varsovia. Sin embargo, en una polémica con la CCI publicada en Le Prolétaire en Abril de 1989 revela su subestimación profunda y tradicional de la gravedad de la crisis económica: «La extra-lúcida CCI desarrolla un análisis pasmoso según el cual los sucesos actuales serían, nada menos que el hundimiento del capitalismo en el Este. Más allá, para dar buena medida, el número de marzo de RI nos dice que toda la economía mundial se hunde». Es evidente, que la CCI no pretende, como querría hacer creer el PCI, que en Europa del Este las relaciones de producción capitalistas habrían desaparecido, con esta mala polémica, el PCI evidencia su propia subestimación de la crisis económica y niega de un plumazo la realidad de la catástrofe que hunde al mundo y sume a la mayoría de la población mundial en una crisis económica sin fondo. El PCI Programme Communiste ¿cree verdaderamente que aún estamos en las crisis cíclicas del siglo XIX o reconoce que la presente crisis económica, que ha tardado años en ver, es una crisis mortal que sólo se puede traducir en una catástrofe mundial más amplia, con zonas enteras de la economía capitalista hundidas efectivamente? El PCI que otras veces nos acusó de indiferencia, es profundamente miope ante la crisis económica, apenas la ve y no la comprende.

Las pequeñas sectas académicas son a menudo especialistas en los engorrosos análisis económicos e innovaciones teóricas pseudo marxistas. Tras largarnos un inacabable e insípido palazo Communisme ou Civilisation sigue ciego ante la evidencia de la crisis económica abierta: siempre está a la espera de «la explosión de una nueva crisis cíclica del MPC (se supone que se trata del modo de producción capitalista) en los años 90 a escala mundial». Para éste, las convulsiones actuales de Europa del Este son expresión de que «el paso completo de la sociedad soviética al estadio de capitalismo más desarrollado no puede hacerse sin una crisis profunda, como es el caso». Dicho de otra forma, la crisis actual sería una simple crisis de reestructuración, de crecimiento de un capitalismo en pleno desarrollo.

La FECCI, que desde hace años glosa una «nueva» teoría de desarrollo del capitalismo de Estado como producto del paso del capital de la dominación formal a la dominación real, de golpe ha puesto en sordina estas elucubraciones de sus cabezas pensantes. Este punto, hasta hace poco fundamental como para justificar una inflamada diatriba de la FECCI contra la CCI, acusándola de «esterilidad teórica», de «dogmatismo», de golpe pierde actualidad frente a la crisis en los países del Este. ¡Quien pueda que lo entienda! [3].

La subestimación de la profundidad de la crisis y las incomprensiones sobre su naturaleza son una constante en las organizaciones proletarias. De ellas resultan las serias incomprensiones que hoy están apareciendo sobre la naturaleza de los acontecimientos. La presión insistente de los hechos hace que algunos grupos se resignen a la evidencia del hundimiento del boque imperialista de Este bajo el peso de la crisis económica. Pero el significado profundo de este acontecimiento, la situación que lo ha hecho posible, la dinámica que lo ha determinado, escapa totalmente a su entendimiento. Al haber un bloqueo de la situación histórica, al no permitir la relación de fuerzas entre las clases que ni la burguesía vaya hacia la guerra imperialista generalizada ni que el proletariado imponga a corto plazo la solución de la revolución proletaria, la sociedad capitalista entra en una fase de pudrimiento sobre sus propios cimientos, de descomposición. Entonces los efectos de la crisis económica toman una dimensión cualitativamente nueva. El hundimiento del bloque ruso es la manifestación clamorosa de la realidad del desarrollo de este proceso de descomposición que se manifiesta en grados y formas distintas en el conjunto del planeta [4].

La miopía política de estos grupos les hace muy difícil discernir la evidencia de las convulsiones políticas en el Este; es más, los hace incapaces de comprender su razón y situar su dimensión. Los extravíos sobre la crisis económica y sus implicaciones, que han contribuido a paralizar al medio frente a los recientes acontecimientos, anuncian incomprensiones mucho mayores respecto a las importantes convulsiones que vendrán.

Unas organizaciones revolucionarias
incapaces de identificar la situación de la lucha de clases

Ante las luchas obreras que se desarrollaron en el corazón de los países capitalistas más avanzados desde 1983, aparte de la CCI, el medio político hacía remilgos. Entonces acusaban a la CCI de sobreestimar la lucha de clases. En su número de Abril, BC aún acusa a la CCI de fiarse «más de sus deseos que de la realidad» porque, según ella, estos movimientos «no han producido más que luchas reivindicativas que jamás han sido capaces de generalizarse». Es cierto que para BC las luchas reivindicativas carecen de gran significación porque, para ella, estamos aún en un período de contrarrevolución, siguiendo en esto la posición de todos los grupos bordiguistas surgidos de las diversas escisiones del PCI desde sus orígenes, al final de la guerra.

BC es incapaz de reconocer la lucha de clases cuando la tiene ante sus narices y, en consecuencia, más incapaz aún de intervenir concretamente. En cambio, se esfuerza en imaginarla donde no está. En los acontecimientos de Diciembre del 89 en Rumania, BC ve una «autentica insurrección popular» y precisa: «Todas las condiciones objetivas y casi todas las condiciones subjetivas estaban reunidas para que la insurrección pudiera transformarse en una autentica revolución social, pero la ausencia de una fuerza política auténticamente de clase ha dejado el campo libre justamente a las fuerzas que estaban por el mantenimiento de las relaciones de producción de clase».

Esta posición que ya criticamos en una polémica publicada en la Revista Internacional nº 61, ha provocado una respuesta en la que BC persiste en su número de Abril, pero precisa al mismo tiempo: «Nosotros no pensábamos que pudieran surgir dudas sobre que la insurrección la comprendamos como consecuencia de la crisis y que la calificamos como popular y no como socialista o proletaria».

Desde luego, BC o no entiende nada o no quiere comprender el debate. El simple uso del término «insurrección» en tal contexto solo puede sembrar confusión, y añadirle «popular» aún más. Bajo el modo de producción capitalista, el proletariado es la única clase capaz de emprender una insurrección, es decir, la destrucción del Estado burgués. Para ello, la primera condición es la existencia del proletariado como clase que combate y se organiza en su terreno. Evidentemente este no es el caso en Rumania. Los obreros atomizados se han visto diluidos en la marea de descontento de todas las capas populares, utilizados por una fracción del aparato estatal para derrocar a Ceaucescu. La puesta en escena de la «revolución» rumana, por los media, ha sido un vulgar golpe de estado. Y en esta situación en que los obreros se han diluido en un movimiento «popular», es decir que el proletariado como clase ha estado ausente, BC ve «casi todas las condiciones subjetivas para que la insurrección pueda transformarse en revolución social» (!). En esta situación de extrema debilidad de la clase BC aprecia, por el contrario, una fuerza grandiosa.

Las páginas de denuncia del veneno democrático que hace BC se convierten en letra muerta porque es incapaz de ver sus devastadores efectos como elemento concreto de dilución de la conciencia de clase, y cree ver el descontento obrero en lo que no es más que el triunfo de la mistificación democrática.

En esta vía, por la que BC comienza a deslizarse, la FECCI está comprometida a fondo. Al igual que el BIPR mantenía hace un año la visión de que en China la cólera obrera estaba lista para manifestarse, hoy afirman que «Las actuales ilusiones, la entrada del proletariado rumano en la macabra danza de la lucha por la democracia, no deben eclipsar el potencial de combatividad por reivindicaciones de clase del que es portador el proletariado rumano». La FECCI se consuela como puede, y manifiesta así sus propias ilusiones en cuanto a las potencialidades obreras que subsistirían a nivel inmediato a pesar de tal desenfreno democrático.

FOR, en un artículo titulado: «Una insurrección no una revolución» ve en Rumania «la presencia de obreros armados», y precisa que «los proletarios han abandonado rápidamente la dirección en manos de "especialistas" de la confiscación del poder». Para FOR, el proletariado ha contribuido ampliamente a los cambios en el Este. Evidentemente FOR, que no ve para nada la crisis económica debe buscar más allá la explicación.

La puerta que BC abre a la confusión se apresuran a franquearla Le Mouvement Communiste y el GCI. El primero titula su largo folleto Rumania: entre la reestructuración del Estado y los impulsos insurreccionales proletarios, dedicado enteramente a Rumania y sin mención alguna a la situación global del bloque del Este; el segundo publica un Llama-miento a la solidaridad con la revolución rumana. Sin comentarios.

Hay que señalar, y poner en el haber del PCI Programme Communiste, el no haber caído en la trampa rumana señalando claramente que en los países del Este, «la clase obrera no se ha manifestado como clase, por sus propios intereses» y que en Rumanía, «los combates se han desarrollado entre fracciones del aparato de Estado, y no contra este aparato». Del mismo modo, el PCI-Il Partito Comunista de Florencia plantea claramente que la lucha de clases en los países del Este ha estado, por el momento, sumergida en la orgía populista, nacionalista y democrática, y que «el movimiento rumano ha sido todo menos una revolución proletaria». Sin embargo estos defensores del bordiguismo, si bien son aún capaces de identificar y denunciar la mentira democrática, lo que demuestra que aún no han dilapidado totalmente la herencia política de la Izquierda Italiana, como lo prueban sus tomas de posición sobre la situación en Europa del Este, son incapaces de reconocer la lucha de clases cuando realmente se desarrolla en el corazón de los países industrializados. Como BC, los grupos surgidos del bordiguismo analizan el período actual como el período de la contrarrevolución.

El cuadro es elocuente. Una de las características más importantes de estas organizaciones políticas es su incapacidad para reconocer la lucha de clases, identificarla. No la ven donde se desarrolla y se la imaginan donde no está. Esta profunda desorientación incapacita, evidentemente, a todos estos grupos para desarrollar una intervención clara en el seno de la clase. Mientras que la clase dominante saca provecho del hundimiento del bloque del Este para lanzar una ofensiva ideológica masiva para la defensa de la democracia, ofensiva ante la que sucumbe el proletariado de Europa del Este, numerosos grupos ven en esta situación el desarrollo de potencialidades obreras. Tal inversión de la realidad traduce una grave incomprensión no sólo de la situación mundial, sino también de la naturaleza misma de la lucha obrera. Todos estos grupos después de haberse callado la boca a lo largo de los años 80 ante las luchas en los países desarrollados (que a pesar de todas sus dificultades y las trampas a las que fueron sometidas, estuvieron firmemente ancladas en un terreno de clase), hoy día prefieren buscar la prueba de la combatividad del proletariado en las expresiones de descontento general, en las que el proletariado como clase está ausente y es arrastrado tras la bandera de la «democracia» por objetivos que no son suyos, como en China o Rumania.

En tales condiciones, es muy difícil pedir a estas organizaciones del medio proletario, las cuales en su mayor parte no han visto nada del desarrollo de la lucha de clases en estos últimos años y siempre las han subestimado, que comprendan ahora algo de los efectos del hundimiento del bloque ruso y la intensa campaña democrática actual. Esta desorientación del medio frente grandes cambios históricos significa retroceso de la conciencia de clase [5].

¿Pero cómo comprender un retroceso cuando no se ha visto el avance? ¿Cómo comprender el desarrollo con altibajos de la lucha de clases cuando se dice que estamos en el período de contra­rrevolución?

La debilidad política del medio se concreta
en un creciente sectarismo

En el número anterior de la Revista Internacional, señalábamos: «considerando que el BIPR es el segundo polo principal del medio político proletario internacional, el desconcierto de BC ante "la tormenta del Este" es una triste indicación de la debilidad más general del Medio». Desgraciadamente el desarrollo de las tomas de posición de estos últimos meses, ha confirmado algo que no nos sorprende. Desde hace años, la CCI pone en guardia a través de sus polémicas a los grupos del Medio contra las peligrosas confusiones que lo atraviesan, pero como estos grupos siguen ciegos ante la lucha de clases, ante el hundimiento del bloque del Este, ante el retroceso actual, siguen igualmente sordos ante nuestros llamamientos como ante las evidencias de los hechos que suceden ante sus, ojos [6]. En consecuencia han estado mudos en cuanto a la intervención, hundiéndose más y más en una impotencia inquietante, muy evidente estos últimos meses. Estas organizaciones no sólo han fallado en sus análisis, ante los cientos de elementos avanzados de la clase que están a la busca de un marco coherente para comprender la situación actual; no han sido un factor de clarificación. Su actitud tradicionalmente sectaria se ha ido degradando a medida que avanzaba su confusión.

Incluso BC que nos tenía habituados a cosas mejores lo ilustra tristemente. La intervención de un camarada de la CCI en una Reunión Pública de BC, en la que aquél puso de manifiesto el error monumental del BIPR frente a los acontecimientos en Rumania, afirmando que se trataba simplemente de un vulgar «golpe de Estado», fue el pretexto para que se enfadaran los camaradas de BC y amenazaran con prohibir en el futuro la venta de nuestras publicaciones en sus Reuniones Públicas. El hecho de que hiciéramos referencia a esta escalada del sectarismo en el nº 151 de Revolution Internationale (publicación en Francia de la CCI), provocó la ira de BC que dirigió una «circular» incendiaria «a todos los grupos y contactos a escala internacional para denunciar las mentiras de la CCI» y «la naturaleza de bandolero que desde ahora objetivamente tiene la actividad de la CCI», para concluir: «Mientras que nosotros advertimos a la CCI para que cese esta campaña difamatoria basada sobre la mentira y la calumnia, a fin de evitar reacciones más graves invitamos a todos los que estén al corriente de los hechos a extraer las conclusiones políticas necesarias en la evaluación de esta organización». Tal reacción  desproporcionada, ya que el pretexto oficial es una intervención de uno de nuestros militantes en una discusión en una Reunión de BC, traduce la creciente turbación de este grupo frente a nuestras críticas.

El sectarismo que pesa enormemente en el medio político es expresión de su incapacidad para discutir, para confrontar los análisis y las posiciones. La reacción de BC está en continuidad con su actitud sectaria oportunista cuando puso fin a las Conferencias de Grupos de la Izquierda Comunista en 1980. El sectarismo ha hecho siempre buenas migas con el oportunismo. Al mismo tiempo que BC envía esta ridícula Circular a todo el Medio, el BIPR donde BC es el grupo principal, firma un llamamiento común sobre la situación en los países del Este con dos pequeños grupos como el Gruppe Internationalistische Komunismen (Austria) y Comunismo (México) cuyo contenido traduce más concesiones oportunistas que búsqueda de claridad. BC está por el reagrupamiento de los revolucionarios, pero... sin la CCI. Esta actitud de ridícula competencia lleva derecho al peor de los oportunismos y aumenta la confusión de los debates en el Medio.

El ostracismo con que tratan a la CCI los antiguos grupos del medio político y las múltiples sectas que los parasitan, no es como hemos visto, contradictorio con el oportunismo más burdo sobre la cuestión del reagrupamiento de las fuerzas revolucionarias. La FECCI ha sido estos últimos años una perfecta ilustración de este hecho: al mismo tiempo que cubría de sandeces a la CCI, se lanzaba a una dinámica de pseudo conferencias con grupos tan heterogéneos como Communisme ou Civilisation, Union Prolétarienne, Jalon, A Contre Courant, individuos aislados. Las sectas se apañan sus Conferencias, podemos imaginar lo que pueden dar de sí, poca cosa, a lo más nuevas sectas. Hoy, la FECCI está iniciando un nuevo escarceo con el Communist Bulletin Group, grupo que nació gracias a un acto real de bandalismo hacia la CCI y no como el que fantasiosamente BC nos atribuye. La FECCI ridiculiza la idea misma de reagrupamiento pero, desgraciadamente esta organización se ha destacado también por las tonterías malintencionadas, la mala fe y una ceguera odiosa en sus polémicas, desvirtuando todo lo que es la actividad revolucionaria.

Los acontecimientos en los países del Este han agravado el desconcierto y la irresponsabilidad de la FECCI. La FECCI, oscurecida su visión por la acritud, ha visto en nuestras tomas de posición sobre el hundimiento del bloque ruso una negación del «imperialismo» y «un abandono del marco marxista de la decadencia». La FECCI alimenta un falso debate y lo usa como pretexto para justificar su existencia. ¿Cuánto tiempo le hará falta para reconocer simplemente la realidad de hundimiento del bloque del Este?, ¿Podrá la FECCI entonces reconocer la validez de las posiciones de la CCI?, ¿Sacará las conclusiones precisas respecto a su actitud actual?

Las organizaciones bordiguistas no reconocen la existencia de un medio político, y para cada una de ellas, no hay más que un Partido, ellas mismas. El sectarismo está aquí teorizado y justificado. Sin embargo, el PCI-Programme Communiste, parece que puede sacar las lecciones de su pasada crisis y empieza a publicar polémicas con otros grupos del medio político. Así, la CCI ha tenido derecho a una respuesta polémica en Le Prolétaire, su publicación en Francia. ¿Ante qué reacciona el PCI? Ante el hecho de que nosotros hayamos saludado su correcta toma de posición (!). Y precisa: «lo que nos importa en esta nota es rebatir, lo más claramente posible, la idea de que nuestra posición seria análoga a la de la CCI». Se pueden tranquilizar. El hecho de que reconozcamos la relativa claridad de su toma de posición frente a los países del Este no nos hace olvidar lo que nos separa de ella, pero ¿a tal grado llega la gangrena sectaria del PCI que no puede soportar el reconocimiento de un punto válido en sus posiciones? En ese caso, puede que recordarles la conclusión de nuestro anterior artículo a propósito del medio revolucionario en la Revista Internacional los tranquilice: «la respuesta relativamente sana de Le Prolétaire a los acontecimientos del Este prueba que existe todavía vida proletaria en ese organismo. Pero no creemos que eso represente realmente un nuevo renacimiento: lo que les permite defender una posición de clase respecto a estos acontecimientos es más la antipatía "clásica" que le tienen los bordiguistas a la democracia que un examen crítico de las bases oportunistas de su política».

Una de las constataciones más inquietantes que hay que extraer es la incapacidad para reconsiderar su cuadro de comprensión y enriquecerlo para alcanzar a comprender lo que cambia. De hecho la aceleración histórica ha puesto al desnudo el increíble conservadurismo que reina en el Medio. El sectarismo que se ha desarrollado con ocasión de las polémicas a propósito del «viento del Este» es el corolario de este conservadurismo. Incapaces de reconocer el actual proceso de descomposición social considerado como una manía de la CCI, estas organizaciones son totalmente incapaces de identificar las manifestaciones en la vida del medio político, en su propia vida, y por tanto de defenderse. La degradación de las relaciones entre las principales organizaciones a lo largo de estos últimos años es una expresión muy clara de ello.

En estas condiciones no cabe desarrollar en este artículo nada a propósito de la intervención que han desarrollado estos grupos respecto al terremoto que hace tambalear a Europa del Este. Ningún grupo, excepto la CCI, ha sabido romper la rutina para acelerar sus publicaciones o publicar suplementos. La desorientación política y la esclerosis sectaria de estas organizaciones les han impedido intervenir. En la actual situación de desorientación creada por  el «viento del Este», acentuada por la ofensiva de la propaganda burguesa, la clase obrera sufre un retroceso en su conciencia, las luces aportadas por la mayoría de los grupos revolucionarios no le han sido de gran utilidad para salir de esta fase difícil.

El desarrollo del curso histórico impone un irresistible proceso de decantación al medio revolucionario. La clarificación que este proceso implica en la situación actual de degradación de relaciones entre los grupos revolucionarios, no logra hacerse por medio de una confrontación clara y voluntaria de posiciones. Y, sin embargo deberá hacerse, y en estas condiciones sólo puede tender a tomar la forma de una crisis cada vez más fuerte en las organizaciones que respondan a la aceleración de la historia con la confusión, planteándose así el problema de su supervivencia política. La clarificación que no llega a hacerse por el debate amenaza con imponerse por el vacío. Esto es lo que está en juego en el presente debate para las organizaciones políticas revolucionarias.

JJ, - 31.05.90



[1] En este artículo mencionaremos las organizaciones siguientes a menudo con sus siglas :

-         Partito Comunista Internazionalista (PCInt) que publica Battaglia Comunista (BC), nombre con el que mencionaremos a menudo a esta organización, y Prometeo.

-         Communist Workers' Organisation (CWO) y su publicación Workers' Voice.

-         Buró Internacional por el Partido Revolucionario (BIPR), que publica Communist Review, agrupación de las dos organizaciones precedentes.

-         Partido Comunista Internacional (PCI, que publica Programme Communiste y Le Prolétaire, en Francia.

-         Ferment Ouvrier Révolutionnaire/Fomento Obrero Revolucionario (FOR) que publica Alarme/Alarma y L'arme de la critique.

-         Fracción externa de la Corriente Comunista Internacional (FECCI), que publica Perspective Internationaliste.

-         Groupe communiste internationaliste (GCI).

[2] Revista Internacional nº 61, «Las tormentas del este y la respuesta de los revolucionarios».

[3] Véase sobre ese tema: « "La dominación real" del capital y las confusiones reales del medio político», Revista Internacional, nº 60.

[4] Véase sobre el tema: «La descomposición del capitalismo», Revista Internacional nº 57, y otro artículo en este mismo número.

[5] Véase «Dificultades crecientes para el proletariado», en Revista Internacional nº 60.

[6] Véase «El medio político desde 1968» en Revista Internacional nos 53, 54 - 56.

Corrientes políticas y referencias: 

  • Izquierda Comunista [16]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • El estalinismo, el bloque del Este [12]

Acontecimientos históricos: 

  • Hundimiento del Bloque del Este [18]

Paises del Este: crisis irreversible, reestructuración imposible

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Los acontecimientos de estos últimos meses en el ex bloque soviético han puesto cada vez más de relieve la ruina en que se encuentra la economía de todos los países de Europa del Este sin excepción y de la URSS en particular. A medida que la realidad es mejor conocida, las últimas esperanzas y todas las teorías sobre una posible mejora de la situación se van haciendo añicos. Los hechos cantan: es imposible levantar la economía de esos países; sus gobiernos, sean cuales sean sus componentes, el antiguo aparato «reformado» con o sin participación de las antiguas «oposiciones», o «nuevas» formaciones políticas, son totalmente incapaces de dominar la situación. Es el hundimiento en un caos sin precedentes que se confirma cada día más[1].

Los países occidentales no sacarán a flote

ni a los países del Este ni a la URSS

Por todas partes, la desbandada. A los países del Este les gustaría mucho ver a los grandes países industrializados venir en ayuda de sus economías en ruina total. Walesa no para de mendigar en nombre de Polonia la ayuda de «Occidente». Gorbachov pide ante Bush «la cláusula de la nación más favorecida», acuerdo preferencial en los contratos que Estados Unidos ha negado siempre a la URSS y que en su tiempo sí fue concluido con Rumania, el país más pobre del ya antiguo bloque del Este. La RDA espera de la reunificación con la RFA subsidios para salvar los escasísimos sectores de su aparato productivo que no están en la ruina.

Pero los países occidentales no parecen dispuestos ni siquiera a comprometer la décima parte de los gastos necesarios en una aventura que no es que sea arriesgada, es que ya es un fracaso seguro. Pocas ilusiones quedan sobre la perspectiva de enderezamiento económico de los países del Este. No hay ninguna ganancia que sacar de un aparato productivo con una infraestructura y unos medios de producción totalmente caducos y con una mano de obra sin la menor preparación para las normas de productividad draconianas impuestas por la guerra comercial en el mercado mundial, guerra que libran las principales potencias industriales occidentales, sobre todo Estados Unidos, Japón, Alemania Occidental y los demás países de Europa occidental.

Y aunque el FMI otorgara más créditos, se vería ante una situación parecida a la de los países del «tercer mundo», insolventes, con deudas por miles de millones y que nunca serán reembolsadas.

Es significativo que el encuentro Bush-Gorbachov (cuando escribimos estas líneas) no haya dado por ahora lugar a ningún acuerdo económico especial, si no es a la tímida reconducción de acuerdos ya existentes. Ya nadie apuesta por no se sabe qué éxito de la famosa «Perestroika». Lo que parece tenerse en cuenta en las relaciones occidentales con el Este, son más bien preocupaciones generales sobre cómo limitar que se generalice el desorden en Europa del Este, desorden que ninguna potencia occidental ve con buenos ojos. Ni acuerdos comerciales ni industriales que pudieran significar un balón de oxígeno para las economías totalmente asfixiadas de esos países.

No hay «planes Marshall» que valgan para los países del Este como el que sirvió para financiar la reconstrucción de Europa del Oeste y de Japón por EEUU tras la segunda guerra mundial. Y si queda alguna ilusión entre los defensores de la «victoria del capitalismo» sobre el interés económico que ofrecería la desaparición del «telón de acero», la actual experiencia dolorosa para la economía alemano-occidental que es la reunificación de Alemania y la toma a cargo de la RDA[2], acabará barriéndolas del todo. Para el capital alemán hay un interés puntual a causa de la mano de obra cualificada y muy mal pagada en RDA, pero lo que se va a ver, más que otra cosa, es una punción financiera altísima y la llegada de miles de desempleados e inmigrados[3].

Ahora que el sistema financiero internacional está amenazando con desmoronarse bajo el peso de la deuda mundial, cuando ya los despidos masivos han empezado, en particular en Estados Unidos, y no van a parar de aumentar en todos los grandes países desarrollados, esos países no tienen el más mínimo interés estrictamente económico, ningún mercado en los países del Este salvo raras excepciones. Sólo algún que otro «teórico» atrasado - y aún quedan incluso, y por desgracia, en el propio campo proletario[4]- se creen todavía el espejismo de la reestructuración económica de los países del Este.

La ruina total de la economía

Las cifras oficiales reconocidas hoy en la URSS sobre el estado exangüe de la economía a todos los niveles, están desmintiendo totalmente a la baja las antiguas estimaciones oficiosas que los especialistas occidentales oponían desde hace años a la mentira institucional de las «estadísticas» soviéticas.

Las nuevas estadísticas dejan patente una tasa de crecimiento que se acerca inexorablemente a cero, dando mejor cuenta de la realidad que las anteriores a la «Glasnost». Sin embargo, el incluir en el cálculo al sector militar, único de la economía rusa que ha tenido un real crecimiento desde mediados de los años 70, ello nos da un indicador que subestima todavía más la amplitud de la crisis de la economía soviética.

En el mejor de los casos, la URSS se encuentra actualmente a un nivel económico comparable al de Portugal, con, según las estimaciones, una renta per cápita de unos 5000 $ por año, renta que puede ir desde de 1500 a 7000 $ más o menos. Esto significa que para una mayoría de la población, es ése un «nivel de vida» más cercano al de países como Argelia que al de los países más pobres de Europa del Sur.

Además, las características «clásicas» de la crisis al modo occidental, la inflación y el desempleo, empiezan ya a hacer estragos en los países del Este, con tasas dignas de los países del Tercer mundo más afectados. Y esas lacras «clásicas» del capitalismo vienen a añadirse a las heredadas del estalinismo, tan capitalistas como aquéllas: racionamiento y penuria permanentes de los bienes de consumo corrientes. Hasta los críticos más virulentos de lo que ellos llaman el «comunismo», defensores acérrimos del capitalismo al modo occidental, se han quedado estupefactos ante el estado de la economía de la URSS: «La realidad soviética no es una economía desarrollada que necesite unas cuantas rectificaciones, sino que es un gigantesco desván de trastos inutilizables e imperfectibles»[5].

La «Perestroika» es una cáscara vacía, la popularidad de Gorbachov está por los suelos en la URSS, las recientes «medidas» del gobierno lo que hacen es rubricar la catástrofe: un reconocimiento oficial de aumento de los precios al consumo de hasta el 100 % y la promesa de 15 % de aumento de salarios como... ¡«compensación financiera»! A corto plazo, dentro de cinco años para los «optimistas» y un año para los demás, será el desempleo masivo para millones de trabajadores; se prevén entre 40 o 45 o 50 millones de desempleados o «más incluso», o sea, más de una persona de cada cinco y sin el más mínimo subsidio del «mínimo vital»...

La situación en la URSS es catastrófica, pero la de los demás países del Este no es mucho mejor. En la ex-RDA, con la instauración de la unión monetaria alemana en julio de 1990, 600 000 desempleados se van a encontrar inmediatamente en la calle, y esta cifra alcanzará los cuatro millones en los años venideros, ¡una persona de cada cuatro![6]. En Polonia, tras los aumentos de precios de 300 % en promedio en 1989 (con cuotas de 2 000 % en algunos productos), el gobierno ha bloqueado los salarios «para frenar la inflación». De hecho, oficialmente, la inflación es hoy de 40 % y la cantidad de desempleados debería alcanzar este año los dos millones. Por todas partes, el balance de las «medidas de liberalización» es claro: más desastroso todavía.

La forma estaliniana del capitalismo de Estado, heredada, no de la revolución de Octobre de 1917, sino de la contrarrevolución que aplastó a ésta en la sangre, se ha hundido en la mayor ruina, la peor desorganización. Pero la forma «liberal» del capitalismo occidental, que es también otra forma de la tendencia al capitalismo de Estado pero mucho más sofisticada, no va a ser una solución de recambio. Lo que está en crisis es el sistema capitalista como un todo y a nivel mundial; y los países «democráticos» desarrollados deben hacer frente a dicha crisis para defender sus propios intereses. La falta de mercados no es sólo un problema para los países arruinados del Este, también golpea al corazón del capitalismo más desarrollado.

El fracaso de la « liberalización »

La aceleración de la crisis ha puesto al desnudo el absurdo total de los métodos del capitalismo de Estado al modo estalinista en el plano de la gestión económica: lo que reinaba era la irresponsabilidad de varias generaciones de funcionarios cuya única preocupación era la de llenarse los bolsillos respetando, en el papel, las directivas de «planes» desconectados del funcionamiento normal del mercado. Si bien la propia clase dominante ha podido darse cuenta que tenía que acabar con tal irresponsabilidad, abandonar la tramposería con las «leyes del mercado», que es el total acaparamiento por el Aparato de Estado de la vida económica, no por eso la clase dominante va a poder llevar a cabo un restablecimiento de la vida económica mediante la «liberalización» y controlar la situación mediante «la democratización». Eso no es sino reconocer que lo que reina a todos los niveles es el desorden general. Pero como es de esa tramposería permanente de donde le vienen sus privilegios a la clase dominante desde hace décadas, ese reconocimiento no irá más allá de las buenas intenciones como lo demuestran los cinco años de experiencia de «perestroikas» y demás «glasnosts». Como ya decíamos en septiembre de 1989:

«...del mismo modo que la "reforma económica" se propuso tareas prácticamente irrealizables, la "reforma política" tiene pocas probabilidades de éxito. Así pues, la introducción efectiva del "pluripartidismo" y de elecciones "libres" que es la consecuencia lógica de un proceso de "democratización", son una amenaza verdadera para el partido en el poder. Como lo vimos recientemente en Polonia, y en cierta medida igualmente en la URSS el año pasado, dichas elecciones no pueden conducir más que a la puesta en evidencia del desprestigio total del partido, del verdadero odio que le tiene la población. En la lógica de esas elecciones, lo único que el partido puede esperar es la pérdida de su poder. Ahora bien, eso es algo que el partido, a diferencia de los partidos "democráticos" de Occidente, no puede tolerar porque:

-        si pierde el poder en las elecciones, no podrá jamás, a diferencia de los otros partidos, volver a conquistarlo por ese medio;

-        la pérdida de su poder político significaría concretamente la expropiación de la clase dominante puesto que su aparato es precisamente la clase dominante.

Mientras que en los países de economía "liberal" o "mixta"; en donde se mantiene una clase burguesa clásica, directamente propietaria de los medios de producción, el cambio de partido en el poder (a menos, justamente, que se traduzca en la llegada de un partido estalinista) no tiene más que un impacto débil en sus privilegios y en el lugar que ocupa en la sociedad, un acontecimiento así; en un país del Este, significa, para la gran mayoría de los burócratas, pequeños y grandes, la pérdida de sus privilegios, el desempleo, y hasta persecuciones por parte de los vencedores. La burguesía alemana pudo arreglárselas con el Káiser, con la república socialdemócrata, con la república conservadora, con el totalitarismo nazi, con la república democrática, sin que sus privilegios se vieran amenazados en lo esencial. En cambio, un cambio de régimen en la URSS significaría en ese país la desaparición de la burguesía bajo su forma actual al mismo tiempo que la del partido. Y si bien un partido político puede suicidarse, puede autodeclararse disuelto, en cambio, una clase dominante y privilegiada no se suicida.»[7].

En la URSS, el estalinismo es, por las circunstancias históricas de su aparición, una organización particular del Estado capitalista. Con la degeneración de la revolución rusa, el Estado surgido tras la expropiación de la antigua burguesía por la revolución proletaria de 1917, se convirtió en instrumento de reconstrucción de una nueva clase capitalista, sobre los cadáveres de millones de proletarios, obreros y revolucionarios, en la contrarrevolución desde finales de los años 1920 hasta finales de los 30 y luego con el alistamiento en la matanza de la segunda guerra mundial. La forma de ese Estado es el producto directo de la contrarrevolución en el que la clase dominante se ha identificado al Estado-partido único. Con la quiebra definitiva del sistema, la clase dominante ha perdido el control de la situación, no sólo en los antiguos Estados «socialistas», sino también en la mismísima URSS, no quedándole ningún margen de maniobra para atajar el proceso.

La situación en los demás países del Este es un poco diferente de la de la URSS. Fue a finales de la 2ª guerra mundial cuando la URSS, con la bendición de los «aliados» impuso, en los gobiernos de los países pasados a su zona de influencia, el imperio de los Partidos «comunistas» a ella enfeudados. En esos países, el antiguo aparato de Estado no fue destruido por ninguna revolución proletaria. Se adaptó, se doblegó al imperialismo ruso, dejando que permanecieran más o menos según qué países fueran, formas clásicas de la dominación burguesa, a la sombra del estalinismo. De ahí que, con la muerte del estalinismo y la incapacidad de la URSS para mantener su prepotencia imperialista, la clase dominante de esos países, en su mayoría económicamente menos subdesarrollados que la URSS, se ha dado prisa en intentar quitarse de encima el estalinismo intentando reactivar los residuos de las anteriores formas de poder.

Sin embargo, aunque los países del Este disponen teóricamente de más posibilidades que la URSS para intentar hacer frente a la situación, los últimos meses demuestran que la herencia de cuarenta años de estalinismo y el contexto de crisis mundial del capitalismo plantean problemas enormes a una «verdadera democracia» burguesa. En Polonia, por ejemplo, la clase dominante ha demostrado su incapacidad para controlar la «democratización». Se ha visto en la situación aberrante de tener en el gobierno a un sindicato, Solidarnosc. En RDA, ha sido la «democracia cristiana», la CDU, que ha gobernado con el SED (Partido comunista) durante cuarenta años, el principal protagonista de la «democratización» para la reunificación con la RFA. Pero lejos de ser una fuerza política responsable, capaz de asegurar la más mínima reorganización en el país, esa formación política no tiene más dinámica que el incentivo del lucro de su personal, sin hacer otra cosa más que esperar los subsidios de la RFA, a expensas de la CDU occidental, principal proveedor de fondos de la operación.

La evolución inexorable iniciada el verano pasado desde la subida al gobierno de Polonia de Solidarnosc, el viraje hacia el oeste de Hungría, la apertura del muro berlinés, el separatismo de las «repúblicas asiáticas» hasta la secesión de las «repúblicas bálticas» y la reciente investidura de Yeltsin en Rusia misma, todo ello no es el fruto de una política buscada y escogida deliberadamente por la burguesía. Es la expresión día tras día de la pérdida de control por la clase dominante, son indicadores del hundimiento en una dislocación y un caos hasta hoy desconocidos en todas las regiones del mundo. No hay «liberalización»; lo que hay es impotencia de la clase dominante frente a la descomposición del sistema.

Las ilusiones democráticas
y los nacionalismos

La «liberalización» es un discurso vacío, una cortina de humo ideológica, que explota las ilusiones sobre la «democracia», que son muy fuertes en una población que ha tenido que soportar cuarenta años de militarismo estalinista, una cortina de humo con la que intentan que se acepte la constante degradación del vivir cotidiano. La «liberalización» de Gorbachov está acabando en agua de borrajas tras cinco años de discursos sin resultado concreto alguno, la situación es cada día más penosa para la población. Y ya no es sólo cosa de hombres del aparato de Gorbachov. Los antiguos opositores, incluso los más «radicales», campeones de la «democracia», se quitan la careta en cuanto les dan una responsabilidad gubernamental. Ahí tenemos, por ejemplo, a un Kuron, en Polonia, encarcelado por Jaruzelsky hace algunos años, antaño «trotskista»[8], tras haber alardeado, cuando lo nombraron ministro de Trabajo, de ser capaz de «apagar millares» (de huelgas) al haber sido capaz de «organizar cientos de ellas», ahora amenaza directamente con la represión a los huelguistas de transportes, sin distinguirse mucho de la actitud clásica del estalinismo contra la clase obrera. Sean cuales sean las fracciones o camarillas políticas que ocupan en un momento dado el poder, no existe verdadera democracia posible bajo la forma de la democracia burguesa de los países más desarrollados y todavía menos de una democracia «socialista».

Esa idea de la democracia «socialista», según la cual bastaría con apartar a la burocracia del poder para que así se desarrollaran las «relaciones de producción socialistas» que pretendidamente seguirían existiendo en los países del Este, idea defendida por cantidad de sectas trotskistas, no es más que un cuento inventado por esos banderines de enganche del estalinismo, que en definitiva han sido esas corrientes políticas. Todos los acontecimientos recientes demuestran con claridad cada día mayor la imbecilidad de semejantes «teorías».

Todos los «oponentes», en su mayoría salidos del aparato, o el antiguo aparato arrepentido, o también personalidades empujadas por las circunstancias a ponerse «al servicio del país», todos candidatos a la defensa del flaco capital nacional en peligro, usan y abusan de las ilusiones democráticas que alberga la gran mayoría de la población en los países del Este, para tener margen de maniobra para sus designios y aspiraciones al poder. Pero únicamente los grandes países desarrollados pueden permitirse «verdaderas» formas «democráticas» de dominación de la clase capitalista. La fuerza relativa de la economía y la experiencia política les permiten mantener todo un aparato, desde los media hasta la policía, todas las instituciones necesarias al control de un poder que oculta su totalitarismo de hecho bajo las apariencias de las «libertades». El estalinismo, capitalismo de Estado llevado hasta el absurdo de pretender negar la ley del valor, se ha fabricado una clase dominante totalmente inepta, totalmente ignorante de una ley que, sin embargo, es la base de su dominación de clase. Nunca una clase dominante ha sido tan débil.

Y esa debilidad trae consigo también, con la dislocación del bloque del Este y de la URSS, el estallido de los múltiples nacionalismos que sólo se mantenían unidos en la URSS por la represión militar, y que se han despertado inmediatamente en cuanto apareció la imposibilidad del poder central para mantener su supremacía por la fuerza de las armas.

Gorbachov ha podido dar la impresión en un momento de que estaba favoreciendo la expresión de las «nacionalidades» en la URSS. Es evidente hoy que el poder central soviético no puede utilizar los nacionalismos para reforzar su poder. Al contrario, las llamaradas de nacionalismos, regionalismos, particularismos a todos los niveles, son una manifestación de la incapacidad del régimen y de la pérdida definitiva de su poder, de su estatuto de jefe de bloque imperialista, de su lugar entre las «grandes potencias»[9].

Es la situación lo que alimenta los nacionalismos: sin Moscú ni el Ejército «rojo», las camarillas en el poder se han quedado «desnudas», la vía ha quedado libre para que se desaten todos los particularismos a los que sólo ataba el terror militar. Las consecuencias del desmoronamiento actual sólo están en sus primicias. A mediano plazo, por su propia lógica, habrá «democratizaciones» al estilo de muchos países de América del Sur, o, lo más seguro, una «libanización» del antiguo bloque del Este y de la URSS misma, propia de la situación actual, sin política alguna de recambio por parte de la burguesía, sólo es el sálvese quien pueda.

Ahora le va a tocar el turno de la crisis

al capitalismo « liberal » occidental

Básicamente, la crisis en la URSS es, en última instancia, el resultado de la crisis económica generalizada del capitalismo, una de las manifestaciones de su crisis histórica, de su descomposición. No puede haber reestructuración del capitalismo posible en el Este, al igual que tampoco puede haber ningún «país en vías de desarrollo» que haya podido librarse del «subdesarrollo» desde que se inventó esa terminología tercermundista. Al contrario, lo que está pasando es un hundimiento general irreversible.

Desde su inicio a finales de los años 60, la crisis económica ha acarreado:

-        en los años 70-80 la caída inexorable de los países del llamado Tercer mundo en el subdesarrollo y la miseria más sombría que haya conocido el mundo;

-        a finales de los 80, la muerte definitiva del estalinismo, régimen capitalista heredado de la contrarrevolución del llamado «socialismo en un solo país», hundiendo a gran velocidad a la mayoría de la población de los países llamados «comunistas» en una pauperización por lo menos tan grande que en el Tercer mundo, si no es peor.

Durante los años 90 la crisis va a arrastrar hacia esa misma pauperización absoluta al corazón del «primer mundo», las metrópolis industriales son corroídas ya por veinte años de aumento constante del desempleo masivo y de larga duración, de aumento de la inseguridad y de la inestabilidad en todos los aspectos de la vida social. No habrá «reestructuración» del capitalismo ni en el Este ni en el Oeste.

MG - 3 de Junio de 1990



[1] Véanse los análisis desarrollados sobre el hundimiento del bloque ruso y sus implicaciones para la situación mundial en la Revista Internacional nº 60 y 61.

[2] Véase el articulo «La situación en Alemania» en esta misma Revista.

[3] Algunos ámbitos gubernamentales rusos han pensado en un medio «genial» para poner a flota las arcas de la URSS: mandar a 16 millones de emigrantes soviéticos a Europa occi­dental en los años venideros para que manden divisas...

[4] Véase el articulo «Frente a las conmociones en el Este, una vanguardia en retraso», en esta misma Revista.

[5] Del semanario francés Le Point, 9-10 de Junio de 1990.

[6] Véase «La situación en Alemania», en este número.

[7] Revista Internacional nº 60, «Tesis sobre la crisis económica y política en los países del Este», tesis nº 16.

[8] Cf. Carta abierta al Partido Obrero Polaco de K. Modzelewski y J. Kuron, 1968, suplemento a Quatrième Internationale, revista trotskista de Francia, marzo de 1968.

[9] (9) Véase el articulo «La barbarie nacionalista» en esta Revista.

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • El estalinismo, el bloque del Este [12]

Acontecimientos históricos: 

  • Hundimiento del Bloque del Este [18]

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Links
[1] https://es.internationalism.org/revista-internacional/197507/998/la-degeneracion-de-la-revolucion-rusa [2] https://es.internationalism.org/revista-internacional/197507/940/las-ensenanzas-de-kronstadt [3] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201008/2908/la-izquierda-comunista-en-rusia-i-el-manifiesto-del-grupo-obrero-d [4] https://es.internationalism.org/cci/200602/539/espana-1936-franco-y-la-republica-masacran-al-proletariado [5] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200808/2321/lucha-de-clases-en-la-europa-del-este-1920-1970 [6] https://es.internationalism.org/content/2318/un-ano-de-luchas-obreras-en-polonia [7] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200604/855/el-proletariado-de-europa-occidental-en-una-posicion-central-de-la- [8] https://es.internationalism.org/en/tag/2/29/la-lucha-del-proletariado [9] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200608/1037/la-perestroika-de-gorbachov-una-mentira-en-la-continuidad-del-esta [10] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200510/223/la-descomposicion-fase-ultima-de-la-decadencia-del-capitalismo [11] https://es.internationalism.org/en/tag/21/472/entender-la-descomposicion [12] https://es.internationalism.org/en/tag/2/28/el-estalinismo-el-bloque-del-este [13] https://es.internationalism.org/en/tag/3/45/descomposicion [14] https://es.internationalism.org/en/tag/2/27/el-capitalismo-de-estado [15] https://es.internationalism.org/en/tag/21/490/fraccion-y-partido [16] https://es.internationalism.org/en/tag/corrientes-politicas-y-referencias/izquierda-comunista [17] https://es.internationalism.org/en/tag/2/39/la-organizacion-revolucionaria [18] https://es.internationalism.org/en/tag/acontecimientos-historicos/hundimiento-del-bloque-del-este [19] https://es.internationalism.org/en/tag/2/33/la-cuestion-nacional [20] https://es.internationalism.org/en/tag/geografia/alemania