Published on Corriente Comunista Internacional (https://es.internationalism.org)

Home > Revista Internacional 1990s - 60 a 99 > 1995 - 80 a 83 > Revista internacional n° 80 - 1er trimestre de 1995

Revista internacional n° 80 - 1er trimestre de 1995

  • 4043 reads

Crisis económica - Una «recuperación» sin empleos

  • 6601 reads

Crisis económica

Una «recuperación» sin empleos

Aparentemente casi todos los indicadores estadísticos de la economía son claros: la economía mundial está por fin saliendo de la peor recesión desde la IIª Guerra. La producción aumenta, vuelven las ganancias. El saneamiento parece haber dado resultados. Y sin embargo, ningún gobierno se atreve a cantar victoria, todos llaman a más sacrificios, todos se mantienen muy prudentes y, sobre todo, todos dicen que de cualquier modo, en lo que a desempleo se refiere, o sea lo esencial, no habrá nada verdaderamente bueno que esperar. [1]

¿Que podrá ser una «reactivación» que no crea empleos o que sólo crea empleos precarios? Durante los dos últimos años, en los países anglosajones, los que según se dice habrían salido primeros de la recesión abierta que empezó a finales de los 80, la «reactivación» se ha concretado sobre todo en una modernización extrema del aparato productivo en las empresas que sobrevivieron al desastre. Estas lo han hecho a costa de reestructuraciones violentas que han acarreado despidos masivos y enormes gastos para sustituir el trabajo vivo por trabajo muerto, el de las máquinas. El aumento de la producción que las estadísticas han registrado en los últimos meses, es, en lo esencial, no un aumento de la cantidad de trabajadores integrados, sino de una mayor productividad de los trabajadores con empleo. Este aumento de la productividad, que ya es del 80 % de la subida de producción en Canadá por ejemplo, uno de los países más avanzados en la «recuperación» se debe esencialmente a las elevadas inversiones para modernizar la maquinaria, las comunicaciones, desarrollar la automatización, y no la apertura de nuevas fábricas. En Estados Unidos son las inversiones en bienes de equipo, principalmente en informática, lo que explica lo esencial del crecimiento en los últimos años. La inversión en construcción no residencial ha quedado prácticamente estancada. Lo cual quiere decir que se modernizan las fábricas existentes pero que no se construyen nuevas.

Una recuperación «Mickey mouse»

Actualmente en Gran Bretaña, donde el gobierno no para de cacarear sus estadísticas que reseñan una baja constante del desempleo, unos 6 millones de personas trabajan una media de 14,8 horas por semana únicamente. Ese tipo de empleos tan precarios como mal pagados, es de los que desinflan las estadísticas del paro. Los trabajadores británicos los llaman los «Mickey mouse jobs».

Siguen, mientras tanto, los programas de reestructuración de las grandes empresas: 1000 empleos suprimidos en una de las mayores eléctricas de Gran Bretaña, 2500 en la segunda empresa de telecomunicaciones.

En Francia la SNCF (Compañía nacional de ferrocarriles) anuncia para 1995, 4800 su presiones de puestos de trabajo, Renault 1735, Citroen, 1180. En Alemania, el gigante Siemens anuncia que suprimirá, «cuando menos», 12000 empleos en 1994-95, tras los 21000 ya suprimidos en 1993.

La insuficiencia de mercados

Para cada empresa incrementar su producción es una condición de supervivencia. Globalmente, esta competencia despiadada se plasma en importantes aumentos de productividad. pero eso plantea el problema de los mercados suficientes para poder dar salida a una producción cada vez mayor que las empresas son capaces de crear con el mismo número de trabajadores. Si los mercados son insuficientes, la supresión de puestos de trabajo es inevitable.

«Hay que conseguir entre 5 y 6% de productividad por año, y mientras el mercado no progrese más deprisa, los puestos desaparecerán». Así resumían los industriales franceses del automóvil su situación a finales del año 1994[2].

La deuda pública ¿Cómo «hacer progresar el mercado»?

En el nº 78 de la Revista internacional, explicábamos cómo, frente a la crisis abierta de los años 1980, los gobiernos recurrieron de forma masiva a la deuda pública. Esto permite, en efecto, financiar gastos que ayudan a crear mercados «solventes» para una economía que carece cruelmente de ellos pues no puede crear salidas mercantiles espontáneamente. El salto que dio el incremento de ese endeudamiento en los principales países industriales [3] es en parte la base del restablecimiento de los beneficios.

La deuda pública permite a capitales «ociosos», que tienen cada vez mayores dificultades para rentabilizarse, que lo hagan en Bonos del Estado, asegurándose un rendimiento conveniente y seguro. El capitalista puede sacar su plusvalía no ya del resultado de su propio trabajo de gerente del capital, sino del trabajo del Estado como recaudador de impuestos[4].

El mecanismo de la deuda pública se traduce en una transferencia de valores de los bolsillos de una parte de capitalistas y de los trabajadores hacia los de los poseedores de Bonos de la deuda pública, transferencia que toma el camino de los impuestos y después el de los intereses pagados a cuenta de la deuda. Es lo que Marx llamaba «capital ficticio».

Los efectos estimulantes del endeudamiento público son aleatorios; lo que sí es seguro, en cambio, son los peligros que acumula para el futuro [5]. La «recuperación» actual costará muy cara mañana a nivel financiero.

Para los proletarios, eso quiere decir que el incremento de la explotación en los lugares de trabajo deberá añadirse al aumento del peso de la extorsión fiscal. El Estado está obligado a recaudar una masa cada vez mayor de impuestos para rembolsar el capital y los intereses de la deuda.

Destruir capital para mantener su rentabilidad

Cuando la economía capitalista funciona de manera sana, el aumento o el mantenimiento de las ganancias es el resultado del incremento de los trabajadores explotados, así como de la capacidad para extraer de ellos una mayor cantidad de plusvalía. Cuando la economía capitalista vive en una fase de enfermedad crónica, a pesar del reforzamiento de la explotación y de la productividad, la insuficiencia de los mercados le impide mantener sus ganancias, mantener su rentabilidad sin reducir el número de explotados, sin destruir capital.

Aún cuando el capitalismo saca sus beneficios de la explotación del trabajo, se encuentra en la situación «absurda» de pagar a desempleados, a obreros que no trabajan, así como a campesinos para que dejen de producir y dejen sus tierras en barbecho.

Los gastos sociales de «mantenimiento de los ingresos» alcanzan hasta el 10 % de la producción anual de los países industrializados. Desde el enfoque del capital es un «pecado mortal», una aberración, es despilfarrar, destruir capital. Con toda la sinceridad del capitalista convencido, el nuevo portavoz de los republicanos de la Cámara de representantes de Estados Unidos, Newt Gingrich, ha lanzado su campaña contra todas «las ayudas del gobierno a los pobres».

Pero el enfoque del capital es el de un sistema senil, que se está autodestruyendo en convulsiones que arrastran al mundo a la desesperanza y a una barbarie sin fin. Lo aberrante no es que el Estado burgués tire unas cuantas migajas a personas que no trabajan, sino que existan personas que no puedan participar en el proceso productivo ahora que la gangrena de la miseria material se está extendiendo cada día más por el planeta.

Es el capitalismo lo que se ha convertido en aberración histórica. La actual «recuperación» sin empleos es una confirmación más. El único «saneamiento» posible de la organización «económica» de la sociedad es la destrucción del capitalismo mismo, la instauración de una sociedad en la que el objetivo de la producción no sea la ganancia, la rentabilidad del capital, sino la satisfacción pura y simple de las necesidades humanas.

RV
27 de diciembre de 1994

 

«Es evidente que la economía política no considera al proletario más que como trabajador: éste es el que, no teniendo ni capital ni rentas, vive únicamente de su trabajo, de un trabajo abstracto y monótono. La economía política puede así afirmar que, al igual que una bestia de carga cualquiera, el proletario merece ganar lo suficiente para poder trabajar. Cuando no trabaja, no lo considera como un ser humano; esta consideración, se la deja a la justicia criminal, a los médicos, a la religión, a las estadísticas, a la política, a la caridad pública.»

Marx, Esbozo de una crítica de la economía política.

 

25 años de incremento del desempleo

Desde hace ya un cuarto de siglo, desde finales de los años 60, la plaga del paro no ha cesado de aumentar e intensificarse en el mundo entero. Ese aumento se ha hecho de manera más o menos regular, con bruscas aceleraciones y algún que otro retroceso, pero la tendencia general al alza se ha confirmado recesión tras recesión.

Los datos presentados en estos gráficos son las cifras oficiales del desempleo. Infravaloran ampliamente la realidad, puesto que no tienen en cuenta a los parados en «cursillos de formación», ni a los jóvenes que participan en programas de trabajo apenas remunerados, ni a los trabajadores en «prejubilación», ni a los trabajadores obligados a venderse «a tiempo parcial», cada vez más numerosos, ni a aquéllos que los expertos llaman «trabajadores desanimados», o sea los parados a quienes ya no le quedan energías para seguir buscando un empleo.

Esas curvas, además, no dan cuenta de los aspectos cualitativos del desempleo. No muestran que entre los desempleados, la proporción de los de «larga duración» aumenta siempre, o que los subsidios de desempleo son cada vez más bajos, de menor duración y más difíciles de obtener.

No sólo la cantidad de parados ha aumentado durante más de 25 años, sino que además la situación del desempleado se ha vuelto cada vez más insoportable.

El desempleo masivo y crónico se ha ido haciendo parte íntegra de la vida de los hombres de finales de este siglo XX. Y así, el paro lo que ha hecho es destruir el poco sentido que el capitalismo podía darle a la vida. Se prohíbe a los jóvenes entrar en el mundo de los adultos y uno se hace «viejo» más rápidamente. La falta de porvenir histórico del capitalismo toma la forma de la angustia sin esperanzas en los individuos.

El que el desempleo se haya vuelto crónico y masivo es la prueba más indiscutible de la quiebra histórica del capitalismo como modo de organización de la sociedad.

1. Las previsiones oficiales de la OCDE anuncian una disminución de la tasa de desempleo en 1995 y 1996. Pero el nivel de esos descensos es ridículo: 0,3 % en Italia (11,3 % de desempleo oficial en 1994, 11 % previsto en 1996); 0,5 % en Estados Unidos (6,1 a 5,6 %); 0,7 en Europa occidental (de 11,6 a 10,9 %); en Japón no se prevé ninguna disminución.

 

[1] Las previsiones oficiales de la OCDE anuncian una disminución de la tasa de desempleo en 1995 y 1996. Pero el nivel de esos descensos es ridículo: 0,3 % en Italia (11,3 % de desempleo oficial en 1994, 11 % previsto en 1996); 0,5 % en Estados Unidos (6,1 a 5,6 %); 0,7 en Europa occidental (de 11,6 a 10,9 %); en Japón no se prevé ninguna disminución.

[2] Diario francés Libération, 16/12/94.

[3] Entre 1989 y 1994, la deuda pública, medida en % del producto interior bruto anual, pasó del 53 al 65 % en Estados Unidos, del 57 al 73 % en Europa; ese porcentaje alcanzó en 1994 el 123% en un país como Italia, 142 % en Bélgica.

[4] Esta evolución de la clase dominante hacia un cuerpo parásito que vive a expensas de su Estado es típico de las sociedades decadentes. En el Bajo imperio romano, como en el feudalismo decadente, ese fenómeno fue uno de los principales factores del desarrollo masivo de la corrupción.

[5] Ver «Hacia una nueva tormenta financiera», Revista internacional nº 78.

Noticias y actualidad: 

  • Crisis económica [1]

Documento - La Primera y la Segunda Internacional ante el problema de la guerra

  • 7968 reads

Documento

 

Fue respecto a la guerra de los Balcanes, en vísperas de la Iª Guerra mundial, cuando los revolucionarios, especialmente Rosa Luxemburg y Lenin, afirmaron, en el Congreso de Basilea en 1912, la posición internacionalista característica de la nueva fase histórica del capitalismo: «Ya no hay guerras defensivas ni ofensivas». En la fase imperialista, decadente, del capitalismo, todas las guerras son igualmente reaccionarias. Contrariamente a lo que ocurría en el siglo XIX, cuando al burguesía llevaba todavía a cabo guerras contra el feudalismo, los proletarios no tienen ya ningún campo que apoyar en las guerras. La única respuesta posible contra la barbarie guerrera del capitalismo decadente es la lucha por la destrucción del capitalismo mismo. Estas posiciones, ultraminoritarias en 1914, en el momento del estallido de la Iª Guerra mundial, iban a ser, sin embargo, la base de los mayores movimientos revolucionarios de este siglo: la Revolución rusa en 1917, la Revolución alemana en 1919, que pusieron fin a la sangría iniciada en 1914. Hoy, por vez primera desde el final de la IIª Guerra mundial, la guerra se ceba en Europa, otra vez en los Balcanes, y es indispensable volver a apropiarse de la experiencia de de la lucha de los revolucionarios contra la guerra. Por eso publicamos aquí este artículo que resume perfectamente un aspecto crucial de la acción de los revolucionarios frente a una de las peores plagas del capitalismo.

CCI, diciembre de 1994

 

La Primera y la Segunda Internacional ante el problema de la guerra
Bilan nº 21, julio-agosto de 1935

Sería falsear la historia afirmar que la Primera y Segunda Internacionales no pensaron en el problema de la guerra y que no intentaron resolverlo en interés de la clase obrera. Es más, podemos decir que el problema de la guerra estuvo al orden del día desde los inicios de la Iª Internacional (1859: Guerra de Francia y el Piamonte contra Austria; 1864: Austria y Prusia contra Dinamarca; 1866: Prusia e Italia contra Austria y Alemania del Sur; 1870: Francia contra Alemania; y ello sin extendernos en la guerra de secesión en Estados Unidos entre 1861-65; la insurrección de Bosnia-Herzegovina en 1878 contra la anexión austriaca –que apasionó a no pocos internacionalistas de la época, etc.).

Así, considerando la cantidad de guerras que surgieron en ese período, se puede afirmar que el problema de la guerra fue más «candente» para la Iª Internacional que para la Segunda, pues aquélla vivió sobre todo la época de la expansión colonial, del reparto de África, ya que respecto a las guerras europeas –excepción hecha de la corta guerra de 1897 entre Turquía y Grecia– hubo que esperar las guerras balcánicas, las de Italia y Turquía por el dominio de Libia, que fueron más bien signos indicadores de la conflagración mundial.

Todo ello explica –y lo escribimos después de haber vivido la experiencia– el hecho de que nosotros, la generación que luchó antes de la guerra de 1914, hayamos quizás considerado el problema de la guerra más como una lucha ideológica que como un peligro real e inminente: la solución de conflictos agudos, sin utilizar el recurso a las armas, tales como Fachoda o Agadir nos ha influenciado en el sentido de creer falsamente que gracias a la «interdependencia» económica, a los lazos cada vez más numerosos y estrechos entre los países, se habría constituido una defensa segura contra la eclosión de una guerra entre potencias europeas y que, el aumento de los preparativos militares de los diferentes imperialismos en lugar de conducir inevitablemente a la guerra verificaría el principio romano «si vis pacem para bellum», si quieres la paz prepara la guerra.

*
*   *

En la época de la Iª Internacional la panacea universal para impedir la guerra era la supresión de los ejércitos permanentes y su sustitución por las milicias (tipo suizo). Es por otra parte lo que afirmó, en 1867, el Congreso de Lausana de la Internacional ante un movimiento de pacifistas burgueses que había constituido una Liga por la Paz que tenía congresos periódicos. La Internacional decidió participar (este congreso tuvo lugar en Ginebra donde Garibaldi, hizo una intervención patéticamente teatral acuñando su célebre frase de «el único que tiene derecho a hacer la guerra es el esclavo contra los tiranos») e hizo subrayar por sus delegados que «... no es suficiente con suprimir los ejércitos permanentes para acabar con la guerra, una transformación de todo el orden social para este fin es igualmente necesaria».

En el tercer Congreso de la Internacional –celebrado en Bruselas en 1868– se votó una moción sobre la actitud de los trabajadores en caso de conflicto entre las grandes potencias de Europa, en la que se les invitaba a impedir una guerra de pueblo contra pueblo, y se les recomendaba cesar cualquier trabajo en caso de guerra. Dos años más tarde, la Internacional se encuentra ante el estallido de la guerra franco-alemana en julio de 1870.

El primer manifiesto de la Internacional es bastante anodino: «... sobre las ruinas que provocarán los dos ejércitos enemigos, está escrito, que no quedará más potencia real que el socialismo. Será entonces el momento en que la Internacional se pregunte qué debe hacer. Hasta entonces permanezcamos en clama y vigilantes » (!!!).

El hecho de que la guerra fuera emprendida por Napoleón «el Pequeño» (Napoleón III, NDT), determinará una orientación más bien derrotista en amplias capas de la población francesa, de la cual los internacionalistas se hicieron eco en su oposición a la guerra.

Por otra parte, la idea general de que Alemania era atacada «injustamente» por «Bonaparte», aporta una cierta justificación –pues se trataría de una guerra «defensiva»– a la posición de defensa del país de los trabajadores alemanes.

El hundimiento del imperio tras el desastre de Sedán da al traste con esas posiciones.

«Repetimos lo que declaramos en 1793 a la Europa coaligada, escribían los internacionalistas franceses en un manifiesto al pueblo alemán: el pueblo francés no hace la paz con un enemigo que ocupa nuestro territorio; sólo en las orillas del discutido río (el Rhin) se estrecharán los obreros las manos para crear los Estados Unidos de Europa, la República Universal».

La fiebre patriótica se intensifica hasta presidir el nacimiento mismo de la gloriosa Comuna de París.

Por otra parte, para el proletariado alemán era, sin embargo, una guerra de la monarquía y del militarismo prusiano contra la «república francesa», contra el «pueblo francés». De ahí viene la consigna de la «paz honorable y sin anexiones» que determina la protesta en el Parlamento alemán de Liebknecht y Bebel contra la anexión de Alsacia y Lorena y que les vale la condena por «alta traición».

Respecto a la guerra franco-alemana de 1870 y la actitud del movimiento obrero, aun queda otro punto por dilucidar.

En realidad, en esa época Marx considera la posibilidad de «guerras progresivas» –sobre todo la guerra contra la Rusia del Zar– en una época en que el ciclo de las revoluciones burguesas no ha concluido todavía. Al igual que considera la posibilidad de un cruce del movimiento revolucionario burgués con la lucha revolucionaria del proletariado con la intervención de este último en el curso de una guerra, para alzarse con su triunfo final.

«La guerra de 1870, escribía Lenin en su folleto sobre Zimmerwald, fue una “guerra progresiva” como las de la revolución francesa que aún estando incontestablemente marcadas por el pillaje y la conquista, tenían la función histórica de destruir o socavar el feudalismo y el absolutismo de la vieja Europa cuyos fundamentos se basaban todavía en la servidumbre».

Pero si bien tal perspectiva era aceptable en la época que vivió Marx, aunque ya estaba superada por los propios acontecimientos, parlotear sobre la guerra «progresiva», «nacional» o «justa», en la última etapa del capitalismo, en su fase imperialista, es más que una engañifa, es una traición. En efecto, como escribía Lenin, la unión con la burguesía nacional de su propio país es la unión contra la unión del proletariado revolucionario internacional, es, en una palabra, la unión con la burguesía contra el proletariado, es la traición a la revolución y al socialismo.

Además no hay que olvidar otros problemas que en 1870 influían en el juicio de Marx, tal como él mismo pone de manifiesto en una carta a Engels del 20 de Julio de 1870. La concentración de poder en el Estado, resultado de la victoria de Prusia, era útil a la concentración de la clase obrera alemana, favorable a sus luchas de clase y, así, escribía Marx, la «preponderancia alemana transformará el centro de gravedad del movimiento obrero europeo de Francia a Alemania y, en consecuencia, determinará el triunfo definitivo del socialismo científico sobre el prudonismo y el socialismo utópico»[1].

Para finalizar con la Primera Internacional señalaremos que, cosa extraña, la Conferencia de Londres de 1871 no tratará apenas de estos problemas de actualidad, como tampoco el Congreso de La Haya en Septiembre de 1872 en el que Marx dará una relación en lengua alemana sobre los acontecimientos posteriores a 1869, fecha del Congreso anterior de la Internacional. En realidad se tratará muy superficialmente de los acontecimientos de la época limitándose a expresar: la admiración del Congreso por las heroicos campeones víctimas de su entrega y los saludos fraternos a las víctimas de la reacción burguesa.

*
*   *

El primer Congreso de la Internacional reconstituida en París en 1889 recoge la antigua consigna de «sustitución de los ejércitos permanentes por las milicias populares» y el siguiente Congreso, el de Bruselas en 1891, adoptará una resolución llamando a todos los trabajadores a protestar mediante una agitación incesante contra todas las tentativas guerreras, añadiendo, como una especie de consuelo, que la responsabilidad de las guerras recae, en cualquier caso, en las clases dirigentes...

El Congreso de Londres de 1896 –donde se producirá la separación definitiva con los anarquistas– en una resolución programática sobre la guerra, afirmará genéricamente que «la clase obrera de todos los países debe oponerse a la violencia provocada por las guerras».

En 1900, en París, con el crecimiento de la fuerza política de los partidos socialistas, se elaboró el principio, que sería axioma de toda agitación contra la guerra: «los diputados socialistas de todos los países están obligados a votar contra todos los gastos militares, navales y contra las expediciones coloniales».

Pero fue en Stuttgart (1907) donde se produjeron los debates más amplios sobre el problema de la guerra.

Al lado de las fanfarronadas del farsante Hervé sobre el deber de «responder a la guerra con la huelga general y la insurrección» se presentó la moción de Bebel, de acuerdo sustancialmente con Guesde, que aún siendo justa en cuanto a sus previsiones teóricas, era insuficiente respecto al papel y las tareas del proletariado.

En este Congreso y para «impedir leer las deducciones ortodoxas de Bebel con gafas oportunistas» (Lenin), Rosa Luxemburgo -de acuerdo con los bolcheviques rusos- fue añadiendo enmiendas que subrayaban que el problema consistía no solo en luchar contra la eventualidad de una guerra, o pararla lo más rápidamente posible, sino, sobre todo, en utilizar la crisis causada por la guerra para acelerar la caída de la burguesía: «sacar partido de la crisis económica y política para levantar al pueblo y precipitar la caída de la dominación capitalista».

En 1910, en Copenhague, se confirma la resolución precedente en particular en lo que concierne al deber de los diputados socialistas de votar contra todo crédito de guerra.

Finalmente, como sabemos, durante la guerra de los Balcanes, y ante el peligro inminente de que una conflagración mundial surgiera de ese polvorín de Europa –hoy los polvorines se han multiplicado hasta el infinito– se celebra un Congreso extraordinario en noviembre de 1912, en Basilea, en el que se redacta el célebre manifiesto que, retomando todas las afirmaciones de Stuttgart y de Copenhague, condena como «criminal» la futura guerra europea, y como «reaccionarios» a todos los gobiernos, y concluye que «acelerará la caída del capitalismo provocando infaliblemente la revolución proletaria».

Pero, el manifiesto, a la vez que afirma que la guerra que amenaza es una guerra de rapiña, una guerra imperialista para todos los beligerantes, y que debe conducir a la revolución proletaria, se esfuerza ante todo en demostrar que esta guerra inminente no puede justificarse en absoluto por la defensa nacional. Lo que significa implícitamente que bajo el régimen capitalista y en plena expansión imperialista pueden darse casos de participación justificada de la clase explotada en una guerra de «defensa nacional».

Dos años después estalla la guerra imperialista y con ella se hunde la IIª Internacional. Este desastre es consecuencia directa de los errores y contradicciones insuperables contenidos en todas sus resoluciones. En particular, la prohibición de votar los créditos de guerra no resolvía el problema de la «defensa del país» ante el ataque de un país «agresor». A través de esa brecha arremeten chovinistas y oportunistas. «La Unión sagrada» se sella sobre el hundimiento de la alianza de clase internacional de los trabajadores.

*
*   *

Como hemos visto, la Segunda Internacional, si se leen superficialmente las palabras de sus resoluciones, había adoptado no solo una posición de principios de clase ante la guerra, sino que habría dado los medios prácticos llegando hasta la formulación, más o menos explícita, de transformar la guerra imperialista en revolución proletaria. Pero si vemos el fondo de las cosas, constatamos que la Segunda Internacional en su conjunto resolvió de una manera formalista y simplista el problema de la guerra. Denuncia la guerra, ante todo por sus atrocidades y horrores, porque el proletariado sirve de carne de cañón a las clases dominantes. El antimilitarismo de la Segunda Internacional es puramente negativo, dejándolo casi exclusivamente en manos de las juventudes socialistas, manifestando incluso el propio partido, en ciertos países, su hostilidad al antimilitarismo.

Ningún partido, excepción hecha de los bolcheviques durante la revolución rusa de 1904-05, practicó, ni siquiera impulsó la posibilidad de un trabajo ilegal sistemático en el ejército. Todo se limitó a manifiestos o periódicos contra la guerra y contra el ejército al servicio del capital, que se pegan sobre las paredes o se distribuyen en el momento de los reemplazos, invitando a los obreros a que recuerden que pese al uniforme de soldados deben continuar siendo proletarios. Ante la insuficiencia y esterilidad de este trabajo, le resultó muy fácil a Hervé, sobre todo en los países latinos, el agitar su demagogia verbal de la «bandera al estercolero», haciendo propaganda de la deserción, el rechazo a las armas y el famoso «disparad contra vuestros oficiales».

En Italia, donde se produjo el único ejemplo de un partido de la Segunda Internacional, el partido socialista, que organizó una protesta con una huelga de 24 horas en octubre de 1912 contra una expedición colonial, la de Tripolitania (la actual Libia, NDT), un joven obrero, Masetti, para ser consecuente con las sugerencias de Hervé, siendo soldado en Bolonia dispara contra su coronel durante unas maniobras militares. Este es el único ejemplo patente de toda la comedia herverista.

Poco tiempo después, el 4 de agosto, momentáneamente ignorado por los masas obreras inmersas en la carnicería, el manifiesto del Comité Central bolchevique levanta la bandera de la continuidad de la lucha obrera con sus afirmaciones históricas: la transformación de la guerra imperialista actual en guerra civil.

La revolución de Octubre estaba en marcha.

GATTO MAMONNE

 

[1] Si se tienen en cuenta todos esos elementos que tuvieron una influencia decisiva sobre todo en la primera fase de la guerra franco-alemana, sobre el juicio y el pensamiento de Marx y Engels, pueden explicarse ciertas expresiones un tanto precipitadas y poco acertadas como «A los franceses les vendría bien una buena tunda». «Somos nosotros quienes hemos ganado las primeras batallas», «Mi confianza en la fuerza militar prusiana aumenta cada día», y, para terminar, el famoso «Bismarck como en 1866, trabaja para nosotros». Todas esas frases, extraídas de una correspondencia estrictamente personal entre Marx y Engels dieron a los chovinistas de 1914 –y entre ellos al ya anciano James Guillaume que no podía olvidar su exclusión de la Internacional junto con Bakunin en 1872– la ocasión de transformar a los fundadores del socialismo científico en precursores del pangermanismo y de la hegemonía alemana.

desarrollo de la conciencia y la organización proletaria: 

  • Primera Internacional [2]
  • Segunda Internacional [3]
  • La Izquierda italiana [4]

Cuestiones teóricas: 

  • Guerra [5]

Lecciones de 1917-23 - La primera oleada revolucionaria del proletariado mundial

  • 12588 reads

Esta oleada proletaria, cuyo punto culminante fue la Revolución rusa (ver Revista Internacional nº 72, 73 y 75), es una extraordinaria fuente de lecciones para el movimiento obrero. Exponente a escala mundial de la lucha de clases en el período de decadencia capitalista, la oleada de 1917-23 confirmó definitivamente la mayoría de las posiciones que hoy defendemos los revolucionarios (contra los sindicatos y los partidos «socialistas», contra las luchas de «liberación nacional», la necesidad de organización general de la clase en Consejos obreros,...). Este artículo se concentra en cuatro cuestiones:

- cómo la oleada revolucionaria transformó la guerra imperialista en guerra civil de clases.
- cómo demostró la tesis histórica de los comunistas del carácter mundial de la revolución proletaria.
- cómo, a pesar de ser el factor desencadenante de la oleada revolucionaria, la guerra no plantea las condiciones más favorables para la revolución.
- el carácter determinante de la lucha del proletariado de los países más avanzados del capitalismo.

Fue la oleada revolucionaria lo que puso fina la Iª Guerra mundial

En la Revista internacional nº 78 («Polémica con Programme communiste, IIª parte») demostramos cómo el estallido de la guerra en 1914 no obedece a causas directamente económicas, sino a que la burguesía consigue, gracias al reformismo dominante en los partidos socialdemócratas, derrotar ideológicamente al proletariado. Del mismo modo tampoco el final de la guerra dependió de que, por así decirlo, la burguesía mundial «echara cuentas» y comprobando que la hecatombe había sido «suficiente», cambiara el «negocio» de la destrucción por el de la reconstrucción. En Noviembre de 1918, ni siquiera hay un aplastamiento militar manifiesto de las potencias centrales por la Entente[1]. Lo que de verdad obliga al Kaiser a pedir el armisticio es la necesidad de hacer frente a la revolución que se extendía por toda Alemania. Si, por su lado, las potencias de la Entente no aprovecharon esa debilidad del enemigo, fue por la necesidad de cerrar filas, contra la amenaza que para todos ellos, representa la revolución obrera. Una revolución que en los propios países de la Entente, aunque a un nivel más embrionario, también iba madurando. Veamos como se fue gestando la respuesta del proletariado a la guerra.

Con el avance de la carnicería, el proletariado fue deshaciéndose del peso de la derrota de Agosto de 1914[2]. Ya en febrero de 1915, los obreros del valle del Clyde (Gran Bretaña) inician una huelga salvaje (contra la opinión de los sindicatos), cuyo ejemplo será luego seguido por los trabajadores de las fábricas de armamentos y los astilleros de Liverpool. En Francia estallan las huelgas de los trabajadores textiles de Vienne y de Lagors. En 1916 los obreros de Petrogrado impiden con una huelga general una tentativa del gobierno de militarizar a los trabajadores. En Alemania, la Liga Spartacus convoca una manifestación de obreros y soldados, que suma a la consigna «¡Abajo la guerra!», la de «¡Abajo el Gobierno!». Los «motines del hambre» se suceden en Silesia, Dresde... En este clima de acumulación de signos de descontento, llegan las noticias de la Revolución de febrero en Rusia.

En Abril de 1917, una oleada de huelgas se desata en Alemania (Halle, Kiel, Berlín...). En Leipzig se roza la insurrección y, al igual que en Rusia, se constituyen los primeros consejos obreros. El 1º de Mayo en las trincheras del frente oriental, tanto en las alemanas como en las rusas, ondean banderas rojas. Los soldados alemanes se pasan de mano en mano una hoja que dice: «Nuestros heroicos hermanos de Rusia han echado abajo el maldito yugo de los carniceros de su país (...). Vuestra felicidad, vuestro progreso, depende de que seáis capaces de seguir y llevar más lejos el ejemplo de vuestros hermanos rusos... Una revolución victoriosa no precisa tantos sacrificios como los que exige cada día de salvaje guerra...».

En Francia, en un clima de huelgas obreras (la de los metalúrgicos de París se extiende a 100 mil trabajadores de otras industrias), ese mismo 1º de Mayo un mitin de solidaridad con los obreros rusos, proclama: «La revolución rusa es la señal para la revolución universal». En el frente, consejos ilegales de soldados hacen circular propaganda revolucionaria, y recaudan dinero de la exigua paga de los soldados para sostener las huelgas en retaguardia.

En Italia también en ese momento se suceden masivas concentraciones contra la guerra. En Turín, en el curso de una de ellas, surge una consigna que se repetirá continuamente en todo el país: «Hagamos como en Rusia». Efectivamente, en Octubre de 1917 las miradas de los soldados y los obreros de todo el mundo se dirigen hacia Petrogrado y el «Hagamos como en Rusia» se transforma en un poderoso estímulo a las movilizaciones para acabar definitivamente la matanza imperialista.

Así en Finlandia (donde ya había habido una primera tentativa insurreccional a los pocos días de la de Petrogrado) en Enero de 1918, los obreros en armas ocupan los edificios públicos en Helsinki y el sur del país. Al mismo tiempo en Rumanía, donde la Revolución rusa tenía un eco inmediato, una rebelión en la flota del mar Negro obligó a un armisticio con las potencias centrales. En Rusia mismo, la Revolución de Octubre puso fín a la participación en la guerra imperialista, incluso a riesgo de encontrarse a la merced –en espera del estallido de la revolución mundial– de la rapiña de las potencias centrales sobre amplios territorios rusos, en la llamada paz de Brest-Litovsk.

En enero de 1918, los trabajadores de Viena conocen las draconianas condiciones de «paz» que su gobierno quiere imponer a la Rusia revolucionaria. Ante la perspectiva de que la guerra se alargue, los obreros de la Daimler desatan una huelga que a los pocos días se extiende a 700 mil trabajadores en todo el imperio, formándose los primeros Consejos Obreros. En Budapest, la huelga se extiende bajo las consignas: «¡Abajo la guerra! ¡Vivan los obreros rusos!». Sólo los insistentes llamamientos a la calma de los «socialistas» consiguen, no sin resistencia, aplacar esta oleada de luchas y aplastar las revueltas de la flota en Cáttaro[3]. A finales de enero hay también en Alemania 1 millón de huelguistas. Pero los trabajadores dejan la dirección de su lucha en manos de los «socialistas» que acuerdan con sindicatos y el mando militar poner fin a la huelga, enviando al frente más de 30 mil trabajadores que se habían destacado en el combate proletario. En ese mismo periodo surgen en las minas de Dombrowa y Lublin los primeros consejos obreros en Polonia,...

También en Inglaterra crecía el movimiento contra la guerra y de solidaridad con la revolución rusa. La visita del delegado soviético Litvínov, coincidió en Enero de 1918 con una oleada de huelgas, y provocó tales manifestaciones en Londres que un periódico burgués, The Herald, llegó a calificarlas como «ultimátum de los obreros al Gobierno, exigiendo la paz». En Francia estalla, en mayo de 1918, la huelga de Renault que se extendió rápidamente a 250 mil trabajadores de Paris. En solidaridad, los trabajadores de la región del Loira volvieron a la huelga, controlando durante diez días la región.

Sin embargo las últimas ofensivas militares provocan una paralización momentánea de las luchas. Tras el fracaso de tales ofensivas los trabajadores se convencen de que el único camino para poner fin a la guerra es la lucha de clases. En Octubre se desencadenan las luchas de los jornaleros y la revuelta contra el envío al frente de los regimientos más «rojos» de Budapest, así como huelgas y manifestaciones masivas en Austria. El 4 de Noviembre la burguesía de la «doble corona» se retira ya de la guerra.

En Alemania, el káiser intenta «democratizar» el régimen (liberación de Liebknecht, incorporación de los «socialistas» al Gobierno) para exigir «hasta la última gota de sangre al pueblo alemán», pero el 3 de noviembre los marinos de Kiel se niegan ya a obedecer a sus oficiales que tratan de hacer una última salida suicida de la flota, e izan la bandera roja en toda la flota, organizando junto a los obreros de la ciudad, un Consejo obrero. A los pocos días la insurrección se ha extendido a las principales ciudades alemanas[4]. El 9 de noviembre cuando la insurrección llega a Berlín la burguesía alemana, no incurre en el error cometido por el Gobierno Provisional ruso (prolongar su participación en la guerra, lo que sólo serviría para hacer fermentar y radicalizar la revolución) y solicita el armisticio. El 11 de noviembre, la burguesía pone fin a la guerra imperialista para enfrentarse a la guerra de clases.

La naturaleza internacional de la clase obrera y de su revolución

A diferencia de las revoluciones burguesas que se limitaban a implantar el capitalismo en su nación, la revolución proletaria es necesariamente mundial. Si las revoluciones burguesas podían distar unas de otras más de un siglo, la lucha revolucionaria del proletariado tiende, por su propia naturaleza, a tomar la forma de una gigantesca oleada que se extiende por todo el planeta. Esta ha sido siempre la tesis histórica de los revolucionarios. Ya Engels en sus Principios del Comunismo señaló:

«19ª pregunta: ¿Podrá producirse esta revolución en un sólo país?
Respuesta: No. Ya por el mero hecho de haber creado el mercado mundial, la gran industria ha establecido una vinculación mutua tal entre todos los pueblos de la tierra, y en especial entre los civilizados, que cada pueblo individual depende de cuanto ocurra en el otro. Además ha equiparado hasta tal punto el desarrollo social en todos los países civilizados, que en todos esos países, la burguesía y el proletariado se han convertido en las dos clases decisivas de la sociedad, que la lucha entre ambas se ha convertido en la lucha principal del momento. Por ello, la revolución comunista no será una revolución meramente nacional, sino una revolución que transcurrirá en todos los países civilizados de forma simultánea, es decir, cuando menos en Inglaterra, Norteamérica, Francia y Alemania (...) Es una revolución universal y por ello se desarrollará también en un terreno universal».

La oleada revolucionaria de 1917-23 lo confirmó plenamente. En 1919, el Primer ministro británico Lloyd George escribió: «Toda Europa está invadida por el espíritu de la revolución. Hay un sentimiento profundo, no ya de descontento sino de furia y revuelta, entre los obreros contra las condiciones existentes (...) Todo el orden político, social y económico está siendo puesto en tela de juicio por las masas de la población de un extremo a otro de Europa» (citado en E. H. Carr, La Revolución Bolchevique).

Pero el proletariado no pudo transformar esa formidable oleada de luchas en un combate unificado. Veamos primero los hechos para después poder analizar mejor los obstáculos con que tropezó el proletariado en la generalización de la revolución.

De noviembre de 1918 a agosto de 1919: las tentativas insurreccionales en los países vencidos...

Cuando la revolución empieza en Alemania, tres importantes destacamentos del proletariado centroeuropeo (Holanda, Suiza y Austria) ya han sido prácticamente neutralizados.

En Holanda, en Octubre de 1918, estallaron motines en el ejército (el propio mando militar hundió la flota antes de que los marineros se apoderaran de ella) y los trabajadores de Amsterdam y Rotterdam formaron consejos obreros. Sin embargo los «socialistas» se «sumaron» a la revuelta para neutralizarla. Su líder, Troëlstra, reconoció más tarde: «Si yo no hubiera intervenido revolucionariamente, los elementos obreros más enérgicos habrían emprendido el camino del bolchevismo». (P.J. Troëlstra, De Revolutie en de SDAP).

Así pues, desorganizada por sus «organizadores», privada del apoyo de los soldados, la lucha acabó con el ametrallamiento de los obreros que el 13 de Noviembre se habían reunido en un mitin cerca de Amsterdam. La «Semana Roja» concluía con 5 muertos y decenas de heridos.

Ese mismo 13 de Noviembre, en Suiza, una huelga general de 400 mil obreros protesta contra el empleo de las tropas contra las manifestaciones de conmemoración del primer aniversario de la revolución rusa. El periódico obrero Volksrecht proclama: «Resistir hasta el final. Nos favorecen la revolución en Austria y Alemania, las acciones de los obreros de Francia, el movimiento de los proletarios de Holanda, y –lo principal– el triunfo de la revolución en Rusia».

Pero también aquí los «socialistas» y los sindicatos ordenan parar la lucha para «no colocar a las masas inermes bajo las ametralladoras del enemigo», cuando es precisamente la desorientación y división que genera en el proletariado esta «marcha atrás», lo que abre las puertas a una terrible represión que derrotó la «Gran Huelga». Por su parte, el gobierno de la «pacifista» Suiza militarizó a los ferroviarios, organizó una guardia contrarrevolucionaria, allanó sin ningún escrúpulo locales obreros deteniendo a centenares de trabajadores, e instauró la pena de muerte contra los «subversivos».

En Austria, el 12 de noviembre se proclama la República. Cuando fueron a izar la bandera nacional rojiblanca, grupos de manifestantes arrancaron la franja blanca. Subidos a los hombros de la estatua de Palas Atenea en el centro de Viena, ante una asamblea de decenas de miles de trabajadores, los distintos oradores llaman a pasar directamente a la dictadura del proletariado. Pero los «socialistas», que han sido llamados al gobierno porque son los únicos que tienen una influencia en las masas obreras, declaran: «El proletariado ya tiene el poder. El partido obrero gobierna la república», y se dedican sistemáticamente a desvirtuar los órganos revolucionarios, transformando los Consejos obreros en Consejos de producción, y los Consejos de soldados en Comités del ejército (infiltrados masivamente por oficiales). Esta contraofensiva burguesa no sólo paralizará al proletariado austriaco, sino que servirá de guión de la contrarrevolución a la burguesía alemana.

En Alemania, el armisticio y la proclamación de la república generaron una ingenua sensación de «triunfo» que el proletariado pagó muy cara. Mientras que los trabajadores no conseguían unificar los diferentes focos de lucha y vacilaban en lanzarse a la destrucción del Estado[5], la contrarrevolución se organizaba coordinando sindicatos, partido «socialista» y Alto Mando militar. A partir de diciembre la burguesía pasará a la ofensiva provocando continuamente al proletariado de Berlín, para hacerle luchar aislado del resto de los trabajadores alemanes. El 4 de Enero de 1919, el gobierno destituye al prefecto de policía Eichhorn, desafiando la opinión de los trabajadores. El 6 de enero, medio millón de proletarios berlineses se lanza a la calle. Al día siguiente el «socialista» Noske, al mando de los Cuerpos francos (oficiales y suboficiales desmovilizados, pagados por el gobierno) aplasta a los obreros de Berlín. Días más tarde son asesinados Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht.

Aunque los acontecimientos de Berlín alertan a los obreros de otras ciudades (sobre todo en Bremen donde se asaltan las sedes de los sindicatos y se reparte su caja entre los parados), el Gobierno consigue fragmentar esta respuesta, de manera que podrá concentrarse primero contra Bremen, luego contra los obreros de Renania y el Rhur, para volver de nuevo en marzo contra los rescoldos revolucionarios de Berlín en la llamada «Semana sangrienta» (1200 obreros asesinados). Caerán después los trabajadores de Mansfeld y Leipzig y la República de los Consejos de Magdeburgo...

En Abril de 1919, los trabajadores proclaman en Munich la «República de los Consejos» de Baviera, que junto al Octubre ruso y la revolución húngara, constituyen las únicas experiencias de toma del poder por parte del proletariado. Los obreros bávaros en armas son incluso capaces de derrotar el primer ejército contrarrevolucionario enviado contra ellos por el depuesto presidente Hoffmann. Pero, como hemos visto, el resto de los trabajadores alemanes ha sufrido severas derrotas y no pueden acudir en ayuda de sus hermanos, mientras que la burguesía organiza un ejército que, a primeros de mayo, aplasta la insurrección. Entre las tropas que siembran el terror en Munich figuran Himmler, Rudolf Hess, Von Epp..., futuros jerifaltes nazis, amamantados en su furia antiproletaria por un gobierno que se llama «socialista».

El 21 de marzo de 1919, tras una formidable oleada de huelgas y mítines obreros, los consejos obreros toman el poder en Hungría. En un trágico error, los comunistas se unifican en ese mismo momento con los «socialistas» que sabotearán desde dentro la revolución, al mismo tiempo que las «democracias» occidentales (especialmente Francia e Inglaterra) ordenan inmediatamente un bloqueo económico y la intervención militar de tropas rumanas y checas. En mayo, cuando cayeron los Consejos obreros en Baviera, la situación de la revolución húngara era también desesperada. Sin embargo una formidable reacción obrera, en la que participaron trabajadores húngaros, austriacos, polacos, rusos, pero también checos y rumanos, rompió el cerco militar. A la larga, sin embargo, el sabotaje de los «socialistas» y el aislamiento de la revolución, doblegaron la resistencia obrera y el 1º de agosto las tropas rumanas tomaban Budapest, instaurando un Gobierno sindical que liquidó los Consejos Obreros. Cumplido su papel los sindicatos entregaron el mando al almirante Horty (otro futuro colaborador de los nazis) que desató un criminal terror contra los trabajadores (8 mil ejecuciones, 100 mil expatriados...). Al calor de la revolución húngara, los mineros de Dombrowa (Polonia) tomaron el control de la región y formaron una «Guardia obrera» para defenderse de la sangrienta represión de otro «socialista», Pilsudski. Cuando cayeron los Consejos húngaros, se desmoronó igualmente la República Roja de Dombrowa.

También la revolución en Hungría provocó las últimas convulsiones obreras en Austria y Suiza en junio de 1919. En Viena la policía, aprendiendo de sus compinches alemanes, urdió una provocación (el asalto a la sede del PC) para precipitar una insurrección cuando el conjunto del proletariado estaba aún débil y desorganizado. Los obreros cayeron en la trampa dejando en las calles de Viena 30 muertos. Otro tanto sucede en Suiza tras la huelga general de los obreros de Zurich y Basilea.

... y en los países «vencedores»

En Gran Bretaña, de nuevo en la región del Clyde, a comienzos de 1919 más de 100 mil obreros están en huelga. El 31 de Enero (el «Viernes Rojo») en el curso de una concentración obrera en Glasgow, los obreros se enfrentan duramente a las tropas que, con artillería, ha enviado el Gobierno. Los mineros están dispuestos a entrar en huelga, pero los sindicatos consiguen pararla «dando un margen de confianza al Gobierno para que estudie la nacionalización (¿?) de las minas». (Hinton & Hyman, Trade Unions and Revolution).

En ese mismo momento estalla en Seattle, Estados Unidos, una huelga en los astilleros que, en pocos días, se extiende a todos los trabajadores de la ciudad. Los obreros controlan a través de asambleas masivas y de un Comité de huelga elegido y revocable, los abastecimientos y la autodefensa contra las tropas enviadas por el Gobierno. Sin embargo la llamada «Comuna de Seattle» quedará aislada y un mes más tarde (con cientos de detenidos) los trabajadores de los astilleros volverán al trabajo. Después estallaron otras luchas como la de los mineros de Buttle (Montana) que llegaron a formar Consejos de Obreros y Soldados; y la huelga de 400 mil obreros de la siderurgia. Pero tampoco en este país las luchas lograron unificarse.

En Canadá, durante la huelga general de Winnipeg en Mayo de 1919, el Gobierno local organizó un mitin patriótico para tratar de contrarrestar el empuje de los trabajadores con el chovinismo de la victoria, pero los soldados se «saltan el guión» y tras contar los horrores de la guerra, proclaman la necesidad de «transformar la guerra imperialista en guerra de clases», lo que radicaliza aún más el movimiento que llega a extenderse a trabajadores de Toronto. Sin embargo los trabajadores dejan la dirección de la lucha a los sindicatos, lo que les conduce al aislamiento y la derrota, y a sufrir el terror de los hampones de la ciudad, entre los cuales el Gobierno ha nombrado «comisarios especiales».

Pero la oleada no quedó únicamente reducida a los países directamente concernidos por la carnicería imperialista. En España, estalló en 1919 la huelga de La Canadiense que se extendió rápidamente a todo el cinturón industrial de Barcelona. En las paredes de las haciendas de Andalucía, jornaleros semianalfabetos escriben: «¡Vivan los Soviets! ¡Viva Lenin!». Las movilizaciones de los jornaleros de los años 1918-19 quedarán en la historia como el «bienio bolchevique».

También fuera de las concentraciones obreras de Europa y Norteamérica, se dieron episodios de esta oleada.

En Argentina, a principios de 1919, en la llamada «Semana sangrienta» de Buenos Aires, una huelga general responde a la represión desatada contra los trabajadores de Talleres Vasena. Tras 5 días de combates callejeros, la artillería bombardea los barrios obreros causando 3 mil muertos. En Brasil, la huelga de 200 mil trabajadores de Sao Paulo consigue que las tropas enviadas por el Gobierno confraternicen con los trabajadores. A finales de 1918 se proclamó también en las favelas de Río de Janeiro una «República obrera» que, sin embargo, quedó aislada cediendo ante el estado de sitio decretado por el gobierno.

En Sudáfrica, el país del «odio racial», las luchas obreras pusieron de manifiesto la necesidad y la posibilidad de que los trabajadores lucharan unidos: «La clase obrera de África del Sur no podrá lograr su liberación hasta que no supere en sus filas los prejuicios raciales y la hostilidad hacia los obreros de otro color» (The International, periódico de Obreros industriales de África). En marzo de 1919 la huelga de tranvías se extiende a toda Johannesburgo, con asambleas y mítines de solidaridad con la Revolución rusa.

También en Japón, en 1918, se desarrollaron los llamados «motines del arroz», contra el envío de arroz a las tropas japonesas enviadas contra la revolución en Rusia.

1919-1921: la incorporación tardía del proletariado de los países «vencedores», y el peso de la derrota en Alemania

En esta primera fase de la oleada revolucionaria, el proletariado se jugaba mucho. En primer lugar que el bastión revolucionario ruso aliviara la asfixia de su aislamiento[6]. Pero también el curso mismo de la revolución, pues se comprometían destacamentos proletarios –Alemania, Austría, Hungría...– cuya contribución (por su fuerza y experiencia) resultaba determinante para el futuro de la revolución mundial. Sin embargo la primera fase de la oleada revolucionaria se salda, como hemos visto, con profundas derrotas de las que estos proletariados no conseguirán recuperarse.

En Alemania, los trabajadores secundan en Marzo de 1920 la huelga general convocada por los sindicatos contra el putsch de Kapp, para «restablecer» el Gobierno «democrático» de Scheidemann. Los trabajadores del Rhur, sin embargo, se niegan a volver a poner en el poder a quien lleva asesinados ya a 30 mil obreros, y se arman formando el Ejército Rojo del Rhur. Incluso en algunas ciudades (Duisburgo), llegan a detener a los líderes socialistas y de los sindicatos. Pero de nuevo la lucha queda aislada. A principios de abril el reconstruido ejército alemán aplasta la revuelta del Rhur.

En 1921, la burguesía alemana se dedicará a «limpiar» los reductos revolucionarios que quedan en la Alemania central, urdiendo nuevas provocaciones (el asalto de las fábricas Leuna en Mansfeld). Los comunistas del KPD, en pleno proceso de desorientación, entran al trapo ordenando la llamada «Acción de Marzo» en la que los obreros de Mansfeld, Halle..., a pesar de su heroica resistencia no pueden vencer a la burguesía, la cual, aprovechando la dispersión del movimiento, aniquilará primero a los obreros de la Alemania central, y luego a los obreros que en Hamburgo, Berlín y el Rhur se solidarizaron con ellos.

Para la lucha de la clase obrera, por esencia internacional, lo que pasa en unos países repercute en lo que sucede en otros. Por ello cuando, tras la euforia chovinista por la «victoria» en la guerra, el proletariado de Inglaterra, Francia, Italia..., se incorpore masivamente a la lucha, las sucesivas derrotas sufridas por sus hermanos de clase en Alemania, ahondarán el peso de las más nefastas mistificaciones: nacionalizaciones, «control obrero» de la producción, confianza en los sindicatos, desconfianza en el propio proletariado...

En Inglaterra estalla una durísima huelga general ferroviaria en septiembre de 1919. A pesar de la intimidación de la burguesía (barcos de guerra en la desembocadura del Támesis, soldados patrullando las calles de Londres) los obreros no ceden. Es más, los trabajadores del transporte y los de las empresas eléctricas quieren sumarse a la huelga, pero los sindicatos lo impiden. Lo mismo sucederá, cuando más tarde los mineros reclamen la solidaridad de los ferroviarios. El bonzo sindical de turno proclamará: «¿Para qué la aventura arriesgada de una huelga general?, si tenemos a nuestro alcance un medio más simple, menos costoso, y sin duda menos peligroso. Debemos mostrar a los trabajadores que el mejor camino es usar inteligentemente el poder que les ofrece la constitución más democrática del mundo y que les permite obtener todo los que desean»[7].

Como los trabajadores pudieron comprobar de inmediato, la «burguesía más democrática del mundo» contrató matones, esquiroles, reventadores de asambleas..., y desencadenó una oleada de despidos de 1 millón de obreros.

Los obreros no obstante siguieron confiando en los sindicatos. Y lo pagaron carísimo: en abril de 1921, los mineros deciden una huelga general, pero se encontrarán con que el sindicato da marcha atrás (15 de abril, que quedará en la memoria obrera como el «Viernes negro») dejando a los mineros solos y confundidos, a merced de los ataques del gobierno. Derrotados los principales destacamentos obreros la burguesía que «permite a los obreros obtener todo lo que desean» reducirá los salarios a más de 7 millones de obreros.

En Francia la agravación de las condiciones de vida obreras (sobre todo escasez de combustible y alimentos...) desata un reguero de luchas obreras a principios de 1920. Desde febrero el epicentro del movimiento es la huelga de los ferroviarios que, a pesar de la oposición sindical, acaba extendiéndose y ganando la solidaridad de trabajadores de otros sectores. Así las cosas, el sindicato CGT decide encabalgar la huelga y «apoyarla» mediante la táctica de «oleadas de asalto», o sea un día paran los mineros, otro los metalúrgicos..., de manera que la solidaridad obrera no tienda a confluir, sino a dispersarse y agonizar. El 22 de Mayo, los ferroviarios están solos y derrotados (18 mil despidos disciplinarios). Es verdad que los sindicatos están «quemados» ante los trabajadores (la afiliación cae un 60 %) pero su trabajo de sabotaje de las luchas ha dado sus frutos a la burguesía: el proletariado francés queda derrotado y a merced de las expediciones punitivas de las «ligas cívicas».

En Italia donde a lo largo de 1917-19 habían estallado formidables luchas obreras contra la guerra imperialista, y luego contra el envío de pertrechos a las tropas que combatían contra la revolución en Rusia[8], el proletariado es, sin embargo, incapaz de lanzarse al asalto del Estado burgués. En el verano de 1920, como consecuencia de la quiebra de numerosas empresas, se desata una fiebre de «ocupaciones de fábricas», que son secundadas por los sindicatos pues, en realidad, desvían al proletariado del enfrentamiento con el Estado burgués, encadenándole por el contrario al «control de la producción» en cada fábrica. Baste decir que el propio Gobierno de Giolitti advirtió a los empresarios que «no iba a emplear fuerzas militares para desalojar a los trabajadores, pues esto trasladaría la lucha de los obreros de la fábrica a la calle» (citado en M. Ferrara, Conversando con Togliatti). La combatividad obrera se pierde en esas ocupaciones de fábricas. La derrota de este movimiento, aunque en 1921 haya nuevas y aisladas huelgas en Lombardía, Venecia..., abrirá la puerta a la contrarrevolución, que en este caso toma la forma del fascismo.

También en Estados Unidos, la clase obrera sufre importantes derrotas (huelga en las minas de carbón, y en las de lignito de Alabama, así como la de los ferroviarios) en 1920. La contraofensiva capitalista impone el llamado «gremio abierto» (imposibilidad de convenios colectivos), que conlleva una reducción del 30% de los salarios.

Los últimos estertores de la oleada revolucionaria

A partir de 1921, aunque sigan mostrándose heroicos signos de combatividad obrera, la oleada revolucionaria ha entrado ya en su fase terminal. Más aún cuando el peso de las derrotas obreras lleva a los revolucionarios de la Internacional comunista a errores cada vez más graves (aplicación de la política del «frente único», apoyo a movimientos de «liberación nacional», expulsión de la Internacional de las fracciones revolucionarias de izquierda...). Esto lleva a su vez a más confusiones y bandazos que, en una dramática espiral, conducen a nuevas derrotas.

En Alemania la combatividad obrera es desviada cada vez más hacia el «antifascismo» (por ejemplo cuando la ultraderecha asesina a Erzberger, por otra parte un belicista que había pedido «arrasar» Kiel en Noviembre de 1918), o hacia el terreno nacionalista. Ante la invasión del territorio del Rhur por parte de tropas francesas y belgas en 1923, el KPD levanta la denostada bandera del «nacional-bolchevismo»: el proletariado debería defender la «patria alemana», como algo progresista, frente a las agresiones del imperialismo encarnado por las potencias de la Entente. En octubre de ese año, el Partido comunista, que ha entrado en los gobiernos de Sajonia y Turingia, decide provocar insurrecciones empezando el 20 de octubre en Hamburgo. Cuando los trabajadores de esta ciudad se lanzan a la revuelta, el KPD decide dar marcha atrás, por lo que se enfrentan solos a una cruel represión. El proletariado alemán exhausto, desmoralizado, represaliado, ha sellado su derrota. Días después, Hitler protagoniza su famoso «putsch de la cerveza»: una tentativa de pronunciamiento nazi en una cervecería de Munich, que fracasó momentáneamente (como es sabido, Hitler accedería al poder por «vía parlamentaria», diez años más tarde).

En Polonia, el proletariado que en 1920 había cerrado filas junto a su burguesía contra la invasión del Ejército rojo, recupera en 1923 su terreno de clase con una nueva oleada de huelgas. Pero el aislamiento internacional que sufre esa lucha, permite a la burguesía conservar en sus manos la iniciativa y montar toda clase de provocaciones (el incendio del polvorín de Varsovia, del que se acusa a los comunistas) para enfrentar a los trabajadores, cuando aún están dispersos. El 6 de noviembre estalla una insurrección en Cracovia contra el asesinato de dos trabajadores, pero las mentiras de los «socialistas» (que consiguen que los trabajadores les entreguen las armas) logran desorientar y desmoralizar a los trabajadores. A pesar de la oleada de huelgas en solidaridad con Cracovia que surgen en Dombrowa, Gornicza, Tarnow..., la burguesía consigue en pocos días extinguir ese levantamiento obrero. El proletariado polaco será en 1926 la carne de cañón de las peleas interburguesas entre el gobierno «filofascista», y Pilsudski al que la «izquierda» llama a apoyar como «defensor de las libertades». En España, las sucesivas oleadas de lucha serán sistemáticamente frenadas por el Partido «socialista» y la UGT, por lo que el general Primo de Rivera podrá imponer su dictadura en 1923[9].

En Gran Bretaña, tras algunos movimientos parciales y muy aislados (marchas a Londres de los parados en 1921 y 1923, o la huelga general de la construcción en 1924), la burguesía inflige la derrota final en 1926. Ante una nueva oleada de luchas de los mineros, los sindicatos organizan una «huelga general» que desconvocarán apenas 10 días más tarde, dejando solos a los mineros que volverán al trabajo en diciembre habiendo sufrido miles de despidos. Tras la derrota de esta lucha, la contrarrevolución campea en Europa.

También en esta fase de declive definitivo de la oleada revolucionaria, son derrotados los movimientos proletarios en los países de la periferia del capitalismo.

En Sudáfrica, la «Revuelta roja del Transvaal» en 1922, contra la sustitución de obreros blancos por trabajadores negros con menor salario, y que se extendió a trabajadores de ambas razas y otros sectores (minas de carbón, ferrocarril...) hasta tomar formas insurreccionales. En 1923, tropas holandesas y matones a sueldos contratados por plantadores nativos se aunaron contra la huelga ferroviaria que de Java se había extendido a Surabaj y Jemang (Indonesia).

En China, el proletariado había sido arrastrado (según la nefasta tesis de la IC de apoyo a los movimientos de «liberación nacional») a secundar las acciones de la burguesía nacionalista agrupada en torno al Kuomintang, que sin embargo no dudaba en reprimir salvajemente a los trabajadores cuando estos luchaban en su terreno de clase (por ejemplo en la huelga general de Cantón en 1925). En Febrero y Marzo de 1927, los obreros de Shangai lanzan sendas insurrecciones para preparar la entrada en la ciudad del general nacionalista Chang Kai-check. Este líder «progresista» (según la IC) no dudará, tras hacerse con la ciudad, en aliarse con comerciantes, campesinos, intelectuales y sobre todo el lumpen para reprimir a sangre y fuego la huelga general decretada por el Consejo obrero de Shangai para protestar contra la prohibición de huelgas decretada por el «libertador». Tras el horror que durante dos meses reinó en las barriadas obreras de Shangai, aún la IC llamó a apoyar al «ala izquierda» del Kuomintang, instalada en Wuhan. Esta «izquierda» nacionalista no vaciló tampoco en fusilar a aquellos obreros que con sus huelgas «irritaban a los extranjeros (...), impidiéndoles que progresaran sus intereses comerciales» (M. N. Roy, Revolución y contrarrevolución en China). Cuando, ya estando el proletariado completamente destrozado, el PC decida «pasar a la insurrección», no hará sino ahondar aún más la derrota: en la Comuna de Cantón, 2 mil obreros serán asesinados en diciembre de 1927.

Esta lucha del proletariado chino representa el dramático epílogo de la oleada revolucionaria mundial y, como analizaron los revolucionarios de la izquierda comunista, un hito decisivo en el paso de los partidos «comunistas» al campo de la contrarrevolución. Una contrarrevolución que se extendió para el proletariado mundial, como una inmensa y negra noche, a lo largo de más de 40 años, hasta el resurgir de las luchas de la clase obrera a mediados de la década de los 60.

La guerra no ofrece las condiciones más favorables para la revolución

¿Por qué fracasó esta oleada revolucionaria? Sin duda las incomprensiones que el proletariado, y los revolucionarios mismos, tenían sobre las condiciones del nuevo periodo histórico de la decadencia capitalista, pesaron decisivamente; pero no podemos olvidar cómo las propias condiciones objetivas creadas por la guerra imperialista impidieron que ese vasto océano de luchas se encauzara hacia un combate unificado. En el artículo «Las condiciones históricas de la generalización de la lucha de la clase obrera» (Revista Internacional nº 26) analizamos: «La guerra es un momento grave de la crisis del capitalismo, pero tampoco podemos dejar de lado que es también una “respuesta” del capitalismo a su crisis, un momento avanzado de su barbarie y que como tal, no actúa forzosamente en favor de las condiciones de generalización de la revolución».

Eso puede comprobarse con los hechos de esta oleada revolucionaria.

La guerra supone una sangría para el proletariado

Como explicó Rosa Luxemburg: «Pero para que el socialismo pueda llegar a la victoria, es necesario que existan masas cuya potencia resida en su nivel cultural como en su número. Y son precisamente estas masas las que son diezmadas en esta guerra. La flor de la edad viril y de la juventud, cientos de miles de proletarios cuya educación socialista, en Inglaterra y en Francia, en Bélgica, en Alemania y en Rusia, era el producto de un trabajo de agitación e instrucción de una docena de años; otros cientos de miles que mañana podían ser ganados para el socialismo; caen y mueren miserablemente en los campos de batalla. El fruto de decenas de años de sacrificios y esfuerzos de varias generaciones es aniquilado en algunas semanas; las mejores tropas del proletariado internacional son diezmadas» (Rosa Luxemburg, La crisis de la socialdemocracia).

Un alto porcentaje de los cerca de 70 millones de soldados, eran proletarios que fueron sustituidos en las fábricas por mujeres, niños, o mano de obra recién traída de las colonias, con mucha menor experiencia de lucha. En el ejército esos obreros se ven además diluidos en una masa interclasista junto a campesinos, lumpen... De ahí que las acciones de los soldados (deserciones, insubordinaciones...) aún sin beneficiar a la burguesía, no representen por sí mismas un terreno de lucha genuinamente obrero. Las deserciones en el ejército austrohúngaro, por ejemplo, fueron en gran parte motivadas por la negativa de checos, húngaros... a luchar por el emperador de Viena. Los motines en el ejército francés en 1917 no cuestionaban la guerra sino «una determinada manera de hacer la guerra» (la «ineficacia» de ciertas acciones militares...). La radicalidad y conciencia de algunas acciones de los soldados (confraternización con los soldados del «otro bando», negativa a reprimir las luchas obreras...) fueron en realidad consecuencia de las movilizaciones que se daban en retaguardia. Y cuando, tras el armisticio, se planteó que para acabar con las guerras había que destruir el capitalismo, los soldados representaron el sector más vacilante y retardatario. Por ello la burguesía alemana, por ejemplo, sobredimensionó deliberadamente el peso de los Consejos de soldados frente a los Consejos obreros.

El proletariado no «controla» la guerra

El desencadenamiento de ésta exige que el proletariado esté derrotado. Incluso allí donde el impacto de la ideología reformista que había preparado esa derrota fue menor, también en 1914 cesaron las luchas: por ejemplo en Rusia, donde en 1912-13 había una creciente oleada de huelgas.

Pero además, en el transcurso de la guerra, la lucha de clases se ve mediatizada por el rumbo de las operaciones militares. Si bien los reveses militares acentúan el descontento (por ejemplo, el fracaso de la ofensiva del ejército ruso en junio de 1917 que trajo las «jornadas de julio»), también es cierto que las ofensivas del imperialismo rival y el éxito de las propias, empujan al proletariado en brazos del «interés de la patria». Así en la primavera de 1918, en un momento trascendental para la revolución mundial (apenas meses después de la insurrección de Octubre en Rusia), se producen las últimas ofensivas militares germánicas que:
– paralizan la oleada de huelgas que desde Enero habían estallado en Alemania y Austria, con los «éxitos» de las conquistas en Rusia y Ucrania, que la propaganda militar anuncia como «la paz del pan»;
– hacen que los soldados franceses, que confraternizaban con los obreros del Loira, cerraran filas junto a su burguesía. En el verano esos mismos soldados reprimirán las huelgas.

Y lo que es aún más importante: cuando la burguesía ve su dominación de clase realmente amenazada por el proletariado, puede poner fin a la guerra, privando a la revolución de su principal estímulo. Esta cuestión que no fue comprendida por la burguesía rusa y sí fue, en cambio, captada por la más preparada burguesía alemana (y con ella el resto de la burguesía mundial). Por intensos que sean los antagonismos imperialistas entre los distintos capitales nacionales, es mucho más fuerte la solidaridad de clase entre los diferentes sectores burgueses para enfrentar al proletariado.

De hecho tras el armisticio, la sensación de alivio que éste generó en los trabajadores debilitó su lucha (como veíamos en Alemania) pero, en cambio, reforzó el peso de las mistificaciones burguesas. Presentando la guerra imperialista como una «anomalía» en el funcionamiento del capitalismo (la «Gran Guerra» iba ser la «última guerra») pretendían convencer a la clase obrera de que la revolución no era necesaria ya que «todo volvía a ser como antes». Esa sensación de «vuelta a la normalidad» reforzó a los instrumentos de la contrarrevolución: los partidos «socialistas» y su «paso gradual al socialismo», los sindicatos y sus mistificaciones («control obrero de la producción», nacionalizaciones...).

La guerra rompe la generalización de las luchas

Por último, la guerra imperialista rompe la generalización de las luchas al fragmentar la respuesta obrera entre los países vencedores y los vencidos. En éstos, el gobierno queda sin duda debilitado por la derrota militar, pero el desmoronamiento del régimen no significa, necesariamente, reforzamiento del proletariado. Así tras la caída del imperio austro-húngaro, el proletariado de las «nacionalidades oprimidas» fue arrastrado a la lucha por la «independencia» de Checoslovaquia, Hungría, Yugoslavia...[10]. Los obreros húngaros que el 30 de octubre tomaron Budapest, la huelga general en Eslovaquia en Noviembre de 1918... fueron desviados al terreno podrido de la «liberación nacional». En Galitzia (entonces Austria) lo que durante años habían sido movimientos contra la guerra, dejan paso a manifestaciones «por la independencia de Polonia y ¡la victoria militar sobre Alemania!». En su tentativa insurreccional de noviembre de 1918, el proletariado de Viena luchará prácticamente sólo.

En los países vencidos, la revuelta es más rápida pero también más a la desesperada y por tanto dispersa y desorganizada. La furia de los proletarios de los países vencidos, al quedar aislada de la lucha de los obreros de los países vencedores, puede ser finalmente desviada hacia el «revanchismo» como se puso de manifiesto en Alemania en 1923, tras la invasión del Rhur por tropas franco-belgas.

En los países vencedores, en cambio, la combatividad obrera se ve postergada por la euforia chovinista de la victoria[11], por lo que las luchas se reanudarán más lentamente, como si los trabajadores esperaran los «dividendos de la victoria»[12]. Sólo cuando tales ilusiones se desvanecieron ante la crudeza de las condiciones de posguerra (en especial, cuando a partir de 1920, el capitalismo entra en una fase de crisis económica) los obreros de Francia, Inglaterra, Italia..., entrarán masivamente en lucha. Para entonces, como hemos visto, el proletariado de los países vencidos ha sufrido derrotas decisivas. La fragmentación de la respuesta obrera entre países vencedores y vencidos, permite además a la burguesía mundial coordinar el conjunto de sus fuerzas, en apoyo de aquellas fracciones que en cada momento se encuentran en primera línea de la guerra contra el proletariado. Como ya Marx denunciara ante el aplastamiento de la Comuna de París: «El hecho sin precedente de que en la guerra más tremenda de los tiempos modernos, el ejército vencedor y el vencido confraternicen en la matanza común del proletariado (...) La dominación de clase ya no se puede disfrazar bajo el uniforme nacional, todos los gobiernos nacionales son uno solo contra el proletariado» (Marx, La Guerra civil en Francia).

Los ejemplos no faltan:
– Ya incluso antes del final de la guerra, los países de la Entente hicieron la vista gorda cuando las tropas alemanas aplastaron en marzo de 1918 la revolución obrera en Finlandia, o en septiembre de 1918 la revuelta del ejército búlgaro en Vladai;
– Frente a la revolución alemana, fue el propio presidente Wilson (USA) quien impuso al Káiser la entrada de los «socialistas» en el gobierno como única fuerza capaz de enfrentarse a la revolución. Poco después, la Entente entregaba 5000 ametralladoras al gobierno alemán para aplastar las revueltas obreras. Y en marzo de 1919, el ejército de Noske se moverá, con el pleno consentimiento de Clemenceau, por la «zona desmilitarizada» del Rhur, para aplastar uno tras otro los focos revolucionarios.
– Desde finales de 1918, funcionaba en Viena un centro coordinador de la contrarrevolución, al mando del siniestro coronel inglés Cunningham que coordinó, por ejemplo, la acción contrarrevolucionaria de las tropas checas y rumanas en Hungría. Cuando el ejército de los Consejos húngaros intentó en julio de 1919, una acción militar en el frente rumano, las tropas de este país estaban preparadas, pues los «socialistas» húngaros habían ya comunicado esta operación al «centro antibolchevique» de Viena.
– Y junto a la colaboración militar, el chantaje de la «ayuda humanitaria» que llegaba de la Entente, (especialmente de EE UU), a condición de que el proletariado aceptara sin protestar la explotación y la miseria. Cuando en marzo de 1919, los Consejos húngaros llamaron a los obreros austriacos a que entraran en lucha junto a ellos, el «revolucionario» F. Adler les contesta: «Ustedes nos han llamado a seguir su ejemplo. Lo haríamos de todo corazón y de buena gana, pero lamentablemente no podemos. En nuestro país no quedan alimentos. Nos hemos convertido por completo en esclavos de la Entente» (Arbeiter-Zeitung, 23/3/1919).

Como conclusión podemos pues afirmar que, a diferencia de lo que pensaron muchos revolucionarios[13], la guerra no crea las condiciones favorables para la generalización de la revolución. Ello no significa, en manera alguna, que seamos «pacifistas» como nos tachan los grupos revolucionarios bordiguistas. Al contrario, defendemos como Lenin que «la lucha por la paz, sin acción revolucionaria es una frase hueca y mentirosa». Es precisamente nuestra responsabilidad de vanguardia en esa lucha revolucionaria, lo que nos exige sacar lecciones de las experiencias obreras, y afirmar[14], que el movimiento de luchas contra la crisis económica del capitalismo (como el iniciado desde finales de los años 60), podrá parecer menos «radical», más tortuoso y contradictorio, pero establece una base material mucho más firme para la revolución mundial del proletariado:
– La crisis económica afecta a todos los países sin excepción. Independientemente del grado de devastación que la crisis pueda causar en los diferentes países, lo bien cierto es que no hay «vencedores» y «vencidos», como tampoco «neutrales».
– A diferencia de la guerra imperialista, que puede ser detenida por la burguesía ante el riesgo de una revolución obrera, el capitalismo mundial no puede detener la crisis económica, ni evitar lanzar ataques cada vez más brutales contra los trabajadores.

Resulta muy significativo, que esos mismos grupos que nos tildan de «pacifistas», muy a menudo menosprecien las luchas obreras contra la crisis económica.

El papel decisivo de las principales concentraciones obreras

Cuando el proletariado tomó el poder en Rusia, los mencheviques y con ellos el conjunto de «socialistas» y centristas, denunciaron el «aventurerismo» de los bolcheviques, pues Rusia sería un país «atrasado» que no estaría maduro para la revolución socialista. Fue precisamente la justa defensa del carácter proletario de la Revolución de Octubre, lo que llevó a los bolcheviques a explicar la «paradoja» del surgimiento de la revolución mundial a partir de la lucha de un proletariado «atrasado» como el ruso[15], mediante la errónea tesis de que la cadena del imperialismo mundial se rompería antes por sus eslabones más frágiles[16]. Pero un análisis de la oleada revolucionaria permite rebatir desde una base marxista, tanto la patraña de que el proletariado de los países del Tercer Mundo no estaría preparado para la revolución socialista, como su aparente «antítesis» según la cual disfrutaría de mayores facilidades.

1. Precisamente la Iª Guerra mundial marca  el hito histórico de la entrada del capitalismo en su fase de decadencia. Es decir, que las premisas de la revolución proletaria (desarrollo suficiente de las fuerzas productivas, y también de la clase revolucionaria enterradora de la sociedad moribunda) estaban ya dadas, a nivel mundial.

El hecho de que la oleada revolucionaria se extendiese a todos los rincones del planeta y que, en todos los países, las luchas obreras enfrentaran la acción contrarrevolucionaria de todas las fracciones de la burguesía, pone claramente de manifiesto que el proletariado (independientemente del grado de desarrollo que hubiera alcanzado en cada país) no tiene tareas diferentes en Europa y en el llamado Tercer Mundo. No existe pues, un proletariado «listo» para el socialismo (en los países avanzados) y un proletariado «inmaduro para la revolución» que aún debería atravesar la «fase democrático-burguesa».

Precisamente la oleada revolucionaria internacional que estamos analizando, muestra cómo los obreros de la atrasada Noruega descubren que: «Las reivindicaciones de los trabajadores no pueden ser satisfechas por medios parlamentarios, sino por las acciones revolucionarias de todo el pueblo trabajador» (Manifiesto del Consejo Obrero de Cristianía en Marzo de 1918); cómo los obreros de las plantaciones indonesias, o los de las favelas de Río, construyen Consejos Obreros; cómo los trabajadores beréberes se unen a los trabajadores europeos emigrados, y contra la burguesía «nacionalista» en una huelga general en los puertos de Argelia en 1923...

Proclamar hoy, como hacen algunos grupos del medio revolucionario, que el proletariado de esos países atrasados, a diferencia de los de los países adelantados, deberían construir sindicatos, o apoyar la revolución «nacional» de las fracciones «progresistas» de la burguesía, equivale a tirar por la borda las lecciones de las derrotas sangrientas sufridas por esos proletarios a manos de la alianza de todas las fracciones («progresistas» y reaccionarias) de la burguesía, o de unos sindicatos (incluso en sus variantes más radicales, como los sindicatos anarquistas en Argentina) que en el centro y en la periferia del capitalismo, demostraron haberse convertido en agentes antiobreros del Estado capitalista.

2. Sin embargo que el conjunto del capitalismo, y por tanto del proletariado mundial, estén «maduros» para la revolución socialista, no significa que la revolución mundial pueda empezar en cualquier país, o que la lucha de los trabajadores de los países más atrasados del capitalismo tengan la misma responsabilidad, el mismo carácter determinante, que los combates del proletariado de los países más avanzados. Precisamente la oleada revolucionaria de 1917-23 demuestra contundentemente que la revolución sólo podrá, en el porvenir, partir del proletariado de los capitalismos más desarrollados, es decir de aquellos destacamentos de la clase obrera que por su peso en la sociedad, por la experiencia histórica acumulada en años de combates contra el Estado capitalista y sus mistificaciones, juegan un papel central y decisivo en la confrontación mundial entre proletariado y burguesía.

Al calor de la lucha del proletariado de esos países más desarrollados, los trabajadores forman Consejos Obreros hasta en Turquía (donde en 1920 existirá un grupo espartaquista), Grecia, incluso en Indonesia, Brasil... En Irlanda (un proletariado que Lenin creía erróneamente, debía aún luchar por la «liberación nacional»), el influjo de la oleada revolucionaria abrió un luminoso paréntesis, cuando los trabajadores en vez de luchar junto a la burguesía irlandesa por su «independencia» de Gran Bretaña, lucharon en el terreno del proletariado internacional. En el verano de 1920 surgieron Consejos Obreros en Limerick, y estallaron revueltas de jornaleros en el oeste de país, soportando la represión tanto de las tropas inglesas, como del IRA (cuando ocupaban las haciendas de los terratenientes nativos).

Cuando la burguesía consigue derrotar a los batallones obreros decisivos en Alemania, Francia, Inglaterra, Italia..., la clase obrera mundial quedará decisivamente debilitada, y las luchas obreras en los países de la periferia capitalista no podrán invertir el curso de la derrota del proletariado mundial. Las enormes muestras de coraje y combatividad que dieron los obreros en América, Asia..., privados de la contribución de los batallones centrales de la clase obrera, se perderán como hemos visto en gravísimas confusiones (como por ejemplo en la insurrección en China) que les conducirán inevitablemente a la derrota. En los países donde el proletariado es más débil, sus escasas fuerzas y experiencia, se enfrentan, sin embargo, a la acción combinada de las burguesías que tienen más experiencia en su lucha de clases contra el proletariado[17].

Por todo ello, el eslabón clave donde se jugaba el porvenir de la oleada revolucionaria era Alemania, cuyo proletariado representaba un auténtico faro para los trabajadores del mundo entero. Pero en Alemania, el proletariado más desarrollado y también más consciente, se enfrentaba, lógicamente, a la burguesía que había acumulado una vasta experiencia de confrontaciones contra el proletariado. Baste ver la «potencia» del aparato específicamente antiobrero del Estado capitalista alemán: un partido «socialista» y unos sindicatos que se mantuvieron en todo momento organizados y coordinados para sabotear y aplastar la revolución.

Por todo ello, para hacer posible la unificación mundial del proletariado, hay que superar las mistificaciones más refinadas de la clase enemiga, hay que enfrentarse a los aparatos antiobreros más potentes. Hay que derrotar, en definitiva, a la fracción más fuerte de la burguesía mundial. Y esto sólo está al alcance de los destacamentos más desarrollados y experimentados de la clase obrera mundial.

Tanto la tesis de que la revolución debería surgir necesariamente de la guerra, como la del «eslabón más débil», fueron errores de los revolucionarios de aquel periodo en su deseo de defender la revolución proletaria mundial. Estos errores, sin embargo, fueron convertidos en dogmas por la contrarrevolución triunfante tras la derrota de la oleada revolucionaria, y hoy desgraciadamente forman parte del «cuerpo de doctrina» de los grupos bordiguistas.

La derrota de la oleada revolucionaria del proletariado de 1917-23 no significa que la revolución proletaria sea imposible. Al contrario, casi 80 años después, el capitalismo ha demostrado, guerra tras guerra, barbarie tras barbarie, que no puede salir del atolladero histórico de su decadencia. Y el proletariado mundial ha superado la noche de la contrarrevolución inaugurando, a pesar de sus limitaciones, un nuevo curso hacia los enfrentamientos de clase, hacia una nueva tentativa revolucionaria. En ese nuevo asalto mundial al capitalismo la clase obrera necesitará, para triunfar, apropiarse de las lecciones de lo que constituye su principal experiencia histórica. Es responsabilidad de sus minorías revolucionarias abandonar el dogmatismo y el sectarismo, para poder discutir y clarificar el necesario balance de esa experiencia.

Etsoem

 

[1] La retirada alemana de sus posiciones en Francia y Bélgica costó, entre agosto y noviembre, 378 mil hombres a Gran Bretaña y 750 mil a Francia.

[2] La derrota del proletariado en 1914 era sólo ideológica y no física, por lo que de inmediato volvieron las huelgas, las asambleas, la solidaridad... En 1939 en cambio, la derrota es completa, física (tras el aplastamiento de la oleada revolucionaria), e ideológica (antifascismo).

[3] Cattaro, hoy Kotor, puerto de Montegnegro en Yugoslavia. Ver «Del austromarxismo al austrofascismo» en Revista Internacional nº 10.

[4] Ver «Hace 70 años, la revolución en Alemania» en la Revista internacional nº 55 y 56.

[5] Vacilaciones que alcanzaron lamentablemente también a los revolucionarios. Ver el folleto La Izquierda comunista germano-holandesa.

[6] Ver «El aislamiento es la muerte de la revolución» en la Revista internacional nº 75.

[7] Citado por Edouard Dolléans en Historia del movimiento obrero.

[8] Ver «Revolución y contrarrevolución en Italia» en Revista internacional nº 2 y 3.

[9] El proletariado español no resultó sin embargo aplastado: de ahí sus formidables luchas en los años 30. Ver nuestro folleto Franco y la República masacran al proletariado.

[10] Ver «Balance de 70 años de “liberación nacional”» en Revista Internacional nº 66.

[11] Sólo en la parte «vencida» de Francia (Alsacia y Lorena) se produjeron, en noviembre de 1918, huelgas importantes (ferrocarriles, mineros) y Consejos de soldados.

[12] El capitalismo más débil que pierde la guerra, es también el que la inició, lo que permite a la burguesía reforzar el chovinismo con campañas sobre las «reparaciones de guerra».

[13] Incluso grupos revolucionarios que trazaron un balance muy serio y lúcido de la oleada revolucionaria, como es el caso de nuestros antecesores de la Izquierda Comunista de Francia, erraron en esta cuestión, lo que les llevó a esperar una nueva oleada revolucionaria, tras la IIª Guerra mundial.

[14] Ver el citado artículo de la Revista internacional nº 26.

[15] En nuestro folleto La revolución rusa, comienzo de la revolución mundial, mostramos que ni Rusia era un país tan atrasado (5ª potencia industrial del mundo) ni el hecho de que se avanzara respecto al resto del proletariado puede atribuirse a ese supuesto «atraso» del capitalismo ruso, sino a que la revolución surgiera de la guerra, y que la burguesía mundial no pudiera acudir en ayuda de la burguesía rusa (como tampoco pudo hacerlo en 1918-1920 durante la «guerra civil») junto a la ausencia de amortiguadores sociales (sindicatos, democracia...) del zarismo.

[16] Hemos expuesto nuestra crítica a esta «teoría del eslabón más débil» en «El proletariado de Europa Occidental en el centro de la lucha de clases» y en «A propósito de la crítica de la teoría del eslabón más débil» (Revista Internacional nº 31 y 37 respectivamente).

[17] Cómo se vio ya en la propia revolución rusa (ver artículo en la Revista internacional nº 75), cuando las burguesías francesa, inglesa y norteamericana emprendieron coordinadamente una acción contrarrevolucionaria. También en China, las «democracias» occidentales apoyaron financiera y militarmente primero a los «señores de la guerra» y luego a líderes del Kuomintang.

Series: 

  • Rusia 1917 [6]

Historia del Movimiento obrero: 

  • 1917 - la revolución rusa [7]

desarrollo de la conciencia y la organización proletaria: 

  • Tercera Internacional [8]

Guy Debord - La segunda muerte de la Internacional situacionista

  • 9070 reads

Guy Debord

La segunda muerte de la Internacional situacionista

Guy Debord se ha suicidado el 30 de noviembre de 1994. En Francia, en donde residía, toda la prensa ha hablado de ese suicidio, pues, aunque siempre haya limitado sus apariciones en público, Debord era un personaje conocido. Su fama no la debía a las «obras» producidas en el «oficio» que le atribuyeron los media, o sea cineasta, cuyas obras han tenido siempre una difusión limitada, sino en tanto que escritor (La sociedad del espectáculo, 1967) y sobre todo como fundador y principal animador de la Internacional situacionista (IS). En tanto que organización revolucionaria, lo que nos interesa es este último aspecto de la vida de Guy Debord, en la medida en que la IS, aunque haya desaparecido hace más de 20 años, tuvo en sus tiempos cierta influencia en grupos y elementos que se orientaban hacia posiciones de clase.

No vamos a exponer aquí una historia de la IS, ni hacer la exégesis de los 12 números de su revista publicada entre 1958 y 1969. Nos conformaremos con recordar que la IS no nació como verdadero movimiento político, sino como movimiento cultural que reunía a unos cuantos «artistas» (pintores, arquitectos, etc.) procedentes de diferentes tendencias (Internacional Letrista, Movimiento para un Bauhaus imaginista, Comité psicogeográfico de Londres, etc.) y que se proponían hacer una crítica «revolucionaria» del arte tal y como existe en la sociedad actual. Así es como, en el primer número de la revista de la IS (junio del 58), se reproduce un Llamamiento distribuido con ocasión de una asamblea general de críticos de arte internacionales en el cual se puede leer: «Disolveos, pedazos de críticos de arte, críticos de fragmentos de arte. Ahora, en donde se organiza la actividad artística unitaria del porvenir es en la Internacional situacionista . Nada os queda por decir. La Internacional situacionista os dejará sin lugar. Os reduciremos a morir de hambre».

Hay que notar que aunque la IS se reivindique de una revolución radical, piensa que es posible organizar en el seno mismo de la sociedad capitalista «la actividad artística del porvenir». Más aún: esta actividad se concibe como una especie de estribo hacia esa revolución, puesto que «elementos de una vida nueva deben estar ya gestándose entre nosotros -en el terreno de la cultura-, y nos incumbe servirnos de ellos para hacer apasionante el debate» («Los situacionistas y la automación», Asger Jorn, IS nº 1). El autor de estas líneas era un pintor danés relativamente célebre.

El tipo de preocupaciones qua animaba a los fundadores de la IS revelaba que no se trataba de una organización que expresara un esfuerzo de la clase obrera hacia su toma de conciencia, sino de una manifestación de la pequeña burguesía intelectual radicalizada. Por eso resultaban tan confusas las posiciones propiamente políticas de la IS por mucho que se reivindicaran del marxismo y rechazaran el estalinismo y el trotskismo. Y es así como, en el anexo del número 1 de la publicación, se puede leer una toma de posición sobre el golpe de Estado del 13 de mayo del 1958 en el cual el ejército francés basado en Argelia se levantó contra el poder del gobierno de París: se habla del «pueblo francés», de las «organizaciones obreras» para designar a los sindicatos y a los partidos de izquierdas, etc. Dos años más tarde, vuelve a encontrarse un tono tercermundista en el número 4 de la revista: «Saludamos en la emancipación de los pueblos colonizados y subdesarrollados, realizada por ellos mismos, la posibilidad de ahorrarse los estadios intermedios que se han recorrido en otras partes, tanto en la industrialización como en la cultura, y la posibilidad de disfrutar de una vida liberada por completo» («La caída de París», IS nº 4). Unos meses después, Debord es uno de los 121 firmantes (artistas e intelectuales, sobre todo) de la Declaración sobre el derecho a la insumisión en la guerra de Argelia, en la cual se puede leer: «La causa del pueblo argelino, que está contribuyendo de manera decisiva a desmoronar el sistema colonial es la causa de todos los hombres libres». La IS número 5 reivindica colectivamente este acto sin la menor crítica sobre las concesiones hacia la ideología democrática y nacionalista que contiene la Declaración.

Nuestro propósito, aquí, no es disparar sobre la ambulancia IS, o mejor dicho, echar más tierra sobre su ataúd. Pero es importante que quede claro, particularmente para quienes hayan sido influenciados por las posiciones de esta organización, que se exageró mucho su fama de «radicalismo», su intransigencia y su rechazo de cualquier compromiso. En realidad, le costó muchísimo a la IS liberarse de las aberraciones políticas de sus orígenes en particular de las concesiones hacia las concepciones izquierdistas o anarquistas. Progresivamente, va a ir acercándose a las posiciones comunistas de izquierda, de hecho las del consejismo, al mismo tiempo que las páginas de su publicación van dejando más espacio a las cuestiones políticas en detrimento de las divagaciones «artísticas». Será Debord, quien había estado durante algún tiempo estrechamente vinculado al grupo que publicaba Socialisme ou Barbarie (Socialismo o Barbarie, SoB), el que va a impulsar esa evolución. Así es como en julio de 1960, publica un documento, «Preliminares para una definición de la unidad del programa revolucionario», en compañía de P. Canjuers, miembro de SoB. Sin embargo, SoB, que durante un tiempo inspira la evolución de la IS, también representa una corriente política muy confusa. Procedente de una escisión tardía (1949) de la IVª Internacional trotskista, esta corriente jamás conseguirá romper el cordón umbilical con el trotskismo y acercarse a las posiciones de la Izquierda comunista. Tras haber engendrado a su vez varias escisiones que harán surgir el Groupe de liaison pour l’action des travailleurs (Grupo de enlace para la acción de los trabajadores), la revista Information et Correspondance ouvrières (información y correspondencia obreras) y el grupo Pouvoir ouvrier (poder obrero), SoB acabará su trayectoria bajo al alta autoridad de Cornelius Castoriadis (quien a principios de los 80 apoyará las campañas reaganianas sobre la presunta «superioridad militar de la URSS») en un cenáculo de intelectuales que rechaza explícitamente el marxismo.

La gran confusión de las posiciones políticas de la IS se nota una vez más en el 66, cuando trata de tomar posición sobre el golpe de Estado militar de Bumedian en Argelia; lo único que consigue, es defender de manera «radical» la autogestión (es decir la vieja receta anarquista de origen prudhoniano que lleva a la participación de los obreros en su propia explotación): «el único programa de los elementos socialistas argelinos consiste en la defensa del sector autoadministrado, no solo tal como es ahora, sino como debe ser... La única manera de lanzarse al asalto revolucionario contra el régimen actual es basándose en la autogestión mantenida y radicalizada. La autogestión ha de ser la única solución frente a los misterios del poder en Argelia, y ha de saber que sólo ella es la solución» (IS nº 10, marzo del 66). E incluso en 1977, en el nº 11 de su revista, la cual contiene, sin embargo, las posiciones políticas más claras, la IS sigue cultivando la ambigüedad sobre ciertos puntos, en particular sobre las presuntas luchas de «liberación nacional». Se puede ver que junto a una vigorosa denuncia del tercermundismo y de los grupos izquierdistas que lo promueven, la IS acaba haciendo concesiones al mismo tercermundismo: «Está claro que hoy resulta imposible buscar una solución revolucionaria en la guerra del Vietnam. Se trata ante todo de acabar con la agresión norteamericana, para dejar que se desarrolle, de manera natural, la verdadera lucha social de Vietnam, es decir permitir que los obreros vietnamitas se enfrenten con sus enemigos del interior, la burocracia del Norte y todas las capas pudientes y dirigentes del Sur» (...).

«Solo un movimiento revolucionario árabe resueltamente internacionalista y antiestatalista, podrá a la vez disolver al Estado de Israel y tener a su lado a la masa de sus explotados. Solo así, con este mismo proceso, podrá disolver todos los Estados árabes existentes y crear la unificación árabe mediante el poder de los consejos» («Dos guerras locales», IS nº 11).

De hecho las ambigüedades que siempre arrastró la IS, especialmente sobre esa cuestión, permiten explicar el éxito que tuvo en una época en que las ilusiones tercermundistas eran muy fuertes en el seno de la clase obrera y sobre todo en el ámbito estudiantil e intelectual. No se trata de decir que la IS reclutó sus adeptos gracias a sus concesiones al tercermundismo, sino de considerar que si la IS hubiera sido perfectamente clara sobre la cuestión de las pretendidas «luchas de liberación nacional», probablemente muchos de sus admiradores de entonces se hubieran apartado de ella ([1]).

Otra razón del «éxito» de la IS en el medio de los intelectuales y de los estudiantes consiste, claro está, en que su crítica iba dirigida en prioridad contra los aspectos ideológicos y culturales del capitalismo. Para ella, la sociedad actual es la del «espectáculo», lo cual es un término nuevo para designar el capitalismo de Estado, es decir un fenómeno del período de decadencia del capitalismo ya analizado por los revolucionarios: la omnipresencia del Estado capitalista en todas las esferas del cuerpo social, incluida la esfera cultural. Igualmente, aunque la IS afirme muy claramente que sólo el proletariado constituye una fuerza revolucionaria en la sociedad actual, la definición que da de esta clase permite a la pequeña burguesía intelectual rebelde considerarse como parte de esa clase y por consiguiente considerarse como una fuerza «subversiva»: «Según la realidad que se está esbozando actualmente, se podrá considerar como proletarios a las personas que no tienen posibilidad alguna de modificar el espacio-tiempo social que la sociedad le asigna para consumir...» («Dominación de la naturaleza, ideología y clases», IS nº 8). Y la visión típicamente pequeñoburguesa de la IS sobre esta cuestión se ve confirmada por su análisis, próximo al de Bakunin, del «lumpen proletariado»; éste se vería destinado a constituir una fuerza para la revolución, puesto que «... el nuevo proletariado tiende a definirse negativamente como “Frente contra el trabajo forzado” en el cual se encuentran reunidos todos aquellos que resisten a la recuperación por el poder» («Trivialidades de base», IS nº 8).

Lo que más les gusta a los elementos rebeldes de la intelligentsia son los métodos empleados por la IS para su propaganda: el sabotaje espectacular de las manifestaciones culturales y artísticas o la reutilización de historietas y fotonovelas (por ejemplo a una pin-up desnuda se le hace decir el famoso lema del movimiento obrero «La emancipación será obra de los trabajadores mismos»). Igualmente, los lemas situacionistas tienen un gran éxito en esa capa social: «Vivir sin tiempos muertos y gozar sin trabas», «Exijamos lo imposible», «Tomemos nuestros deseos por realidades». La idea de aplicar de inmediato las tesis situacionistas sobre la «crítica de la vida cotidiana» no expresa sino el inmediatismo de una capa social sin porvenir, la pequeña burguesía. Para terminar, un folleto escrito por un situacionista en 1967, De la miseria en el medio estudiantil, en el cual se presenta a los estudiantes como los seres más despreciables del mundo junto con los curas y los militares, contribuye a la notoriedad de la IS en una capa de la población cuyo masoquismo va parejo a su ausencia de papel que desempeñar en la escena social e histórica.

Los acontecimientos de mayo del 68 en Francia, el país en donde la IS ha tenido mayor eco, fueron una especie de hito en el movimiento situacionista: las consignas situ cubren las paredes; en los media, el término «situacionista» es sinónimo de «revolucionario radical»; el primer comité de ocupación de la Sorbona se compone en buena parte de miembros o simpatizantes de la IS. Esto no ha de sorprender. Efectivamente, aquellos acontecimientos fueron a la vez las últimas hogueras de las revueltas estudiantiles que habían empezado en 1964 en California, y el inicio magistral de la reanudación histórica del proletariado tras cuatro décadas de contrarrevolución. La simultaneidad de ambos fenómenos y el hecho de que la represión del Estado contra la revuelta estudiantil fuera el fulminante del movimiento de huelgas masivo cuyas condiciones habían madurado con los primeros ataques de la crisis económica, permitió a los situacionistas expresar los aspectos más radicales de esa revuelta, a la vez que tenían cierto impacto sobre algunos sectores de la clase obrera que empezaban a rechazar las estructuras burguesas de encuadramiento o sea los sindicatos y los partidos de izquierdas e izquierdistas.

Sin embargo, la reanudación de la lucha de clases que provocó la aparición y el desarrollo de toda una serie de grupos revolucionarios, entre los cuales nuestra propia organización, firmó la sentencia de muerte de la IS. La IS fue incapaz de comprender el significado verdadero de los combates del 68. Convencida de que los obreros no se habían levantado contra los primeros ataques de una crisis abierta y sin salida de la economía capitalista, sino contra el «espectáculo», la IS escribe la grandiosa necedad de que: «la erupción revolucionaria no proviene de una crisis económica... Lo que se ha atacado de frente en Mayo, es la economía capitalista en buen funcionamiento» (Enragés et situationnistes dans le mouvement des occupations, libro escrito por el situacionista René Viénet) ([2]). Con semejante visión, no ha de extrañar que la IS haya acabado creyéndose, en pleno ataque de megalomanía, que: «La agitación desencadenada en enero del 68 en Nanterre por cuatro o cinco revolucionarios que iban a formar el grupo de los “Enragés” (influenciado por las ideas situacionistas), iba a provocar cinco meses después la práctica liquidación del Estado» (ídem). A partir de entonces, la IS va a entrar en un período de crisis que acabará desembocando en su propia liquidación en 1972.

Si la IS pudo tener un impacto antes y durante los acontecimientos del 68 sobre los elementos que se iban acercando hacia posiciones de clase, fue debido a la desaparición o la esclerosis de las corrientes comunistas del pasado, durante el período de contrarrevolución. En cuanto se formaron. gracias al impulso de 1968, organizaciones que se vinculaban a la experiencia de estas corrientes, y una vez enterrada la revuelta estudiantil, ya no quedó sitio para la IS. Su autodisolución era la conclusión lógica de su quiebra, de la trayectoria de un movimiento que al negarse a relacionarse firmemente con las fracciones comunistas del pasado, no podía tener porvenir alguno. El suicidio de Guy Debord ([3]), probablemente, forma parte de esa misma lógica.

Fabienne

 

[1] La mejor prueba de la falta de rigor (por no decir otra cosa) de la IS, la da la propia persona que a quien se le había encargado exponer las tesis sobre el tema (ver «Contribuciones para rectificar ante la opinión pública acerca de la revolución en los países subdesarrollados», IS nº 11), Mustafá Khayati, quien se alistó poco después en las filas del Frente Popular Democrático de Liberación de Palestina, sin que esto provocara su exclusión inmediata de la IS, puesto que él fue quien dimitió. En su Conferencia de Venecia, en septiembre del 69, la IS se contentó con aceptar esa dimisión, argumentando que no aceptaba la «doble pertenencia». En resumen, a la IS le daba igual que Khayati se hiciera miembro de un grupo consejista como ICO o que se alistara en un ejército burgués (¿y por qué no en la policía?).

[2] En una polémica contra nuestra publicación en Francia, la IS escribe: «en cuanto a los restos del viejo ultraizquierdismo no trotskista, necesitaban al menos una gran crisis económica. Esta era la condición necesaria para cualquier movimiento revolucionario, y no veían llegar nada. Ahora que han reconocido una crisis revolucionaria en Mayo, tienen que demostrar la existencia en la primavera del 68, de esa crisis económica “invisible”. Sin miedo al ridículo, publican esquemas sobre el aumento del desempleo y de los precios. Así pues, para ellos, la crisis económica ya no es esa realidad objetiva, terriblemente evidente, que fue tan vivida y descrita hasta 1929, sino una especie de presencia eucarística, que sostiene su religión» (IS no 12, p. 6). Si esa crisis resultaba «invisible» para la IS, no lo era para nuestra corriente, puesto que nuestra publicación en Venezuela (la única que existía entonces), Internacionalismo, le dedicó un artículo en enero del 68.

[3] Eso, en caso de que se haya suicidado. Podría también considerarse otra hipótesis, pues su amigo Gérard Lebovici fue asesinado en 1984.

Los 20 años de la CCI. Construcción de la Organización Revolucionaria.

  • 9520 reads

Hace 20 años, en enero de 1975, se formó la Corriente Comunista Internacional. Es una edad importante para una organización internacional del proletariado si tomamos en cuenta que la AIT no vivió más que 12 años (1864-1876), la Internacional Socialista 25 años (1889-1914) y la Internacional comunista 9 años (1919-1928). Evidentemente, no pretendemos decir que nuestra organización haya desempeñado un papel equiparable al de las Internacionales obreras. Sin embargo, la experiencia de estos veinte años de existencia de la CCI pertenece plenamente al proletariado, del cual nuestra organización es una expresión por las mismas razones que las Internacionales del pasado y que las demás organizaciones que defienden hoy en día los principios comunistas. Por eso, es nuestro deber, y este aniversario nos da la ocasión, el proponer al conjunto de nuestra clase algunas de las lecciones que nosotros sacamos de estas dos décadas de combate.

Cuando comparamos a la CCI con las organizaciones que han marcado la historia del movimiento obrero, especialmente las Internacionales, puede embargarnos una cierta sensación de vértigo: mientras que millones o decenas de millones de obreros pertenecían, o estaban influenciados por estas organizaciones, la CCI es conocida en el mundo por una ínfima minoría de la clase obrera. Esta situación, que es hoy la que también conocen todas las demás organizaciones revolucionarias, si bien nos hace ser modestos, no es para nosotros, sin embargo, motivo de subestimación del trabajo desarrollado, y mucho menos de desaliento. La experiencia histórica del proletariado, desde que esta clase ha aparecido como actor en la escena social, hace ya siglo y medio, nos ha enseñado que los períodos en los que las posiciones revolucionarias han ejercido una influencia real sobre las masas obreras son relativamente reducidos. Apoyándose interesadamente en esta realidad, los ideólogos de la burguesía han pregonado que la revolución proletaria es pura utopía porque la mayoría de los obreros no la creen necesaria o posible. Este fenómeno, que ya era sensible cuando existían partidos obreros de masas, a finales del siglo pasado y principios del siglo XX, se amplificó tras la derrota de la oleada revolucionaria que surgió durante y después de la Iª Guerra mundial.

Después de que la clase obrera hiciera temblar a la burguesía mundial, ésta tomó su revancha y le hizo sufrir la más larga y profunda contrarrevolución de su historia. Y fueron precisamente las organizaciones que la clase había creado para su combate, tanto los sindicatos como los partidos socialistas y comunistas, las que constituyeron, pasándose al campo burgués, la punta de lanza de esa contrarrevolución. Los partidos socialistas, en su inmensa mayoría, estaban ya al servicio de la burguesía durante la guerra, llamando a los obreros a participar en la «Unión nacional», e incluso participando, en ciertos países, en los gobiernos que desencadenaron la carnicería imperialista. Después, cuando la oleada revolucionaria se desarrolló, durante y después de la revolución de Octubre de 1917 en Rusia, estos mismos partidos fueron los ejecutores de grandes obras para la burguesía, bien saboteando deliberadamente el movimiento, como en Italia en 1920, bien haciendo directamente el papel de «perro sangriento» poniéndose a la cabeza de la matanzas de los obreros y los revolucionarios, como en Alemania en 1919. A continuación, los partidos comunistas, que se formaron en torno a las fracciones de los partidos socialistas que habían rechazado la guerra imperialista, partidos que se sumaron a la oleada revolucionaria adhiriéndose a la Internacional comunista (fundada en marzo de 1919), siguieron el mismo camino que sus predecesores socialistas. Arrastrados por la derrota de la revolución mundial y por la degeneración de la revolución en Rusia, acabaron a lo largo de los años 30 en el campo capitalista para acabar siendo, en nombre del antifascismo y la «defensa de la patria socialista», los mejores banderines de enganche para la IIª Guerra mundial. Principales artesanos de los movimientos de «resistencia» contra los ejércitos ocupantes de Alemania y Japón, continuaron su sucia labor encuadrando ferozmente a los proletarios en la reconstrucción de las economías capitalistas destruidas.

A lo largo de ese período, la influencia masiva que pudieron tener los partidos socialistas o comunistas sobre la clase obrera se debía esencialmente a la losa ideológica que aplastaba la conciencia de los proletarios embriagados de chovinismo y que, o bien estaban apartados de toda perspectiva de derrocamiento del capitalismo, o confundían esta perspectiva con el reforzamiento de la democracia burguesa, o bien habían sucumbido ante la mentira de que los Estados capitalistas del bloque del Este eran expresiones del «socialismo». Mientras era «media noche en el siglo», las fuerzas realmente comunistas que habían sido expulsadas de la Internacional comunista degenerada, se encontraban en un aislamiento extremo, cuando no habían sido pura y simplemente exterminadas por los agentes estalinistas y fascistas de la contrarrevolución. En las peores condiciones de la historia del movimiento obrero, los pocos puñados de militantes que habían conseguido escapar al naufragio de la Internacional comunista prosiguieron con su trabajo de defensa de los principios comunistas con el fin de preparar el futuro resurgimiento histórico del proletariado. Muchos dejaron su vida en el intento o bien se agotaron en tal medida que sus organizaciones, las fracciones y grupos de la Izquierda comunista, desaparecieron o sufrieron la esclerosis.

La terrible contrarrevolución que aplastó a la clase obrera tras sus gloriosos combates de la primera posguerra mundial se prolongó durante casi 40 años. Pero en cuanto se apagaron los últimos fuegos de la reconstrucción de la segunda posguerra mundial y el capitalismo volvió a enfrentarse a la crisis abierta de su economía a finales de los años 60, el proletariado levantó la cabeza. Mayo de 1968 en Francia, el «Mayo rampante» de 1969 en Italia, los combates obreros del invierno de 1970 en Polonia y toda una serie de luchas obreras en Europa y otros continentes: era el fin de la contrarrevolución. Y la mejor prueba de este profundo y fundamental cambio en el curso histórico fue el surgimiento y el desarrollo en numerosos lugares del mundo de grupos que se reivindicaban, a menudo de forma confusa, de las posiciones de la Izquierda comunista. La CCI se formó en 1975 agrupando a algunos de esos grupos que el resurgir histórico del proletariado había creado. El hecho de que, después de esta fecha, la CCI no sólo se haya mantenido, sino que además se haya extendido, duplicando el número de sus secciones territoriales, es la mejor prueba de la reanudación histórica del proletariado, el mejor índice de que no ha sido batido y de que el curso histórico sigue abierto hacia enfrentamientos de clase. Esta es la primera lección que debemos extraer de estos 20 años de existencia de la CCI; en particular en contra de la idea compartida por muchos otros grupos de la Izquierda comunista que consideran que el proletariado aún no ha salido de la contrarrevolución.

En la Revista internacional nº 40, con ocasión del décimo aniversario de la CCI, sacamos una serie de lecciones de nuestra experiencia a lo largo de aquel primer período. Brevemente las citaremos para concentrarnos más particularmente en las que sacamos del período que le siguió. Sin embargo, antes de plantear tal balance, debemos volver rápidamente sobre la historia de la CCI. Para los lectores que no hayan podido tener conocimiento de dicho artículo de hace diez años, reproducimos a continuación, amplios extractos que tratan precisamente de esta historia.

La constitución de un polo de reagrupamiento internacional

(de la Revista internacional nº 40-41, 1985)

La «prehistoria» de la CCI

«... La primera expresión organizada de nuestra Corriente surgió en Venezuela en 1964. Era un pequeño núcleo de personas muy jóvenes que empezaron a evolucionar hacia posiciones de clase en discusiones con un camarada de más edad (se trata del camarada Marc de cual hablaremos más adelante) que llevaba consigo una gran experiencia militante en la Internacional comunista, en las Fracciones de izquierda que de ella habían sido excluidas a finales de los años 20 y, sobre todo, en la Fracción de izquierda del Partido comunista de Italia; un militante que había formado parte de la Izquierda comunista de Francia hasta su disolución en 1952.

Ya de entrada, aquel pequeño grupo de Venezuela –que publicó unos 10 números de la revista Internacionalismo– se situó en la continuidad política de posiciones que habían sido las de la Izquierda comunista de Francia. Esto quedó muy especialmente plasmado en el rechazo rotundo de todo tipo de política de apoyo a las pretendidas «luchas de liberación nacional» cuya mitología era un enorme lastre en Latinoamérica para quienes intentaban acercarse a las posiciones de clase. También quedó plasmado en la actitud abierta al contacto con los demás grupos comunistas, actitud muy propia de la Izquierda comunista internacional y de la Izquierda comunista de Francia en la posguerra.

Y fue así como el grupo Internacionalismo estableció o procuró establecer contactos y discusiones con el grupo norteamericano de News and Letters (...) y en Europa, son toda una serie de grupos que se basaban en posiciones de clase (...) Tras la marcha a Francia de algunos de sus componentes en 1967-68, Internacionalismo interrumpió durante algunos años su publicación hasta el año 1974 en que volvió a aparecer Internacionalismo nueva serie, reorganizándose el grupo que acabó siendo una de las partes constitutivas de la CCI. La segunda expresión organizada de nuestra Corriente apareció en Francia, con el ímpetu que le dio la huelga general del Mayo del 68, hito que señaló el resurgir histórico del proletariado tras más de 40 años de contrarrevolución. Se forma entonces un pequeño núcleo en Toulouse en torno a un militante de Internacionalismo, núcleo que participa activamente en las animadas y vivas discusiones de la primavera del 68, adopta una «Declaración de Principios» en junio y publica el primer número de la revista Révolution internationale a finales de aquel año.

De entrada, el grupo reanuda con la política de Internacionalismo, de establecer contactos y discusiones con otros grupos del medio proletario tanto nacional como internacionalmente (...) A partir del 70, establecerá lazos más estrechos con dos grupos que van consiguiendo sobrevivir a la descomposición general de la corriente consejista que siguió a Mayo del 68: la Organisation conseilliste de Clermont-Ferrand y los Cahiers du communisme de Conseils (Cuadernos del comunismo de consejos) de Marsella, tras un intento de discusión con el Groupe de liaison pour l’action des travailleurs (GLAT) que había demostrado que este grupo se alejaba cada vez más del marxismo. La discusión con aquellos dos grupos será, en cambio, de lo más fructífera y, al cabo de una serie de encuentros en los que se examinaron sistemáticamente las posiciones de base de la Izquierda comunista, dará lugar a la unificación en 1972 de Révolution internationale, la Organisation conseilliste de Clermont y de los Cahiers du communisme de conseils de Marsella en torno a una Plataforma que recoge de manera más precisa y detallada la Declaración de principios de RI de 1968. El nuevo grupo, Révolution internationale (RI), publicará Revolution internationale (nueva serie) y un Boletín de estudios y discusión y además va a ser el animador de la labor de contactos y discusiones internacionales en Europa hasta la fundación de la CCI dos años y medio después.

En cuanto a las Américas, las discusiones de Internacionalismo con News and Letters dejaron huellas en EEUU, de modo que en 1970, se constituyó en Nueva York un grupo (del que formaban parte antiguos militantes de News and Letters) en torno a un texto de orientación que recoge las orientaciones fundamentales de Internacionalismo y RI. El grupo así formado inicia la publicación de la revista Internationalism y se compromete en la misma orientación de sus predecesores de establecer discusiones con otros grupos comunistas. Mantiene contactos y discusiones con Root and Branch de Boston (inspirado en las posiciones consejistas de Paul Mattick), que resultan infructuosas al evolucionar ese grupo cada vez más hacia una especie de tertulia de marxología. Pero también y sobre todo, en 1972, Internationalism manda a unos 20 grupos una propuesta de correspondencia internacional en los siguientes términos:

“... Con el despertar de la clase obrera ha habido un desarrollo importante de los grupos revolucionarios que se reivindican de una perspectiva comunista internacionalista. Sin embargo los contactos y correspondencia mutua han sido, por desgracia, dejados de lado o al azar. Por lo tanto, Internationalism, propone con vistas a una regularización y ampliación de los contactos, que se mantenga una correspondencia seguida entre grupos que se reivindican de una perspectiva comunista internacionalista...”.

En su respuesta positiva, Révolution internationale precisa:

“...Como vosotros, nosotros sentimos la necesidad de que las actividades y la vida de nuestros grupos tengan un carácter tan internacional como las luchas actuales de la clase obrera. Por eso hemos emprendido contactos por carta o directos con cierta cantidad de grupos europeos a los que se les ha mandado vuestra propuesta (...). Pensamos que vuestra iniciativa permitirá que se amplíe el campo de los contactos o por lo menos, se conozcan mejor nuestras respectivas posiciones. Pensamos también que la perspectiva de una posible conferencia internacional es la consecuencia lógica del establecimiento de esa correspondencia” (...).

RI insistía en su respuesta en la necesidad de organizar en el futuro conferencias internacionales de la Izquierda comunista. La propuesta estaba en la continuidad de las repetidas propuestas (1968, 69 y 71) hechas al PCInt (Battaglia) de que convocara a conferencias de este tipo, pues Battaglia era, en aquel entonces en Europa, la organización más seria del campo de la izquierda comunista (junto al PCInt –Programa–, el cual se complacía en su espléndido aislamiento). Sin embargo, esas propuestas, a pesar de la actitud abierta y fraterna de Battaglia, habían sido rechazadas cada vez (...).

Al fin y al cabo, la iniciativa de Internationalism y la propuesta de RI iban a desembocar en la celebración de una serie de conferencias y encuentros en Inglaterra y Francia en 1973 y 74, durante los cuales se fueron esclareciendo y decantando las cosas, plasmándose en particular en la evolución hacia las posiciones de RI e Internationalism del grupo británico World Revolution (procedente de una escisión en Solidarity-London), grupo que publicaría el primer número de la revista del mismo nombre en mayo del 74. Además, y sobre todo, aquellos esclarecimientos y decantaciones habían creado las bases que iban a permitir la constitución de la Corriente Comunista Internacional en enero de 1975. Durante aquel mismo período, efectivamente, RI había proseguido su labor de contactos y discusiones a nivel internacional, no sólo con grupos organizados sino también con individuos aislados, lectores de su prensa y simpatizantes de sus posiciones. Esa labor había llevado a la formación de pequeños núcleos en España e Italia, en torno a las mismas posiciones, núcleos que en 1974 iniciaron la publicación de Acción Proletaria y Rivoluzione Internazionale.

Así pues, en la conferencia de enero de 1975 estaban presentes Internacionalismo, Révolution Internationale, Internationalism, World Revolution, Acción proletaria y Revoluzione internazionale, que compartían las orientaciones políticas que había desarrollado Internacionalismo a partir de 1964. Estaban también presentes Revolutionary Perspectives (que había participado en las Conferencias del 73-74), el Revolutionary Workers Group de Chicago (con quien RI e Internationalism habían iniciado discusiones en el 74) y Pour une intervention communiste (PIC), que publicaba la revista Jeune taupe (Joven topo) y se habían formado en torno a camaradas que se habían ido de RI en 1973. En cuanto a Workers’ Voice, que había participado activamente en las conferencias de los años anteriores, esta vez rehusó la invitación porque opinaba que RI, WR y demás, eran ya y en adelante, grupos burgueses (!), a causa de la posición de la mayoría de sus militantes sobre la cuestión del Estado en el período de transición del capitalismo al comunismo.

Esa cuestión estaba al orden del día de la Conferencia de enero del 75 (...). Sin embargo, no se discutió, pues la Conferencia prefirió dedicar el máximo de tiempo y atención a cuestiones mucho más cruciales entonces:
– análisis de la situación internacional;
– las tareas de los revolucionarios en esa situación;
– la organización en la corriente internacional.

Finalmente, los seis grupos cuyas plataformas se basaban en las mismas orientaciones decidieron unificarse en una sola organización dotada de un órgano central internacional, que publicaría una Revista trimestral en tres lenguas (inglés, francés y español); la revista tomaba el relevo del Bulletin d’études et de discussion de RI. Así quedó fundada la CCI. «Acabamos de dar un gran paso», decía la presentación del nº 1 de la Revista internacional. Y así era, pues la fundación de la CCI era la conclusión de un trabajo considerable de contactos, discusiones, confrontaciones entre los diferentes grupos que la reanudación histórica de los combates de clase había hecho surgir; (...) pero, sobre todo, ponía las bases para una labor mucho más considerable todavía.»

Los diez primeros años de la CCI: la consolidación del polo internacional

«Esa labor, los lectores de la Revista Internacional (al igual que los de nuestra prensa territorial) han podido comprobarla desde hace diez años, labor que confirma lo que escribíamos en la presentación del número uno de la Revista: “Algunos pensarán que esto (la constitución de la CCI y la publicación de la Revista) es una acción precipitada. Ni mucho menos. Se nos conoce lo suficiente para saber que no tenemos nada que ver con esos activistas cuya actividad no se basa más que un voluntarismo tan desenfrenado como efímero”[1].

En sus diez años de existencia, la CCI ha tropezado, claro está, con cantidad de dificultades, ha tenido que superar cantidad de debilidades, debidas en su mayoría a la ruptura de la continuidad orgánica con las organizaciones comunistas del pasado, a la desaparición o a la esclerosis de las fracciones de izquierda que se habían separado de la Internacional Comunista cuando la degeneración de ésta. Y ha tenido también que combatir contra la viciada influencia debida a la descomposición y a la rebelión de las capas de la pequeña burguesía intelectual, influencia muy sensible después de 1968 y sus movimientos estudiantiles. Estas dificultades y debilidades se han ido plasmando en escisiones (de las que hemos dado cuenta en nuestra prensa) y en la importante crisis de 1981 que se produjo en todo el medio revolucionario y que en nosotros acarreó, entre otras cosas, la pérdida de la mitad de nuestra sección en Gran Bretaña. Frente a las dificultades del 81, la CCI tuvo que organizar incluso una Conferencia extraordinaria en enero del 82 para reafirmar y precisar sus bases programáticas y, más especialmente, la función y la estructura de la organización revolucionaria. Además, algunos objetivos que se había propuesto la CCI no han podido ser alcanzados. La difusión de nuestra prensa, por ejemplo, está muy por debajo de nuestras esperanzas (...)

Sin embargo, si hacemos un balance global de estos diez últimos años, debemos afirmar que es claramente positivo. Y es especialmente positivo si se le compara con el de otras organizaciones comunistas existentes en los años 68-69. Los grupos, por ejemplo, de la corriente consejista, incluso los que habían hecho el esfuerzo de abrirse al trabajo internacional como ICO, o desaparecieron o han caído en letargo: GLAT, ICO, la Internacional situacionista, Spartacusbonb, Root and Branch, el PIC, los grupos consejistas del medio escandinavo, la lista es larga. En cuanto a las organizaciones que se reivindican de la izquierda italiana, autoproclamadas todas ellas EL PARTIDO, o no han salido de su provincialismo o se han dislocado o han degenerado en la extrema izquierda del capital, como Programme communiste[2], o se dedican hoy a imitar lo que la CCI realizó hace 10 años pero en la confusión más completa como han hecho Battaglia comunista y la CWO (con el BIPR). Hoy, tras el hundimiento cual castillo de naipes del pretendido Partido Comunista Internacional, tras los fracasos del FOR en EE UU (Focus), la CCI se mantiene como la única organización comunista con verdadera implantación internacional.

Desde su fundación en el 75, la CCI no solo ha reforzado sus secciones territoriales originarias, además se ha implantado en otros países. La continuidad del trabajo con contactos y las discusiones a escala internacional, el esfuerzo de agrupamiento de los revolucionarios, han permitido la creación de nuevas secciones de la CCI:
– en 1975, la de la sección en Bélgica, que publica en dos lenguas la Revista, después el periódico Internationalisme, que llena el vació que dejó la Fracción belga de la Izquierda comunista Internacional tras su desaparición después de la IIª Guerra mundial.
– en 1977, constitución de un núcleo en Holanda que emprende la publicación de la revista Wereld Revolution, supone un acontecimiento muy importante en el país predilecto del consejismo.
– en 1978 se constituye la sección en Alemania que comienza a publicar la Revista Internacional en alemán y un año más tarde la revista territorial Weltrevolution; la presencia de una organización comunista en Alemania es, evidentemente, un acontecimiento de la mayor importancia teniendo en cuenta el lugar que ocupó en el pasado el proletariado alemán, y que ocupará en el futuro...
– en 1980 se constituye la sección en Suecia que publica la revista Internationell Revolution (...)

Lo que queremos hacer, al contrastar el tan relativo éxito en la actividad de nuestra Co­ rriente y el fracaso de otras organizaciones, es poner en evidencia la validez de unas orientaciones que son las nuestras desde hace 20años (1964) en la labor de reagrupamiento de los revolucionarios, de construcción de una organización comunista, orientaciones que nuestra responsabilidad nos obliga a definir para el conjunto del medio comunista.(...)».

Las lecciones principales de los primeros diez años de la CCI

«Las bases en las que se ha apoyado nuestra Corriente ya desde antes de su constitución formalizada, en su trabajo de reagrupamiento, no son nuevas. Han sido siempre los pilares de este tipo de tarea. Pueden resumirse así:
– la necesidad de vincular la actividad revolucionaria a las adquisiciones pasadas de la clase, a la experiencia de las organizaciones revolucionarias precedentes; la necesidad de concebir la organización de hoy como un eslabón de la cadena de organismos pasados y futuros de la clase;
– la necesidad de concebir las posiciones y análisis comunistas no como un dogma muerto, sino como programa vivo, en constante mejora y profundización;
– la necesidad de armarse de una concepción clara y sólida de la organización revolucionaria, de su estructura y su función en la clase».
(Revista Internacional nº 40-41, 1985)

Estas lecciones que ya sacabamos hace diez años (y que están más desarrolladas en la Revista citada, que recomendamos a nuestros lectores) continúan siendo plenamente validas hoy, y nuestra organización se ha preocupado en permanencia por su aplicación. Sin embargo, mientras que la tarea principal en los primeros diez años de vida de la CCI fue la constituir un polo de agrupamiento internacional para las fuerzas revolucionarias, la responsabilidad esencial en el periodo posterior ha sido la de hacer frente a toda una serie de pruebas, la «prueba de fuego» podríamos decir, desencadenadas, en particular, por los cambios profundos que acontecerían en la escena internacional.

La prueba de fuego...

En el VIº Congreso internacional celebrado en Noviembre de 1985, algunos meses después de que la CCI cumpliera sus 10 años, decíamos:

«En vísperas de los años 80, la CCI los calificó como los años de la “verdad”, pues durante ellos lo que se está jugando en el seno de la sociedad iba a aparecer claramente y con toda su fuerza. A mitad de la década, la evolución de la situación internacional ha confirmado con creces aquel análisis:
– con la nueva agravación de las convulsiones de la economía mundial que se produce tras la recesión de 1980-82, la más importante desde los años 80;
– la agudización de las tensiones entre los bloques imperialistas que se produjo, sobre todo, a principios de los años 80 tanto en el aumento impresionante de los gastos militares como en el desarrollo de ruidosas campañas belicistas, cuyo principal animador ha sido Reagan, jefe del bloque más poderoso;
– la reanudación, desde la segunda mitad de 1983, de los combates de clase, tras el reflujo pasajero del 81-83 producido por la represión de los obreros en Polonia. Esta reanudación se caracteriza por una simultaneidad de los combates desconocida en el pasado, sobre todo en los centros vitales del capitalismo y de la clase obrera: Europa Occidental» («Resolución sobre la situación internacional», Revista Internacional nº 44).

Este marco es válido hasta finales de los años 80, pese a que la burguesía presenta durante todo un tiempo la «recuperación» de 1983 a 1990 (basada en el endeudamiento masivo de la primera potencia mundial) como una salida «definitiva» de la crisis. Pero como decía Lenin, los hechos son tozudos y, desde el comienzo de los años 90, las manipulaciones capitalistas desembocan en una recesión abierta, más larga y brutal aun que las anteriores, que transforma la sonrisa del burgués medio en una mueca taciturna.

La ola que comienza en el 83 continúa, con sus altibajos, hasta el 89, obligando a la burguesía a poner en acción una proliferación de formas del sindicalismo de base (como las Coordinadoras) para hacer frente al descrédito creciente que sufren las estructuras sindicales oficiales.

Pero hay un aspecto de ese marco de análisis que queda totalmente trastocado en 1989. Se trata de los conflictos imperialistas, no porque la teoría marxista fuera «superada», sino porque uno de los dos principales protagonistas de los conflictos, el bloque del Este, se hundió estrepitosamente. Lo que habíamos denominado «años de la verdad» resultó fatal para un régimen aberrante, levantado sobre las ruinas de la revolución de 1917, y para el bloque que dominaba. Un acontecimiento histórico de tal envergadura, que ha modificado el mapamundi, crea una situación nueva, inédita en la historia en lo que a conflictos imperialistas se refiere. Conflictos imperialistas que, lejos de desaparecer, adoptan formas desconocidas hasta ahora, y que los revolucionarios tenemos la obligación de comprender y analizar.

Al misto tiempo estos cambios, que afectaron a los países llamados «socialistas», han asestado un duro golpe a la conciencia y la combatividad obrera, la cual ha sufrido el retroceso más importante conocido desde la reanudación histórica de finales de los años 60.

Tras diez años, la situación internacional impone a la CCI que enfrente una serie de retos:
– ser parte activa y comprometida en los combates que la clase desarrolla entre el 83 y el 89;
– comprender la naturaleza de los sucesos de 1989 y sus consecuencias, tanto respecto a los conflictos imperialistas como en la lucha de clases;
– de manera más general, interpretar el período que se abre en la vida del capitalismo, y cuya primera gran manifestación es el hundimiento del bloque del Este.

Ser parte activa de los combates de la clase

Tras el VIº Congreso de la sección en Francia (la más importante de la CCI) celebrado en 1984, el VIº Congreso de la CCI pone esta preocupación como centro de sus debates. Sin embargo, a pesar del esfuerzo sostenido durante meses que hace nuestra organización internacional para estar a la altura de su responsabilidad ante la lucha de clases, desde principios del 84, perviven aún en nuestra organización concepciones que subestiman la función de la organización revolucionaria como factor activo en el combate proletario. La CCI identifica tales ideas como inclinaciones centristas hacia el consejismo, lo cual es resultado, en gran medida, de las condiciones históricas que presidieron a su constitución, pues entre los grupos y elementos que participaron en ella existía una gran desconfianza hacia todo lo que pudiera asemejarse al estalinismo. En línea con el consejismo, estos elementos tendían a meter en el mismo saco el estalinismo, las concepciones de Lenin en materia de organización y la idea misma de partido proletario. La CCI, en los 70, ya había hecho la crítica de las concepciones consejistas, aunque de forma insuficiente, y aún pesaban en algunas partes de la organización. Cuando despunta el combate contra los vestigios consejistas, a finales del 83, algunos camaradas se niegan a ver la realidad de sus debilidades consejistas, y se imaginan que la CCI está emprendiendo una «caza de brujas». Para dar esquinazo al problema, claramente planteado, de su centrismo respecto al consejismo, estos compañeros se sacan de la manga que el centrismo no puede existir en la decadencia del capitalismo[3]. A estas incomprensiones políticas que mantienen estos camaradas, la mayoría de ellos intelectuales poco preparados para soportar las críticas, se une un sentimiento de honor mancillado y de «solidaridad» con sus amigos «injustamente atacados». Una especie de remedo del segundo congreso del POSDR, como mostramos en la Revista Internacional nº 45, donde el centrismo en materia de organización y el peso del espíritu de circulo, cuando los lazos de afinidad se imponen sobre los lazos políticos, condujo a la escisión de los mencheviques. La «tendencia» que se formó a comienzos del 85, recorrió el mismo camino para escindirse durante el VIº Congreso de la CCI y formar una nueva organización, la Fracción externa de la CCI (FECCI). Sin embargo existe una diferencia sustancial entre la fracción de los mencheviques y la FECCI, puesto que la primera iba a prosperar con el reagrupamiento de las corrientes más oportunistas de la Socialdemocracia rusa que desembocó en el terreno de la burguesía; la FECCI, por su parte, se ha ido eclipsando y ha ido espaciando la frecuencia de su publicación Perspective internationaliste. Para remate, la FECCI termina por rechazar la Plataforma de la CCI cuando, en el momento de su constitución, defendía que su principal tarea era defender la Plataforma de una CCI que, según ellos, «degeneraba» y la estaba traicionando.

Al mismo tiempo que la CCI luchaba contra los vestigios del consejismo, participaba activamente en los combates de la clase obrera, como así lo muestra nuestra prensa territorial durante ese periodo. Pese a la escasez de nuestra fuerzas participamos en las distintas luchas, no solo difundiendo nuestra prensa y panfletos, también participando directamente, siempre que era posible, en asambleas obreras a fin de defender la necesaria extensión de las luchas y su control por los propios obreros, al margen de las diversas formas sindicales, ya sea el sindicalismo «oficial» o el sindicalismo «de base». En Italia, durante la huelga de las escuelas en 1987, la intervención de nuestros camaradas tuvo un impacto no despreciable en los COBAS (Comités de base) en los que participaron antes de que estos organismos, por el retroceso del movimiento, fueran recuperados por el sindicalismo de base. Durante este periodo, uno de los indicios más claros de que nuestras posiciones comienzan a tener un impacto entre los obreros es que somos la «bestia negra» para algunos grupos izquierdistas. En particular en Francia durante la huelga de los ferroviarios a finales del 86 y la de los hospitales en el otoño del 88 el grupo trotskista Lutte ouvrière (Lucha obrera) había movilizado a sus gorilas para impedir que nuestros militantes intervinieran en las asambleas convocadas por las «coordinadoras». Al mismo tiempo, militantes de la CCI participaron activamente –siendo en ocasiones los impulsores– en diversos comités de lucha donde se reagrupaban los trabajadores que sentían la necesidad de reunirse fuera de los sindicatos para llevar adelante la lucha.

No queremos «inflar» el impacto que los revolucionarios, y de nuestra organización en particular, pudieran tener en las luchas obreras del 83 al 89. Globalmente el movimiento quedó prisionero de los sindicatos, la variante de «base» tomaba el relevo a unos sindicatos oficiales demasiado desprestigiados. Nuestro impacto fue muy puntual y, de cualquier manera, limitado porque nuestras fuerzas son aún muy escasas. Pero una lección que debemos recordar de esa experiencia es que cuando las luchas se desarrollan los revolucionarios encuentran eco allí donde van, pues las posiciones que defienden y las perspectivas que trazan, dan una respuesta a los problemas que se plantean los obreros. De ahí que no tengan ninguna necesidad de «esconder su bandera en el bolsillo», de hacer la menor concesión a las ilusiones que aún puedan pesar sobre la conciencia de los obreros, en particular respecto al sindicalismo. Esta enseñanza es válida para todos los grupos revolucionarios que, con frecuencia estaban paralizados ante estas luchas porque en ellas no se cuestionaba el capitalismo, o se creían obligados a «llegar» a los obreros a través de las estructuras del sindicalismo de base, avalando así a estas organizaciones capitalistas.

Entender la naturaleza de los sucesos de 1989

Al igual que los revolucionarios tienen la responsabilidad, en la medida de sus posibilidades, de estar «presentes» en «escena» cuando se producen las luchas obreras, también la tienen de darle a la clase obrera un marco de análisis claro sobre los acontecimientos que ocurren en el mundo.

Y esta tarea concierne en primera instancia al análisis de las contradicciones económicas que afectan al sistema capitalista: los grupos revolucionarios que no han sido capaces de poner en evidencia el carácter irresoluble de la crisis en la que se hunde el sistema –lo que evidencia que no han comprendido el marxismo del que se reivindican– han resultado de escasa utilidad para la clase obrera. Tal fue, por ejemplo, el caso de un grupo como Fomento obrero revolucionario que ni siquiera reconocía que hubiera crisis. Fijos los ojos en las características especificas de la crisis del 29 se ha dedicado, hasta su desaparición, a negar la evidencia.

También corresponde a los revolucionarios evaluar los pasos del movimiento de la clase, reconocer los movimientos de avance al igual que los retrocesos. Es una tarea que condiciona el tipo de intervención que se desarrolla hacia los obreros, pues la responsabilidad de los revolucionarios es empujar a la clase hacia adelante cuando el movimiento avanza, en particular llamando a la extensión, mientras que cuando el movimiento se repliega, seguir llamando a la lucha lo que hace es llevar a los obreros a batirse en el aislamiento más feroz, y llamar a la extensión supone contribuir a la extensión de la... derrota. Es precisamente en esos momentos cuando los sindicatos claman por la extensión.

El seguimiento y la comprensión de los diversos conflictos imperialistas es una de las principales responsabilidades de los comunistas. Un error en este terreno puede tener consecuencias dramáticas. Así pasó a finales de los años 30 cuando la mayoría de la Fracción comunista italiana, con Vercesi –su principal animador– a la cabeza, consideraba que las diferentes guerras, en particular la de España, no auguraban en absoluto un conflicto generalizado. Ante el estallido de la guerra mundial en septiembre de 1939 la Fracción está totalmente desamparada y harán falta años para que pueda reconstituirse en el sur de Francia y reemprender su trabajo militante.

En lo que respecta al periodo actual era de la mayor importancia comprender con claridad meridiana la naturaleza de los acontecimientos sobrevenidos entre el verano y el otoño del 89 en los países del Este. En el verano del 89, en la estación en la que la actualidad suelen ser las «serpientes de verano», Solidarnosc sube al gobierno en Polonia, y la CCI se moviliza para comprender su significado[4]. La posición que adopta es que lo ocurrido en Polonia sella la entrada de los regímenes estalinistas de Europa en una crisis sin parangón: «La perspectiva para el conjunto de los regímenes estalinistas no es pues en absoluto la de una “democratización pacífica” ni la de un “relanzamiento” de la economía. Con la agravación de la crisis mundial del capitalismo, esos países han entrado en un período de convulsiones de una amplitud nunca vista en el pasado, pasado que ha conocido ya muchos sobresaltos violentos» («Convulsiones capitalistas y luchas obreras», Revista Internacional nº 59). Esta idea se desarrolla más ampliamente en las «Tesis sobre la crisis económica y política en los países del Este» elaboradas el 15 de Septiembre (cerca de dos meses antes de la caída del muro de Berlín) y adoptadas por la CCI a principios de Octubre. En ellas podemos leer:

«En efecto, en la medida misma en que el factor prácticamente único de cohesión del bloque ruso es la fuerza armada, toda política que tienda a hacer pasar a un segundo plano ese factor lleva consigo la fragmentación del bloque. El bloque del Este nos está dando ya la imagen de una dislocación creciente... En esta zona, las tendencias centrífugas son tan fuertes que se desatan en cuanto se les deja ocasión de hacerlo... Fenómeno similar es el que puede observarse en las repúblicas periféricas de la URSS... Los movimientos nacionalistas que, favorecidos por el relajamiento del control central del partido ruso, se desarrollan hoy con casi medio siglo de retraso con respecto a los movimientos que habían afectado al imperio francés o al británico, llevan consigo una dinámica de separación de Rusia» (Punto 18 de las Tesis, Revista Internacional nº 60).

«Pero cualquiera que sea la evolución futura de la situación en los países del Este, los acontecimientos que los están zarandeando son la confirmación de la crisis histórica, del desmoronamiento definitivo del estalinismo... En esos países se ha abierto un período de inestabilidad, de sacudidas, de convulsiones, de caos sin precedentes cuyas implicaciones irán mucho más allá de sus fronteras. En particular el debilitamiento del bloque ruso que se va a acentuar aún más, abre las puertas a una desestabilización del sistema de relaciones internacionales, de las constelaciones imperialistas, que habían surgido de la IIª Guerra mundial con los acuerdos de Yalta» (Punto 20, Ídem).

Algunos meses más tarde (Enero del 90) esta última idea se precisa en los términos siguientes:

«... La configuración geopolítica sobre la que ha vivido el mundo desde después de la Segunda Guerra Mundial ha sido puesta en cuestión completamente por los acontecimientos que se han desarrollado en la segunda mitad del año 1989. Ya no existen dos bloques que se reparten el control del planeta. El bloque del Este, es evidente (...), ha dejado de existir (...). ¿Esta desaparición del bloque del Este significa que de ahora en adelante el mundo estará dominado por un solo bloque imperialista o que acaso el capitalismo no conocerá más enfrentamientos imperialistas?. Tales hipótesis son completamente ajenas al marxismo. Hoy en día el hundimiento del bloque del Este no puede hacer dudar respecto a que: este hundimiento contiene en sí mismo, a término, la desaparición del bloque occidental (...).

La desaparición del “gendarme” ruso, y lo que de ella se va a desprender para el “gendarme” americano respecto a sus principales «socios» de ayer, abren la puerta a el desencadenamiento de toda una serie de rivalidades más locales. Estas rivalidades y enfrentamientos no pueden, en el momento actual, degenerar en un conflicto mundial...

Sin embargo, por el hecho de la desaparición de la disciplina impuesta por la presencia de bloques, estos conflictos amenazan con ser más violentos y numerosos, en particular, evidentemente, en las zonas donde el proletariado es más débil...

La desaparición de las dos constelaciones imperialistas que surgieron de la IIª Guerra mundial lleva, en sí misma, la tendencia a la recomposición de dos nuevos bloques. Sin embargo, tal situación no está aún al orden del día...» (Revista Internacional nº 61, «Tras el hundimiento del bloque del Este, desestabilización y caos»).

Los acontecimientos que se desarrollaron a continuación, especialmente la crisis y la guerra del Golfo Pérsico en 1990-91[5], confirmaron nuestro análisis. Hoy, el conjunto de la situación mundial, en particular lo que sucede en la ex Yugoslavia, nos muestra la realidad de la desaparición completa de todo bloque imperialista y al mismo tiempo del hecho de que ciertos países de Europa, especialmente Francia y Alemania, intentan a duras penas impulsar la reconstrucción de un nuevo bloque, basado en la Unión Europea, que puede echar un pulso a la potencia americana.

Respecto a la evolución de la lucha de clases, las «Tesis» del verano del 89, se pronunciaron también al respecto:

«...Hasta en su muerte, el estalinismo está prestando un último servicio a la dominación capitalista: al descomponerse, su cadáver sigue contaminando la atmósfera que respira el proletariado (...) Cabe esperar un retroceso momentáneo de la conciencia del proletariado, cuyas manifestaciones, se advierten ya, en especial, en el retorno a bombo y platillo de los sindicatos en el ruedo social (...) En vista de la importancia histórica de los hechos que lo determinan, el retroceso actual del proletariado, aunque no ponga en tela de juicio el curso histórico –la perspectiva general hacia enfrentamientos de clase– aparece como más importante que el que había acarreado la derrota en 1981 del proletariado en Polonia...» (Tesis 22).

También en este terreno, los cinco últimos años, han confirmado ampliamente nuestras previsiones. Desde 1989, hemos asistido al retroceso más importante de la clase obrera tras su resurgimiento histórico, a finales de los años 60. Es esta una situación, para la que los revolucionarios deben estar preparados a fin de poder adaptar su intervención y sobre todo no deben echarlo todo por la borda considerando que este largo retroceso cuestionaría, de forma definitiva, la capacidad del proletariado para plantear y desarrollar sus combates de clase contra el capitalismo. En particular, las manifestaciones de relanzamiento de la combatividad obrera, en especial en el otoño del 92 en Italia y del mismo periodo del 93 en Alemania (ver nuestras Revista internacional nº 72 y 75) ni subestimar el hecho de que son los signos anunciadores de un relanzamiento inevitable de los combates y del desarrollo de la conciencia de clase en todos los países industrializados.

El marxismo es un método científico. Sin embargo, al contrario que las ciencias de la Naturaleza, no puede verificar la validez de sus tesis sometiéndolas a la experiencia del laboratorio o haciendo uso de medios de observación más potentes. Su laboratorio es la realidad social, y por tanto demuestra su validez siendo capaz de prever la evolución de la misma. Por ello, el hecho de que la CCI haya sido capaz de prever, desde los primeros síntomas del hundimiento del bloque del Este, los principales acontecimientos que han trastornado el mundo en los últimos cinco años, no debe considerarse como una aptitud particular propia de un debate de café o por el conocimiento de la posición de los astros. Es la prueba, pura y simplemente, de su apego al método marxista, y es a ello a lo que hay que atribuir el acierto de nuestras previsiones.

Dicho esto, hay que señalar que no basta con reivindicarse del marxismo para poder utilizarlo eficazmente. De hecho nuestra capacidad para comprender rápidamente los dilemas de la situación mundial son el resultado de la puesta en práctica del método que hemos aprendido de Bilan, método del que destacamos hace más de diez años una de sus principales enseñanzas: la necesidad de considerar firmemente la adquisiciones del pasado, la necesidad de concebir las posiciones y análisis comunistas, no como un dogma muerto sino como un programa vivo.

Por eso las Tesis de 1989 comienzan por recordar cuál es el marco desarrollado por nuestra organización a comienzo de los años 80, tras los acontecimientos de Polonia, para la comprensión de las características de los países del Este. A partir de estos análisis pudimos poner en evidencia que se trataba de una situación que no podía desembocar sino en el fin de los regímenes estalinistas en Europa y del bloque del Este. Es más, apoyándonos en una vieja adquisición del movimiento obrero (desarrollada en especial por Lenin frente a las tesis de Kaustky) de que no puede existir un solo bloque imperialista, hemos podido anunciar que el hundimiento del bloque del Este abría la puerta a la desaparición del bloque occidental.

Del mismo modo, era necesario, para comprender lo que estaba ocurriendo, poner en tela de juicio los viejos esquemas que habían sido válidos durante más de cuarenta años: el reparto del mundo entre el bloque occidental dirigido por los EEUU y el bloque del Este dirigido por la URSS. También, tuvimos que considerar el hecho de que este país, que fue formándose progresivamente desde Pedro el Grande, no sobreviviría al hundimiento de su imperio. Una vez más, no queremos arrogarnos ningún mérito particular por el hecho de haber sido capaces de poner en cuestión los esquemas del pasado. Nosotros no hemos inventado esta actitud. Nos ha sido legada y enseñada por la experiencia viva del movimiento obrero y en particular de sus principales combatientes: Marx, Engels, Rosa Luxemburgo, Lenin...

En fin, la comprensión de los cambios de finales de los años 80 debía ser situada en un marco de análisis general de la etapa actual de la decadencia del capitalismo.

El marco de comprensión del período actual del capitalismo

Este trabajo que comenzamos a desarrollar en 1986 indicaba que habíamos entrado en una nueva fase de la decadencia del capitalismo, la de descomposición del sistema. Este análisis fue precisado a principios del 89 en los términos siguientes: «Hasta el presente, los combates de clase que, desde hace 20 años, se han desarrollado por los cuatro rincones del planeta, han sido capaces de impedir al capitalismo aportar e imponer su propia respuesta al estancamiento de su economía: el desencadenamiento de la forma más acabada de su barbarie, una nueva guerra mundial. Sin embargo, la clase obrera no está aún en condiciones de afirmar por sus luchas revolucionarias su propia perspectiva, ni siquiera presentar al resto de la sociedad el futuro que lleva en sí.

Es justamente esta situación momentáneamente cerrada, en la cual ni la alternativa burguesa ni la alternativa proletaria pueden afirmarse abiertamente, la que origina ese fenómeno de putrefacción desde las propias raíces de la sociedad capitalista. Eso es lo que explica el grado particular y extremo alcanzado actualmente por la barbarie típica de la decadencia del sistema. Y esa descomposición no parará de aumentar todavía más con la agravación inexorable de la crisis económica» (Revista internacional nº 57, «La descomposición del capitalismo»).

Evidentemente, desde que se anunció el hundimiento del bloque del Este, hemos situado tal acontecimiento en ese marco de la descomposición: «En realidad, el hundimiento actual del bloque del Este constituye una de las manifestaciones de la descomposición general del capitalismo que encuentra su origen en la incapacidad de la burguesía para aportar su propia respuesta, la guerra generalizada, a la crisis abierta de la economía mundial» (Revista internacional nº 60, «Tesis», punto 20).

Igualmente, en Enero del 90 extrajimos las implicaciones que tenía para el proletariado la fase de descomposición y la nueva configuración de la arena imperialista: «... En un contexto así, de pérdida de control de la situación para la burguesía mundial, no es evidente que haya sectores dominantes de la misma que hoy sean capaces de imponer la organización y la disciplina necesaria para la reconstitución de bloques militares (...) Por todo esto, es fundamental poner de relieve que la solución proletaria, la revolución comunista, es la única capaz de oponerse a la destrucción de la humanidad, la cual destrucción es la única “respuesta” que la burguesía puede dar a esta crisis; pero esta destrucción no vendría necesariamente de una tercera guerra mundial. Podría ser el resultado de la continuación hasta sus más extremas consecuencias de la descomposición ambiente: catástrofes ecológicas, epidemias, hambres, guerra locales sin fin, y un largo etcétera de esta descomposición (...). La continuación y la agravación del fenómeno de putrefacción de la sociedad capitalista ejercerán, aún más que durante los años 80, sus efectos nocivos sobre la conciencia de la clase. En el ambiente general de desesperanza que impera en la sociedad, en la descomposición misma de la ideología burguesa, cuyas pútridas emanaciones emponzoñan la atmósfera que respira el proletariado, ese fenómeno va a significar para él, hasta el periodo prerevolucionario, una dificultad suplementaria en el camino de su conciencia» (Revista internacional nº 61, «Tras el hundimiento del bloque del Este, desestabilización y caos»).

Así, nuestro análisis sobre la descomposición nos ha permitido poner en evidencia la gravedad de los dilemas de la actual situación histórica. En particular nos ha conducido a subrayar el hecho de que el camino hacia la revolución comunista será mucho más difícil de lo que los revolucionarios habían podido prever en el pasado. He aquí una nueva lección que debemos extraer de la experiencia de estos 10 últimos años de la vida de la CCI, preocupación que conecta con una expresada por Marx a mediados del siglo pasado: el papel de los revolucionarios no es el de consolar a la clase obrera, al contrario, su obligación es subrayar la absoluta necesidad de su combate histórico y las dificultades que puede encontrar en su camino. Solo teniendo una clara conciencia de esta dificultad, el proletariado (y con él los revolucionarios) será capaz de no desmoralizarse frente a los retos que afrontará y, en ella, encontrará la fuerza y la lucidez para superarlos y conseguir derrocar la sociedad de explotación[6].

En el balance de estos 10 últimos años de la CCI no podemos pasar de puntillas sobre dos hechos muy importantes que han afectado a nuestra vida organizativa.

El primero es muy positivo. Es la extensión de la presencia territorial de la CCI con la constitución en 1989 de un núcleo en India que publica en lengua hindi Communist Internationalist, y de una nueva sección en México, país de una enorme importancia en el continente americano, que publica Revolución mundial.

El segundo hecho es triste: la desaparición de nuestro camarada Marc, el 20 de diciembre de 1990. No volveremos aquí sobre el papel de primer plano que él desempeñó en la constitución de la CCI, y antes, en los combates de las fracciones comunistas en los momentos más sombríos de la contrarrevolución. En las Revistas Internacionales nº 65 y 66 dedicamos dos extensos artículos a este tema. Diremos, simplemente que, al lado de la «prueba de fuego» que ha representado para la CCI, así como el conjunto del medio revolucionario, las convulsiones del capitalismo mundial tras 1989, la pérdida de nuestro camarada ha sido para nosotros también una «prueba de fuego». Muchos de los grupos de la Izquierda Comunista no han sobrevivido tras la desaparición de su principal animador. Este ha sido, por ejemplo, el caso de FOR. Y por otra parte ciertos «amigos» nos habían advertido con «solicitud» que la CCI no sobreviviría a Marc. Sin embargo, la CCI aún está ahí, ha conseguido mantener el tipo desde hace cuatro años a pesar de las tempestades que ha encontrado en su camino.

En este terreno no creemos haber conseguido un mérito particular: la organización revolucionaria no existe gracias a tal o cual de sus militantes, por muy valiosos que estos sean. Es un producto histórico del proletariado y si no sobrevive a uno de sus militantes es que, no ha asumido correctamente la responsabilidad que la clase le ha confiado y que dicho militante en cierta medida ha fracasado. Si la CCI ha conseguido superar con éxito las pruebas que ha encontrado, es ante todo porque ha desarrollado permanentemente la preocupación de anclarse en la experiencia de las organizaciones comunistas que la han precedido, de concebir su papel como un combate a largo plazo y no para conseguir «éxitos» inmediatos. En nuestro siglo, esta actitud ha sido la de los militantes más lúcidos y sólidos y ha sido nuestro camarada Marc quien, en gran parte, nos lo ha enseñado. Nos ha enseñado, con su ejemplo, lo que quiere decir dedicación militante, algo sin lo cual una organización revolucionaria no puede sobrevivir, por muy clara que sea: «... Su gran fuerza reside, no solo en su contribución excepcional, sino en el hecho de que, hasta el final, ha sido fiel, con todo su ser, al combate del proletariado. Y esta es una lección fundamental para las nuevas generaciones de militantes que no han tenido la ocasión de conocer la enorme dedicación a la causa revolucionaria que han desarrollado las generaciones del pasado. Es ante todo en este terreno en el que queremos estar a la altura del combate que, en adelante sin su presencia vigilante y lúcida, calurosa y apasionada, estamos determinados a continuar...» (Marc, Revista Internacional nº 66).

Veinte años después de la constitución de la CCI, continuamos en el combate.

FM


[1] El hecho de que estemos hoy en el número 80 de la Revista internacional demuestra que su regularidad se ha mantenido con rigor.

[2] A principios de los años 80, el PCI-Programma había cambiado el título de su publicación en Combat, que se fue deslizando con bastante celeridad hacia el izquierdismo. Desde entonces algunos elementos de ese grupo han reanudado la publicación de Programma comunista que defiende las posiciones bordiguistas clásicas.

[3] Ver sobre esta cuestión los artículos que hemos publicado en los números 41 a 45 de nuestra Revista internacional.

[4] Debemos destacar el hecho de que prácticamente todos los grupos del medio revolucionario han tenido enormes dificultades para comprender los acontecimientos de 1989 como pusimos en evidencia en nuestros artículos «El viento del Este y la respuesta de los revolucionarios» y «Frente a los cambios en el Este, una vanguardia en retraso». en la Revista internacional nº 61 y 62. La palma, sin duda alguna, se la lleva la FECCI (que abandonó nuestra organización con la excusa de que degenerábamos y no éramos capaces de desarrollar el trabajo teórico): le han costado DOS AÑOS darse cuenta de que el bloque del Este había desaparecido (ver nuestro artículo «¿Para que sirve la FECCI?», en la Revista internacional nº 70).

[5] Hemos explicado esos acontecimientos en la Revista Internacional nº 64 y 65. Escribíamos, incluso antes de la «tempestad del desierto» que «En el nuevo período histórico en que hemos entrado, y los acontecimientos del Golfo lo vienen a confirmar, el mundo aparece como una inmensa timba en la que cada quien va a jugar a fondo para sí, en la que las alianzas entre Estados no tendrán ni mucho menos, el carácter de estabilidad de los bloques, sino que estarán dictadas por las necesidades del momento. Un mundo de desorden asesino, de caos sanguinario en el que el “gendarme” americano intentará hacer reinar un mínimo de orden con el empleo más y más masivo de su potencial militar» (Revista internacional nº 13). Rechazamos también la idea propalada por los izquierdistas, pero compartida por la mayoría de los grupos del medio proletario, de que la guerra del Golfo era una «guerra por el petróleo» («El medio político proletario ante la guerra del Golfo», ídem).

[6] No es necesario volver aquí, extensamente, sobre nuestro análisis de la descomposición. Aparece en cada uno de nuestros textos que tratan sobre la situación internacional. Añadiremos simplemente que tras un profundo debate en el seno de nuestra organización, este análisis se ha ido precisando progresivamente (ver en este sentido nuestros textos: «La descomposición, última fase de la decadencia del capitalismo», «Militarismo y descomposición», «Hacia el mayor caos de la historia», publicados respectivamente en los números 62,64 y 68 de la Revista internacional).

Series: 

  • Construcción de la organización revolucionaria [9]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La organización revolucionaria [10]

desarrollo de la conciencia y la organización proletaria: 

  • Corriente Comunista Internacional [11]

Source URL:https://es.internationalism.org/en/revista-internacional/200704/1825/revista-internacional-n-80-1er-trimestre-de-1995

Links
[1] https://es.internationalism.org/en/tag/noticias-y-actualidad/crisis-economica [2] https://es.internationalism.org/en/tag/desarrollo-de-la-conciencia-y-la-organizacion-proletaria/primera-internacional [3] https://es.internationalism.org/en/tag/desarrollo-de-la-conciencia-y-la-organizacion-proletaria/segunda-internacional [4] https://es.internationalism.org/en/tag/desarrollo-de-la-conciencia-y-la-organizacion-proletaria/la-izquierda-italiana [5] https://es.internationalism.org/en/tag/3/47/guerra [6] https://es.internationalism.org/en/tag/21/368/rusia-1917 [7] https://es.internationalism.org/en/tag/historia-del-movimiento-obrero/1917-la-revolucion-rusa [8] https://es.internationalism.org/en/tag/desarrollo-de-la-conciencia-y-la-organizacion-proletaria/tercera-internacional [9] https://es.internationalism.org/en/tag/21/506/construccion-de-la-organizacion-revolucionaria [10] https://es.internationalism.org/en/tag/2/39/la-organizacion-revolucionaria [11] https://es.internationalism.org/en/tag/desarrollo-de-la-conciencia-y-la-organizacion-proletaria/corriente-comunista-internacional