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Revista internacional n° 85 - 2o trimestre de 1996

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Conflictos imperialistas - La progresión inexorable del caos y del militarismo

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Conflictos imperialistas

La progresión inexorable del caos y del militarismo

Como lo vimos en diciembre de 1995 con la maniobra dirigida contra la clase obrera en Francia y más ampliamente contra el proletariado europeo, la burguesía siembre acaba uniéndose a escala internacional para enfrentarse al proletariado. No ocurre lo mismo, ni mucho menos, en el plano de las relaciones interimperialistas, en las que la ley de la jungla vuelve por sus fueros. Las «victorias de la paz» que a finales de 1995 fueron celebradas por los obedientes medios de comunicación no son sino otras tantas siniestras mentiras y no son sino otros tantos capítulos de la lucha a muerte que enfrenta a las grandes potencias imperialistas, a veces abiertamente, y las más de las veces tras la careta de las pretendidas fuerzas de interposición como la IFOR en la antigua Yugoslavia. En efecto, la fase final de la decadencia del sistema capitalista que estamos viviendo, la de su descomposición, se caracteriza, ante todo, a escala de las relaciones interimperialistas, por la tendencia a la guerra de todos contra todos y cada uno para sí. Esta tendencia es tan fuerte que, desde la guerra del Golfo, ha neutralizado la tendencia inherente al imperialismo en la decadencia, la de la formación de nuevos bloques imperialistas. De ahí:
- una agudización de esas expresiones típicas de la crisis histórica del modo de producción capitalista como lo es el militarismo, el recurso sistemático a la fuerza bruta para dirimir los problemas con sus rivales imperialistas y el horror cotidiano de la guerra para una parte cada vez mayor de la población del mundo, impotentes víctimas de las peleas mortales del imperialismo. Si la superpotencia militar norteamericana, para defender su hegemonía, es la primera en usar la fuerza, las demás «grandes democracias» como Gran Bretaña, Francia, y -hecho de importancia histórica-, Alemania le siguen los pasos dentro de sus capacidades ([1]).
- un cada vez mayor cuestionamiento del liderazgo de la primera potencia mundial por parte de la mayoría de sus ex aliados y vasallos.
- puesta en entredicho o debilitamiento de las alianzas imperialistas más firmes, como así lo demuestra la ruptura histórica de la alianza anglo-norteamericana, así como el evidente enfriamiento de las relaciones entre Francia y Alemania.
- la incapacidad de la Unión Europea para formar un polo alternativo contra la superpotencia americana, como ha quedado patente en las divisiones que han opuesto a diferentes Estados europeos en un conflicto, el de la antigua Yugoslavia, ocurrido en sus propias puertas.

En ese marco puede entenderse la evolución de una situación imperialista mucho más compleja e inestable que cuando había dos grandes bloques imperialistas y de él podremos sacar los rasgos principales:
- el origen y el éxito de la contraofensiva americana centrada en la ex Yugoslavia;
- los límites, sin embargo, de esa contraofensiva, muy bien plasmados en la voluntad persistente de Gran Bretaña de poner en tela de juicio su alianza con el padrino americano;
- el acercamiento franco-británico, al mismo tiempo que se produce un distanciamiento de Francia con respecto a su aliado alemán.

El éxito de la contraofensiva de Estados Unidos

En la Resolución sobre la situación internacional del XIº Congreso de la CCI (Revista Internacional, nº 82) subrayábamos: «(...) el fracaso que representa para los Estados Unidos la evolución de la situación en la ex-Yugoslavia, donde la ocupación directa del terreno por tropas británicas y francesas bajo el uniforme de UNPROFOR, ha contribuido en gran medida a frustrar las tentativas norteamericanas de tomar posición firme en esta región, a través de su aliado bosnio. Muestra también que la primera potencia mundial, encuentra cada vez mayores dificultades para jugar su papel de “gendarme” mundial, papel éste que cada vez soportan menos las demás burguesías que tratan, por su parte, de exorcizar un pasado en el que la amenaza soviética les forzaba a someterse a los dictados de Washington.

Asistimos hoy a un importante debilitamiento, casi una crisis, del liderazgo de USA, que se va confirmando poco a poco en todas partes». Explicábamos ese debilitamiento del liderazgo estadounidense por el hecho de que «la tendencia dominante, hoy por hoy, no es tanto la constitución de un nuevo bloque sino más bien el «cada uno a la suya».

En la primavera de 1995 la situación estaba efectivamente dominada por el debilitamiento de la primera potencia mundial. Pero, desde entonces, se ha modificado, marcada a partir del verano del 95 por una contraofensiva de Clinton y su administración. La creación de la FFR por los franco-británicos, dejando a EEUU como mero comparsa en el ruedo yugoslavo y, más importante todavía, la traición de su más antiguo y fiel teniente, Gran Bretaña, habían debilitado sensiblemente las posiciones de EEUU en Europa, haciendo indispensable una amplia respuesta para atajar el declive del liderazgo de la primera potencia mundial. Esa contraofensiva la ha llevado a cabo EEUU basándose en dos bazas principales. La primera, la de ser la única superpotencia militar, capaz de movilizar rápidamente múltiples fuerzas armadas a un nivel que ninguno de sus rivales podría pretender alcanzar para enfrentarse a ellas. Y así ha sido con la creación de la IFOR, quitando de en medio a la Unprofor, con todo el apoyo logístico con que cuentan los norteamericanos: medios de transporte, fuerza aeronaval de enorme potencia de fuego, satélites militares de observación. Esa demostración de fuerza ha sido lo que obligó a los europeos a firmar los acuerdos de Dayton. Después, apoyándose en tal fuerza militar, Clinton, se ha dedicado, en lo diplomático, a jugar con las rivalidades entre las potencias europeas más comprometidas en Yugoslavia, usando muy especialmente y con habilidad la oposición entre Francia y Alemania, que ha venido a añadirse al antagonismo tradicional entre Gran Bretaña y Alemania([2]).

La presencia directa en la ex Yugoslavia, y más ampliamente en el Mediterráneo, de un fuerte contingente estadounidense ha sido un duro golpe para dos Estados, que son la avanzadilla del cuestionamiento del liderazgo norteamericano, Francia y Gran Bretaña. Tanto más por cuanto ambos países reivindican un estatuto imperialista de primer plano en el Mediterráneo y, además, para preservar su estatuto, se habían empeñado desde que se inició la guerra en Yugoslavia, en impedir una intervención de EEUU que no haría sino debilitar su posición en aquel mar.

Desde entonces, EEUU se ha afirmado claramente como el dueño del cotarro en la antigua Yugoslavia. Alternando una de cal y otra de arena, los norteamericanos presionan con cierto éxito sobre Milosevic para que éste rompa los vínculos estrechos que lo unen a sus padrinos anglo-franceses. Mantienen firmemente en su puño a sus «protegidos» bosnios, llamándoles al orden cuando éstos expresan la menor veleidad de independencia, como hemos visto con el montaje americano de dar una repentina publicidad a ciertos lazos existentes entre Bosnia e Irán. Preparan el porvenir acercándose a Zagreb, pues Croacia es, en la zona, la única fuerza capaz de oponerse eficazmente a Serbia. Incluso han sido capaces de utilizar en provecho propio las agudas tensiones que agitan a su «obra», o sea la federación croato-musulmana, en la ciudad de Mostar. Parece incluso evidente que han dejado, cuando no animado, a los nacionalistas croatas a atacar al administrador alemán de la ciudad, lo que dio como resultado que éste se marchara precipitadamente y fuera sustituido por un mediador norteamericano, sustitución pedida tanto por los croatas como por los musulmanes. Al trabar buenas relaciones con Croacia, a quien apunta EEUU es a Alemania, gran padrino protector de Croacia. Pero, aunque así ejercen cierta presión sobre Alemania, EEUU sigue procurando tratarla con cuidado para así mantener y agudizar las graves tensiones ocurridas en la alianza franco-alemana sobre Yugoslavia. Además, al mantener una alianza táctica y de circunstancias con Alemania en la antigua Yugoslavia, EEUU puede esperar controlar tanto mejor la actividad de Alemania, la cual sigue siendo el más peligroso de sus rivales imperialistas. La presencia masiva de EEUU en el terreno, limita de hecho el margen de maniobra del imperialismo alemán.

Así, tres meses después de la instalación de la IFOR, la burguesía americana con­ trola sólidamente la situación y es eficaz, por el momento, contra las zancadillas que le ponen Francia y Gran Bretaña para sabotear el montaje estadounidense. Después de haber sido el centro de la puesta en entredicho de la supremacía de la primera potencia mundial, la antigua Yugoslavia se ha transformado en trampolín de la defensa de esa supremacía en Europa y el Mediterráneo, que es la zona central en el campo de batalla de las rivalidades interimperialistas. También, la presencia militar americana en un país como Hungría no puede ser sino una amenaza más en la zona tradicional de influencia del imperialismo alemán, el Este de Europa. No es desde luego una casualidad si surgen tensiones importantes al mismo tiempo entre Praga y Bonn sobre los Sudetes, apoyando EEUU claramente las posiciones checas en este asunto. Igualmente, un país como Rumanía, aliado tradicional de Francia, acabará sufriendo los efectos de la presencia norteamericana.

La posición de fuerza adquirida por EEUU a partir de Yugoslavia se ha concretado también en el mar Egeo entre Grecia y Turquía. Inmediatamente, Washington se puso a hablar fuerte y ambos países se doblegaron inmediatamente ante sus órdenes, aunque siga habiendo rescoldos encendidos. Pero, más allá de la advertencia a esos dos países, EEUU se ha aprovechado del acontecimiento para poner de relieve la impotencia de la Unión Europea frente a tensiones en su propio suelo, poniendo también de relieve quién es el mandamás del Mediterráneo.

Aunque Europa es lugar central en la preservación del liderazgo estadounidense, EEUU debe defenderlo a escala mundial. Y en este marco, Oriente Medio sigue siendo un campo de maniobras privilegiado del imperialismo americano. A pesar de la cumbre de Barcelona iniciada por Francia y sus intentos de volverse a introducir en el escenario medio-oriental, a pesar del éxito que ha sido para el imperialismo francés la elección de Zerual en Argelia y las zancadillas de Alemania y Gran Bretaña queriendo meterse en los cotos privado del Tío Sam, EEUU ha reforzado su presión marcando tantos importantes durante el año pasado. Haciendo progresar los acuerdos entre israelíes y palestinos, con el remate de la elección triunfal de Arafat en los territorios, sacando provecho de la dinámica creada tras el asesinato de Rabin para acelerar las negociaciones entre Siria e Israel, la primera potencia mundial refuerza su control de la región tras la careta de la «pax americana» y sus medios de presión respecto a Estados como Irán, el cual sigue poniendo en entredicho la supremacía americana en Oriente Medio ([3]). Cabe decir también que tras una efímera y parcial estabilidad de la situación en Argelia en torno a la elección de Zerual, la fracción de la burguesía argelina vinculada al imperialismo francés vuelve a estar enfrentada a atentados y ataques en serie tras los cuales, con «islamistas» interpuestos, está sin duda la mano de Estados Unidos.

La primera potencia mundial se enfrenta a las tendencias centrífugas

La vigorosa contraofensiva de la burguesía estadounidense ha modificado la superficie imperialista pero no la ha afectado en profundidad. Estados Unidos ha logrado claramente demostrar que sigue siendo la única superpotencia y que no vacila en poner en marcha su impresionante máquina militar para defender su liderazgo allí donde pueda estar amenazado, de modo que cualquier potencia imperialista que discuta esa supremacía podría verse expuesta al palo norteamericano. En este aspecto, el éxito ha sido total y el mensaje ha sido perfectamente oído. Sin embargo, a pesar de las importantes batallas ganadas por EEUU, no por ello ha conseguido acabar de una vez por todas con el fenómeno que necesitó precisamente ese despliegue de fuerzas: la tendencia centrífuga de «cada uno para sí» que domina el ruedo imperialista. Momentánea y parcialmente frenada, pero en absoluto destruida, esa tendencia sigue sacudiendo todo el escenario imperialista, alimentada permanentemente por la descomposición que afecta al conjunto del sistema imperialista. Sigue siendo la tendencia dominante en todas las relaciones interimperialistas, obligando a cada rival de EEUU a cuestionar abiertamente o de manera solapada su supremacía, aunque no haya ninguna igualdad entre las fuerzas en presencia. La descomposición y su monstruosa descendencia que es la guerra de todos contra todos ponen al rojo vivo ese rasgo típico de la decadencia del capitalismo que es la irracionalidad de la guerra en su fase imperialista. Ése es el obstáculo principal contra el que choca la superpotencia mundial, obstáculo que no puede sino generar nuevas y mayores dificultades para quien aspira a ser el «gendarme del mundo».

Francia, Gran Bretaña y también Alemania, tras comprobar los límites de su margen de maniobra en la ex Yugoslavia, van a trasladar otro sitio sus esfuerzos por intentar debilitar el liderazgo americano. En esto, el imperialismo francés es muy activo. Expulsado casi por completo de Oriente Medio, intenta por todos los medios volver a una región de alto valor estratégico. Apoyándose en sus relaciones tradicionales con Irak, hace de mediador entre ese país y la ONU, derramando lágrimas de cocodrilo por las terribles consecuencias para la población del embargo impuesto a Irak por EEUU, y, a la vez, procura reforzar su influencia en Yemen y Qatar. No duda en meterse en los dominios de EEUU, pretendiendo desempeñar un papel en las negociaciones sirio-israelíes, ofreciendo de nuevo sus servicios a Líbano. Sigue intentando preservar sus cotos de caza en el Magreb, siendo muy directo con Marruecos y Túnez, y, a la vez, procura defender sus zonas de influencia tradicionales en el África negra. Y aquí, ayudado ahora por su nuevo cómplice británico (al cual, en agradecimiento, ha permitido que integre a Camerún en la Commonwealth, algo inconcebible hace algunos años), el imperialismo francés se dedica a maniobrar en todas direcciones, desde Costa de Marfil y Níger (donde ha apoyado el reciente golpe de Estado) hasta Ruanda. Expulsado de este país por EEUU, utiliza ahora cínicamente a las masas de refugiados hutus de Zaire para desestabilizar a la camarilla proamericana que dirige hoy Ruanda.

Pero las dos manifestaciones más significativas de la determinación de la burguesía francesa para resistir a toda costa al buldózer estadounidense han sido, primero, el viaje reciente del Presidente francés, Chirac, a EEUU y, segundo, la decisión de transformar radicalmente las fuerzas armadas de Francia. Ir a visitar al gran patrón americano, era para el Presidente francés una manera de indicar que había entendido la nueva situación imperialista creada por la manifestación de fuerza de la primera potencia mundial, pero no por ello iba allí a declararse sumiso. Chirac afirmó claramente en su viaje la voluntad de autonomía del imperialismo francés exaltando la defensa europea. Y tomando nota del hecho que muy difícilmente puede oponerse alguien abiertamente a la potencia militar americana, inauguró una nueva estrategia, la más eficaz del caballo de Troya. Es el sentido de la integración casi total de Francia en la OTAN. Desde ahora, será desde dentro desde donde el imperialismo francés intentará seguir saboteando el «orden americano». La decisión de transformar el ejército francés en un ejército profesional, capaz de alinear en todo momento a sesenta mil hombres para operaciones fuera de sus fronteras, es el otro aspecto de esa nueva estrategia y expresa la firme voluntad de la burguesía francesa de defender sus intereses imperialistas, incluso contra el gendarme USA si falta hiciera. Cabe señalar aquí un hecho de importancia: en la práctica de esa táctica de caballo de Troya, al igual que en la reorganización de sus fuerzas militares, Francia sigue resueltamente el «ejemplo inglés». Gran Bretaña tiene, en efecto, una larga experiencia en esa estrategia del rodeo. Por ejemplo, su adhesión a la CEE (Comunidad económica europea) no tuvo más finalidad que la de sabotearla desde dentro. De igual modo, el ejército profesional británico ha demostrado con creces su eficacia, pues, con un efectivo bastante inferior al de Francia, pudo, sin embargo, movilizar más rápidamente fuerzas superiores en cantidad tanto en la guerra del Golfo como en la de Yugoslavia. Así, hoy, por detrás del activismo chiraquiano en el ruedo imperialista, puede a menudo verse la oreja de Gran Bretaña entre bastidores. La relativa eficacia de la burguesía francesa para defender su rango en el ruedo imperialista le debe mucho, sin duda, a los consejos de la burguesía más experimentada del mundo y a la estrecha colaboración que se ha desarrollado entre ambos Estados durante el año pasado.

Pero en donde la fuerza centrífuga de cada uno para sí y a la vez los límites de la demostración de fuerza de Estados Unidos son más patentes, es sin duda alguna en la ruptura de la alianza imperialista que unía Gran Bretaña a Estados Unidos desde hace más de un siglo. A pesar de la enorme presión ejercida por EEUU para castigar la traición de la «pérfida Albión» y obligarla a mejores sentimientos respecto a su ex aliado y ex jefe de bloque, la burguesía británica mantiene su política de distanciamiento respecto a Washington, como lo demuestra sobre todo el acercamiento creciente a Francia, aunque también es verdad que, mediante esta alianza, Gran Bretaña también intenta oponerse a Alemania. Esta política no tiene la unanimidad de toda la burguesía inglesa. La fracción que lidera Thatcher –que propugna el mantenimiento de la alianza con Estados Unidos–, es por el momento minoritaria, y Major en ese plano tiene el apoyo total de los laboristas. La ruptura entre Londres y Washington es reveladora de la gran diferencia que hay hoy con la situación de la guerra del Golfo en la que Gran Bretaña era todavía el más fiel teniente de EEUU. La defección del aliado más antiguo y sólido es una profunda espina clavada en la primera potencia mundial, la cual no podrá seguir soportando tal grave cuestionamiento de su supremacía. Por eso Clinton ha utilizado la vieja cuestión irlandesa para hacer volver al traidor al redil. A finales del 95, Clinton, en su gira triunfal por Irlanda, no dudó en tratar a la más vieja democracia del mundo cual simple «república bananera» tomando abiertamente partido por los nacionalistas irlandeses e imponiendo a Londres un mediador norteamericano, el senador M. Mitchell. Al haber sido rechazado por el gobierno de Major el plan de Mitchell, Washington pasó a una etapa superior utilizando el arma del terrorismo, a través de los atentados del IRA, que se ha convertido en brazo armado de Estados Unidos para sus golpes bajos en suelo británico. Esto pone de relieve la determinación de la burguesía estadounidense para no retroceder ante ningún medio para doblegar a su antiguo teniente. Pero el uso del terrorismo también es expresión de la profundidad del divorcio entre los dos ex aliados y el caos que hoy rige las relaciones imperialistas entre los miembros de lo que fue bloque occidental y todo ello tras la careta de la «amistad indefectible» que uniría a las grandes potencias democráticas de ambas orillas del Atlántico. Por ahora, las múltiples presiones por parte del ex jefe de bloque parecen no haber tenido otro resultado que el de fortalecer la voluntad de resistencia del imperialismo británico, aunque EEUU no ha dicho su última palabra, ni mucho menos, y lo hará todo por modificar la situación.

El fortalecimiento de la tendencia de cada uno para sí a la que se enfrenta el «gendarme» ha conocido en los últimos meses un desarrollo espectacular en Asia, hasta el punto de que se puede decir que un nuevo frente se le está abriendo en esa zona a Estados Unidos. Japón se está volviendo un aliado cada vez menos dócil, pues, liberado de la armadura de los bloques, ahora aspira a obtener un rango imperialista mucho más acorde con su poderío económico. Por eso exige que se le otorgue un escaño permanente en el Consejo de seguridad de la ONU.

Las manifestaciones en contra de la presencia militar americana en el archipiélago de Okinawa, el nombramiento de un nuevo Primer ministro japonés conocido por sus diatribas antiamericanas y su nacionalismo intransigente, son testimonio de que Japón soporta cada vez menos la tutela norteamericana, queriendo afirmar sus prerrogativas imperialistas. Las consecuencias serán las de una mayor inestabilidad en una región en la que los conflictos de soberanía son latentes como el que enfrenta Corea del Sur y Japón a propósito del pequeño archipiélago de Tokdo. Pero lo que es más revelador del desarrollo de las tensiones imperialistas en esta parte del mundo es la nueva agresividad de China para con Taiwan. Más allá de las motivaciones internas de la burguesía china, enfrentada a la delicada sucesión de Deng Tsiao Ping y de la cuestión de Taiwan, la actitud bélica del imperialismo chino significa sobre todo que está dispuesto a plantarle cara a su ex jefe de bloque, Estados Unidos, para defender sus propias prerrogativas imperialistas. China ha rechazado claramente las numerosas advertencias de Washington, aflojándose los estrechos lazos que la unían a EEUU hasta el punto de obligar a este país a hacer alarde de su fuerza con el envío de navíos de guerra al estrecho de Formosa. En este contexto de acumulación de tensiones imperialistas y de cuestionamiento, abierto u oculto, del liderazgo de la primera potencia mundial en Asia, el acercamiento entre París y Pekín con el viaje del ministro francés de Exteriores y la invitación a París de Li Peng, así como la celebración de la primera cumbre euroasiática, son acontecimientos muy relevantes. Si las motivaciones económicas de ese tipo de reuniones son evidentes, ésta ha sido sobre todo la ocasión para la Unión europea de meterse en el terreno del tío Sam, pretendiendo, sean cuales sean las graves divisiones que la animan, formar el «tercer vértice de un triángulo Europa-Asia-América».

A pesar de la fuerte afirmación de su supremacía, el «gendarme» del mundo ve cómo las tendencias centrífugas lo ponen constantemente en entredicho. Ante esa situación, la permanente amenaza de su liderazgo, EEUU se verá obligado a recurrir cada vez más a la fuerza bruta y al hacerlo, el gendarme se convierte en uno de los principales propagadores de caos que pretende combatir. Ese caos, generado por la descomposición del sistema capitalista a escala mundial, seguirá abriendo un surco cada vez más destructor por el planeta entero.

La alianza franco-alemana puesta a prueba

El mando de la primera potencia mundial está amenazado por la agudización de la guerra de todos contra todos que afecta al conjunto de las relaciones imperialistas. Pero, también, el caos que caracteriza de manera creciente esas relaciones hace cada día más imposible la concreción de la tendencia a que se formen nuevos bloques imperialistas. De esto son prueba patente las turbulencias en las que ha entrado la alianza franco-alemana.

El marxismo siempre ha puesto de relieve que una alianza interimperialista no tiene nada que ver con un matrimonio por amor o con una verdadera amistad entre los pueblos. Sólo el interés guía esa alianza y cada miembro de una constelación imperialista procura ante todo defender sus propios intereses y sacar la mayor tajada. Todo eso se aplica perfectamente al «motor de Europa», la pareja franco-alemana, y explica por qué ha sido fundamentalmente Francia quien ha iniciado la distensión de lazos entre ambos aliados. En efecto, la visión de esa alianza no ha sido nunca la misma de un lado y de otro del Rin. Para Alemania las cosas son sencillas. Potencia económica dominante en Europa, con la desventaja de su debilidad en el plano militar, a Alemania le interesa una alianza con una potencia nuclear europea. Sólo es posible con Francia, pues Gran Bretaña, a pesar de su ruptura con Estados Unidos, es su enemigo irreducible. Históricamente, Inglaterra siempre ha luchado contra el dominio de Europa por Alemania, y la reunificación, el peso creciente del imperialismo alemán en Europa no pueden sino reforzar su determinación para oponerse a cualquier tipo de liderazgo germánico en el continente. Aunque Francia haya podido vacilar para oponerse al imperialismo alemán, ya en los años 30 algunas fracciones de la burguesía francesa eran más bien favorables a la alianza con Berlín. Gran Bretaña siempre se ha opuesto a toda constelación imperialista dominada por Alemania. Frente a este antagonismo histórico, a la burguesía alemana no le queda otra posibilidad en Europa occidental y se siente tanto más a gusto en su alianza con Francia porque sabe que en ella, por muchas pretensiones que tenga el «gallo galo», está en posición de fuerza. Por eso, las presiones que está ejerciendo sobre un aliado cada vez más recalcitrante no tienen otro objetivo que obligarlo a mantenerse fiel.

Muy diferente es el asunto para la burguesía francesa. Para ésta, aliarse con Alemania era ante todo un medio de controlarla, esperando ejercer una especie de mando conjunto en Europa. La guerra en la antigua Yugoslavia y, más generalmente, el poderío en auge de una Alemania resueltamente dominadora ha acabado con las esperanzas de una utopía mantenida por una mayoría de la burguesía francesa, la cual ha visto resurgir el temible espectro de la «Gran Alemania» reavivado por el recuerdo de tres guerras perdidas frente al tan poderoso vecino.

Puede decirse que en cierto modo la burguesía francesa se ha sentido defraudada y, a partir de entonces, se ha dedicado a aflojar unos vínculos que sólo servían para poner más de relieve sus debilidades de potencia históricamente declinante. Mientras Gran Bretaña se mantuvo fiel a Estados Unidos, el margen de maniobra del imperialismo francés era muy limitado, reducido a intentar frenar la expansión imperialista de su poderoso aliado, procurando mantenerlo encerrado en su mutua alianza.

El avance realizado por Alemania en Yugoslavia hacia el Mediterráneo, gracias a Croacia y sus puertos, ha significado el fracaso de esa política defendida por Mitterrand. En cuanto Gran Bretaña rompió su alianza privilegiada con Washington, la burguesía francesa se aprovechó de la ocasión para tomar claras distancias con Alemania. El acercamiento a Londres, iniciado por Balladur (Primer ministro francés de 93-94) y acentuado por Chirac, hace esperar al imperialismo francés el poder frenar con mayor eficacia la expansión imperialista alemana, a la vez que puede resistir con mayor fuerza a las presiones del «gendarme» americano. Aunque esta nueva versión de la «Entente cordiale» es la unión de los pequeños contra los dos grandes (EEUU y Alemania), no por ello hay que subestimarla. En el plano militar, ambos países son una potencia significativa en lo convencional y más todavía en lo nuclear. Y también lo son en lo político, pues la temible experiencia de la burguesía inglesa (herencia del dominio que ejerció durante largo tiempo sobre el mundo) incrementará, como hemos visto, la capacidad de esos dos «segundones» para defender cara su piel tanto contra Washington como contra Bonn. Además, incluso si por ahora es difícil juzgar la perennidad de esa nueva alianza imperialista (duramente expuesta a las presiones de EEUU y de Alemania), una serie de factores aboga en favor de cierta duración y solidez del acercamiento franco-británico. Ambos Estados son dos potencias imperialistas históricamente en declive, antiguas grandes potencias coloniales amenazadas tanto por la primera potencia mundial como por la primera potencia europea, todo lo cual crea un sólido interés común. Por eso se ha podido ver a Londres y París desarrollar una cooperación en África y también Oriente Medio, cuando hasta hace poco eran rivales, y eso por no hablar de su concertación total en la antigua Yugoslavia. Pero el factor que da más solidez a ese eje franco-británico es que ambas potencias son de una fuerza más o menos equivalente, tanto en lo económico como en lo militar, de modo que ninguna de las dos temerá ser devorada por la otra, consideración que siempre ha sido de la mayor importancia en las alianzas que traban los tiburones imperialistas.

El desarrollo de una concertación estrecha entre Francia y Gran Bretaña significa obligatoriamente que se debilitará notablemente la alianza franco-alemana. Este debilitamiento que en parte le puede venir bien a EEUU, al alejar la perspectiva de un nuevo bloque dominado por Alemania, es evidentemente contrario a los intereses de ésta. La reorientación radical de los ejércitos y de la industria militar francesas decidida por Chirac expresa, primero, la capacidad de la burguesía francesa para sacar lecciones de la guerra del Golfo y de los reveses sufridos en Yugoslavia y para responder a las necesidades generales a las que se enfrenta el imperialismo francés en la defensa de sus posiciones a escala mundial. Pero, también, esa reorientación va dirigida directamente contra Alemania y ello en varios aspectos:
- a pesar de las proclamas de Chirac de que nada se haría sin una estrecha concertación con Bonn, la burguesía alemana se ha visto ante el hecho consumado, limitándose el gobierno francés con comunicarle unas decisiones sin vuelta atrás;
- se trata sin lugar a dudas de una profunda reorientación de la política imperialista francesa, como lo ha entendido muy bien el ministro alemán de Defensa, el cual declaraba que «si Francia estima que su prioridad es el exterior del núcleo duro de Europa, hay entonces ahí una diferencia patente con Alemania»([4]);
- con la instauración de un ejército profesional y al privilegiar las fuerzas de operaciones exteriores, Francia da a entender claramente su voluntad de autonomía respecto a Alemania y facilita las condiciones de intervenciones comunes con Gran Bretaña. Mientras que el ejército alemán se basa esencialmente en el reclutamiento, el francés, en cambio, va a seguir el modelo inglés, basado en cuerpos profesionales;
- en fin, el Eurocorps, símbolo por excelencia de la alianza franco-alemana, está directamente amenazado por esa reorganización. El grupo encargado de la defensa en el partido dominante de la burguesía francesa, el RPR, ha pedido su supresión pura y simple.

Todo eso es muestra de la determinación francesa de emanciparse de Alemania. Pero no puede ponerse en el mismo plano el divorcio de la alianza anglo-americana y lo que, por ahora, no es más que un importante debilitamiento entre ambos lados del Rin. Primero, Alemania no está dispuesta a quedarse sin reaccionar frente a su aliado rebelde. Y dispone de medios importantes para hacer presión sobre Francia, aunque sólo sea por la importancia de las relaciones económicas entre ambos países y la potencia económica considerable de que dispone el capitalismo alemán. Pero, más fundamentalmente, la posición particular en que se encuentra Francia le hace muy difícil una ruptura total con Alemania. El imperialismo francés está atenazado entre los dos grandes, EEUU y Alemania, y está sometido a esa doble presión. Como potencia media que es y a pesar del respiro que le da su alianza con Londres, Francia está obligada a intentar apoyarse, momentáneamente, en uno de los dos grandes para resistir mejor a la presión ejercida por el otro, viéndose obligada a jugar en varias mesas a la vez. En la situación de incremento del caos que provoca el desarrollo de la descomposición, ese doble o triple juego que consiste en apoyarse tácticamente en un enemigo o un rival para enfrentarse mejor a otro será cada vez más corriente. Así se comprende mejor el mantenimiento de ciertos lazos imperialistas entre Francia y Alemania como en Oriente Medio, en donde puede verse a esos dos tiburones apoyarse mutuamente para introducirse más fácilmente en los caladeros de EEUU, algo que también puede observarse en Asia. De esto es prueba también la firma de un acuerdo muy importante sobre construcción común de satélites de observación militar (proyecto Helios), cuyo objetivo es rivalizar con EEUU en la supremacía de ese ámbito esencial de la guerra moderna (Clinton lo entendió bien cuando mandó, en vano, al director de la CIA a Bonn para impedir ese acuerdo) o el propósito de producir ciertos misiles conjuntamente. Si el interés de Alemania en que prosiga la cooperación en el ámbito de la alta tecnología militar es evidente, también el imperialismo francés sale ganando, pues éste sabe que nunca podría lanzar él solo proyectos cada día más caros y aunque la cooperación con Inglaterra se está desarrollando activamente, es todavía limitada a causa de la dependencia que ésta sigue manteniendo respecto a EEUU, sobre todo en lo nuclear. Además, Francia sabe que en ese plano está en posición de fuerza frente a Alemania. Así, a propósito de Helios, ha ejercido un auténtico chantaje: si Bonn se niega a participar en el proyecto, Francia abandonará le producción de helicópteros en el marco de las actividades del grupo Eurocópter.

A medida que el sistema capitalista se hunde en la descomposición, el conjunto de las relaciones interimperialistas está cada día más marcado por el caos creciente, haciendo tambalearse las alianzas más sólidas y antiguas, desencadenando la guerra de todos contra todos. El recurso al uso de la fuerza bruta por parte de la primera potencia mundial aparece no sólo incapaz de frenar la progresión del caos, sino que además se vuelve factor suplementario de la propagación de esa lepra que corroe el imperialismo. Los únicos verdaderos ganadores de esa espiral abominable son el militarismo y la guerra, que, cual monstruos insaciables, exigen cada día más víctimas para satisfacer su apetito. Seis años después del hundimiento del bloque del Este, que iba a inaugurar una no se sabe qué «era de paz», la única alternativa sigue siendo, más que nunca, la que trazó la Internacional comunista en su primer Congreso: socialismo o barbarie.

RN, 10/3/96

 

[1] Las bajas de los presupuestos militares, que serían los «dividendos de la paz», no son ni mucho menos un verdadero desarme como así ocurrió después de la 1ª Guerra mundial. Son, al contrario, una enorme reorganización de las fuerzas militares para hacerlas más eficaces y mortíferas, ante la nueva situación imperialista caracterizada por las tendencias centrífugas de todos contra todos y cada uno para sí.

[2] Estados Unidos no ha dudado en apoyarse en Alemania, por medio de Croacia (ver Revista internacional nº 83).

[3] La reciente y sangrienta serie de atentados en Israel, sean quienes sean sus comanditarios, hacen perfectamente el juego de los rivales de Estados Unidos. Este país sabía lo que decía cuando acusó inmediatamente a Irán y conminó a los europeos para que rompan toda relación con ese «Estado terrorista», aunque ahí se ve lo que es tener cara dura cuando se sabe el uso que EEUU hace del terrorismo, desde Argelia hasta Londres, pasando por París. La respuesta europea no se anduvo por las ramas: no. En general, el terrorismo, arma por excelencia de los pequeños imperialismos, es hoy cada día más utilizada por las grandes potencias en la lucha a muerte que las enfrenta. Es ésa una expresión típica del aumento del caos que la descomposición genera.

[4] Del mismo modo, en lo referente al futuro de Europa, Francia se ha distanciado claramente del federalismo defendido por Alemania, acercándose al esquema que defiende Gran Bretaña.

Lucha de clases - El vigoroso retorno de los sindicatos contra la clase obrera

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Lucha de clases

El vigoroso retorno de los sindicatos contra la clase obrera

Cada día se verifica un poco más la barbarie sin nombre en la que se va hundiendo el mundo capitalista ([1]). Las huelgas y manifestaciones que han sacudido a Francia a finales del otoño del 95 vienen ilustrar esta realidad: por un lado la capacidad del proletariado para reanudar la lucha, y por otro las enormes dificultades que se alzan frente a él. En el precedente número de la Revista internacional, ya hemos hecho resaltar el significado de estos movimientos sociales:

 “En realidad, el proletariado de Francia ha sido el blanco de una maniobra de envergadura destinada a debilitarlo en su conciencia y en su combatividad, una maniobra dirigida también a la clase obrera de otros países para que saque lecciones falsas de los acontecimientos de Francia.

(...) Ante tal situación, los proletarios no pueden permanecer pasivos. No les queda otra salida que la de defenderse luchando. Sin embargo, para impedir que la clase obrera entrara en lucha con sus propias armas, la burguesía ha tomado la delantera, empujándola a lanzarse a la lucha prematuramente y bajo el control total de los sindicatos. No ha dejado tiempo a los obreros para movilizarse a su ritmo y con sus medios.

(...) El movimiento huelguístico que acaba de desarrollarse en Francia, si bien es verdad que ha evidenciado el profundo descontento que reina en la clase obrera, ha sido, ante todo, el resultado de una maniobra de gran envergadura de la burguesía con el objetivo de arrastrar a los obreros a una derrota masiva y, sobre todo, provocar entre ellos la mayor de las desorientaciones” ([2]).

La importancia de lo ocurrido en Francia a finales del 95

Que los movimientos sociales en Francia a finales del 95 sean fundamentalmente resultado de la maniobra de la burguesía no debe disminuir en nada su importancia ni significar que la clase obrera hoy sea una manada de borregos en manos de la clase dominante.

Estos acontecimientos vienen a desmentir rotundamente todas las teorías (que han vuelto a ponerse de moda desde que se hundió el estalinismo en los países del Este) sobre la “desaparición” de la clase obrera y sus variantes, tanto la que nos habla del “fin de las luchas obreras” como la que nos habla de la “recomposición” de la clase (es la versión “de izquierdas” de la copla) que conllevaría un perjuicio mayor a tales luchas ([3]).

La prueba de las potencialidades reales de la clase nos la da la misma amplitud de las huelgas y manifestaciones de noviembre-diciembre del 95: cientos de miles de obreros en huelga, millones de manifestantes. Sin embargo, no puede uno quedarse en esa simple constatación: durante los años 30 también hubo movimientos de gran amplitud (huelgas de mayo y junio del 36 en Francia o insurrección de los obreros en España contra el golpe fascista del 18 de julio del mismo año). La diferencia entre los años 30 y hoy, es que los acontecimientos de aquel entonces venían tras una larga serie de derrotas de la clase obrera tras la oleada revolucionaria que había puesto fin a la Primera Guerra mundial, derrotas que habían hundido al proletariado en la más profunda contrarrevolución de su historia. En semejante contexto de derrota física pero sobre todo política del proletariado, las manifestaciones de combatividad de la clase fueron fácilmente orientadas por la burguesía hacia el terreno podrido del antifascismo, o sea el terreno de la preparación a la Segunda Guerra mundial. No vamos a repetir aquí nuestro análisis sobre el curso histórico ([4]); de lo que se trata es afirmar claramente que no estamos en la misma situación que durante los años 30. Las movilizaciones actuales de la clase no son en nada momentos de la preparación hacia una guerra imperialista como en aquel entonces, sino que toman su significado en la perspectiva de enfrentamientos decisivos de clase contra el capitalismo hundido en una crisis mortal.

Dicho esto, lo que les da una importancia de primer plano a los movimientos sociales de finales del 95 en Francia no es tanto la huelga o las manifestaciones obreras en sí mismas, sino la amplitud de la maniobra burguesa que las hizo surgir.

A menudo se puede evaluar la relación real de fuerzas entre las clases en la forma con la que la burguesía actúa contra el proletariado. La clase dominante dispone, en efecto, de varios medios para evaluar la relación de fuerzas: sondeos de opinión, investigaciones policiacas (en Francia por ejemplo, es una de las tareas de los Renseignements généraux, es decir la policía política, sondear a los sectores “problemáticos” de la población, y en primer lugar a la clase obrera). Pero el instrumento predilecto, claro está, son los sindicatos, mucho más eficaces que los sociólogos de los institutos de sondeo o los funcionarios de policía. Por ser su función por excelencia encuadrar a los explotados para defender los intereses capitalistas, por tener ya más de 80 años de experiencia de esta faena, los sindicatos son particularmente sensibles al estado de ánimo de los trabajadores, a su voluntad y capacidad de emprender luchas contra la burguesía. Ellos son quienes están encargados en permanencia de informar a los dirigentes de la burguesía y al gobierno cual es la importancia del peligro de la lucha de clases. Para eso sirven las reuniones regulares entre los responsables sindicales y la patronal o el gobierno: ponerse de acuerdo para elaborar la mejor estrategia que permita a la burguesía atacar a la clase obrera con la mayor eficacia. En el caso de los movimientos sociales de finales del 95 en Francia, la amplitud y la sofisticación de la maniobra utilizada contra la clase obrera bastan para poner en evidencia hasta qué punto la lucha de clases, la perspectiva de combates obreros de gran amplitud, es para la burguesía una preocupación central.

La maniobra de la burguesía contra la clase obrera

En el artículo que publicamos en el número precedente de la Revista internacional, describíamos en detalle los diferentes aspectos de la maniobra y de qué forma colaboraron en ella todos los sectores de la clase dominante, desde las derechas hasta los izquierdistas. Aquí solo recordaremos los aspectos esenciales:
- desde verano del 95, ataques de todo tipo (que van desde el aumento brutal de los impuestos hasta una revisión de los planes de jubilación de los trabajadores del sector público, pasando por la congelación salarial de éstos; y para rematar todas estas medidas, el plan de reforma de la Seguridad social (el “plan Juppé”) (apellido del Primer ministro francés), destinado a aumentar las cuotas de los asalariados y disminuir los reembolsos por los gastos de enfermedad);
- brutal provocación dirigida contra los ferroviarios, con un “contrato de plan” entre el Estado y la SNCF (Sociedad nacional de ferrocarriles) que prevé el incremento de 7 años de trabajo para los conductores y miles de supresiones de puestos;
- utilización de la movilización inmediata de los ferroviarios como “ejemplo” para los demás trabajadores del sector público: cuando los sindicatos nos habían acostumbrado a encerrar las luchas e impedir su extensión, de golpe parecían haber vuelto propagandistas activos de la extensión, logrando impulsar muchos trabajadores hacia la huelga, especialmente en los transportes urbanos, correos, gas y electricidad, educación, impuestos...;
- mediatización enorme de las huelgas, presentadas muy favorablemente en televisión; hasta se pudieron ver intelectuales firmar masivamente declaraciones favorables al “despertar de la sociedad” y contra el “pensamiento único”;
- contribución de los izquierdistas en la maniobra: apoyaron totalmente la acción de los sindicatos, a quienes lo único que criticaban es no haberla llevado a cabo antes;
- actitud intransigente en un primer tiempo del gobierno, que rechaza con desdén las propuestas de negociación de los sindicatos: la arrogancia y la soberbia del Primer ministro Juppé, individuo antipático e impopular, sirven admirablemente a los discursos “combativos y extremistas” de los sindicatos;
- luego, tras tres semanas de huelgas, el gobierno retira el “contrato de plan” en los ferrocarriles y las medidas en contra de los planes de jubilación de los funcionarios: los sindicatos claman victoria y alardean de haber hecho retroceder al gobierno; a pesar de las resistencias de algunos sectores “duros”, los ferroviarios paran la huelga y dan la señal del final del movimiento a los demás sectores.

Total, la burguesía ha logrado imponer las medidas que atacan a todos los sectores de la clase obrera, tales como el aumento de los impuestos y la reforma de la Seguridad social, y también las que atacan a sectores específicos que se movilizaron, tales como el bloqueo de sueldo de los empleados del Estado. Pero la mayor victoria de la burguesía está en el plano político: los obreros que salen de tres semanas de huelga no van a movilizarse en otro movimiento cuando vengan nuevos ataques. Y sobre todo, estas huelgas y manifestaciones les han permitido a los sindicatos volver a darle brillo a su escudo: mientras que, hasta entonces, la imagen de los sindicatos era la de agentes de la dispersión de las luchas, de organizadores de lamentables jornadas de acción y de provocadores de la división, de golpe han aparecido a lo largo de este movimiento (principalmente los dos más importantes: la CGT, de obediencia estalinista, y FO dirigida por socialistas) como los aparatos indispensables para la extensión y la unidad del movimiento, para la organización de manifestaciones masivas, para obligar al gobierno a pretendidos “retrocesos”. Como ya lo decíamos en el número precedente de la Revista internacional: “Esta nueva credibilidad de los sindicatos ha sido para la burguesía un objetivo fundamental, una condición previa indispensable antes de asestar los golpes venideros que van a ser todavía más brutales que los de hoy. Sólo en un contexto así podrá la burguesía tener la oportunidad de sabotear las luchas que sin lugar a dudas surgirán cuando arrecien esos golpes”.

La importancia que le da la burguesía al reforzamiento del prestigio de los sindicatos ha quedado ampliamente confirmada tras el movimiento, por la importancia particular que la prensa ha dado al «come back» sindical, con la publicación de numerosos artículos. Resulta interesante señalar que en una de esas hojas confidenciales que la burguesía utiliza para “hablar claro” se dice: “Una de las manifestaciones significativas de la reconquista sindical es la volatilización de las coordinadoras. Fueron éstas percibidas como une testimonio de la ausencia de representatividad sindical. Que no hayan surgido esta vez muestra que los esfuerzos de los sindicatos para “pegarse al terreno” y restaurar un “sindicalismo de proximidad” no fueron vanos” ([5]).

Y la hoja sigue citando una declaración de un patrón del sector privado, presentada como un suspiro de alivio: “Por fin tenemos de nuevo un sindicalismo fuerte”.

Las incomprensiones del medio revolucionario

El hecho de constatar que los movimientos de finales del 95 en Francia son ante todo el producto de una maniobra muy elaborada y realizada por todos los sectores de la burguesía no puede en ningún momento entenderse como un cuestionamiento de las capacidades de la clase obrera para enfrentarse al capital en combates de gran amplitud, sino todo lo contrario. Es precisamente en la importancia de los medios que se ha dado la clase dominante para tomar la iniciativa cara a los combates venideros del proletariado en donde podemos comprobar hasta qué punto está preocupada por esa perspectiva. Claro está que para esto es necesario identificar previamente la maniobra realizada por la burguesía. Por desgracia, si la maniobra no ha sido desenmascarada por las masas obreras (y era lo suficientemente sofisticada para que así fuera), tampoco lo ha sido por quienes tienen la responsabilidad esencial de denunciar todas las maniobras que los explotadores organizan contra los explotados, o sea, las organizaciones comunistas. Los compañeros de Battaglia communista (BC), por ejemplo, son capaces de escribir, en su publicación de diciembre de 1995: “Los sindicatos cogidos de revés por la reacción decidida de los trabajadores contra los planes gubernamentales”.

Y aquí no se trata de un análisis apresurado de BC resultante de una información aún insuficiente pues en su número de enero del 96, BC nos repite la misma idea: “Los empleados del sector público se han movilizado espontáneamente contra el plan Juppé. Y es necesario recordar que las primeras manifestaciones de los trabajadores se han desarrollado en el terreno de la defensa inmediata de los intereses de clase, sorprendiendo a las propias organizaciones sindicales, demostrando una vez más que cuando el proletariado se levanta para defenderse contra los ataques de la burguesía, casi siempre lo hace fuera y contra las directivas sindicales. Sólo en una segunda fase los sindicatos franceses, y en particular la CGT y FO, se han subido al tren de la protesta para recuperar de esta forma su credibilidad ante los trabajadores. Pero la implicación aparentemente radical de FO y demás sindicatos en realidad escondía intereses mezquinos de la burocracia sindical, intereses difíciles de entender si no se conoce el sistema francés de protección social [en el que los sindicatos, sobre todo FO, son los gestores de los fondos, lo que precisamente ataca el plan Juppé]”.

Más o menos es la misma tesis la que enuncia la organización gemela de BC en el Buró Internacional para el Partido revolucionario (BIPR), la Communist Workers’ Organisation (CWO). En su revista Revolutionary Perspectives nº 1, 3ª serie, leemos: “Los sindicatos, y particularmente FO, la CGT et la CFDT ([6]) se oponían a esta transformación. Hubiese sido un golpe muy duro contra las prerrogativas de los dirigentes sindicales. Sin embargo, todos habían sido, en un momento u otro, favorables al diálogo con el gobierno o habían aceptado la necesidad de impuestos suplementarios. Sólo cuando la rabia obrera contra estas propuestas se hizo clara empezaron a sentirse amenazados los sindicatos por algo más importante que la pérdida de su control en ámbitos financieros de gran importancia”.

Hay una insistencia en el análisis de ambos grupos del BIPR sobre el hecho de que los sindicatos no buscaban más que defender “intereses mezquinos” al llamar a la movilización contra el plan Juppé sobre la Seguridad social. A pesar de que los dirigentes sindicales sean evidentemente sensibles a sus negocios, ese análisis de su actitud no ve la realidad más que exagerando los detalles. Es algo así como interpretar las peleas tradicionales de las centrales sindicales únicamente como manifestaciones de su competencia entre ellas, sin darle caso al aspecto fundamental que es la división de la clase obrera. En realidad, aquellos “intereses mezquinos” de los sindicatos no pueden sino expresarse en el marco de lo que es su papel en la sociedad capitalista: bomberos del orden social, policías del Estado burgués en las filas obreras. Y no vacilan en sacrificar cuando es necesario sus “intereses mezquinos” para asumir su papel, porque tienen un sentido perfecto de su responsabilidad en la defensa del capital contra la clase obrera. Al llevar la política que llevaron a finales del 95, los dirigentes sindicales sabían perfectamente que iban a permitir a Juppé realizar su plan aunque les cueste ciertas prerrogativas financieras, porque ya las habían sacrificado en nombre de los intereses superiores del capitalismo. En realidad, prefieren los aparatos sindicales dejar creer que maniobran en nombre de sus intereses particulares (siempre podrán refugiarse tras el argumento de que su propia fuerza contribuye a la fuerza de la clase obrera) a desenmascararse y dejar ver lo que realmente son: engranajes esenciales del orden capitalista.

En realidad, si los compañeros del BIPR están perfectamente claros en cuanto a la naturaleza capitalista de los sindicatos, subestiman considerablemente el nivel de solidaridad que los une al conjunto de la clase dominante y, en particular, su capacidad para organizar junto con la patronal y el gobierno las maniobras contra la clase obrera.

Tanto para la CWO como para BC existe la idea, aunque con matices ([7]) que los sindicatos fueron sorprendidos, cuando no desbordados, por la iniciativa obrera. Nada es más contrario a la realidad. El ejemplo de finales del 95 es el mejor ejemplo de la década de la capacidad de los sindicatos para prever y controlar un movimiento social. Más aun, es un movimiento que ellos mismos han suscitado sistemáticamente, como ya lo hemos visto más arriba y analizado en detalle en nuestro artículo de la Revista internacional. Y la mejor prueba que no hubo ni “desbordamiento” ni “sorpresa” para la burguesía y su aparato sindical está en la propaganda mediática que la burguesía de los demás países ha dado inmediatamente a los acontecimientos. Ya hace mucho tiempo, y más precisamente desde las grandes huelgas en Bélgica del otoño del 83 anunciadoras de la capacidad de la clase para salir de la desmoralización y desorientación consecutivas a la derrota de los obreros en Polonia del 81, que la burguesía se ha fijado como regla el observar un silencio total en lo que toca a las huelgas obreras. No es sino cuando estas luchas corresponden a una maniobra planificada por la burguesía, como fue el caso en Alemania durante la primavera del 92, que el «black out» desaparece para dejar el sitio a montones de informaciones. En este caso por ejemplo, las huelgas del sector público ya tenían como objetivo “presentar a los sindicatos, que habían organizado sistemáticamente las acciones manteniendo a los obreros en una total pasividad, como los verdaderos protagonistas contra la patronal” ([8]). Hemos asistido en Francia a finales del 95 a una nueva versión de lo que la burguesía ya había fomentado en Alemania más de tres años antes. De hecho, el intenso bombardeo mediático que ha acompañado al movimiento (hasta en Japón la televisión informó cada día de la evolución de la situación, con imágenes de las huelgas y manifestaciones) no solo demuestra que la burguesía y sus sindicatos lo controlaban perfectamente y desde su inicio, no solo que lo tenían previsto y planificado, sino también que ha sido a nivel internacional que la clase dominante había organizado esta maniobra para darle un golpe a la conciencia de la clase obrera en todos los países adelantados.

La mejor prueba de esta afirmación está en la forma cómo ha maniobrado la burguesía belga tras los movimientos sociales en Francia:
- mientras prensa y televisión evocan hablando de Francia un “nuevo Mayo del 68”, los sindicatos lanzan a finales de noviembre del 95, como en Francia, un movimiento contra los ataques al sector público, y particularmente contra la reforma de la Seguridad social;
- entonces es cuando la burguesía organiza una verdadera provocación anunciando medidas de una brutalidad increíble en los ferrocarriles (SNCB) y los transportes aéreos (Sabena); como en Francia, los sindicatos se ponen resueltamente en cabeza de la movilización en ambos sectores presentados como ejemplares, y a los ferroviarios belgas se les pide hacer como sus colegas franceses;
- entonces la burguesía hace como si renunciara, maniobra que sirve para cantar la victoria de la movilización sindical y permite el éxito de una gran manifestación del conjunto del sector público el día 13 de diciembre; esta manifestación fue perfectamente controlada por los sindicatos y se puede notar la participación en ella de una delegación sindical de los ferroviarios franceses de la CGT; los titulares del periódico De Morgen del 14 de diciembre es: “Casi como en Francia”;
- a los dos días, nueva provocación del gobierno y la patronal en la SNCB y la Sabena, cuando la dirección anuncia el mantenimiento de las medidas; los sindicatos de nuevo lanzan huelgas “duras” (hasta hay enfrentamientos entre policía y huelguistas en el aeropuerto) e intentan ampliar la maniobra a otras empresas del sector público pero también del privado; delegaciones sindicales acuden a “aportar su solidaridad” a los trabajadores de Sabena y afirman que “la lucha es un verdadero laboratorio social para el conjunto de trabajadores”;
- finalmente, a principios de enero, la patronal de nuevo echa marcha atrás al anunciar la apertura de un “diálogo social” tanto en al SNCB como en Sabena, “bajo la presión del movimiento”; como en Francia, el movimiento se acaba en victoria y en nueva credibilidad de los sindicatos.

Francamente, compañeros del BIPR, ¿pensáis realmente que tan notable semejanza entre lo ocurrido en Francia y en Bélgica es una casualidad?, ¿que la burguesía no había previsto nada a escala internacional?

En realidad, el análisis de la CWO y de BC es la manifestación de una dramática subestimación del enemigo capitalista, de la capacidad de éste para adelantarse cuando sabe que los ataques siempre más brutales que va a lanzar contra la clase obrera van a provocar necesariamente por parte de ésta reacciones amplias, en que los sindicatos tendrán que mojarse el mono sin reservas para preservar el orden burgués. La posición adoptada por estas organizaciones dan la impresión de una increíble ingenuidad, de una vulnerabilidad desconcertante ante las trampas montadas por la burguesía.

Ya habíamos podido constatar en varias ocasiones esa ingenuidad, particularmente en BC. Así es como esta organización, cuando el hundimiento del bloque del Este, cayó en las trampas de la burguesía en cuanto a las perspectivas halagüeñas que tal acontecimiento representaría supuestamente para la economía mundial ([9]). También BC había caído en la trampa de la pretendida “insurrección” en Rumania (cuando se trataba en realidad de un golpe de Estado que iba a permitir acabar con Ceaucescu y sustituirlo por antiguos burócratas tales como Ion Illescu). No vaciló en esta ocasión BC al escribir: “Rumania es el primer país de las regiones industrializadas en que la crisis económica mundial ha hecho surgir una auténtica insurrección popular cuyo resultado ha sido el derrumbamiento del gobierno (...) en Rumania, todas las condiciones objetivas y casi todas las subjetivas estaban reunidas para transformar la insurrección en una real y auténtica revolución social”.

Camaradas de BC, cuando uno ha podido escribir semejantes tonterías, debe intentar sacar lecciones. En particular, la de desconfiar un poco más de los discursos de la burguesía. Si no, si uno se deja engatusar por los trucos de la clase dominante destinados a engañar a las masas obreras, ¿cómo se puede seguir pretendiendo ser la vanguardia de ellas?

La necesidad de un marco histórico de análisis

En realidad, las meteduras de pata de BC (como las del CWO que llamó en el 81 a los obreros polacos a “¡La Revolución ya!”) no se pueden reducir a características psicológicas o intelectuales, a la ingenuidad de sus militantes. Existen en ambas organizaciones compañeros con experiencia e inteligencia normal. La verdadera causa de los errores cometidos a repetición por estas organizaciones está en que siempre han rechazado tener en cuenta el único marco en el cual se pueda entender la evolución de la lucha del proletariado: el del curso histórico hacia los enfrentamientos de clases que sucedió, a finales de los años 60, al período de contrarrevolución. Ya pusimos en evidencia varias veces este grave error de BC al que se ha adherido el CWO ([10]). En realidad, BC cuestiona la noción misma de curso histórico: “Cuando nosotros hablamos de un “curso histórico” es para calificar un período... histórico, una tendencia global y dominante de la vida de la sociedad que sólo acontecimientos de la mayor importancia pueden poner en entredicho (...) En cambio para Battaglia (...) es una perspectiva que se puede poner en entredicho, tanto en un sentido como en otro, en cada momento ya que no está excluido que dentro mismo de un curso hacia la guerra pueda haber una “ruptura revolucionaria” (...) Las teorías de Battaglia son como cajones de sastre, en los que cada uno va guardando lo que le da la gana. La noción de curso histórico la interpreta cada uno a su manera. Podemos encontrar la revolución en un curso hacia la guerra como la guerra mundial en un curso hacia los enfrentamientos de clase. De ese modo, cada uno queda contento: en 1981, CWO que comparte la misma idea del curso histórico que BC, llamaba a los obreros polacos a la revolución a la vez que se suponía que el proletariado mundial no había salido de la contrarrevolución. Finalmente es la noción de curso la que desaparece totalmente; a eso llega BC, a eliminar totalmente la menor noción de perspectiva histórica. De hecho, la visión del PCInt (y del BIPR) tiene un nombre: inmediatismo” ([11]).

Es el inmediatismo lo que permite por ejemplo entender por qué, en 1987-88, los grupos del BIPR iban vacilando entre un total escepticismo y el mayor entusiasmo con respecto a las luchas obreras. La lucha del sector escolar, en Italia, BC les otorgó la misma consideración que la de los pilotos de línea o la de los magistrados, para después considerarlas como el inicio “de una fase nueva e interesante de la lucha de clases en Italia”. Se pudo ver en aquel entonces a CWO oscilar del mismo modo ante las luchas en Gran Bretaña ([12]).

Ese inmediatismo es el que le hace escribir a BC en enero del 96 que “la huelga de los trabajadores franceses, más allá de la actitud oportunista (sic) de los sindicatos, representa verdaderamente un episodio de importancia extraordinaria para la reanudación de la lucha de clases”. Para BC, lo que ha faltado cruelmente en estas luchas para evitar la derrota, es un partido proletario. Si al partido, que un día deberá efectivamente constituirse para que pueda el proletariado realizar la revolución comunista, se le ocurriera inspirarse del inmediatismo al que nunca ha renunciado BC a pesar de todos los errores que le ha hecho cometer, entonces sí que habría que temer por el destino de la revolución.

Sólo dándole la espalda firmemente al inmediatismo, con la preocupación permanente de situar cada momento de la lucha de clases en su contexto histórico, podemos darnos los medios de entender qué está ocurriendo y asumir entonces un verdadero papel de vanguardia de la clase obrera.

Este marco es evidentemente el del curso histórico, no nos vamos a repetir. Y más precisamente el que prevalece desde el hundimiento de los regímenes estalinistas a finales de los años 80 y que hemos recordado brevemente al empezar este artículo. A finales del 89, dos meses antes de la caída del muro de Berlín, la CCI ya se dio como tarea elaborar el nuevo marco de análisis que permitiera entender la evolución de la lucha de clases:

“Cabe pues esperarse a un retroceso momentáneo de la conciencia del proletariado (...). Aunque el capitalismo no dejará de llevar a cabo sus incesantes ataques cada vez más duros contra los obreros, lo cual les obligará a entrar en lucha, no por ello el resultado va ser, en un primer tiempo, el de una mayor capacidad de clase para avanzar en su toma de conciencia.

En vista de la importancia histórica de los hechos que lo determinan, el retroceso actual del proletariado, aunque no ponga en tela de juicio el curso histórico -la perspectiva general hacia enfrentamientos de clase-, aparece como más importante que el que había acarreado la derrota en 1981 del proletariado en Polonia” ([13]).

Más tarde, la CCI ha debido integrar en este marco los nuevos acontecimientos recientes de mucha importancia que se sucedieron: “Esas campañas (sobre “la muerte del comunismo” y el “triunfo del capitalismo”) han tenido un impacto nada desdeñable en los medios obreros, afectándoles en su combatividad y sobre todo en su conciencia. La combatividad obrera estaba viviendo un nuevo ímpetu en la primavera de 1990, como consecuencia, en particular, de los ataques debidos al inicio de la recesión. Pero la crisis del Golfo y la guerra volvieron a minar esa combatividad. Estos trágicos acontecimientos permitieron que apareciera claramente la mentira sobre el “nuevo orden mundial” que nos anunciaba la burguesía tras la desaparición del bloque del Este, el cual habría sido el principal responsable de las tensiones militares (...) Pero, al mismo tiempo, la gran mayoría de la clase obrera de los países avanzados, tras las nuevas campañas de mentiras de la burguesía, soportó esta guerra con un fuerte sentimiento de impotencia que ha acabado debilitando sus luchas. El golpe del verano de 1991 en la URSS y la nueva desestabilización que ha acarreado, así como la guerra civil en Yugoslavia, han venido a incrementar ese sentimiento de impotencia. El estallido de la URSS y la barbarie guerrera desencadenada en Yugoslavia son expresiones del grado de descomposición alcanzado hoy por la sociedad capitalista. Pero, gracias a todas las mentiras machacadas una y otra vez por los media, la burguesía ha conseguido ocultar las causas reales de esos acontecimientos, presentándolos como una nueva consecuencia de la muerte del comunismo e incluso de un problema de «derecho de los pueblos a la autodeterminación», hechos ante los cuales a los obreros no les quedaría otro remedio que el ser espectadores pasivos y confiar plenamente en la «sabia cordura» de sus gobernantes” ([14]).

Por su duración, su bestialidad y por desarrollarse tan cerca de las grandes concentraciones proletarias de Europa occidental, la guerra en Yugoslavia es uno de los elementos esenciales que nos permiten entender la importancia de las dificultades del proletariado actualmente. Esta guerra cumula en ella, por un lado, los estragos provocados por el hundimiento del bloque del Este (aunque a un nivel menor), es decir una gran confusión y muchas ilusiones en las filas obreras, y, por otro, los que provocó la guerra del Golfo, una gran sensación de impotencia, sin que por ello pudiera emerger con claridad la evidencia de los crímenes y de la barbarie de las grandes “democracias”, como, al menos, sí había ocurrido con la guerra del Golfo. Es una ilustración clarísima de cómo la descomposición del capitalismo, de la que es la guerra en Yugoslavia una de las más espectaculares manifestaciones, juega un papel de primer orden contra el desarrollo de las luchas y de la conciencia del proletariado.

Otro aspecto que cabe señalar porque se trata del arma por excelencia de la burguesía contra la clase obrera, es decir los sindicatos, es el que ya señalamos en septiembre del 89 en nuestras Tesis: “La ideología reformista pesará muy fuerte sobre las luchas en el período que viene, favoreciendo así fuertemente la acción de los sindicatos”. Esto se explicaba no porque se hicieran todavía ilusiones los obreros sobre “el paraíso socialista”, sino porque la existencia de un tipo de sociedad que se presentaba como “no capitalista” podía significar que podía existir otra cosa que el capitalismo. La fin del estalinismo ha sido presentado como “el fin de la historia” (término utilizado muy seriamente por “pensadores” burgueses). Por ser precisamente la adaptación de las condiciones de vida del proletariado en el capitalismo el terreno privilegiado de los sindicatos y del sindicalismo, lo ocurrido en el 89, agravado por toda la serie de ataques soportados por los obreros desde entonces, no podía sino conducir a un vigoroso retorno de los sindicato; un retorno celebrado por la burguesía con los movimientos sociales de finales del 95.

Esa recuperación de los sindicatos no se hizo inmediatamente. Las organizaciones sindicales habían acumulado, y en particular durante los 80, tal desprestigio por su contribución permanente al sabotaje de las luchas obreras que tenían dificultades para cambiarse del día a la mañana en defensores intransigentes de la clase obrera. Por esto su vuelta al escenario se ha hecho en varias etapas, en las que ido apareciendo cada día más como instrumento indispensable para los combates obreros. Un ejemplo de esa retorno progresiva de los sindicatos nos lo da la evolución de la situación en Alemania, en donde, tras las grandes maniobras del sector público de la primavera del 92, pudieron todavía surgir luchas espontáneas y fuera de toda consigna sindical durante el otoño del 93 en el Rhur, hasta que en las luchas del 95 en la metalurgia se les vuelve a ver el plumero. Pero es en Italia en donde esta evolución es más significativa. Durante el otoño del 92, la explosión de rabia obrera contra el plan Amato también alcanzó a las centrales sindicales. Al año siguiente, son las “coordinadoras de consejos de fábrica”, o sea las estructuras del sindicalismo de base, las que animaron las grandes movilizaciones de la clase obrera y las manifestaciones que surgieron por todo el país. Por fin, la manifestación “monstruo” de Roma en la primavera del 94, la mayor desde la Segunda Guerra mundial, fue la obra maestra del control sindical.

Para entender el porqué del poderoso retorno de los sindicatos, es importante subrayar que ha estado facilitado y permitido por el mantenimiento de la ideología sindicalista, de la cual son últimos defensores los sindicatos “de base”, “de combate” y demás. Fueron ellos quienes, por ejemplo, animaron en Italia la impugnación de los sindicatos oficiales (llevando a las manifestaciones tomates y tuercas para lanzarlos contra los jefes sindicales) antes de que abrieran el camino de la recuperación sindical del 94 con sus propias “movilizaciones” en el 93. En los combates futuros, en cuanto vuelvan a desprestigiarse los sindicatos oficiales debido a su indispensable faena de sabotaje, aún tendrá la clase obrera que emprenderlas contra el sindicalismo y la ideología sindical representada por el sindicalismo de base que tanto ha trabajado para sus mayores en estos últimos años.

Esto significa que le espera todavía mucho camino que hacer a la clase obrera. Y las dificultades que tiene ante sí no han de ser un elemento de desmoralización, sobre todo para los elementos de vanguardia. La burguesía conoce muy bien las potencialidades que el proletariado posee. Por eso organiza maniobras como la de finales del 95. Por eso en el coloquio de Davos, en el que tradicionalmente se reúnen los 2000 “altos responsables” más importantes del mundo en el terreno económico y social (y en el que participaba Blondel, jefe del sindicato francés FO), se les pudo ver preocupados por la evolución de la situación social. Así es como se han podido oír discurso de este tipo: “Hemos de crear la confianza entre los asalariados y organizar la cooperación entre las empresas para que las colectividades locales, las ciudades y las regiones se beneficien de la mundialización. Asistiremos sino al resurgimiento de movimientos sociales como nunca los hemos visto desde la Segunda Guerra mundial” ([15]).

Así, como siempre lo han puesto en evidencia los revolucionarios y como la burguesía misma nos lo viene a confirmar, la crisis de la economía capitalista sigue siendo la mejor aliada del proletariado. La crisis le abrirá los ojos ante el callejón sin salida del mundo actual, y le dará la voluntad de destruirlo a pesar de los múltiples obstáculos que todos los sectores de la clase dominante no vacilarán en ponerle en su camino.

F, 12/3/96

 

[1] “Resolución sobre situación internacional”, XIo Congreso de la CCI, punto 14, Revista internacional no 82.

[2] “Luchar tras los sindicatos lleva a la derrota”, Revista internacional no 84.

[3] Véase nuestro artículo “El proletariado sigue siendo la clase revolucionaria”, Revista internacional no 74.

[4] Véase al respecto el “Informe sobre el curso histórico”, Revista internacional no 18.

[5] Suplemento al boletín (francés) Entreprise et personnel, titulado “El conflicto social de finales del 95 y sus consecuencias probables”.

[6] Esto es un error; la CFDT, sindicato socialdemócrata de origen cristiano, apoyaba el plan Juppé sobre la Seguridad social.

[7] Se ha de señalar el tono menos optimista de la CWO con respecto al de BC: “La burguesía confía tanto en su capacidad de controlar la rabia de los obreros que la Bolsa de París está en alza”. Añadamos nosotros que el Franco francés ha mantenido su cotización a lo largo del movimiento. Es una buena prueba de que la burguesía ha comprobado que el tal movimiento se desarrollaba satisfactoriamente.

[8] “Contra el caos y las matanzas, únicamente la clase obrera podrá aportar soluciones, Revista internacional no 70.

[9] Véase nuestro artículo “Las tormentas del Este y la respuesta de los revolucionarios”, Revista internacional no 61.

[10] Ver en particular nuestros artículos “Respuesta a Battaglia Comunista sobre el curso histórico” y “Las confusiones de los grupos comunistas sobre el período actual”, en las Revistas internacionales nos 50 y 54.

[11] Revista internacional no 54.

[12] Véase sobre este tema nuestro artículo “Decantación del medio político y oscilaciones del BIPR”, Revista internacional no 55.

[13] “Tesis sobre la crisis económica y política en la URSS y los países del Este”, Revista internacional no 60.

[14] “Únicamente la clase obrera puede sacar a la humanidad de la barbarie”, Revista internacional no 68.

[15] Rosabeth Moss Kanter, antigua directora de la Harvard Business Review, citada por le Monde diplomatique de marzo del 96.

Geografía: 

  • Francia [1]

Noticias y actualidad: 

  • Lucha de clases [2]

IV - ¿Fracción del S.P.D. o nuevo partido?

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En los tres anteriores artículos de esta serie hemos mostrado cómo la clase obrera, mediante sus luchas, obligó al capital a poner fin a la Iª Guerra mundial. Para impedir la extensión de las luchas, el capital no había escatimado medios para separar al proletariado alemán del ruso para sabotear toda radicalización posterior de las luchas. En este artículo queremos mostrar cómo los revolucionarios en Alemania asumieron sus responsabilidades ante la Iª Guerra mundial y durante las luchas revolucionarias.

El desencadenamiento de la Primera Guerra mundial fue únicamente posible, gracias a que una mayoría de los partidos de la IIª Internacional se sometieron al interés de sus respectivos capitales nacionales. Tras el firme compromiso de los sindicatos en la política de “Unión sagrada” con el capital nacional, la aprobación de los créditos de guerra por la fracción parlamentaria y el Ejecutivo del SPD, hizo posible que el capital alemán desencadenara la guerra. El voto de los créditos de guerra no fue una sorpresa, sino el último peldaño de todo un proceso de degeneración del ala oportunista de la Socialdemocracia. El ala izquierda de ésta había luchado con todas sus fuerzas durante el período anterior a la guerra contra esa degeneración, por lo que rápidamente desencadenó una respuesta a esta traición. Desde el primer día de la guerra, los internacionalistas se agruparon bajo la bandera del grupo que pronto se llamaría “Spartakus”, y señalaron como su primera responsabilidad la defensa del internacionalismo de la clase obrera, contra la traición de la dirección del SPD. Esto no significaba únicamente hacer propaganda en favor de esta posición programática, sino también y ante todo, defender la  organización de la clase contra la traición de que había sido objeto por parte de la dirección, contra su estrangulamiento por las fuerzas del capital. Inmediatamente después de la traición de la dirección del Partido, los internacionalistas se mostraron unánimemente dispuestos a no dejar el partido en manos de los traidores. Todos ellos trabajaron por la reconstrucción del partido y ninguno quiso abandonarlo, antes bien cumplir consecuentemente un trabajo de fracción en el partido, para poder expulsar a la dirección socialpatriota

El bastión de los traidores estaba formado por los representantes de los sindicatos que estaban irrevocablemente integrados en el Estado. Ahí no había nada que reconquistar. En el SPD, sin embargo, coexistían la traición y al mismo tiempo una resistencia contra ella. Incluso la fracción parlamentaria del Reichstag estaba dividida en traidores e internacionalistas. Y aunque con muchas dificultades y vacilaciones -que ya explicamos en la Revista internacional nº 81- pronto se oyeron en el Parlamento voces contra la guerra. Pero fue, sobre todo, en la base del partido donde la protesta contra la traición tuvo sus más potentes palancas.

“Acusamos a la fracción del Reichstag de haber traicionado los principios fundamentales del partido y, con ellos, el espíritu de la lucha de clases. La fracción parlamentaria se ha puesto por lo tanto a sí misma fuera del partido; ha dejado de ser la representante autorizada de la socialdemocracia alemana” ([1]).

Todos estaban de acuerdo en no abandonar la organización a los traidores: “Esto no significa que la separación inmediata de los oportunistas sea en todos los países deseable o incluso posible. Esto quiere decir que la separación está históricamente madura, que se ha hecho ineluctable y representa un paso hacia delante, una necesidad para el combate revolucionario del proletariado; que el viraje histórico de la entrada del capitalismo “pacífico” en el estadio del imperialismo pone al orden del día esa separación” ([2]).

En la Revista internacional nº 81, ya mostramos cómo los espartaquistas, y en otras ciudades los “Linksradikale”, intentan construir una relación de fuerzas que ponga en minoría a la dirección socialpatriota. Ahora bien ¿cómo llevar a la práctica la ruptura organizacional con los traidores? Por supuesto que traidores e internacionalistas no podían coexistir en el mismo partido y que los unos lucharían contra los otros. De lo que se trataba pues era de invertir esa relación de fuerzas en el curso de la lucha. El hecho es que, como mostramos en la Revista internacional nº 81, la dirección se encontraba en una situación cada vez más comprometida, a causa de la resistencia de los espartaquistas, y que el partido en su conjunto cada vez se distanciaba más de los traidores. De hecho los socialpatriotas de la dirección se vieron obligados a desencadenar una ofensiva para asfixiar a los internacionalistas. Pero ¿cómo se debía reaccionar ante ella? ¿dando un portazo y marchándose a la primera contraofensiva de la dirección? ¿fundando cuanto antes una nueva organización al margen del SPD?.

En el seno de la Izquierda existían divergencias que comenzaron a discutirse cuando los socialpatriotas empezaron a expulsar a los revolucionarios del SPD (primero en la fracción parlamentaria, luego en el propio partido; después de excluir a Liebknecht en diciembre de 1915, les llegó el turno a los diputados que habían votado contra los créditos de guerra que fueron expulsados del grupo parlamentario en la primavera de 1916). ¿Hasta que punto debía entonces lucharse por reconquistar la organización?.

La postura de Rosa Luxemburg es clara: “Se puede “salir” de pequeñas sectas y de cenáculos, cuando ya no nos convienen, para fundar nuevas sectas y cenáculos. Pretender que por el simple hecho de “salirse” se va a liberar a las masas proletarias del pesado y funesto yugo, mostrándoles con ese intrépido ejemplo la vía a seguir, es un ensueño inmaduro. Ilusionarse con liberar a las masas rompiendo el carnet del partido, no es más que el reverso del fetichismo del carnet del partido como poder ilusorio. Esas dos actitudes son dos caras del cretinismo de organización (...) La descomposición de la socialdemocracia alemana forma parte de un proceso histórico que en un sentido más amplio afecta al enfrentamiento general entre burguesía y clase obrera, un campo de batalla del que es imposible desertar por mucho que nos pese. Debemos librar este titánico combate hasta sus últimos extremos. Debemos arrancar y romper, reuniendo todas nuestras fuerzas, el mortal nudo corredizo que la socialdemocracia alemana oficial, que los sindicatos libres oficiales, que la clase dominante, han puesto en la garganta de las masas confundidas y traicionadas. La liquidación de ese montón de putrefacción organizada que hoy se llama socialdemocracia, no es un asunto privado que de­ penda de la decisión personal de uno o de varios grupos (...) Debe ser enfrentada, empleando todas nuestras fuerzas, como una cuestión pública” ([3]).

“La consigna no es ni escisión ni unidad; ni nuevo partido ni partido viejo, sino reconquista del partido desde abajo por la rebelión de las masas que deben tomar en sus manos las organizaciones y los medios en su poder, no mediante palabras sino mediante el hecho de la rebelión en los actos (...) La lucha decisiva por el partido ha comenzado” ([4]).

El trabajo de fracción

Mientras Rosa Luxemburg defendía enérgicamente la idea de permanecer en el SPD el mayor tiempo posible, siendo quien más convencida estaba de la necesidad del trabajo de fracción, la Izquierda de Bremen empezó a defender la necesidad de una organización independiente, aunque esta cuestión no fue un punto de litigio hasta finales del 16-principios de 1917. K. Radek, uno de los principales representantes de la Izquierda de Bremen, afirmaba aún a finales de 1916:

“Hacer propaganda a favor de la escisión no significa que debamos salir ya del partido. Al contrario, debemos dirigir nuestro esfuerzo a apoderarnos de todas las organizaciones y órganos del partido que nos sea posible (...) Nuestro deber es mantenernos en nuestro puesto el mayor tiempo posible, pues cuanto más nos mantengamos más numerosos serán los obreros que nos seguirán en el caso de que seamos excluidos por los socialimperialistas que, naturalmente, comprenden perfectamente cuál es nuestra táctica por mucho que la mantengamos oculta (...) Una de las tareas actuales es que las organizaciones locales del partido, que se encuentran en el terreno de la oposición, se unan y establezcan una dirección provisional de la oposición decidida” ([5]).

Es falso, por tanto, afirmar que la Izquierda de Bremen habría inspirado una separación organizativa inmediata en agosto de 1914. Sólo a finales de 1916, cuando la relación de fuerzas en el seno del partido se tambalea cada vez más, es cuando los grupos de Dresde y Hamburgo abogan por una organización independiente, aunque sobre esta cuestión carezcan de una sólida concepción de la organización.

El balance de los dos primeros años de la guerra muestra que los revolucionarios no se dejaron amordazar y que ningún grupo renunció a su independencia organizativa. Si hubieran abandonado la organización en manos de los socialpatriotas en 1914, eso hubiera significado tirar por la borda los principios. Incluso en 1915, aunque aumente cada vez más la presión de los obreros y se desarrollen acciones de respuesta, no se justifica la edificación de una nueva organización al margen del SPD. Mientras no se dé una correlación de fuerzas suficiente, en tanto no exista fuerza suficiente para combatir en el seno mismo de las filas obreras, mientras los revolucionarios se encuentren todavía reducidos a una pequeña minoría..., en resumen, en tanto no se cumplan plenamente las condiciones para la “fundación del partido”, es necesario efectuar una labor de fracción en el SPD.

Haciendo balance, nos damos precisamente cuenta de que mientras duró el impacto de la traición de la dirección del partido en agosto de 1914, en tanto la clase obrera sufría los efectos de la derrota con el triunfo momentáneo del nacionalismo, resultó imposible fundar un nuevo partido. Era preciso, primeramente, llevar una lucha por el viejo partido, cumplir un duro trabajo de fracción y a continuación efectuar los preparativos para la construcción de un nuevo partido, pero una fundación inmediata en 1914, resultaba impensable. La clase obrera debía antes recuperarse de los efectos de la derrota. Ni la salida directa del SPD, ni la fundación de un nuevo partido, estaban pues al orden del día en 1914. Cualquier otra actitud reflejaría un puro deseo irrealista ajeno a las condiciones históricas.

En septiembre de 1916, el Comité director del SPD convocó una conferencia nacional del partido, en la que, a pesar de haber amañado en su provecho los mandatos de los delegados, la dirección perdió su dominio de la oposición, la cual decidió que no dejaría de enviar sus cuotas al Ejecutivo, el cual contestó excluyendo a todos aquellos que no enviaran sus contribuciones, empezando por la Izquierda de Bremen.

En esta situación cada día más envenenada, en la que el Comité director se encuentra cada vez más cuestionado en el partido y la clase obrera desarrolla una creciente respuesta a la guerra, y cuando el Ejecutivo procede a expulsiones cada vez más importantes, los espartaquistas no abogan por abandonar la organización “paso a paso”, en contra de lo que propugnaban algunos camaradas de Bremen con su negativa a pagar las cuotas: “Una escisión así, en las actuales circunstancias, no supondrá, como queremos, la expulsión del partido de los mayoritarios y los hombres de Scheidemann, sino que conducirá necesariamente a dispersar a los mejores camaradas del partido en pequeños círculos, condenándolos a una completa impotencia. Consideramos que esta táctica es lamentable e incluso nefasta” ([6]).

Los espartaquistas preferían, por el contrario, adoptar una postura unitaria y no dispersa frente a los socialpatriotas, señalando claramente el criterio que guiaba su permanencia en el SPD: “La pertenencia al actual SPD no deberá mantenerse por parte de la oposición si su acción política independiente se ve entorpecida y paralizada por aquél. La oposición permanece en el partido sólo para combatir, sin tregua, la política de la mayoría, para interponerse y proteger a las masas de la política imperialista practicada bajo el manto de la socialdemocracia, y con el fin de utilizar el partido como terreno de reclutamiento para la lucha de clases proletaria antiimperialista”. E. Meyer declara: “Permaneceremos en el partido mientras podamos desarrollar la lucha de clases contra el Comité director. En cuanto esto se nos impida, no desearemos quedarnos. No estamos por la escisión” ([7]).

La Liga espartaquista pretendía formar, en el seno del SPD, una organización del conjunto de la oposición, tal y como preconizaba la Conferencia de Zimmerwald. Como acertadamente señaló Lenin: “A la oposición alemana le falta aún mucho para tener una base sólida. Todavía se encuentra dispersa, diseminada en corrientes autónomas, carentes, sobre todo, de un fundamento común indispensable para que puedan actuar. Consideramos que es nuestro deber fundir las fuerzas dispersas en un organismo capaz de actuar” ([8]).

Mientras los espartaquistas permanecieron en el SPD como grupo autónomo, forman, en el seno del partido, un polo de referencia política que lucha contra su degeneración, contra la traición de una parte de él. Siguiendo los principios organizativos del movimiento obrero, la fracción no está fuera del partido, al margen de la organización, sino que permanece dentro del partido. Sólo su exclusión por el partido hace posible una existencia organizativa independiente.

En cambio, los demás agrupaciones dela Izquierda, sobre todo las Lichtstrahlen ([9]), la reunida en torno a Borchardt, y la de Hamburgo, comenzaron entonces, en 1916, a abogar claramente por la construcción de una organización independiente.

Como hemos expuesto, esta ala de la Izquierda (sobre todo en Hamburgo y Dresde) tomó como excusa la traición de la dirección socialpatriota para cuestionar, en general, la necesidad del partido. Temerosos de una nueva burocratización, de que la Izquierda ahogase la lucha obrera por razones de organización, empezaron a rechazar cualquier tipo de organización política. La primera expresión de este rechazo fue una desconfianza hacia la centralización, que les llevó a reivindicar el federalismo. En aquel entonces, eso implicó su deserción de la lucha contra los socialpatriotas en el seno del partido, y fue la partida de nacimiento del futuro comunismo de consejos que conocería un mayor impulso en los años siguientes.

El principio de un consecuente trabajo de fracción, la contumaz resistencia dentro del SPD tal como la practicaron las Izquierdas en Alemania en ese período, serviría después de ejemplo a los camaradas de la Izquierda italiana cuando, diez años más tarde, éstos hubieron de combatir en la Internacional comunista, contra la degeneración de ésta. Este principio, defendido por Rosa Luxemburg y una gran mayoría de los espartaquistas, será sin embargo rápidamente rechazado por una parte del KPD, pues en cuanto aparecieron divergencias -sin comparación posible con la traición de los socialpatriotas del SPD- algunos abandonaron precipitadamente la organización. En un próximo artículo abordaremos esta fatal subestimación de la necesidad de un trabajo de fracción.

Las diferentes corrientes en el seno del movimiento obrero

A lo largo de los dos años de guerra, el movimiento obrero se había dividido, en todos los países, en tres corrientes. Lenin resumió así, en abril de 1917, esas tres corrientes:

“- Los socialchovinistas, socialistas de palabra, chovinistas en los hechos, que admiten la “defensa de la patria” en una guerra imperialista. (...) Estos son nuestros adversarios de clase. Se han pasado al lado de la burguesía.

- (...) los verdaderos internacionalistas cuya expresión más fiel es “la Izquierda de Zimmerwald”. Su principal rasgo distintivo es: la ruptura completa con el socialchovinismo (...) la abnegada lucha revolucionaria contra el gobierno imperialista propio y contra la burguesía imperialista propia.

- Entre estas dos tendencias, existe una tercera corriente, a la que Lenin calificó como “el centro que oscila entre los socialchovinistas y los verdaderos internacionalistas (...) El “centro” jura por sus grandes dioses que ellos están (...) por la paz, (...) y propicios también a sellar la paz con los socialchovinistas. El “centro” quiere la “unidad”; el centro es el adversario de la escisión. (...) el “centro” no está convencido de la necesidad de una revolución contra su propio gobierno, no propaga esa necesidad, no sostiene una lucha revolucionaria abnegada, sino que encuentra siempre los más vulgares subterfugios -de una magnífica sonoridad archi-“marxista”- para no hacerla” ([10]).

Esta corriente centrista no tiene claridad programática alguna. Por el contrario es incoherente e inconsecuente. Está dispuesta a cualquier concesión y huye de definirse programáticamente, tratando de adaptarse a cualquier nueva situación. Es el lugar donde se enfrentan las influencias pequeñoburguesas con las revolucionarias. Esta corriente que fue mayoritaria en la Conferencia de Zimmerwald en 1915, y en 1916, era además la corriente más numerosa en Alemania. En la Conferencia de la oposición celebrada el 7 de enero de 1917, sus delegados representaban la mayoría de los 187 presentes, mientras sólo 35 formaban parte de los espartaquistas.

Esta corriente centrista estaba además compuesta de un ala derecha y un ala izquierda. La primera se acercaba progresivamente a los socialpatriotas, mientras que el ala izquierda se mostraba cada vez más receptiva a la intervención de los revolucionarios.

En Alemania, Kautsky figuraba a la cabeza de esta corriente que se unificó en Marzo de 1916, en el seno del SPD, bajo el nombre de Comunidad de trabajo socialdemócrata (Sozialdemokratische Arbeitgemeinschaft, SAG) que era sumamente fuerte, sobre todo en la fracción parlamentaria. Haase y Ledebour eran los principales diputados centristas en el Reichstag.

Así pues, en el SPD no sólo existían traidores y revolucionarios, sino también una corriente centrista que durante muchos años tuvo de su lado a la mayoría de los obreros.

“Y quién abandone el terreno real del reconocimiento y análisis de estas tres corrientes y de la lucha consecuente por la tendencia verdaderamente internacionalista, se condenará a sí mismo a la impotencia, a la incapacidad y a las equivocaciones” (10).

Mientras los socialpatriotas siguen queriendo inocular altas dosis del veneno nacionalista a la clase obrera y los espartaquistas libran una encarnizada lucha contra ellos, los centristas oscilan entre ambos polos. ¿Qué actitud debían adoptar, pues, los espartaquistas ante los centristas? El ala agrupada en torno a Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht señalaron que “políticamente debemos criticar fuerte a los centristas”, es decir que los revolucionarios debían intervenir respecto a ellos.

¿Qué intervención desarrollar ante el centrismo? La claridad política es lo primero, antes que la unidad.

En enero de 1916, en el curso de una conferencia convocada por los adversarios a la guerra, Rosa Luxemburg esbozó ya su posición frente a los centristas:

“Nuestra táctica en esta conferencia no debe partir de la idea de poner de acuerdo a toda la oposición sino, por el contrario, seleccionar en ese maremágnum, el pequeño núcleo sólido y dispuesto a la acción que podamos agrupar en torno a nuestra plataforma. Sin embargo, en cuanto a un agrupamiento organizativo, se requiere la mayor prudencia, ya que la unión de las Izquierdas no ha conseguido, según mis muchos años de amargas experiencias en el partido, más que atar las manos de quienes verdaderamente estaban dispuestos a actuar”.

Para ella, quedaba excluida toda posibilidad de que, en el interior del SPD, se produjera cualquier tipo de asociación organizativa con los centristas. “Claro que la unión hace la fuerza, pero la unidad de convicciones sólidas y profundas, no la suma mecánica y superficial de elementos profundamente divergentes. La fuerza no reside en el número, sino en el espíritu, en la claridad, en la determinación que nos anima” ([11]).

Igualmente Liebknecht señaló en febrero de 1916: “No a la unidad a cualquier precio, sino la claridad ante todo. La claridad que se obtiene poniendo abiertamente en evidencia, y discutiendo en profundidad toda divergencia, por un acuerdo sobre los principios y la táctica, con la perspectiva de estar dispuestos a actuar, con la perspectiva de la unidad. Ese es el camino que debemos emprender. La unidad no debe ser el punto de partida de ese proceso de fermentación, sino su punto de llegada” ([12]).

La piedra angular del método de Rosa Luxemburg y los demás espartaquistas es la exigencia de claridad y solidez programáticas, sin ninguna concesión; dispuestos a ser menos pero con claridad. Esta postura de R. Luxemburg no expresa, de ninguna manera, sectarismo, sino fidelidad al método que fue desde siempre el del marxismo. R. Luxemburg no fue la única depositaria de ese rigor y firmeza programática, pues ese mismo método será después empleado por la Izquierda italiana cuando, al hacer balance de la revolución rusa y en los años 30, rechazó toda tentación de hacer concesiones políticas en el plano programático, sólo por crecer numéricamente. Quizá Rosa Luxemburg empezó a percibir las repercusiones de la nueva situación establecida por la decadencia del capitalismo, cuando no pueden existir partidos de masas de la clase obrera, sino únicamente partidos numéricamente reducidos pero programáticamente muy sólidos. Esto explica que esa cimentación teórica sea la brújula para el trabajo de los revolucionarios, frente a los centristas que, por definición, oscilan y rehuyen toda claridad política en el plano programático.

Cuando en marzo de 1917 los centristas fundaron -tras ser expulsados del SPD- su propia organización, los espartaquistas reconocieron la necesidad de intervenir frente a ellos, asumiendo la responsabilidad que los revolucionarios tienen ante su clase.

Con el telón de fondo de la revolución en Rusia en desarrollo, y una creciente radicalización de la clase obrera en la misma Alemania, los espartaquistas trataban de estar cerca de los mejores elementos de la clase, atrapados en el Centro, pero a los que su intervención podía hacer avanzar y clarificar. Debemos definir a la Comunidad de trabajo socialdemócrata (SAG) igual que a muchos partidos que se adhirieron a la Internacional comunista en marzo de 1919, partidos que carecían de homogeneidad y coherencia y eran muy inestables.

Puesto que los movimientos centristas son, en parte, expresión de inmadurez de la conciencia en la clase obrera, es posible que, con el desarrollo de la lucha de clases, pueda producirse una clarificación y que se cumpla así su destino histórico: desaparecer. Para ello, junto a la dinámica de la lucha de clases, es indispensable la existencia de un polo de referencia organizador que pueda jugar el papel de polo de claridad frente a los centristas. Sin la existencia y la intervención de una organización revolucionaria, que impulse a los elementos receptivos que están atrapados en el centrismo, resulta imposible cualquier desarrollo y separación respecto a éste.

Lenin resumió, en 1916, esa tarea: “La principal carencia del conjunto del marxismo revolucionario en Alemania es la ausencia de una organización ilegal que desarrolle sistemáticamente su línea de trabajo y que eduque a las masas en el espíritu de las nuevas tareas: una organización así debería tomar una posición clara tanto frente al oportunismo como frente al kautskysmo” ([13]).

¿Como cumplir este papel de polo de referencia? Para el 6 y 8 de abril de 1917, los centristas propusieron una conferencia para formar una organización común que se llamaría Partido socialdemócrata independiente (USPD). En el seno de los revolucionarios internacionalistas se manifestaron profundas divergencias al respecto.

La Izquierda de Bremen se opuso a la participación de las izquierdas revolucionarias en esta organización común. Radek piensa que “sólo un núcleo claro y organizado puede ejercer influencia en los obreros radicales del Centro. Hasta ahora, mientras actuábamos en el terreno del viejo partido, podíamos salir del paso con vínculos distendidos entre los diferentes radicales de izquierdas. Hoy (...) sólo un partido radical de izquierda, dotado de un programa claro y de sus propios órganos, puede reagrupar, unir e incrementar las dispersas fuerzas (No podemos cumplir nuestro deber) más que organizando a los radicales de izquierda en su propio partido” ([14]).

Los propios espartaquistas no eran homogéneos sobre esa cuestión. En una conferencia preparatoria de la Liga espartaquista, el 5 de abril, muchos delegados tomaron posición contra la entrada en el USPD, aunque este punto de vista no se impuso finalmente, ya que los espartaquistas se afiliaron al USPD.

La intención de los espartaquistas era la de ganar para su causa a los mejores elementos: “La Comunidad de trabajo socialdemócrata tiene, en sus filas, toda una serie de elementos obreros que políticamente, y por su estado de ánimo, son de los nuestros; y si siguen a la SAG es porque no tienen contactos con nosotros, o por desconocimiento de las relaciones que existen en el seno de la oposición, o por cualquier otra causa fortuita...” ([15]).

“Se trata pues de utilizar el nuevo partido, que va a reunir a importantes masas, como terreno de reclutamiento para nuestras concepciones, para la tendencia decidida de la oposición. Debemos también discutirle al SAG la influencia política y espiritual sobre las masas en el seno mismo del partido. Se trata, pues, de impulsar el partido a través de nuestra actividad en sus organizaciones, y también de nuestras propias acciones independientes, así como eventualmente actuar contra su lamentable influencia en la clase” ([16]).

En el seno de la Izquierda, había multitud de argumentos tanto a favor como en contra de esta adhesión. Sólo hoy nos es posible discernir que hubiera sido preferible, en aquel momento, llevar un trabajo de fracción desde fuera del USPD, en vez de actuar desde el interior. Pero la preocupación de los espartaquistas de intervenir frente al USPD, para tratar de arrebatarle sus mejores elementos, era plenamente válida. Lo que entonces resultaba muy difícil de acertar era si esto debía hacerse desde el “exterior” o desde el “interior”.

En todo caso esta cuestión sólo podía plantearse a partir de considerar, como acertadamente hicieron los espartaquistas, al USPD como una corriente centrista que pertenecía a la clase obrera y que, en manera alguna, se trataba de un partido burgués.

Incluso Radek, y con él la Izquierda de Bremen, reconocía la necesidad de intervenir frente a este movimiento centrista: “Siguiendo nuestro camino -sin bandazos a izquierda y derecha- es como luchamos por los elementos indeterminados. Intentaremos que se sumen a nuestras filas. Si ahora no están en condiciones de seguirnos, si se orientan hacia nosotros sólo más adelante, cuando las necesidades políticas exijan de nosotros la independencia organizativa, nada se opondrá a ello. Debemos seguir nuestro camino. (el USPD) es un partido que más pronto o más tarde quedará triturado por las muelas de la derecha y la izquierda, más decididas” ([17]).

Sólo podrá entenderse el significado de la USPD centrista y su todavía gran influencia en el seno de las masas obreras, si vemos la situación de creciente ebullición de la clase obrera. Desde la primavera de 1917 se sucedió una oleada de huelgas: en el Rhur en marzo, en abril una serie de huelgas de masas en Berlín que implicaron a más de 300 mil trabajadores, en el verano huelgas y protestas en Halle, Brunswick, Magdeburgo, Kiel, Wuppertal, Hamburgo y Nuremberg... En junio se produjeron los primeros motines en la flota. Sólo la más brutal represión pudo poner fin a estos movimientos.

En cualquier caso, el ala izquierda se encontró provisionalmente dividida entre los espartaquistas por un lado y la Izquierda de Bremen –y las demás Izquierdas revolucionarias–, por otro. La Izquierda de Bremen reclamaba la rápida fundación del partido mientras los espartaquistas se habían adherido mayoritariamente al USPD, como fracción.

toto

 


[1] Panfleto de la oposición citado por R. Muller.

[2] Lenin, El Oportunismo y el hundimiento de la IIª Internacional.

[3] Rosa Luxemburg, Der Kampf nº 31, “Offene Briefe an Gesinnungsfreude. Von Spaltung, Einheit und Austritt”, Duisburgo, 6.01.1917.

[4] Carta de Spartacus del 30 de marzo de 1916.

[5] Radek.

[6] L. Jogisches, 30.09.1916.

[7] Wohlgemuth.

[8] Lenin, Wohlgemuth.

[9] Lichstrahlen aparece entre agosto de 1914 y abril de 1916; Arbeiterpolitik de Bremen acabado 1915, en seguida aparece a partir de junio de 1916 como órgano de los Socialistas internacionalistas de Alemania (ISD).

[10] Lenin, “Las tareas del proletariado en nuestra revolución”, Obras completas, t. 31, Ed.Progreso.

[11] Rosa Luxemburg, La Política de la minoría socialdemócrata, primavera de 1916.

[12] Spartakusbriefe.

[13] Lenin, julio de 1916. Obras completas, tomo 22.

[14] K. Radek, Unter eigenem Banner.

[15] L. Jogisches, 25/12/1916.

[16] Spartakus im Kriege;

[17] Einheit oder Spaltung?

 

Geografía: 

  • Alemania [3]

Series: 

  • Revolución alemana [4]

Historia del Movimiento obrero: 

  • 1919 - la revolución alemana [5]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La oleada revolucionaria de 1917-1923 [6]

Cuestiones teóricas: 

  • Partido y Fracción [7]

Cuestiones de organización, II - La lucha de la Iª internacional contra la « Alianza » de Bakunin

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La segunda parte de este artículo está dedicada a ver cómo la Alianza de Bakunin es utilizada para tomar el control de la Iª Internacional o Asociación internacional de los trabajadores (AIT), con el fin de destruirla. Trataremos de mostrar, lo más concretamente posible, las tácticas empleadas contra el movimiento obrero, basándonos en los análisis hechos por la Internacional. Estamos convencidos de que identificar las tácticas de la burguesía y del parasitismo, sacando lecciones del combate contra Bakunin, es indispensable para la defensa del medio revolucionario de hoy.

En la primera parte de esta serie ([1]) ya mostramos que la famosa lucha en el seno de la AIT, que condujo a la exclusión de Bakunin y a la condena de su «Alianza secreta de la democracia socialista», era mucho más que una lucha del marxismo contra el anarquismo. Era una lucha a muerte entre quienes se dedicaban a la construcción del partido revolucionario del proletariado y todos aquellos que sólo buscaban su destrucción. Estos últimos, no sólo estaban integrados por los anarquistas declarados, sino por toda una serie de variantes muy diversas del parasitismo organizacional. El fin de la Alianza secreta de Bakunin era, ni más ni menos que tomar el control de la A.I.T., a través de una conjura oculta, con el objetivo de destruir su naturaleza proletaria.

En esta tentativa, los bakuninistas estaban apoyados por toda una serie de elementos burgueses, pequeño burgueses y desclasados que existían dentro de las diferentes secciones de la Internacional aún sin compartir sus fines. Entre bastidores, eran las propias clases dominantes las que alentaban la conjura. Alentaban y manipulaban a Bakunin y sus adeptos, a menudo sin que ellos lo supieran. La prensa burguesa se hacía eco de las campañas de calumnias de la Alianza contra Marx y el Consejo general, poniendo por las nubes «el espíritu de libertad» de los anarquistas que condenaban «los métodos dictatoriales» de los marxistas. Sus espías y agentes provocadores enviados para infiltrarse en la AIT, hacían todo lo que estaba en sus manos para apoyar a Bakunin y sus aliados parásitos, tanto dentro como fuera de la Asociación. La policía política hacía bien su trabajo contra los Estatutos de la Internacional, deteniendo a militantes para garantizar las maniobras de la Alianza. La burguesía utilizó conjuntamente contra la AIT su policía, sus tribunales, sus cárceles, y más adelante sus pelotones de ejecución. Pero esas no eran sus armas más peligrosas. En efecto, el Congreso de La Haya mostró que «cuanto más ha aumentado las persecuciones, más se ha reforzado la organización de los trabajadores que es la AIT» ([2]).

El arma más peligrosa de la burguesía consistía, precisamente, en la tentativa de destruir desde dentro a la AIT a través de la infiltración, la manipulación y la intriga. Esta estrategia consistía en sembrar la sospecha, la desmoralización, las divisiones y fracturas en el seno de una organización proletaria para abocarla a que ella misma se destruyera. Mientras que la represión corre siempre el riesgo de provocar la solidaridad de la clase obrera con sus víctimas, la destrucción desde su interior no solo destruye un partido o a un grupo proletario sino que arruina su reputación, lo elimina de la memoria colectiva y de las tradiciones de la clase obrera. Es más, trata de calumniar la disciplina organizativa presentándola como una «dictadura», y denigrar la lucha contra la infiltración policiaca, el combate contra las ansias de poder destructivas de los elementos desclasados de las clases dominantes y la resistencia contra el individualismo pequeño burgués presentándolos como manifestaciones de una «eliminación burocrática de los rivales».

Antes de mostrar como acometió la burguesía su trabajo de denigración y destrucción, con la ayuda del parasitismo político y, en particular, de Bakunin, queremos recordar brevemente el profundo miedo que la AIT inspiraba a la burguesía.

La burguesía se siente amenazada por la AIT

El Informe del Consejo general al Vº Congreso anual de la Asociación internacional de los trabajadores de La Haya, en septiembre de 1872, escrito justo tras la derrota de la Comuna de París, declaraba: «Después de nuestro último congreso, celebrado en Basilea, dos grandes guerras han transformado el aspecto de Europa: la guerra franco-alemana y la guerra civil en Francia. Pero una tercera guerra ha precedido a estas dos, las ha acompañado y continúa después de ellas: es la guerra contra la Asociación internacional de trabajadores».

Los miembros parisinos de la Internacional fueron arrestados la víspera del plebiscito que sirvió a Luis Napoleón a preparar su guerra contra Prusia, el 29 de abril de 1870, so pretexto de que habían tomado parte en una pretendida conjura organizada para asesinar a Luis Bonaparte. Al mismo tiempo, los miembros de la Internacional eran detenidos en Lyón, Ruán, Marsella, Brest y otras.

«Hasta la proclamación de la República, los miembros del Consejo general estuvieron detenidos. Mientras tanto, los demás miembros de la Asociación eran considerados diariamente por el populacho como espías prusianos.

Cuando, con la capitulación de Sedán, el Segundo Imperio terminó, como había comenzado, con una comedia, la guerra franco-alemana entró en su segunda fase. Se convirtió en una guerra contra el pueblo francés (...) Desde este momento se vio obligada a combatir no solamente contra la República francesa, sino también, al mismo tiempo, contra la Internacional en Alemania» ([3]).

«Si la lucha contra la Internacional había estado localizada hasta entonces, primero en Francia, desde la época del plebiscito hasta la caída del Imperio, después en Alemania, durante toda la resistencia de la república contra Prusia, la lucha se hizo general a partir de la sublevación y después de la caída de la Comuna de París. El 6 de Junio de 1871, Jules Favre envió su circular a las potencias extranjeras, en la que pedía la extradición de los miembros de la Comuna como criminales de derecho común y llamaba a una cruzada contra la Internacional, tratada de enemiga de la familia, de la religión, del orden y de la propiedad, tan fielmente representados en su propia persona» ([4]).

A continuación, sigue una nueva ofensiva de la burguesía, coordinada internacionalmente, para destruir a la AIT. Los cancilleres austro-húngaro y alemán, Beust y Bismarck, celebran dos «reuniones en la cumbre» dedicadas casi por completo a perfilar los medios para esa destrucción. Los tribunales austriacos, por ejemplo, condenan a trabajos forzados a los jefes del partido proletario en Julio de 1870 decretando que: «La Internacional tiene como principal objetivo la emancipación de la clase obrera del dominio de la clase poseedora y de la dependencia política. Esta emancipación es inconciliable con las instituciones actuales del Estado en Austria. De esta forma, quien adopta y difunde los principios del programa de la Internacional inicia una acción que prepara la ruina del Gobierno austriaco y, por tanto, se convierte en culpable de alta traición» ([5]).

En los últimos días de la Comuna de París, todos los sectores de la clase dominante habían comprendido el peligro mortal que representaba para su dominación la organización socialista internacional. Aunque la AIT no tuvo un papel dirigente en los sucesos de la Comuna de París, la burguesía era totalmente consciente de que su surgimiento, la primera tentativa de la clase obrera de destruir el Estado burgués y sustituirlo por su propia dominación de clase, no habría sido posible sin la autonomía y madurez políticas y organizativas del proletariado, una madurez que se plasmaba en la AIT.

Más aún, la amenaza política que la mera existencia de la AIT suponía para la dominación del capital a largo plazo, explica en gran medida la furia con la que el Estado francés y alemán reprimieron conjuntamente a la Comuna de París.

Tras la Comuna de París: la burguesía trata de romper y desprestigiar a la AIT

De hecho, como Marx y Engels comenzaban a comprender, justamente en el momento del famoso Congreso de La Haya en 1872, la derrota de la Comuna y del proletariado francés en su conjunto, significaba el comienzo del fin para la AIT. La asociación de sectores decisivos de obreros de Europa y América, fundada en 1864, no era una creación artificial, sino el producto del ascenso de la lucha de clases en aquella época. El aplastamiento de la Comuna significaba el fin de esa oleada de luchas y abría un período de derrota y desorientación política. Como tras las derrotas de las revoluciones de 1848-49, cuando la Liga de los comunistas había sido víctima de una desorientación semejante y muchos de sus miembros se negaban a reconocer que había acabado el periodo revolucionario, la AIT entró en un período de declive tras 1871. En esa situación, la preocupación principal de Marx y Engels era lograr que la AIT terminara su trabajo en buen orden. En esa perspectiva proponen que el Congreso de La Haya transfiera el Consejo general a Nueva York, donde estaría a salvo de la represión y de las disensiones internas. Lo que querían era, ante todo, preservar la reputación de la Asociación, defender sus principios políticos y organizativos, de tal modo que pudieran ser transmitidos a las futuras generaciones de revolucionarios. En particular, la experiencia de la AIT debía servir de base para la construcción de una Segunda internacional en cuanto las condiciones objetivas lo permitieran.

Pero las clases dominantes no podían permitir que la AIT se replegase en orden y transmitiera a las futuras generaciones proletarias las enseñanzas de estos primeros pasos en la construcción de una organización internacional estatutariamente centralizada. La matanza de los obreros de París daba la señal: había que llevar hasta sus últimas consecuencias toda la labor de zapa interna, que ya se había comenzado antes de la Comuna, y desprestigiar a la AIT. Los representantes más inteligentes de las clases dominantes temían que la AIT quedase para la historia como un momento decisivo en la adopción del marxismo por el movimiento obrero. Bismarck, que era uno de los representantes más inteligentes de los explotadores, había apoyado secretamente, y a veces abiertamente, a los lassalianos en los años 1860 en el movimiento obrero alemán, con el objetivo de combatir el desarrollo del marxismo. Pero, como veremos más adelante, hubo otros que también se le unieron para desorientar y hacer naufragar a la vanguardia política de la clase obrera.

La Alianza de Bakunin fundada para atacar a la AIT

«La Alianza de la democracia socialista fue fundada por M. Bakunin a finales de 1868. Era una sociedad internacional que pretendía funcionar, al mismo tiempo, dentro y fuera de la Asociación internacional de trabajadores. Se componía de miembros de ésta que reclamaban el derecho a participar en todas sus reuniones, pero sin embargo pretendía reservarse el derecho de tener grupos locales, federaciones nacionales y organizar sus congresos particulares, en paralelo a los de la Internacional. En otros términos, la Alianza, desde el principio, pretendía ser una ­ especie de aristocracia dentro de nuestra Asociación, un cuerpo de élite con un programa propio y privilegios particulares» ([6]).

Bakunin había fracasado en su proyecto original de unificar la AIT y la «Liga de la paz y la libertad», bajo su propio control, ya que sus propuestas habían sido rechazadas por el Congreso general de la AIT en Bruselas. Bakunin explica, en los siguientes términos, esa derrota a uno de sus amigos burgueses de la Liga: «Yo no podía prever que el Congreso de la Internacional nos iba a responder con un insulto tan grosero como pretencioso, pero esto es debido a las intrigas de cierta pandilla de alemanes que detesta a los rusos» ([7]).

Nicolai Utin, en su Informe al Congreso de La Haya, señala respecto a esta carta uno de los aspectos centrales de la política de Bakunin: «Esto prueba que las calumnias del Bakunin contra el ciudadano Marx, contra los alemanes y contra toda la AIT, ya databan de aquella época, cuando no de antes, que la acusaba ya entonces y a priori -pues Bakunin en esos momentos ignoraba completamente tanto la organización como la actividad de la Asociación- de ser una marioneta ciega en manos del ciudadano Marx y de la camarilla de los alemanes (que sería más tarde tachada de camarilla autoritaria y bismarkiana por los seguidores de Bakunin), de esa época data también el rencor de Bakunin contra el Consejo general y contra algunos de sus miembros en particular» ([8]).

Ante semejante fracaso Bakunin cambia de táctica y pide que se le admita en la AIT, pero no cambia para nada su estrategia de base: «Para hacerse reconocer como jefe de la Internacional le era preciso presentarse como jefe de otro ejército cuya dedicación absoluta a su persona había de asegurarse mediante una organización secreta. Después de haber implantado abiertamente su Asociación en la Internacional, contaba con extender sus ramificaciones en todas las secciones y acaparar por ese medio su dirección absoluta. Aparentemente ésta no era más que una sociedad pública que, aunque metida enteramente en la Internacional, debía, no obstante, tener una organización internacional distinta, un comité central, burós nacionales y secciones independientes de nuestra Asociación; junto a nuestro congreso anual, la Alianza debería celebrar públicamente el suyo. Pero esta Alianza pública ocultaba otra que, a su vez, era dirigida por la Alianza, aún más secreta, de los Hermanos internacionales, los Cien guardias del dictador Bakunin» ([9]).

Sin embargo, la primera petición de admisión de la Alianza fue rechazada a causa de su práctica organizativa no conforme con los estatutos de la Asociación. «El Consejo General se niega a admitir a la Alianza mientras conserve su carácter internacional distinto, y promete admitirla solo a condición de que disuelva su organización internacional particular, que sus secciones se conviertan en simples secciones de nuestra Asociación y que el Consejo sea informado del lugar y los efectivos numéricos de cada nueva sección» ([10]).

El Consejo general insistía particularmente en este último punto para evitar que la Alianza se infiltrase secretamente en la AIT con un nombre diferente. La Alianza respondió: «La cuestión de la disolución está ya resuelta. Hemos notificado esta decisión a los diferentes grupos de la Alianza, les hemos invitado, siguiendo nuestro ejemplo, a constituirse en secciones de la AIT y a hacerse reconocer como tales por ustedes o por el Consejo federal de la Asociación en sus respectivos países» ([11]).

Pero la Alianza no hizo nada de eso. Sus secciones locales no declararon nunca su sede ni su fuerza numérica, es más, nunca plantearon su candidatura en nombre propio. «La sección en Ginebra es la única que pide afiliarse. No hemos vuelto a oír hablar de las supuestas secciones de la Alianza. De hecho, a pesar de las intrigas coyunturales de los aliancistas que tienden a imponer su programa especial a toda la Internacional y a asegurarse el control de nuestra asociación, nos hicieron creer que la Alianza había cumplido su palabra y se había disuelto. Pero el pasado mes de mayo, el Consejo general ha recibido indicaciones precisas que nos hacen concluir que la Alianza ni siquiera ha comenzado a disolverse. A pesar de haber dado solemnemente su palabra, ha existido y continúa existiendo bajo la forma de una sociedad secreta y utiliza esa organización clandestina para continuar con su objetivo de siempre: asegurarse el control completo de la Internacional» ([12]). De hecho, en el momento en que la Alianza declara su disolución, el Consejo general no disponía de pruebas suficientes para justificar la negativa a admitirla en la Internacional. Había sido «inducido al error por algunas firmas del programa que daban a entender que el Comité federal romanche había reconocido la Asociación» ([13]).

Pero ése no había sido el caso pues el Comité federal romanche tenía buenas razones para no otorgar su confianza a los aliancistas. «La organización secreta oculta tras la Alianza pública entra en acción en ese momento. Detrás de la sección en Ginebra estaba el Buró central de la Alianza secreta, detrás de las secciones de Nápoles, Barcelona, Lyón y el Jura estaban las secciones secretas de la Alianza. Apoyándose en esta francmasonería, cuya existencia no era sospechada ni por la masa de los Internacionales ni por sus centros administrativos, Bakunin esperaba alzarse con la dirección de la Internacional en el Congreso de Basilea en septiembre de 1869» ([14]).

Con tal fin, la Alianza comienza a poner manos a la obra su aparato secreto internacional. «La Alianza secreta da instrucciones precisas a sus adeptos en todos los rincones de Europa, alentándolos a presentarse para ser elegidos como delegados, o a dar un mandato imperativo en el caso que no puedan enviar a sus propios hombres. En muchas partes, los miembros estaban muy sorprendidos de constatar que, por primera vez en la historia de la Internacional, la designación de delegados no se hacía de una manera honesta, abierta y transparente, y el Consejo general recibió distintas cartas preguntando si había algo detrás de eso» ([15]). En el Congreso de Basilea, la Alianza fracasa en su objetivo principal de transferir el Consejo general de Londres a Ginebra, donde Bakunin contaba con poderlo dominar. La Alianza lejos de renunciar cambia de táctica.

«Constatemos de entrada que hay dos fases bien distintas en la acción de la Alianza. En la primera, creían que podían apoderarse del Consejo general y así asegurarse la dirección suprema de nuestra asociación. Entonces es cuando llama a sus adeptos a apoyar la “fuerte organización” de la Internacional y, sobre todo, “el poder del Consejo general y de los Consejos federales y Comités centrales”. En esas condiciones los aliancistas pidieron al Congreso de Basilea amplios poderes para el Consejo general, poder que después han rechazado con tanto horror al “autoritarismo”» ([16]).

La burguesía favorece el trabajo de sabotaje de Bakunin

En la primera parte de este artículo, dedicada a la prehistoria de la conspiración de Bakunin, ya demostramos la naturaleza de clase de su sociedad secreta. Incluso, si la mayoría de sus miembros no eran conscientes de ello, la Alianza representaba ni más ni menos que un caballo de Troya con el que la burguesía trataba de destruir a la AIT desde dentro.

Si Bakunin pudo intentar tomar el control de la AIT desde el Congreso de Basilea, menos de un año después de su entrada, se debió únicamente a que recibía la ayuda de la burguesía. Esta ayuda le daba una base política y organizativa antes incluso de haber entrado en la AIT.

El primer origen del poder de Bakunin era una sociedad totalmente burguesa, la Liga por la paz y la libertad, constituida para rivalizar con la AIT y oponerse a ella. Como recuerda Utin cuando habla de la estructura de la Alianza: «Debemos constatar ante todo que los nombres del Comité central permanente, Búro central y Comités nacionales, existían ya en la época de la Liga de la paz y la libertad. De hecho las reglas secretas (de la Alianza) admitían sin rubor que el Comité central permanente se componía de “todos los miembros fundadores de la Alianza”. Y estos fundadores son los “antiguos miembros del Congreso de Berna” (de la Liga), autoproclamados “la minoría socialista”. Así, estos fundadores debían elegir, de entre ellos, al Buró central con sede en Ginebra» ([17]).

El historiador anarquista Nettlau cita a las siguientes personas que abandonan la Liga para dedicarse a penetrar en la Internacional: Bakunin, Fanelli, Friscia, Tucci, Mroczkowski, Zagorski, Jukovski, Elíseo Reclús, Aristides Rey, Charles Keller, Jacclard, J. Bedouche, A. Richard ([18]). Varios de estos personajes eran directamente agentes de la infiltración política de la burguesía. Albert Richard, quien había formado la Alianza en Francia, era un agente de la policía política bonapartista, lo mismo que Gaspard Blanc su «compañero de armas» en Lyón. Según Woodcock, otro historiador anarquista, Saverio Friscia era no solo un «físico homeópata siciliano, sino también miembro de la cámara de diputados y, lo que es mas importante para los Hermanos internacionales, un francmasón de tercer grado con gran influencia sobre las logias del sur de Italia» ([19]). Fanelli fue durante mucho tiempo miembro del Parlamento italiano y tenía intimas conexiones con altos representantes de la burguesía italiana.

El segundo origen burgués de los apoyos políticos a Bakunin es su relación con los «círculos influyentes» en Italia. Bakunin le dice a Marx en Londres, en Octubre de 1864, que se iba a trabajar para la AIT a Italia, y Marx escribe a Engels contándole lo mucho que le había impresionado esa iniciativa. Pero Bakunin mentía: «Bakunin fue introducido por Dolfi en la sociedad de francmasones donde se reagrupaban los librepensadores italianos», según asegura Richarda Huch, arístocrata alemana, admiradora y biógrafa de Bakunin ([20]).

Como hemos demostrado en la primera parte de este artículo, Bakunin abandona Londres para ir a Italia en 1864 y, aprovechándose de que la AIT no existía en ese país, monta secciones a su propia imagen y bajo su control. Aquellos que, como el alemán Cuno, fundador de la sección en Milán, se oponen a la dominación de esa «cofradía» secreta son detenidos y deportados por la policía en los momentos decisivos.

«Italia se convierte en la tierra prometida de la Alianza por gracia especial (...)» declara el Informe publicado por el Congreso de la Haya, citando una carta de Bakunin a Mora en la que explica que «En Italia hay lo que falta en otros países: una juventud ardiente, enérgica, completamente desplazada, sin carrera, sin salidas y que, a pesar de su origen burgués, no está ni moral ni intelectualmente agotada como la juventud burguesa de otros países». A modo de comentario el citado Informe señala: «El santo Padre (el Papa Bakunin) tiene razón. La Alianza en Italia no es un “haz obrero”, sino una cuadrilla de desclasados. Todas las pretendidas secciones de la Internacional en Italia están dirigidas por abogados sin causa, médicos sin enfermos ni ciencia, estudiantes de billar, viajeros y otros empleados de comercio, y principalmente de periodistas de prensa provinciana de dudosa reputación. Italia es el único país en el que la prensa de la Internacional -o lo que ellos llaman prensa- tiene las características del diario burgués le Figaro. No hay más que echar una ojeada a los escritos de los secretarios de estas pretendidas secciones para darse rápidamente cuenta de que se trata de un trabajo de círculos o de plufímeros profesionales. Copando de este modo todos los puestos oficiales de las secciones la Alianza obliga a los trabajadores italianos que pretenden entrar en comunicación entre ellos o con la Internacional, a pasar por las manos de los aliancistas que, en la Internacional, encuentran una “carrera”, una “salida”» ([21]).

Bakunin lanza su violento ataque a la Internacional gracias a la infraestructura salida de la Liga, ese órgano de la burguesía occidental influido por la diplomacia secreta del Zar ruso y nutrido del vivero burgués de desclasados italianos, «librepensadores» y «francmasones».

«Después del Congreso de la Liga de la paz, celebrado en Basilea, en septiembre de 1869, Fanelli, uno de los fundadores de la Alianza y miembro del Parlamento italiano, fue a Madrid. Iba provisto de recomendaciones de Bakunin para Garrido, diputado en Cortes, que le puso en relación con los elementos republicanos tanto burgueses como obreros» a fin de instalar la Alianza en la península ibérica ([22]). Vemos aquí los métodos «abstencionistas» típicos de los anarquistas que se niegan enérgicamente a hacer «política». Con esos métodos la Alianza se extiende por aquellas partes de Europa donde el proletariado industrial está aún fuertemente subdesarrollado: Italia, España, sur de Francia y el Jura suizo. Así, en el Congreso de Basilea «... la Alianza, gracias a los medios desleales de los que se sirvió, estaba representada al menos por diez delegados entre los cuales estaban Albert Richard y el propio Bakunin» ([23]).

Pero no eran suficientes todas estas secciones bakuninistas, secretamente dominadas por la Alianza. Para poder tener a la AIT en sus manos era necesario que Bakunin y sus partidarios fueran aceptados por una de las secciones más antiguas y prestigiosas de la Asociación, e intentar tomar su control. Bakunin, que venía del exterior, necesitaba contar con la autoridad de una sección así, una sección ampliamente reconocida en el interior de la AIT para servirse de ella. Por eso Bakunin desde un principio marcha a Ginebra donde funda su «Sección en Ginebra de la Alianza de la democracia socialista». Antes incluso de que aparezca el conflicto abierto con el Consejo general, comienza ahí la primera resistencia decisiva de la AIT contra el sabotaje de Bakunin.

La lucha por el control de la Federación suiza de la región de Ginebra

«En diciembre de 1868, la Alianza de la democracia socialista se forma en Ginebra y se declara como sección de la AIT. Esta sección solicita tres veces en quince meses su admisión al grupo de secciones de Ginebra, y le es negada tres veces, en principio por el Consejo central de las secciones de Ginebra y después por el Comité federal regional. En septiembre de 1869, Bakunin, el fundador de la Alianza, fue vencido en Ginebra, cuando planteó su candidatura para la delegación del Congreso de Basilea y esta fue rechazada al nombrar los miembros de Ginebra a Grosselin como delegado. Comienzan entonces las presiones de los aliados de Bakunin, dirigidos por él mismo, para intentar que Grosselin renuncie a su plaza y deje el camino libre a Bakunin. Estas discusiones debieron convencer a Bakunin de que Ginebra no era un lugar apropiado para sus maquinaciones. Sus maniobras y chantajes no encontraron en las reuniones de los obreros ginebrinos más que desinterés y desconfianza. Este hecho, junto a los otros asuntos rusos, dieron a Bakunin motivos para irse de Ginebra» ([24]).

Mientras en Londres, el Consejo general actúa aún con mucha vacilación y admite a la Alianza contra su propia convicción, las secciones obreras de Suiza resisten abiertamente contra las tentativas de Bakunin de imponerse a su voluntad violando los Estatutos.

Esta primera batalla contra los bakuninistas que se libra en Suiza revela inmediatamente que se trata de una lucha de toda la organización por su propia defensa, contra lo que defienden los historiadores burgueses -fieles a su visión de la historia determinada por «las grandes personalidades»- cuando presentan el combate en la AIT como un conflicto «entre Marx y Bakunin» y contra la insistencia de los anarquistas por presentar a Bakunin como una víctima inocente de Marx.

Sin embargo esta resistencia proletaria contra las tentativas de Bakunin de tomar el poder no pudo impedir que la sección suiza estallase. Esto se debió a que Bakunin, había comenzado a hacer adeptos en el país a sus espaldas. Esos adeptos los había ganado por medios de persuasión no política sino gracias, particularmente, a su carisma personal, gracias al cual logró finalmente ganarse a la sección internacionalista de Le Locle, en la región relojera del Jura. Le Locle era un centro de resistencia a la política lassaliana, política que consistía en apoyar a a los conservadores contra los radicales burgueses y que era dirigida por el doctor Coullery, pionero oportunista de la Internacional en Suiza.

Aunque Marx y Engels habían sido quienes se habían opuesto con más determinación a Lassalle en Alemania, Bakunin les dice a los artesanos de Le Locle que la política corrupta del Consejo general es resultado del autoritarismo de Marx y que es preciso «revolucionar» la Asociación mediante una sociedad secreta. La rama local de la Alianza secreta, dirigida por J. Guillaume, se convierte en el centro de la conspiración a partir del cual se organiza la lucha contra la Internacional.

Los partidarios de Bakunin, poco presentes en las ciudades industriales pero con una gran implantación entre los artesanos del Jura, provocan la escisión en el Congreso de la Federación de la Suiza romande (de lengua francesa) celebrado en Chaux-de-Fonds, obligando a la sección de Ginebra a reconocer a la Alianza y a trasladar el Comité federal y su órgano de prensa de Ginebra a Neuchatel para ponerlo en manos de Guillaume, brazo derecho de Bakunin. Los bakuninistas sabotean completamente el orden del día del Congreso, no aceptan la discusión sobre ningún otro punto que no sea el reconocimiento de la Alianza. Los aliancistas, incapaces de imponer su voluntad, abandonan el Congreso y se reúnen en un café cercano, se autoproclaman «Congreso de la Federación suiza romande», nombran su propio «Comité federal romand» en flagrante violación de los artículos 53,54 y 55 de los estatutos de la Federación.

Ante esto, la delegación de Ginebra declara que «se trata de decidir si la Asociación quiere seguir siendo una Federación de sociedades obreras que luchan por la emancipación de los trabajadores, realizada por ellos mismos, o si desean abandonar su programa ante un complot fomentado por un puñado de burgueses, con el objetivo de adueñarse de la dirección de la Asociación utilizando sus órganos públicos y sus conspiraciones secretas» ([25]).

De este modo, la delegación de Ginebra había captado por completo lo que estaba en juego. De hecho, la escisión tan querida por la burguesía se había llevado a cabo.

«Cualquiera que conozca un tanto la historia y el desarrollo de nuestra Asociación sabe bien que antes del Congreso “romand” de Chaux-de-Fonds en abril de 1870, no hubo ninguna escisión en nuestra Asociación y por ello jamás la prensa burguesa, ni el mundo burgués pudieron regodearse públicamente con nuestros desacuerdos.

En Alemania, hubo una lucha entre los verdaderos internacionalistas y los partidarios a ultranza de Scheweitzer, pero esta lucha no superó las fronteras del país, y todos los miembros de la Internacional en los demás países condenaron rápidamente a ese agente del Gobierno prusiano, aunque, al principio, tal agente había disimulado y parecía ser un gran revolucionario.

En Bélgica, una tentativa de engañar y hacer estallar a nuestra Asociación fue llevada a cabo por un tal señor Coudray, que también parecía al principio ser un miembro influyente, dedicado a nuestra causa, pero que en realidad se demostró al final que no era más que un intrigante, por lo que el Consejo federal y las secciones belgas fueron cambiadas a pesar del importante papel que habían logrado cumplir.

Con excepción de este pasajero incidente, la Internacional se desarrollaba como una verdadera unidad fraterna, animada por el mismo y único esfuerzo combativo no perdiendo el tiempo en vanas disputas personales.

De golpe, un llamamiento a la guerra interna surgió en el seno de la Internacional; este llamamiento fue lanzado por el primer número de La Solidarité (periódico bakuninista). Y vino acompañado de gravísimas acusaciones públicas contra las secciones de Ginebra y su Comité federal acusándolos de haberse vendido a un miembro que era poco conocido en aquellos momentos (...)

El mismo número, La Solidarité, anunciaba que pronto habría una escisión entre los reaccionarios (los delegados ginebrinos al Congreso de Chaux-de-Fonds) y muchos miembros de la sección de obreros de la construcción de Ginebra. En el mismo momento, aparecieron carteles pegados sobre los muros de Ginebra, firmados por Chevalley, Cagnon, Heng y Charles Perron (bakuninistas bien conocidos) afirmando que los firmantes habían sido elegidos delegados por Neuchâtel para revelar a los miembros ginebrinos de la Internacional la verdad del Congreso de Chaux-de-Fonds. Esto suponía, lógicamente, plantear una acusación pública contra todos los delegados de Ginebra, que eran tratados de mentirosos que habrían ocultado la verdad a los miembros de la Internacional (...)

Los periódicos burgueses de Suiza anunciaron entonces al mundo entero que había una escisión en la Internacional» ([26]).

Para la AIT los retos de esta gran batalla eran enormes pero también lo eran para la Alianza, en la medida en que el rechazo de Ginebra a su admisión «probará a todos los miembros de la Internacional que hay algo anormal alrededor de la Alianza» (...) «y que esto habría minado, paralizado, el “prestigio” que los fundadores de la Alianza habían soñado con tener desde su creación y la influencia que querían tener, sobre todo fuera de Ginebra».

(...) «De otro lado, si la Alianza hubiera sido un núcleo reconocido y aceptado por los grupos ginebrinos y “romand”, como pretendían sus fundadores, habría podido usurpar el derecho a hablar en nombre de toda la Federación “romande”, lo que le habría dado necesariamente un gran peso fuera de Suiza» (...)

«La elección de Ginebra como centro de las operaciones abiertas de la Alianza, venía de la creencia de Bakunin de que en Suiza se beneficiaría de una seguridad mayor que en otras partes, y de que tanto Ginebra como Bruselas contaban con la reputación de ser uno de los centros principales de la Internacional en el continente».

En esta situación, Bakunin sigue fiel a su principio destructor: lo que no se pueda controlar hay que destruirlo. «La Alianza, sin embargo, sigue insistiendo en acoger a la federación “romande” que, mientras tanto, se ha visto obligada a decidir la expulsión de Bakunin y a otros de sus acompañantes. Así hay dos Comités federales “romands”, uno en Ginebra y otro en Chaux-de-Fonds. La mayoría de las secciones permanecen fieles al primero, mientras que el segundo solo tenía el apoyo de quince secciones, gran numero de de las cuales (...) dejaría de existir una tras otra».

La Alianza pide al Consejo general que decida cuál de ellas debe ser considerada como verdadero órgano central, esperando aprovecharse de la reputación de Bakunin y del desconocimiento por Londres de los acontecimientos suizos. Pero en cuanto el Consejo general se pronuncia a favor de la federación original y llama al grupo de Chaux-de-Fonds a transformarse en sección local, pasa inmediatamente a denunciar el «autoritarismo» de Londres por inmiscuirse en los asuntos de Suiza.

La Conferencia de Londres de 1871

Durante la guerra franco-prusiana de 1870, las luchas de clase en Francia y después la Comuna de París, la lucha organizativa en el seno de la Internacional pasa a un segundo plano sin por ello desaparecer completamente. Con la derrota de la Comuna y frente a la nueva amplitud de los ataques burgueses se hace preciso redoblar las energías en defensa de la organización revolucionaria. En el momento de la Conferencia de Londres, septiembre de 1871, estaba claro que la AIT estaba sufriendo un ataque combinado desde el exterior y el interior, y que el verdadero coordinador de ese ataque era la burguesía.

Unos pocos meses atrás estaba mucho menos claro. «Cuando los materiales de las organizaciones de Bakunin caen en manos de la policía parisina con las detenciones de mayo de 1871, y el ministerio fiscal anuncia en la prensa que, tras la Internacional oficial, existe una sociedad secreta de conspiradores, Marx piensa que se trata del típico “montaje” policiaco. “Es una necedad” le escribía a Engels. Al final la policía no sabrá a qué santo encomendarse» ([27]).

La Conferencia de Londres, en septiembre de 1871, a pesar de sufrir la represión y las calumnias, es capaz de estar a la altura de sus tareas. Por primera vez lo dominante en una reunión internacional de la Asociación son las cuestiones organizativas internacionales internas. La Conferencia adopta la propuesta de Vaillant que afirma que las cuestiones sociales y políticas son dos aspectos de la misma tarea del proletariado por destruir la sociedad de clases. Los documentos, y en particular la resolución «Sobre la acción política de la clase obrera» sacan lecciones de la Comuna, muestran la necesidad de la dictadura del proletariado y de un partido político de la clase obrera diferenciado de los demás, suponían un golpe contra los abstencionistas políticos «esos aliados de la burguesía, sean conscientes o no de ello» ([28]).

A nivel organizativo el combate se concreta con un reforzamiento de las responsabilidades del Consejo general, el cual obtiene el poder de suspender a las secciones locales, en caso de necesidad, entre los congresos internacionales. También se concreta en la resolución contra las actividades de Nechaiev, colaborador de Bakunin en Rusia. Al ruso Utin, que había podido leer todos los documentos de Bakunin en Rusia, la Conferencia le encargó redactar un Informe sobre esta cuestión. En la medida en que ese Informe amenazaba con sacar a la luz la conspiración bakuninista, hicieron todo lo posible para impedir su redacción. Después, las autoridades suizas, que trataban de expulsar a Utin, tuvieron que reconocer ante la campaña pública masiva de la AIT, la existencia de una tentativa de asesinato contra Utin (que por poco se realiza) perpetrada por los bakuninistas.

Contando con esa represión de la burguesía, la circular de Sonvillier de la federación bakuninista del Jura ataca a la Conferencia de Londres. Este ataque abierto se había convertido en una necesidad absoluta para la Alianza después de que la Conferencia de Londres pusiera al descubierto las manipulaciones de los partidarios de Bakunin en España.

«Incluso los miembros más firmes de la Internacional en España fueron inducidos a creer que el programa de la Alianza era idéntico al de la Internacional, que la organización secreta existía en todas partes y que era casi una obligación formar parte de ella. Esta ilusión fue destruida por la Conferencia de Londres en la que el delegado español -miembro él mismo del Comité central de la Alianza en su país- pudo convencerse de lo contrario, así como por la propia circular del Jura, cuyos violentos ataques y calumnias contra la Conferencia de Londres y contra el Consejo general fueron inmediatamente reproducidos por todos los órganos de la Alianza. La primera consecuencia de la circular jurasiana en España fue la de crear una escisión en el seno de la Alianza española entre los que eran ante todo miembros de la Internacional y los que sólo aceptaban la Internacional si estaba controlada por la Alianza» ([29]).

La Alianza en Rusia:
una provocación en beneficio de la reacción

El «asunto Nechaiev», del que se ocupó la Conferencia de Londres, amenazaba con desprestigiar totalmente a la AIT haciendo peligrar su propia existencia. Durante el primer proceso político público de la historia rusa, en julio de 1871, 80 hombres y mujeres fueron acusados de pertenecer a un sociedad secreta que había usurpado el nombre de la AIT. Nechaiev que se hacía pasar por emisario de un supuesto Comité revolucionario internacional que actuaría para la AIT, animaba a la juventud rusa a cometer estafas, animando a algunos de ellos a presenciar el asesinato de uno de sus miembros que había cometido el «crimen» de poner en duda la existencia del todopoderoso «comité» de Nechaiev. Este individuo que huyó de Rusia, abandonando a su suerte a los jóvenes revolucionarios, para acabar en Suiza donde se dedicó al chantaje y trató de montar una banda para extorsionar a los turistas extranjeros, era un colaborador directo de Bakunin. A espaldas de la Asociación, Bakunin no solo le había dado a Nechaiev un «mandato» para actuar en nombre de la Asociación en Rusia, sino también una justificación ideológica. Era el «Catecismo revolucionario» basado en la moral jesuítica, tan admirada por Bakunin, de que el fin justifica los medios, incluidos la mentira, los homicidios, la extorsión, el chantaje, la eliminación de aquellos camaradas que «se salen del buen camino», etc.

De hecho las actividades de Nechaiev y de Bakunin condujeron a la detención de tantos jóvenes revolucionarios inexpertos, que éstos escriben al Tagwacht de Zurich en respuesta a Bakunin: «el hecho es que, aunque usted no sea un agente retribuido, ningún agente provocador remunerado habría podido llegar a hacer tanto daño como el que usted ha hecho».

Utin escribe sobre la práctica de enviar por el correo ruso proclamas ultraradicales, incluso a gente no politizada, «(...) cuando en Rusia la policía secreta abría las cartas ¿como podían dejar de suponer Bakunin y Nechaiev que las proclamas eran enviadas por toda Rusia a personas, conocidas o des­ conocidas, sin por una parte comprometer a estas personas, y que, por otra parte, pudieran caer en manos de espías?» ([30]).

A nuestro parecer, la explicación de los hechos que da el Informe de Utin es la más verosímil: «Mantengo que Bakunin buscaba a cualquier precio hacer creer en Europa que el movimiento revolucionario producido por su organización era realmente gigantesco. Y cuanto más gigantesco es el movimiento más grande sería su promotor. Con el mismo objetivo, publicó en La Marseillaise y en otras publicaciones artículos dignos de la pluma de un provocador. Cuantos más jóvenes eran arrestados, más aseguraba que en Rusia todo estaba preparado para el gran cataclismo destructor, por la formidable explosión de la gran revolución de los mujiks (campesinos rusos); que las falanges de la juventud estaban dispuestas, disciplinadas y aguerridas, que todos los que habían sido detenidos eran de hecho grandes revolucionarios (...) a sabiendas de que todo eso no eran más que mentiras. Mentía cuando especulaba sobre la buena fe de los periódicos radicales burgueses y mentía cuando alardeaba de ser el gran Papa o la comadrona de toda esa juventud que pagaba con la prisión la fe que había depositado en el nombre de la Asociación internacional de los trabajadores»

Ya que, como habían señalado Marx y Engels, la policía política rusa y su «cofradía» de agentes en misiones exteriores era la mejor del mundo en aquella época, con agentes infiltrados en todos y cada uno de los movimientos radicales por toda Europa, es perfectamente presumible que el llamado «tercer departamento» conocía perfectamente los planes de Bakunin y los toleraba.

Conclusión

La construcción de una organización proletaria revolucionaria no es un proceso apacible. Es una lucha permanente que ha de hacer frente no solo a la intrusión de actitudes pequeño burguesas y otras influencias de desclasados y capas intermedias, sino también al sabotaje organizado y planificado por la clase enemiga. El combate de la Primera internacional contra el sabotaje de la Alianza es una de las luchas organizativas más importantes de la historia del movimiento obrero. Es un combate rico en lecciones para hoy en día. La asimilación de esas lecciones es hoy más esencial que nunca para defender el medio revolucionario y preparar el Partido de clase. Esas lecciones son aun más ricas y significativas porque fueron formuladas de una manera muy concreta y con la participación directa de los fundadores del socialismo científico, Marx y Engels. El combate contra Bakunin es una lección ejemplar de aplicación del método marxista de defensa y construcción de la organización comunista. Asimilando ese ejemplo que nos han legado nuestros grandes predecesores, la actual generación de revolucionarios -que aún sufre la ruptura de la continuidad orgánica con el movimiento obrero del pasado a causa de la contrarrevolución- podrá anclarse más firmemente en la tradición de esta gran lucha por la organización. Las lecciones de todos esos combates llevados por la AIT, por los bolcheviques, por la izquierda italiana, son un arma esencial en la actual lucha del marxismo contra el espíritu de círculo, el liquidacionismo y el parasitismo político. Por eso pensamos que es necesario descender a los detalles más concretos para poner en evidencia toda la realidad de ese combate en la historia del movimiento obrero.

KR

 

[1] Revista internacional nº 84

[2] «Proceso verbal y actas del Congreso de La Haya de la Asociación internacional de trabajadores (AIT)», La Iª internacional, Tomo II, Jacques Freymond, Editorial ZYX.

[3] «Informe oficial del Consejo general al Congreso internacional de La Haya, leído en sesión pública el 6 de Septiembre de 1872». Ídem.

[4] Ídem.

[5] Ídem.

[6] «Informe sobre la Alianza de la democracia socialista» hecho, en nombre del Consejo general de la AIT, por Engels para el Congreso de La Haya, Ídem.

[7] Carta de respuesta de Bakunin a Gustave Vogt, presidente de la Liga por la Paz, citada en los documentos del Congreso de la Haya. Informes y Documentos publicados por mandato del Congreso en el texto «La Alianza de la democracia socialista y la AIT», Ídem.

[8] Informe de Utin al Congreso de La Haya, presentado por la Comisión de encuesta sobre la Alianza, Ídem.

[9] Ídem.

[10] Informe de Engels, op.cit.

[11] Ídem.

[12] Ídem.

[13] La Alianza y la AIT, op.cit.

[14] Ídem.

[15] Karl Marx: hombre y combatiente, Nicolaiesvky y Maenchen-Helfen.

[16] Informe de Engels, Obra citada en nota 2.

[17] Informe de Utin, op.cit.

[18] Max Nettlau: Los anarquistas desde Proudhon a Kropotkin.

[19] La Alianza y la AIT, Obra citada en nota 2.

[20] Huch: Bakuninismo y Anarquismo.

[21] La Alianza y la AIT, obra citada en nota 2.

[22] La Alianza y la AIT, Capitulo IV: La Alianza en España. Ídem.

[23] Ídem.

[24] Informe de Utin, op. cit.

[25] Ídem.

[26] Ídem.

[27] Karl Marx, hombre y combatiente, op. cit.

[28] La Iª Internacional, Tomo II. Obra citada en nota 2.

[29] La Alianza y la AIT, Ídem.

[30] Ídem.

 

Series: 

  • Cuestiones de organización [8]

Corrientes políticas y referencias: 

  • Anarquismo "Oficial" [9]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La organización revolucionaria [10]

desarrollo de la conciencia y la organización proletaria: 

  • Primera Internacional [11]

XIII - La transformación de las relaciones sociales según los revolucionarios de finales del siglo XIX

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En el artículo anterior de esta serie mostrábamos cómo, frente a las dudas expresadas por muchos que se autoproclaman «comunistas», el objetivo fundamental de los partidos socialistas a finales del siglo XIX era verdaderamente el socialismo: una sociedad sin relaciones mercantiles, sin clases o sin Estado. En este artículo vamos a examinar cómo concebían los socialistas auténticos la manera de arrostrar, en la futura sociedad comunista, los problemas sociales más graves para la humanidad: las relaciones entre hombres y mujeres, y entre la humanidad y la naturaleza de la que también ella ha surgido. Al defender aquí a los comunistas de la IIª Internacional, estamos defendiendo una vez más el marxismo contra algunos de sus «críticos» mas recientes, en particular el radicalismo pequeñoburgués que está en la base del feminismo y de la ecología que se han transformado hoy por completo en instrumentos de la ideología dominante.

Bebel y «la cuestión de la mujer», o marxismo contra feminismo

Ya hemos mencionado que la gran popularidad alcanzada por el libro de Bebel: La mujer y el socialismo, se debía, en gran medida, a que tomaba la «cuestión de la mujer» como punto de partida de un viaje teórico hacia una sociedad socialista, cuya geografía debía ser descrita detalladamente, en parte. El libro tuvo un gran impacto en el movimiento obrero de aquella época sobre todo como guía en el mundo socialista. Pero eso no quiere decir que la cuestión de la opresión de la mujer fuera un simple cebo o un artificio cómodo, sino que, al contrario, era una preocupación real y cada vez más extendida en el movimiento proletario de aquel momento. No es casualidad si Bebel acabó su libro, poco más o menos al mismo tiempo que Engels finalizaba El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado ([1]).

Es necesario insistir en eso, pues, para ciertas versiones groseras del feminismo, especialmente la surgida entre la intelectualidad radical de Estados Unidos, el marxismo mismo no es más que otra variante de la ideología patriarcal, un invento de esos «cabrones de machistas» blancos, que no tendría nada que decir sobre la opresión de la mujer. Las más consecuentes de esas feministas-feministas afirman que debe rechazarse de entrada y sin discusión el marxismo, pues Marx mismo era un marido y un padre victoriano que le había hecho un hijo ilegítimo a su criada.

No perderemos el tiempo en refutar este último argumento pues revela por sí mismo su propia banalidad. Pero la idea de que el marxismo no tiene nada que decir sobre la «cuestión de la mujer» debe ser combatida pues también se ha apoyado en las interpretaciones economicistas y mecanicistas del propio marxismo.

Hemos utilizado hasta aquí entrecomillada la expresión «cuestión de la mujer», no porque no exista para el marxismo, sino porque debe ser planteada como un problema de la humanidad, como un problema de la relación entre hombres y mujeres, y no como una cuestión aparte. Desde el comienzo de su obra como comunista, legítimamente inspirado por Fourier, Marx planteaba así el problema: «La relación inmediata, natural y necesaria del hombre con el hombre, es la relación del hombre con la mujer. En esta relación natural de los sexos, la relación del hombre con la naturaleza es inmediatamente su relación con el hombre, del mismo modo que la relación con el hombre es inmediatamente su relación con la naturaleza, su propia determinación natural. En esta relación se evidencia pues, de manera sensible, reducida a un hecho visible, en qué medida la esencia humana se ha convertido para el hombre en naturaleza, o en qué medida la naturaleza se ha convertido en esencia humana del hombre. Con esta relación se puede juzgar el grado de cultura del hombre en su totalidad. Del carácter de esta relación se deduce la medida en que el hombre se ha convertido en ser genérico, en hombre, y se ha comprendido como tal...» ([2]).

Aquí vemos cómo la relación hombre-mujer está situada en su marco natural e histórico fundamental. Este pasaje fue escrito contra las nociones erróneas del comunismo que defendían (o más bien acusaban a los comunistas de defender) la «comunidad de mujeres», la subordinación total de las mujeres a la lascivia de los hombres. Al contrario, no será imposible acceder a una vida verdaderamente humana hasta que las relaciones entre hombres y mujeres sean liberadas de todo rastro de dominación y opresión, y esto sólo será posible en una sociedad comunista.

Este tema fue tratado, una y otra vez, en la evolución del pensamiento marxista. Desde la denuncia que se hace en el Manifiesto comunista de la verborrea hipócrita de la burguesía sobre los valores eternos de la familia -valores que la propia explotación capitalista erosiona continuamente- hasta el análisis histórico de la transformación de las estructuras familiares en un sistema social diferente, contenido en el libro de Engels, El origen de la familia, el marxismo ha procurado explicar no sólo que la opresión particular de las mujeres ha sido y es un hecho real, sino también situar sus orígenes materiales y sociales para poder mostrar la vía de su superación ([3]).

En el período de la IIª Internacional, estas preocupaciones fueron de nuevo retomadas por Eleonor Marx, Clara Zetkin, Alexandra Kolontai y Lenin. Contra el feminismo burgués que, al igual que sus recientes reencarnaciones, pretendía disolver los antagonismos de clase en el concepto etéreo de «mujer-hermana», los partidos socialistas de aquel tiempo reconocían la necesidad de hacer un esfuerzo particular para atraer a las mujeres obreras que estaban separadas del trabajo productivo y asociado hacia la lucha por la revolución social.

En este contexto, el libro de Bebel: La mujer y el socialismo fue una fiel referencia de cuál era la posición marxista respecto a la opresión de la mujer. El informe de primera mano que viene a continuación, ilustra de manera viva el impacto que tuvo este libro al desafiar la rígida división sexual del trabajo en la época «victoriana», rigidez que existía también en el propio movimiento obrero: «Aunque yo no fuese socialdemócrata, si tenía amigos que pertenecían al partido. A través de ellos conseguí este valiosísimo libro que leí vorazmente noche tras noche. Trataba de mi propio destino y el de millones de hermanas. Ni en la familia ni en la vida pública jamás había oído hablar de todo ese sufrimiento que debe padecer la mujer. Se ignoraba su vida. El libro de Bebel rompía con valentía el viejo secreto. No leí este libro una vez sino diez. Ya que todo me resultaba tan nuevo, me supuso un esfuerzo considerable asimilar el punto de vista de Bebel. Debía romper con tantas cosas que hasta entonces había considerado correctas...» ([4]).

Ottilie Baader se unió al partido, lo que sin duda fue muy importante. Al poner al descubierto los orígenes reales de su opresión, el libo de Bebel tenía como efecto llevar a las mujeres (y a los hombres) a la lucha de su clase, a la lucha por el socialismo. El inmenso impacto que, en su época, tuvo este libro puede medirse en el número de ediciones que de él se hicieron: 50 entre 1879 y 1910, a las que deben añadirse cierta cantidad de ediciones corregidas y de traducciones.

En las ediciones más avanzadas, el libro se dividía en tres partes: la mujer en el pasado, en el presente y en el porvenir. Esto expresaba la fuerza esencial del método marxista: su capacidad para situar todas las cuestiones que examina en un amplio marco histórico en el cual también se vislumbra la resolución futura de los conflictos y las contradicciones existentes.

La primera parte -«La mujer en el pasado»- no añadía gran cosa a lo que ya Engels había mostrado en El orígen de la familia. De hecho fue la publicación del trabajo de Engels lo que motivó que Bebel revisara su primera versión que tendía a señalar sobre todo que las mujeres habían estado «siempre igual» de oprimidas en las sociedades del pasado. Engels, siguiendo a Morgan, demostró que esta opresión se había desarrollado de manera cualitativa con la emergencia de la propiedad privada y las divisiones en clases. Así, la edición revisada de Bebel fue capaz de demostrar la relación que existe entre el desarrollo de la familia patriarcal y la de la propiedad privada: «Con la disolución de la vieja sociedad gentilicia, se debilitó rápidamente la influencia y la posición de la mujer. El derecho materno desapareció, ocupando su lugar el derecho paterno. El hombre se convirtió en propietario privado: tenía un interés en los hijos que podía considerar legítimos y a los que por tanto hacía herederos de su propiedad. Por ello obligó a la mujer a abstenerse de relaciones con otros hombres» ([5]).

Las partes más importantes del libro son las dos siguientes. La tercera como vimos ([6]) porque ampliaba el problema a una visión general de la futura sociedad socialista, y la segunda porque apoyándose en profundas investigaciones tenía como objetivo probar concretamente cómo la sociedad burguesa existente, a pesar de sus pretensiones de libertad e igualdad, aseguraba la perpetuación de la subordinación de la mujer. Bebel lo demostró no sólo en cuanto a la esfera política inmediata -las mujeres todavía carecían de derecho a voto en la mayoría de los países «democráticos» de la época y no digamos en la Alemania dominada por los Junkers -sino también en cuanto a la esfera social, y en particular en la del matrimonio en el seno del cual, la mujer estaba subordinada al hombre en todos los ámbitos (económico, legal, sexual). Esta desigualdad aunque existía en todas las clases, afectaba más a las mujeres obreras puesto que además de todas las presiones de la pobreza, sufrían frecuentemente la doble obligación del trabajo asalariado cotidiano y las ilimitadas exigencias del trabajo doméstico y la educación de los hijos. La descripción detallada que Bebel hizo sobre la forma en que el stress combinado del trabajo asalariado y del trabajo doméstico atenta contra la posibilidad de una relación armoniosa entre hombres y mujeres, expresa una sensación marcadamente contemporánea, incluso en nuestra época de las pretendidamente mujeres «liberadas» y «nuevos hombres».

Bebel mostró igualmente que «si el matrimonio representa una de las caras de la vida sexual del mundo burgués, la prostitución representa la otra. La primera es el anverso de la medalla, la segunda el reverso» ([7]).

Bebel denunció enérgicamente la hipocresía de esta sociedad frente a la prostitución; no sólo porque el matrimonio burgués en el que la mujer -sobre todo en las clase superiores- es en realidad comprada y propiedad del marido, es en sí mismo una forma legalizada de prostitución, sino también porque la mayoría de las prostitutas son trabajadoras forzadas a rebajarse, fuera de su clase, por las imposiciones económicas del capitalismo, por la pobreza y el paro. Y no sólo eso. La respetable sociedad burguesa que es la primera responsable de que las mujeres acaben en ese estado, castiga rigurosamente a las prostitutas mientras que protege a sus «clientes», en especial cuando éstos pertenecen a las clases altas. Particularmente odiosas eran las comprobaciones sobre la «higiene» que la policía ejercía sobre las prostitutas en las que no sólo las exploraciones humillaban a las mujeres, sino que ni siquiera se tomaban la molestia de detener la extensión de las enfermedades venéreas.

Entre el matrimonio y la prostitución, la sociedad burguesa se mostraba completamente incapaz de proporcionar a los seres humanos las bases de una realización sexual. Sin duda, algunas posiciones de Bebel sobre el comportamiento sexual reflejan los prejuicios de su época, pero su dinámica de fondo está resueltamente orientada al futuro. Anticipándose a Freud, desarrolló con nitidez que la represión sexual conduce a la neurosis:

«Es una ley que el hombre debe aplicarse rigurosamente a sí mismo si quiere desarrollarse de una forma sana y normal, es decir que no debe renunciar a ejercer ningún miembro de su cuerpo, ni rehusar obedecer a ningún impulso natural. Es preciso que cada miembro cumpla las funciones para las que ha sido creado por la naturaleza so pena de ver deteriorarse y dañarse todo el organismo. Las leyes del desarrollo físico del hombre deben ser estudiadas y seguidas con el mismo detenimiento que su desarrollo intelectual. Su actividad moral es la expresión de la perfección física de sus órganos. La plena salud de la primera es una consecuencia íntima del buen estado de la segunda. Una alteración de una de ellas perjudica, necesariamente, a la otra. Las llamadas pasiones animales no tienen raíces más profundas que las pasiones llamadas intelectuales» ([8]).

Evidentemente, Freud habría de desarrollar este punto de vista a un nivel mucho más elevado ([9]). Pero la fuerza particular del marxismo es que, sobre la base de esas observaciones científicas de las necesidades humanas, es capaz de mostrar que un ser verdaderamente humano sólo puede existir en una sociedad sana y que el verdadero tratamiento de la neurosis se sitúa más en lo social que en el ámbito puramente individual.

En la esfera más directamente «económica», Bebel demuestra que, a pesar de todas las reformas realizadas por el movimiento obrero, a pesar de todo lo adquirido contra los primeros abusos en el trabajo de las mujeres y los niños, las obreras siguen teniendo que soportar sufrimientos específicos: precaridad en el empleo, labores insanas y oficios peligrosos... Como Engels, Bebel reconoce que la extensión y la industrialización del trabajo de las mujeres desempeñó un papel progresista en la liberación de las mujeres de las estériles labores domésticas que las aislaban, creando las bases de la unidad proletaria en la lucha de clases; pero al mismo tiempo mostraba el aspecto negativo de este proceso: la explotación particularmente implacable del trabajo de las mujeres y la dificultad creciente para las familias obreras de asegurar el mantenimiento y la educación de los hijos.

Evidentemente para Bebel, para Engels, en definitiva para el marxismo, hay ciertamente una «cuestión de la mujer», y el capitalismo es incapaz de aportar una respuesta. La seriedad con que este tema fue abordado por estos marxistas, demuestra ampliamente la falsedad de las ideas feministas groseras que dicen que el marxismo no tiene nada que aportar sobre estas cuestiones. Pero existen, igualmente, versiones más sofisticadas del feminismo. Las «feministas socialistas», cuya principal misión ha sido la de arrastrar al «movimiento de liberación de la mujer» de los años 60 a la órbita del izquierdismo establecido, son por supuesto capaces de «reconocer la contribución del marxismo» al problema de la liberación de la mujer pero sólo para probar la existencia de fallos, defectos y errores en la postura marxista clásica, reivindicando pues el sutil añadido del feminismo para alcanzar la «crítica total».

Críticas como las que hicieron las «feministas socialistas» al trabajo de Bebel son ilustrativas de esta postura. En Women’s Estate, Juliet Mitchell aún reconociendo que Bebel había hecho avanzar la comprensión de Marx y Engels sobre el papel de las mujeres poniendo de manifiesto que su función materna había servido para ponerlas en una situación de dependencia, se lamenta a continuación de que «el mismo Bebel fue incapaz de hacer más que establecer que la igualdad sexual es imposible sin el socialismo. Su visión de futuro es un vago sueño, absolutamente desconectado de su descripción del pasado. La ausencia de preocupación estratégica le llevó a un optimismo voluntarista, separado de la realidad» ([10]).

Una acusación similar fue vertida en el libro de Lise Vogel: Marxismo y opresión de la mujer, una de las más sofisticadas tentativas de encontrar una justificación «marxista» al feminismo: la visión de futuro de Bebel «refleja una visión socialista utópica, reminiscencia de Fourier y otros socialistas de comienzos del siglo XIX»; según Vogel, el enfoque estratégico de Bebel es una contradicción, de modo que éste no podía «a pesar de sus mejores intenciones socialistas, especificar de manera suficiente la relación que existe entre la liberación de la mujer en el futuro comunismo y la lucha por la igualdad en el presente capitalismo». Y no sólo no hay relación entre el hoy y el mañana, sino que incluso la visión de futuro es falsa ya que «el socialismo aparece ampliamente descrito en términos de redistribución de bienes y de servicios ya accesibles en la sociedad capitalista a individuos independientes, más que en términos de reorganización sistemática de la producción y de las relaciones sociales».

Esta idea de que «incluso el socialismo» no va lo bastante lejos en lo que a liberación de la mujer se refiere, es una típica cantinela de las feministas. Mitchell, por ejemplo, cita a Engels sobre la necesidad para la sociedad de colectivizar el trabajo doméstico (mediante prestaciones comunitarias para cocinar, limpiar, ocuparse de los hijos, etc.) y concluye que Marx y Engels insistían «demasiado en lo económico» cuando lo que está en tela de juicio es fundamentalmente un problema de relaciones sociales y de su transformación.

Volveremos más tarde sobre la cuestión del «utopismo» en la época de la IIª Internacional, pero dejemos antes perfectamente claro que esa acusación de las feministas está totalmente fuera de lugar. Si existe un problema de utopismo en el movimiento obrero de esa época se debe a la dificultad para establecer el vínculo entre el movimiento inmediato, defensivo, de la clase obrera, y el objetivo comunista del porvenir. Pero para las feministas ese vínculo no será ni mucho menos el resultado de un movimiento de clase, sino por un «movimiento autónomo de las mujeres» que pretende pasar por encima de las divisiones de clases, y establecer el eslabón estratégico que falta entre la lucha contra la desigualdad de las mujeres hoy, y la construcción de nuevas relaciones sociales mañana. Ese es el «ingrediente secreto» más importante que todas las feministas socialistas quieren añadir al marxismo. Por desgracia, es un ingrediente que echará a perder el plato.

El movimiento obrero del siglo XIX no tomó, ni podía hacerlo, la misma forma que en el siglo XX. Al desenvolverse en una sociedad capitalista que aún podía otorgar reformas significativas, era legítimo que los partidos socialdemócratas establecieran un programa mínimo en el que se incluían reivindicaciones por mejoras económicas, legales y políticas para las obreras, incluido el derecho de voto. Es verdad que el movimiento socialdemócrata no siempre fue preciso en la distinción entre logros inmediatos y objetivos finales. Existen, a este respecto, expresiones ambiguas tanto en El origen de la familia, como en La mujer y el socialismo, y una verdadera «feminista socialista» como Vogel no duda en ponerlas en evidencia. Pero lo que fundamentalmente comprendían los marxistas de la época es que el verdadero significado de la lucha por reformas era que unía y reforzaba a la clase obrera y la educaba para la lucha histórica por una nueva sociedad. Es ante todo por esta razón por lo que el movimiento obrero siempre se opuso al feminismo burgués, no sólo porque este limitaba sus objetivos a los horizontes de la presente sociedad, sino porque lejos de ayudar a la unificación de la clase obrera, más bien agudizaba las divisiones en su seno y la llevaba, al mismo tiempo, fuera de su terreno de clase.

Eso es aún más cierto en el período de decadencia del capitalismo, en el que los movimientos reformistas burgueses no tienen el más mínimo carácter progresista. En este período ya no tiene sentido un programa mínimo. La única verdadera cuestión «estratégica» es cómo forjar la unidad del movimiento de clase contra todas las instituciones de la sociedad capitalista para preparar su destrucción. Las divisiones sexuales en la clase obrera, al igual que las demás (raciales, religiosas, etc.), debilitan evidentemente al movimiento y deben ser combatidas a todos los niveles, pero sólo pueden ser combatidas con los métodos de la lucha de clases, mediante su unidad y su organización. La reivindicación de las feministas de un movimiento autónomo de mujeres no es más que un ataque directo contra esos métodos y, al igual que el nacionalismo negro y otros de los llamados «movimientos de los oprimidos», es hoy, en realidad, un instrumento de la sociedad capitalista para agudizar las divisiones en el seno del proletariado.

La perspectiva de un movimiento separado de las mujeres, visto como única garantía de un futuro «no sexista», vuelve completamente la espalda al futuro y acaba por quedarse bloqueado en los problemas «de las mujeres» más inmediatos y particulares tales como la maternidad o la educación de los hijos, que no tienen en realidad futuro más que cuando se plantean en términos de clase (véanse por ejemplo las reivindicaciones de los obreros polacos en 1980), y que es pues fundamentalmente reformista. Lo mismo cabe decir de esa otra crítica feminista «radical» del marxismo; la insistencia del marxismo en la necesidad de transferir las labores domésticas y la educación de los hijos de los individuos a la comunidad sería «demasiado economicista».

En estos artículos hemos criticado la idea de que el comunismo sólo sería la transformación total de las relaciones sociales. La visión feminista según la cual el comunismo no va lo bastante lejos, que no ve más allá de la política y la economía para llegar a una verdadera superación de la alienación, no sólo es sencillamente falsa. Es además un añadido al programa izquierdista de capitalismo de Estado ya que las feministas mencionan sistemáticamente los modelos «socialistas» existentes (China, Cuba, antes la URSS) para probar que los cambios económicos y políticos no son suficientes, sin la lucha consciente por la liberación de la mujer. En resumen: las feministas se erigen ellas mismas en grupo de presión dentro del capitalismo de Estado, ejerciendo, en su seno, la función de conciencia «antisexista». La simbiosis entre el feminismo y la izquierda capitalista, «dominada por los hombres» es una clara prueba suplementaria.

Sin embargo, para el marxismo, del mismo modo que la toma del poder por la clase obrera sólo es el primer paso hacia el inicio de una sociedad comunista, la destrucción de las relaciones mercantiles y la colectivización de la producción y del consumo, es decir el contenido «económico» de la revolución, sólo son las bases materiales para la creación de relaciones cualitativamente nuevas entre los seres humanos.

En sus Comentarios sobre los Manuscritos de 1844, Bordiga explica elocuentemente por qué así debe ser en una sociedad que ha llevado la alienación de las relaciones humanas hasta las relaciones sexuales, subordinándolas todas a la dominación del mercado: «La relación entre los sexos en la sociedad burguesa obliga a la mujer a hacer de una posición pasiva un cálculo económico cada vez que accede al amor. El macho hace ese cálculo de manera activa inscribiendo en el balance una suma concedida a una necesidad satisfecha. Así en la sociedad burguesa, no sólo todas las necesidades se traducen en dinero (así es el caso de la necesidad de amor en el caso masculino) sino también para la mujer, la necesidad de dinero mata la necesidad de amor» ([11]).

No puede haber superación de esta alienación sin abolición de la economía mercantil y de la inseguridad material que la acompaña (inseguridad que sienten ante todo las mujeres). Pero eso requiere igualmente la eliminación de todas las estructuras económicas y sociales que reflejan y reproducen las relaciones mercantiles, en particular la familia atomizada que se transforma en una barrera para la realización del amor entre los sexos:

«En el comunismo no monetario, el amor tendrá, como necesidad que es, el mismo peso y el mismo sentido para ambos sexos, y el acto que lo consagra, realizará la fórmula social que la necesidad del otro es mi necesidad de hombre, en la medida en que la necesidad de un sexo se realiza como una necesidad del otro sexo. No se puede proponer esto únicamente como relación moral basada en un cierto modo de relación física ya que el paso a una forma superior de sociedad se efectúa en el ámbito económico: y los hijos y su carga no conciernen ya a los dos padres que se unen, sino a la comunidad» ([12]).

Contra este programa materialista por la auténtica humanización de las relaciones sexuales, ¿qué ofrecen las feministas con sus declaraciones de que el marxismo no va lo suficientemente lejos? Negando la cuestión de la revolución -de la necesidad absoluta de una destrucción económica y social del capital- el feminismo «en el mejor de los casos» no puede ofrecer más que «una relación moral fundada en una cierta conexión física», es decir sermones moralistas contra las actitudes sexistas o experiencias utópicas de nuevas relaciones en la cárcel que la sociedad burguesa es. La auténtica pobreza de la crítica feminista se resume probablemente de manera significativa en las atrocidades aberrantes de lo politically correct en el que la obsesión de cambiar las palabras ha suplantado toda pasión por cambiar el mundo. El feminismo se revela así como otro obstáculo más ante el desarrollo de una conciencia y una acción verdaderamente radicales.

El paisaje del futuro

El falso radicalismo en verde

El feminismo no es el único en haber «descubierto» el fracaso del marxismo en la búsqueda de la raíz de los problemas. Su primo hermano, el movimiento «ecologista» proclama lo mismo. Ya hemos resumido la crítica «verde» al marximo en un anterior artículo de esta Revista ([13]) que puede resumirse en el argumento de que el marxismo sería, como el capitalismo, otra ideología del desarrollismo que expresaría una visión «productivista» del hombre, y por ello alienado de la naturaleza.

Esta especie de juego de manos suele realizarse asimilando el marxismo con el estalinismo: la situación abominable en que se encuentra el medio ambiente en los antiguos países «comunistas» es presentada como si fuera herencia de Marx y Engels. Sin embargo existen versiones más sofisticadas de esa engañifa. Consejistas, bordiguistas y otras gentes desencantadas que actualmente coquetean con el primitivismo y otras «verdeces» saben perfectamente que los regímenes estalinistas eran puro capitalismo; también conocen el profundo punto de vista sobre las relaciones entre el hombre y la naturaleza de los escritos de Marx, especialmente en los Manuscritos de 1844. Esas corrientes concentran pues sus tiros contra el período de la IIª Internacional, período durante el cual, según ellos, la visión dialéctica de Marx se habría borrado sin dejar rastro y habría sido sustituida por un enfoque mecanicista adorador pasivo de la ciencia y de la tecnología burguesas, que situaba un abstracto «desarrollo de las fuerzas productivas» por encima de cualquier programa real de liberación humana. Los intelectuales esnobs de Aufheben se han especializado en la elaboración de este punto de vista, en particular en su larga serie que ataca la noción de decadencia capitalista. Kautsky y Lenin son citados a menudo como los principales responsables de ese enfoque, pero ni Engels mismo escapa a sus palos.

La dialéctica universal

No es aquí el sitio adecuado para tratar detalladamente esos argumentos, sobre todo porque en este artículo pretendemos centrarnos no en cuestiones filosóficas sino ante todo en lo que los socialistas de la IIª Internacional decían sobre el socialismo y la nueva sociedad por la que luchaban. Sin embargo, algunas observaciones sobre la «filosofía», sobre la visión general mundial del marxismo no está fuera de lugar ya que está relacionada con la forma con la que el movimiento obrero ha tratado la cuestión más concreta del medio ambiente natural en una sociedad socialista.

En artículos anteriores de esta serie, ya hemos planteado el modo con el que Marx enfocaba este problema tanto en sus primeros trabajos como en los sucesivos ([14]). En la visión dialéctica, el hombre forma parte de la naturaleza y no existe «al margen del mundo». La naturaleza, como decía Marx es el cuerpo del hombre, y no puede vivir sin ella, del mismo modo que una cabeza no puede vivir sin un cuerpo. Pero el hombre no es «únicamente» otro animal más, un producto pasivo de la naturaleza. Es un ser que, de manera única, es activo, creador que, único entre los animales, es capaz de transformar el mundo en torno suyo de acuerdo con sus necesidades y deseos.

Es verdad que la visión dialéctica no siempre fue bien comprendida por los sucesores de Marx y que, como diversas ideologías burguesas contaminaban los partidos de la IIª Internacional, los virus se expresaban también en el terreno «filosófico». En una época en la que la burguesía avanzaba triunfante, la idea de que la ciencia y la tecnología contenían la respuesta a todos los problemas de la humanidad, se convirtió en una herramienta del desarrollo de las teorías reformistas y revisionistas en el seno del movimiento obrero. Ni siquiera los marxistas más «ortodoxos» estaban inmunizados: ciertos trabajos de Kautsky por ejemplo, tienden a reducir la historia del hombre a un proceso científico, puramente natural, en el que la victoria del socialismo sería automática. Pannekoek, por ejemplo, demostró que ciertas concepciones filosóficas de Lenin reflejaban el materialismo mecanicista de la burguesía.

Pero como lo demostraron los camaradas de la Izquierda comunista de Francia en la serie de artículos sobre el Lenin filósofo de Pannekoek ([15]), aunque éste desarrollara críticas justas a las ideas de Lenin sobre las relaciones entre la conciencia humana y el mundo natural, su método de base resultaba imperfecto porque Pannekoek mismo establecía un vínculo mecánico entre los errores filosóficos de Lenin, y la naturaleza de clase de los bolcheviques. Lo mismo puede aplicarse a la IIª Internacional en general. Los que defienden que era un movimiento burgués por que estaba influenciado por la ideología dominante no comprenden el movimiento obrero en general, su incesante combate contra la penetración de las ideas de la clase dominante en sus filas, ni las condiciones particulares en las que los propios partidos de la IIª Internacional desarrollaron esta lucha. Los partidos socialdemócratas eran partidos obreros a pesar de las influencias burguesas y pequeñoburguesas que les afectaban, en mayor o menor medida, en diferentes momentos de su historia.

Ya demostramos, en el anterior artículo de esta serie, cómo Engels era el interprete y el defensor más conocido de la visión proletaria del socialismo en los primeros años de la socialdemocracia, y que esta visión fue defendida por otros camaradas contra las desviaciones que posteriormente se desarrollaron en aquel período. Lo mismo puede decirse de la cuestión más abstracta de la relación entre hombre y naturaleza. Desde comienzo de los años 70 del siglo pasado hasta su muerte, Engels trabajó en La dialéctica de la naturaleza, obra en la que intentó resumir la posición marxista sobre esta cuestión. La tesis esencial de ese amplio trabajo inacabado es que el mundo natural y el mundo del pensamiento humano siguen, simultáneamente, un movimiento dialéctico. Lejos de situar a la humanidad fuera o por encima de la naturaleza, Engels afirma que: «Cada nuevo paso, nos lleva a pensar que en absoluto dominamos la naturaleza, a imagen del conquistador de un pueblo extranjero, como si estuviéramos situados fuera de la naturaleza, cuando, por el contrario, pertenecemos por completo a ella, por la carne, la sangre, el cerebro, formamos parte de ella; toda la soberanía que ejercemos sobre ella, se resume en el conocimiento de sus leyes y en su justa aplicación que son nuestra única superioridad sobre todas las demás criaturas» ([16]).

Sin embargo, para toda una serie de «marxistas» académicos (los autoproclamados marxistas occidentales que son los verdaderos mentores de Aufheben y similares), La dialéctica de la naturaleza es la fuente de todo mal, la justificación científica del materialismo mecanicista y el reformismo de la IIª Internacional. En un artículo precedente de esta serie ([17]) ya dimos elementos de respuesta a esas acusaciones; a la acusación de reformismo, en particular, ya le dimos amplia respuesta en el artículo sobre el centenario de la muerte de Engels que publicamos en la Revista internacional nº 83 ([18]). Pero para limitarnos al terreno de la «filosofía», vale la pena señalar que, para los «marxistas occidentales» como Alfred Schmidt, el argumento de Engels de que la dialéctica «cósmica» y la dialéctica «humana» son en el fondo una e idéntica, sería una especie no sólo de materialismo mecánico sino también «panteísmo» y «misticismo» ([19]). Schmidt sigue aquí el ejemplo de Luckacs que argumentaba así que la dialéctica se limitaba al «reino de la historia de la sociedad» y criticaba el hecho de que «Engels -siguiendo la falsa vía de Hegel- ampliaba ese método para aplicarlo también a la naturaleza» ([20]).

Esa acusación de «misticismo» es infundada. Es verdad, y Engels mismo lo reconoce en La dialéctica de la naturaleza, que ciertas visiones del mundo precientíficas, como el budismo, habían desarrollado puntos de vista auténticos sobre el movimiento dialéctico a la vez de la naturaleza y de la psique humana. El propio Hegel estuvo fuertemente influenciado por tales planteamientos. Pero mientras todos esos sistemas se quedaban en el misticismo en el sentido de que no podían trascender más allá de una visión pasiva de la unidad entre el hombre y la naturaleza, la visión de Engels, visión del proletariado, es activa y creadora. El hombre es un producto del movimiento cósmico, pero como mostraba el pasaje citado de «El papel del trabajo...», existe la capacidad -y ello como especie y no como individuo iluminado- de dominar las leyes de este movimiento y utilizarlas para cambiarlas y dirigirlas.

A este nivel, Luckacs y los «marxistas occidentales» se equivocan al oponer a Engels y Marx pues ambos estaban a su vez de acuerdo con Hegel cuando decía que el principio dialéctico «es válido tanto para la historia como para las ciencias naturales».

Además la incoherencia de la crítica de Luckacs puede verse en el hecho de que esa misma obra, cita, aprobándolas, dos claves de Hegel cuando dice que «la verdad debe comprenderse y expresarse no sólo como sustancia sino también como sujeto» y que «la verdad no reside en tratar los objetos como extraños» ([21]).

Lo que Luckacs no consigue ver es que tales fórmulas clarifican la verdadera relación entre el hombre y la naturaleza. Mientras que el panteísmo místico y el materialismo mecanicista tienden ambos a ver la conciencia humana como el reflejo pasivo del mundo natural, Marx y Engels comprendían que de hecho - sobre todo en su forma realizada en tanto que autoconciencia de la humanidad social- es el sujeto dinámico del movimiento natural. Tal punto de vista presagia el futuro comunismo en el que hombre no tratará ni al mundo social ni al mundo natural como una serie de objetos extraños y hostiles. Sólo nos queda añadir que el desarrollo de las ciencias naturales desde la época de Engels -en particular en el campo de la física cuántica- han dado un respaldo considerable a la noción de la dialéctica de la naturaleza.

La civilización, pero no como la conocemos

Como buenos idealistas, los «verdes» explican a menudo la propensión del capitalismo a destruir el medio ambiente natural como la consecuencia lógica de la visión alienada de la burguesía sobre la naturaleza. Para los marxistas es fundamentalmente el resultado del propio modo capitalista de producción. Así la batalla por «salvar el planeta» de las consecuencias desastrosas de esta civilización se sitúa ante todo y sobre todo, no a nivel filosófico sino a nivel político, y requiere un programa práctico para la reorganización de la sociedad. Y aún cuando en el siglo XIX la destrucción ambiental no había alcanzado las proporciones catastróficas que ha alcanzado en la última parte del siglo XX, el movimiento marxista reconoció, sin embargo, desde su nacimiento, que la revolución comunista implicaba una refundición muy radical del paisaje natural y el humano para compensar los daños ocasionados a ambos por los destrozos ilimitados de la acumulación capitalista. Desde el Manifiesto comunista hasta los últimos escritos de Engels y La mujer y el socialismo de Bebel, este reconocimiento se resume en una fórmula: abolición de la separación entre la ciudad y el campo. Engels, cuyo primer trabajo importante (La situación de la clase obrera en Inglaterra) se alzaba contra las envenenadas condiciones de existencia que la industria y la vivienda capitalistas imponían al proletariado, volvió sobre este tema en el Anti Dühring: «La superación de la contraposición entre la ciudad y el campo no es pues, según esto, sólo posible. Es ya una inmediata necesidad de la producción industrial misma, como lo es también de la producción agrícola y, además, de la higiene pública. Sólo mediante la fusión de la ciudad y el campo, puede eliminarse el actual envenenamiento del aire, el agua y la tierra; sólo con ella puede conseguirse que las masas que hoy se pudren en las ciudades pongan su abono natural al servicio del cultivo de las plantas, en vez de al de la producción de enfermedades (...) Cierto que la civilización nos ha dejado en las grandes ciudades una herencia que costará mucho tiempo y esfuerzo eliminar. Pero las grandes ciudades tienen que ser suprimidas, y lo serán, aunque sea a costa de un proceso largo y difícil. Cualesquiera que sean los destinos del Imperio alemán de la nación prusiana, Bismarck podrá irse a la tumba con la orgullosa conciencia de que su más intenso deseo será satisfecho: las grandes ciudades desaparecerán» ([22]).

Este último comentario no tiene, evidentemente, como objeto reconfortar a los reaccionarios que sueñan con una vuelta a la «sencillez de la vida en el pueblo», o más bien a la realidad de la explotación feudal, ni a su encarnación «verde» del período actual cuyo modelo de una sociedad ecológicamente armoniosa se basa en las fantasías proudhonianas de comunidades locales vinculadas entre sí por relaciones de intercambio. Engels señala claramente que el desmantelamiento de las gigantescas ciudades no es posible más que a condición de que exista una comunidad globalmente planificada: «Sólo una sociedad que haga interpenetrarse armónicamente sus fuerzas productivas según un único y amplio plan puede permitir a la industria que se establezca por toda la tierra con la dispersión que sea más adecuada a su propio desarrollo y al mantenimiento o a la evolución de los demás elementos de la producción» ([23]).

Además esta «descentralización centralizada» ya es posible porque «la industria capitalista se ha hecho ya relativamente independiente de las limitaciones locales dimanantes de la localización de la producción de las materias primas (...) Pero la sociedad liberada de la producción capitalista puede ir aún mucho más allá. Al engendrar un linaje de productores formados omnilateralmente, que entienden los fundamentos científicos de toda la producción industrial y cada uno de los cuales ha seguido de hecho desde el principio hasta el final toda una serie de ramas de la producción, aquella sociedad crea una nueva forma productiva que supera con mucho el trabajo de transporte de las materias primas o los combustibles importados desde grandes distancias» ([24]).

Así, la eliminación de las grandes ciudades no supone el fin de la civilización, a menos que identifiquemos a ésta con la división de la sociedad en clases. Aunque el marxismo reconoce que las poblaciones del mundo futuro se habrán de alejar de los viejos centros urbanos, no es para retirarse en el «cretinismo rural» en el aislamiento perenne y la ignorancia de la vida campesina. Como señaló Bebel: «En cuanto la población urbana tenga la posibilidad de llevar al campo todas las cosas necesarias al estado de civilización al que se habrá acostumbrado, y encontrar allí sus museos, teatros, salas de concierto, espacios de lectura, bibliotecas, lugares de reunión, establecimientos de instrucción, etc., iniciará sin más demora su emigración. La vida en el campo tendrá entonces todas las ventajas hasta ahora reservadas para las grandes ciudades, sin tener sus inconvenientes. Las viviendas serán más sanas, más agradables. La población agrícola se interesará por las cosas de la industria, la población industrial por las de la agricultura» ([25]).

Comprendiendo que esta nueva sociedad estará basada en el desarrollo tecnológico más avanzado, Bebel anticipa también que: «Cada comuna formará una especie de zona de cultivo en la que ella misma producirá la mayor parte de lo necesario para su subsistencia. La jardinería, en particular, que es de las ocupaciones prácticas más agradables, alcanzará su más floreciente prosperidad. El cultivo de las flores, de las plantas ornamentales, de las legumbres y las frutas, ofrece un campo prácticamente inagotable para la actividad humana y, sobre todo, constituye un trabajo delicado que excluye el empleo de grandes máquinas» ([26]).

De esta manera Bebel contempla una sociedad altamente productiva, pero que produce a un ritmo humano: «El insoportable ruido de la muchedumbre que va corriendo a sus asuntos de nuestros grandes centros comerciales, con sus miles de vehículos de todo tipo, todo eso deberá ser profundamente modificado y de un aspecto totalmente distinto» ([27]).

La descripción del futuro que aquí hace Bebel es muy similar a la que hizo William Morris, quien también usó la imagen del jardín y puso a su novela futurista Noticias de ninguna parte, el subtítulo de Una época de reposo. En su característico estilo directo, Morris explica como todos los «inconvenientes» de las ciudades modernas: su suciedad, su ritmo enloquecido, su apariencia horrible..., son el resultado directo de la acumulación capitalista, y no pueden ser abolidos más que eliminando el capital: «De nuevo, la agregación de población que ha dado a la gente la oportunidad de comunicarse, y a los obreros el sentirse solidarios, llegará también a su fin; y los inmensos barrios obreros se desmoronarán y la naturaleza cicatrizará las horribles calamidades que la imprudencia, la avaricia y el terror estúpido del hombre le han ocasionado, pues ya no será una terrible necesidad que el tejido de algodón sea un poquito más barato este año que el pasado» ([28]).

Podemos añadir que, como artista que era, Morris tenía una especial preocupación por superar la fealdad pura y simple del medio ambiente capitalista y reconstruirlo según los cánones de la creatividad artística. Veamos como planteó esta cuestión en un discurso sobre «El arte bajo la plutocracia»: «De entrada quiero pediros que extendáis el término de arte más allá de lo que es, conscientemente, obras de arte, y no verlo únicamente en la pintura, la escultura y la arquitectura, sino ampliarlo a las formas y los colores de todos los objetos domésticos, e incluso al cuidado de los campos de cultivo y los pastos, a las ciudades y los caminos de cualquier tipo; en una palabra extenderlo a todos los aspectos externos de nuestra vida. Y así, debo pediros, que creáis que cada una de las cosas que forman el entorno en el que vivimos, deben ser para quien ha de hacerlas, bellas o feas, satisfactorias o degradantes, un tormento y una carga o bien un placer y una alegría. ¿Qué hacer pues con el entorno que hoy nos rodea? ¿Qué clase de cuentas podremos rendir, a quienes vengan detrás de nosotros, sobre la forma en que hemos tratado la tierra que todavía era bella cuando nos la legaron nuestros antepasados, a pesar de miles y miles de años de conflictos, negligencia y egoísmo?» ([29]).

Aquí Morris plantea la cuestión de la única manera que puede hacerlo un marxista, es decir desde el punto de vista del comunismo, del futuro comunista: la apariencia externa degradante de la civilización burguesa sólo puede ser juzgada con la mayor de las severidades, por un mundo en el que cada aspecto de la producción, desde el más pequeño objeto doméstico hasta el diseño del paisaje, estará hecho, como dice Marx en los Manuscritos de 1844 «de acuerdo con las leyes de la belleza». En esta visión los productores asociados se convierten en artistas asociados, creando un ambiente físico que responde a la profunda necesidad que tiene la humanidad de belleza y armonía.

La perversión estalinista

Ya hemos dicho que la «crítica» de los ecologistas al marxismo se basa en la falsa identificación del estalinismo con el comunismo. El estalinismo encarna la destrucción capitalista de la naturaleza y la justifica con una retórica marxista. Pero el estalinismo jamás ha sido capaz de dejar intactos los fundamentos de la teoría marxista. Comenzó revisando el concepto marxista de internacionalismo y llegó a criticar, más o menos explícitamente, todos los demás principios básicos del proletariado. Podemos verlo también en cuanto a la reivindicación de la abolición de la oposición entre la ciudad y el campo. El escritor estalinista encargado de la introducción a la edición de Moscú en 1971, del libro La sociedad del futuro (extraído de La mujer y el socialismo), explica cómo Bebel (y por tanto Marx y Engels) se equivocaron en esta cuestión: «La experiencia de la construcción socialista desmiente también la posición de Bebel de que, con la abolición de la oposición entre la ciudad y el campo, la población se iría de las grandes ciudades. La abolición de esta oposición implica que, en última instancia, no existe ni ciudad ni campo en el sentido moderno de estos términos. Al mismo tiempo cabe esperar que las grandes ciudades, aún cuando su naturaleza cambie en la sociedad comunista desarrollada, conservarán su importancia como centros culturales históricamente evolucionados» ([30]).

La experiencia de la «construcción del socialismo» en los regímenes estalinistas confirma, en realidad, que la tendencia de la civilización burguesa sobre todo en su época de decadencia, es la de amontonar cada vez más seres humanos en ciudades abarrotadas más allá de cualquier medida humana, superando, y con mucho, las peores pesadillas de los fundadores de la teoría marxista, que veían que las ciudades, ya en su época, eran catastróficas. Los estalinistas se han burlado, en esto como en todo lo demás, del marxismo. Así el déspota Ceaucescu en Rumanía proclamó que la destrucción con bulldozers de las viejas ciudades y su sustitución por gigantescos bloques «obreros» suponía la abolición de la oposición entre la ciudad y el campo. La respuesta más acertada a tales perversiones se encuentra en el texto de Bordiga, Espacio contra cemento, escrito a principios de los años 50, y que constituye una denuncia apasionada de las latas de sardina en que el urbanismo capitalista hace vivir a la mayoría de la humanidad, y al mismo tiempo supone una neta reafirmación de la posición marxista original sobre esta cuestión: «Cuando después de haber derrotado por la fuerza esta dictadura cada día más obscena, sea posible subordinar cada solución y cada plan a la mejora de las condiciones de trabajo..., entonces el verticalismo brutal de los monstruos de cemento quedará ridiculizado y suprimido, y en las inmensas extensiones de espacio horizontal, las ciudades gigantes ya reducidas, la fuerza y la inteligencia del animal-hombre tenderán progresivamente a equilibrar, sobre las tierras habitables, la densidad de vida y la del trabajo, y esas fuerzas estarán, en lo sucesivo, en armonía y no ferozmente enfrentadas como en la deforme civilización actual, en la que se unen en el espectro de la servidumbre y del hambre» ([31]).

Esta transformación verdaderamente radical del medio ambiente es más necesaria que nunca, en el actual período de descomposición capitalista, en el que las urbes gigantescas son cada vez más inmensas e inhabitables, y al mismo tiempo representan hoy la principal amenaza para el conjunto de la vida en el planeta. El programa comunista, en ésta como en las demás cuestiones, es el mejor desmentido del estalinismo. Y supone también una bofetada a la cara pseudoradical de los «verdes» que nunca podrán superar su eterna oscilación entre dos falsas soluciones: de un lado el sueño nostálgico de una vuelta atrás hacia el pasado, que encuentra su expresión más lógica en las Apocalipsis de los «anarquistas verdes» y los primitivistas cuya «vuelta a la naturaleza» sólo puede estar basada en la exterminación de la mayoría del género humano; y, por otro lado, las «reformas», los pequeños apaños y las experiencias del ala ecologista más respetable (apoyada en todos caso por los primitivistas, por razones tácticas) que buscan simplemente pequeños remiendos a todos los problemas particulares de la vida de la ciudad moderna: el ruido, el stress, la contaminación, la superpoblación, los embotellamientos y todo lo demás. Pero si los seres humanos son dominados por las máquinas, los sistemas de transporte y los inmuebles que ellos mismos han construido, es porque se encuentran aprisionados en una sociedad en la que el trabajo muerto domina, en todos los ámbitos, al trabajo vivo. Sólo cuando la humanidad pueda recuperar el control de su propia actividad productiva, podrá crear un medio ambiente compatible con sus necesidades, pero la premisa sigue siendo el necesario derrocamiento de la «dictadura cada vez más obscena» del capitalismo, es decir la revolución proletaria.

CDW

 

En el próximo artículo de esta serie, examinaremos cómo los revolucionarios de finales del siglo XIX preveían la más crucial de todas las transformaciones: la transformación del «trabajo inútil» en «trabajo útil», es decir la superación práctica del trabajo alienado. Trataremos entonces sobre la acusación lanzada contra estas visiones del socialismo, de que supondrían una recaída en el utopismo premarxista. Esto nos llevará a la cuestión que se convirtió en la principal preocupación del movimiento revolucionario en la primera década de este siglo, y que residía no ya en la meta última del movimiento, sino en los medios para alcanzarla.

 

[1] Ver artículo de esta serie en la Revista Internacional nº 81.

[2] Manuscritos de economía y filosofía, Alianza Editorial.

[3] Ver Revista internacional nº 81.

[4] Ottilie Baader, citada en el libro de Vogel: Marxism and the oppresion of women, Pluto Press 1983. Traducido por nosotros del inglés.

[5] Traducido del inglés por nosotros.

[6] Ver Revista internacional nº 84.

[7] La femme dans le passé, le présent et l’avenir. Ed. Ressources, Pág. 128. Traducido del francés por nosotros.

[8] Ídem, pag. 60.

[9] En este pasaje de Bebel, la relación entre los estados mentales y psicológicos están presentados de manera un tanto mecánica. Freud llevó la investigación sobre la neurosis a un nivel superior, mostrando que el ser humano no puede ser comprendido como una unidad mental y física cerrada, sino situado en el terreno de la realidad social. Debemos recordar, sin embargo, que el propio Freud comenzó con un modelo muy mecánico de la psique, y que sólo después, evolucionó hacia una visión más social, más dialéctica, del desarrollo mental del hombre.

[10] Penguin Books 1971. Traducido del inglés por nosotros.

[11] Bordiga, La passion du communisme, Ed Spartacus 1972. Traducido del francés por nosotros.

[12] Ídem.

[13] «Es el capitalismo lo que envenena la tierra». Revista internacional nº 63.

[14] Ver Revista internacional nº 70, 71 y 75.

[15] Ver Revista internacional nº 25, 27, 28 y 30.

[16] La dialéctica de la naturaleza, capítulo «El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre».

[17] Ver Revista internacional nº 81.

[18] Ver también el rechazo por parte de la Communist Worker’s Organisation de la idea de una escisión entre Marx y Engels en Revolutionary Perspectives no 1, serie 3.

[19] Cf. Le concept de nature chez Marx, 1962. Traducido del francés por nosotros.

[20] Historia y conciencia de clase, Lukacs.

[21] Ídem.

[22] Anti Dühring.

[23] Ídem.

[24] Ídem.

[25] La femme dans le passé..., op. cit. Traducido del francés por nosotros.

[26] Ídem.

[27] Ídem.

[28] Ecrits politiques de Wiliam Morris, «la société du futur». Traducido del francés por nosotros.

[29] Ídem.

[30] Traducido por nosotros.

[31] Espèce humaine et croûtre terrestre (Especie humana y corteza terrestre). Traducido del francés por nosotros.

 

Series: 

  • El comunismo no es un bello ideal, sino una necesidad material [12]

Cuestiones teóricas: 

  • Alienación [13]
  • Comunismo [14]

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