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Ha cambiado mucho el mundo desde que desapareció la división en dos polos que caracterizó la Guerra Fría durante 45 años. No ha aparecido nunca, claro está, la pretendida era de paz, de prosperidady de democracia que nos prometió la burguesía tras el hundimientodel bloque del Este, en 1989. Muy al contrario, la descomposiciónde la sociedad capitalista, consecuencia del bloqueo de la relaciónde fuerzas entre burguesía y proletariado, tras dos decenios de crisis económica abierta que acabó provocando el hundimiento del estalinismo, se ha agravado implacablemente, arrastrando a la humanidada una espiral infernal de hundimiento en el caos, la violenciay la destrucción, hacia un porvenir de barbarie cada vez más inminente. En el momento de escribir este artículo, el presidente George W. Bush acaba de anunciar que Estados Unidos estaba dispuesto a invadir Irak, aun cuando no estén apoyados internacionalmente, esté o node acuerdo el Consejo de Seguridad. Es palpable la brecha abiertaentre Washington y las capitales de los principales paises europeos, como también con China, sobre la cuestión de la guerra en Irak.En ese contexto, resulta necesario examinar las raices de la política imperialista norteamericana desde finales de la Segunda Guerra mundial para entender la situación actual.
Cuando en 1945 se acaba la Segunda Guerra mundial, la configuración imperialista está profundamente transformada.
“Antes de la Segunda Guerra mundial existían seis grandes potencias: Gran Bretaña, Francia, Alemania, Unión Soviética, Japón y Estados Unidos. A finales de la guerra, EE.UU acabó siendo, con mucho, la nación más poderosa del mundo; su potencia creció enormemente gracias a su movilización en el esfuerzo de guerra, a la derrota de sus rivales y al agotamiento de sus aliados” (DS Painter, Encyclopedia of US Foreign Policy).
La guerra imperialista “había destruido el antiguo equilibrio entre potencias, dejando destrozados a Alemania y Japón, reduciendo a Gran Bretaña y Francia al papel de potencias de segundo o tercer orden” (GC Herring, Idem).
La posición dominante del imperialismo norteamericano a finales de la Segunda Guerra mundial
Durante la guerra, con más de 12 millones de hombres sirviendo en el ejército, EE.UU duplicó su producto nacional bruto (PNB), y a finales de la guerra poseía “la mitad de la capacidad manufacturera mundial, la mayor parte de sus excedentes en abastecimiento y la casi totalidad de sus reservas financieras. Estados Unidos era líder de una serie de tecnologías esenciales para la guerra moderna y la prosperidad económica. La posesión de grandes reservas petrolíferas interiores y el control de las de América Latina y de Oriente Medio contribuyeron a su posición dominante global” (DS Painter, op. cit.). EE.UU poseía la mayor potencia militar del mundo. Su armada dominaba los mares, sus fuerzas aéreas los cielos, su ejército ocupaba Japón y parte de Alemania, y para terminar no solo poseía el monopolio del armamento atómico sino que también había demostrado en Hiroshima y Nagasaki que no vacilaba en utilizarlo para defender sus intereses imperialistas. El poderío americano se vio favorecido por las ventajas debidas a su relativo aislamiento geográfico. Distante de los escenarios centrales de ambas guerras mundiales, la nación norteamericana no sufrió ninguna destrucción masiva de sus principales centros de producción como le ocurrió a Europa, y su población civil estuvo al margen del terror de las incursiones aéreas, los bombardeos, las deportaciones y los campos de concentración que provocaron la muerte de millones de civiles en Europa (se estima que sólo en Rusia perecieron más de 20 millones de civiles).
Destrozada por la guerra, Rusia sufrió unos 27 millones de muertos –civiles y militares–, la destrucción masiva de sus capacidades industriales, de su agricultura, de sus recursos mineros y de la infraestructura de su red de transportes. Su nivel de desarrollo económico apenas si alcanzaba la cuarta parte del de Estados Unidos. Pero sacó provecho de la destrucción total de Alemania y Japón, dos países que históricamente habían frenado su expansión hacia el Oeste y el Este. Gran Bretaña estaba esquilmada por los seis años de movilización bélica. Había perdido una cuarta parte de sus riquezas del período anterior a la guerra, estaba profundamente endeudada y “amenazada de perder su posición de gran potencia” (Idem). Francia, facilmente vencida apenas empezada la guerra, debilitada por la ocupación alemana y dividida por la colaboración con las fuerzas alemanas de ocupación, “ya no formaba parte de las grandes potencias” (Idem).
Aún antes del fin de la guerra, la burguesía americana se preparó para la formación de un bloque militar, anticipándose así a un futuro enfrentamiento con la Rusia estalinista. Algunos comentaristas burgueses (Painter, Herring), por ejemplo, han considerado que, en 1944, la guerra civil en Grecia ya anunciaba el futuro enfrentamiento entre Estados Unidos y Rusia. Esta preocupación de un futuro enfrentamiento con el imperialismo ruso se puede comprobar en las rencillas entre los aliados y los restrasos habidos sobre la cuestión de Europa, que debía servir para aliviar le presión sobre Rusia mediante la apertura de un segundo frente en el Oeste. Roosevelt había prometido el desembarco en 1942 o a principios del 43, pero no se realizó sino en 1944. Los rusos se quejaron de que los Aliados “han detenido a propósito sus auxilios para debilitar a la Unión Soviética, con vistas a poder así dictar los términos de la paz” (Herring, op. cit.). Esta preocupación también explica el uso de las armas nucleares contra Japón en agosto de 1945, aún cuando éste había dado muestras de firmar una capitulación negociada; el objetivo fue, primero, ganar la guerra antes de que el imperialismo ruso pudiera entrar en guerra en Oriente y exigiera territorios e influencia en la región y, segundo, advertir al imperialismo ruso, en vísperas de la posguerra, de cuál era la verdadera fuerza del potencial militar norteamericano.
Sin embargo, si Estados Unidos preveía un enfrentamiento con Moscú en la posguerra, sería un error pensar que tenía una comprensión completa y precisa de los contornos exactos del conflicto, como tampoco de las intenciones imperialistas de Moscú. Roosevelt, en particular, parecía tener las ideas ya trasnochadas del siglo XIX en lo referente a las esferas de influencia imperialista, contando con una cooperación de Rusia para construir un nuevo orden mundial en el período de posguerra, en el que Moscú hubiese tenido un papel de subordinado (Painter, op. cit.). En este sentido, Roosevelt pensaba, por lo visto, que otorgar a Stalin una zona amortiguadora en Europa del Este que sirviera de protección contra el adversario histórico de Rusia, Alemania, daría satisfacción a los apetitos imperialistas rusos. Sin embargo, incluso en Yalta, en donde quedó fijada la mayor parte de ese marco, hubo conflictos sobre la participación de británicos y norteamericanos en el futuro de las naciones de Europa del Este, en particular de Polonia.
Durante los 18 meses que siguieron la guerra, el presidente norteamericano Truman tuvo que enfrentarse a una imagen mucho más alarmante del expansionismo ruso. Estonia, Letonia y Lituania habían sido tragadas por Rusia en cuanto acabó la guerra, se instalaron gobiernos títere en Polonia, Rumanía, Bulgaria y en la parte de Alemania controlada por las fuerzas rusas. En 1946, Rusia retrasó su retirada de Irán, apoyando las fuerzas disidentes e intentando obtener concesiones petroleras. Presionó a Turquía para conseguir un mayor acceso al Mar Negro y, tras su fracaso en las elecciones, el partido estalinista griego, bajo influencia directa del Kremlin, adoptó la estrategia de reanudar la guerra civil en Grecia. En Naciones Unidas, Moscú rechazó el plan norteamericano de control de las armas atómicas, que hubiese permitido a Estados Unidos mantener su monopolio nuclear, poniéndose así en evidencia su propio proyecto de entrar en la carrera de armamentos nucleares.
Georges Keenan, joven experto del departamento de Estado US destinado en Moscú, redactó en febrero del 46 su famoso “largo telegrama” que presentaba a Rusia como un enemigo “irreductible”, propenso a una política expansionista para extender su influencia y potencia, todo lo cual iba a ser la base de la política norteamericana durante la Guerra Fría. La alarma que hizo sonar Keenan se confirmaba en la influencia creciente de Moscú por el mundo. Los partidos estalinistas en Francia, Italia, Grecia y Vietnam parecían tener pretensiones de alcanzar el poder. Las naciones europeas sufrían una presión enorme para descolonizar sus imperios de antes de la guerra, en particular en Oriente Próximo y Asia. La administración Truman adoptó una estrategia de contención destinada a bloquear cualquier intento de avance de la potencia rusa.
La contención del “comunismo”
En el periodo posterior a la guerra, la primera meta estratégica global del imperialismo americano fue la defensa de Europa, para prevenir que ninguna nación, excepto las que ya se habían cedido al imperialismo ruso en Yalta, cayera en manos del estalinismo. La doctrina fue llamada “containment” (contención) y fue diseñada para resistir el despliegue de los tentáculos del imperialismo ruso en Europa y en Oriente Próximo. La doctrina emergió como una medida para contrarrestar la ofensiva del imperialismo ruso de la posguerra. En 1945-46, el imperialismo ruso se puso a reivindicar agresivamente dos escenarios que él consideraba de interés tradicional en el este de Europa y en Oriente Próximo, lo cual alarmó a Washington. En Polonia, Moscú hizo caso omiso de lo que garantizaba Yalta sobre las elecciones “libres” e impuso un régimen títere; la guerra civil en Grecia fue reavivada; ejerció presión sobre Turquía y por fin se negó a retirar sus tropas del norte de Irán. Al mismo tiempo, Alemania y Europa occidental seguían inmersas en una confusión económica total, esforzándose por iniciar la reconstrucción y negociar una liquidación formal de la guerra que quedó en punto muerto debido a las rencillas entre potencias, mientras los partidos estalinistas disponían de una enorme influencia en los países devastados de Europa occidental, especialmente Francia e Italia. La Alemania derrotada fue otro punto primordial en la confrontación. El imperialismo ruso demandó reparaciones y garantías para que una Alemania reconstruida no significará nunca más una amenaza.
Para contener la influencia del “comunismo” ruso, la administración Truman respondió en 1946 con el apoyo al régimen iraní en contra de Rusia, asumiendo las responsabilidades hasta entonces asumidas por Gran Bretaña en el Mediterráneo oriental, proporcionando una ayuda militar masiva a Grecia y Turquía a principios del 47 e iniciando con el Plan Marshall, en junio de 1947, la reconstrucción de Europa occidental. No se trata en este artículo de entrar en detalles sobre la naturaleza y los mecanismos de la reconstrucción de Europa occidental; pero es, sin embargo, importante entender que la ayuda económica fue un factor esencial para combatir el imperialismo ruso y construir un baluarte contra él.
La asistencia económica fue completada por una política de ayuda en la reconstrucción de organizaciones e instituciones prooccidentales (proWashington), de sindicatos y organizaciones políticas “anticomunistas”, con ejecutivos de la AFL (gran central sindical de EE.UU) trabajando mano a mano con la CIA para que Europa occidental siguiera siendo un lugar seguro para el capitalismo norteamericano. El sindicato “Force ouvrière” en Francia y la revista de izquiedas New Statesman en Gran Bretaña son dos ejemplos famosos de la forma con la que Norteamérica financiaba a los “anticomunistas” en la Europa de la posguerra.
“La ayuda norteamericana permitió a gobiernos moderados dedicar enormes recursos a la reconstrucción y a la expansión de las exportaciones, sin tener que imponer programas de austeridad políticamente inaceptables y socialmente peligrosos que hubiesen sido necesarios sin la ayuda norteamericana. Esta ayuda también contribuyó a contrarrestar lo que los dirigentes norteamericanos consideraban como un alejamiento peligroso de la libre empresa hacia el colectivismo. Al favorecer ciertas políticas y oponerse a otras, no solo Estados Unidos influenciaba la forma con la que las élites europeas y japonesas definían sus intereses propios, sino que también modificaba la relación de fuerzas en los grupos de decisión. La política norteamericana facilitó el auge de partidos centristas tales como los democristianos en Italia y Alemania occidental, así como el Partido liberal democrático conservador en Japón” (Painter, op. cit.).
La revitalización económica del Oeste europeo fue seguida rápidamente por la creación de la OTAN que a su vez llevó al imperialismo ruso a cristalizar la dependencia de sus vasallos europeos en una alianza militar rival: el Pacto de Varsovia. Fue así y entonces cuando quedó establecido el enfrentamiento estratégico que dominará Europa hasta el hundimiento del estalinismo a finales de los 80. A pesar de que ambos pactos militares fuesen supuestamente alianzas de seguridad mutuas, cada uno de ellos estaba en realidad totalmente dominado por el líder del bloque.
La creación de un orden mundial bipolar
A pesar de los enfrentamientos descritos más arriba, la creación de un mundo imperialista bipolar como se manifestó en la Guerra Fría, no emergió instantáneamente al finalizar la Segunda Guerra mundial. A pesar de que Estados Unidos fuese claramente el líder dominante, Francia, Gran Bretaña y demás potencias europeas aún tenían ilusiones de independencia y de potencia. Mientras hablaban en privado de la creación de un imperio bajo su control, los dirigentes políticos norteamericanos mantenían en público la ficción de una colaboración y cooperación mutuas con Europa occidental. Por ejemplo, hubo cuatro cumbres entre los jefes de Estado de Estados Unidos, Rusia, Gran Bretaña y Francia durante los años 50, para finalmente caer en la nada a medida que el imperialismo norteamericano consolidaba su dominación. Desde finales de los 60 hasta el fin de la Guerra Fría, esas cumbres se limitaron a Estados Unidos y Rusia, siendo a menudo excluidos los “socios” europeos incluso de las consultas previas a esas reuniones.
Tras la guerra, Gran Bretaña era la tercera potencia mundial –aunque bastante lejos de las primeras– pero había cierta tendencia a sobreestimar las capacidades británicas en los primeros días de la Guerra Fría. Seguían existiendo restos de rivalidad entre Estados Unidos y Gran Bretaña, quizás una tendencia por parte de EE.UU a utilizar a Rusia para contrarrestar a los británicos, pero al mismo tiempo la creencia de que se podía confiar en Gran Bretaña para defender la linea del frente europeo contra el expansionismo ruso. Al ser la potencia europea dominante en el Mediterraneo oriental, le tocó entonces a Gran Bretaña la responsabilidad de bloquear a los rusos en Grecia. Fue un difícil despertar cuando los británicos tuvieron que pedir auxilio a Estados Unidos. Se necesitó, pues, algún tiempo para que EE.UU viera claramente el papel preciso que iba a desempeñar en Europa y apareciera la división bipolar del mundo.
A pesar de su enorme poder militar y económico, los paises europeos fueron arrastrados a regañadientes hasta que su voluntad quedó sometida a su amo imperialista. Se puso en marcha todo tipo de presiones para que las reacias potencias europeas abandonaran sus colonias en África y Asia, en parte para borrarles todo vestigio de sus antiguas glorias imperialistas, en parte para cerrar el paso a Rusia en África y Asia, y en parte para dar al imperialismo americano más oportunidad para ejercer su influencia en esas antiguas colonias. Esto, naturalmente, no impidió para nada a los europeos intentar convencer a los norteamericanos de seguir unas orientaciones políticas mutuamente aceptables, como fue el caso por ejemplo en 1956, cuando los británicos intentaron aliarse a Estados Unidos en su política contra Naser en Egipto.
Los imperialismos francés y británico, actuando concertadamente con el israelí, intentaron la última baza abierta de imperialismo independiente cuando la crisis del Canal de Suez en 1956, pero Estados Unidos mostró que no se iba a dejar intimidar. Gran Bretaña entendió que no podía permitirse negociar ante una posición de fuerza norteamericana, exponiéndose a una acción disciplinaria rápida por parte de Estados Unidos. Francia, en cambio, trató obstinadamente de mantener la ilusión de su independencia con respecto a la dominación norteamericana, retirando sus fuerzas del mando de la OTAN en 1966 e insistiendo en que debía ser retirada del territorio francés cualquier representación de la OTAN a partir de 1967.
La unidad y la continuidad de la política imperialista norteamericana durante la Guerra Fría
Como corriente política seria en el seno de la clase dominante norteamericana, el aislacionismo quedó completamente neutralizado con los acontecimientos de Pearl Harbor en 1941, utilizados, cuando no provocados, por Rooselvelt para forzar a los aislacionistas, así como a los elementos favorables a Alemania de la burguesía norteamericana, a abandonar sus posiciones. Desde la Segunda Guerra mundial, las ideas aislacionistas quedaron esencialmente reservadas para la extrema derecha de la burguesía, y ya no son una fuerza seria en la definición de la política exterior. Resulta claro que la Guerra Fría contra el imperialismo ruso fue una política unificada de la burguesía. Las divergencias que aparecían formaban parte, en su mayoría, del espectáculo democrático, con excepción de las divergencias sobre la guerra de Vietnam después de l968, de lo cual hablaremos en la segunda parte de este artículo. La Guerra Fría comenzó bajo Truman, el demócrata que llegó al poder después de la muerte de Rooselvet en 1945. Fue Truman quien emprendió la fabricación de la bomba atómica, los esfuerzos para bloquear el imperialismo ruso en Europa y Oriente Medio, quien decidió el puente aéreo de Berlín, quien creó la Organización del Atlántico Norte (OTAN) e hizo entrar en acción a las tropas norteamericanas en la guerra de Corea.
En la campaña electoral de 1952, es cierto que los conservadores republicanos criticaron la política de “contención” de Truman como una concesión al “comunismo”, una forma de apaciguamiento que implícita o explícitamente, aceptaba la continuación de la dominación rusa en los países bajo su influencia o control y oponíéndose unicamente a la expansión de Rusia por más paises. Y a cambio, los conservadores propusieron el “rollback”, o sea, una política activa para hacer retroceder al imperialismo ruso hasta sus propias fronteras. Sin embargo, a pesar de que el republicano Eisenhower llegó al poder en 1952 y siguió en él hasta lo más álgido de la Guerra Fría en Europa, jamás hubo, en realidad, el menor intento de rollback por parte del imperialismo americano. Siempre siguió con la política de “contención”. Así que, en 1956, durante la sublevación en Hungría, el imperialismo americano no intervino, reconociendo de hecho la prerrogativa rusa de suprimir la rebelión en su propia esfera de influencia. Bajo Eisenhower, el imperialismo americano continuó claramente la estrategia de la contención, insinuándose en la brecha abierta en Indochina después de la derrota del imperialismo francés en la región, socavando así los Acuerdos de Ginebra para prevenir una posible unificación de Vietnam, apoyando el régimen del Sur; manteniendo la división de Corea y transformando a Corea del Sur en escaparate del capitalismo occidental en Extremo Oriente; y oponiéndose, en fin, al régimen de Fidel Castro y su inclinación hacia Moscú. La continuidad de esa política puede verse en el hecho de que fue la Administración conservadora republicana de Eisenhower la que preparó la invasión de Bahía de los Cochinos, pero fue la administración demócrata del liberal Kennedy la que la realizó...
Fue el demócrata liberal Johnson el primero en desarrollar la noción de distensión en 1966 –él lo llamaba “echar puentes” y “compromisos de pacificación”–, pero fue el conservador Nixon, un republicano, con Henry Kissinger a su lado, quien dirigió la política de distensión a principios de los 70. Y fue el demócrata Carter, y no Reagan, quien inició el desmantelamiento de la distensión y reavivó la Guerra Fría. Carter hizo de “los derechos humanos” la piedra angular de su política exterior, al imponer algunos cambios en unas dictaduras militares, inservibles entonces, que dominaban América Latina, también enfrió las relaciones con Moscú y reavivó la propaganda antirrusa. En 1977, la OTAN adoptó tres propuestas de Carter:
1) La distensión con Moscú debía apoyarse en una posición de fuerza (basada en el Informe Harmel adoptado en 1967);
2) Un compromiso para la normalización del equipamiento militar de la OTAN y una mayor participación de las fuerzas de la OTAN a nivel operativo;
3) Reactivar la carrera armamentística, llegando a lo que sería conocido como el Programa de defensa de largo plazo (LTDP), el cual comenzaba por una llamada al reforzamiento de las armas convencionales en los países de la OTAN.
En respuesta a la invasión rusa de Afganistán en 1979, Carter adoptó una nueva orientación en la Guerra Fría, esencialmente terminando con la distensión, negándose a someterse al tratado SALT II y su ratificación en el senado y organizando el boicot americano de los juegos olímpicos de Moscú en 1980. En diciembre de 1979, bajo el liderazgo de Cárter, la OTAN adoptó la “doble vía” para el rearme estratégico (negociación con Moscú para reducir o eliminar los misiles de medio alcance, los SS 20, que apuntaban a Europa occidental en 1983), pero al mismo tiempo preparar el despliegue de los misiles de EE.UU (464 misiles de crucero en Gran Bretaña, Holanda, Bélgica e Italia y 108 cohetes en Alemania Occidental) en caso de que el acuerdo con Moscú no fuera alcanzado.
En este sentido, el apoyo de Reagan a los muyaidines en Afganistán, a los cuales llamó “luchadores por la libertad”, aceleró la carrera armamentística, desplegando misiles de medio alcance en Europa entre 1983-84, lo cual provocó muchas protestas en el viejo contienente, todo en completa continuidad con la política americana asumida desde Carter. La meta estratégica de prevenir el aumento del poder rival en Asia o Europa capaz de desafiar a Estados Unidos, fue desarrollada al final de la administración del primer Bush, continuada por la administración Clinton y es ahora el centro de la política de Bush junior. La guerra de Bush contra Osama Bin Laden y Al Qaeda es una continuación de la política iniciada bajo la administración Clinton, pero ahora a unos niveles de guerra abierta cuya prioridad es establecer y dar solidez a la presencia norteamericana en Asia central. La necesidad para el imperialismo americano de estar preparado para emprender acciones militares unilaterales fue desarrollada bajo la administración Clinton y continuada por el actual gobierno de Bush. La continuidad en la política imperialista es un reflejo de la característica central de la política que hace el Estado capitalista en la decadencia, en el cual es la burocracia permanente, y no el poder legislativo, el ámbito del poder político. Por supuesto, no se trata de negar que algunas veces hay divergencias significativas políticas en el seno de la burguesía americana, en claro contraste con su unidad global. Los dos ejemplos más evidentes fueron la guerra de Vietnam y la política respecto a China de finales de los 90, política que desembocó en el intento de impeachment de Clinton. Esos dos ejemplos serán tratados en la continuación de este artículo.
La guerra de Corea: la estrategia de contención en acción en Extremo Oriente
Mientras que las tensiones Este-Oeste en Europa occidental, especialmente en Alemania y Berlín, y en Oriente Medio preocuparon a los estrategas de la política imperialista americana en el periodo inmediatamente posterior a la Segunda Guerra mundial, los acontecimientos de Extremo Oriente hicieron sonar inmediatamente la alarma. Con un gobierno militar americano en funciones en Japón y un régimen nacionalista chino amigo, y que era miembro permanente del Consejo de Seguridad, EE.UU había previsto desempeñar un papel dominante en Extremo Oriente. La caída del régimen nacionalista en China, en 1949, hizo aparecer el espectro de un expansionismo ruso en Extremo Oriente. Aunque Moscú lo había hecho todo por contrarrestar el liderazgo de Mao Zedong durante los años de guerra, manteniendo unas relaciones activas con los nacionalistas, Washington temía un acercamiento entre Pekín y Moscú, verdadero reto para los intereses de EE.UU en la región. El bloqueo del intento ruso de imponer un reconocimiento de la China roja por la ONU, llevó a Moscú a abandonar el Consejo de Seguridad, boicoteando ese organismo durante siete meses, hasta agosto de 1950.
El boicot al Consejo de Seguridad por Moscú tuvo un profundo impacto en junio de 1950, cuando las fuerzas de Corea del Norte invadieron Corea del Sur. Truman ordenó inmeditamente a las fuerzas americanas que lucharan para defender el régimen prooccidental de Corea del Sur, una semana antes de que el Consejo votara la autorización para la acción militar bajo el mando de Estados Unidos, lo cual muestra la predisposición del imperialismo americano para emprender acciones unilaterales (o sea que esto no es un invento reciente). No solamente las tropas americanas entraron en batalla en Corea antes de la autorización de la ONU, sino que, incluso después de que la ONU la otorgara y eviara tropas de otras 16 naciones para participar en la “acción de policía”, el mando norteamericano rendía cuentas directamente a Washington, y no a la ONU. Si Moscú hubiera estado presente en el Consejo de seguridad, podría haber vetado la intervención militar de la ONU bloqueándola, o sea que hubiera sido un lejano ensayo de la obra a la que hemos asistido en estos últimos meses, lo cual demuestra hasta dónde está dispuesta a ir la burguesía norteamericana cuando se trata de defender sus intereses imperialistas.
Algunos analistas burgueses sugieren que el boicot ruso estaba en realidad motivado por el deseo de evitar que el régimen de Mao fuera prematuramente aceptado por Naciones Unidas mediante una nueva votación, ganando así tiempo para cimentar las relaciones entre Moscú y Pekín. Zbigniew Brzezinski ha afirmado incluso que fue “un cálculo deliberado para estimular la hostilidad entre Estados Unidos y China…la orientación americana predominante antes de la guerra de Corea era buscar un acuerdo con el nuevo gobierno del territorio chino. De todas maneras, Stalin aprovechaba cualquier ocasión para estimular un conflicto entre EE.UU y China, y con razón. Los veinte años siguientes de hostilidad entre Estados Unidos y China fueron totalmente beneficiosos para la Unión Soviética” (“How the Cold War was Played”, Foreing Affairs, 1972).
La crisis de los misiles cubanos : al borde de la guerra nuclear
El derrocamiento por Fidel Castro, en 1959, del dictador apoyado por Estados Unidos plateó un serio dilema en el enfrentamiento bipolar de la Guerra Fría, llevando a las superpotencias al borde de la guerra nuclear durante la crisis de los misiles cubanos, en octubre de 1962. Al principio, el carácter de la revolución castrista no era muy claro. Con una ideología de populismo democrático adobada con la salsa romántica de la guerrilla, Castro no era miembro del partido estalinista y sus lazos con éste eran muy tenues. Sin embargo, su política de nacionalización de los bienes estadounidenses desde su toma del poder chocó rápidamente con Washington. La hostilidad de Washington acabó echando a Castro, en su búsqueda de ayuda extranjera y de asistencia militar, en brazos de Moscú. La invasión de la Bahía de los Cochinos en abril de 1961, apoyada por la CIA (había sido prevista por Eisenhower y realizada por Kennedy) mostró a las claras que Washington estaba dispuesto a echar abajo un régimen apoyado por los rusos. Para EE.UU, la existencia de un régimen ligado a Moscú en su propio patio trasero era algo intolerable. Desde que se formuló la Doctrina Monroe en 1823, Estados Unidos siempre mantuvo la postura de que los países de América debían quedar fuera del alcance de los imperialismos europeos. Comprobar que el imperialismo adverso de la Guerra Fría había establecido una cabeza de puente a 150 km. de las costas norteamericanas de Florida, era, para Washington algo sencillamente inaceptable.
A finales de 1962, Castro y el imperialismo ruso consideraban inminente una invasión de EE.UU, y, de hecho, organizada por Robert Kennedy, Washington emprendió en noviembre de 1961 la operación Mongoose, que preveía acciones militares contra Cuba a mediados de octubre de 1962, inspiradas por Estados Unidos y llevadas a cabo en nombre de la Organización de Estados Americanos para excluir de ésta a Cuba y prohibir toda venta de armas a Castro. “El 1º de octubre, el secretario de Defensa, Robert McNamara, ordena los preparativos militares para un bloqueo, ataques aéreos, una ‘invasión con el máximo de preparación’, de modo que estas dos acciones estén terminadas el 20 de octubre” (B.J. Berstein, Encyclopedia of US Foreing relations). En el mismo momento, EE.UU instala 15 misiles Júpiter en Turquía, cerca de la frontera sur de Rusia, apuntando a objetivos de este país, algo inaceptable para Moscú.
Moscú intenta contrarrestar esas dos amenazas con el despliegue de misiles nucleares en Cuba apuntando a Estados Unidos. La administración Kennedy hizo una estimación errónea de las intenciones de Moscú, considerando el despliegue de misiles como una acción ofensiva y no defensiva. Exigió el desmantelamiento inmediato y la retirada de los misiles ya desplegados y la vuelta a Rusia de los navíos que se dirigían con más misiles hacia Cuba. Como el bloqueo de las aguas cubanas hubiera sido un acto de guerra según la ley internacional, la administración Kennedy anunció la “cuarentena” de las aguas cubanas y se preparó para interceptar en alta mar y en aguas internacionales a los barcos rusos sospechosos de transportar misiles. Toda la crisis se desarrolló en plenas elecciones al Congreso de noviembre de 1962, en las que Kennedy tenía miedo de que la derecha republicana triunfara si él aparecía débil en su enfrentamiento con Jruschov. Pero es difícil creerse, por mucho que lo afirmen algunos historiadores, que Kennedy estuviera más motivado por consideraciones de política interior que por la estrategia de defensa y la política exterior. La proximidad de Estados Unidos hacía que la presencia de los misiles rusos en Cuba incrementara en 50 % la capacidad de Moscú de golpear el conteninente norteamericano con cabezas nucleares, lo cual era un cambio de la mayor importancia en el equilibrio del terror de la Guerra Fría. En ese contexto, la Administración fue muy lejos llevando al mundo al borde de un enfrentamiento nuclear directo, sobre todo cuando los rusos derribaron un avión espía U2, en plena crisis, lo cual hizo que los jefes de Estado Mayor exigieran un inmediato ataque a Cuba. En ese momento, Robert Kennedy “sugirió que había que buscar un pretexto, ‘Hundir un Maine o algo así’ y entrar en guerra contra los soviéticos (1). Más vale ahora que más tarde, concluyó” (Berstein). Finalmente, los americanos llegaron a un acuerdo secreto con Jruschov, ofreciéndole la retirada de los misiles Júpiter de Turquía contra la retirada de los misiles rusos de Cuba. Al mantenerse secreta la concesión norteamericana, Kennedy pudo reivindicar una victoria total por haber hecho retroceder a Jruschov. Es posible que el enorme golpe propagandístico de EE.UU acabara socavando la autoridad de Jruschov en los medios dirigentes rusos, siendo un factor importante de su retiro algún tiempo después. Los miembros del círculo más próximo a Kennedy mantuvieron esa ficción durante casi dos décadas como puede leerse en sus diferentes libros de “Memorias”. No será sino en los años 80 cuando los hechos de la crisis de los misiles cubanos y el acuerdo con el que se le puso fin, aparecerán a la luz (Berstein, op. cit.). Tras haber llegado tan cerca de una guerra nuclear, Moscú y Washington se pusieron de acuerdo para tender una “línea roja” de comunicación entre la Casa Blanca y el Kremlin y firmar un tratado de prohibición de los ensayos nucleares, concentrando sus fuerzas más en los enfrentamientos por intermediarios durante la etapa siguiente de la Guerra Fría.
Las guerras por intermediarios durante la Guerra Fría
Durante toda la Guerra Fría, las burguesías americana y rusa no se enfrentaron nunca directamente en conflictos armados, sino a través de una serie de guerras “por delegación”, concentradas en los países periféricos, unos conflictos que nunca involucraron a las metrópolis del mundo capitalista, sin llegar a ser nunca un peligro de espiral incontrolada en una guerra nuclear mundial, excepto, como hemos dicho, durante la crisis de los misiles de Cuba, en 1962. La mayoría de las veces, esos conflictos “por delegación de poder” involucraban a dos potencias, de un lado un gobierno con el respaldo de Washington contra un movimiento de liberación nacional apoyado por Moscú. Era menos frecuente que esos conflictos involucraran directamente a Rusia o a Estados Unidos contra un país tercero apoyado por uno de los dos, como así fue en Corea o en Vietnam para Estados Unidos, o Rusia contra los muyaidines apoyados y armados por EE.UU en Afganistán. En general, los insurgentes estaban apoyados por el bloque más débil como, por ejemplo, todas las guerras de pretendida liberación nacional apoyadas por los estalinistas durante toda la Guerra Fría. Angola o Afganistán, donde los rebeldes estuvieron apoyados por EE.UU fueron excepciones. En general, los avances realizados en ese ajedrez macabro del imperialismo por quienes estaban apoyados por Moscú provocaban una respuesta mucho mayor y devastadora de quienes tenían el apoyo de EEUU. Un ejemplo es la guerra en Oriente Próximo, en donde Israel repelió las ofensivas árabes, apoyadas por Moscú, repetida y masivamente. A pesar de las numerosas luchas de liberación que apoyó durante cuatro décadas, la burguesía estalinista rusa logró muy escasas veces establecer una cabeza de puente estable para salir de su baluarte europeo. Varios Estados del Tercer mundo quisieron utilizar a un bloque contra el otro, coquetearon con Moscú aceptando su apoyo militar, pero nunca integraron por completo o definitivamente su órbita. En ningún otro sitio como en Latinoamérica, en donde no pudieron nunca ir más allá de Cuba, la incapacidad de Rusia para ampliar de manera permanente su influencia apareció de manera tan flagrante. Incapaz de extender el estalinismo hacia Latinoamérica, la burguesía castrista se vio obligada a devolver la ayuda prestada por Rusia enviando tropas de choque a Angola al servicio de Moscú.
(continuará)
JG, febrero de 2003.
1) El Maine era el navío US que estalló en 1898 en el puerto de La Habana y provocó la declaración de guerra de Estados Unidos a España, potencia colonial en Cuba. Se sabe perfectamente que fue una provocación por parte de EE.UU para justificar esa declaración. Una provocación que se cobró 400 muertos entre los marinos US. Buen ejemplo del maquiavelismo de la burguesía, que siempre anda buscando pretextos que ella misma se fabrica para justificar sus maniobras imperialistas. Ver el artículo “Las Torres Gemelas y el maquivelismo de la burguesía” en la Revista internacional nº 108.