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La resolución sobre la situación internacional adoptada en el 25º Congreso Internacional analizaba la dinámica de la lucha de clases de la siguiente manera: «El resurgimiento de la combatividad obrera en varios países es un acontecimiento histórico importante que no es solo resultado de circunstancias locales y no puede explicarse por condiciones puramente nacionales. […] Impulsados por una nueva generación de trabajadores, la amplitud y la simultaneidad de estos movimientos dan testimonio de un verdadero cambio de espíritu en la clase y rompen con la pasividad y la desorientación que han prevalecido desde finales de los años 80 hasta hoy». El verano de la ira en el Reino Unido en 2022, el movimiento contra la reforma de las pensiones en Francia en el invierno de 2023 y las huelgas en Estados Unidos, especialmente en el sector automovilístico, a finales del verano de 2023, siguen siendo las manifestaciones más espectaculares de la dimensión histórica e internacional del desarrollo de las luchas obreras. Las huelgas de casi siete semanas de los empleados de Boeing, así como la de 45 mil estibadores en Estados Unidos, sin precedentes en medio siglo, y ello en plena campaña presidencial, encarnan los últimos episodios de la verdadera ruptura en la dinámica de la lucha de clases con respecto a la situación de las décadas anteriores. Además, al momento en que redactamos este informe, la clase trabajadora de las grandes potencias económicas se prepara para sufrir ataques sin precedentes como consecuencia de la aceleración de la crisis económica, haciendo presagiar importantes reacciones de luchas en los próximos meses. Pero este movimiento de recuperación de la combatividad y de desarrollo de la maduración subterránea de la conciencia de clase se desarrolla en un contexto de agravamiento de la descomposición, en el que los efectos simultáneos de la crisis económica, el caos guerrero y el desastre ecológico alimentan un torbellino infernal de destrucción. El regreso de Trump a la Casa Blanca, que significa un aumento real del poder de la corriente populista en la sociedad estadounidense, constituirá un gran obstáculo adicional al que deberá enfrentarse la lucha de clases, no solo en Estados Unidos, sino también a escala internacional. El presente informe tiene por objeto proporcionar una base de reflexión que permita profundizar y evaluar la dinámica actual de la lucha de clases y sus implicaciones históricas. Pero también evaluar con más detalle los obstáculos que se interponen ante el proletariado, en particular el impacto de los efectos y las manifestaciones ideológicas de la descomposición.
I - La realidad de una ruptura en la dinámica de la lucha de clases
El análisis de la ruptura en la dinámica de la lucha de clases a partir del verano de 2022 fue recibido con escepticismo, incluso con sarcasmo, en el medio político proletario, en particular por parte de las organizaciones históricas de la Izquierda Comunista, como la Tendencia Comunista Internacionalista (TCI) o los grupos bordiguistas. Del mismo modo, se expresaron dudas y desacuerdos en las reuniones públicas de la CCI, incluso por parte de compañeros de ruta acostumbrados al método y al marco de análisis de la CCI. Una situación aprovechada por el medio parasitario[1], como el sitio web Controverses, que no ha dudado en utilizar nuestros errores de análisis pasados para burlarse de nuestro análisis actual («Han sobreestimado la lucha de clases en el pasado, ¿qué ha cambiado hoy?»).
a - Defender el método de análisis marxista
Estas reacciones de rechazo hacia nuestro análisis eran, en realidad, la expresión de un enfoque puramente empirista e inmediatista. Por el contrario, si la CCI fue capaz, casi de inmediato, de reconocer un profundo cambio en la serie de huelgas de los trabajadores británicos, fue porque supimos apoyarnos en nuestra experiencia, en particular en el método que había permitido a Marc Chirik comprender el movimiento de Mayo del 68, no como un simple acontecimiento momentáneo de la clase trabajadora en Francia, sino como la expresión de un movimiento histórico e internacional, mientras que los grupos históricos de la Izquierda Comunista pasaban por alto totalmente su significado.
Por lo tanto, hoy, al igual que a finales de los años 1960, la CCI es la única organización capaz de comprender el alcance histórico de una dinámica internacional de desarrollo de las luchas obreras en el mundo desde 2022, que incluye la comprensión:
- del marco de análisis de la decadencia del capitalismo y la salida de la contrarrevolución desde finales de los años 1960, a diferencia de la corriente bordiguista o del análisis del curso hacia una tercera guerra generalizada defendido por la TCI, que implica una clase obrera políticamente derrotada;
- que la agudización de la crisis económica a escala mundial constituye el terreno más fértil para el desarrollo de la combatividad obrera a escala internacional;
- que el desarrollo y la magnitud de esta combatividad obrera a partir del verano de 2022 en el Reino Unido, sin precedentes desde los años 1980, en el proletariado más antiguo de la historia, tenía necesariamente un alcance histórico e internacional;
- que este cambio de espíritu dentro de la clase es el producto del desarrollo de la maduración subterránea de la conciencia que se produce dentro de la clase desde principios de los años 2000;
- que la ruptura no se reduce a la magnitud y la multiplicación de las luchas en todo el mundo, sino que va acompañada del desarrollo de la reflexión a escala internacional en los diferentes estratos de la clase trabajadora y, en particular, de una reflexión profunda en el seno de las minorías politizadas;
- que esta dinámica se inscribe en el largo plazo y, por lo tanto, contiene el potencial para la recuperación de la identidad de clase y la politización de las luchas (hitos indispensables para que la clase obrera tenga la capacidad de enfrentarse directamente al Estado burgués), tras décadas de reflujo de la conciencia dentro de la clase.
Aquí reside toda la fuerza del método marxista heredado de la Izquierda Comunista: la capacidad de discernir los cambios importantes en la dinámica de la sociedad capitalista, mucho antes de que se vuelvan demasiado evidentes como para poder negarlos.
b - La necesidad de superar las confusiones sobre la cuestión
Por tanto, es indispensable comprender plenamente las consecuencias y las implicaciones de nuestro análisis y de combatir los enfoques superficiales que puede engendrar. Entre los principales:
- Reducir la ruptura únicamente a la magnitud de la expresión de la combatividad y al desarrollo de las luchas, descuidando la dimensión primordial de la maduración subterránea de la conciencia dentro de la clase.
- Pensar que el desarrollo de las luchas puede permitir a la clase obrera contrarrestar los efectos de la descomposición o que el populismo fragiliza la capacidad del Estado burgués para hacer frente a la reacción de la clase.
- Considerar el efecto torbellino [los efectos simultáneos de la crisis económica, el caos bélico, el desastre ecológico...] y la ruptura como dos dimensiones paralelas, herméticas una frente a la otra.
Fundamentalmente, estas interpretaciones erróneas expresan una dificultad para analizar la dinámica de la lucha de clases en el contexto histórico de la descomposición. Entre las razones fundamentales que se pueden invocar:
- Una tendencia general a subestimar la fase de descomposición y, por lo tanto, a no tener en cuenta la verdadera magnitud de su impacto negativo en la lucha de clases.
- Una dificultad para asimilar el carácter ahora inadecuado del concepto de curso histórico. Esto ha contribuido, en particular, a distorsionar el prisma a través del cual se observa la lucha de clases: «Así, 1989 marca un cambio fundamental en la dinámica general de la sociedad capitalista en decadencia. Antes de esa fecha, la relación de fuerzas entre las clases era el factor determinante de esta dinámica: es de esta relación de fuerzas entre las clases que dependía del resultado de la exacerbación capitalista: o bien el estallido de la guerra mundial, o bien el desarrollo de la lucha de clases con, en perspectiva, el derrocamiento del capitalismo. Después de esa fecha, esta dinámica general de decadencia capitalista ya no está determinada directamente por la relación de fuerzas entre las clases. Sea cual sea la relación de fuerzas entre las clases, mientras ninguna clase sea capaz de imponer su solución, el capitalismo seguirá hundiéndose en la decadencia, porque la descomposición social tiende a escapar al control de las clases contendientes».[2]
Por lo tanto, el análisis de dos polos opuestos y contradictorios que se desarrollan de forma concomitante se inscribe en el marco expuesto anteriormente. Sin embargo, estas dos dimensiones de la situación, aparentemente paralelas, se entrelazan entre sí. Es precisamente en un mundo alimentado por el «cada uno para sí», la atomización social, la irracionalidad del pensamiento, el nihilismo, el todos contra todos, el caos guerrero y medioambiental y las políticas cada vez más incoherentes y destructivas de las burguesías nacionales, que la clase trabajadora se ve obligada a desarrollar su combate y a madurar su reflexión y su conciencia. Por lo tanto, y como hemos repetido muy a menudo, el período de descomposición no es una necesidad para el avance hacia la revolución, y mucho menos favorece a la clase obrera.[3] Sin embargo, los considerables peligros que la descomposición supone para la clase obrera y la humanidad en su conjunto no deben llevar a la clase obrera y a sus minorías revolucionarias a adoptar una actitud fatalista y darse por vencidos. ¡La perspectiva histórica de la revolución proletaria sigue abierta!
II - Las luchas contra los ataques económicos constituyen el terreno privilegiado para la recuperación de la identidad de clase
Las repercusiones de la crisis actual serán las más profundas y brutales de todo el período de decadencia, debido a los efectos acumulados de la inflación, los recortes presupuestarios[4], los planes de despido (agravados, en particular, por la introducción de la inteligencia artificial en el aparato productivo)[5] y la drástica reducción de los salarios. Esta situación significa que la burguesía tendrá cada vez menos margen de maniobra en su capacidad para enfrentar los efectos de la crisis económica, como fue el caso en décadas anteriores, y las políticas económicas planificadas por la administración Trump solo pueden tener como efecto el agravar aún más el atolladero económico mundial. Por lo tanto, ante la creciente pauperización y la degradación considerable de las condiciones de trabajo que sufrirá la clase trabajadora como consecuencia de la intensificación de la explotación de la fuerza de trabajo, se darán las condiciones para que la clase obrera responda. Pero en esta situación general, debemos tener en cuenta sobre todo que todos estos ataques afectan simultáneamente a las tres principales zonas del capitalismo (Estados Unidos, China y Alemania). Europa va a experimentar un desmantelamiento sin precedentes de la industria automotriz, sin duda de la misma magnitud que la del del carbón y del acero en los años 1970 y 1980. Por lo tanto, debemos prepararnos a ver el surgimiento de luchas a gran escala en los próximos años, especialmente en los principales centros del capitalismo, y desde ahora examinar profundamente las importantes implicaciones de esta nueva situación.
Por citar solo algunos ejemplos: el proletariado alemán, que hasta ahora se ha encontrado a la zaga de la lucha de clases, va a desempeñar un papel mucho más central en la lucha de la clase contra el capital. En China, el aumento vertiginoso del desempleo, especialmente entre los jóvenes (25 %), erosionará cada vez más el mito de una China moderna y próspera y provocará reacciones por parte de un proletariado inexperto, aún muy influido por la doctrina maoísta, el arma ideológica del capitalismo de Estado en ese país. Del mismo modo, la magnitud de la crisis no ha perdonado al proletariado de Rusia, que ha sufrido de lleno las consecuencias de la economía de guerra. Esto nos lleva a esperar reacciones de esta fracción de nuestra clase, sin por ello descuidar las profundas debilidades causadas por la contrarrevolución y agravadas por la descomposición.
También hay que prestar más atención a la lucha de clases en la región indo pacífica. El año 2024 se caracterizó por huelgas en numerosos sectores (automóvil, construcción, educación...) en varios países de la región (India, China, Corea del Sur, Japón, Taiwán, Indonesia) contra la reducción de salarios, los cierres de fábricas y el deterioro de las condiciones de trabajo.
Sin embargo, si efectivamente los ataques económicos constituyen el terreno más propicio para el desarrollo de la lucha de clases -no solo en el plano defensivo inmediato (un elemento vital para la recuperación de la identidad de clase), sino también en el surgimiento de una comprensión consciente de que el modo de producción en su conjunto está totalmente en bancarrota y debe dar paso a una nueva sociedad-, debemos evaluar con mayor precisión los tipos de ataques más propicios para el desarrollo de la solidaridad y la unidad dentro de la clase, tanto a corto como a largo plazo.
La multiplicidad de ataques, como los cierres de empresas y las supresiones de puestos de trabajo que los acompañan, dan lugar por el momento a múltiples luchas en varios países. Pero éstas siguen estando muy aisladas y desembocan en una especie de callejón sin salida. Es muy difícil para los trabajadores luchar contra los cierres de fábricas, ya que la huelga no bastará para presionar a los patrones que ya tienen la intención de cerrar las empresas. Un ejemplo es la dificultad de los trabajadores de Port Talbot, en Gales, para desarrollar una lucha contra el cierre de esta fábrica siderúrgica clave. De hecho, de manera más general, habrá que examinar de cerca el impacto del desempleo masivo en el desarrollo de la conciencia del proletariado. Porque si bien esta consecuencia directa de la crisis económica «puede contribuir en general a desenmascarar la incapacidad del capitalismo para garantizar un futuro a los proletarios, también constituye un poderoso factor de “lumpenización” de ciertos sectores de la clase, especialmente entre los jóvenes obreros, lo que debilita en igual medida las capacidades políticas presentes y futuras de ésta»[6]. Por lo tanto, solo cuando el proletariado haya superado un nuevo escalón en el desarrollo de su conciencia, cuando particularmente sea capaz de concebirse a sí mismo como una clase con un papel que desempeñar en el futuro de la sociedad, será cuando la cuestión de los despidos masivos y el desempleo masivo constituirán verdaderamente elementos que permitan a la clase dar una respuesta unida y solidaria contra los ataques del Estado burgués, así como una reflexión más profunda sobre la quiebra del capitalismo.
Los ataques a los salarios, por el contrario, pueden generar una relación de fuerzas más favorable. De hecho, las luchas que iniciaron la ruptura de 2022 se centraron esencialmente en la cuestión salarial. Esto es lo que parece haber demostrado también el último episodio de luchas en Estados Unidos durante los últimos meses. Dado que el salario constituye la base de la relación entre el capital y el trabajo, la cuestión de la defensa de los salarios constituye el «interés común» de todos los trabajadores contra sus explotadores. Esta lucha «los une en un mismo pensamiento de resistencia (coalición). Así, la coalición siempre tiene un doble objetivo: poner fin a la competencia entre ellos para poder competir de forma general contra el capitalista. Si el primer objetivo de la resistencia fue solo el mantenimiento de los salarios, a medida que los capitalistas se unen a su vez en un pensamiento de represión, las coaliciones, al principio aisladas, se agrupan y, frente al capital siempre unido, el mantenimiento de la asociación se vuelve más necesario para ellos que el del salario. […] Así, esta masa ya es una clase frente al capital, pero aún no lo es para sí misma. En la lucha, […] esta masa se une, se constituye en clase para sí misma. Los intereses que defiende se convierten en intereses de clase. Pero la lucha de clase contra clase es una lucha política».[7]
III - Guerra, descomposición y conciencia de clase
En el periodo de luchas obreras masivas entre 1968 y 1975, cuando los países centrales del capitalismo habían experimentado un periodo de prosperidad, aún existían fuertes ilusiones sobre la posibilidad de restaurar los «años gloriosos», en particular mediante la elección de gobiernos de izquierda. Así, aunque estos movimientos dieron lugar a una cierta politización de las minorías[8], en particular con la reactivación de la tradición de la Izquierda Comunista, el potencial de las luchas para dar lugar a una politización más generalizada de la clase era limitado. Incluso en las luchas de los años 1980, aún era mucho menos evidente que el sistema capitalista estuviera llegando al final de su recorrido, y las luchas de los trabajadores, aunque fueron masivas y capaces de impedir la guerra mundial, no lograron generalizar una perspectiva política para la superación del capitalismo.
El resultado fundamental del estancamiento entre las clases en la década de 1980 fue el desarrollo de la nueva fase de descomposición, que se convirtió en un obstáculo adicional para la capacidad de la clase obrera de reconstituirse como fuerza revolucionaria. Pero la aceleración de la descomposición también ha permitido comprender mejor que el largo declive del capitalismo ha llegado a una fase terminal en la que la elección entre el socialismo y la barbarie se ha vuelto cada vez más evidente. Aunque la sensación de que nos dirigimos hacia la barbarie está mucho más extendida que la convicción de que el socialismo ofrece una alternativa realista, el creciente reconocimiento de que el capitalismo no tiene nada que ofrecer a la humanidad más que una espiral de destrucción sienta ahora las bases para una futura politización de la lucha de clases.
Además de la crisis económica, que sigue siendo la base esencial para el desarrollo de las luchas abiertas de la clase y de la toma de conciencia del fracaso del sistema, los dos elementos que más claramente subrayan la realidad del callejón sin salida del capitalismo son la proliferación e intensificación de las guerras imperialistas y el avance inexorable de la catástrofe ecológica, simbolizada recientemente por las inundaciones masivas de Valencia, que demuestran que esta catástrofe ya no se limitará a las regiones «periféricas» del sistema. Sin embargo, en tanto que factores del surgimiento de una conciencia política dentro de la clase, estos dos elementos no son iguales.
Hace tiempo que rechazamos la idea -a la que aún se aferran la mayoría de los grupos del medio político proletario- de que la guerra, en particular la guerra mundial, ofrece un terreno favorable para el estallido de las luchas revolucionarias. En artículos de la Revista Internacional de los años 1980[9], mostramos que, si bien esta concepción se basaba en la experiencia real de las revoluciones pasadas (1871, 1905, 1917), y si toda lucha de clases en tiempos de movilización para la guerra plantea inevitablemente cuestiones políticas de manera muy rápida, las desventajas a las que se enfrentan los movimientos revolucionarios que surgen como respuesta directa a la guerra superan con creces las «ventajas». Así:
- La experiencia de la Primera Guerra Mundial dio a la clase dominante una lección muy importante que debía aplicar de manera muy sistemática antes y al final de la Segunda Guerra Mundial: antes de lanzar una guerra mundial, primero hay que infligir una profunda derrota física e ideológica al proletariado, y cuando las miserias y los horrores de la guerra provocan signos de reacción proletaria, hay que aplastarlas inmediatamente (cf. la colaboración objetiva de las fuerzas aliadas y nazis en la aniquilación de las revueltas obreras en Italia en 1943, los bombardeos de terror sobre Alemania, etc.).
- El viejo esquema del derrotismo revolucionario, según el cual la derrota del propio gobierno favorece el desarrollo de la revolución, ha sido refutado por el hecho de que la división entre naciones vencedoras y naciones vencidas crea profundas divisiones en el proletariado mundial, como se vio más claramente tras la guerra de 1914-18.
- La tecnología militar del capitalismo ha «progresado» hasta tal punto que la fraternización entre las trincheras es cada vez menos posible, y también ha hecho mucho más probable que una futura guerra mundial conduzca rápidamente a una escalada nuclear y a la «destrucción mutua asegurada».
Las guerras actuales en Ucrania y Medio Oriente han confirmado que los principales obstáculos para la guerra capitalista son mucho menos susceptibles de provenir de revueltas en los países directamente involucrados en la guerra, que si surgen de las fracciones centrales del proletariado que sólo se ven indirectamente afectadas por la guerra imperialista a través de las crecientes exigencias de la economía de guerra.
Esto no significa, sin embargo, que la guerra haya dejado de ser un factor en el desarrollo de la conciencia de clase y el proceso de politización. Al contrario, hemos visto:
- que la omnipresencia de la guerra, especialmente desde la invasión rusa de Ucrania, sigue siendo un factor importante en el surgimiento de minorías que cuestionan todo el sistema capitalista;
- que la capacidad de los trabajadores para defender sus propios intereses de clase a pesar del llamamiento al sacrificio en nombre de la «defensa de la libertad» ha sido un elemento clave de la ruptura de 2022. Además, el reconocimiento del hecho de que se pide a los trabajadores que paguen por la expansión de la economía de guerra ha sido planteado explícitamente por algunos de los trabajadores más combativos que participaron en las luchas después de 2022, especialmente en Francia[10].
Es cierto que, en estos dos ejemplos, se trata más de la politización de las minorías que de la politización de las luchas. Esto no es sorprendente, dado el número de trampas ideológicas a las que se enfrentan quienes comienzan a establecer vínculos entre el capitalismo y la guerra: por un lado, tenemos el ejemplo de cómo los populistas en Europa y, sobre todo, en Estados Unidos han recuperado algún embrión de sentimiento antibélico en la clase, transformándolo incluso, en el caso de la guerra en Ucrania, en una orientación prorrusa apenas disimulada. Por otro lado, tenemos a una multitud de izquierdistas que esgrimen una versión del internacionalismo que puede incluso parecer que denuncia a los dos bandos beligerantes en Ucrania, pero que, en última instancia, siempre acaba defendiendo a uno u otro bando. Y esos mismos izquierdistas, generalmente mucho más partidarios en su apoyo al «Eje de la Resistencia» contra Israel, son un factor importante en la exacerbación de las divisiones religiosas y étnicas avivadas por la guerra en Medio Oriente. No es para nada sorprendente que una verdadera respuesta internacionalista a las guerras actuales se limite a una minoría de elementos en búsqueda. E incluso dentro de esta minoría, o incluso dentro de los grupos de la Izquierda Comunista, las confusiones e incoherencias son más que evidentes.
En la sección final de las Tesis sobre la descomposición, exponemos las razones por las que la crisis económica, a diferencia de los principales fenómenos de descomposición, sigue siendo el principal vector de la capacidad de la clase obrera para redescubrir su identidad de clase y constituirse en una clase abiertamente opuesta a la sociedad capitalista: «mientras que los efectos de la descomposición (contaminación, drogas, inseguridad, etc.) afectan por igual a los diferentes estratos de la sociedad y constituyen un terreno fértil para las campañas y las mistificaciones aclasistas (ecología, movimientos antinucleares, movilizaciones antirracistas, etc.), los ataques económicos (descenso de los salarios reales, despidos, aumento de la productividad, etc.) –--que son resultado directo de la crisis- afectan directa y específicamente al proletariado (es decir, a la clase que produce la plusvalía y se enfrenta al capitalismo en este terreno); a diferencia de la descomposición social que afecta esencialmente a la superestructura, la crisis económica ataca directamente los cimientos sobre los que se sustenta dicha superestructura; en este sentido, pone al descubierto toda la barbarie que se cierne sobre la sociedad, permitiendo así al proletariado tomar conciencia de la necesidad de cambiar radicalmente el sistema, en lugar de intentar mejorar algunos aspectos»[11].
Estas formulaciones siguen siendo válidas en lo esencial, aunque no sea estrictamente cierto que la destrucción de la naturaleza sea sólo un aspecto de la superestructura, ya que es un producto directo de la acumulación capitalista y amenaza con socavar las condiciones mismas de la supervivencia de la sociedad humana y la continuación de la producción. Si bien el agravamiento de la crisis ecológica puede ser un factor potencial para que pequeñas minorías[12] cuestionen los fundamentos mismos de la producción capitalista, sigue siendo un factor de miedo y desesperación para gran parte de la clase. El desastre ecológico tiende a afectar a todos los estratos de la sociedad por igual, aunque sus efectos más devastadores suelen recaer sobre la clase obrera y otros explotados, por lo que sigue siendo «un terreno fértil para las campañas y las mistificaciones aclasistas». Esto tiende a limitar la capacidad de los elementos perturbados por el desastre ecológico para comprender que la única solución pasa por la lucha de clases.
Además, las «soluciones» inmediatas que proponen los Estados capitalistas al deterioro del medio ambiente implican frecuentemente ataques directos al nivel de vida de una parte de la clase obrera, en particular despidos masivos para sustituir la producción basada en combustibles fósiles por tecnologías más «limpias». En este sentido, las reivindicaciones para salvar el medio ambiente suelen ser más un factor de división que de unificación entre las filas de la clase obrera, a diferencia de la crisis económica, que tiende a «nivelar por debajo» a todo el proletariado.
La conclusión de las Tesis no incluye el impacto de la guerra en el desarrollo de la conciencia de clase, pero lo que sí se puede decir es que:
- la cuestión de la guerra imperialista (como la crisis económica prolongada e insoluble que la origina) no es un producto específico de la descomposición capitalista, sino un elemento central de toda la época de decadencia.
- existe un vínculo mucho más estrecho entre la crisis económica y la guerra: en particular, el desarrollo de una economía de guerra va acompañado de un ataque muy evidente y bastante generalizado contra el nivel de vida de los trabajadores a través de la inflación, la intensificación del ritmo de trabajo, etc. La resistencia a esta agresión en el terreno de clase, aunque solo se base en una visión internacional clara en una ínfima minoría, no puede dejar de plantear cuestiones profundamente políticas sobre la relación entre el capitalismo y la guerra, y sobre los intereses internacionales comunes del proletariado. Esta es la razón principal por la que la politización de las minorías en el sentido proletario se basa más en una reacción a la cuestión de la guerra que en fenómenos más específicos de la descomposición, incluida la aceleración de la crisis ecológica. Y a más largo plazo, la creciente amenaza y la total irracionalidad de la guerra serán un factor real en la futura politización de las luchas. Pero debemos subrayar que solo en una etapa más avanzada del desarrollo de la identidad de clase y de la lucha de clases, estos pasos hacia la politización (ya sea en torno a la cuestión de la guerra o a expresiones más características de la descomposición, como la crisis ecológica) pueden pasar del nivel de pequeñas minorías a movimientos mucho más amplios y abiertos de la clase obrera.
IV - La capacidad de la clase dominante para hacer frente al resurgimiento de la lucha de clases
Por muy fragmentada y debilitada que esté por el avance de la descomposición de su propio modo de producción, la burguesía nunca perderá la capacidad de responder al desarrollo de la lucha de clases. En respuesta al resurgimiento de las luchas desde 2022 y, en particular, al desarrollo de la maduración subterránea de la conciencia, hemos visto cómo la clase dominante ha utilizado ampliamente sus instrumentos «clásicos» de control del proletariado:
- Los sindicatos, que han radicalizado su lenguaje en anticipación o en respuesta al estallido de las luchas obreras. Esto quedó muy claro en las luchas en Gran Bretaña, por ejemplo, donde la dirección de los sindicatos más directamente implicados en las luchas estaba en manos de elementos muy de izquierda, como Mick Lynch, del sindicato de trabajadores ferroviarios, el RMT.
- Los grupos de izquierda, en particular los trotskistas, algunos de los cuales («Revolutionary Communist Party», «Révolution Permanente», etc.) han vuelto a hablar de comunismo y, como ya hemos mencionado, pueden parecer defender posiciones internacionalistas, especialmente en respuesta a la guerra en Ucrania. Muchos de estos grupos han reclutado con éxito entre los jóvenes, un eco atenuado de lo que ocurrió tras los combates de mayo-junio de 1968 en Francia.
No hay duda de que el papel de los sindicatos y de la izquierda del capital continuará en el período venidero.
V - El peso de la descomposición y la instrumentalización de sus principales manifestaciones por parte de la burguesía
Como hemos mencionado anteriormente, en los debates ha surgido la idea de que las luchas actuales de la clase podrían permitir retrasar los efectos de la descomposición, o que la descomposición debilita la capacidad de la burguesía para contraatacar a la clase obrera. Tales argumentos cuestionan la idea de que la descomposición no favorece la lucha de la clase obrera. El miedo, el repliegue y la desesperación provocados por la generalización de la barbarie bélica; el nihilismo, la atomización, la irracionalidad del pensamiento generados por la ausencia de futuro y la destrucción de las relaciones sociales, son numerosos obstáculos para el desarrollo de una lucha colectiva, unida y solidaria, y para la maduración del pensamiento.
Pero también vemos cómo la burguesía utiliza los productos de su propia descomposición contra el desarrollo de las luchas obreras, en particular:
- Las campañas contra el populismo y la extrema derecha, el producto más «químicamente puro» de la descomposición, reviven la ideología ancestral del antifascismo y la defensa de la democracia. Estas campañas, que sin duda se intensificarán tras la victoria de Trump en las elecciones estadounidenses, tienen la doble ventaja de persuadir a los trabajadores de que antepongan la defensa de la ilusión democrática a la lucha por sus propios intereses de clase «egoístas», y de contrarrestar la amenaza de la unidad de clase al arrastrar a diferentes sectores de la clase obrera detrás de los bandos capitalistas rivales.
- Esta estrategia de división también se encuentra en las diferentes formas de «guerras culturales», que aprovechan el conflicto entre los «woke» y los «anti woke» en torno a numerosas cuestiones (género, migración, medio ambiente, etc.), así como en torno a los conflictos cada vez más violentos entre los partidos políticos.
- El desarrollo de campañas antiinmigración por parte de los partidos de derecha y extrema derecha tiene como objetivo instigar un ambiente de pogromo, convirtiendo a los migrantes y extranjeros en chivos expiatorios y haciéndolos responsables del descenso del nivel de vida. Este tipo de veneno ideológico solo puede contrarrestarse con la capacidad de la clase para forjar su unidad y solidaridad frente a los ataques materiales a los que se enfrentan todos los proletarios. La situación también estará marcada por revueltas de las capas intermedias y por movimientos interclasistas, que la burguesía utilizará para desnaturalizar las luchas y el proceso de reflexión.
VI - La necesidad de que el proletariado reaccione en su propio terreno de clase
Ante este enorme asalto ideológico, la única respuesta posible desde el punto de vista del proletariado debe ser:
- La recuperación de las lecciones de las luchas pasadas que puedan poner de manifiesto el papel saboteador de los sindicatos y de la izquierda y preparar el terreno para las luchas autoorganizadas y unificadas de una fase superior de la ruptura.
- El desarrollo, en el marco de las luchas abiertas y en torno a ellas, de la toma de conciencia del proletariado como clase opuesta al capital, lo cual es indispensable tanto para la capacidad de la clase de defender sus reivindicaciones inmediatas como para el desarrollo de una comprensión de su misión histórica como sepulturero del capital.
No hace falta decir que la organización revolucionaria tiene un papel insustituible que desempeñar en la evolución de la conciencia en esta dirección. La capacidad de la CCI para asumir su papel depende precisamente de su capacidad para evaluar los inmensos retos a los que se enfrentará la clase obrera en las próximas décadas.
CCI, 31 de diciembre de 2024
[1] Se trata de pequeños grupos o individuos, animados por el resentimiento, cuya vida «militante» consiste en desacreditar e intentar destruir las organizaciones revolucionarias. Las organizaciones revolucionarias siempre han tenido que defenderse de esta verdadera lacra y la Izquierda Comunista no se libra de ello hoy en día. Cf. «Los fundamentos marxistas del concepto de parasitismo político y la lucha contra esta lacra», publicado en la página web de la CCI.
[2] «Informe sobre la cuestión del curso histórico», Revista Internacional n.º 164.
[3] «Durante este período, su objetivo será resistir a los efectos nocivos de la descomposición en su propio seno, contando únicamente con sus propias fuerzas, con su capacidad para luchar de forma colectiva y solidaria en defensa de sus intereses como clase explotada (aunque la propaganda de los revolucionarios debe subrayar constantemente los peligros de la descomposición). Solo en el período prerrevolucionario, cuando el proletariado esté a la ofensiva, cuando emprenda directa y abiertamente la lucha por su propia perspectiva histórica, podrá utilizar ciertos efectos de la descomposición -en particular la descomposición de la ideología burguesa y de las fuerzas del poder capitalista- como puntos de apoyo y será capaz de volcarlos contra el capital». Tesis sobre la descomposición.
[4] El Estado francés prevé ahorros de varias decenas de miles de millones, mientras que Elon Musk ha prometido recortar cerca de 2 billones de dólares en los gastos del presupuesto federal.
[5] Decenas de miles, incluso cientos de miles de puestos de trabajo están amenazados en los principales países centrales del capitalismo (Francia, Alemania, Reino Unido, Estados Unidos...) en los próximos meses y años.
[6] «TESIS: la descomposición, fase última de la decadencia capitalista», Revista Internacional n.º 107.
[7] Karl Marx, Miseria de la filosofía, capítulo II, «Sección V. Las huelgas y las coaliciones de los obreros».
[8] Para la distinción entre la politización de las minorías y la politización de las luchas, véase el «Informe sobre la lucha de clases internacional en el 24º Congreso de la CCI», Revista Internacional n.º 167. El artículo titulado «Tras la ruptura en la lucha de clases, la necesidad de la politización de las luchas», publicado en la Revista Internacional n.º 171, ofrece una base para profundizar en la cuestión de la politización con el fin de comprender su significado profundo en la fase de descomposición.
[9] «¿Por qué la alternativa guerra o revolución? ¿Es la guerra una condición favorable para la revolución comunista?», Revista Internacional n.º 30 (disponible solo en francés); «El proletariado ante a la guerra», Revista Internacional n.º 65.
[10] En Irán, durante las recientes huelgas y manifestaciones [en el verano de 2024] entre los trabajadores de los sectores de la salud, la educación, el transporte y el petróleo, así como entre los jubilados de la industria siderúrgica que se enfrentaron a un fuerte aumento de los precios, la comprensión de que el aumento de la inflación es producto de la economía de guerra se expresó en la consigna lanzada en las ciudades de Ahvaz y Shush: «Basta de belicismo, nuestras mesas están vacías».
[11] «TESIS: la descomposición, fase última de la decadencia capitalista», Revista Internacional n.º 107.
[12] El desarrollo de estas minorías, o más bien la necesidad objetiva de impedir que alcancen una crítica coherente del capital, explica la aparición de un ala radical del movimiento de protesta ecológica, en particular los partidarios del «decrecimiento».