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Desde el 7 de octubre de 2023, Medio Oriente se ha vuelto a enfangar en una escalada de violencia bárbara que desafía los límites de toda comprensión. Después de la incursión de cientos de terroristas de Hamás que masacraron y secuestraron a tantas personas como pudieron en territorio israelí y el lanzamiento sincronizado de miles de misiles disparados desde Gaza, la respuesta del ejército israelí fue devastadora, con un bombardeo sistemático y la destrucción de centros de población civil, decenas de miles de muertos, especialmente mujeres y niños, forzando a un nuevo desplazamiento de toda la población de la Franja de Gaza, con familias enteras obligadas a dormir en las calles. La población palestina está siendo rehén, tanto de Hamás como del ejército israelí. Los Estados árabes circundantes (Egipto, Jordania) hacen todo lo posible para evitar que los palestinos, en su huida, lleguen hasta sus propios territorios. Desde Hezbolá en el norte, hasta los hutíes en el Mar Rojo, una extensión progresiva de la guerra, amenaza a toda la región.
Una “tierra prometida” para los enfrentamientos imperialistas
Ante toda esta carnicería, la indignación y la ira no son suficientes. Sobre todo, es necesario analizar y comprender el contexto histórico que llevó a estas masacres. Detrás de las reivindicaciones de los demócratas pro sionistas del “sagrado derecho de los judíos a fundar y defender su Estado” o de las consignas de la izquierda pro palestina que abogan por una “Palestina libre, desde el río hasta el mar”[1], se esconde una movilización de la población de la región, y en particular de la clase obrera, con vistas a un aumento de las carnicerías en beneficio de las siniestras maniobras y enfrentamientos imperialistas que han durado ya más de un siglo: “El panorama geopolítico del Medio Oriente contemporáneo es incomprensible si no se conocen los últimos cien años de maniobras imperialistas” (W. Auerbach, 2018).
De hecho, con la entrada en la decadencia del capitalismo, puesta de manifiesto por el estallido de la Primera Guerra Mundial, la formación de nuevos Estados-nación perdió toda función progresista y sólo sirve para justificar la brutal limpieza étnica, el éxodo masivo de poblaciones y la discriminación sistemática de las minorías. Baste recordar cómo prácticamente simultáneamente con la formación del Estado sionista a finales de los años cuarenta –y también como consecuencia del doble juego del imperialismo británico– se produjo un éxodo masivo forzado de musulmanes de la India e hindúes de Pakistán, provocado por horribles pogromos en ambos bandos. Y más recientemente, la desintegración de Yugoslavia ha llevado a sangrientas guerras civiles y masacres de la población. Así, el conflicto palestino-israelí con sus matanzas y refugiados, si bien tiene aspectos específicos, no es un mal de carácter excepcional, sino un producto clásico de la decadencia del capitalismo. En este marco, la posición internacionalista, defendida por la Izquierda Comunista, rechaza todo apoyo a cualquier Estado o proto-Estado capitalista y a las fuerzas imperialistas que los apoyan. Hoy en día, la destrucción de todos los Estados capitalistas está a la orden del día por un solo medio: la revolución proletaria internacional. Cualquier otro objetivo “estratégico” o “táctico” es un apoyo a la lógica asesina de la guerra imperialista.
La historia de la confrontación entre las burguesías judía y árabe en Palestina ilustra cómo los movimientos “nacionales”, tanto el de los judíos como el de los árabes, aunque engendrados por la terrible experiencia de la opresión y la persecución, están inextricablemente entrelazados con la confrontación de imperialismos rivales. Ilustra también cómo ambos movimientos han sido utilizados para eclipsar los intereses de clase comunes de los proletarios árabes y judíos. llevándolos a matarse unos a otros por los intereses de sus explotadores.
Palestina: Ambiciones nacionales mezquinas y campo de maniobra imperialista
Desde finales del siglo XIX y principios del XX, una vez que el globo terráqueo se dividió entre las principales potencias europeas, la naturaleza de los conflictos imperialistas adquirió un carácter cualitativamente nuevo con un enfrentamiento cada vez más abierto y violento entre estas potencias en diferentes partes del mundo: entre Francia e Italia en el norte de África, entre Francia e Inglaterra en Egipto y Sudán, entre Inglaterra y Rusia en Asia Central, entre Rusia y Japón en el Lejano Oriente, entre Japón e Inglaterra en China, entre Estados Unidos y Japón en el Pacífico, entre Alemania y Francia sobre el tema de Marruecos, etcétera. A partir de ese momento, varias potencias, como Alemania, Rusia e Inglaterra, le habían echado el ojo a partes del Imperio Otomano en declive.[2]
El colapso del Imperio Otomano después de la Primera Guerra Mundial no ofreció de ningún modo una oportunidad para la creación de una gran nación industrial, ni en los Balcanes ni en el Medio Oriente, una nación que hubiera podido competir en el mercado mundial. Por el contrario, la presión de la confrontación entre imperialismos llevó a su fragmentación y al surgimiento de estados embrionarios. Del mismo modo que los mini estados de los Balcanes han sido objeto de maquinaciones entre imperialismos hasta el día de hoy, la parte asiática de las ruinas del Imperio Otomano, el Medio Oriente, ha sido y sigue siendo el escenario de conflictos imperialistas permanentes. Ya durante la Primera Guerra Mundial, aprovechando la derrota de Alemania y el alejamiento de Rusia de la escena imperialista (enfrentada al movimiento revolucionario), Francia y Gran Bretaña se repartieron la supervisión de los territorios árabes “abandonados” (acuerdo Sykes-Picot de 1916). Como resultado, en abril de 1920 Inglaterra recibió un “mandato” de la Sociedad de Naciones sobre Palestina, Transjordania, Irán e Irak, mientras que Francia recibió uno sobre Siria y Líbano. Prácticamente todos los conflictos étnico-religiosos persistentes de los que oímos hablar hoy en día en la región –entre judíos y árabes en Israel/Palestina, suníes y chiítas en Yemen, Irak, cristianos y musulmanes en el Líbano, cristianos, suníes y chiítas en Siria, kurdos en el Kurdistán turco, iraní, iraquí y sirio– se remontan a la forma en que se dividió Medio Oriente en torno a 1920. En lo que respecta a Palestina, mientras existió el Imperio Otomano, siempre se le consideró parte de Siria. Pero llegado ese momento, con el Mandato Británico sobre Palestina, las potencias imperialistas estaban creando una nueva “entidad” separada de Siria. Como todas esas nuevas “entidades” creadas durante la decadencia del capitalismo, estaba destinada a convertirse en un teatro permanente de conflicto e intriga entre las potencias imperialistas.
En ninguno de los países o protectorados árabes la burguesía local tenía realmente los medios para instalar estados económica y políticamente sólidos, liberados de las garras de las potencias “protectoras”. La demanda de “liberación nacional” no era en realidad más que una demanda reaccionaria. Mientras que Marx y Engels en el siglo XIX tuvieron razón al apoyar ciertos movimientos nacionales, con la única condición de que la formación de Estados-nación pudiera acelerar el crecimiento de la clase obrera y fortalecerla, para que pudiera actuar como sepulturera del capitalismo, la nueva realidad económica e imperialista en el Medio Oriente mostró que ya no había espacio para la formación de una nueva nación árabe o palestina. Como en todas partes del mundo, una vez que el capitalismo entró en su fase de decadencia, ninguna fracción nacional del capital podía desempeñar ya un papel progresista, confirmando así el análisis realizado por Rosa Luxemburgo durante la Primera Guerra Mundial: “El Estado nacional, la unidad y la independencia nacional, fueron las banderas ideológicas bajo las cuales se constituyeron los grandes Estados burgueses del corazón de Europa en el siglo pasado. […] Antes de extender su red a todo el globo, la economía capitalista buscaba crear un solo territorio unificado dentro de los límites nacionales de un estado. Hoy en día, (el ideal nacional) sólo sirve para enmascarar las aspiraciones imperialistas, a menos que se utilice directamente como grito de guerra en los conflictos imperialistas, se trata del único y definitivo medio ideológico para captar la atención de las masas populares y hacerlas desempeñar el papel de carne de cañón en las guerras imperialistas” (Folleto de Junius).
Burguesías débiles, manipuladas por el imperialismo británico
Durante la Primera Guerra Mundial, las dos potencias Mandatarias habían hecho promesas a los pueblos subyugados que entonces estaban bajo el control del Sultán de Estambul. Gran Bretaña, en particular, había alentado esperanzas de independencia para los árabes, incluso en cuanto a la formación de una gran nación árabe (véase la correspondencia McMahon-Hussein de 1915-1916), y había tenido éxito en fomentar una revuelta de las tribus árabes contra los otomanos (codirigida por T.E. Lawrence, “Lawrence de Arabia”). Pero, por otro lado, para Inglaterra, Palestina representaba una posición estratégica entre el Canal de Suez y la futura Mesopotamia británica, vital para defender su imperio colonial, codiciado por otras potencias. Desde esta perspectiva, la potencia británica no veía con malos ojos que la colonización “importada” de Europa constituyera una especie de fuerza controladora en la región, siguiendo el ejemplo de los bóeres en Sudáfrica o los protestantes en Irlanda. De ahí la Declaración Balfour de 1917, que expresaba el compromiso del gobierno británico con “el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío”. De hecho, una legión judía, el Cuerpo de Mulás de Sión, luchó en el ejército británico durante la Primera Guerra Mundial en Medio Oriente. En resumen, la “pérfida Albión” jugaba en ambos bandos.
Al final de la guerra, la situación de la clase dominante palestina era muy precaria. Separada de sus lazos históricos con Siria, era aún más débil que las burguesías árabes de otras regiones. Al no tener una base industrial significativa ni un capital financiero, debido a su atraso económico, sólo podía contar con una movilización político-militar para defender sus intereses. Ya en 1919, en un primer congreso nacional palestino en Jerusalén, los nacionalistas palestinos pidieron la inclusión de Palestina como país “parte integral... del gobierno árabe independiente de Siria dentro de una Unión Árabe, libre de toda influencia o protección extranjera”[3]. Palestina fue concebida como parte de un Estado sirio independiente, gobernado por Faisal, quien fue nombrado por el Consejo Nacional Sirio en marzo de 1920 como el rey constitucional de Siria-Palestina: “Consideramos que Palestina es parte de la Siria árabe y nunca ha estado separada de ella en ningún momento. Estamos unidos a ella por fronteras nacionales, religiosas, lingüísticas, morales, económicas y geográficas”.[4] Ya en 1919 se organizaron manifestaciones en toda Palestina y en abril de 1920, los disturbios dejaron una docena de muertos y casi 250 heridos en Jerusalén. Sin embargo, el movimiento nacionalista fue rápidamente reprimido por el ejército británico en Palestina, mientras que las fuerzas francesas aplastaron a las fuerzas del Reino Árabe de Siria en julio de 1920, sin dudar en utilizar su fuerza aérea para bombardear a los nacionalistas. Ya en Egipto, en marzo de 1918, las manifestaciones de los nacionalistas egipcios, pero también de los obreros y campesinos que exigían reformas sociales, fueron reprimidas tanto por el ejército británico como por el egipcio, matando a más de 3,000 manifestantes. En 1920, Gran Bretaña aplastó sangrientamente un movimiento de protesta en Mosul, Irak.
Al mismo tiempo, la clase dominante palestina, despreciada por sus homólogos sirios, egipcios y libaneses y que proclamaba su autonomía en un mundo en el que ya no había lugar para un nuevo Estado-nación, se enfrentó a un nuevo “rival” desde el exterior. Como resultado del apoyo de Gran Bretaña al establecimiento de una patria judía en Palestina, el número de inmigrantes judíos aumentó drásticamente, y al principio Gran Bretaña utilizó a los nacionalistas judíos tanto contra su principal rival, Francia, como contra los nacionalistas árabes. Por lo tanto, llevó a los sionistas a proclamar a la Sociedad de Naciones que no querían ni la protección francesa (como parte de la “Gran Siria”) ni la protección internacional en Palestina, sino la protección británica. En la propia Palestina, la financiación de la burguesía judía europea y estadounidense permitió una rápida expansión de los asentamientos, lo que llevó a enfrentamientos cada vez más violentos con las poblaciones palestinas originales de la zona. En 1922, al comienzo del Mandato Británico sobre Palestina, 85,000 habitantes eran judíos de un total de 650,000 habitantes en Palestina, es decir el 12% de la población, en comparación con 560,000 musulmanes o cristianos. Como resultado de la inmigración masiva ligada al creciente antisemitismo en Europa Central y Rusia, como consecuencia de la derrota de la oleada revolucionaria mundial en estas regiones, la población judía se había más que duplicado en 1931 (175,000). Creció en casi 250,000 habitantes entre 1931 y 1936, de modo que ya representaba el 30% de la población en 1939.
El considerable aumento de la inmigración judía a Palestina y la proliferación de asentamientos que compraban tierras árabes y barrios judíos en las ciudades fueron aprovechados por ambos nacionalismos para aumentar las tensiones y empujar a los enfrentamientos entre comunidades. Los campesinos y obreros palestinos, así como los obreros judíos, se enfrentan a la falsa alternativa de tomar partido por una u otra facción de la burguesía (palestina o judía). Esto ya se puso claramente de manifiesto en 1931 en la revista “Bilan”, el órgano de la Fracción Italiana de la Izquierda Comunista: “La expropiación de la tierra, a precios ridículamente bajos, sumió a los proletarios árabes en la miseria más oscura y los empujó a los brazos de los nacionalistas árabes, de los grandes terratenientes y de la burguesía naciente. Es evidente que esta última se está aprovechando de esto para ampliar sus objetivos de explotación de las masas y dirigir el descontento de los fellahs y proletarios contra los trabajadores judíos de la misma manera que los capitalistas sionistas dirigieron el descontento de los trabajadores judíos contra los árabes. De este contraste entre los explotados judíos y árabes, el imperialismo británico y las clases dominantes árabes y judías sólo pueden salir fortalecidos”.[5] De hecho, esta falsa alternativa significaba el alistamiento de los obreros en el terreno de los enfrentamientos armados intercomunitarios únicamente en interés de la burguesía. A lo largo de las décadas de 1920 y 1930, estallaron disturbios antijudíos en toda Palestina, causando muchos muertos y heridos: en 1921 en Jaffa; luego durante las “masacres de 1929” en Jerusalén, Hebrón y Safed, con saqueos e incendios de aldeas judías aisladas, a menudo completamente destruidas, y ataques de represalia contra barrios árabes, que resultaron en la muerte de 133 judíos y 116 árabes.
Después de estos disturbios, los británicos jugaron la carta de la pacificación hacia los árabes a principios de la década de 1930, reduciendo las fuerzas de autodefensa judías, pero las persistentes tensiones y provocaciones entre las comunidades llevaron a una gran revuelta de los nacionalistas palestinos contra las fuerzas británicas y las comunidades judías a finales de 1936, que duró más de tres años (hasta el final del invierno de 1939). Ante este estallido de la revuelta árabe, las autoridades de la comunidad judía impusieron inicialmente una política de no represalia y contención a la Haganá, la milicia judía de autodefensa, para evitar un estallido de violencia. Pero dentro de estas fuerzas de autodefensa, maduran los llamados a las represalias tras los crecientes ataques árabes. Como resultado, el Irgún, organización armada vinculada a la derecha sionista, el “partido revisionista” de V. Jabotinsky, decidió embarcarse en ataques de represalia indiscriminados contra los árabes, que finalmente se convirtieron en una campaña de terror que causaría cientos de muertes entre la población árabe. La revuelta árabe también llevó a los británicos a reforzar las fuerzas paramilitares sionistas (desarrollo de una fuerza policial judía y unidades especiales judías: los “Escuadrones Nocturnos Especiales” de la Haganá y el Comando Fosh).
En 1939, el Irgún se dividió en dos grupos y su franja más radical fundó el Lehi (también conocido como el “Grupo Stern” o la “Banda Stern”), que lanzó una ola de ataques que también tuvo como objetivo a los británicos. Por su parte, a partir de la década de 1930, los insurgentes árabes utilizaron métodos de guerrilla en las zonas rurales y, en las zonas urbanas, métodos terroristas, como bombardeos y asesinatos. Grupos, a menudo de tipo yihadista, destruyeron líneas telefónicas y telegráficas, y luego sabotearon el oleoducto Kirkuk-Haifa, asesinando a soldados, miembros de la administración británica y judíos. Los británicos reaccionaron violentamente, especialmente frente a los actos de terrorismo árabes, y emprendieron acciones antiterroristas, como la destrucción total de aldeas o barrios árabes (como en Jaffa en agosto de 1936).
Al final, la revuelta árabe fue un fracaso militar y condujo al desmantelamiento de las fuerzas paramilitares árabes y al arresto o exilio de sus líderes (incluido el Gran Muftí de Jerusalén Amin al-Husseini). Más de 5,000 árabes, 300 judíos y 262 británicos murieron en los enfrentamientos. La revuelta también desembocó en enfrentamientos internos entre facciones de la burguesía palestina, con Amin al-Husseini atacando a las facciones más moderadas -consideradas “traidoras” porque no eran lo suficientemente nacionalistas para el gusto de los rebeldes y porque vendían tierras a los judíos-, y asesinando a los policías árabes que permanecían leales a los británicos. Estas acciones, a su vez, abrieron un ciclo de venganza, que condujo a la creación de milicias antiterroristas en las aldeas árabes y, a su vez, provocó al menos mil muertes. A principios de 1939, un clima de terror generalizado entre los diferentes clanes reinaba entre la población árabe y continuaría después del final de la revuelta.
Sin embargo, aunque derrotados militarmente, los árabes palestinos obtuvieron importantes concesiones políticas por parte de los británicos (“Libro Blanco” de 1939), que temían que estos recibieran el apoyo de los alemanes. Inglaterra impuso un límite a la inmigración judía y a la transferencia de tierras árabes a los judíos, y prometió la creación de un estado unitario en un plazo de diez años, en el que judíos y árabes compartirían el gobierno. Esta propuesta fue rechazada por la comunidad judía y sus fuerzas paramilitares, que a su vez lanzaron una revuelta general, temporalmente congelada por el estallido de la 2ª Guerra Mundial.
Buscar el apoyo y la participación de las potencias imperialistas
Demasiado débiles para actuar autónomamente y fundar su propio Estado-nación, la burguesía sionista judía, así como la burguesía árabe palestina, tuvieron que buscar el apoyo de los grandes patrocinadores imperialistas, que, con su injerencia, no han hecho más que avivar las llamas de la confrontación.
Las facciones gobernantes palestinas, enfrentadas al aplastamiento británico (y francés) del movimiento nacionalista en favor de una Gran Siria y a la afluencia de colonos judíos de Europa, solo podían recurrir a otras potencias imperialistas para buscar apoyo contra su rival sionista. Así, el muftí de Jerusalén primero buscó el apoyo de la Italia de Mussolini y luego se volvió en la década de 1930 hacia la Alemania nazi, el gran rival de Gran Bretaña. Ya en marzo de 1933, los funcionarios alemanes en Turquía informaron a las autoridades nazis del apoyo del muftí a su “política judía”. Tras el fracaso de la revuelta árabe de 1936-1939 y la ruptura de la burguesía árabe con los más moderados, los líderes nacionalistas más radicales, incluido el Gran Muftí de Jerusalén, se exiliaron y eligieron el bando de la Alemania nazi en vísperas del estallido de la Segunda Guerra Mundial. Tras su participación en la revuelta iraquí en 1941, fomentada por los alemanes contra los británicos, el muftí acabó refugiándose en Italia y en la Alemania nazi con la esperanza de obtener la independencia de los estados árabes.
En el caso de las facciones gobernantes judías, la situación era más compleja, en la medida en que aparecerían diferencias de política entre las facciones de izquierda y centro, por un lado, y la derecha “revisionista”, por el otro. La Organización Sionista Mundial, dominada por la izquierda en alianza con los centristas, optó por mantener relaciones bastante buenas con los británicos (al menos hasta 1939) y respaldar oficialmente el objetivo de un “Hogar Nacional Judío” sin pronunciarse sobre la cuestión de la independencia o bien la autonomía bajo el mandato británico.[6] La derecha irredentista, representada por el Partido Revisionista y el Irgún, por su parte, exigió inmediatamente la independencia y, por lo tanto, se distanció de los británicos.
En esta lógica, el carismático líder de la derecha ultranacionalista, Vladímir Jabotinski, tuvo, en la segunda mitad de la década de 1930, relaciones cordiales con regímenes dictatoriales o incluso antisemitas, como el polaco o el italiano fascista, para presionar a los británicos. Así, en 1936, el gobierno polaco lanzó una campaña antijudía a gran escala e impulsó la emigración judía. Cuando indicó oficialmente en 1938 que quería “una reducción sustancial del número de judíos en Polonia”[7], Vladimir Jabotinsky decidió entonces comprometer al Partido Revisionista en el apoyo al gobierno autoritario polaco, que no ocultaba su virulento antisemitismo. Su objetivo era tratar de convencer a este último de que canalizara a los judíos expulsados de Polonia a Palestina. Además, la colaboración de los revisionistas con Polonia también tenía un componente militar: se entregaban armas y dinero al Irgún, y los oficiales del Irgún recibían entrenamiento militar y de sabotaje en Polonia. La facción revisionista también tenía un ala abiertamente fascista, encarnada primero en el grupo Birionim (un grupo sionista fascista fundado en 1931 por radicales del partido revisionista) que simpatizaba abiertamente con Mussolini, y después de la destitución de este último en 1943, continuó existiendo a través de ciertos militantes, como Avraham Stern, un líder del Irgún en la segunda mitad de los años treinta y fundador del Lehi, que simpatizaba con los regímenes fascistas europeos y entró en contacto con la Alemania nazi. Para esta ala fascista del revisionismo, Alemania era indudablemente un “adversario”, sin embargo, ¡el ocupante británico era el verdadero “enemigo” que impedía el establecimiento de un Estado judío!
La lógica implacable del imperialismo en el capitalismo decadente estaba destinada a impulsar a las diversas fracciones burguesas de Palestina a buscar el apoyo de las potencias extranjeras y esto no podía más que promover una multiplicación de las intrigas imperialistas. Así, el movimiento sionista se convirtió en un proyecto realista sólo después de recibir el apoyo maquiavélico del imperialismo británico, que esperaba obtener un mayor control sobre la región. Pero Gran Bretaña, al tiempo que apoyaba el proyecto sionista, también estaba jugando un doble juego: debía de tener en cuenta el gran componente árabe-musulmán de su imperio colonial y, por lo tanto, había hecho todo tipo de promesas a la población árabe de Palestina y del resto de la región. En cuanto al movimiento de “liberación árabe”, si bien se oponía al apoyo dado por Gran Bretaña al sionismo, no era en modo alguno antiimperialista, ni lo eran las facciones sionistas que estaban dispuestas a atacar a Gran Bretaña, ya que todas buscaban el apoyo de otras potencias imperialistas, como el triunfante imperialismo estadounidense, la Italia fascista o la Alemania nazi.
En un capitalismo históricamente en decadencia y dominado por la barbarie creciente de los asesinos enfrentamientos imperialistas, la única perspectiva que podían defender los revolucionarios era la que ya había defendido Bilan en 1930-1931: “Para el verdadero revolucionario, por supuesto, no existe la cuestión “palestina”, sino sólo la lucha de todos los explotados en el Medio Oriente, incluidos los árabes y los judíos, lucha que es parte de la lucha más general de todos los explotados en todo el mundo por la revolución comunista”[8]. Para los proletarios árabes y judíos de Palestina, atrapados en las redes de la “liberación de la nación”, las décadas de 1920 y 1930 fueron años siniestros de terror, masacres y miedo permanente bajo los disturbios, ataques, represalias y contra represalias de bandas de bárbaros y terroristas “nacionalistas” de ambos bandos.
La fundación del Estado de Israel, producto del nuevo orden imperialista después de la Segunda Guerra Mundial
Las organizaciones sionistas habían rechazado categóricamente las orientaciones del nuevo plan británico (“Libro Blanco” de 1939), que implicaba una limitación de la inmigración judía y la transferencia de tierras árabes a los judíos, así como la creación de un Estado unitario en un plazo de diez años. Esta oposición llevó a un enfrentamiento frontal con el poder Mandatario después de la Segunda Guerra Mundial. Los británicos establecieron un bloqueo naval de los puertos de Palestina, para impedir que nuevos inmigrantes judíos entraran en el Mandato Palestino, con la esperanza de apaciguar de este modo a la burguesía árabe palestina. Por su parte, los sionistas utilizaron la simpatía y la compasión del mundo por el destino de los miles de refugiados que habían escapado de los campos de concentración nazis para presionar a los británicos y forzar las puertas de Palestina para todos los inmigrantes.
Sin embargo, en 1945, la relación de fuerzas imperialistas había cambiado: Estados Unidos había consolidado sus posiciones a expensas de una Inglaterra que, desangrada por la guerra y al borde de la bancarrota, se había convertido en deudora de los estadounidenses. Así, a partir de 1942, las organizaciones sionistas se dirigieron a Estados Unidos en busca de apoyo para su proyecto de crear una patria judía en Palestina. En noviembre, el Consejo Judío de Emergencia, reunido en Nueva York, rechazó el Libro Blanco británico de 1936 y formuló como su principal demanda la transformación de Palestina en un estado sionista independiente, lo que era directamente contrario a los intereses de Inglaterra. Los principales beneficiarios de la caída del Imperio Otomano después de la Primera Guerra Mundial, Francia y Gran Bretaña, se encontraron ahora flanqueados por el imperialismo estadounidense y soviético, ambos con el objetivo de reducir la influencia colonial de los anteriores peces gordos. Así, la URSS ofreció su apoyo a cualquier movimiento inclinado a debilitar el dominio británico y, como resultado, suministró armas a las guerrillas sionistas a través de Checoslovaquia. Estados Unidos, el principal vencedor de la Segunda Guerra Mundial, también estaba trabajando para reducir la influencia de los países “Mandatarios” en el Medio Oriente y dio armas y dinero a los sionistas mientras estos luchaban contra su aliado de guerra británico.
Tan pronto como se votó en la ONU un plan para la partición de Palestina a finales de noviembre de 1947, se intensificaron los enfrentamientos entre las organizaciones sionistas judías y las árabes-palestinas, mientras que los británicos, que se suponía que debían garantizar la seguridad, organizaron unilateralmente su retirada e intervinieron solo ocasionalmente. En todas las zonas mixtas donde vivían las dos comunidades, en particular en Jerusalén y Haifa, los ataques, las represalias y las contra represalias fueron cada vez más violentas. Tiroteos ocasionales evolucionaron a batallas campales; los ataques contra el tráfico se convierten en emboscadas. Se producen ataques cada vez más sangrientos, que a su vez son respondidos con disturbios, represalias y otros ataques.
Las organizaciones armadas judías lanzaron una nueva campaña intensiva de bombardeos particularmente mortíferos contra los británicos y también contra los árabes. La sucesión de ataques en ambos bandos fue espantosa, el 12 de diciembre de 1947, el Irgún detonó un coche bomba en Jerusalén, causando la muerte de 20 personas. El 4 de enero de 1948, el Lehi hizo estallar un camión frente al Ayuntamiento de Jaffa que albergaba el cuartel general de una milicia paramilitar árabe, matando a 15 personas e hiriendo a 80, 20 de ellas de gravedad. El 18 de febrero, una bomba del Irgún explotó en el mercado de Ramalah, matando a 7 personas e hiriendo a 45. El 22 de febrero, en Jerusalén, los hombres de Amin al-Husseini perpetraron un triple atentado con coche bomba con la ayuda de desertores británicos, contra las oficinas del periódico The Palestine Post, el mercado callejero Ben Yehuda y el patio trasero de las oficinas de la Agencia Judía, matando a 22, 53 y 13 judíos, respectivamente, e hiriendo a cientos. Por último, la matanza de aldeanos en Deir Yassin el 9 de abril, cometida por el Irgún y el Lehi, dejó entre 100 y 120 muertos. El punto culminante de esta campaña tuvo lugar el 17 de septiembre de 1948, en Jerusalén, cuando un comando del Lehi asesinó al conde Folke Bernadotte, mediador de las Naciones Unidas por Palestina, así como al jefe de los observadores militares de la ONU, el coronel francés Sérot. En los dos meses de diciembre de 1947 y enero de 1948, hubo casi mil muertos y dos mil heridos. A finales de marzo, un informe dio la cifra de más de dos mil muertos y cuatro mil heridos.
A partir de enero, bajo la mirada indiferente de los británicos, la guerra civil entre las comunidades derivó en operaciones que tomaron un cariz cada vez más militar. Las milicias armadas árabes entraron en Palestina para apoyar a las milicias palestinas y atacar asentamientos y aldeas judías. Por su parte, la Haganá montó cada vez más operaciones ofensivas destinadas a desarrollar las zonas judías expulsando a las milicias árabes, destruyendo aldeas árabes, masacrando a sus habitantes y provocando la huida de cientos de miles de personas (en total, durante este período y durante la guerra árabe-israelí que siguió a la declaración de la fundación del Estado de Israel, casi 750.000 árabes-palestinos huyeron de sus aldeas). Los países árabes se preparaban entonces para entrar en Palestina para, supuestamente, “defender a sus hermanos palestinos”.
El 15 de mayo de 1948 terminó el Mandato Británico sobre Palestina y el mismo día se proclamó el Estado de Israel en Tel Aviv. Menos de 24 horas después, Egipto, Siria, Jordania e Irak lanzaron una invasión. La guerra, que duró hasta marzo de 1949, costó la vida a más de 6,000 soldados y civiles judíos, 10,000 soldados árabes-palestinos y unos 5,000 soldados de los diversos contingentes militares árabes.
Si bien la burguesía palestina no había sido capaz de crear su propio Estado, en el momento de la desaparición del Imperio Otomano al final de la Primera Guerra Mundial, la proclamación del Estado de Israel por parte de los sionistas implicaba necesariamente que este nuevo Estado sólo podía sobrevivir transformando su economía en una máquina de guerra permanente, estrangulando a sus vecinos, aterrorizando y desplazando a la mayoría de la población palestina y, sobre todo, buscando el apoyo imperialista. Frente a la antigua potencia “protectora”, Gran Bretaña, que inicialmente se opuso a la formación de un Estado israelí para no dañar su posición frente al mundo árabe, el nuevo Estado pudo apoyarse en Estados Unidos, que apoyó inmediatamente la creación del Estado de Israel, así como en la URSS, que esperaba que la formación de un Estado israelí debilitara al imperialismo británico en la región.
Los nacionalistas palestinos, incapaces de enfrentarse solos al recién fundado Estado de Israel, también tuvieron que buscar apoyo entre los enemigos de ese Estado, como las burguesías de los países vecinos de Jordania, Siria, Egipto e Irak, que estaban enviando sus tropas contra Israel. Esta guerra, la primera de media docena de guerras y numerosas operaciones militares contra sus vecinos en las que Israel participaría desde 1948, duró desde mayo de 1948 hasta junio de 1949. Debido al pobre equipamiento de las tropas árabes, las fuerzas israelíes lograron repeler la ofensiva y no solo retener sino incluso ampliar los territorios asignados a los sionistas por los británicos antes de 1947. Más allá de las grandes declaraciones de solidaridad, las burguesías árabes vecinas, “acudiendo en ayuda de sus hermanos palestinos”, jugaron sobre todo sus propias cartas imperialistas. Jordania no sólo ocupó Cisjordania, y Egipto la Franja de Gaza después de la primera guerra árabe-israelí de 1948, sino que los estados árabes también intentarían en los años siguientes poner sus manos sobre las diversas alas de los nacionalistas palestinos. Poco después de su creación en 1964, Arabia Saudita comenzó a financiar a la OLP; Egipto también intentó hacerse con Fatah (el movimiento político de la OLP); Siria creó el grupo As-Saiqa, Irak apoyó al FLA (Frente Árabe de Liberación creado en 1969). A pesar de todos los bellos discursos sobre la “nación árabe unida”, las burguesías de los diferentes países árabes competían ferozmente entre sí y no dudaron en utilizar y, si era necesario, en sacrificar a la población palestina por sus sórdidos intereses.
Palestina en el primer plano de los enfrentamientos entre bloques imperialistas
Desde el día de su fundación, el Estado de Israel no solo ha estado involucrado en conflictos bilaterales permanentes con los árabes-palestinos y sus vecinos árabes, sino que dichos enfrentamientos siempre han sido parte de la dinámica imperialista global, en la medida en que su posición estratégica lo coloca en el centro de las tensiones regionales en el Medio Oriente, pero también y sobre todo en el corazón de los enfrentamientos mundiales entre los grandes tiburones imperialistas. En este sentido, desde finales de la década de 1950, el Estado de Israel desempeñó el papel de gendarme del bloque estadounidense en la región.
El inicio de la Guerra Fría entre el bloque estadounidense y el bloque soviético puso a Oriente Medio en el centro de las rivalidades imperialistas. Después de la Guerra de Corea (1950-53), que fue el primero de los grandes enfrentamientos entre los dos bloques, la Guerra Fría se intensificó y el imperialismo ruso trató de aumentar su influencia en los países del “tercer mundo” y esto dio a Oriente Medio una importancia cada vez mayor para los líderes de ambos bloques. Si al principio, las tensiones en la región permitieron principalmente a Estados Unidos “disciplinar” a sus aliados europeos, impidiéndoles perseguir demasiado intensamente sus propios intereses imperialistas en la región (la operación franco-británica de 1956 en Suez y la guerra israelí-egipcia), el conflicto en Oriente Medio evolucionó luego durante 35 años en el contexto de la confrontación Este-Oeste y Palestina fue un teatro central de confrontación.
La guerra de 1948 fue solo el comienzo de un ciclo interminable de conflictos militares. A partir de la década de 1950, ante la incapacidad de las tropas de la Liga Árabe para derrotar a su mucho más pequeño enemigo, pero mejor organizado y armado, se produjo una carrera armamentista, en la que Israel recibió envíos masivos de armas de los Estados Unidos, y los rivales árabes recurrieron al imperialismo soviético, que intentaría persistentemente atrincherarse en la región apoyando el nacionalismo árabe: Egipto, Siria e Irak, que se unieron temporalmente en una República Árabe Unida, se convirtieron durante un tiempo en aliados del bloque oriental, que también apoyaba a los fedayines palestinos y a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) en Palestina. En 1968, los diversos movimientos de resistencia palestinos se unieron bajo la égida de Arafat. En el contexto de la Guerra Fría, cuando Israel era un aliado importante de Estados Unidos, la OLP tuvo que recurrir a la URSS y a sus “hermanos árabes”. Sin embargo, detrás de la retórica sobre la “unidad del pueblo árabe”, los Estados árabes volvieron a orientar sus tropas no sólo contra Israel, sino también contra los nacionalistas palestinos, que a menudo actúan como una fuerza disruptiva dentro de esos Estados. Los Estados Árabes nunca han dudado en cometer masacres similares a las de la burguesía israelí contra los refugiados palestinos. Así, en 1970, durante el “Septiembre Negro”, 30,000 palestinos fueron asesinados en Jordania por el ejército jordano. En septiembre de 1982, milicias cristianas libanesas, con el consentimiento tácito de Israel, entraron en dos campamentos palestinos en Sabra y Chatila y masacraron a 10,000 civiles.
Estos intentos del bloque oriental por afianzarse en la región se encontraron con una fuerte oposición por parte de Estados Unidos y del bloque occidental, que convirtieron al Estado de Israel en una de las puntas de lanza de sus políticas. El apoyo de Estados Unidos a Israel ha sido una característica permanente de todos los conflictos en la región, al igual que el apoyo financiero por parte de Alemania[9]. Este apoyo no se debe esencialmente al considerable peso del electorado judío en Estados Unidos ni a la influencia del “lobby sionista” sobre los líderes políticos estadounidenses. Si bien Israel no tiene recursos petroleros significativos u otras materias primas importantes, el país es de gran importancia estratégica para los Estados Unidos sobre todo debido a su posición geográfica. Por otro lado, en su confrontación con una serie de potencias imperialistas locales, Israel es financiera y militarmente totalmente dependiente de los Estados Unidos, por lo que los intereses imperialistas de Israel lo han obligado a buscar la protección del Tío Sam. En resumen, hasta 1989, Estados Unidos siempre pudo contar con Israel como su brazo armado. Además, en la serie de guerras contra sus rivales árabes, la mayoría de los cuales estaban equipados con armas rusas, el ejército israelí era un campo de experimentación para las armas estadounidenses.
A finales de los años setenta y ochenta, el bloque estadounidense se aseguró gradualmente el control global de Oriente Medio y redujo gradualmente la influencia del bloque soviético, a pesar de que la caída del Sha y la “Revolución iraní” en 1979 no sólo privaron al bloque estadounidense de un importante bastión, sino que anunciaron, a través de la llegada al poder del régimen retrógrado de los mulás, la expansión de la descomposición del capitalismo. Esta ofensiva del bloque estadounidense tenía “como objetivo completar el cerco de la URSS, despojar a este país de todas las posiciones que ha podido mantener fuera de su contacto e influencia directa. La prioridad de esta ofensiva era la expulsión definitiva de la URSS de Oriente Medio, poner de rodillas a Irán y la reintegración de este país en el bloque estadounidense como parte importante de su sistema estratégico “[10]. En esta política ofensiva del bloque occidental, Israel jugó un papel esencial a través de las guerras árabe-israelíes de 1967 (“Guerra de los Seis Días”), 1973 (“Guerra de Yom Kippur”), el bombardeo y destrucción de un reactor nuclear en Bagdad en 1981 y la invasión del Líbano en 1982. La acción militar de Israel, combinada con la presión económica y militar del bloque estadounidense, condujo a la derrota de los aliados del bloque oriental en la región, el paso de Egipto y luego de Irak al bloque occidental, y la drástica reducción del control de Siria sobre el Líbano.
Sin embargo, fortalecida por la disminución de las tensiones con Egipto, la burguesía israelí reafirmó en julio de 1980 el traslado de su capital nacional de Tel Aviv a Jerusalén y la incorporación de la Ciudad Antigua de Jerusalén (antes jordana) a territorio israelí. También desde entonces, el gobierno israelí decidió acelerar los asentamientos judíos en Cisjordania. Esto ha exacerbado las tensiones entre las burguesías israelí y palestina y, desde 1987 en particular, la espiral de violencia ha empeorado drásticamente. La señal la dio la primera Intifada (o “levantamiento”) en 1987. En respuesta a la creciente represión del ejército israelí en Cisjordania y Gaza, la intifada dio lugar a una campaña masiva de desobediencia civil, huelgas y manifestaciones. Aclamado por los izquierdistas como un modelo de lucha revolucionaria, siempre ha estado enteramente dentro del marco nacional e imperialista del conflicto árabe-israelí.
Si la primera mitad del siglo XX en Oriente Medio demostró que la liberación nacional se había vuelto imposible y que todas las fracciones de la burguesía local estaban subordinadas a los conflictos globales, librados entre sí por los grandes tiburones imperialistas, la formación del Estado de Israel en 1948 marcó casi cuarenta años de otro período de enfrentamientos sangrientos, parte de la despiadada confrontación entre los bloques del Este y del Oeste. Más de setenta años de conflicto en el Medio Oriente han demostrado irrefutablemente que el sistema capitalista en decadencia no tiene nada que ofrecer más que guerras y masacres y que el proletariado no puede elegir entre un campo imperialista u otro.
Palestina en el centro de las dinámicas irracionales de destrucción y masacres en Medio Oriente
Después de la implosión del bloque soviético a finales de 1989, la década de 1990 estuvo marcada por la espectacular expansión de las manifestaciones del período del capitalismo en putrefacción, su descomposición, y en este contexto, el “informe sobre las tensiones imperialistas” del XX Congreso de la CCI ya señaló en 2013: “Oriente Medio es una terrible confirmación de nuestros análisis sobre el callejón sin salida del sistema y la huida hacia el 'sálvese quien pueda'.” Es una ilustración impactante de las características centrales de este período:
- La extensión explosiva del “sálvese quien pueda” imperialista se manifiesta a través de la expresión a escala extrema de los apetitos hegemónicos de una multitud de Estados. Irán ha expresado sus ambiciones imperialistas, primero en Irak apoyando a las milicias chiítas que dominan un aparato estatal fragmentado, y luego en Siria apoyando al régimen de Bashar al-Assad cuando estaba al borde de ser barrido por la revuelta de la mayoría sunita. A través de sus aliados, desde el Hezbolá libanés hasta los hutíes yemeníes, Teherán se ha establecido como una formidable potencia regional. Pero Turquía, con sus intervenciones en Irak o Siria; Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos, presentes en Yemen, Libia o Egipto, e incluso Qatar, el campo base de los grupos vinculados a los Hermanos Musulmanes, no esconden tampoco sus ambiciones imperialistas.
- Las reacciones asesinas de la superpotencia estadounidense para contrarrestar el declive de su dominio engendraron dos guerras sangrientas en el Medio Oriente (la Operación Tormenta del Desierto de Bush padre en 1991 y la Operación Libertad de Irak de Bush hijo en 2003), que finalmente resultaron en un aumento del caos y la barbarie.
- El aterrador caos resultante de las sangrientas guerras civiles (Siria, Yemen, Libia, Sudán) ha llevado al colapso de estructuras estatales, Estados fragmentados y fallidos (Irak, Líbano), poblaciones traumatizadas y millones de refugiados.
En esta dinámica de crecientes enfrentamientos en Oriente Medio, el Estado de Israel ha desempeñado un papel clave. Como primer lugarteniente de los estadounidenses en la región, Tel Aviv estaba llamada a ser la piedra angular de una región pacificada a través de los acuerdos de Oslo y Jericó-Gaza de 1993, uno de los mayores éxitos de la diplomacia estadounidense en la región. Este último concedió a los palestinos los inicios de la autonomía y así los integró en el orden regional diseñado por el Tío Sam. Sin embargo, durante la segunda mitad de la década de 1990, tras el fracaso de la invasión israelí del sur del Líbano, la derecha israelí "dura" llegó al poder (el primer gobierno de Netanyahu de 1996 a 1999) en contra de los deseos del gobierno estadounidense, que apoyaba a Shimon Peres. A partir de entonces, la derecha hizo todo lo posible para sabotear el proceso de paz con los palestinos:
- a través de la expansión de los asentamientos en Cisjordania y el apoyo a los colonos que eran cada vez más arrogantes y violentos: ya en febrero de 1994, un terrorista judío, un colono perteneciente al movimiento racista creado por el rabino Meir Kahane, masacró a 29 musulmanes en la Cueva de los Patriarcas en Hebrón; en noviembre de 1995, un joven sionista religioso asesinó al Primer Ministro Yitzhak Rabin;
- a través del apoyo encubierto a Hamás y sus ataques terroristas con el fin de socavar la autoridad de la OLP y llevar a cabo una política de “divide y vencerás”, justificando una mayor supervisión de los territorios palestinos.
La provocadora visita del líder de la oposición Ariel Sharon al Monte del Templo en septiembre de 2000 provocó una segunda intifada, en la que se produjo un fuerte aumento de los atentados suicidas contra israelíes. En la misma lógica, el desmantelamiento unilateral de los asentamientos en Gaza por parte del gobierno de Sharon en 2004 no fue en absoluto un gesto conciliador, como lo presentó la propaganda israelí, sino al contrario el producto de un cálculo cínico para congelar las negociaciones sobre la solución política del conflicto: el objetivo de la retirada de Gaza “es la congelación del proceso político [y] cuando se congelas el proceso político, impides la creación de un Estado palestino y cualquier discusión sobre los refugiados, sobre las fronteras y sobre Jerusalén”[11]. Además, dado que los islamistas rechazan la existencia de un Estado judío en la tierra del Islam, al igual que los sionistas mesiánicos rechazan un Estado palestino en la tierra de Israel, dado por Dios a los judíos, estas dos facciones son, por lo tanto, aliados objetivos en el sabotaje de la “solución de dos Estados”. Así, las facciones derechistas de la burguesía israelí hicieron todo lo posible para fortalecer la influencia y los medios de Hamás, en la medida en que esta organización era, como ellas, totalmente opuesta a los Acuerdos de Oslo: los primeros ministros Sharon y Olmert prohibieron en 2006 a la Autoridad Palestina desplegar un batallón adicional de policías en Gaza para oponerse a Hamás y permitieron a Hamás presentar candidatos en las elecciones de 2006. Cuando Hamás dio un golpe de Estado en Gaza en 2007 para “eliminar a la Autoridad Palestina” y establecer su poder absoluto, el gobierno israelí se negó a apoyar a la policía palestina. En cuanto a los fondos financieros qataríes que Hamás necesitaba para poder gobernar, el Estado judío permitió que se transfirieran regularmente a Gaza bajo la protección de la policía israelí.
La estrategia israelí era clara: Gaza ofrecida a Hamás, la Autoridad Palestina debilitada, con un poder muy limitado en Cisjordania. El propio Netanyahu promovió abiertamente esta política: “Cualquiera que quiera frustrar la creación de un Estado palestino debe apoyar el fortalecimiento de Hamás y transferir dinero a Hamás. Esto es parte de nuestra estrategia”[12]. El Estado de Israel y Hamás, en diferentes momentos y por diferentes medios, se están hundiendo en una política de lo más completamente irracional, que inevitablemente ha acelerado el ciclo de violencia y contra-violencia y que ha conducido a las atroces masacres de hoy. De hecho, la actual matanza de Gaza es una continuación de una serie de ataques y contraataques llevados a cabo por Hamás y el ejército israelí:
- Junio de 2006 - Hamás captura a Gilad Shalit, un recluta del ejército israelí, en una incursión transfronteriza desde Gaza, lo que provoca ataques e incursiones aéreas israelíes.
- Diciembre de 2008 - Israel lanza una ofensiva militar de 22 días en Gaza después de que se dispararan cohetes contra la ciudad de Sderot, en el sur de Israel. Unos 1.400 palestinos y 13 israelíes murieron antes de que se alcanzara un alto el fuego.
- Noviembre de 2012 - Israel mata al jefe de personal de Hamás, Ahmad Jabari, seguido de ocho días de ataques aéreos israelíes contra Gaza.
- Julio-Agosto de 2014 - El secuestro y asesinato de tres adolescentes israelíes por parte de Hamás desata una guerra de siete semanas.
Privada de una estructura estatal clásica y de los medios financieros para establecer un ejército estructurado capaz de competir con el Tsahal (FDI, Fuerzas de Defensa de Israel), la burguesía palestina siempre ha tenido que recurrir a los ataques terroristas, como lo hacían los sionistas antes de la proclamación del Estado de Israel. Desde el principio, la OLP aplicó tácticas terroristas que estaban destinadas a causar el mayor número de víctimas civiles, como secuestros, liquidaciones, secuestros de aviones, ataques a equipos deportivos (masacre del equipo olímpico israelí en los Juegos Olímpicos de Múnich en 1972). Desde entonces, los atentados suicidas se han multiplicado. Cometidos por jóvenes palestinos desesperados, no tienen como diana objetivos militares, sino que sólo buscan sembrar el terror entre los civiles israelíes, en clubes nocturnos, supermercados y autobuses. Son la expresión de un callejón sin salida total, de la desesperación y el odio. Las masacres del 7 de octubre de 2023 son una continuación de esta política, pero a un nivel aún mayor de brutalidad y destrucción.
La aterradora deriva actual también hay que verla en continuidad con la política irresponsable del populista Trump en la región. En línea con la prioridad dada a la contención de Irán, Trump empujó a una política de apoyo incondicional a la derecha israelí, proporcionando al Estado judío y a sus respectivos líderes promesas de apoyo inquebrantable a todos los niveles: el suministro de equipos militares de última generación, el reconocimiento de Jerusalén-Este como capital y la soberanía israelí sobre los Altos del Golán sirios. Esta orientación apoyaba el abandono de los Acuerdos de Oslo y la solución de “dos Estados” (israelí y palestino) en “Tierra Santa”. El cese de la ayuda estadounidense a los palestinos y a la OLP y la negociación de los “Acuerdos de Abraham”, una propuesta de “un gran acuerdo” que implicaba el abandono de cualquier demanda de creación de un Estado palestino y la anexión por parte de Israel de grandes partes de Palestina a cambio de una “gigantesca” ayuda económica estadounidense, tenía como objetivo esencial facilitar el acercamiento de facto entre los compinches estadounidenses saudíes e israelíes: “Para las monarquías del Golfo, Israel ya no es el enemigo. Esta gran alianza comenzó hace mucho tiempo entre bastidores, pero aún no se ha puesto en escena. La única manera de que los estadounidenses se muevan en la dirección deseada es obtener luz verde del mundo árabe, o más bien de sus nuevos líderes, MBZ (Emiratos) y MBS (Arabia Saudita) que comparten la misma visión estratégica para el Golfo, para quienes Irán y el islam político son las principales amenazas. Según esta cosmovisión, Israel ya no es un enemigo, sino un potencial socio regional con el que será más fácil frustrar la expansión iraní en la región. […] Para Israel, que lleva años tratando de normalizar sus relaciones con los países árabes suníes, la ecuación es sencilla: se trata de buscar una paz árabe-israelí, sin obtener necesariamente la paz con los palestinos. Los países del Golfo, por su parte, han rebajado sus exigencias sobre la cuestión palestina. Este “plan definitivo” […] parece aspirar a establecer una nueva realidad en Oriente Medio. Una realidad basada en la aceptación de la derrota por parte de los palestinos, a cambio de unos pocos miles de millones de dólares, y en la que israelíes y países árabes, principalmente del Golfo, podrían finalmente formar una nueva alianza, apoyada por Estados Unidos, para frustrar la amenaza de expansión de un imperio Persa moderno”[13]. Sin embargo, como ya señalamos en 2019, estos acuerdos, que eran una pura provocación tanto a nivel internacional (abandono de acuerdos internacionales y resoluciones de la ONU) como a nivel regional, solo podían reactivar la irresuelta cuestión palestina, instrumentalizada por todos los imperialismos regionales (Irán, por supuesto, pero también Turquía e incluso Egipto) contra Estados Unidos y sus aliados. Además, sólo podían envalentonar al compinche israelí en sus propios apetitos anexionistas e intensificar los enfrentamientos, por ejemplo, con Irán: “Ni Israel, que es hostil al fortalecimiento de Hezbolá en Líbano y Siria, ni Arabia Saudí pueden tolerar este avance iraní”[14]. Los Acuerdos de Abraham sembraron irreparablemente las semillas de la actual tragedia en Gaza.
La precipitación de las facciones derechistas de la burguesía israelí en el poder –más concretamente de los sucesivos gobiernos de Netanyahu desde 2009 hasta el presente– en la prosecución de sus propias políticas imperialistas se opone cada vez más abiertamente a los intereses de las facciones más responsables de Washington y constituye una caricatura de la gangrena de la descomposición que está carcomiendo el aparato político de las burguesías. Las oposiciones entre las diferentes facciones políticas en Israel sobre la política a seguir, las oposiciones entre Netanyahu y su ministro de Defensa o los jefes de las FDI, la confrontación abierta entre Netanyahu y la actual administración estadounidense sobre la conducción de la guerra inducen una importante dosis de incertidumbre e irracionalidad sobre el resultado de la fase actual del conflicto, más aún porque la sombra de un posible regreso de Trump a la presidencia estadounidense se cierne sobre Oriente Medio, lo que daría carta blanca a las políticas bélicas de Israel y, por tanto, acabaría con cualquier esperanza de que Estados Unidos impusiera algún tipo de estabilidad en la región.
El nacionalismo lleva a la clase obrera de Oriente Medio al matadero
Una vez más, es la clase obrera la que más ha sufrido las consecuencias de la política imperialista de las clases dominantes. Los trabajadores israelíes y palestinos se enfrentan constantemente al terror diario de los ataques terroristas palestinos y las incursiones y ataques aéreos del ejército israelí. Si bien el terror interminable desatado por sus clases dominantes ha creado una profunda angustia entre la mayoría de los trabajadores, el nacionalismo de sus líderes también está envenenando sus mentes. La clase dominante de ambos lados está haciendo todo lo posible para azuzar el nacionalismo y el odio entre unos y otros.
En términos materiales, los trabajadores de ambos lados del conflicto imperialista sufren enormemente el peso aplastante de la militarización. Los trabajadores israelíes son reclutados obligatoriamente por 30 meses (hombres) y 24 meses (mujeres). El peso de la economía de guerra israelí ha aumentado la miseria de los trabajadores israelíes. Los trabajadores palestinos, si acaso tienen la suerte de encontrar un trabajo, reciben salarios muy bajos. Más del 80% de la población vive en la pobreza extrema. La única posibilidad para la mayoría de sus hijos es ser víctimas de las balas y los buldóceres israelíes. Y si protestan contra su destino, la Autoridad Palestina y la policía de Hamás están listos para reprimirlos.
Un siglo de conflicto imperialista sobre Israel ha demostrado que ni los trabajadores israelíes ni los palestinos pueden ganar nada apoyando a su propia burguesía. Mientras que el Estado israelí sólo ha sobrevivido a través del terror y la destrucción, la creación de un Estado palestino “en condiciones” sólo significaría un nuevo cementerio para los trabajadores israelíes y palestinos. Es decir, este llamado a un estado palestino es una consigna totalmente reaccionaria que los comunistas deben rechazar.
Es absolutamente vital que los comunistas sean claros sobre las perspectivas de la clase obrera. Si bien todos los izquierdistas presentaron la intifada de 1987 y las que siguieron como revueltas sociales que podían conducir a la liberación, estas luchas fueron en realidad solo una expresión de desesperación, siendo sus llamas encendidas por los nacionalistas. En todos estos enfrentamientos con el Estado israelí, los trabajadores palestinos no luchan por sus intereses de clase, sino que sólo sirven de carne de cañón para su dirección nacionalista palestina.
En contraste, ha habido algunas reacciones combativas ocasionales de trabajadores palestinos que luchaban por sus intereses de clase: en 2007 y nuevamente en 2015, los trabajadores del sector público en Gaza se declararon en huelga contra la administración de Hamás por salarios no pagados. Lo mismo ocurre en Israel, con un historial de huelgas contra el aumento del coste de la vida, como la de los trabajadores portuarios en 2018 y la de los trabajadores de las guarderías en 2021. En 2011, durante las manifestaciones y asambleas de protesta por la crisis de la vivienda en Israel, hubo incluso tímidos signos de acercamiento entre los trabajadores israelíes y palestinos para discutir sus intereses comunes. Pero una y otra vez, el retorno al conflicto militar ha tendido a sofocar estas expresiones elementales de la lucha de clases.
Los comunistas deben ser claros sobre la naturaleza y el efecto del nacionalismo que llena de violencia la vida cotidiana. Pero, además, hemos visto cómo las campañas de apoyo a uno u otro bando en el reciente conflicto han creado verdaderas divisiones en la clase obrera en los centros neurálgicos del capitalismo. Precisamente en el momento en que la clase obrera está saliendo de años de pasividad y resignación, las calles de las ciudades de los países centrales del sistema han sido ocupadas por manifestaciones por una Palestina libre o “contra el antisemitismo”, que llaman a los trabajadores a abandonar sus intereses de clase y elegir bando en una guerra imperialista.
Si bien la población judía de Europa fue una de las principales víctimas del régimen genocida nazi, la política del Estado israelí demuestra que estos crímenes bárbaros no son una cuestión de raza o afiliación étnica o religiosa. Ninguna facción de la burguesía tiene el monopolio de la limpieza étnica, el desplazamiento forzado de la población, el terror y la aniquilación de grupos étnicos enteros. En realidad, los “mecanismos de defensa” del Estado israelí y los métodos de guerra palestinos son una parte integral de la barbarie sangrienta practicada por todos los regímenes en un capitalismo en putrefacción.
R. Havanais / 15.07.2024
[1] El lema “Palestina libre desde el río hasta el mar” surgió a principios de la década de 1960 y se hizo popular entre los miembros de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) como un llamado a regresar a las fronteras previas a la creación de Israel como Estado judío. La expresión hace referencia al río Jordán (que actualmente separa Jordania de Israel y Cisjordania) y al mar Mediterráneo, límites fronterizos de la extensión de Palestina cuando se constituyó este territorio como Mandato Británico tras la I Guerra Mundial y antes de la existencia del Estado de Israel. En la actualidad este lema ha sido asumido y proclamado por nacionalistas, demócratas, e izquierdistas de todo tipo como apoyo al estado Palestino frente al criminal Estado de Israel.
[2] Cf. Notas sobre la historia de los conflictos imperialistas en Oriente Medio, 1ª parte, Revista Internacional 115, 2003.
[3] “De las guerras a Nakbeh: Acontecimientos en Belén, Palestina, 1917-1949, Adnan A. Musallam” (Archivo del 19 de julio de 2011) (consultado el 29 de mayo de 2012)
[4] Meir Litvak, Memoria colectiva palestina e identidad nacional, Palgrave Macmillan, 2009.
[5] Bilan N.º 31 (junio-julio 36); Cf. “El conflicto judío-árabe: la posición de los internacionalistas en la década de 1930” (Bilan Nos. 30 y 31), Revista Internacional, 110, 2002.
[6] La independencia no fue reclamada oficialmente hasta mayo de 1942, en la Conferencia de Baltimore.
[7] Programa político del OZON, el partido en el poder en Polonia, mayo de 1938, recogido en Marius Schatner, Historia de la derecha israelí, Éditions Complexe, 1991, página 140.
[8] Bilan N.º 31 (junio-julio 36); Cf. “El conflicto judío-árabe: la posición de los internacionalistas en los años treinta” (“Bilan” No 30 y 31), Revista Internacional, 110, 2002.
[9] Poco después de la fundación de Israel, Alemania comenzó a apoyarlo financieramente con un “fondo de compensación” anual de mil millones de marcos alemanes por año.
[10] “Resolución sobre la situación internacional, sexto Congreso de la CCI”, Revista Internacional No 44, 1986.
[11] Dov Weissglas, un asesor cercano al primer ministro Sharon, en el diario Haaretz, 8 de octubre de 2004. Citado en Ch. Enderlin, “El “error estratégico” de Israel”. Le Monde diplomatique, enero de 2024.
[12] Netanyahu a los diputados del Likud el 11 de marzo de 2019, según informó el diario israelí Haaretz del 9 de octubre.
[13] Extracto del diario libanés El Orient-Le Jour, 18 de junio de 2019.
[14] “23 Congreso Internacional de la CCI, Resolución sobre la Situación Internacional”. Revista Internacional No 164, 2019.