El auge del populismo es producto de la descomposición del capitalismo

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En Europa, Estados Unidos y prácticamente en todo el mundo, los partidos populistas o los más tradicionales de extrema derecha están cosechando éxitos electorales que parecían inconcebibles hace una década. Esto quedó claramente demostrado durante las elecciones europeas de junio de 2024: Rassemblement National (RN) en Francia, Alternative für Deutschland (AfD - Alternativa para Alemania) y Fratelli d'Italia (Fdl - Hermanos de Italia) obtuvieron resultados impresionantes. En Gran Bretaña, Reform UK de Nigel Farage (el principal defensor del Brexit) pudo absorber a grandes franjas de votantes del Partido Conservador, el partido político más antiguo experimentado de la burguesía. En Francia, se espera que el RN de Marine Le Pen salga victorioso en las próximas elecciones legislativas convocadas a toda prisa por el presidente Macron y podría llegar al poder por primera vez. Y esto en un contexto en el que Trump triunfó en las primarias del Partido Republicano, superó a un cada vez más senil Biden en su último debate y amenaza seriamente con recuperar la Casa Blanca el próximo noviembre....

 

La burguesía tiende a perder el control de su aparato político

Las elecciones europeas han confirmado la realidad de un proceso de debilitamiento que afecta a todos los aparatos políticos de la burguesía en el mundo, no sólo en los países más frágiles de la periferia del capitalismo, en los Estados latinoamericanos más destacados como México, Brasil y Argentina, sino también en el corazón del capitalismo, el de las grandes potencias democráticas de Europa Occidental y Estados Unidos.

 

Después de la Segunda Guerra Mundial y hasta los albores de la década de 1990, a pesar de un contexto de crisis económica cada vez más profunda, la burguesía había mantenido una cierta estabilidad en el panorama político, dominado la mayor parte del tiempo por el bipartidismo, las alternancias o las coaliciones sólidas, como ocurrió, por ejemplo, en Alemania (SPD y CDU), en Gran Bretaña con los tories y los laboristas, en Estados Unidos con los demócratas y los republicanos, o en Francia y España con la oposición de partidos de izquierda y de derecha. En Italia, la principal fuerza política que garantizó la estabilidad del Estado durante todo este periodo fue la Democracia Cristiana. Ello permitió alcanzar mayorías parlamentarias relativamente estables en un marco institucional aparentemente bien engrasado.

 

Sin embargo, a finales de los años ochenta, el capitalismo decadente entraba poco a poco en una nueva fase histórica, la de su descomposición. La implosión del bloque "soviético" y la creciente descomposición del sistema iban a aumentar las tensiones en el seno de las distintas burguesías nacionales y a afectar cada vez más a sus aparatos políticos. La profundización de la crisis y la cada vez más evidente falta de perspectivas, incluso para ciertos sectores de la burguesía y la pequeña burguesía, erosionaron cada vez más la "credibilidad democrática" de los partidos tradicionales y, desde principios del siglo XXI, dieron lugar a movimientos populistas que denunciaban los "tejemanejes de las élites dirigentes", combinados con un aumento de la abstención y una creciente volatilidad electoral. En Italia, la Democracia Cristiana también se hundió, dando paso a nuevas formaciones como Forza Italia ( encabezada por un líder populista, Berlusconi), y luego a un sinfín de movimientos populistas y de extrema derecha al frente del Estado (el Movimiento 5 Estrellas, la Lega de Salvini, Fratelli d'Italia). En los Países Bajos, tres de los cuatro partidos con mayoría parlamentaria son populistas. En Estados Unidos, desde Bush hijo y su administración, las tendencias populistas han ido minando cada vez más al Partido Republicano (como el Tea Party, por ejemplo) y han llevado al populista Trump a hacerse con el control del partido.

 

Poco a poco, el control de la burguesía sobre su sistema político empezó a mostrar grietas. En Francia, después de las "cohabitaciones forzadas", el empuje de Macron para contrarrestar el ascenso del Frente Nacional llevó al colapso del desacreditado Partido Socialista, y a la fragmentación del partido de derechas. En el Reino Unido, la burguesía intentó recuperar el movimiento populista pro-Brexit a través del Partido Conservador, lo que condujo a su actual fragmentación.

Con la aceleración de la descomposición en los últimos años, en particular desde la pandemia de Covid-19, la ola populista obliga a cada vez más Estados a enfrentarse a fracciones burguesas marcadas por la irracionalidad, la versatilidad y la imprevisibilidad. El populismo es así la expresión más caricaturesca de una sociedad cada vez más marcada por la descomposición del modo de producción capitalista.

 

El auge del populismo no es, por tanto, el resultado de una maniobra deliberada de la clase dominantei. La efervescencia en el seno de las fracciones más "racionales" de la burguesía ante la irrupción de estas organizaciones expresa una inquietud real. Aunque los populistas son fundamentalmente "de los suyos" y su retórica xenófoba y retrógrada es, en verdad, un apestoso concentrado de la ideología de la clase burguesa (individualismo, nacionalismo, dominación por la violencia...), el acceso de los partidos populistas y de sus dirigentes totalmente irracionales e incompetentes a la dirección de los Estados sólo puede complicar aún más la gestión de los intereses de cada capital nacional y agravar el caos que ya se extiende por todo el planeta.

 

El populismo, producto y acelerador del caos y la inestabilidad mundial

l auge del populismo en varios países confirma lo que la CCI ya había analizado en las Tesis dedicadas al análisis del período histórico de la descomposición, en las que subrayábamos «la creciente dificultad de la burguesía para controlar la evolución de la situación en el plano político. La base de este fenómeno es, claro está, que la clase dominante cada día controla menos su aparato económico, infraestructura de la sociedad [...]La falta de la menor perspectiva (si no es la de ir parcheando la economía) hacia la cual pueda movilizarse como clase, y cuando el proletariado no es todavía una amenaza a su supervivencia, lleva a la clase dominante, y en especial a su aparato político, a una tendencia a una indisciplina cada vez mayor y al sálvese quien pueda. Es un fenómeno que nos permite explicar el hundimiento del estalinismo y del bloque imperialista del Este»ii.

Este inevitable avance de la descomposición capitalista también explica el fracaso de las medidas adoptadas por los partidos tradicionales de la burguesía para frenar el auge del populismoiii. Por ejemplo, la burguesía británica intentó reconducir el desastre del "Brexit" sustituyendo a Boris Johnson y Liz Truss por un primer ministro más responsable, Rishi Sunak en 2022. Pero el "fiable" Sunak respondió a la derrota en las elecciones a la alcaldía adelantando las elecciones generales, lo que muchos analistas han calificado de "suicidio político" para los "tories", otrora emblema de la burguesía más inteligente y experimentada del mundo. Lo mismo puede decirse de un Macron, apoyado desde hace años por todas las fuerzas políticas de la burguesía francesa (incluida la izquierda, que le votó, recordemos, con una "pinza en la nariz" para evitar que Le Pen llegara al poder) y que, al disolver precipitadamente la Asamblea Nacional, está allanando potencialmente el camino a la RN y, pase lo que pase, a la imprevisibilidad y el caos. Esta política de tierra quemada es totalmente contraria a los intereses de las facciones que pretenden ser las más responsables dentro del aparato político, como demuestran las divisiones dentro de los partidos de derechas y la precipitada formación de un Nuevo Frente Popular en la izquierda, cuyo rumbo es incierto. Por último, en Estados Unidos, la derrota de Trump en 2020 no ha ayudado al Partido Republicano a encontrar otro candidato más "previsible". Tampoco el Partido Demócrata ha sabido reaccionar, y ahora tiene que confiar en un Biden de 81 años para frenar a Trump.

El hecho de que los dirigentes de los principales Estados capitalistas estén jugando al póquer, en aventuras irresponsables de resultados imprevisibles, en las que los intereses particulares de cada camarilla, o incluso de cada individuo, priman sobre los de la burguesía en su conjunto y sobre los intereses globales de cada capital nacional, es revelador de la falta de perspectiva, del predominio del "sálvese quien pueda".

Las consecuencias de esta dinámica de pérdida de control serán necesariamente una gran aceleración del caos y la inestabilidad mundial. Si la primera elección de Trump ya había marcado un aumento de la inestabilidad en las relaciones imperialistas, su reelección supondría una aceleración considerable del caos imperialista global al, por ejemplo, reconsiderar el apoyo estadounidense a Ucrania o respaldar sin reservas la política de tierra quemada de Netanyahu en Gaza. La vuelta de Trump al poder agravaría aún más la desestabilización de las instituciones y, de forma más general, fragmentaría el tejido social, como se pudo ver en el asalto al Capitolio en enero de 2021. También es probable que se agrave la crisis económica, con un aumento del proteccionismo no sólo contra China sino también contra Europa.

Además, tendría un gran impacto en la Unión Europea (UE), que también está desgarrada por las crecientes tensiones en torno a la guerra de Ucrania y el conflicto de Gaza, como puede verse en particular entre Francia y Alemania sobre el envío de tropas a Ucrania. Es probable que estas tensiones aumenten con el ascenso de las fuerzas populistas, que tienden a ser menos hostiles hacia el régimen de Putin y menos inclinadas a apoyar financiera y militarmente a Ucrania. Además, la política de austeridad económica de la UE (limitación del déficit presupuestario, de la deuda, etc.) se opone también al proteccionismo económico y social preconizado por los populistas en nombre de la "soberanía nacional".

 

La burguesía intenta volver los efectos de su descomposición contra el proletariado

Cualesquiera que sean las dificultades que encuentran las distintas burguesías para mantener el control de su aparato político, tratan por todos los medios de explotarlas para contrarrestar el desarrollo de las luchas obreras, para contrarrestar la reflexión en el seno del proletariado e impedir así el desarrollo de la conciencia en su seno. Para ello, cuentan con la izquierda, que despliega todo su arsenal ideológico y presenta falsas alternativas. En Inglaterra, el Partido Laborista se presenta como la alternativa "responsable" para frenar el desorden provocado por la irresponsable gestión del Brexit por parte de los sucesivos gobiernos tories. En Francia, ante la imprevisible decisión de Macron de convocar elecciones, la gran mayoría de las fuerzas burguesas de la izquierda tradicional y más radical se han unido en un "nuevo frente popular" para oponerse al ascenso de la extrema derecha. Explotando la oposición entre sectores de la burguesía frente al ascenso del populismo y la extrema derecha, intentan desviar al proletariado de la única lucha que puede conducir a la liberación de la humanidad mediante el derrocamiento del sistema capitalista, y llevarlo a falsas perspectivas de la defensa de la democraciaiv. Mientras que el voto moviliza a la clase obrera como "ciudadanos" atomizados, la izquierda presenta los resultados electorales como un reflejo del estado de la conciencia de clase. La burguesía muestra a menudo mapas que muestran el crecimiento del voto populista en los barrios obreros para machacar la idea de que la clase obrera es la causa del auge del populismo, que es una multitud de ignorantes sin futuro. También siembra la división entre los trabajadores "víctimas del racismo", de los que se dice que son víctimas los trabajadores "blancos privilegiados".

Por lo tanto, está claro que el aumento de las dificultades políticas para la burguesía no significa en absoluto una oportunidad para que el proletariado las aproveche para desarrollar su propia lucha. Esta situación no conducirá en modo alguno a un fortalecimiento automático de la clase obrera. Al contrario, es una oportunidad utilizada y explotada ideológicamente por la clase dominante.

El proletariado necesita politizar sus luchas, pero no de la manera preconizada por la izquierda del capital, comprometiéndose en la defensa de la "democracia" burguesa. Por el contrario, debe rechazar las elecciones y luchar en su propio terreno de clase, contra todas las fracciones y expresiones del mundo capitalista que amenazan con condenarnos a la destrucción y a la barbarie.

 

Valerio, 1 de julio de 2024

i Ver: «Cómo se organiza la burguesía». En Revista Internacional nº 172

ii https://es.internationalism.org/revista-internacional/200510/223/la-desc..., «La descomposición, fase última de la decadencia capitalista», Revista Internacional nº 107 (2001)

iii No hay diferencias fundamentales entre los populistas y la extrema derecha y los partidos clásicos del Estado burgués. La retórica puede ser más contundente o cínica. Los primeros desatan con frecuencia su bilis racista, mientras que los segundos subcontratan el cierre de sus fronteras a regímenes tortuosos como Turquía o Marruecos. Los populistas son a menudo negacionistas del cambio climático. Los partidos "responsables" no son tan burdos, pero lo único que están dispuestos a hacer son "payasadas" como la reciente cumbre del clima de Dubai.

iv Ver nuestro folleto: «Fascismo y democracia, dos expresiones de la dictadura del capital»

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El populismo