Crisis y Luchas Obreras en México

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Con la reproducción de este artículo, además de expresar nuestro acuerdo con su contenido político, queremos también dar a conocer a la mayor cantidad de gente que nos es posible, la realidad del desastre económico que está viviendo el capitalismo en México al igual que en las 3/4 partes del planeta. Queremos así denunciar las dramáticas condiciones de existencia de millones y millones de seres humanos en nuestros días. El texto de nuestros compañeros del GPI nos da muestras de que la barbarie capitalista no es una fatalidad y que la clase obrera, aunque no pueda tener la misma fuerza que en las grandes concentraciones industriales de los EEUU y de Europa, está luchando contra la miseria, afirmándose como la única fuerza capaz de ofrecer una perspectiva contra la barbarie, a la totalidad de capas populares, miserables y sin trabajo, de esos países. Sí, el proletariado de México, al igual que en el resto de Latinoamérica, está en la lucha, obligado por las circunstancias, a desarrollar las mismas armas que sus hermanos de clase de los demás continentes, contra idénticas dificultades, contra idénticos obstáculos, y, para empezar, las trampas de los partidos de izquierda, de los sindicatos, y la represión estatal.

La realidad de la combatividad obrera en México se ha visto confirmada, en negativo, por el desarrollo mismo de las últimas elecciones presidenciales, en las que por primera vez desde hace más de 60 años, el candidato del PRI, partido del gobierno, sólo ha sacado 50 % de votos en medio de la mayor confusión y sin duda mediante el clásico fraude. Cuauhtémoc Cárdenas, su adversario, procedente, también él, del... PRI, estaba apoyado por una coalición de partidos de izquierdas, y entre ellos el PC y los trotskistas. Basándose en temas típicamente embaucadores como el de la democracia contra la corrupción y el pucherazo electoral, el del nacionalismo contra el reembolso de la deuda mexicana, contra la “dictadura del FMI” y el imperialismo de Estados Unidos, la burguesía lo ha hecho todo, y parece haberlo conseguido, para organizar una fuerza política de izquierdas en torno a Cárdenas. Con ello, la burguesía pretende canalizar la rabia evidentemente para ella. Esta nueva adaptación de las fuerzas políticas de la burguesía en México se está completando con el desarrollo de un “sindicalismo independiente” (independiente del sindicato único, la CTM), versión mexicana del sindicalismo de base.

En resumen, bajo los condescendientes auspicios de los EEUU, la burguesía mexicana está instalando fuerzas políticas y sindicales de izquierda, en la oposición, para así desnaturalizar las inevitables luchas obreras del futuro, gracias, en particular, a los mitos democráticos, empleados ya en la mayoría de los países latinoamericanos, como hoy está ocurriendo en Chile.

CCI

 

Durante los últimos años, venimos presenciando una constante agravación de la crisis en México. Por supuesto, esta situación solo puede comprenderse cabalmente tomando en cuenta que el país forma parte del sistema capitalista mundial y, como tal, se halla inmerso en la crisis crónica mundial que desde finales de los sesenta viene extendiéndose y agravándose lenta pero inexorablemente, en la forma de “recesiones” (paralización del crecimiento industrial y comercial) cada vez más duraderas y profundas, seguidas de “recuperaciones” cada vez más cortas y ficticias.

Así, mientras la pasada “recesión” de 1980-82 abarcó literalmente a todo el mundo, la “recuperación” que le siguió del 83 al 86 apenas tocó a las grandes potencias, en tanto la mayoría de los países quedaron sumergidos en el estancamiento. Ahora, el mundo entero se encamina nuevamente a otra “recesión” cuyos efectos previsiblemente serán aún más desastrosos que los de la anterior. En el caso de México, del 82 en adelante asistimos al desmoronamiento de la industria del país. En los últimos cinco años el porcentaje de crecimiento del PIB en promedio ha sido menor a cero... Todos los sectores industriales se hallan estancados o en retroceso... con todo ello la situación de los trabajadores empeora. Durante 1987 “el crecimiento industrial continúa totalmente estancado”1.

Señalemos tan sólo tres signos externos visibles de la agudización de la crisis durante 1987:

1)El magro crecimiento del PIB en 1,4 % que ni siquiera recupera la caída de - 3,8 del 86. Lo cual indica que la producción continúa estancada, ante la falta de motivos para invertir, dada la sobreproducción mundial y la caída de los precios de todas las materias primas, de las que México es productor (como petróleo, minerales, productos agrícolas).

2) Una inflación disparada en 159 % anual. Como el mercado interno se halla estancado, el gobierno intenta reanimarlo mediante un aumento de su gasto. Para ello acelera la elaboración de billetes (papel-dinero) con lo cual paga a empleados, contratistas, etc...

Pero la elaboración indiscriminada de papel-dinero produce en éste el mismo efecto que si por ejemplo una mercancía cualquiera pudiera producirse con una menor inversión: bajaría su valor. A medida que se lanza a la circulación más papel-dinero sin valor, necesariamente se deprecia con relación al conjunto de mercancías, o lo que es lo mismo, las mercancías suben de precio.

Aunque si bien suben de precio todas las mercancías, no lo hacen en la misma proporción, particularmente el precio de la fuerza de trabajo (los salarios), que se va retrasando en relación a los precios de las demás mercancías, mecanismo muy bien conocido por cualquier trabajador y que es utilizado por la clase capitalista para apoderarse de mayores ganancias a costa de la caída del salario.

El problema para el capital es que cada alza de precios empuja a una nueva emisión de billetes, entrando en la «espiral inflacionaria» donde la cantidad de dinero va creciendo al mismo ritmo acelerado en que se va depreciando, hasta llegar a una situación en que los precios suben tan rápido, de un día para otro o incluso cada hora (la llamada «hiperinflación»), que el dinero pierde toda utilidad, pues ya no sirve ni para medir el valor de las mercancías, ni para las operaciones de intercambio, ni para ahorrarse, ni para nada.

De esta manera, el mecanismo que al principio se utilizó para reanimar la circulación de mercancías, se transforma en lo contrario: en un obstáculo más para la misma circulación, agudizando el estancamiento.

La inflación es un ejemplo claro de cómo las medidas de política económica aplicadas por los Estados nacionales actualmente pueden contener momentáneamente la crisis, pero no pueden

terminar con ella. Y en los últimos meses de 1987, la economía mexicana caminaba derecho hacia la “hiperinflación”2.

3) El crecimiento desmesurado de la bolsa mexicana de valores en unos pocos meses y su posterior estallido, con el resto de las bolsas de valores del mundo, a finales de octubre.

La caída de la bolsa de valores en México simultáneamente a las caídas de otras bolsas del mundo no fue una mera coincidencia : obedeció a las mismas causas profundas, puso en evidencia la completa interpenetración de la economía mundial.

Las principales bolsas de valores del mundo (de Nueva York, Europa y Japón) venían creciendo en los últimos dos años, de manera totalmente desproporcionada en relación con el crecimiento industrial. Los capitales huían de la inversión productiva para colocarse en operaciones financieras, especulativas, señal de que la «recuperación» iniciada en 1983 tocaba a su fin. Y al irse saturando las principales arterias financieras, los capitales también llenaban las menores. Así, durante 1987,muchos capitales «retornaron» a México, pero no tanto para invertir en la industria, sino básicamente para ser colocados en el mercado bursátil, en la emisión de valores-papel (acciones), apoderándose del dinero de otros inversionistas, que compraban las acciones atraídos por la promesa de altas ganancias (promesas que en el último momento llegaron a ser del 1000 %). De esta manera, por el puro juego de la oferta y de la demanda, juego alentado por la prensa y por el mismo gobierno, la bolsa mexicana se hinchó en unos meses en 600 %... para derrumbarse a finales del año, con el resto de las bolsas del mundo, cuando resultó que ni la producción mundial ni la nacional habían crecido lo suficiente y las ganancias no eran reales, llegando a perder la bolsa de México el 80 % del «valor» que habían llegado a manejar. Tan sólo unos cuantos lograron altas ganancias (producto de la especulación): aquéllos que conocen y manipulan la información y que pudieron deshacerse rápidamente de las acciones, quedándose con el dinero líquido, mientras dejaban en la ruina a muchos otros inversionistas3.

Así, pues, en condiciones de sobreproducción, de saturación de los mercados, la producción industrial queda estancada, mientras los capitales se orientan hacia la búsqueda de ganancias especulativas.

Es ante esta situación que, a partir de mediados de diciembre del 87,el gobierno mexicano decide adoptar un nuevo programa económico, llamado «Pacto de solidaridad económica». El Estado parte del reconocimiento del fracaso de los planes anteriores para contener la crisis (de que, por tanto, eran mentiras las optimistas declaraciones oficiales), de que la crisis persiste y se agrava, y de la necesidad de dar otro salto para atrás lo más ordenadamente posible, «distribuyendo» (hasta donde el Estado puede hacerlo) las pérdidas entre los diferentes sectores capitalistas, pero, básicamente, incrementando aún más la explotación hacia la clase obrera.

Para echar a andar el programa, el Estado ha levantado una aplastante campaña ideológica, por todos los medios de difusión existentes, para convencer a los trabajadores de que deben aceptarlo, de que « el pacto » sería la base para solucionar los «problemas nacionales», de que tiene que haber «solidaridad» entre todos los «sectores » sociales, en suma, de que deben sacrificarse aún más para salvar las ganancias de los capitalistas.

Por su forma, el «pacto de solidaridad» es un programa «antinflacionario», en cierta medida semejante a los aplicados en otros países como Argentina, Brasil o Israel. A partir de una inicial y repentina alza general de los precios de las mercancías, junto a la contención de las alzas salariales, y de un drástico recorte del gasto gubernamental (que fue en 5,8 % )se trata de ir controlando paulatinamente la inflación. Lo cual no significa otra cosa que una nueva y tremenda contracción del comercio interno, aunque «regulada» por el Estado, y más cierres de industrias, comenzando por las empresas para estatales, cierres que a su vez repercutirán en las privadas.

De hecho, en los últimos cinco años ha sido una constante la liquidación de empresas paraestatales, o su venta a precio de remate. Este proceso que es llamado por el gobierno «desincorporación» ha alcanzado a unas 600 industrias, algunas tan importantes como la fundidora Monterrey, la que, en su liquidación, arrastró a un conjunto de filiales y proveedoras. Con el «pacto», este proceso únicamente se acelera: tan sólo en los primeros tres meses del «pacto», el gobierno ha autorizado la desaparición de unas 40 empresas (el caso más señalado es el de Aeroméxico que contrataba a más de 10 mil trabajadores) y la venta de otras 40 (entre las que se cuenta la mina de cobre Canaena, la más grande del país).

Tal es el significado de la agudización de la crisis: la aceleración del proceso de destrucción-desvalorización del capital, mediante la aniquilación material de los medios de producción o su depreciación, así como la reducción de los salarios y el despido masivo de obreros (lo cual está acompañado de ritmos de trabajo más intensos para los que continúan laborando). Sobre esta base, el capital intenta revertir la caída de las ganancias, apoderándose de mayor plusvalor con relación al capital invertido, lo cual, en términos de mercado internacional, significa presentar productos más competitivos, más baratos.

Con el «pacto de solidaridad», pues, las condiciones de vida de la clase obrera empeoran. El agotamiento físico en el trabajo, el desempleo y la miseria se agudizan. La explotación capitalista se torna aún más insoportable.

La situación de la clase obrera en el país

Al igual que en todo el mundo, la situación del proletariado en México continúa agravándose. Las cifras dadas a conocer por la burguesía constituyen a penas un pálido reflejo de esta realidad.

El derrumbe de la planta productiva tiene su complemento en el desempleo masivo. Se calcula4 que en México, han sido despedidos en los últimos cinco años más de 4 millones de trabajadores quienes, sumados a la población joven que busca trabajo sin encontrarlo, resulta más de 6 millones de desocupa-dos. Un ejemplo dramático lo constituye el grupo automotriz DINA, que llegó a emplear a 27 mil obreros, pero que para 1982 ya eran menos de 10 mil y para el 87 apenas rebasaba los 5 mil; con el «pacto», esta cantidad se va a reducir aún más ante la decisión de vender siete filiales del grupo, la cual será acompañada de la consiguiente «reestructuración” de las mismas, que para los obreros significa despidos.

La puesta en marcha del «pacto de solidaridad» significó de manera inmediata 30 mil puestos de trabajo menos (17 mil en las industrias paraestatales y 13 mil en el sector central)5, pero los despidos aún continúan.

Y junto al desempleo, la caída del salario real de la clase obrera. Es posible darse alguna idea de esta caída observando la evolución de la «distribución del ingreso», el porcentaje de participación de los salarios en el PIB, en relación con lo que se apoderan el gobierno y los empresarios. En 1977, la parte de salarios en el PIB llegó a ser el 40 %; en 1982 ya era del 36%,y en 1987 apenas alcanzó el 26 %.

Todo el mundo reconoce la caída en picada del salario mínimo (oficialmente la capacidad de compra de éste disminuyó el 6 % tan solo en 1987). Pero además habría que añadir que existe en el país un número desconocido de asalariados que perciben menos del salario mínimo; por ejemplo, los trabajadores del municipio de Tampico realizaron un paro ¡para exigir el pago del salario mínimo! Y además la tendencia de los salarios de las categorías más altas de trabajadores (tanto de obreros como de otros trabajadores), a rasarse con el mínimo; por ejemplo, si en 1976 un catedrático llegó a obtener el equivalente a 4 salarios mínimos y un trabajador universitario 1,5 actualmente el primero recibe sólo 2,8 y el segundo 1,2 salarios mínimos6.

Casos particulares señalados: los salarios en las maquiladoras de la frontera norte del país han caído hasta llegar a ser los salarios de maquiladoras más bajos del mundo7. O las pensiones de los jubilados que equivalen a menos de la mitad de un salario mínimo...

Los investigadores no dejan de reconocer las consecuencias de la reducción de los salarios en las condiciones de vida de los trabajadores. Así, por ejemplo, «en los años de 1981 a 1985, las familias de bajos ingresos (40 % de la población nacional)acusan una caída en sus niveles nutricionales de gran severidad, ubicándose por abajo de los niveles recomendados por la FAO»8. Igualmente se reconoce que mueren anualmente unos 10 mil niños pequeños por causas atribuibles a la miseria (desnutrición, parasitosis...) en el país.

El ”pacto” significó un nuevo y brutal recorte en los salarios, desde dos lados. Por una parte, el recorte del gasto gubernamental trae un nuevo recorte del salario social: educación, salud y otros servicios. Por otra, el mecanismo básico de control de la inflación descansa, como ya apuntábamos arriba, en una contención de las alzas salariales en relación con las alzas de precios (es decir, en una caída del poder de compra del salario).

Al desempleo masivo y la caída del salario, habría que añadir las condiciones de trabajo que viene imponiendo el capital, con el literal despedazamiento de los contratos colectivos, por todas partes, con la sustitución de los puestos de planta por eventuales (con la pérdida de todo tipo de prestaciones como vacaciones, etc.) y el incremento de las cargas de trabajo, medidas que el «pacto» también acelera. Un caso reciente es el de la Nissan, donde los patrones querían acabar con el tiempo de tolerancia (10 minutos a la entrada y 10 a la salida) lo que equivalía a producir 12 automóviles diarios más.

Finalmente, como consecuencia directa del ahorro en capital (que incluye el ahorro en medidas de seguridad) y del aumento de las cargas de trabajo, un aumento de los «accidentes» de trabajo, cuestión también reconocida oficialmente. Un caso reciente fue el «accidente» ocurrido el 25 de enero en la mina CUATRO Y MEDIO de Coahuila, en el que perdieron la vida 49 trabajadores; por más que las autoridades quisieron ocultar las causas del derrumbe que sepultó a los mineros, trascendió que éste se debió a la explosión de un transformador de energía eléctrica que a su vez provocó el estallido del gas grisú altamente concentrado en ese momento, con lo cual se evidenció, tanto la falta de mantenimiento adecuado en las instalaciones, como la carencia de equipo para detectar y extraer el gas. Posteriormente el resto de los mineros fueron obligados a regresar al trabajo, en las mismas condiciones.

Así pues. Toda la situación en México acusa los mismos rasgos del capitalismo mundial. Una crisis crónica que, para el proletariado representa mayor explotación, mayor miseria y hasta su aniquilamiento físico. Una creciente barbarie social, que parece no tener fin. Ninguna «reestructuración », ningún «programa», sacará al capitalismo de esta situación.

Para la clase capitalista mundial (incluida la fracción mexicana de ésta) la única solución a la crisis sería una nueva guerra mundial como medio de una destrucción a escala mil veces mayor de medios de producción, única base que, hipotéticamente, podría abrir paso a nuevas fuerzas productivas y a una nueva repartición del mercado mundial entre los vencedores9.

Pero la crisis capitalista actual, con toda la agravación de las condiciones de vida y de trabajo que acarrea, sacude las cabezas de los millones de proletarios. Despierta su voluntad de luchar contra la explotación capitalista, voluntad que había permanecido aplastada bajo el peso de más de 50 años de contrarrevolución triunfante, pero que nuevamente resurge a nivel internacional, desde finales de los sesenta, con las huelgas masivas. El proletariado en México también ha dado ya algunas muestras de ese despertar.

La lucha de clases en México

La clase obrera es una sola a escala mundial. Su condición como la clase productora de la riqueza material y a la vez explotada, le unifica por los mismos intereses y objetivos históricos: la abolición del trabajo asalariado. La crisis crónica que atraviesa todo el planeta hace aún más evidente que las condiciones de la explotación capitalista son básicamente las mismas en todos los países, actualmente, llámense éstos “ desarrollados”, “subdesarrollados” o “socialistas”, patentiza el carácter único, internacional de la clase obrera.

En este mismo sentido, la lucha del proletariado «en México » es apenas una parte de una lucha única, mundial del proletariado, aunque por el momento esta unidad esté determinada sólo «objetivamente», por la agudización de la explotación que empuja a los obreros de todas partes a resistir, y aún requiera de la unidad «subjetiva», es decir, consciente y organizada de la clase obrera a nivel internacional, para poder llevar a término sus objetivos revolucionarios.

En el número anterior de Revolución Mundial, reconocíamos la existencia de una respuesta obrera en el país ante los ataques económicos del capital la cual, con todo lo débil que fuera, a pesar de todas sus limitaciones y de los obstáculos puestos por el capital, se inscribía en el conjunto de luchas que recorre el mundo desde 1983.

Esa respuesta tuvo su eje en la huelga, a principios de 1987, de 36 mil electricistas, la cual, a pesar de haber permanecido bajo el control sindical, logró atraer en una manifestación de protesta a cientos de miles de trabajadores de otros sectores, en los mismos momentos en que otras fracciones de la clase obrera luchaban en otras partes del mundo.

Ahora, en los tres primeros meses del 88, hemos asistido en México a otro impulso de la clase obrera, a una racha de huelgas que, si bien es relativamente pequeña, no alcanza a tener la magnitud e importancia de las habidas recientemente en otros países, sí expresa las mismas tendencias generales, semejantes dificultades, enfrenta los mismos ataques del Estado.

De manera casi simultánea, dado que se trata del período de revisiones de contrato, han estallado huelgas por todo el país, tanto en el «sector público» como en el «privado»: en las plantas automotrices de FORD-CHIHUAHUA, GENERAL MOTORS-D.F., VW-PUEBLA y poco después en la Nissan-Morelos; en otras industrias como QUIMICA Y DERIVADOS y CELANESE en Jalisco; CENTRAL DE MALTA y los transportes en Puebla; PRODUCTOS PESQUEROS en Oaxaca; ACEITERA B Y G en San Luis Potosí; estibadores del puerto de Veracruz; CARROCERIAS CASA en el Distrito Federal. Asimismo, estalló la huelga en unas 25 compañías aseguradoras, y en 10 universidades del país. Los trabajadores de la Secretaría de Agricultura realizaron paros en Tamaulipas y Sinaloa; los del Metro de la ciudad de México una marcha de protesta. Y los trabajadores del IMSS (Seguro Social) realizaron una serie de paros y movilizaciones en la ciudad de México y paros en el interior del país. Todas esas huelgas y movilizaciones tuvieron como demandas centrales aumentos salariales y la oposición a los despidos masivos planeados por el capital.

Sin embargo, todas ellas han permanecido aisladas unas de otras y bajo el férreo control de los sindicatos, tanto «oficiales» (Congreso del Trabajo), como «independientes» (Mesa de Concertación), a excepción del movimiento de IMSS (del que hablaremos más abajo).

El control de los sindicatos se expresó, por ejemplo, en los acuerdos que tomaban, los cuales hacían aparecer como «solidaridad obrera», pero que en realidad tenían como fin someter las luchas. Como el acuerdo de cinco sindicatos de la industria automotriz, de descontar mil pesos a la semana por trabajador en funciones, para «apoyar a los que estuvieran en huelga»; de esta manera cortaron toda posibilidad de una verdadera solidaridad (la que sólo puede consistir en la extensión de la huelga a otras fábricas de cualquier sector), haciendo pasar por «apoyo» lo que en realidad era el mantenimiento de las huelgas en la pasividad y el aislamiento. Otro caso similar es el nuevo aire que toma el SUNTU (especie de federación de sindicatos universitarios), cuya labor se centra en mantener en el marco de las negociaciones por separado a cada universidad en huelga.

Los sindicatos siguen siendo, pues, el primer obstáculo que los obreros encuentran para el desarrollo de sus luchas, el sindicato es el medio principal con que cuenta el capital para impedir que las luchas sobrepasen el ámbito de la protesta aislada y se encaminen a su coordinación y unificación, haciendo a un lado las divisiones sectoriales y regionales (posibilidad dada por la simultaneidad de las luchas).

De aquí la importancia que tuvo la lucha de los trabajadores del Seguro Social, cuyos esfuerzos para sacudirse el control sindical constituían un ejemplo para otros sectores que en esos momentos se planteaban también la lucha.

Y desde el 86 diferentes categorías del IMSS han realizado movilizaciones en diversas regiones del país y ahora lo han hecho conjuntamente: enfermeras, médicos, trabajadores de la intendencia, etc...

El motivo inmediato de esta nueva lucha fue el escamoteo que la empresa y el sindicato hicieron de la revisión del contrato colectivo, exigiendo a los trabajadores que se conformaran con el « aumento » otorgado por el «pacto de solidaridad». En respuesta, los trabajadores empezaron a realizar una serie de paros espontáneos por todas las dependencias de la ciudad de México y en varias ciudades de provincia, paros que se realizaban por encima y en contra del sindicato oficial; los delegados sindicales fueron ubicados explícitamente como parte de las autoridades. El punto culminante de la lucha fue la combativa manifestación del 29 de enero, de unos 50 mil trabajadores, que alcanzó a atraer la solidaridad de trabajadores de otras dependencias del sector salud y de «colonos» (habitantes de los barrios marginales). Los trabajadores realizaron también esfuerzos por dotarse de un organismo representativo (el cual, empero, no llegó a cristalizar).

La lucha fue duramente atacada por el Estado. Los medios de difusión repetían que las autoridades y el sindicato no aceptarían ninguna demanda fuera de los «marcos jurídicos y sindicales». Muchos trabajadores recibieron amenazas de castigo en sus centros de labor; más de cien fueron cesados. Incluso la policía llegó a reprimir algunos de los bloqueos de calles realizados durante los paros. Pero la parte principal del ataque corrió a cuenta de la izquierda del capital.

Como sucede siempre que los trabajadores tienden a salir del control de los sindicatos oficiales, entra en acción la izquierda del capital, impulsando la política, igualmente burguesa y nefasta para los trabajadores, de «democratizar» al sindicato o de crear algún sindicato «independiente». En esta ocasión actuó por dos vías: de una parte, intento formar un “frente” que llamaba a “presionar el sindicato para que cumpliera su papel” ¡como si no lo hubiera hecho al reprimir abiertamente a los trabajadores!; la segunda vía fue corroer al movimiento “desde dentro”, desviando los esfuerzos de autoorganización de los trabajadores, hacia la creación de una «coordinadora» que lejos de levantar las demandas de la lucha, se planteó como objetivo «ganar carteras en el sindicato para democratizarlo». Al mismo tiempo, la izquierda del capital aprovechaba la fuerte tendencia al gremialismo de este sector, para mantenerlo aislado del resto de trabajadores en huelga. Y así, la lucha quedó agotada sin haber logrado obtener ninguna demanda.

A pesar de todo, la lucha del IMSS ha mostrado nuevamente no sólo que el sindicato, como organismo del capital, puede llegar a reprimir abiertamente a los trabajadores, sino, lo más importante, que es posible movilizar sin recurrir al sindicato. En este sentido constituye un paso adelante, un ejemplo a seguir, para el conjunto de la clase obrera. Aunque todavía hace falta romper con las divisiones sectoriales y regionales, romper con el aislamiento de las luchas.

Resumiendo. Las huelgas que hemos presenciado en México reflejan las mismas tendencias observadas en las luchas obreras en otros países actualmente:

- de manera general, una creciente tendencia a la simultaneidad de las mismas. Series de huelgas que estallan, por muchas partes en diferentes sectores, al mismo tiempo;

-intentos de romper el control sindical y de autoorganización, en las luchas puntuales;

-en menor medida, algunas muestras de solidaridad entre diferentes sectores.

Las huelgas enfrentan el ataque concentrado del Estado, cuyo primer frente está constituido por los sindicatos. Los sindicatos no han logrado impedir los estallidos de huelga, pero sí han logrado mantenerlas aisladas y en el marco de las demandas «particulares» de cada sector.

El dominio sindical es capaz de mudar de vestido, ahí donde los obreros intentan romperlo. Ya sea mediante la sustitución de un sindicato oficial por otro «radical» o «independiente»; ya sea presentando como «autoorganización» lo que no es más que un cascarón sin contenido proletario, que cumple las mismas funciones que el sindicato (el aislamiento y desgaste de las luchas).

Al mismo tiempo, con el esfuerzo constante de los cuerpos represivos. Con un enorme despliegue policiaco en las movilizaciones, con la represión directa de ciertas luchas.

Y a lo anterior aún hay que agregar las campañas para mantener el dominio político sobre los trabajadores, mediante el juego a la «democracia », cuestión que en México se halla en pleno apogeo ante el próximo cambio de presidente. Así, los partidos de oposición han intentado canalizar todo el descontento creado por el «pacto de solidaridad» hacia las elecciones, mediante marchas que supuestamente son contra el «pacto», pero que terminan con el apoyo a tal o cual candidato (véase Revolución Mundial)10

En fin. El Estado burgués aparenta ser inconmovible a los ojos del proletariado.

La última expresión de la ola reciente de luchas vivida en México la constituyó la huelga de Aeroméxico. Más de 10 mil trabajadores (básicamente los trabajadores de tierra) se levantaron contra la intención de la empresa de poner fuera de servicio 13 aviones, lo que hubiera significado gran cantidad de despidos.

Con la seguridad de que el sindicato mantenía el control de estos trabajadores, el gobierno, al contrario de lo que temían, no «requisó» la empresa (lo que hubiera significado la entrada de la policía y esquiroles), como lo hace generalmente en los paraestatales, sino que dejó estallar la huelga para, a los pocos días, con el pretexto de las «pérdidas ocasionadas por la huelga», declarar en quiebra a la empresa y hacerla desaparecer, dejando en la calle a los miles de trabajadores.

Es evidente que en esta ocasión, el Estado ha querido dar una «lección», no sólo a este sector, sino al conjunto de la clase obrera. El mensaje, difundido con toda la fuerza de los medios de comunicación del capital, era clarísimo : «los trabajadores deben resignarse ante los planes del capital... la huelga no sirve para nada».

Sin embargo, para la clase obrera, muy otras son las enseñanzas que han dejado estas luchas, son otras las lecciones y las perspectivas que debemos extraer de ahí.

Perspectivas de la lucha obrera

Por el momento, las huelgas en el país han cesado. Sin embargo, no es necesario ser adivino para predecir que, ante le profundización de la crisis, los obreros seguirán siendo empujados a resistir, que no pasará mucho tiempo antes de presenciar nuevas luchas. De hecho, la tendencia actual en todos los países del mundo es hacia la multiplicación de las huelgas, si bien se trata de luchas de carácter defensivo, de huelgas de «resistencia» ante los ataques económicos del capital.

Ahora bien. A medida que las huelgas se extienden, abarcando más fracciones de la clase obrera de por todo el mundo, dando muestras de ruptura con el sindicato, de autoorganización y solidaridad, los contraataques del capital son también cada vez más duros. Cada nueva lucha es más difícil, requiere de mayor decisión, de mayor energía obrera, pues enfrenta un enemigo cada vez menos dispuesto a ceder demanda alguna. Cada fracción nacional del capital mundial intentará aplastar por todos los medios a su alcance las luchas, antes de arriesgarse a perder terreno en la competencia por mercados.

Desde hace tiempo, las huelgas de resistencia aisladas no logran arrancar al capital solución alguna a las demandas. Actualmente ya sólo una lucha verdaderamente masiva y combativa (que abarque a cientos de miles de trabajadores)puede tener la esperanza de detener, por un momento, las embestidas económicas del capital, pero incluso esto también es cada vez más difícil. Esto quiere decir que el desarrollo de las luchas de resistencia no podrá culminar, en modo alguno, en una mejora real para los trabajadores (en la obtención de algunas demandas en forma duradera), en tanto subsiste el marco de la crisis crónica.

El desarrollo de las luchas, en un sentido progresivo, solo puede consistir, entonces, junto a su extensión en una profundización de sus objetivos, en su transformación de luchas aisladas por demandas particulares, en una lucha general y organizada por los objetivos de clase. Los actuales esfuerzos de solidaridad y autoorganización de los obreros señalan la tendencia.

Pero el que las luchas de resistencia se encaminen en ese sentido no constituye un producto automático de la misma crisis, sino que requiere de un esfuerzo adicional de la clase obrera: del esfuerzo de recuperar, asimilar y transmitir la experiencia de sus luchas (históricas y recientes), experiencias que le indican la necesidad de elevarse de las luchas que solamente resisten a los efectos de la explotación capitalista, hasta la lucha dirigida a terminar definitivamente con esta explotación, para lo cual deberá derrocar a la burguesía y tomar el poder político, instaurar la dictadura del proletariado.

Requiere, pues, de que el proletariado se eleve a la con-ciencia de sus objetivos históricos revolucionarios. Es este un esfuerzo colectivo del conjunto de la clase, pero en el que la organización de los revolucionarios (y más allá el Partido Mundial), como la parte más activa y consciente de la clase, juega un papel determinante.

El resultado del combate por la conciencia de clase decidirá, finalmente, el resultado de los enfrentamientos de clase que vendrán.

Mayo de 1988

Ldo.

 

1 Ver Revolución Mundial, n"1 y 3. EI PIB (Producto Interior Bruto) es una cuenta de la economía burguesa que, de algún modo, expresa el crecimiento de un año para otro. Pero siempre hay que tener presente que, dados los presupuestos teóricos que utiliza (división de la economía en sectores industrial, agrario y financiero; “ valor agregado”, etc...) y la manipulación que hacen de los resultados los «científicos», tal tipo de cuentas presentan una realidad distorsionada según el interés del capital.

2 La tendencia a la “hiperinflación” era evidente para cualquiera que supiera contar dos más dos: INFLACION: PORCENTAJE ANUAL

3 En la siguiente fase del juego, los ganadores recuperan también, a precio regalado, los papeles emitidos, quedándose finalmente tanto con el dinero como con las acciones. Por ello, la bolsa parece recuperarse en cierta medida posteriormente.

4 Según datos de SIPRO «Servicios Informativos y Procesados A. C.», que coinciden con otras informaciones.

5 Informe oficial sobre el “Pacto” de la Secretaría de la Presidencia de marzo del 88.

6 Según información del periódico “Uno más uno”, del 27/1/88.

7 Las maquiladoras son, básicamente industrias de partes electrónicas y automotrices, de capital extranjero cuya producción está dirigida al mercado de Estados Unidos (por ello se instalan preferentemente en la frontera norte). El siguiente cuadro muestra el salario pagado en estas en relación con las maquiladoras instaladas en otros países:

Promedio de salario básico/hora (1986)

Fuente: El Financiero, 10-8-87

8 Le Monde Diplomatique en español, diciembre del 87.

9 Así la burguesía mexicana participa en la segunda guerra mundial, no tanto como soldados (lo cual fue meramente representativo), pero si con el suministro de materias primas. Posteriormente, resultó beneficiada por el período de reconstrucción qui siguió la guerra, permitiéndole una industrialización acelerada del país.

10 Revolución Mundial n°4 (NDLR).

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México