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El 23 de marzo, al final del noveno día de protestas contra la reforma de las pensiones en Francia, estallaron enfrentamientos entre la policía y los bloques negros, cuando los manifestantes llegaban a la Plaza de la Ópera, en el corazón de un barrio acomodado de la capital. A lo largo de la noche, las cadenas de televisión continuaron mostrando escaparates rotos, tiendas destrozadas y contenedores de basura ardiendo...
Al día siguiente, los mismos medios de comunicación transmitían los temores de los vecinos y comerciantes: “Todo se ha quemado, las mercancías se han derretido... Es la primera vez que pasa. Las manifestaciones no suelen terminar aquí, así que nos hemos librado por los pelos”, decía asustado el encargado de un quiosco de prensa. Al decidir poner fin a la manifestación en un espacio reducido en pleno centro de París, en medio de unas obras, la Prefectura de Policía y el gobierno preparaban el terreno para que estallara la violencia. Y lo hicieron con el pleno consentimiento de los sindicatos, ¡que en ningún momento se opusieron a esta elección!
Macron y su camarilla resucitan el “partido del miedo”
Una semana antes, el 16 de marzo, la reforma de las pensiones había sido aprobada con fórceps utilizando un subterfugio constitucional, el artículo 49.3. Este “paso a la fuerza”, esta “negación de la democracia”, según el decir de los partidos de la oposición y de los sindicatos, no sirvió para aplacar la cólera y la movilización. Al contrario, esa noche se produjeron manifestaciones en casi todas partes. En París, se dio orden de dispersar brutalmente a las 5,000 personas reunidas en la plaza de la Concordia cuando no había ningún peligro para el “orden público”.
En los días siguientes, las manifestaciones, “no declaradas” por los sindicatos, estallan todas las noches en muchas ciudades, sobre todo en las calles de París. Las concentraciones fueron tranquilas hasta que la situación degeneró en enfrentamientos entre algunos de los manifestantes y la policía. Vídeos y fotos de contenedores de basura y edificios públicos quemados dieron la vuelta al mundo, retratando la lucha que libraba la clase obrera en Francia como nada más que disturbios generadores de caos y anarquía. Por su parte, Macron y sus ministros, lejos de querer calmar los ánimos, no han dejado de echar leña al fuego denunciando a las “turbas sin legitimidad”, la “creación del caos” (bordélisation) y a los “facciosos”.
A pesar del riesgo de que las cosas se descontrolaran, esta situación fue ampliamente cultivada y explotada por el gobierno y las fuerzas del orden para legitimar el terror del Estado, en la imagen de las famosas Brigadas de Represión de la Acción Violenta Motorizada (BRAV-M) agrediendo a todo el que se encontraban a su paso, incluso pasando en moto por encima de manifestantes tirados en el suelo. Como de costumbre, todos los perros guardianes del orden capitalista (los medios de comunicación, los comentaristas y los intelectuales a sus órdenes) intentaron hacer creer que unos pocos policías habían cometido un desliz, que había habido algunos “errores”. Pero la represión simultánea en toda Francia no fue un accidente. Fue una política totalmente deliberada por parte del gobierno y de todos los portavoces del Estado policial. El objetivo era simple e incluso clásico:
- arrastrar a los jóvenes más enfadados a un enfrentamiento estéril con la policía;
- atemorizar a la mayoría de los manifestantes y disuadirlos de salir a la calle;
- Impedir toda posibilidad de discusión, estropeando sistemáticamente el final de las manifestaciones, momento que suele ser propicio para las reuniones y los debates;
- hacer impopular el movimiento, haciendo creer que toda lucha social degenera automáticamente en violencia ciega y caos, en tanto que las autoridades son las garantes del orden y la paz.
Así pues, el Estado y su gobierno han jugado a fondo la carta de la “escalada de violencia”. La confirmación de esta estrategia vino directamente de la boca de un antiguo gran servidor del orden burgués, Jean-Louis Debré: “¿Por qué, por ejemplo, aceptamos que una manifestación terminara en la Ópera, muy cerca de los ministerios y del Elíseo, sabiendo que el barrio está lleno de callejuelas? ¿Por qué no limpiaron y se llevaron toda la basura ese día? Era como si quisieran que las cosas se descontrolaran un poco. [...] ¿Hasta qué punto quiere este gobierno repetir 1968, enfrentar al orden público contra el desorden?” Estas preguntas falsamente ingenuas del antiguo ministro del Interior en la época del movimiento huelguístico contra la reforma de las pensiones en 1995 no hacen más que levantar el velo, ciertamente opaco, de la provocación fomentada por el gobierno. Al organizar el desorden, Macron y sus esbirros contaban con que una parte de la opinión pública se volvería favorable a la vuelta al orden social.
El paralelismo trazado por Jean-Louis Debré con el movimiento de Mayo del 68 demuestra también que este gobierno no se ha inventado nada. Las provocaciones policiales no son nada nuevo, ¡y el “partido del orden” tiene una larga historia! Durante el movimiento de Mayo del 68, las milicias gaullistas o la policía vestida de paisano se infiltraron deliberadamente en las manifestaciones para “avivar el fuego” y asustar a la población. Los agentes provocadores incitaban a los estudiantes a cometer actos violentos. Las impactantes imágenes de coches incendiados, escaparates rotos y adoquines lanzados contra los CRS contribuyeron a galvanizar a la “gente del miedo” y a cambiar el rumbo de la opinión pública. Las barricadas y la violencia se convertirían en uno de los elementos de la toma de control de la situación por parte de las distintas fuerzas de la burguesía, el gobierno y los sindicatos, socavando la gran simpatía que los estudiantes se habían granjeado inicialmente por parte de la población en su conjunto y de la clase obrera en particular.
En 2006, durante el movimiento contra el CPE (Contrato de Primer Empleo), la burguesía francesa utilizó los mismos pérfidos métodos para sabotear la lucha. En varias ocasiones, el Estado permitió deliberadamente que bandas de jóvenes de los suburbios1 vinieran a “golpear policías y destrozar escaparates”. Durante la manifestación del 23 de marzo de 2006, incluso con la bendición de la policía, los “matones” atacaron a los propios manifestantes, robándoles y golpeándoles hasta dejarlos sin sentido. Pero los estudiantes habían conseguido evitar esta trampa nombrando delegaciones en varios lugares para ir a hablar con los jóvenes de los barrios desfavorecidos, en particular para explicarles que la lucha de los estudiantes era también en nombre de esos jóvenes sumidos en la desesperación por el paro masivo y la exclusión2.
Ya en el siglo XIX la clase obrera tenía experiencia en esos procedimientos viles y astutos para golpear y matar las luchas. Como lo ha podido mostrar Marx en el 18 Brumario de Louis Bonaparte, la terrible represión del proletariado parisino por las tropas de Cavaignac, luego de las jornadas de junio 1848, había contribuido también a atemorizar a los burgueses, al cura y al tendero, ¡todos los cuales esperaban ardientemente la vuelta al orden por todos los medios!
En las zonas industriales de Estados Unidos, a finales del siglo XIX, la patronal había creado empresas privadas especializadas en el suministro de rompehuelgas, espías, provocadores e incluso asesinos. Las masacres que éstos perpetraban contra la clase obrera también permitían inclinar la “opinión” a favor de la vuelta al orden. Todo ello con el respaldo del Estado3.
El espectro de la “ultraizquierda” prepara la represión de los revolucionarios
La movilización ecologista contra el proyecto del mega estanque, del sábado 25 de marzo en Sainte-Soline fue otra oportunidad para utilizar la estrategia de la escalada de violencia. Ese día, varios miles de personas se concentraron en plena naturaleza, en medio de grandes descampados, para protestar contra la instalación de mega estanques destinados a servir de reservas de agua para la agricultura intensiva. La situación degeneró rápidamente en una batalla campal entre policías y manifestantes, filmada durante todo el día por las cadenas de información. Dos personas acabaron entre la vida y la muerte.
Las cosas podrían haber resultado muy distintas. ¿Qué interés podían tener que gendarmes y la policía vinieran a cargar contra miles de personas reunidas en un campo atravesado por grandes estanques? Ninguno. Salvo encender una nueva mecha para que el fuego de la violencia se extendiera. Una vez más, el gran burgués Jean-Louis Debré no deja de pensar: “¿Por qué no se registró a la gente de antemano? ¿Se quería permitir cierto desorden para poder mantener el orden después?”
Esa misma noche, Darmanin pudo denunciar la “violencia extrema” y el “terrorismo” de la “ultraizquierda” “que quiere destruir a la policía”. Igual que había hecho unos días antes, la noche de la manifestación del 23 de marzo.
Una vez más, esta campaña no tiene nada de casual. La ultraizquierda es una noción ajena al campo proletario y revolucionario4. Por el contrario, es un término acuñado por la burguesía, con el que le permite meter en el mismo saco a las auténticas organizaciones revolucionarias de la izquierda comunista con los intelectuales modernistas, los anarquistas radicales y, sobre todo, las agrupaciones “anti-Estado” que abogan por la violencia indiscriminada. Estos últimos fueron infiltrados y manipulados por la policía. Como resultado, los bloques negros y los “zadistas”5 son los idiotas útiles del Estado policial, lo que le permite justificar el refuerzo de su arsenal legal y represivo. Es lo que ha ocurrido recientemente con la aprobación de un decreto que autoriza el uso de drones equipados con cámaras durante las manifestaciones.
Pero más allá de eso, agitar el trapo de la ultraizquierda es sobre todo una forma de preparar el terreno para la criminalización de las organizaciones revolucionarias en el futuro. La burguesía está utilizando más o menos los mismos métodos utilizados en los años 70 en las gigantescas campañas antiterroristas que siguieron al caso Schleyer en Alemania y al caso Aldo Moro en Italia, que sirvieron de pretexto al Estado para reforzar su aparato de control y represión contra la clase obrera. Más tarde se demostró que la banda Baader y las Brigadas Rojas habían sido infiltradas por el servicio secreto de Alemania Oriental, la Stasi, y el servicio secreto del Estado italiano, respectivamente. En realidad, estos grupos terroristas no eran más que instrumentos de rivalidad entre camarillas burguesas.
Ya en el siglo XIX las acciones terroristas de los anarquistas habían sido utilizadas por la burguesía para reforzar su terror de Estado contra la clase obrera. Recordemos, por ejemplo, las “leyes canallas” aprobadas por la burguesía francesa tras el atentado terrorista del anarquista Auguste Vaillant que, el 9 de diciembre de 1893, arrojó una bomba en el hemiciclo de la Cámara de Diputados, hiriendo a unas cuarenta personas. El atentado había sido manipulado por el propio Estado. Vaillant había sido contactado por un agente del Ministerio del Interior que, haciéndose pasar por anarquista, le había prestado dinero y le había explicado cómo fabricar una bomba casera (con una maceta y clavos) que fuera explosiva y no demasiado mortífera. Es el mismo procedimiento el que utilizó el gobierno prusiano para aprobar las leyes antisocialistas en 1878, llevando a la clandestinidad a la socialdemocracia en Alemania.
En 1925, Victor Serge publicó Lo que todo revolucionario debe saber sobre la represión. Este folleto, escrito a partir de los archivos de la policía zarista (la Okhrana) que habían caído en manos de la clase obrera tras la Revolución de Octubre, permitió informar a toda la clase obrera de los métodos y procedimientos policiales utilizados contra los revolucionarios durante años. Serge también puso de relieve la estrecha colaboración de todas las fuerzas policiales de Europa para espiar, provocar, calumniar y reprimir al movimiento revolucionario de la época. Un siglo después sería ingenuo pensar que estos métodos han quedado relegados en la estantería de los accesorios olvidados. Al contrario, el terror del Estado burgués está destinado a reproducirse y perfeccionarse sin cesar y a extenderse a todas las relaciones existentes en el seno de la sociedad.
El proletariado debe aprender de todas estas experiencias de represión. Debe recordar que detrás de la máscara democrática que el Estado burgués asume cotidianamente, se esconde el verdadero rostro de un verdugo sanguinario que se despierta brutalmente cada vez que su orden es amenazado por los explotados.
Vincent, 16 de junio de 2023
1 Denominados en francés como “lascars”.
2 Tesis sobre el movimiento de los estudiantes de la primavera de 2006 en Francia | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org)
3 Bernard Thomas, Les provocations policières (1972).
4 Para más precisión ver Nuevos ataques contra la Izquierda Comunista: Bourseiller se reinventa "la compleja historia de las Izquierdas Comunistas" (1ª parte) | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org) y Nuevos ataques a la Izquierda Comunista: Bourseiller inventa por segunda vez "la compleja historia de las izquierdas comunistas" (2ª parte) | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org).
5 Palabra que proviene del acrónimo de Zona A Defender: ZAD, por tanto, a los que se involucran en estas manifestaciones les llaman “zadistas”.