Tensiones en Ucrania: aumento de las tensiones bélicas en Europa del Este

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El ejército ruso ha estado demostrando su fuerza mediante "maniobras" a gran escala a lo largo de las fronteras ucranianas desde enero, Estados Unidos ha estado anunciando casi a diario una inminente invasión rusa, y se han enviado tropas de la OTAN a los Estados bálticos y a Rumanía, intenso ballet diplomático "para salvar la paz", campaña mediática rusa denunciando la histeria occidental y anunciando el regreso de las tropas a sus alojamientos, lo que es inmediatamente desmentido por Estados Unidos y la OTAN, enfrentamientos entre el ejército ucraniano y los separatistas en el Donbass: en este macabro aquelarre guerrero entre burguesías imperialistas, las intenciones son diversas y complejas, ligadas a las ambiciones de los distintos protagonistas y a la irracionalidad que caracteriza el periodo de descomposición. Esto hace que la situación sea aún más peligrosa e imprevisible: pero cualquiera que sea el resultado concreto de la "crisis ucraniana", ya implica una apreciable intensificación de la militarización, las tensiones bélicas y las contradicciones imperialistas en Europa.

Estados Unidos a la ofensiva con un presidente bajo presión

La histérica exageración estadounidense sobre la inminente invasión rusa de Ucrania sigue a una exageración similar orquestada por Estados Unidos en el otoño de 2021 sobre la "inminente invasión" de Taiwán por parte de China. Ante el declive sistemático del liderazgo estadounidense, la administración Biden lleva a cabo una política imperialista que consiste, en línea con la dirección iniciada por Trump, en primer lugar, en concentrar sus medios económicos, políticos y también militares contra el principal enemigo: China. Desde este punto de vista, la postura intransigente hacia los objetivos rusos acentúa la señal dada a Pekín en otoño de 2021. En segundo lugar, al crear "puntos calientes" en el mundo, Biden está desarrollando una política de tensión destinada a convencer a las distintas potencias imperialistas que juegan sus propias cartas de que les interesa situarse bajo la protección del patrocinador dominante. Sin embargo, esta política se ha topado con los límites impuestos por la descomposición y ha tenido un éxito desigual en el Pacífico frente a China con la creación de la AUKUS, que agrupa únicamente a los países "blancos" de habla inglesa (Estados Unidos, Gran Bretaña, Australia), mientras que Japón, Corea del Sur e India se mantienen al margen. El mismo tipo de política se está llevando a cabo hoy en día con respecto a Rusia para que los países europeos vuelvan a estar bajo la obediencia de Estados Unidos en el seno de la OTAN: la propaganda estadounidense denuncia continuamente la invasión rusa, al tiempo que afirma cínicamente que Estados Unidos no intervendrá militarmente en Ucrania, ya que no tiene ningún compromiso de defensa con ese país, a diferencia de lo que ocurre en la OTAN. Este es un mensaje engañoso para los países europeos. Sin embargo, al lado de Boris Johnson, que se posiciona, como en Asia, como el fiel lugarteniente de los estadounidenses, el reciente ballet diplomático hacia Moscú, orquestado por Macron y Scholz, subraya hasta qué punto las burguesías alemana y francesa intentan por todos los medios preservar sus intereses imperialistas particulares.

Al mismo tiempo, Joe Biden espera utilizar esta política de confrontación para restaurar su reputación, muy empañada por la huida de las fuerzas estadounidenses de Afganistán y sus repetidos fracasos en sus planes socioeconómicos: "Tras un año en el cargo, el presidente Joe Biden tiene el índice de aprobación más bajo de casi todos los presidentes electos, con la excepción del expresidente Donald Trump" (CNN politics, 06. 02.22) y, en consecuencia, "su partido se encamina a la derrota en las elecciones de mitad de mandato de noviembre" (La Presse, Montreal, 23 de enero de 2022). En resumen, si Estados Unidos está a la ofensiva, el margen de maniobra de su presidente se ve, sin embargo, reducido por su impopularidad interna, pero también por el hecho de que no se puede plantear, después de las experiencias iraquí y afgana, el compromiso de una fuerza militar masiva sobre el terreno del conflicto actual. Por lo tanto, la presencia de las tropas estadounidenses en las fronteras de Ucrania sigue siendo más bien simbólica.

Rusia atrapada y a la defensiva

Durante la última década, hemos destacado el papel de Rusia como "alborotador" en el mundo -aunque sea un enano económico- gracias al poder de sus fuerzas armadas y de sus armas, herencia del periodo en que estuvo a la cabeza de todo un bloque imperialista. Esto no significa, sin embargo, que ahora esté en general a la ofensiva. Por el contrario, se encuentra en una situación general de creciente presión a lo largo de sus fronteras.

  • En Asia Central, con los talibanes en el poder en Kabul, la amenaza musulmana pesa sobre sus aliados asiáticos de los "stans" (Uzbekistán, Turkmenistán, Tayikistán); Luego, entre el Mar Negro y el Caspio, mantiene una guerra latente con Georgia tras la ocupación de Osetia del Sur y Abjasia en 2008, y trata de mantener el statu quo entre Armenia y Azerbaiyán tras la guerra de Nagorno-Karabaj en 2020, país este último muy cortejado por Turquía. Por último, la reciente desestabilización de Kazajistán es una pesadilla para Rusia, ya que es fundamental para la defensa de su coto privado oriental.

  • En el lado europeo, Ucrania y Bielorrusia, que son territorios clave en su coto occidental (la frontera ucraniana está a solo 450 km de Moscú), han sufrido una fuerte presión en los últimos años. Rusia esperaba mantener allí regímenes que le fueran favorables, pero la "Revolución Naranja" de Kiev en 2014 hizo que el país se inclinara hacia Europa, y lo mismo estuvo a punto de ocurrir en Bielorrusia en 2020.

Mediante la ocupación de Crimea en 2014 y el apoyo a los secesionistas de habla rusa en el este de Ucrania (Donetsk y Lugansk), Putin esperaba mantener el control sobre toda Ucrania: "De hecho, contaba con los acuerdos de Minsk, firmados en septiembre de 2014, para hacerse con una participación en la política ucraniana a través de las repúblicas del Donbass [estructura federal del país con un amplio grado de autonomía regional]. Ha ocurrido lo contrario: no solo se ha estancado su aplicación, sino que el presidente Volodymyr Zelensky, cuya elección en abril de 2019 había dado al Kremlin la esperanza de renovar los lazos con Kiev, ha amplificado la política de ruptura con el "mundo ruso" iniciada por su predecesor. Peor aún, la cooperación técnico-militar entre Ucrania y la OTAN sigue intensificándose, mientras que Turquía, también miembro de la Alianza, ha entregado drones de combate que hacen temer al Kremlin que Kiev se vea tentado por una reconquista militar del Donbass. Por lo tanto, se trataría de que Moscú volviera a tomar la iniciativa, mientras esté a tiempo" (Le Monde diplomatique, febrero de 2022).

Viendo la tendencia de Estados Unidos a polarizarse cada vez más sobre China, Putin consideró el momento propicio para aumentar la presión sobre Ucrania y así "negociar su lugar en la escena imperialista"; emprendió una política de "guerra híbrida" que implicaba múltiples presiones, basadas en tensiones militares, ciberataques, amenazas económicas (gas ruso) y políticas (reconocimiento de las repúblicas secesionistas). Sin embargo, la ofensiva política y mediática estadounidense le ha pillado en una trampa: al anunciar a bombo y platillo una operación militar de ocupación de Ucrania por parte de Rusia, Estados Unidos hace ver que cualquier acción menor por parte de Rusia será vista como un paso atrás y, por tanto, intenta empujarla a una operación militar arriesgada y probablemente bastante larga, mientras que la población rusa tampoco está dispuesta a ir a la guerra y a ver cómo vuelven a los hogares numerosas bolsas de cadáveres. La burguesía rusa lo sabe perfectamente; por ejemplo, el politólogo ruso y experto en política internacional rusa, Fyodor Lukyanov, señala que "cruzar la línea entre la demostración de fuerza y el uso de la fuerza es una transición a otro nivel de riesgos y consecuencias. Las sociedades modernas no están preparadas para esto y sus líderes lo saben" (citado en De Morgen, 11.02.22).

Aumento de las tensiones y de la militarización en Europa

Los acontecimientos en Ucrania ya están teniendo un gran impacto en la situación de Europa en dos niveles:

En primer lugar, la exacerbación de los enfrentamientos imperialistas, la presión estadounidense y la acentuación del "sálvese quien pueda" ejercen una fortísima presión sobre el posicionamiento de los distintos Estados europeos. Las declaraciones intransigentes de Biden les obligan a posicionarse y las grietas entre ellos se amplían, lo que tendrá profundas consecuencias tanto para la OTAN como para la Unión Europea. Por un lado, Gran Bretaña, liberada de las limitaciones del consenso en el seno de la UE, se posiciona como el fiel lugarteniente entre los fieles de Estados Unidos: su ministro de Asuntos Exteriores llega a calificar los intentos francoalemanes de encontrar un compromiso como un "segundo Munich". Varios países de Europa del Este, como Rumanía, Polonia y los países bálticos, reclaman una postura firme por parte de la OTAN y se sitúan firmemente bajo la protección de Estados Unidos. Francia y Alemania, en cambio, se muestran mucho más dubitativas y tratan de desarrollar su propio enfoque del conflicto, como subrayan las intensas negociaciones de Macron y Scholz con Putin. El conflicto pone de manifiesto que los intereses económicos particulares, pero también los imperialistas, impulsan a estos países a tener su propia política hacia Rusia, y esto es precisamente el objetivo de la presión estadounidense.

A nivel más general, con el enfrentamiento en Ucrania, los rumores de guerra y la tendencia a la militarización de la economía volverán a marcar el continente europeo, y esto a un nivel mucho más profundo que el que vimos durante la guerra en la antigua Yugoslavia en los años 90 o incluso durante la ocupación rusa de Crimea en 2014, dada la profundización de las contradicciones en un contexto de caos y sálvese quien pueda. El posicionamiento de los distintos países (en particular Alemania y Francia) en defensa de sus intereses imperialistas no puede sino acentuar las tensiones en el seno de Europa, agravar aún más el caos ligado al desarrollo del sálvese quien pueda y aumentar la imprevisibilidad de la situación a corto y medio plazo.

¿Qué perspectiva?

Sin duda, ninguno de los protagonistas busca iniciar una guerra general porque, por un lado, debido a la intensificación del sálvese quien pueda, las alianzas son poco fiables y, por otro lado, y sobre todo, en ninguno de los países afectados la burguesía tiene vía libre: Estados Unidos sigue centrado en su principal enemigo, China, y el presidente Biden, como antes Trump, evita a toda costa la intervención de tropas sobre el terreno (remarquemos la retirada de tropas en Irak y Afganistán y la delegación cada vez más frecuente de tareas en proveedores de servicios privados); Rusia teme una guerra larga y masiva que minaría su economía y su fuerza militar (el síndrome de Afganistán) y también evita comprometer demasiado a sus unidades regulares, haciendo que empresas privadas (como el Grupo Wagner) hagan el "trabajo sucio". Además, como demuestra la persistente dificultad para aumentar la tasa de vacunación, la población rusa desconfía profundamente del Estado. Por último, para Europa sería un suicidio económico y la población es fundamentalmente hostil a ello.

Sin embargo, el hecho de que no se lance una guerra masiva a gran escala no significa que no se produzcan acciones bélicas; ya están teniendo lugar en Ucrania a través de la guerra de "baja intensidad" (sic) con las milicias secesionistas de Járkov y Lugansk. Las ambiciones imperialistas de los distintos imperialismos, combinadas con el aumento del sálvese quien pueda y la irracionalidad ligada a la descomposición, implican inevitablemente la perspectiva de una multiplicación de los conflictos en la propia Europa, que probablemente adoptarán una forma cada vez más caótica y sangrienta: multiplicación de los conflictos "híbridos" (que combinan presiones militares, económicas y políticas), nuevas oleadas de refugiados que llegan a Europa Occidental, así como tensiones en el seno de la burguesía de Estados Unidos (en contraste con la "benevolencia" de Trump hacia Putin), así como en Europa (por ejemplo, Alemania), y una creciente pérdida de control de las burguesías sobre su aparato político (olas populistas).

Contra el odioso bombo del nacionalismo, la Izquierda Comunista denuncia las mentiras imperialistas de cualquier bando que solo pueden servir a los intereses de las diferentes burguesías, rusa, americana, alemana, francesa... o ucraniana y arrastrar a los trabajadores a conflictos bárbaros. La clase obrera no tiene patria, la lucha de los trabajadores contra la explotación capitalista es internacional y rechaza cualquier división por razón de género, raza o nacionalidad. Los trabajadores deben darse cuenta de que, si no contrarrestan con sus luchas la exacerbación de los enfrentamientos entre los tiburones imperialistas, éstos se multiplicarán a todos los niveles en un contexto de acentuación del sálvese quien pueda, la militarización y la irracionalidad. Desde este punto de vista, el desarrollo de las luchas obreras, particularmente en el corazón mismo de los países centrales del capitalismo, constituye también un arma esencial para oponerse a la extensión de la barbarie bélica.

R. Havanais, 18 de febrero de 2022

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