Gaza: Guerras y Pogromos, ese es el futuro que nos ofrece el capitalismo

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No es la primera vez que Hamás u otros yihadistas islámicos hacen llover cohetes sobre objetivos civiles en ciudades israelíes, matando indiscriminadamente, contando entre sus primeras víctimas un padre y una hija árabe-israelíes en la ciudad de Lod, que volaron en su coche. Tampoco es la primera vez que las fuerzas armadas israelíes responden con devastadores ataques aéreos y fuego de artillería, apuntando a los líderes y las armas de Hamás, pero infligiendo también un número de muertos civiles entre los habitantes hacinados de los edificios y calles de Gaza decenas de veces superior a todo lo "conseguido" por los cohetes de Hamás. Tampoco es la primera vez que Israel está a punto de invadir militarmente la franja de Gaza, lo que sólo puede provocar más muertes, más desesperación y traumas a las familias palestinas. Ya vimos todo esto en 2009 y 2014.

Si es, en cambio, la primera vez que operaciones militares de esa envergadura se ven acompañadas, en diversas ciudades israelíes, de una ola de enfrentamientos violentos entre judíos y árabes israelíes. Se trata esencialmente de pogromos: bandas de derechas blandiendo la estrella de David y gritando "Muerte a los árabes", a la caza de árabes para apalearlos y asesinarlos; y, al mismo tiempo, ataques a judíos y quemas de sinagogas por parte de multitudes "inspiradas" por el islamismo y el nacionalismo palestino. Siniestras e irónicas reediciones de las Centurias Negras de la Rusia zarista o de la Noche de los Cristales Rotos en la Alemania de 1938.

Provocar la guerra y los pogromos

El gobierno israelí de Netanyahu ha sido en gran medida quien ha fomentado esa escalada de terror vía la aprobación de nuevas leyes que refuerzan la definición de Israel como Estado judío, y a través de la política de anexión de la totalidad de Jerusalén como su capital. Esto equivale pura y llanamente a declarar que la "solución dos Estados" para el conflicto Israel/Palestina está muerta y enterrada, y que la ocupación militar de Cisjordania se va a convertir en permanente. La chispa que encendió los disturbios de los árabes palestinos en Jerusalén - la amenaza de expulsar a los residentes árabes de Jerusalén Este y sustituirlos por colonos judíos- surgió de toda esta estrategia de ocupación militar y limpieza étnica.

Las "democracias" de Europa y Estados Unidos exhiben sus habituales lágrimas de cocodrilo ante la escalada del conflicto militar y el desorden civil. ¡Hasta Netanyahu ha pedido el fin de la violencia callejera por parte de judíos y árabes por igual! Pero Estados Unidos, bajo el mandato de Trump, ya había respaldado las políticas abiertamente anexionistas de Israel, que forman parte de un proyecto imperialista más amplio de reunir a Israel, Arabia Saudí y otros Estados árabes en una alianza contra Irán (pero también contra grandes potencias como Rusia y China). Y por mucho que, por ejemplo, Biden haya pretendido distanciarse del abrazo acrítico de Trump al régimen saudí, lo cierto es que su primera preocupación en la crisis actual ha sido insistir en que "Israel tiene derecho a defenderse", porque el Estado sionista, a pesar de todas sus aspiraciones a jugar su propio juego en Oriente Medio, sigue siendo un componente clave de la estrategia estadounidense en la región. 

Pero el Estado israelí no es el único provocador. Hamás respondió a la represión de los disturbios de Jerusalén lanzando una salva continua de cohetes contra objetivos civiles en Israel sabedor, por supuesto, que eso provocaría una lluvia de fuego sobre la desprotegida población de Gaza. También ha hecho todo lo posible por fomentar la violencia étnica dentro de Israel.

Una de las características de la guerra en la época de la decadencia capitalista es que las primeras víctimas son las poblaciones civiles, sobre todo la clase obrera y los oprimidos. Tanto Israel como Hamás actúan en la lógica bárbara de la guerra imperialista.

Frente a la guerra imperialista, los revolucionarios siempre han llamado a la solidaridad internacional de los explotados contra todos los estados y “proto-estados” capitalistas. Y esta sigue siendo la única barrera que puede oponerse a la caída en la guerra y la barbarie.

Pero las clases dominantes de Oriente Medio, junto con sus más poderosos patrocinadores imperialistas, han avivado durante mucho tiempo las llamas de la división y el odio. Hubo pogromos contra los colonos judíos en Palestina en 1936, atizados por una dirección política palestina que pretendía aliarse con la Alemania nazi contra la potencia dominante en la región, Gran Bretaña. Pero estos hechos quedaron eclipsados por la limpieza étnica masiva de la población árabe que acompañó a la "Guerra de Independencia" de 1948, creando el intratable problema de los refugiados palestinos que ha sido sistemáticamente instrumentalizado por los regímenes árabes. La sucesión de guerras entre Israel y los Estados árabes circundantes, las incursiones israelíes contra Hamás y Hezbolá, la transformación de Gaza en una inmensa prisión, todo ello ha profundizado el odio entre árabes y judíos hasta el punto de que parece “lógico” a ambos lados de la línea divisoria. Frente a ello escasean los ejemplos de solidaridad entre trabajadores árabes y judíos, ni existen apenas expresiones políticas organizadas de internacionalismo.

El peligro de una espiral de violencia incontrolada

Otros elementos contingentes afloran también en las acciones provocadoras del Estado israelí. Netanyahu, el primer ministro en funciones, no ha podido formar gobierno tras una serie de elecciones generales no concluyentes, y aún se enfrenta a una serie de cargos por corrupción. Y, sin duda, podría beneficiarle personalmente aparecer como un líder en esta nueva crisis nacional. Pero, en profundidad, actúan tendencias que podrían escapar al control de quienes intentan beneficiarse del actual desorden.

Las grandes guerras árabe-israelíes de los años 60 y 70 se libraron en el contexto de los dos bloques imperialistas que dominaban el planeta: Israel respaldado por Estados Unidos, los Estados árabes apoyados por la URSS. Pero tras la ruptura del sistema de bloques a finales de los 80, la pulsión innata a la guerra imperialista en el capitalismo decadente ha tomado una forma mucho más caótica y potencialmente incontrolada. En particular Oriente Medio se ha convertido en el terreno de juego de una serie de potencias regionales (Israel, Turquía, Irán, Arabia Saudí...), cuyos intereses no coinciden necesariamente con las pretensiones de los grandes “padrinos” mundiales. Tales potencias regionales están ya muy implicadas en los sangrientos conflictos que asolan la región: Irán utiliza a su peón Hezbolá en el conflicto múltiple de Siria, y Arabia Saudí se ha metido de lleno en la guerra de Yemen contra los aliados hutíes de Irán. Turquía ha llevado su guerra contra los “peshmergas” kurdos a Siria e Irak (a la vez que mantiene una intervención militar en una Libia desgarrada por la guerra). Además de asolar países enteros en la ruina y el hambre, estas guerras contienen un riesgo real de escaparse de control y extender la destrucción por todo Oriente Medio.

Este caos militar creciente es una expresión de la descomposición global del sistema capitalista[1]. Como también lo es un elemento estrechamente relacionado con él en el plano social y político: la intensificación de los enfrentamientos entre facciones políticas burguesas, de las tensiones entre grupos étnicos y religiosos, de los pogromos contra las minorías. Esta es una tendencia mundial, que se vio por ejemplo en el genocidio de Ruanda en 1994, en la persecución de los musulmanes en Myanmar y China, en la agudización de la división racial en EE. UU. Es cierto, como hemos visto, que las divisiones étnicas en Israel/Palestina vienen de lejos, pero no lo es menos que se están viendo agravadas por toda esa atmósfera de frustración y desesperanza generada por el aparentemente irresoluble "problema palestino".  Y si bien los pogromos son a menudo instrumentos de la política estatal, en las condiciones actuales pueden escapar de ese control y acelerar un deslizamiento general hacia la descomposición social. El hecho de que esto empiece a suceder en un Estado altamente militarizado como Israel es una señal de que los intentos del capitalismo de Estado totalitario de frenar el proceso de desintegración social pueden acabar agravándolo aún más.

Las guerras y los pogromos son el futuro que el capitalismo depara al mundo entero si la clase obrera internacional no redescubre sus propios intereses y su propio futuro, que es la revolución comunista. Si los proletarios de Oriente Medio están, por ahora, demasiado abrumados por las masacres y las divisiones étnicas, corresponde a las fracciones centrales del proletariado mundial retomar el camino de la lucha, el único que conduce a salir de la pesadilla de este orden social putrefacto.

Amos, 14 de mayo de 2021

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