Contribución sobre la democracia y la dictadura del proletariado

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La democracia es la dictadura de la burguesía más hipócrita, no la “menos mala”

La democracia no es una desviación del totalitarismo estatal, sino su forma más avanzada. La forma más perfeccionada y enrevesada de la dictadura de la burguesía. La voluntad popular que proclama es una ilusión. El pueblo, la ciudadanía, es en realidad la disolución política de la clase obrera y su sumisión al Estado. Las opiniones de los votantes no son libres, no surgen por generación espontánea. Los políticos que hacen carrera en el Estado burgués (en el parlamento, los sindicatos, etc.) deben, por sistema, conquistar la confianza de la burguesía. Se comportan fieles al interés de distintas facciones de la burguesía, y ante todo fieles al Estado-nación, para captar a diferentes secciones de la población, abarcando a esta lo máximo posible. Solo pueden sobrevivir así. Esta es la carrera por el gobierno de la nación o por la oposición. No son las masas las que conquistan el gobierno sino el gobierno de la burguesía el que conquista a las masas. Las opiniones de quienes son o se vuelven políticos especialistas no expresan sus buenos deseos ni su honradez o coherencia, sino la interiorización de un mecanismo automático que, al igual que en el fascismo o el estalinismo, anula y excluye la política de la clase obrera.

Con la entrada del capitalismo en su fase de decadencia,los partidos políticos de la burguesía ya no prevalecen como emanaciones de diferentes grupos de interés como lo fueron en el siglo XIX. Se convierten en expresiones del capital estatal hacia secciones específicas de la sociedad. En cierto sentido, podríamos decir que los partidos políticos de la burguesía en cualquier país son meramente facciones de un partido estatal totalitario”[1].La ideología no es libre e individual. La ideología dominante es la ideología de la clase dominante. La burguesía tiene el monopolio de medios para asaltar masiva y cotidianamente el pensamiento general de la sociedad. Tiene la propiedad privada de los medios de producción de las ideas que cotidianamente saturan la radio, la televisión, las redes sociales, la prensa, las instituciones, los programas educativos, etc. Estos medios no están exentos de la competencia por colocar sus productos ideológicos en la sociedad. La libertad de expresión no existe en la sociedad burguesa. Lo que existe es la competencia impulsiva. Ni hablar de para el proletariado, que está excluido de la libertad de expresar la competitividad de la propiedad privada que no tiene. La competencia misma absorbe los productos teóricos de la ciencia a una ciencia interesada y parcial, si alguna producción científica no fue ya sesgada desde su puesta en marcha. Todas las opiniones las adapta oficialmente para compatibilizarlas con la perpetuación del capitalismo.

Pese a la brutal competencia, la burguesía coincide en el interés de explotar a la clase obrera. El fin de la I Guerra Mundial lo demuestra claramente. La contradicción entre la presión de la competencia cada vez más acentuada y la dominación general sobre la clase obrera resulta cada vez más en la pérdida de control por la burguesía de su propio aparato político. El ‘cada uno a la suya’ domina cada vez más sobre la sociedad oficial, e infecta por supuesto, sin piedad, a la clase obrera. Si la indisciplina presiona cada vez más la vida de la burguesía, esto no quiere decir que la política proletaria quede libre, sino que el individualismo se propaga cada vez más por la sociedad. La etapa de la descomposición capitalista y su característica falta de perspectiva de futuro, hacen explosionar este fenómeno[2].

Los conceptos de libertad, educación, sanidad, y todos los conceptos en abstracto, sin considerar a los intereses de qué clase corresponden, son en realidad expresión de los requerimientos idealizados para la acumulación de capital. Una salud y una educación para renovar idealmente las energías y disposición de los obreros para la explotación. Son ideas que, expresadas en abstracto, se tienden a agarrar como lapas a la sociedad burguesa. El desarrollo del movimiento revolucionario del proletariado en todos los países ha hecho que la burguesía y sus agentes en las organizaciones obreras forcejeen convulsivamente con el fin de hallar argumentos ideológico-políticos para defender la dominación de los explotadores. Entre esos argumentos se esgrime particularmente la condenación de la dictadura y la defensa de la democracia” (…) “Ante todo, ese argumento se basa en los conceptos "democracia en general" y "dictadura en general", sin plantear la cuestión de qué clase se tiene presente. Ese planteamiento de la cuestión al margen de las clases o por encima de ellas, ese planteamiento de la cuestión desde el punto de vista -como dicen falsamente- de todo el pueblo, es una descarada mofa”[3] (Resolución aprobada por el 1er Congreso de la Internacional Comunista en 1919).

La democracia, ultra- especializada en anular a la clase obrera

La burguesía no cambia de ropajes según la llamada voluntad popular en las elecciones, sino principalmente según conviene en relación con tres factores: 1) su enfrentamiento contra la clase obrera; 2) sus necesidades como capital nacional en el terreno económico y político; 3) su posición y enfrentamientos imperialistas. Todo esto se realiza en el marco del Capitalismo de Estado, una tendencia universal de todos los capitales nacionales que se impone en la decadencia para hacer frente a las contradicciones crecientes que plantea la Decadencia del sistema. Así lo prepara la burguesía con su propaganda, sus encuestas, sus campañas, y sus promesas. Este circo es toda una nube de humo, necesaria para la burguesía, que cubre y asegura su dominación totalitaria. Un circo en el que por supuesto los actores compiten rastreramente. Las apariencias características de la democracia son posibles para los Estados más poderosos porque los mayores ataques a la clase obrera los ejercen sobre el proletariado en los países periféricos. Su desarrollo no es una conquista obrera, sino la respuesta de la burguesía al desarrollo de la consciencia revolucionaria del proletariado. Es necesaria, sobre todo, por tanto, en los países centrales del capitalismo, donde el proletariado tiene mayor experiencia.

La democracia difunde cotidianamente la ilusión de que la sociedad burguesa es una sociedad sin clases. Sería una especie de lucha de intereses parciales libres dentro de la sociedad: de izquierdas progres y derechas conservadoras, de fascistas y demócratas[4], de derechos de ciertos colectivos, de ciertos sectores productivos en detrimento de otros, de altruistas y egoístas, etc. En resumidas cuentas, un cuadro de la sociedad burguesa donde falta el motor que la mueve: la competencia y la acumulación de capital a través de la explotación. Alrededor de estos intereses parciales se alían y enfrentan supuestamente todos los estratos sociales, que a su vez se comprometen en el interés patriótico como bien común. El ecologismo, el feminismo, la defensa de lo público, la caza, los derechos de los inmigrantes, la sexualidad, en fin, cualquier cuestión más allá de las clases, serían luchas a través de las cuales maduraría una consciencia más respetuosa, considerada o solidaria.

“Aunque es verdad que la revolución proletaria engendrará nuevas relaciones en todos los ámbitos de la vida, es erróneo creer que se puede contribuir a ello organizando luchas sectoriales sobre problemas específicos tales como el racismo, la condición femenina, la ecología, la sexualidad u otros aspectos de la vida cotidiana. La lucha contra los fundamentos económicos de la sociedad capitalista contiene la lucha contra sus aspectos superestructurales (forma de vida, costumbres, ideología…) pero lo recíproco es falso”[5] (Plataforma Política de la CCI).

El ecologismo es la ilusión de que a la burguesía y sus instituciones les preocupa la naturaleza en general. Pero es en realidad una reacción parcial de la burguesía ante la indignación proletaria por el futuro. Estas reacciones parciales, lejos de suponer pequeñas conquistas o avances progresivos en la interacción de la sociedad humana con el resto de la naturaleza, son en realidad:

(1) A nivel ideológico el lavado de imagen de la burguesía local para romper el internacionalismo de la clase obrera y apaciguar la indignación con campañas de reforestación, apariencia verde de las ciudades, leyes locales o parciales de protección de fauna y flora, etc. Además de que en la mayor parte de los casos esto no resulta en más que meras apariencias volátiles relacionadas con la imagen “verde” de las empresas y el Estado, la burguesía no puede sino trasladar con disimulo la mayor falta de escrúpulos a los centros de producción fuera de los países centrales del capitalismo, o a otros lugares o sectores en los que su credibilidad no se vea tan comprometida pudiendo afectar a sus ganancias o reputación.

(2) La intensificación de la explotación de los obreros en sectores en los que se apela al voluntariado, la solidaridad, el sacrificio… aislando a los obreros en una lucha atomizada por reciclar, complacerse con los altos precios de los productos menos insalubres, sentirse culpables, resignarse a peores condiciones de trabajo y vida en supuesto beneficio de la naturaleza, etc.

La burguesía podrá ponerse y quitarse una máscara verde para proseguir su expolio de la naturaleza, pero no puede ir contra las leyes automáticas de su sistema. Por eso, “no basta con examinar este problema a través de las lentes de la ecología, o de las ciencias naturales, por sí solas. Para entender las causas subyacentes de la devastación ecológica, y la posibilidad de revertirla, tenemos que entender su conexión con las relaciones sociales existentes, con el sistema económico que gobierna la tierra: el capitalismo (…) Por sí solo, incluso el conocimiento científico más desinteresado es incapaz de hacer retroceder la marea del expolio medioambiental. De ahí que las interminables advertencias de los organismos científicos preocupados por el derretimiento de los glaciares, el envenenamiento de los océanos o la extinción de especies sean sistemáticamente ignoradas o contrarrestadas por las verdaderas políticas de los gobiernos capitalistas, cuya primera regla es siempre "expandirse o morir", independientemente de que estos gobiernos estén liderados por burdos negadores del cambio climático como Trump o por liberales serios y autoproclamados socialistas. La solución a la crisis ecológica -que, cada vez más, no puede separarse de la irreversible crisis económica del capitalismo y de su impulso hacia la guerra imperialista- sólo puede lograrse si la humanidad "recupera el control" mediante la supresión de la acumulación de capital, con todas sus expresiones externas, notablemente el dinero, el Estado y todas las fronteras nacionales. El trabajo debe emanciparse de la explotación capitalista: todo el proceso de producción debe organizarse sobre la base de las necesidades de los productores y de su interacción a largo plazo con el resto de la naturaleza[6]”.

El caso es el mismo en el resto de las luchas parciales, en las que la clase obrera es llamada a hacer frente común con diferentes facciones de la burguesía. Lo determinante, la transformación de las relaciones sociales no solo queda intacto, sino que los obreros quedan políticamente desarmados, impotentes y aislados, como fuerza de choque de la clase dominante. De manera análoga al ecologismo, el feminismo sería la ilusión de que a la burguesía le preocupa la condición de la mujer. “El capitalismo quiere impedir que las mujeres obreras constituyan un factor activo en la conciencia, la unidad y la solidaridad de todos los trabajadores (…) La historia de las luchas del proletariado ha evidenciado que la profundidad de un movimiento podía medirse en parte por la proporción de obreras implicadas en él. En “tiempos normales” las mujeres proletarias, al soportar una opresión todavía más agobiante que los proletarios hombres suelen estar menos implicadas que ellos en los conflictos sociales. Cuando los conflictos alcanzan una gran profundidad, las capas más oprimidas del proletariado, las obreras en particular se lanzan al combate y a la reflexión de clase (…) Solamente desde la unidad como clase obrera se podrá desarrollar un movimiento de lucha que desemboque en la superación de todas las divisiones, discriminaciones, opresiones particulares, que llevan consigo las sociedades de explotación” [7].

Así también, a la burguesía le preocuparía una salud, una educación y una serie de libertades no sometidas a los intereses de la acumulación capitalista. En breve, el capitalismo podría “humanizarse”, y lo hará poco a poco, cacho a cacho. Esto no es más que un espejismo. La consciencia sobre estas relaciones de los humanos entre sí y con la naturaleza son inseparables de la naturaleza de la lucha de la clase dominante explotadora o de la clase de la producción asociada, desposeída, explotada y revolucionaria a la vez. Ninguna consideración moral real está en la naturaleza del Capital. Aunque sí el interés de someter a la clase obrera a ilusiones desmembradas, negando el progreso de los métodos que están en la naturaleza de la clase obrera. Para conseguirlo se retuerce y contorsiona mil veces, retorciendo a la sociedad entera a su paso.

¿Qué clase de moral puede producir la burguesía? Una moral hipócrita y doble, maquiavélica, que envenene al proletariado, le haga sentirse culpable y le haga buscar culpables relativos o aparentes de expresiones parciales de la sociedad capitalista. La democracia se purificaría purgándose de aquellos elementos con los propios mecanismos y métodos que los produjeron.

La dictadura del proletariado, antítesis de la democracia

Así se ve en la superficie. Sin embargo, la consciencia obrera, por naturaleza excluida de la sociedad burguesa oficial, tiene un desarrollo subterráneo, que es la antítesis de la ideología burguesa. Y aunque es subterránea, cuando llega a cierta madurez vemos abiertamente que “sin embargo, se mueve”. Su desarrollo mismo expresa todo lo positivo y duradero de la sociedad humana. Es el hilo conductor en la historia de una sociedad mundial que, sin la intervención del proletariado por el comunismo, avanza hacia la barbarie.

La burguesía niega que el mismo proceso de la lucha proletaria hacia la revolución suponga el desarrollo de la solidaridad, de la confianza, de la voluntad y creatividad, la negación consciente de la explotación. La burguesía tiene que negar que la experiencia histórica de la clase obrera constituya un progreso, e impedir que la clase obrera recupere su memoria, sus lecciones y sus tradiciones, entre ellas la cultura del debate[8] y su relación con la continuidad de las organizaciones comunistas. El avance de la lucha obrera misma expresa en la práctica de las relaciones políticas de los trabajadores el potencial de superación del conflicto individuos-sociedad. La burguesía democrática tiene que denigrar este proceso con la mentira de que, al final acabará en una "dictadura peor", en una nueva dictadura de una "burguesía roja". Tiene que anular a la clase, hacer que se conciba a sí misma como un fracaso, una impotencia, para que renuncie al proceso mismo, como si el resultado final estuviera desligado del movimiento hacia él. Imponerle el miedo a la revolución como un acto en el que uno arriesga la vida. ¡Todo lo contrario! Además de vencer la pasividad, la vida automática y la destrucción del pensamiento, la consciencia revolucionaria salva la vida, acabó con la I Guerra Mundial, salva a los obreros de ser masacrados por las provocaciones de la burguesía, salva a los obreros de la abrumadora violencia personal del Estado. La burguesía denigra el compromiso militante como una pesada carga, la responsabilidad del que asume las culpas, del que pone la cara para que le abofeteen, del mártir religioso. Sería lo opuesto a pasar desapercibido, lo que en realidad quiere decir estar indefenso, aislado y anulado. Lo denigra también como una labor de intelectuales brillantes capacitados para la labor de jefes, que no estaría a la altura de cualquier obrero. La burguesía dibuja a los militantes obreros como individuos carismáticos que actúan por cuenta propia y que deben reaccionar precipitadamente, sin pensar, exponiendo su integridad. Al contrario, el compromiso de los obreros con su clase está en el interés y necesidad de aquellos. Cuanto más conscientes y organizados estén los obreros menos caerán en las trampas de la burguesía. La anulación de los individuos por el interés general es una característica de la burguesía, no del proletariado.

Los militantes obreros luchamos por el comunismo precisamente porque no llegará automáticamente, porque requiere el compromiso consciente de la clase obrera contra la anulación de la consciencia en la democracia. El proceso mismo expresa el potencial del comunismo. Como descubrió Marx, el comunismo no es un estado de las cosas ideal que habrá de implantarse, sino el movimiento vivo del proletariado que anula y supera el estado de las cosas existente.

La dictadura del proletariado deberá ser, tras la destrucción de los Estados de la burguesía, la supresión de los restos de la sociedad de clases por el poder exclusivo de la clase obrera. El proletariado debe luchar por su dictadura de clase, no por la verdadera democracia.

Teivos. 29/05/2020

 

[4] Ver al respecto de la oposición entre fascismo y democracia el texto ‘Auschwitz o la gran coartada’, publicado en 1960 por el ‘Partido Comunista Internacional’. El trauma de los campos de exterminio de la II Guerra Mundial ha sido aprovechado por la burguesía para oponer la democracia a tales atrocidades. Nada más lejos de la realidad:  https://sinistracomunistainternazionale.com/2019/06/15/auschwitz-o-la-gran-coartada/

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