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A finales de enero de 1939 se produjo el primer gran éxodo de población en Europa Occidental, la retirada de los españoles.
Espantoso éxodo
Casi medio millón de españoles, en su mayoría civiles (entre ellos mujeres, niños y ancianos), huyen hacia la frontera pirenaica. Una tragedia para una población ya martirizada por la guerra civil. Ya en 1936, una primera oleada de 15 000 refugiados se dirigió a Hendaya tras la toma del País Vasco y Asturias por las tropas insurgentes franquistas. En 1937, una segunda oleada de 120 000 civiles abandonó el territorio español al final de la campaña del Norte huyendo de matanzas y miseria. Pero el episodio final del invierno de 1939, tras la entrada franquista en Cataluña y la caída de Barcelona, provocó una salida forzada y masiva hacia un nuevo infierno. Hay muchos testimonios de los sufrimientos y la angustia que acarreó ese éxodo: "Éramos todos refugiados", cuenta Henri Melich, evocando los bombardeos, la larga espera en la frontera, los registros. “Hasta que llegamos, no sabíamos adónde íbamos.” "Llegamos en un carro, había tres familias en él, yo tenía 13 años, caminaba al lado de mi padre."
Al igual que Henri Melich, “los refugiados se amontonaban en la frontera para escapar de la venganza de los vencedores. A menudo llegan a pie, atravesando las sierras, a pesar del inclemente invierno. Después de esperar varios días antes a que se nos permitiera entrar en territorio francés, envían a mujeres y niños a zonas remotas de los Pirineos y los hombres menores de 50 años son llevados a campamentos improvisados en las playas del Rosellón. Se dispersa a las familias por todo el país. Una última oleada de refugiados abandonó en barcos el sureste de España a finales de marzo arribando a Argelia”.[1]
Las autoridades francesas controlaban militarmente los distintos pasos, con una brutalidad sin precedentes. Previamente la gendarmería identificaba y registraba sistemáticamente; se desarmaba a los soldados españoles del ejército "republicano". A lo largo de la frontera, se organizó de manera atropellada un aparente suministro y alguna que otra vacuna. Cansancio, hambre, frío.... ¡Y eso sólo era el principio del calvario para los refugiados! Iban a descubrir la abominación de los campos, la realidad innoble del Estado "democrático" francés, bajo el gobierno del "republicano" Daladier.
El "asilo" de los campos de concentración
Los campos de "acogida" como los de Amélie-les-Bains, Le Boulou, etc., recibieron a los primeros refugiados demacrados, agotados, hambrientos y congelados hasta la muerte. Se les internó también en otros lugares de "alojamiento", como Rieucros (inaugurado el 21 de enero de 1939), oficialmente nombrados "campos de concentración". El ministro Albert Sarraut dijo de estos campos de "acogida": "El campo de Argelès sur Mer no será un centro penitenciario, sino un campo de concentración. No es lo mismo".[2]
Esos campos en Francia prefiguran el universo de los campos de concentración que se va a extender por toda Europa durante y después de la Segunda Guerra Mundial. En marzo de 1939 había 90.000 refugiados en Saint-Cyprien, 50.000 en Barcarès, 77.000 en Argelès, etc. Los numerosos campos de "concentración" del Rosellón se organizaron de la siguiente manera: “tres lados erizados de alambradas, el cuarto lado abierto al mar. En cada campo, un espacio disciplinario, con un poste en el que se encadena a personas recalcitrantes; los motivos de castigo varían: desde la acusación de hacer política hasta la negativa a saludar a un guardia. Las condiciones de vida son deplorables: falta de higiene, malnutrición, promiscuidad”[3].
Los refugiados eran tratados como "indeseables", "apestados", especialmente los sospechosos de "perturbar el orden público", sobre todo los "revolucionarios". Se establecieron campos especiales para refugiados políticos, como el de Septfonds, donde instalaron a muchos exiliados que se reivindicaban comunistas. A los anarquistas los metieron en el campo de Le Vernet (incluidos los combatientes de la columna Durruti). Estos campos disciplinarios eran auténticos mundos de horror. Arthur Koestler comparaba, en algunos aspectos, el campo de Le Vernet con el campo de Dachau en Alemania. Incluso llegó a decir que "desde el punto de vista de la alimentación, la instalación y la higiene, Le Vernet era peor que un campo de concentración nazi".[4]
En las primeras semanas después de cruzar la frontera, se “aparcaba” a todos los refugiados detrás de alambradas, que a menudo se veían obligados a erigir ellos mismos. Les lanzaban el pan por encima de aquellas, pues no había lugar donde comer. A menudo no tenían nada que beber, excepto agua de mar. Sin protección, se veían obligados, como en Argelès, a cavar agujeros en la arena desde la primera noche de su llegada a territorio francés, para poder dormir y protegerse del frío. A veces su improvisada cama se convertía en su propia tumba. Muy rápidamente, sus cuerpos tan debilitados se infestaron de parásitos y enfermedades: a chinches y sarna, se añadieron la tuberculosis, neumonía, disentería, fiebre tifoidea, malaria, etc. La asistencia médica de la Cruz Roja tardó en llegar. Según el historiador B. Bennassar, entre 5.000 y 14.600 refugiados españoles murieron en los campos ya solo durante los primeros seis meses del éxodo. La promiscuidad, la falta de intimidad y la humillación eran cotidianas, al igual que las vejaciones constates y los castigos de los esbirros del Estado francés. La más mínima revuelta daba lugar a represalias infames por parte de militares, fusileros senegaleses o gendarmes. En Argelès, por ejemplo, a los refugiados recalcitrantes los encerraban desnudos impidiéndoles dormir por la noche[5]. En los campos disciplinarios, la humillación y los abusos se aderezaban con una represión feroz contra los refugiados sospechosos de ser militantes de la clase obrera. A algunos los metían en celdas insalubres y húmedas, como las del castillo de Collioure. La muerte de refugiados políticos por malos tratos y torturas no era infrecuente. Un informador de la Comisión Internacional de Socorro a los Niños Refugiados describió el campo de Bois-Brûlé en el departamento de Loir-et-Cher) como "uno de los peores" que había visitado: "Unos 250 refugiados vivían en barracones sucios, en los que la temperatura rondaba los cero grados (...) El suelo estaba cubierto de orina congelada".
Carmen Lázaro, zaragozana de nacimiento, da testimonio de su internamiento en ese campo: "Recuerdo que a mí con otros compatriotas, nos metieron a culatazos en vagones de ganado. A las madres se nos dijo que nos llevaban al campo de concentración de Bois-Brûlé. En el tren nos vacunaron (¡con vacunas caducadas!) y yo me puse muy enferma. Permanecimos en ese campo hasta febrero de 1940. Sufrimos del frío porque aquel invierno fue muy crudo, y de desnutrición (un pan que quedaba congelado durante el día, para siete personas y una lata de conservas con caldo caliente)”. Además, a muchos refugiados solían utilizarlos en muchos lugares como mano de obra sobreexplotada a voluntad, para las necesidades de la economía de guerra del imperialismo francés. Así fue, por ejemplo, en labores agrícolas en el sur de Francia o en las minas de carbón (las de Decazeville por ejemplo). Muchos fueron luego alistados como carne de cañón en la Resistencia y en el ejército francés (especialmente en la Legión Extranjera)[6]. Los "fugitivos del infierno español se transformaron en soldados del imperialismo francés"[7] Todos los que intentaban volver a España o eran rechazados por las autoridades francesas, se arriesgaban a vérselas ante los pelotones de ejecución franquistas! Muchos de los que permanecieron en Francia acabaron siendo deportados a los campos nazis.
La mistificación del “paraíso” democrático
La cruda realidad de los campos de refugiados españoles en Francia, silenciada e ignorada durante mucho tiempo[8], dio lugar a un discurso oficial falaz tendente a enfrentar la "humanidad" del Frente Popular, su "generosidad" contra la "dureza" de una "derecha conservadora" bajo el gobierno de Daladier (que era por su parte "radical-socialista", algo así como una “izquierda republicana”, un partido que tras formar parte del Frente Popular se alió a la derecha). Así, la tradición francesa del llamado "derecho de asilo" y de los "valores republicanos" sólo habría sido violada durante unos pocos "años oscuros". ¡Mentira! La realidad de las abominables condiciones de supervivencia de aquellas masas de refugiados contradice tal siniestra fábula. Revela la perfecta continuidad entre las medidas de represión policial y los discursos xenófobos. ¡Y eso mucho antes de que cayera el Frente Popular! La desconfianza y los prejuicios oscurantistas hacia esos "extranjeros", considerados como ganado, estaban bien arraigados en la población del "país de acogida". Sobre todo, había que atrapar a esos "indeseables" sospechosos de haber venido a Francia a "alborotar". A los militantes obreros se les consideraba y se les trataba como si fueran criminales. Como dijo el Ministro del Interior, Roger Salengro, ya en 1936: "Me han informado de que los refugiados españoles en nuestro territorio se dedican a la propaganda anarquista activa. Tengo el honor de pedirles que sigan muy de cerca esas acciones, cuyos autores deben ser objeto de una vigilancia estrecha, y hacia los cuales les ruego que adopten o me propongan medidas de alejamiento que consideren útiles (...) Quisiera señalar a este respecto que toda devolución de nacionales españoles considerados indeseables en Francia por sus acciones revolucionarias sólo podrá realizarse por el puesto fronterizo de Cerbère".[9] En esa misma línea, su sucesor Albert Sarraut (ministro del segundo gobierno de León Blum antes de su dimisión en abril de 1938), se distinguió por sus violentos discursos y diatribas xenófobas. Así describía este ministro radical-socialista, inspirado en la paranoia estatal y el odio a "comunistas" y anarquistas, a los refugiados políticos españoles: "lo sospechoso y sombrío del éxodo español", los "forajidos", "esas inmundicias de la humanidad que han perdido todo sentido moral y que serían un peligro muy grave para nosotros si los mantuviéramos en nuestro suelo". Son "basura". "Se han dado las instrucciones más severas a los prefectos, a todos los servicios de policía del territorio para que registren todos los ámbitos y estrechen al máximo las mallas de vigilancia en todos los cenáculos extranjeros. Buscamos cada día, hacemos redadas y depuramos a diario; nuestras cárceles lo saben bien”.[10]
Ese celo sañudo demuestra que ya antes de que se establecieran los campos y se persiguiera a los militantes refugiados de 1939, ya era difícil zafarse de las redes represivas. La propaganda burguesa utilizó los horrores del franquismo para tratar de minimizar y ocultar su propia responsabilidad y los crímenes del "campo democrático" antes y durante la IIª Guerra. Esa es una de las razones por las que el destino de los refugiados españoles fue ignorado durante mucho tiempo a favor de la cobertura hipermediatizada de los campos nazis. No hay diferencia de naturaleza entre esos dos regímenes políticos, entre la barbarie fascista, nazi o franquista y la de los Estados democráticos. Todos ellos son producto del mismo sistema capitalista y expresan la misma realidad de la sociedad capitalista decadente. En cualquier caso, la democracia sigue siendo el medio más sutil para dominar y justificar la guerra y la mejor manera de ocultar los propios crímenes.
Ante el trato infligido a todos los refugiados españoles, la represión y la barbarie contra los civiles, no podemos sino recordar la famosa denuncia de Rosa Luxemburgo de la guerra imperialista: “Manchada, deshonrada, nadando en sangre y chorreando mugre: así aparece la sociedad capitalista; así es. No es cuando, bien relamida y honrada, se viste con los oropeles de la cultura y la filosofía, de la moral y el orden, de la paz y la ley, sino cuando se asemeja a una bestia salvaje, cuando danza el Sabbat de la anarquía, cuando exhala su pestilencia sobre la civilización y la humanidad, entonces aparece en toda su descarnada desnudez, tal como realmente es”[11].
H, 28/01/2019 (Publicado por Révolution internationale)
[1] “Réfugiés espagnols : quand la France choisissait l’infamie” (Refugiados españoles : cuando Francia optó por la infamia), diario Libération (9/09/2015).
[2] Geneviève Dreyfus-Armand, Émile Témime, Les Camps sur la plage, un exil espagnol. (Los Campos en la playa, un exilio español). “Campo de concentración” es pues el término administrativo usado por las propias autoridades francesas.
[3] P.-J. Deschod, F. Huguenin, La République xénophobe (2001)
[4] Citado y recogido por Arthur Koestler, Escoria de la tierra (1947).
[5] Contaba la madre de un militante de la CCI, internada durante 11 meses en Argelès, que si el médico del campo decidía hospitalizar a un niño pequeño era como sentenciarlo a muerte: las monjas que trabajaban de enfermeras en el hospital de Perpiñán no proporcionaban el menor cuidado a “esos hijos de rojos", cuyos padres eran todos considerados como perseguidores de eclesiásticos durante la guerra de España. Esta realidad fue confirmada por la propia madre de la refugiada, la cual permaneció en el hospital con su bebé a principios de 1940. Por eso podían presenciarse cerca de las alambradas escenas insoportables de madres llorando tratando de evitar que sus hijos les fueran arrebatados y repelidas a culatazos por los gendarmes.
[6] Los primeros tanques aliados que entraron en París el 24 de agosto de 1944, de la IXª compañía de la IIªDB de Leclerc, “la Nueve”, los conducían refugiados españoles.
[7] “Semailles d’un carnage impérialiste” (‘‘Siembras de una carnicería imperialista’’), Communisme n° 23 (15/02/1939).
[8]El silencio sobre estos campos en lo que a documentación se refiere lo impuso explícitamente el Estado francés después de la 2ª Guerra mundial. Hasta los años 70 era imposible consultar los archivos de las prefecturas (por ejemplo la de Perpiñán) sobre este tema, considerado como tema “sensible” que debía mantenerse como secreto de Estado. En caso de mención de esos hechos evidentes para tanta gente, se minimizaban, se justificaban y eso cuando el estado francés no se jactaba de lo bien que había recibido a los refugiados españoles. ¿Por qué sensible? Pues por la sencilla razón de que los “campos de concentración” es cosa de nazis y el hecho de que se asimilara lo practicado por la democrática Francia a la barbarie nazi era insoportable para la burguesía francesa. Por esta misma razón tampoco les interesaba hablar demasiado del tema, en aquellos años de posguerra, a los partidos políticos españoles en el exilio. Y los que sufrieron en esos campos preferían no hablar mucho de ello en su entorno porque, sencillamente, la gente de la calle “no podía dar crédito a semejante cosa”.
[9] Circular del 3/11/1936 del ministro del Interior, Roger Salengro, Archives Nationales, CHAN, F/1a/3587 en La République xénophobe.
[10] Sesiones del 10 y 14 de marzo de 1939 en la Cámara de los diputados (La République xénophobe.)
[11] La crisis de la Socialdemocracia, Rosa Luxemburg.