Masacres en Siria y emigrantes en el Mediterráneo: el capitalismo es un mundo de guerras, miseria y alambradas

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Por un lado: un sinfín de guerras, de bombardeos que arrasan regiones enteras y que causan masacres espantosas de la población. Y, por otro: alambradas y muros, flotas destinadas a la caza de los emigrantes, campos de refugiados donde se hacinan decenas de miles de personas y familias que huyen de las matanzas, de la destrucción de sus hogares, de la miseria y la hambruna.

Siria se hunde en el abismo del imperialismo y la descomposición

La región siria de Guta oriental, al este de Damasco, se ha convertido nuevamente en   epicentro de los conflictos mortíferos que sacuden el mundo. Como otros tantos, y especialmente en los de Oriente Medio, este conflicto lleva la marca de los intereses y los antagonismos imperialistas en los que manda el “cada uno a la suya”. Es una guerra a base de matanzas, en las que todos están implicados, y en la que participan, en mayor o menor medida, todas las grandes potencias y los principales estados de la zona con sus ambiciones expansionistas[1]. Este conflicto lleva pues la impronta del hundimiento en la barbarie guerrera, de las contradicciones irresolubles y del callejón sin salida en que se encuentra todo el sistema capitalista.

Al norte de Guta, un nuevo foco viene a sumar más caos y guerra, más masacres de civiles y los consiguientes éxodos masivos de población. Se trata de la llamada “Operación Rama de Olivo”, desencadenada el 20 de enero por el ejército turco, para bombardear y devastar el enclave de Afrin - en la región de Alepo -, donde se han acantonado combatientes de las YPG kurdas, reforzadas a su vez por milicias partidarias del presidente Assad, y que ha significado una nueva proliferación de las zonas de combate existentes ya en ese país. A las rivalidades entre bandas y fracciones locales se añaden las operaciones de las potencias imperialistas que, como un cesto de cangrejos, se pisan y se enzarzan unas con otras. El pudrimiento del mundo capitalista se traduce en más muerte y desolación, como refleja el comportamiento sanguinario de todos los actores presentes en estos conflictos, bien sean las tropas de Assad o sus aliados circunstanciales, o sus adversarios de la “oposición”; el Daesh o las grandes potencias democráticas.

También el ejército sirio ha desencadenado cerca de Alepo una nueva ofensiva - apoyado esta vez por milicias chiitas sostenidas por Irán, y además por la aviación rusa -contra una región controlada por el Daesh y otras facciones yihadistas opuestas al régimen de Assad. Esta nueva matanza ha provocado el habitual coro de lamentaciones, a cual más hipócrita; pues esta fingida indignación de los “media” occidentales, de las supuestas ONG, y de la llamada “comunidad internacional” ante ataques perpetrados con armas químicas (de las que también hace uso descaradamente la coalición internacional[2]), va pareja a la ineficacia de las resoluciones votadas por la ONU tanto contra el uso de esos gases, como en favor de la protección de la población civil, el respeto a las treguas, etc. Se pone, una vez más, de manifiesto la falta de credibilidad y la desconfianza que infunden las instituciones de la cacareada “comunidad internacional” a las que ya Lenin calificó de “cueva de ladrones”.

El empleo de armas químicas no es nada novedoso en Siria. Desde 2012 han sido sistemáticamente empleadas en los bombardeos aéreos, especialmente durante las batallas de Alepo y la de Homs, y luego en la masacre de Jan Sheijun el 4 de abril de 2017. También están siendo masivamente empleadas en los bombardeos de Guta oriental desde marzo de 2013, y especialmente en el ataque que el 21 de agosto de ese mismo año causó casi 2000 muertos. El número de víctimas se acrecienta con los bombardeos repetidos de los hospitales en los que se sospecha que se presta asistencia a los rebeldes y las destrucciones sistemáticas de las viviendas. Sólo entre 2013 y octubre de 2017 se cuentan 18 mil muertos (de los que al menos 13 mil son civiles, ¡¡¡ y de ellos casi 5 mil son niños!!!). A los que hay que sumar cerca de 50 mil heridos. Entre el 18 y el 28 de febrero, en la que hasta ahora ha sido la última ofensiva aérea, las cifras oficiales hablan de 780 muertos, entre ellos 170 niños. Y todo esto sin contar las víctimas innumerables e innombrables – puesto que apenas se les menciona – de los desabastecimientos que devastan esta arrasada región desde 2017. Y ahora el régimen de Assad lanza una nueva ofensiva terrestre en Guta, que se anuncia igualmente cruenta y mortífera.

Emigrantes y refugiados, víctimas de la barbarie de los Estados capitalistas.

Toda esta situación sólo puede empujar el desarrollo de otro de los fenómenos acentuados en la fase de descomposición del capitalismo: la deportación y el éxodo masivo de poblaciones que huyen de las masacres y la miseria de Oriente medio, de África o de América latina. Masas ingentes de gente pobre que afluyen hacia los estados más ricos, buscando desesperadamente una tierra de asilo sobre todo en Europa y los Estados Unidos. Pero la única solución que plantean estos estados ante la avalancha de emigrantes se reduce a tratar, cueste lo que cueste, de cerrarles el paso, de arrinconarles hacinados, de expulsarles sin miramientos aun sabiendo que se les está enviando a la muerte. La única respuesta son los muros y las alambradas. Todo ello acompañado por la inseminación del miedo al extranjero, reprimiendo severamente a todo aquel que tienda la mano al emigrante tratando de ayudarles.

El cinismo de los Estados implicados, y especialmente el de los europeos, no conoce límites. Así Turquía es incentivada con sustanciosas ayudas económicas y financieras, para que se encargue de bloquear el paso de los emigrantes a Grecia, amontonándolos por el contrario en campos de refugiados con condiciones inhumanas. Este acuerdo supone, en realidad, un verdadero mercadeo de seres humanos. Se deja pasar con cuentagotas a una ínfima minoría que consigue llegar a un país europeo, mientras la inmensa mayoría se pudre mes tras mes en dichos campos. Tampoco este cinismo resulta novedoso. Recordémonos los discursos lacrimógenos del gobierno “socialista” de Zapatero en España, que al mismo tiempo levantaba en los enclaves de Ceuta y Melilla, una triple alambrada de espinos en las que cientos de emigrantes se han malherido y desgarrado sus carnes. Y algunos de los que han tratado de eludirla se han visto ametrallados por las fuerzas del orden de esos mismos países. Recordemos como ese mismo gobierno, subcontrató al Estado marroquí para que le hiciera el trabajo sucio subiendo a los emigrantes a los autobuses de la muerte que les dejaban en medio del desierto del Sahara. Todas las burguesías occidentales (¡¡incluyendo al propio gobierno español!!) - y por tanto corresponsables como firmantes de los acuerdos de Schengen, - pusieron el grito en el cielo y multiplicaron sus apariciones en los medios de comunicación para “protestar enérgicamente” contra esa “flagrante violación de los Derechos Humanos”. Pero ¿qué vemos hoy? Pues acuerdos muy similares se han firmado con Turquía, como poco antes se hizo más discretamente también con Libia. Tales acuerdos tienen consecuencias inmediatas en las rutas de los emigrantes hacia los países europeos.

Todos los “media” se han felicitado por el descenso – en casi un 33% - del número de emigrantes ilegales que desembarcaron en las costas italianas en 2017. De hecho «la UE ha optado por frenar el flujo de emigrantes en origen, en lugar de abrir más campos de acogida en Italia y en Grecia. Esta elección nos parece moralmente más que discutible», confesaba el Courrier International en su número 1414. Lo cierto es que el “buen dato” en Italia se corresponde con un aumento significativo de las llegadas por mar a España en ese mismo 2017, lo que ha obligado entre otras cosas a acelerar la puesta en funcionamiento, como centro de retención, de una nueva prisión en Málaga.

También un reciente reportaje de la CNN que mostraba como en Libia los emigrantes eran vendidos en subasta como esclavos, originó una oleada de indignación a escala mundial, de la que la propia prensa se ha hecho eco. Pero, por lo general, esos mismos “media” no muestran la misma beligerancia ante, los acuerdos y las medidas adoptadas por la UE y Libia que han contribuido a crear esta situación. En el mencionado artículo de Courrier International puede leerse: «El 3 de febrero de 2017, los 28 acordaron una “declaración” de apoyo al acuerdo suscrito en la víspera por Italia y el gobierno libio de Fayez al-Sarraj. Las bases de este acuerdo son las mismas que las del pacto UE-Turquía de dos años atrás: Europa proporciona sobre todo dinero, y también material y entrenamiento para los guardacostas libios, que se comprometen por su parte a interceptar las embarcaciones de los emigrantes y a enviarlos a los centros de internamiento en Libia. (…) Las organizaciones de defensa de los derechos humanos y la prensa se han apresurado a denunciar las limitaciones de este plan, preguntándose sobre la capacidad del gobierno de Sarraj (que es una más de las varias fuerzas que pugnan por hacerse con el control de Libia) para llevarlo a cabo y las consecuencias que ello puede tener para los emigrantes de las que se conoce ya el trato inhumano que padecen en Libia». Las preocupaciones de estas organizaciones humanitarias son del mismo tenor que la fraseología “humanitaria” hipócritamente exhibida por el gobierno español en 2005. Estas gesticulaciones no sirven más que para enmascarar los acuerdos cínicos y represivos que han permitido ya hacinar a 700 mil emigrantes africanos en campos de internamiento en Libia.

Pero por muchos acuerdos y dispositivos que se empleen para tratar de cerrar la puerta a los emigrantes, parece claro que la acumulación de guerras regionales, masacres, hambrunas y miseria, el desgarramiento del tejido social en las cuatro esquinas del mundo, solo puede impulsar dramáticamente el fenómeno de los refugiados.[3]

 

La solidaridad del proletariado es la única perspectiva ante el drama de los emigrantes

En el centro de la oleada histórica de emigración a la que asistimos se sitúa, indiscutiblemente, la crisis histórica del capitalismo. Para hacer frente a la barbarie de su sistema, la burguesía no puede ofrecer otra cosa que no sean un creciente caos, más exclusiones y divisiones, etc., invocando siempre la defensa de los “intereses de la nación”, término éste destinado a camuflar el frío cálculo sanguinario y competitivo del capital.

Pero para los explotados las fronteras no tienen ningún sentido. Los proletarios no tienen patria. La clase obrera ha sido y es una clase de emigrantes, obligada siempre a desplazarse para vender su fuerza de trabajo, de una región a otras, del campo a la ciudad, de un país a otro. Clase de emigrantes y clase de explotados. Y solo puede resistir a la barbarie capitalista apoyándose en la única fuerza de la que dispone: su unidad internacional cuyos cimientos son la conciencia y la solidaridad. Frente a las campañas ideológicas que la burguesía dedica a sembrar el miedo, la angustia y la xenofobia, los proletarios de Europa y de todos los países desarrollados deben tomar conciencia de que los emigrantes son víctimas del capitalismo y de las políticas cínicas de los Estados. Son sus hermanos de clase que son bombardeados, que son masacrados en las guerras o que son arrojados a los campos de concentración a la intemperie.

La afirmación solidaria y posible de su solidaridad pasa así, primeramente y ante todo, por el desarrollo de la lucha de clase, de la resistencia a los ataques y a la barbarie del capitalismo. La cuestión de los emigrantes plantea en última instancia la perspectiva de la unidad internacional del combate revolucionario contra el sistema capitalista. Y hoy, todavía, el proletariado sigue siendo la única clase revolucionaria, la única fuerza social capaz de poner fin a las contradicciones históricas de un sistema en su etapa terminal, de echar abajo las fronteras nacionales, de abolir la explotación del hombre por el hombre, de poner en pie un mundo sin clases, sin miseria y sin guerras: el comunismo.

PA, 3 de Marzo de 2018.



[1] Abordaremos en un próximo artículo este aspecto crucial de la situación imperialista en Siria que es otra de las manifestaciones de la descomposición social actual.

[2] “En Irak y Siria, las bombas de fósforo de la coalición internacional a examen”. En francés en Le Courrier International del 15 de junio de 2017.

[3] Ver nuestra serie Emigrantes y refugiados víctimas del capitalismo partes I a IV en nuestra publicación - en francés-  Révolution Internationale (2015 y 2016).,

 

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