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Honduras es un pequeño país de Centroamérica, la extensión de su territorio representa poco más del 1% del que ocupa EUA; su actividad productiva se centra en el cultivo de frutos, en la extracción de minerales y en la maquila, pero su capacidad económica está tan degradada que hay una gran masa de trabajadores desempleados, analizando los datos oficiales del 2017 se puede concluir que alcanza una tasa del 18% y entre los más afectados son los jóvenes que son arrojados de forma creciente a la lumpenización, alimentando a las pandillas criminales conocidas como “maras salvatruchas”, o son empujados a la migración masiva, formando caravanas integradas incluso por niños que viajan sin familia.
Pero a pesar de ser un país pequeño, con una economía poco significativa y descuidada en su infraestructura, favoreciendo a los destrozos continuos por los huracanes, es un área de importancia militar. No es casualidad que Honduras fuera durante los años 80, el centro de las operaciones militares norteamericanas contra las fuerzas guerrilleras en El Salvador y Nicaragua. Precisamente es en 1982 cuando se construye la base militar en Palmerola, ubicada a 86 km de su capital, Tegucigalpa, donde tiene su base el Comando Sur de EUA (SouthCom), que tiene el control total de la vigilancia en la región. Todo ello hace que tradicionalmente la burguesía de ese país se discipline políticamente en torno a las orientaciones norteamericanas. En diciembre del año pasado cuando se votó en la ONU la decisión de reconocer a Jerusalén como capital de Israel, el Estado hondureño tuvo oportunidad de mostrar su incondicionalidad política. Bastó que el gobierno de Trump expusiera: “Tomaremos nota de los nombres [de los Estados que votan en contra]” para que la representación hondureña votara a favor. Es por tanto una geografía importante política y militarmente para EUA, por lo que no está dispuesto a dejar que se aleje de su control.
Justo por esa preocupación, en 2009, sectores de la burguesía hondureña apoyados por los EUA impusieron un golpe de Estado contra el gobierno de Manuel Zelaya, que buscaba romper la disciplina hacia el Tío Sam. El gobierno de Zelaya, de forma sistemática buscó el acercamiento con otras fuerzas de la burguesía colocados en la cabeza de Estados latinoamericanos, como Venezuela y Brasil, que tenían como objetivo conformar un bloque regional para debilitar el liderazgo de EUA y promover su asociación con fuerzas imperialistas europeas y asiáticas, a las que le abrían las puertas al continente por medio de proyectos económicos, políticos y militares.
El golpe de Estado de 2009 puso en evidencia la dificultad de la burguesía en Honduras para asegurar su unidad, pero también los esfuerzos de los EUA por recuperar su liderazgo en el continente. Los conflictos actuales que se viven en ese país se explican en este contexto.
América Latina, arena de conflictos imperialistas
El avance del capitalismo hizo de América Latina una zona de disputa, por sus recursos naturales, por el paso de mercancías legales o ilegales, o por su ubicación estratégica para la guerra. El siglo XIX, marcado por el ansia de la acumulación capitalista, llevó a que los Estados europeos ansiosos por restaurar las zonas coloniales perdidas en América, llevaran a cabo operaciones militares, sin embargo se encontraron con la respuesta amenazante de EUA, que mediante la “doctrina Monroe” (1823), que proclama: “América para los americanos”, hace explícito sus intenciones imperialistas y su decisión de no permitir ninguna convivencia con otras fuerzas opositoras en el continente americano[1]. Bajo ese postulado político los EUA deciden dar su apoyo al gobierno mexicano durante la intervención francesa en 1862-65 y el apoyo militar a Cuba cuando el intento de invasión de España en 1898. Pero ese mismo principio doctrinal es usado para dejar su mensaje intimidatorio e imponer su disciplina a los Estados latinoamericanos y que se concreta de forma directa con invasiones militares y despojos, como la llevada a cabo a México en 1846-48 y en las primeras décadas del siglo XX reafirma esa práctica con las guerras de ocupación de Cuba (1906), Nicaragua (1915-34), Haití (1934) …
La preparación de la segunda guerra mundial requería que los EUA ablandaran su política agresiva para evitar que se aprovecharan los resentimientos por las fuerzas imperialistas rivales, por tal razón implementa la política del “buen vecino” consistente en extender cierta colaboración comercial y militar, acordonando así al continente. Al finalizar los conflictos armados y la apertura de la “guerra fría”, los EUA aseguran su dominio en América colaborando de forma muy cercana con cada Estado latinoamericano y respondiendo militarmente a todo intento de cuestionamiento, como lo ejemplifican las acciones militares en contra de los movimientos guerrilleros (auspiciados fundamentalmente por la URSS, el bloque rival) o la promoción de golpes de Estado contra aquellos gobiernos que desviaran su disciplina. Cuba fue el único Estado que logra mantenerse durante toda la “guerra fría” como cabeza de playa de una fuerza imperialista opuesta a EUA, aunque su presencia, más allá de la “crisis de los cohetes” en 1962, no representó un gran peligro para el Tío Sam, en tanto mantuvo el control a partir de los acuerdos presentes durante todo el período con la URSS (además de mantener, desde finales del siglo XIX, una base militar en Guantánamo, al sureste de la isla).
Con la caída del Bloque del Este se define de forma muy clara la apertura de una nueva fase en el capitalismo, la de su descomposición, en la que encontramos una inestabilidad en las relaciones de la misma burguesía mundial. Como la CCI ha venido exponiendo “la barbarie ‘organizada’ ha dejado el sitio a una barbarie anárquica y caótica en la que predominan la tendencia a ‘cada uno por su cuenta’, la inestabilidad de las alianzas, la gangsterización de las relaciones internacionales…”[2]. En ese marco en América Latina se inicia también un proceso de cuestionamiento más abierto al liderazgo de EUA.
El avance de la descomposición capitalista
La implosión del Bloque del Este implicó no solo la desarticulación del núcleo imperialista de la URSS y sus Estados aliados, significó también la dislocación de las fuerzas imperialistas asociadas en el bloque opositor. Se terminaba así la razón para la articulación de alianzas y disciplinas, no había ya un enemigo común a enfrentar que justificara la existencia de la unidad en un bloque. Esta situación implicó una dispersión de las fuerzas de la burguesía, desatando un enfrentamiento de “todos contra todos”[3] y de forma especial se pone en cuestionamiento el liderazgo norteamericano. Así a partir de mediados de los 90 vemos surgir en América Latina, como nunca antes, Estados que cuestionan a los EUA, con un acercamiento muy claro con Estados de origen europeo o asiático. En ese contexto de desorden –y aprovechando la “coyuntura” de crecimiento de los precios de mercancías como el petróleo y algunos granos–, Estados como el venezolano, el brasileño y el argentino, impulsan acuerdos comerciales y políticos con fuerzas imperialistas opositoras a EUA, creando incluso instancias como la Alianza Bolivariana para América (ALBA).
En esa expansión de cuestionamiento a los EUA, también en Honduras se abren grietas que llevan a que sectores de la burguesía hondureña conciban la posibilidad de que, a través del gobierno de Manuel Zelaya (2005-2009), se fortalezcan posturas que rompen la disciplina hacia los EUA. La alianza del gobierno de Zelaya con el chavismo prometía, para algunos sectores de la burguesía un mejoramiento de sus condiciones comerciales y financieras, pero representaba un reto para los EUA. Se pone así en evidencia la dificultad de la burguesía hondureña para lograr la unidad y seguir la política con filiación norteamericana, pero también expone la dificultad que vive la burguesía norteamericana y que le impide actuar de forma rápida y unificada en su “traspatio”.
El golpe de Estado de 2009 en Honduras, es condenado en un principio por Obama –en ese entonces presidente de EUA–, no obstante el gobierno norteamericano presionó antes de la asonada militar con el bloqueo comercial a los frutos hondureños y luego promovió el diálogo y la pacificación de la zona para apoyar así al gobierno golpista, dejando ver una postura ambigua, que más allá de la hipocresía y el doble lenguaje de la burguesía, muestra la dificultad en la que se mueve el gran gendarme para definir su actuación política a su interior pero también en su política de dominio, lo cual se agrava con el arribo de Trump al gobierno. No es el espacio para abundar sobre este tema[4], solo diremos que colocar a la cabeza del gobierno de EUA a un personaje tan irresponsable, revela el avance de la descomposición y multiplica la profundidad de las fracturas que complica a la burguesía tener el control de su política al interior de su territorio y al exterior. Esto no significa que se han atrofiado totalmente sus fuerzas para seguir su agresiva “doctrina”, sin embargo, tal fractura interna favorece a que otras fuerzas imperialistas, de Europa, Asía y el Medio Oriente, cuestionen su liderazgo y se abran grietas que permiten la filtración de cuestionamientos desde América Latina.
En los últimos años de este siglo se ha notado una declinación de la fuerza de los Estados latinoamericanos que cuestionan el dominio de EUA y en ese proceso los EUA han intervenido con presiones políticas y militares, pretextando a veces la lucha contra el narcotráfico, el lavado de capitales o la corrupción, pero lo que ha influido también de forma significativa es el avance de la crisis económica que ha limitado las potencialidades de la burguesía latinoamericana. De esta manera hemos visto declinar el fortalecimiento relativo que tenían los “gobiernos de izquierda” de la burguesía de Venezuela, Brasil y Argentina, lo cual ha permitido a EUA actuar más agresivamente. En ese plano las revueltas electorales y poselectorales que se han presentado en Honduras se inscriben en las dificultades que vive la burguesía ante la descomposición social que sufre su sistema.
Los recientes conflictos en Honduras
A partir de las elecciones del 26 de noviembre de 2017 en Honduras se han desatado enfrentamientos callejeros en los que murieron 34 manifestantes y cientos de personas fueron detenidas.
En el circo electoral se inscriben los principales partidos de la burguesía: el Partido Nacional (PN), que presentó como candidato al actual presidente Juan Orlando Martínez. El partido oponente fue la Alianza de Oposición Contra la Dictadura (AO), formado por la unidad del Partido Libertad y Refundación (LIBRE) y el Partido Innovación y Unidad Socialdemócrata (PINU-SD), colocando como su candidato al comentarista de deportes y conductor de programas de concurso en la TV, Salvador Nasralla. Ambos partidos tienen como ideario la defensa del capitalismo liberal, aunque se diferencian en que mientras el PN es repudiado por la corrupción[5] que fomenta y la radicalidad de las medidas económicas aplicadas en contra de la población trabajadora, la AO se presenta como una estructura “alternativa” y crítica del gobierno, levantando propuestas radicaloides, como lo de formar un gobierno de transición y una nueva constitución, presentándose además como herederos de la legalidad del gobierno depuesto en 2009, llevando por ello como coordinador político al ex presidente Manuel Zelaya, el cual, como decíamos arriba, se asoció durante su gobierno con Chávez.
La dificultad de la burguesía para organizar su política y lograr su unidad se expone en la mala operación del relevo de gobierno. El gobierno para asegurar la reelección de Juan Orlando Martínez se adelantó en declarar su triunfo, ante lo cual el opositor Nasralla convocó a salir a las calles por la “defensa de la democracia”, teniendo una gran convocatoria, arrastrando así a una masa confusa (y confundida) formada principalmente por estudiantes, aunque también por algunos trabajadores de las zonas rurales y obreros de la maquila en algunas áreas.
Toda esta fuerza social es arrastrada y conducida como “ciudadanos” defensores del capitalismo y su democracia. No obstante, el gobierno responde a estas manifestaciones con la represión directa acompañada del decreto del “toque de queda” (del 1 y hasta el 10 de diciembre). Es importante resaltar que la dificultad de la burguesía para llevar a cabo su política se evidencia aún más cuando sectores de la policía se niegan a aceptar la orden de disparar en contra de las manifestaciones (4-diciembre), por lo que el gobierno tiene que hacer uso del ejército para enfrentar las manifestaciones, pero, además, para anular la incipiente indisciplina policial, les promete aumento de salarios y adelanta el pago del aguinaldo.
La clase obrera hondureña confundida por las pugnas de la burguesía
La tensión que se creó en Honduras llevó a la intervención de la Organización de Estados Americanos (OEA), buscando la conciliación y pidiendo la anulación del proceso electoral. No obstante, esta vez el gobierno de EUA se apresuró a reconocer el triunfo de Juan Orlando Martínez, respaldando esa decisión de forma inmediata los gobiernos de Colombia y México.
Finalmente, el 27 de enero se concretó la reelección, en un clima de enfrentamiento entre fracciones de la burguesía, pero arrastrando con ella a la clase trabajadora, que queda en una condición de mayor confusión y más controlada. Aún cuando la burguesía se encuentra en una dificultad para controlar la evolución de la situación en el plano político y su aparato económico, logra trasladar sus efectos a los explotados por el ambiente que generan, pero además en este proceso la izquierda del capital no deja de tener una participación:
- Los disturbios y los resultados han reforzado la visión de que, pese a los fraudes, las elecciones son necesarias. El mismo aparato de izquierda e izquierdista, aun cuando afirma ser crítico de la oposición electorera, se han integrado en la campaña contra los trabajadores al convocarlos a la defensa del voto y la democracia. Así lo hacen los estalinistas del Partido “Comunista” de Honduras, en su documento “Alerta a la población ante el fraude electoral montado por el partido de gobierno”, lo mismo que los trotskistas de “Socialismo o Barbarie” de Honduras. Estos últimos se muestran más “radicales”: en su posicionamiento “Honduras en lucha contra la dictadura”, se lamentan porque no hubo una incorporación de grandes masas obreras a las movilizaciones, pues afirma, “La clase trabajadora tiene motivos más que suficientes para incorporarse a la lucha” y aunque ni en Zelaya ni en Nasralla ven una postura “proletaria”, lloriquean porque estos no llamaron a la huelga. En suma, la izquierda y el izquierdismo no hacen sino completar la política de sometimiento que desde el gobierno y los partidos oficiales la burguesía lanza en contra de los trabajadores.
- La estructura sindical, aunque se ha involucrado tangencialmente en el conflicto no ha abandonado su trabajo de control. Por ejemplo, la Red de sindicatos de maquila ha expresado un llamado a que se lleve un escrutinio transparente, se dialogue y se concilie, “a fin de que el aparato productivo no colapse y quienes laboramos en empresas no quedemos sin empleo” (La Tribuna, 3-dic-2017). Lo que muestra su trabajo orientado a imponer el control de los trabajadores, resaltando el miedo y la visión de que no hay más camino que la democracia.
El nivel de conciencia de los trabajadores hondureños ha enfrentado dificultades a lo largo de la historia. Aunque a mediados del siglo XX los trabajadores de los muelles y las fincas fruteras expusieron una gran combatividad en huelgas y manifestaciones, su fuerza de clase era en gran medida limitada por el nacionalismo, motivado por el origen norteamericano de las principales empresas (como la United Fruit Company, la Cuyamel Fruit Company, la Standard Fuit Company…).
Durante los años 80, hubo una degradación de las condiciones de vida de los trabajadores y como resultado de ello se presentaron intentos de respuesta y, aunque esas expresiones fueron copadas por los sindicatos no dejaron de generar persecuciones en tanto se seguía la denominada “Doctrina de Seguridad Nacional”, sembrando entre los explotados el terror y el miedo.
Luego en los 90 el dominio sindical se extiende y mientras que el sindicalismo oficial impone una sumisión frente a los gobiernos (lo mismo si se encuentra en el gobierno el partido nacionalista o el liberal), la Central Unitaria de Trabajadores de Honduras (CUTH) cubre el flanco de contención mediante el uso de consignas que suenan radicales (como el rechazo a las políticas de privatización) pero que llevan de trasfondo la inyección de veneno nacionalista.
Tras de la burguesía, ¡nunca!
Podemos afirmar que las dificultades que se viven por la burguesía hondureña no son expresiones que corresponden solo a pequeños Estados “bananeros”. Los problemas que vive la burguesía hondureña no son sino expresión de la descomposición capitalista que avanza y problematiza las relaciones entre la misma burguesía, pero que aún tiene la capacidad de usar los efectos en contra de los trabajadores e impulsar procesos en los que los envuelve y somete su fuerza.
Es Honduras por ello una muestra de lo que puede ser un escenario general en América Latina en 2018, en tanto que habrá elecciones en varios países de este continente y dada la falta de unidad de la burguesía, serán una arena de disputa, ante la cual los trabajadores no pueden involucrarse. Su tarea en este momento es la reflexión profunda de cuál es su verdadero terreno de combate, reconociendo que es su conciencia y organización lo que ha de permitir destruir este sistema de explotación y opresión.
RM / febrero-2018
[1] El poder que toma EUA le da oportunidad de apropiarse del gentilicio americano para designar a los habitantes de su país, excluyendo del adjetivo al resto de los habitantes del continente, aspecto que puede ser poco relevante, pero sigue alimentando el chauvinismo latinoamericanista.
[2] “La descomposición: fase última de la decadencia del capitalismo”, Revista Internacional n° 62, 1990. /revista-internacional/200510/223/la-descomposicion-fase-ultima-de-la-decadencia-del-capitalismo
[3] Recomendamos leer para ampliar sobre el concepto de descomposición además del artículo señalado en la anterior nota: “Tesis sobre la crisis económica y política en la URSS y en los países del Este”, Revista Internacional nº 60, 1990, ver /content/3451/tesis-sobre-la-crisis-economica-y-politica-en-los-paises-del-este . “Entender la descomposición (I): las raíces marxistas de la noción de descomposición”, Revista Internacional n° 117, 2004, ver https://es.internationalism.org/revista-internacional/200404/167/entender-la-descomposicion-i-las-raices-marxistas-de-la-nocion-de-d
[4] Para ampliar sobre este aspecto, convocamos a leer “Contratiempos para la burguesía que no por ello son un buen presagio para el proletariado”, en Revista Internacional 157, 2° semestre de 2016. /content/4185/brexit-trump-contratiempos-para-la-burguesia-que-en-nada-son-un-buen-presagio-para-el
[5] John Kelly, Jefe del Comando Sur de los Estados Unidos, en octubre de 2015 afirmó que el sistema judicial y la policía hondureña estaba “totalmente destruidos por dinero del narcotráfico”.