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Los 12 y 19 de abril, dos pateras sobrecargadas de emigrantes que huían de la miseria y los peligros más extremos se hundían en el Mediterráneo, liquidando más de 1200 vidas. Tragedias como esta se repiten desde hace ya décadas: en los años 90, el estrecho de Gibraltar era el cementerio de miles de emigrantes. Desde el año 2000, han desaparecido 22 000 personas en el intento de arribar a Europa por mar. Desde el drama de Lampedusa en 2013, en el que perecieron 500 personas, esta emigración y sus consecuencias fatales han tenido un crecimiento sin precedentes. Con casi 220 000 travesías y 3500 muertos, el año 2014 ha batido todos los “récords”, para decirlo con la fría expresión de las estadísticas. En cuatro meses, desde el primero de enero de 2015, el mar se ha tragado a 1800 emigrantes.
Expresión del capitalismo en descomposición
Asistimos, en estos últimos años, a una especie de industrialización de ese tráfico de seres humanos. Los testimonios suelen ser aterradores: campos de refugiados, tránsitos por zonas de conflicto, pillajes, apaleamientos, violaciones, esclavitud, etc. La brutalidad y el cinismo de los traficantes no parecen tener límites. Y todo eso para ser “acogidos” en Europa en unas condiciones indignas y ser considerados como un “fardo”, según la expresión del jefe de la operación “Tritón” montada en principio para “rescatar” a los emigrantes de las aguas.
Si hay personas que están dispuestas a soportar tales pruebas, es porque lo que dejan atrás es todavía peor. Las causas del incremento de los flujos migratorios son las condiciones de existencia insostenibles en cada vez más regiones del planeta. Tales condiciones no son nuevas, pero sí que se agravan cada día más y de forma acelerada. El hambre y la enfermedad siguen golpeando. Pero, además, de lo que huyen tantos y tantos miles de personas es sobre todo de una sociedad que se está pudriendo de raíz : la descomposición acelerada de África y Oriente Medio, con sus conflictos inextricables, sus bandas armadas mafiosas y fanatizadas, inseguridad permanente, chantaje, desempleo masivo…
Las grandes potencias, movidas por la lógica de un capitalismo cada día más irracional y asesino, de defender sus intereses imperialistas por los medios más sórdidos, tienen una responsabilidad de primera importancia en la situación espantosa que impera en muchas áreas del mundo. En esto, el caos en Libia es de lo más caricaturesco: las bombas occidentales sustituyeron a un tirano por unas milicias que va cada una a su aire cometiendo desmanes sin fe ni ley. Además de que esa situación ilustra muy claramente la única perspectiva que el capitalismo es capaz de ofrecer a la humanidad, la dislocación de Libia ha favorecido la implantación a pleno día de organizaciones de traficantes y demás “coyotes” sin escrúpulos, vinculados a menudo a diferentes actores imperialistas: bandas mafiosas, yihadistas y hasta gobiernos autoproclamados en lucha de unos contra otros, a menudo de una u otra categoría cuando no una mezcla de ambas.
Con la decadencia, las grandes potencias se han hecho fortalezas antinmigrantes
A imagen de los emigrantes que atraviesan el Mediterráneo, el desarraigo está inscrito en la historia de la clase obrera. Desde los albores del capitalismo, una parte de la población rural fue arrebatada a la tierra para constituir la primera mano de obra manufacturera. Víctimas a menudo de expropiaciones brutales, aquellos parias del sistema feudal, demasiado numerosos para que el Capital naciente pudiera absorberlos, eran tratados como criminales: “De ahí que, a fines del siglo XV y durante todo el XVI, se dictasen en toda Europa occidental una serie de leyes persiguiendo a sangre y fuego al vagabundaje. De este modo, los padres de la clase obrera moderna empezaron viéndose castigados por algo de que ellos mismos eran víctimas, por verse reducidos a vagabundos y mendigos. La legislación los trataba como delincuentes “voluntarios”, como si dependiese de su “buena voluntad” el continuar trabajando como en las viejas condiciones,ya abolidas”[1]. Con el desarrollo del capitalismo, la necesidad creciente de mano de obra produjo cantidades ingentes de flujos migratorios. En el siglo XIX, en plena prosperidad del capitalismo, hubo millones de emigrantes que tomaron el camino del éxodo para llenar las fábricas. Con el declive histórico del sistema, que se inicia con la Primera Guerra Mundial en 1914, los desplazamientos de población no han cesado nunca, sino que incluso han aumentado. Guerras imperialistas, crisis económicas, catástrofes climáticas, razones no faltan para desear escapar del infierno.
Con la crisis permanente del sistema, los emigrantes chocan ahora con el hecho de que el Capital es incapaz de absorber de manera importante más fuerza de trabajo. Los obstáculos administrativos, policiales y jurídicos se han ido así multiplicando para impedir que los emigrantes lleguen al territorio de los estados más desarrollados: límite de la duración de las estancias, expulsión por chárter o reconducciones masivas, acosos jurídicos, redadas policiales incesantes, patrullas navales y aéreas en las fronteras, campos de retención, etc. El territorio estadounidense, en búsqueda de mano de obra numerosa antes de la Primera Guerra Mundial, había sido el símbolo de la tierra de asilo, hoy se ha ido cerrando hasta construir una enorme muralla que se yergue, símbolo criminal, en la frontera con México. Europa ha seguido la misma dinámica. Desde los años 1980, los tan democráticos estados europeos empezaron a desplegar navíos de guerra en el Mediterráneo y no vacilaron en cooperar estrechamente con el difunto “Guía de la Revolución”, Muammar Gadafi y sus estimables equivalentes, Su Majestad el rey de Marruecos y el Presidente vitalicio de Argelia, Abdelaziz Bouteflika, para empujar a los emigrantes hacia el desierto con métodos de gran crueldad. Mientras que la burguesía derruía triunfalmente el muro de Berlín, otros “muros de la vergüenza” se han ido construyendo por doquier en las fronteras. Y quienes por fin consiguen llegar su destino, lo que les espera es la persecución, las humillaciones y unas condiciones de detención infames. En definitiva, detrás de sus lágrimas de cocodrilo, el cinismo de los estados no tiene más límites que el de los traficantes.
¿Qué oculta el ruido mediático en torno a los naufragios?
Los naufragios de pateras y otras embarcaciones improvisadas son, por desgracia, de lo más corriente desde hace años, como lo son los emigrantes encerrados como criminales, esclavizados o asesinados un día sí y otro también.Tampoco el incremento inusitado de la cantidad de víctimas en el Mediterráneo es algo que acabaría justo de pasar. ¿A qué se debe entonces semejante ruido mediático ahora?
Se debe a la lógica de intoxicación ideológica que moviliza al conjunto de fracciones de la burguesía. En paralelo a la transformación de los estados en fortalezas, se ha ido arraigando una ideología antiinmigrantes de lo más nauseabundo con la que se intenta hacer responsables a los “extranjeros” de los efectos de la crisis presentándolos como hordas de delincuentes que perturban la tranquilidad pública. Esas campañas histéricas muy a menudo son de una estupidez insondable, intentándose con ellas dividir al proletariado haciéndole tomar partido por los intereses de la Nación, o sea por los de la clase dominante, mediante un formateado mental nocivo que hace creer que la división de la humanidad en naciones es algo normal, natural y eterno. La hipocresía del filtrado entre emigrantes “buenos” y “malos” pertenece plenamente a esa lógica, son “buenos” los que pueden ser útiles a la economía nacional, los demás serían o animales dañinos o fardos que hay que desechar.
Pero como testimonian los gestos de solidaridad de obreros de Italia hacia emigrantes que han logrado al fin arribar a las costas sicilianas, muchos proletarios se han indignado ante lo que la burguesía reserva para los inmigrados. Y ¿qué mejor para encuadrar y canalizar la indignación hacia atolladeros sino esos expertos profesionales del asunto, o sea, la izquierda del aparato político burgués? Una vez más, los que se dicen “amigos del pueblo”se aprovechan de la indignación general para echar a la clase obrera, atada de pies y manos, en las fauces del Estado capitalista. Las ONG, verdaderas avanzadillas imperialistas, no han escatimado palabras duras para exigir más leyes represivas y más medios militares a los propios estados, o sea a quienes planifican desde hace años las masacres, todo ello en nombre de los “Derechos humanos” y de la dignidad humana. Después de aquello de la “guerra humanitaria” en África, he aquí el “control caritativo de las fronteras”… ¡Infame hipocresía! En Francia, la inenarrable organización trotskista Lutte ouvrière se vuelve a retratar así en su artículo, “La Europa capitalista condena a muerte a los migrantes”[2]:“Al reducir la cantidad y el alcance de las patrullas, los dirigentes de la UE han optado por dejar morir a quienes intenten atravesar. Eso es no asistencia a persona en peligro. Los dieciocho navíos y los dos helicópteros, enviados a la zona del drama, pero después del naufragio, acrecientan la ignominia.” En una palabra, ese partido burgués, pretendidamente marxista, exige también más navíos de guerra para “salvar” a los emigrantes. La burguesía instrumentaliza así las emociones producidas por la hecatombe para reforzar los medios de represión contra los emigrantes con el incremento y las mejoras técnicas de los medios de la Agencia Frontex encargada de coordinar el despliegue militar en las aguas y fronteras de Europa y las operaciones antiinmigrantes en el territorio: vigilancia policial a gran escala, control, redadas y chárteres; la burguesía parece haberlo organizado todo para “dar asistencia” a los emigrantes. ¡Se ha contemplado incluso la posibilidad de bombardear las costas de Libia! Con todo eso la burguesía intenta también incrementar el clima angustiante y amenazante que cultiva con mucho esmero para facilitar la aplicación de unas medidas represivas que se multiplican por todas partes contra la clase obrera.
Truth Martini, 5/05/2015
[1] Marx, El Capital, « Leyes persiguiendo a sangre y fuego a los expropiados, a partir del siglo XV. Leyes reduciendo el salario », I, XXIV, « La llamada acumulación originaria », p.625, Ed. FCE, México.
[2] Editorial del semanario Lutte ouvrière nº 2438, 24/04/2015.