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Difícilmente podemos escapar este año a toda una variedad de expertos historiadores que nos dicen cómo inició y qué fue en realidad la Primera Guerra Mundial. Pero muy pocos de ellos –ni siquiera los ideólogos de izquierda que critican a más no poder las sórdidas ambiciones de las dinastías reales contendientes y las clases dominantes de la época– nos dicen que la guerra no podía ser desencadenada hasta que las clases dirigentes tuvieran la confianza de que hundir a Europa en un baño de sangre no llevaría a su vez a desencadenar la revolución.
Difícilmente podemos escapar este año a toda una variedad de expertos historiadores que nos dicen cómo inició y qué fue en realidad la Primera Guerra Mundial. Pero muy pocos de ellos – ni siquiera los ideólogos de izquierda que critican a más no poder las sórdidas ambiciones de las dinastías reales contendientes y las clases dominantes de la época – nos dicen que la guerra no podía ser desencadenada hasta que las clases dirigentes tuvieran la confianza de que hundir a Europa en un baño de sangre no llevaría a su vez a desencadenar la revolución. Los gobernantes sólo pudieron lanzarse a la guerra cuando fue claro que el “representante” de la clase obrera, los partidos socialistas agrupados en la Segunda Internacional, y los sindicatos, lejos de oponerse a la guerra, se convertirían en sus banderines de enganche más cruciales. Este artículo inicia la tarea de recordarnos cómo tuvo lugar esta monstruosa traición.
Cuando estalló la guerra en agosto de 1914, apenas fue una sorpresa para las poblaciones de Europa, especialmente los trabajadores. Durante años, desde el inicio del siglo, una crisis sucedía a otra: las crisis marroquíes de 1905 y 1911, las guerras de los Balcanes de 1912 y 1913, sólo para nombrar las más graves. Estas crisis vieron a las grandes potencias frente a frente, comprometidas en una frenética carrera armamentista: Alemania había comenzado una gran campaña de construcción naval, a la cual Gran Bretaña tenía que responder inevitablemente. Francia introdujo el servicio militar de tres años, y enormes préstamos franceses financiaron la modernización de los ferrocarriles de Rusia, diseñados para el transporte de tropas a su frontera con Alemania, así como del ejército de Serbia. Rusia, después de la debacle de su guerra con Japón en 1905, puso en marcha una profunda reforma de sus fuerzas armadas. Contrariamente a lo que nos dice la propaganda de hoy sobre sus orígenes, la Primera Guerra Mundial se preparó conscientemente y sobre todo fue deseada por las clases dominantes de todas las grandes potencias.
Así que no fue una sorpresa - pero para la clase obrera, llegó como un terrible shock. Dos veces, en Stuttgart en 1907 y en Basilea en 1912, los partidos socialistas de la Segunda Internacional se habían comprometido solemnemente a defender los principios del internacionalismo, a rechazar el enrolamiento de los trabajadores en la guerra, y resistir por todos los medios posibles. El Congreso de Stuttgart adoptó una resolución, con una enmienda propuesta por el ala izquierda –Lenin y Rosa Luxemburg: “En caso de que la guerra estallara, a pesar de ello, [los partidos socialistas] tienen el deber de intervenir para hacerla cesar rápidamente y el de utilizar con todas sus fuerzas la crisis económica y política creada por la guerra para agitar a las masas y con ello acelerar la caída de la dominación capitalista”. Jean Jaurès, el gigante del socialismo francés, declaró en el mismo Congreso que “la acción parlamentaria ya no es suficiente en cualquier dominio... Nuestros adversarios están horrorizados por la fuerza incalculable del proletariado. Hemos proclamado con orgullo la quiebra de la burguesía. No permitamos a la burguesía hablar de la quiebra de la Internacional”. En julio de 1914, Jaurès emitía una declaración aprobada por el Congreso de París del Partido Socialista francés, en el sentido de que: “De todos los medios utilizados para prevenir y detener una guerra, el Congreso considera como particularmente efectiva la huelga general, organizada a nivel internacional en los países, así como la acción y agitación más enérgica”.
Sin embargo, en agosto de 1914, la Internacional se derrumbó, o más exactamente la misma se desintegró como todos sus partidos constituyentes (con algunas honrosas excepciones, como los rusos y los serbios) traicionó su principio básico del internacionalismo proletario, en nombre del “peligro de la nación” y la defensa de la “cultura”. Y ni que decir, cada clase dominante, mientras se preparaba para sacrificar vidas humanas por millones, se presentaba como el punto culminante de la civilización y la cultura –sus oponentes, por supuesto, de no ser más que bestias sedientas de sangre culpables de las peores atrocidades...
¿Cómo pudo ocurrir tal desastre? ¿Cómo pudieron quienes, pocos meses o incluso pocos días antes, habían amenazado a la clase dominante con las consecuencias de la guerra para su propio dominio, dar la vuelta y unirse sin protestar a la unidad nacional con el enemigo de clase –la Burgfriedenpolitik, como los alemanes le llamaron?
De todos los partidos de la Internacional, el Sozialdemokratische Partei Deutschlands, Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD), es el que tiene la mayor responsabilidad. No es que los demás no tuvieran culpa, sobre todo el Partido Socialista Francés. Pero el partido alemán era la flor de la Internacional, la joya de la corona del proletariado. Con más de un millón de miembros y más de 90 publicaciones periódicas, el SPD era el partido más fuerte y mejor organizado de la Internacional. En el plano intelectual y teórico, era la referencia para el conjunto del movimiento obrero: los artículos publicados en su revista teórica Neue Zeit (Nuevos Tiempos) marcó el tono de la teoría marxista y Karl Kautsky, editor de Neue Zeit, era considerado el “Papa del marxismo”. Como Rosa Luxemburg escribió: “Con incontables sacrificios, en forma de trabajo de agitación, ha construido la organización más fuerte, la organización modelo del proletariado, ha creado la prensa más grande, ha desarrollado los métodos más efectivos de educación y propaganda. Ha reunido bajo sus banderas a las masas trabajadoras más numerosas y ha elegido los bloques más grandes a los parlamentos nacionales. En general se reconoce que la socialdemocracia alemana es la encarnación más pura del socialismo marxista. Ha adquirido y utilizado un gran prestigio como maestra y dirigente de la Segunda Internacional” (Folleto de Junius).
El SPD era el modelo que todos los demás trataban de emular, incluso los bolcheviques en Rusia. “En la Segunda Internacional la socialdemocracia alemana era sin duda el factor decisivo. En cada congreso, en cada plenario del Buró Socialista Internacional la socialdemocracia alemana era sin duda el factor decisivo. En cada congreso, en cada plenario del Buró Socialista Internacional, todo dependía de la posición del grupo alemán. Especialmente en la lucha contra la guerra y el militarismo, la posición de la socialdemocracia ha sido siempre decisiva. Bastaba un “los alemanes no lo podemos aceptar” para determinar la orientación de la internacional. Con ciega confianza se sometía a la dirección de la muy admirada y poderosa socialdemocracia alemana: era el orgullo de todos los socialistas y el terror de las clases dominantes de todos los países” (Folleto de Junius). Por lo tanto, estaba bajo el partido alemán traducir los compromisos asumidos en Stuttgart en acción y poner en marcha la resistencia a la guerra.
Sin embargo, ese fatídico 4 de agosto de 1914, el SPD se unió a los partidos burgueses en el Reichstag a votar los créditos de guerra. Durante la noche, la clase obrera en todos los países beligerantes se encontraba desarmada y desorganizada, porque sus partidos políticos y los sindicatos habían pasado al enemigo de clase y en adelante serían los organizadores más enérgicos no de resistencia a la guerra, sino al contrario de la militarización de la sociedad para la guerra.
Hoy, se nos dice que los trabajadores fueron barridos como el resto de la población por una inmensa ola de patriotismo, y a los medios de comunicación les encanta mostrarnos películas de soldados saliendo al frente con vítores de la población. Al igual que muchas leyendas, ésta tiene poco que ver con la verdad. Sí, hubo manifestaciones de histeria nacionalista, pero estas eran en su mayoría acciones de la pequeña burguesía, de jóvenes estudiantes embriagados de nacionalismo. En Francia y en Alemania, los trabajadores se manifestaron por cientos de miles contra la guerra en julio de 1914: fueron reducidos a la impotencia por la traición de sus organizaciones.
En realidad, la traición del SPD no sucedió de la noche a la mañana. El poderío electoral del SPD escondió una impotencia política; peor aún, fue precisamente el éxito electoral del SPD y el poder de las organizaciones sindicales que redujeron al SPD a la impotencia como partido revolucionario. El largo período de prosperidad económica y libertad política relativa que siguió a la derogación de las leyes anti-socialistas de Alemania en 1891 y la legalización de los partidos socialistas, terminó por convencer al liderazgo sindical y parlamentario de que el capitalismo había entrado en una nueva fase, y que este había superado sus contradicciones internas hasta el punto de que se podría lograr el socialismo, no a través de un levantamiento revolucionario de las masas, sino a través de un proceso gradual de reforma parlamentaria. Así, ganar las elecciones se convirtió en el objetivo principal de la actividad política del SPD, y como resultado el grupo parlamentario se convirtió cada vez más en la fuerza preponderante dentro del Partido. El problema era que a pesar de las reuniones y manifestaciones de los trabajadores durante las campañas electorales, la clase obrera no participaba en las elecciones como clase, sino como individuos aislados en compañía de otras personas que pertenecen a otras clases –cuyos prejuicios tuvieron que mimetizarse. De esta forma, durante las elecciones de 1907, el gobierno imperial del Kaiser realizó una campaña a favor de una política colonial agresiva y el SPD –que hasta entonces siempre se había opuesto a las aventuras militares– sufrió pérdidas considerables en el número de escaños en el Reichstag. La dirección del SPD, y sobre todo el grupo parlamentario, llegó a la conclusión de que no debería hacer frente a sensibilidades patrióticas tan abiertamente. Como resultado, el SPD se resistió a todos los intentos dentro de la Segunda Internacional (en particular, en el Congreso de Copenhague en 1910) para discutir los pasos precisos que debían adoptarse contra la guerra, en caso de estallar.
Moviéndose dentro del mundo burgués, la dirección del SPD y la burocracia se orientó cada vez más en la colaboración. El ardor revolucionario que había permitido a sus predecesores oponerse a la guerra franco-prusiana de 1870 se desvaneció en el liderazgo; peor aún, llegó a ser visto como peligroso, ya que podría exponer al partido a la represión. En 1914, atrás de su imponente fachada, el SPD se había convertido en “un partido radical como los demás”. El partido adoptó el punto de vista de su propia burguesía y votó los créditos de guerra: sólo una pequeña minoría se mantuvo firme para resistir la debacle. Esta minoría cazada, perseguida, y encarcelada, sentó las bases del grupo Spartakus que iba a tomar el liderazgo de la revolución en Alemania en 1919 y fundaría la sección alemana de la nueva Internacional, el KPD.
Es casi una banalidad decir que todavía estamos viviendo hoy en la sombra de la guerra de 1914-18. Representa el momento en que el capitalismo rodeaba y dominaba todo el planeta, integrando a toda la humanidad en un solo mercado mundial –un mercado mundial que era entonces y sigue siendo hoy objeto de todos los codiciosos deseos de las grandes potencias. Desde 1914, el imperialismo y el militarismo han dominado la producción, la guerra se ha hecho permanente a todo lo ancho del mundo.
No era inevitable que la Primera Guerra Mundial se desarrollara como lo hizo. Si la Internacional se hubiese mantenido fiel a sus compromisos, podría no haber sido capaz de impedir el estallido de la guerra, pero habría sido capaz de animar la resistencia inevitable de los trabajadores, darle una dirección política revolucionaria, y así abrir el camino por primera vez en la historia, a la posibilidad de crear una comunidad humana mundial, sin clases ni explotación, dando así fin a la miseria y las atrocidades que un capitalismo decadente e imperialista ha causado desde entonces a la humanidad. Esto no es un mero deseo piadoso. Al contrario, la Revolución Rusa es la prueba de que la revolución no solo era necesaria, sino también posible. Fue este inmenso asalto al cielo, esta gran insurrección del proletariado, que hizo temblar a la clase dominante internacional y la obligó a poner fin a la guerra. Guerra o revolución, socialismo o barbarie, 1914 o 1917... la única alternativa de la humanidad no puede ser más clara.
Los escépticos dirán que la Revolución Rusa se mantuvo aislada y finalmente fue derrotada por la contrarrevolución estalinista, y que 1914-18 fue seguido de 1939-45. Esto es completamente cierto. Pero si debemos evitar conclusiones falsas, entonces necesitamos comprender los porque en lugar de tragarnos la infinita propaganda oficial. En 1917, la oleada revolucionaria internacional se inició en un contexto en que las divisiones de la guerra estaban ancladas profundamente, y la clase dominante explota estas divisiones para superar a la clase obrera. Desorientado y confuso, el proletariado no logró unirse en un vasto movimiento internacional. Los trabajadores seguían divididos entre “vencedores” y “vencidos”. Los levantamientos revolucionarios heroicos, como el de 1919 en Alemania, fueron ahogados en sangre, en gran parte gracias a los traidores del partido obrero, la socialdemocracia. Este aislamiento hizo posible la reacción internacional para derrotar a la Revolución Rusa y preparar el terreno para una segunda carnicería mundial, lo que confirma una vez más la alternativa histórica que aún está ante nosotros: ¡“Socialismo o barbarie”!
Jens