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Elegir entre monarquía o república es un falso problema. Ambos son variantes del Estado capitalista. Este, sea cual sea su forma (monarquía-república, dictadura-democracia) es un aparato exclusivo y excluyente del capital, no es un órgano “de todos” sino que está al servicio de la minoría explotadora. La esencia del Estado es el ejército, la policía, los tribunales, las cárceles, la burocracia; el Estado es, como decía Engels, el “capitalista colectivo ideal”, la herramienta con la que cada capital nacional defiende sus intereses tanto frente a sus rivales –otras naciones– como, sobre todo, contra el proletariado.
La burguesía es una clase minoritaria en la sociedad y sin embargo mantiene sometidos al imperio de sus intereses al proletariado y a la inmensa mayoría. Uno de los medios para ello es hacernos pensar y luchar en falsos problemas evitando así que nos planteemos los verdaderos problemas.
Elegir entre monarquía o república es un falso problema. Ambos son variantes del Estado capitalista. Este, sea cual sea su forma (monarquía-república, dictadura-democracia) es un aparato exclusivo y excluyente del capital, no es un órgano “de todos” sino que está al servicio de la minoría explotadora. La esencia del Estado es el ejército, la policía, los tribunales, las cárceles, la burocracia; el Estado es, como decía Engels, el “capitalista colectivo ideal”, la herramienta con la que cada capital nacional defiende sus intereses tanto frente a sus rivales –otras naciones– como, sobre todo, contra el proletariado.
Para que la lucha del éste sea eficaz ha de ir a la raíz de los problemas. La raíz del desempleo, de la miseria rampante, de la barbarie moral, de los enormes sufrimientos que afectan cada vez más dolorosamente a la inmensa mayoría, no está ni en la forma de estado ni en el tipo de gobierno, está en el capitalismo y en el Estado que lo defiende.
La burguesía española –como otras burguesías del mundo– cambiará de “forma de Estado” si ello le permite defender mejor sus intereses y, sobre todo, mejor engañar, dividir y finalmente aplastar al proletariado, la clase revolucionaria de esta sociedad.
La burguesía española tiene una larga experiencia en aquello de que “todo cambie para que todo siga igual”, como dice un avispado vizconde en la novela El Gatopardo. Ya lo hizo en 1931 cuando envió a Alfonso XIII al exilio nombrando presidente a un terrateniente andaluz y antiguo monárquico – Alcalá Zamora. Lo repitió con la tan ensalzada transición cuando la dictadura de Franco fue reemplazada por la democracia con el aval entusiasta de franquistas de toda la vida (Suarez, Fraga), codo con codo con los “demócratas de toda la vida”, el PCE y el PSOE.
Lo volverá a hacer de nuevo si la situación lo requiere. Ya prepara las nuevas músicas: mientras PP-PSOE, debido a sus responsabilidades de gobierno, apoyan al viejo y al nuevo monarcas, los partidos “más a la izquierda” (IU, Podemos, etc.) enarbolan la otra versión del Estado capitalista: la República. En todo caso, hoy todos sin excepción entonan los mismos cánticos: con la abdicación de Juan Carlos tendríamos “el cambio”, un “tiempo nuevo”, “el ascenso de una nueva generación”. Una burda retórica que esconde una realidad que no solo no cambia sino que empeora por momentos.
Perder el tiempo en un falso dilema –monarquía o república– nos aleja de la verdadera disyuntiva: socialismo o barbarie.
No a Felipe, no a la república
Juan Carlos I, rey de España durante los últimos 39 años, ha abdicado. Era obvio que la monarquía necesitaba renovar y mejorar su imagen, que empeora día a día. Parece que, desde el Estado, se ha considerado que ya había llegado ese momento de renovación de imagen y así lo han hecho: el hasta ahora príncipe Felipe será rey dentro de poco. Ante esto, muchos trabajadores empiezan a responder rechazando la monarquía... y pidiendo una república.
Conviene dejar bien claro que el Estado no “somos todos”: el Estado moderno es un órgano para gestionar los asuntos comunes de la burguesía de la nación, para organizar la competición contra las burguesías extranjeras, para asegurar las condiciones de explotación de los trabajadores y, en resumen, para asegurar en la medida de lo posible la permanencia del capitalismo. Y va a seguir siendo de esta forma mientras existan los antagonismos de la sociedad de clases en que el Estado hunde sus raíces.
Todos los trabajadores, los proletarios, privados de los medios necesarios para producir, somos esclavos asalariados. Las palancas que mueven todo las accionamos nosotros pero las gestionan sólo unos pocos, y el valor creado por nosotros se nos quita de las manos en la rueda loca de la acumulación de capital. A nivel nacional, el capital es capaz de organizarse para perfeccionar nuestra explotación y sometimiento y para competir mejor contra los capitales de otras naciones. Y todo eso lo lleva a cabo por medio del Estado.
Es innecesario hablar de que la monarquía es una institución al servicio del Estado burgués, una institución más del órgano que dota de unidad a la burguesía de donde vivimos y les permite gestionar nuestra explotación. Pero la monarquía no es más que un muñeco de paja, un títere inerte. Y la desaparición o no de ese muñeco de paja no es algo que nos concierna a nosotros, los trabajadores. Los trabajadores (¡de todo el mundo!) tenemos, en el fondo, un sólo interés: dejar de ser explotados.
El Estado español tuvo forma republicana hace ocho decenios. Aprovechemos para recordar que este año se cumplen ochenta años del aplastamiento brutal, del ahogamiento en sangre de nuestros hermanos de clase que se atrevieron a levantarse contra la explotación en la Asturias de la maravillosa República, asesina de obreros y gestora de explotación [1].
¿Qué diferencias hay entre la monarquía parlamentaria actual y una eventual república? En el fondo, ninguna. Ambas siguen siendo un órgano para gestionar nuestra explotación, ambas siguen siendo algo ajeno y opuesto a nuestra clase.
Nuestros intereses, por tanto, no son facilitar el trabajo de la burguesía dando nuestro apoyo a tal o cual forma de gestionar nuestra explotación, sino que son destruir las relaciones de explotación en las que hunde sus raíces tanto la monarquía como la república para poder pasar a disponer de nuestras capacidades, para orientar la sociedad en beneficio de nuestras necesidades. No se trata de elegir cómo es tal o cual detalle del órgano que nos explota sino de destruirlo.
El ala izquierda del capital (a saber; partidos, sindicatos, asociaciones y plataformas de todo tipo) nos dicta consignas vacías que son ajenas a nosotros, que nos llevan a acciones estériles y en nuestra propia contra y que quiere que identifiquemos a toda costa nuestros intereses con el Estado, lo que no es sino otra forma de decir que identifiquemos nuestros intereses con los del capital. Si queremos luchar por nuestros propios intereses no lo podemos hacer marchando detrás de ellos, para nosotros no puede haber más salvador que nosotros mismos. Así, tenemos que romper con su dinámica para ir hacia la dinámica histórica de nuestra clase: en vez de discursos de escuchar y callar, debate que clarifique qué queremos y cómo lo queremos. En vez de sectorialismo (sector educativo, sector sanitario, sector industrial etc. cada uno por su lado), unidad de clase. En vez de pedir una república, combatir por poner el poder en nuestras propias manos. En vez de sindicatos, partidos y asociaciones; asambleas y consejos obreros.
Circulo de Debate Acción Internacionalista – [email protected]
¿Monarquía o república?
¡Sociedad sin Estado y sin clases!
Nuestra emancipación será obra de nosotros mismos o no será
[1] Quienes estén interesados sobre qué fue realmente la República pueden consultar nuestro libro España 1936: Franco y la República masacran a los trabajadores. https://es.internationalism.org/booktree/539