El capital y sus políticos responsables de la catástrofe

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A principios de octubre, una embarcación sobrecargada naufragó en Lampedusa. Más de 350 inmigrantes murieron en esta tragedia. Días después, otra improvisada embarcación se hundió causando una docena de víctimas frente a las costas maltesas. Cada año en el Mediterráneo, cerca de 20.000 seres humanos pierden la vida, ¡incluso antes de alcanzar la tan codiciada fortaleza de Europa! Desde los años 90, los cadáveres se acumulan en las fronteras, a lo largo de las costas, como en la mayoría de los puntos sensibles del mundo donde se concentran flujos crecientes de hambrientos y desgraciados que intentan forzar el blindaje de los Estados.

La hipocresía de la clase dominante

Si hoy la burguesía pone cara de ofendida y vierte lágrimas de cocodrilo mientras miles de personas mueren naufragando en sus costas desde hace tiempo, es simplemente por la magnitud del fenómeno, su carácter desesperado y sobre todo porque el elevado número de víctimas en un solo día es demasiado visible, lo que podría fomentar la ira y especialmente la reflexión en la gente.

La ruin controversia alrededor de la “no-asistencia” de los marinos-pescadores italianos es una buena oportunidad para desviar la atención, buscando enseguida chivos expiatorios, mientras las leyes en vigor no dejan de criminalizar a los que intentan ayudar a los inmigrantes[1]. En gran parte, todo esto explica la cobertura mediática del suceso para lavar los cerebros y extender una cortina de humo ante un arsenal represivo implantado de forma coordinada por los Estados. La trampa ideológica clásica que lo acompaña está compuesta tanto por un enfoque abiertamente xenófobo, como por el discurso burgués “humanitario” de “los derechos humanos”, dividiendo, aislando de facto a los inmigrantes de los demás proletarios.

Debe quedar clara una cosa, ¡el capitalismo en crisis y su políticos son en realidad los responsables de esta nueva tragedia!, los que obligan a centenares de miles de personas debilitadas a lanzarse a aventuras cada vez más suicidas a fin de sortear los obstáculos que ellos imponen! No resulta sorprendente que estos mismos políticos, que se han presentado en Lampedusa falsamente apenados, hayan sido abucheados en el aeropuerto por una población local disgustada y conmocionada[2].

El proletariado es una clase de inmigrantes

A imagen de estos inmigrantes, todos los proletarios son en realidad “desarraigados”. Desde los orígenes del capitalismo, han sido arrancados a la fuerza del mundo del campo y del artesanado. Mientras que en la Edad Media la mano de obra explotada estaba ligada a la tierra, posteriormente sufrió un violento éxodo rural por las fuerzas emergentes del capital. “La creación del proletariado sin hogar ni lugar – los despedidos por los grandes señores feudales y los campesinos víctimas de expropiaciones violentas y repetidas – iba necesariamente más deprisa que su absorción por las fábricas emergentes (…). La legislación los trató como criminales voluntarios; se suponía que dependían de su libre albedrío para continuar trabajando como el pasado y como si no hubiera sobrevenido ningún cambio en su condición[3]. Históricamente, el desarrollo del capitalismo depende del libre acceso a la fuerza de trabajo. Así pues, genera desplazamientos múltiples y corrientes migratorias sin precedentes para extraer la plusvalía. En gran parte debido a la unidad de esta nueva condición de los explotados el movimiento obrero siempre ha considerado que “los proletarios no tienen patria”.

Sin la trata de esclavos de los siglos XVII y XVIII en África, el desarrollo del capitalismo no habría podido prosperar tan rápidamente a partir de los centros industriales y especialmente del crecimiento de los grandes puertos negreros que fueron Liverpool, Londres, Bristol, Zelanda, Nantes o Burdeos. Durante el siglo XIX y después de los “beneficios” de una mano de obra negra “liberada” por el salario, acompañado por la acumulación capitalista, otros factores económicos han acelerado el éxodo rural y favorecido la migración masiva de diferente envergadura, especialmente al nuevo continente. Sólo en el período del siglo XIX hasta 1914, 50 a 60 millones de europeos se dirigieron a los Estados Unidos en busca de trabajo. A principios del siglo XX, casi un millón de inmigrantes viajaron cada año a los Estados Unidos. Sólo en Italia, entre 1901 y 1913, hubo cerca de 8 millones de personas emigrantes. Las presiones económicas sobre el trabajo durante su fase ascendente, permitieron entonces que el sistema capitalista absorbiera el creciente número de trabajadores necesarios para su pujante expansión.

Con el capitalismo decadente, el Estado se transforma en bunker

Con el declive histórico del sistema, los desplazamientos de las poblaciones y las migraciones no han acabado. ¡Al contrario! Las guerras imperialistas, sobre todo los dos conflictos mundiales, la crisis económica, que produce la pauperización, y las catástrofes ligadas al cambio climático, acrecientan las migraciones. En 2010, se estimaba que existían 214 millones de inmigrantes (el 3,1% de la población mundial[4]). Sólo por el hecho del cambio climático, algunas proyecciones estiman que en 2050 habrá entre ¡25 millones y 1 billón de inmigrantes adicionales![5].

Debido a la crisis permanente del capital y la sobreproducción de mercancías, actualmente los inmigrantes se topan contra los límites del mercado y contra las fuerzas brutales cada vez más reglamentadas de los Estados. ¡El capital no puede integrar la fuerza laboral y no puede más que rechazarla en gran parte!

Por lo tanto, después del período de apertura a los emigrantes de los Estados Unidos antes de la Primera Guerra Mundial, el establecimiento de un sistema de “cuotas” ha bloqueado y filtrado drásticamente las entradas en el país para acabar construyendo una verdadera muralla en la frontera mexicana, donde los chicanos, después de la trágica época de balseros procedentes de Asia, pagan también un precio de muchas muertes, detenciones, trata de seres humanos, etc. La crisis económica abierta a partir de 1960-70 condujo a todos los gobiernos, especialmente en Europa, a levantar una verja más sólida al sur del mediterráneo utilizando una armada de barcos y patrullas para repeler a los migrantes. El objetivo no declarado de la clase dominante está claro: “¡que los inmigrantes se mueran en su casa!”. Para ello, los demócratas celosos de Europa, como Francia, no han dudado en los últimos años en recurrir al robusto servicio de bomberos de Gaddafi en Libia, o de las autoridades marroquíes en el continente, por ejemplo, dejando morir en el desierto a los que querían escapar del infierno.

Estas políticas de “control” de las fronteras, que han seguido endureciéndose, son producto de la decadencia y del capitalismo de Estado. Y no son nuevas. En Francia, por ejemplo: “la creación de una tarjeta de identidad en 1917, es una verdadera revolución en los hábitos administrativos y policiales. Hoy, nuestra mentalidad ha integrado este carnet individual cuyos orígenes policiales ya no se perciben como tal. Sin embargo, no es neutral que la institución del carnet de identidad se haya dedicado en un primer momento a los extranjeros como un medio de vigilancia, y ello, en pleno estado de guerra” [6].

Hoy en día, la paranoia de los Estados ha alcanzado su punto máximo ante los extranjeros, que siempre son sospechosos de “alterar el orden público”. Los muros gigantes de hormigón y metal para las fronteras, decorados con alambre de púas y electrificadas, son una reminiscencia de la malla perimetral de los siniestros campos de exterminio de la Segunda Guerra Mundial. Mientras que los estados europeos celebraban la caída del “muro de la vergüenza” en Berlín, en el nombre de la “libertad”, y se ofendían a cuenta de este bárbaro símbolo materializado en el “telón de acero”, ahora deberían esconderse, más que nunca, ya que ¡ellos mismos son hipócritas constructores de muros!

La trágica suerte de los inmigrantes

La decadencia del capitalismo se ha convertido en un período de grandes desplazamientos que hay que “controlar”, es la era de los deportados, de los campos de concentración y también de los refugiados (el número de refugiados palestinos ha pasado de 700.000 en 1950 a 4,8 millones en 2005!). El genocidio de los armenios en 1915 llevó a los primeros grandes movimientos masivos de refugiados en el siglo XX.

Entre 1944 y 1951, cerca de 20 millones de personas fueron desplazados o evacuados en Europa. La partición de Estados y las divisiones han empujado a desplazamientos masivos de la población.

Si el “telón de acero” iba a frenar el éxodo de los países de Europa del Este, una mano de obra a bajo precio haría que los países europeos aprovecharan el sur del Mediterráneo y África. Las llamada “luchas de liberación nacional” la crisis y el imperialismo durante y después de la Guerra Fría, contribuyeron a alimentar el malestar y el desplazamiento de campesinos arruinados, que engordaron las megaciudades, especialmente en los países periféricos de África, Asia y América del Sur multiplicando así los barrios marginales, explotando un tráfico de todo tipo en manos de mafias, desde drogas a prostitución, pasando por la venta de armas. En todas partes, con los desastres de los siglos XX y XXI, incluyendo el Medio Oriente y África los campos de refugiados permanentes han surgido como hongos, encerrando masas cada vez más numerosas (los Palestinos, los Africanos...) en condiciones de dificultad extrema, de simple supervivencia, presas de la enfermedad, el hambre y las mafias .

La explosión del trabajo “ilegal"

Desde la caída del muro de Berlín y el hundimiento del bloque del Este, intervienen dos acontecimientos importantes, además de los conflictos crecientes, para influir en el mercado mundial del trabajo y actuar sobre los flujos migratorios:

  • la profundización de la crisis económica, sobre todo en los países centrales;
  • la emergencia de China.

En un primer momento, los trabajadores de los países del este vinieron al oeste, especialmente a Alemania, produciéndose al mismo tiempo las primeras deslocalizaciones y una fuerte presión sobre los salarios. Entonces, los regímenes que hasta ahora habían quedado al margen del mercado mundial, como la India y China, abren la posibilidad de desarraigar millones de trabajadores provenientes del campo, ampliando inmensamente un ejército de reserva de desempleados apropiados para la explotación. La extrema debilidad de sus salarios en un mercado saturado, permitía nuevas presiones sobre el coste de la mano de obra, dando lugar a deslocalizaciones. Por eso, en los países centrales, desde la década de 1990, el número de trabajadores ilegales y clandestinos estalló en algunas zonas, a pesar del refuerzo de los controles, para permitir una reducción de los costes de producción y de la fuerza de trabajo. En el 2000, había unos 5 millones de inmigrantes ilegales en Europa, 12 millones en los Estados Unidos y ¡20 millones en la India! La mayoría de los estados centrales que saquearon los “cerebros”, filtran también una mano de obra fragilizada, sin papeles ni calificación, desesperados por venderse y sobrevivir[7]. Ahora, en muchos sectores, bajo el liderazgo benevolente del Estado, se organiza así todo un mercado laboral paralelo y clandestino, provocando una afluencia de inmigrantes y refugiados, sometidos a chantaje, cuyos papeles son robados y que está aislado en refugios improvisados. Como resultado, la mayoría de los cultivos agrícolas los realizan trabajadores extranjeros a menudo ilegalmente. En Italia, ¡el 65% de mano de obra agrícola es ilegal! Después de la caída del Muro de Berlín, 2 millones de rumanos han emigrado a las regiones del sur de Europa para el trabajo agrícola. En España, el “boom” antes de la caída del sector inmobiliario se construye en gran parte con el sudor de los inmigrantes ilegales mal pagados, en particular de América Latina (Ecuador, Perú, Bolivia, etc.). A esto hay que sumar las áreas “grises” de la actividad, como la prostitución. En 2003, en un país como Moldavia, ¡el 30% de las mujeres de 18 a 25 años han desaparecido! El mismo año, 500.000 prostitutas venidas de países de Oriente estaban trabajando en Europa occidental. En Asia y en las monarquías del Golfo, se observa el mismo fenómeno para los empleos de servicio doméstico o en la construcción. En un país como Qatar, los inmigrantes representan el 86% de la población! Jóvenes chinos y filipinos son adiestrados para ir a Hong Kong o Arabia Saudita, en condiciones de esclavitud.

Hoy en día, con el desarrollo de tensiones de la guerra, se espera mayor afluencia de personas y de este tipo de trabajadores, sobre todo de África, Asia y el Medio Oriente.

El combate del proletariado

Frente a la barbarie desencadenada por la presión policial contra los inmigrantes y frente a las campañas xenófobas que una parte de la burguesía busca difundir a través de sus mensajes populistas, el proletariado no puede más que oponer su propia indignación y solidaridad de clase internacional. Para ello, hay que rechazar con firmeza el discurso oficial que busca generar reflejos de ansiedad, considerando a los inmigrantes y al “extranjero” la causa de la crisis y del desempleo.

Después de haber centrado la atención en el “peligro amarillo”, y los riesgos de la “invasión", los medios de comunicación y los políticos de todos los colores juegan con los temores evocando siempre en segundo plano cuestiones como “delincuencia” y “trastornos en el orden público”. No dejan de lavarnos el cerebro estigmatizando a “los extranjeros”, “los ilegales” que ejercen una “competencia desleal” y “se benefician de los derechos sociales”... Esto, cuando en realidad, ¡ellos son los primeros y principales víctimas del sistema! Estas tácticas groseras y asquerosas, innobles, siempre se han utilizado para dividir al proletariado. Pero la trampa más artera a evitar es sobre todo la de las “buenas intenciones” y de la pseudo-generosidad de las organizaciones izquierdistas o “humanitarias” que hacen de los inmigrantes “un hecho social” sujeto a una “política particular” que habría que tratar “aparte” como tal en el marco del derecho burgués.

Hoy, mientras se están cerrando multitud de fábricas, mientras que los libros de pedidos están medio vacíos a pesar del anuncio de la "recuperación", se hace evidente que todos los trabajadores se ven afectados por la crisis y el aumento de la pobreza, inmigrantes o no. ¿Qué sentido tiene la idea de una competencia de trabajadores ilegales mientras que la actividad desaparece?

Ante todas estas ofensivas ideológicas y ante la política de represión, el proletariado debe reafirmar su perspectiva histórica. Se debe comenzar, por ello, expresando su solidaridad, reconociendo la fuerza revolucionaria que representa en la sociedad. Sólo el proletariado, de hecho, será capaz de reafirmar por la lucha que, “¡los trabajadores no tienen patria!”

WH (21/10/2013)


[1] Peor que los que trataron de ayudar a los inmigrantes en Sangatte, debido a la ley Bossi-Fini, los patrones de pesca que han socorrido a los refugiados del mar han sido procesados ​​por “ayudar a la entrada ilegal en el territorio”!

[2] Junto con el primer ministro italiano A. Alfano, que destacó la presencia del Presidente Barroso de la Comisión Europea y C. Malmström para Asuntos de Interior, que llegaron especialmente para enfatizar que ellos apoyan, en nombre de lo “humanitario” un mayor endurecimiento de los controles fronterizos por el dispositivo “Frontex”.

[3]K. Marx, El capital, libro I, cap. XXVIII

[4] Fuente : INED

[5] 133 catástrofes naturales se han registrado en 1980. El número ha pasado a más de 350 anuales en estos últimos años. Ver al web : www.unhcr.org.

[6] P-J Deschott, F. Huguenin, La république xénophobe, JC Lattès, 2001

[7] En el sur de Europa (Ceuta y Melilla), en la frontera mexicana en el sur de Estados Unidos, Israel frente a los palestinos, en Sudáfrica frente al resto del continente donde las autoridades de Gaborone están construyendo un muro electrificado de 2,40 m de altura y 500 km de largo

 

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